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lunes, 27 de noviembre de 2017

UN PASEO POR EL RITZ (RELATO CORTO) PRIMERA PARTE

El taxi estacionó con suavidad en la entrada principal del Ritz. Una elegante dama de cierta edad descendió ayudada por el conserje, que en cuanto la reconoció, acudió a abrirle la puerta.
   - ¡Encantado de volverla a tener entre nosotros, señora Ferdinán! ¿Cómo está usted?
   - Más vieja, hijo, más vieja - contestó la aludida.
   - Está usted como una pipiola, cada día más joven.
   - La procesión va por dentro... La ciática me trae por la calle de la amargura.
   - Pues de aspecto está estupenda.
   - ¡Adulador! - la señora sonrió -. Pero he de decirle, que me encanta escuchar sus mentiras.
   Cogidos del brazo, atravesaron el vestíbulo, dirigiéndose con paso lento, pero altivo al mostrador de recepción, donde un joven con semblante ratonil y sonrisa permanente, obsequio de la casa, les esperaba espectante.
   El joven botones se hizo a un lado con el carrito  portador de maletas, mientras el conserje le dejaba en manos del director del hotel.
   - ¡Estimada señora Ferdinán! ¡Qué alegría me da verla! Usted cada día más joven y tan elegante como siempre.
   - Un placer volver, sobre todo por los halagos que recibo.
   - Se lo digo muy en serio, me dan ganas de hacerle proposiciones - dirigió una mirada rápida al recepcionista, que casi se cuadró -. Atienda a la señora Ferdinán, busqué su reserva.
   El joven ratonil buscó con presteza.
   - Celebramos su vuelta, señora Ferdinán. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que se repitan las mismas buenas sensaciones que ha vivido en otras ocasiones en el Ritz - soltó la letanía muy bien aprendida, ante la atenta mirada del director.
   - Volver al Ritz siempre es un placer - aseguró Martina Ferdinán.
   - El placer es nuestro - insistió el joven visiblemente orgulloso -. Mi nombre es Isaac, siempre a su servicio, para lo que guste mandar.

   Una vez en la suite, Martina se despojó del abrigo y de los zapatos. Le oprimían los pies. Penso que tenía que haber comprado los auténticos, aunque valían 720 euros, pero seguro que no resultaban tan  incómodos, Tanto los zapatos como el bolso, eran una buenísima imitación de Hermès. Los adquirió dos años atrás en el Rastro madrileño por la irrisoria cantidad de 15 euros, lote completo. Para uso exclusivo de las visitas al Ritz. En el baño se quitó la peluca, se revolvió el cabello, que recobró algo de volumen, se desmaquilló con sumo cuidado. Se refrescó el rostro. Tardó algo más de media hora en recobrar su aspecto normal, el de una joven de vienticuatro años. Luego se quitó las lentillas marrones, que le otorgaban una mirada apagada, más propia de una setentona. Los suyos eran azules, vivos y fríos. Se echó un par de gotas en cada ojo. Le sonrió al espejo con malicia. Se desnudó con rapidez, doblando cada prenda elegante. Tomó un baño relajante. Comió algunas frutas y bebió dos copas de vino. Paseó la mirada por la suite y calculó un poco por encima que entre la habitación, el baño y el salón doblarían en metros cuadrados a las dimensiones de su destartalada casucha de Malasaña. Pero pronto sería rica, inmensamente rica. Se tumbó en la cama, acarició las sábanas impecables, bordadas a mano, quedándose dormida en pocos minutos.

   Dos horas después, convertida nuevamente en Martina Ferdinán se acercó a la recepción. El joven ratonil y su sempiterna sonrisa, le recibieron. 
   - Voy a encontrarme con un caballero en el Salón del piano - le susurró ella excitada.
   El remilgado recepcionista le respondió con una sonrisa maliciosa.
   Objetivo conseguido. Era el propósito de Martina. Que aquel palurdo pensase que se disponía a un encuentro amoroso. 
                                                                              (CONTINUARA...)