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miércoles, 18 de septiembre de 2013

     Es un lugar diferente. Vegetal, digna hija de la "Grin" Capital. Poderosa, recia, hogareña. Situada en pleno centro. Religiosa. La Catedral Nueva la observa celosa. Frondosa, sombría, muy valorada en las escasas tórridas tardes de los cortos veranos vitorianos. Musical. Verbenera. Venerada por el romántico quiosco de música. ¡Cuántos incipientes amores habrá visto! ¡Cuántos besos robados habrá protegido!
     Histórica. Con  legendarios reyes godos. Inspiradora, musa y modelo de pintores y artistas. Turística, en las inmediaciones le observan algunos hoteles con ojos curiosos de visitante. Apacible. Solitaria y fría, en los días de invierno. Visitada y bulliciosa. Años atrás acogió la pequeña pista de hilo navideña ¡La de caíadas que habrá reído! Andarina. Ofrece bello paseo, cobijo y sombra, hasta Armentia. Si el andarín se gusta de ello, puede hacer alguna parada en los quioscos de helados o cafés. A escasos cuatro pasos, se ofrecía años atrás mercancias diversas en los puestillos de Navidad y hoy en día sólo durante las fiestas patronales del mes de agosto. Política y estudiosa. A un lado, el Parlamento, al otro la biblioteca. Jugosa para los encuentros furtivos de los quinceañeros enamoriscados. Furiosa y desalmada, no siempre buscan sus escondrijos remotos gentes de bien. Aislada, siempre que se desee desaparecer entre los paseos y recónditos rincones. Discotequera y entrañable, para cada vitoriano y foráneo que la deguste en suave paseo. No podía haber mejor enclave para un pueblo como Belén, a tamaño natural, donde no falta estrella guía, puente y riachuelo. Con su rebaño de ovejas, reyes de Oriente, castillo y  feroz y despiadado Herodes. Hasta propicio pesebre, jamás soñado por José y María...
     Entre todo ello, destaca un rincón especial lleno de sosiego. Al amparo del amorcillo aguador que rutilante no cesa de chocar agua, produciendo sonidos muy gratos al oído. En estas fechas, previas al otoño se puede disfrutar del tibio sol de comienzos de septiembre. A la hora bruja, cuando la calma es casi completa, cuando el recogimiento es mayor y espabila la tarde, cuando se escuchan huecos los motores de los coches, y algunos chiquillos perturban, con su llantina quejumbrosa e irritante, el sueño bendito de la siesta. (Los críos siesteros siempre llantan con mala leche cuando el mediodia se aleja). Los veladores de los quioscos de bebidas, acogen a unos pocos ratoncillos de biblioteca (entre ellos suelo encontrarme), con libros todavía de papel   y periódicos con tinta de la que mancha, también se  acomodan otras tecnologías más modernas y cibernéticas, ¡qué le vamos a hacer! Es la hora mágica entre las cuatro y las seis, tiempo de oro de algunos priviligiados que conservamos libre, entre algodones, para disfrutar de la lectura, al amor de un humeante café, una copa o un refresco, en la claridad hinospita del Parque de La Florida.