Hola, papá:
Desconozco tu andadura a partir del domingo, día de tu partida definitiva, pero seguro que donde quiera que te encuentres, estarás trasteando con las herramientas y el taladro, haciendo arreglos o artilugios de artesanía, faenas realizadas todas con precisión y esmero, midiendo, estudiando el encuadre perfecto y derrochando todo tu saber y creatividad.
O tal vez te hayas reencontrado con tus buenos amigos Alfredo Armentia, "El General" y "El Chapas" y estéis cogiendo setas, desplumando perdices o almorzando. Ya te habrás buscado un buen palo y te lo habrás trabajado con la navaja, dándole el aspecto de un buen soporte que te ayude sobre todo en la bajada del monte. Es tiempo de caracoles. ¿Cuántas docenas llevas? Seguro que encontrarás un lugar acogedor desde donde puedas contemplar si el Gorbea tiene txapela o no. Allá donde vayas no puede faltar una buena ruta de tabernas para disfrutar del café mañanero y del de la tarde, para paladear los Riojas de año y con pintxo-pote, un día a la semana por lo menos.
Antes de nada deseo seguir tu ejemplo, hacer lo que tú harías, que es pensar primero en los demás y luego en ti.
En nombre tuyo, de mamá y mio queremos agradecer a todo el personal de la quinta planta del pabellón B del Hospital de Santiago, desde limpiadoras, celadores, auxiliares y enfermeras, que con vuestra atención y buen hacer, nos habéis acompañado en todo momento, siempre dispuestas y sonrientes. Nuestro agradecimiento especial al Doctor Iñigo Corcuera, que te ha atendido con cariño, como los galenos de antaño, aquellos de sombrero y bastón con empuñadura de plata, a pesar de ser un muchacho recién horneado en la facultad, haciendo lo imposible por intentar atajar y cortar de raíz la bestia, que con tanto sigilo y rapidez, ha tenido la desfachatez de apartarte de nosotras con tan poca consideración.
También quiero dar las gracias a todos los que os habéis interesado por nosotros tres, por vuestro cariño y apoyo incondicional, por las llamadas, los mensajes, telegramas y las palabras de ánimo, sobre todo a Arantza, por el duro momento, mucho más cruel que el nuestro, que acaba de vivir y que nos ha acompañado en los largos atardeceres de este interminable y despiadado abril.
Agradeceros vuestra presencia incondicional, en el tanatorio desde el domingo, el lunes, hoy en Santa Isabel y ahora aquí, aparcando vuestra vida para ofrecernos sincera amistad. Siempre hemos presumido de tener unos amigos y familia de quitarse el sombrero.
Ahora te toca el turno, papa, aunque esto de ser protagonista no te hace mucha gracia. Lo tuyo es más bien, estar sin dejarse notar; calar hondo, sin muchas palabras; dejar una huella imborrable, sin pisar a nadie; hacer favores, sin mirar a quien, pedirlos es otra historia, los menos posible. Eres así, papá. Te dejas querer con esa facilidad tierna con que se quiere a un buen amigo desde el parvulario; lo mismo te da un gitano, que un ministro (bueno, ahora los ministros no están para muchas simpatías), en tu corazón grandote, cabemos muchos. César nos lo dijo corto y claro: era pura casta y yo siempre digo que eres de ley. Siempre preocupado y amable con todos. "No se puede ser tan bueno, papá y más en los tiempos que corren", te decía con frecuencia y casi con rabia, porque de los buenos se aprovechan muchos.
Intentaré seguir tu ejemplo, aunque sé que no puedo llegarte ni a la suela del zapato; seguiré luchando como tú lo has hecho, hasta el último suspiro; ofreceré mi mejor lado, en todo lo que haga; trabajaré como me has enseñado, para ofrecer lo mejor que tengo, con la mejor sonrisa.
Se me agolpan tantos recuerdos que me pasaría semanas hablando orgullosa de ti y no acabaría. Nunca olvidaré tus sonrisas mansas, incluso hasta el viernes cuando me decías que no odías agarrarte al triángulo de la cama, porque las manos no se sujetaban; ni tus caricias, ni tus besos, ni esas miradas de complicidad y silencios largos, que teniamos, que no hacía falta decir nada, porque todo se entendía. Ni los madrugones domingueros para pescar en el Club Nautico del pantano de Ullibarri-Gamboa, tu pueblo, que con tanto orgullo presumias de él, en compañía de Emilio y Miguel; ni las tardes veraniegas con la familia Sampedro cogiendo cangrejos; ni las discusiones sobre el juego del Alavés; ni tus bromas ni esa manera tan peculiar y tan rematadamente sosa que tenías para contar chistes, que majo, jamás fuiste capaz de contar uno entero, si no se te olvidaba el final, te saltabas el principio, la cosa es que aquello no tenía ni pies ni cabeza. Nos tenías que anunciar el final: "Ya está". "¡Ah! ¿Se ha acabado? ¿Hay que reirse o echar céntimo?", te decía yo. Mamá, casi enfadada: "¡Jo majo, qué siempre nos dejas con las ganas". Lo mejor de todo era que a ti te hacía gracia, no parabas de reírte y de decir: "No sé cómo era. Ya no me acuerdo. Pero era buenísimo". Me he alargado un poco más con esta bobada, porque es mejor reír que llorar. La vida ya se encarga ella solita de hacernos la puñeta . Hace días que te faltaban las fuerzas para hacerlo, pero no podré olvidarme de aquella tontería de pisarnos los pies con el bastón y que a mi me hacía tanta gracia... Hemos compartido tantas cosas y he tenido tanta afinidad contigo, que no me hago a la idea de que no volveré a verte más que en fotografía.
No te puedo decir adiós ni hasta pronto (¡Dios nos libre! ¡Vaya yuyu!). Sé que siempre vas a estar pendiente de nosotras. Las personas que aman como tú nos has amado, nunca abandonan a los suyos.
Sé que ya lo sabes, pero me apetece decírtelo una vez mas: mamá y yo te queremos muchísimo.