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martes, 31 de julio de 2018

¡QUIERO VERTE... MUERTO!

   - Usted comprenderá que desnucarse sobre una alfombra de perfumados pétalos de rosas rojas no puede entrar en los planes de nadie- Paulino hablaba con tranquilidad, mientras el inspector Alvárez le escuchaba con atención -. Sólo pretendíamos aumentar la pasión, ya sabe... Pero ahora que lo pienso, tal vez estaba en el deseo de Laura.
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   - No sé que le habrá contado mi marido - Laura hablaba mostrándose taciturna -, sea lo que sea, le aseguro que miente. Le voy a explicar cómo sucedió todo...Sé lo que está pensando. Usted cree que miento y sospecho la razón.
   - Cíñase a contar su versión, por favor - Alvárez estaba visiblemente cansado, tenía mal color y unas profundas ojeras se le dibujaban en el rostro.
   - Soy muy joven. Tengo veintitrés años y a usted le parecerá lógico que me haya querido deshacer de mi marido, sólo porque ya ha cumplido sesenta y cinco - Laura continuó hablando, sin hacer caso de la advertencia del inspector. Estaba demasiado pálida y muy quieta -. Usted se está preguntando, ¿por qué una chica tan joven se ha casado con un viejo?
   - Por favor, sólo pretendo oír su versión - rogó Alvárez con tono enfadado.
   - Y ha hallado la respuesta - Laura parecía no escuchar al inspector -: ¡Por dinero! Cierto es que Paulino tiene el riñón bien cubierto, pero le aseguro a usted, que me casé por amor.
   Alvárez cambió de postura varias veces y suspiró profundamente.
   - No se impaciente. Sé que quiere averiguar lo sucedido, pero tengo que remontarme un poco al pasado, al principio de todo - calló un instante, buscando la aprobación del inspector. Este le dio luz verde y ella, satisfecha, continuó -: Al principio fue muy tierno y romántico pero con el paso de los meses, las puestas de sol se convirtieron en aburridos atardeceres. Paulino se enamoró de mi juventud, yo de su solidez y experiencia. Creí que sería el amor eterno pero me equivoqué de pleno.
   El inspector se pasó la mano por el cabello canoso y apretó los labios buscando respuestas, pero mantuvo un silencio rotundo y pesado. Estimaba que los enamorados en general eran cursis y empalagosos y aun más esta pareja tan dispar en edad. En su matrimonio nunca necesitaron cubrir el suelo de la casa de pétalos de flores. ¡Vaya par de melindrosos! Repentinamente abandonó la sala, dejándola con la palabra en la boca.
   - ¡Oíga! ¡No se vaya! Tiene que escucharme ¡Soy inocente! - la joven levantó el tono de voz pero fue inútil.
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   - A Laura le sentaba mal cualquier cosa, aunque no tuviera la regla - lo dijo convencido, como si tenerla fuera motivo imprescindible del mal humor de su esposa. Por ejemplo, me olvidaba con frecuencia de los aniversarios, ya sabe cómo somos los hombres para las fechas - Paulino sonrió al recordarlo.
   - No les basta con el amor - se atrevió a decir el inspector, dándole a entender que su esposa tampoco comprendía esas cosas -. Tenemos muchas cosas en la cabeza.
   - Eso le digo a mi Laura pero ella asegura que las mujeres tienen también muchas cosas en sus cabecitas y que por eso soy machista. Y lo argumenta con rabia y con asco, no vaya usted a pensar. Usted lo ha expresando de maravilla, ellas nunca tienen suficiente, exigen más, cada vez más.
   - Sobre lo sucedido ayer noche... - invitó el inspector deseando terminar con las declaraciones.
   - Pronto me di cuenta que Laura era demasiado joven para mi, me cansaba su sola presencia, su alocada verborrea, su risa interminable. ¿Qué podía hacer? Ella parecía tan enamorada. Lo cierto es, que se esmeraba en hacerme feliz. Hacíamos el amor muy de tarde en tarde, es verdad. Me siento bien físicamente, pero llegó el día que no la soportaba ni en la cama. ¡Figúerese usted!
   - Cíñase a los hechos - rogó el inspector cada vez más cansado de la pareja.
   - Intuí que preparaba algo especial y romántico, pero me hice el tonto. Madrugó el sol y el día se llenó de amor. Ella intentaba poner más amor que yo, eso lo tengo que confesar. Sonreía, me besaba y saltaba de alegría... ¡Qué chiquilla! Comimos sin apenas decirnos nada y cuando regresé al atardecer a casa... ¡Qué sorpresa! Una cosa así era muy de mi Laura. Recorrí el pasillo alfombrado de pétalos rojos, mientras me despojaba lo más rápido que pude de la ropa: los zapatos, los calcetines, la camisa, los pantalones... esto fue lo más complicado. ¿Lo ha hecho alguna vez? Resulta casi imposible quitárselos al tiempo que se intenta avanzar. Esas cosas sólo salen bien en las películas, ¿no cree usted? La suavidad de los pétalos resultó muy gratificante. Me cosquilleaban las plantas de los pies. Llegué a la puerta entreabierta del dormitorio. Allí los pétalos eran rosas y blancos, incluso estaban sobre la cama y acariciaban el cuerpo de Laura. Me esperaba acostada de medio lado, desnuda, sexi, provocativa, bronceada, sonriente y sobre todo, enamorada. Eso un hombre lo nota. Le sonreí con malicia y ella me envió un beso. Extendió los brazos y me susurró: "Amor mío. Ven a mi. Quiero verte..." Juraría que dijo "muerto", pero no lo sé con exactitud porque lo olvidé al instante. ¡Estaba tan radiante y enamorada!. Corrí, pretendiendo saltar sobre ella, creyéndome un pipiolo. Con ella se me olvida la edad. ¡Tiene tanto vigor la juventud!
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