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martes, 18 de septiembre de 2018

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   Posee la belleza serena y transparente de lo eterno; el orgullo de poder presumir de un encanto particular; la vanidad de unos méritos ganados a pulso; la bizarría y el caché de la elegancia discreta; el empaque y el aplomo de saberse enigmáticamente hermosa y el glamour y la mesura de la tranquilidad hecha silencio... Son las calles de la almendra medieval con toda su grandeza.
   Vías acogedoras, prolongadas, angostas, sombrías, a veces un tanto tenebrosas. Casi taciturnas, meditando sobre el discurrir de las horas; vetustas, envolviendo en suave melancolía el paso del tiempo; siglos secretos, encubriendo anónimos vestigios y escondiendo íntimos placeres de lugareños ancestrales y también de los presentes... ¡Lo qué podrían contarnos las calles!
   Son las calles de todos y para todos, las turísticas, las que guardan rincones con historia, las carcomidas por recuerdos, las húmedas y fieles... ¡las callejas de Vitoria!
   La principal, la que está en boca de todos: La CUCHILLERÍA, la Cuchi, con su enjambre de bares y tradición tarbernil, su alegría bullanguera, su cultura del poteo y sus preciados pinchos, acordonada por el Cordón de una casa con abolengo. En tiempos remotos fue conocida como Barrio Cuchillería y Portal de la Cuchillería.
   TXIKITA, corta como su nombre indica, con unas vistas espectaculares al Portalón del final de la Correría, gracias al enclave ofrecido por la Plaza de la Burulleria, con el imponente mural de telares. En el número 14 nació en 1845 Ricardo Becerro de Bengoa. En la actualidad comercios artesanales de cerámica y los vitrales de Mikel Delika. También cuenta con una Etxe Zaharra, rústica, reconocida por el cochinillo y cordero asados en horno de leña. No está mal para ser calleja tan pequeña, ¿eh?
   La ZAPATERÍA, la Zapa para los vitorianos. Para no ser menos, también fue nombrada Barrio Zapatería y Portal de la Zapatería. Maltratada en los 80 y cargando a las espaldas una mala fama inmerecida. Cultural y bohemía, guardiana de los faroles más queridos de Vitoria. Todavía se conserva el local cerrado de la intelectualidad de otras épocas, el "Sagu Alai" y abierto el entrañable "El Abuelo", donde tantas horas eché en mi adolescencia.
   La Pinto, PINTORERÍA, no más querida que las anteriores, a pesar de ser familiar y más mía que ninguna. Con siglos de historia recogidos en el Museo de Arqueología, Bibat. Religiosa, con iglesia y convento desde 1530 y con los amaneceres inundados por los cánticos angelicales de las cinco Dominicas que actualmente lo habitan. Calle señorial donde las haya, con teatro incluido, Ortzai y con una simpática gorda, llamada María, en la primera y última vecindad.
   La Corre, CORRERÍA, antaño también Pellejería, Correjelería, Boterías y Correería, custodiada hasta hace unas décadas por la Policía Nacional, hoy, el edificio alberga el ambulatorio y la Escuela de Música Luis Aramburu, en lo que fue el antiguo Seminario.
   La tranquilidad de LA HERRERÍA, la Herre, calle muermo y silenciosa, con muros góticos del siglo XIV de la iglesia de San Pedro y la antigua entrada a la vivienda  de la torre de Doña Otxanda. ¿Cuántos secretos se esconden en el Palacio de los Álava-Esquivel? Por cuestiones inexplicables de herencia y rarezas de sus dueños este achacoso casón pertenece en la actualidad al Ayuntamiento de Tánger, ¡tócate los cataplines!
   FRAY ZACARÍAS MARTÍNEZ, tan largo el nombre, como solitaria y triste, antes calle del Seminario, discreta y reticente incluso al escándalo y griterío de los chiquillos del colegio del mismo nombre, donde antiguamente estuvo la Escuela de Magisterio. 
   Apocada y con dulce templanza, LAS ESCUELAS, con la actual ikastetxea de Ramón Bajo; los escolares son incapaces de alejarla de su persistente letargo.
   SANTA MARÍA, paciente, recia, seria y recogida, sorprendiéndose del "abierto por obras" de su imponente Catedral de Santa María.
   He dejado para el final la NUEVA DENTRO, llamada así por encontrarse en el interior de las murallas, también reconocida por Judería. No muchos años atrás calle pecaminosa y del desenfreno. Pendenciera, revoltosa, juerguista y parrandera. Antaño con sus mujeres de mal vivir y algunos bares de mala muerte, recogiendo actualmente, sosiego y tranquilidad en locales de poteo juvenil. Mi segunda universidad, la que nunca olvidaré, la que llevo tatuada al corazón, la  más arraigada y de la que presumo con total orgullo.