Vistas de página en total

viernes, 15 de febrero de 2019

EL APRENDIZ DE LUCIFER II PARTE (UNA HISTORIA TRISTE)

   Le desagradaba todo lo referente a los niños. Su vida fue complicada, su niñez un infierno. Su madre, una mujer callada, anodina, llena de desesperanzas y de suspiros lacrados al alma. Vieja prematura e infeliz, los abandonó pronto. Resentida, se enfadó con la vida sin vivirla y se hizo amante de la muerte. Le dejó al cuidado de un padre insatisfecho, más amigo del juego y del vino que de críos. No le regaló jamás un mimo, ni siquiera una leve sonrisa o una temprana caricia pero sintió querencia por demostrarle a golpe de cinturón, quién mandaba en casa.
   Se lamentaba de su mala estrella, de no gozar de los padres adecuados, de no experimentar otras suertes, ésas, que con envidia y desprecio, adivinaba en las vidas de otros niños alejados de su barrio. Todo ello le apresuró al mal carácter, a ser hombre huraño y a maltratar a otros críos cuando la oportunidad se presentaba. Callaba argumentos y hablaba a tortas y patadas porque de algún modo tenía que desnudarse de la rabia y el desconsuelo.
   Cada vez que su padre le marcaba la espalda se juraba que no traería desgraciados al mundo, a ese mundo decapitado de alegrías como el suyo. Ahora repetía patrones, era lo único que le enseñaron, lo único que aprendió: atizar mamporros a los más débiles.
........................................................
   Le acechaba desde que accedió a la trastienda por el patio trasero, aunque enseguida se distrajo con los resultados de fútbol que se escuchaban lejanos en la radio de la tienda. Se acercó al aparato para subir el volumen y cuando volvió a su posición primitiva, Mairu abandonaba el recinto.
   "Maldito chiquillo", se dijo. Era absurdo intentar alcanzarle. A sus cincuenta y cinco años y sus muchos kilos de más, las piernas no le daban para muchas carreras. Ya se presentaría la oportunidad de pillarle. El regocijo sería mayor. Arrear un tortazo cuando no se espera ni se conoce la razón, le resultaba muy placentero.
   No habían transcurrido ni cinco minutos, cuando le llegó nítida y enfadada la voz chillona de la loca Juana. Se asomó al patio. La vieja había cazado al mozalbete. El deleite estaba a punto de cumplirse. Alborozado, encendió un cigarrillo, mascando la satisfacción que pronto experimentaría. Mientras caminaba, bordeando el cuidado parterre, escudriñando tras el seto, meditaba sobre la razón que le movía a maltratar a Mairu. En contra de lo que pensaba la vieja, estaba absolutamente convencido de que los malandrines llegarían lejos y especialmente aquel crío, pues era el más espabilado. Por esa tonta razón se la tenía jurada, porque era el más valiente, el más contestón, el que plantaba cara y el más orgulloso. Cualidades que el tendero no poseía. Para su desesperación, la madre le defendía. En cierta ocasión, le amenazó con denunciarle si volvía a ponerle la mano encima a su retoño, que era maltrato infantil, le dijo. ¡Si él hubiera tenido unos padres dispuestos a defenderle! No había ni color. El barrio de su niñez era un pobre agrupamiento de casuchas amontonadas en callejas embarradas y llenas de basura. El barrio donde crecían los aprendices de Lucifer era residencial. Era otra de las razones que obligaba a los críos a llegar lejos en la vida.
......................................................
   La vieja estaba totalmente chiflada ¡Si ella supiera cómo fue su infancia, lo de los aprendices de Lucifer, se hubiera quedado en un parvulario de Ursulinas! Le caía fatal, como los demás residentes del barrio pero no le quedaba más remedio que hacer de tripas corazón. Todo por mantener abierto el negocio.
   La gamberrada de los chiquillos había enervado a la vieja. El chalandrín se defendía con los ojos arrasados, algunas lágrimas descendían lentamente por su carita redonda. Se sentía avergonzado, igual que el niño Semprón, cuando tras la paliza, su padre le ofendía llamándole cobarde y nenaza.
   En cuando llegó al punto del conflicto, le arreó un sopapo y pasados unos minutos, otro más. Se sintió fuerte. El mocoso le devolvió una mirada valiente.
   ¡Pobre Don Semprón! Pocas cosas le regaló la vida, salvo una existencia miserable y mucha cobardía. Aprendió a soportar y a callarse, a guardarse la rabia y las respuestas, a disimular la irritación, a esconder la inquina malsana que sentía, a robar y a matar... la vida también le enseñó a matar.
   En marzo cumpliría treinta y tres años enmascarando su verdadera identidad y arrastrando la vida de otro. El paso del tiempo había velado los recuerdos. Supervivencia era la palabra más hermosa. Se disculpaba pensando que los daños colaterales, a veces son necesarios. Por una vez, fue inteligente. Mató a un hombre sin sentir remordimientos. Fue una necesidad. Algunas oportunidades llaman a tu puerta solo una vez y él supo aprovecharla. Esa persona le resolvería el futuro. La miseria es mala compañera de camino, nadie que no la haya experimentado, tenía derecho a juzgarle. En caso de ser descubierto, ése sería el argumento: Fue una simple cuestión de supervivencia. Semprón se llamaba el hombre. Lo conoció por casualidad. Contaba unos años más que él y portaba la titularidad de un pequeño comercio y la licencia para la apertura. Nadie le conocía en el lugar, no tenía familia. Era un trotamundos, como él. Se convirtió en su salvoconducto.
   Lo apuñaló por la espalda sin pesadumbre. Como un eco le llegó la voz nítida del padre.  "¡Cobarde!"
   Le arrebató el dinero, la documentación y hasta el nombre. Los documentos del auténtico Semprón le otorgaron una nueva existencia, la misma con la que soñaba desde que pudo albergar recuerdos. Se olvidó de su nombre, del barrio chabolero, del padre egoísta y sobre todo de la miseria.
   Aquella mañana fresca solo el rocío le acompañó en la nueva travesía.
.........................................................
   Cuarto día de secuestro del maldito bicharraco de la vieja. Sonrió divertido, aunque le empezaba a cansar la travesura infantil. Se maldijo una vez más por no contar con la iniciativa de los muchachos. Para él resultó bien difícil mostrar una pizca de imaginación. A cambió contó con la hebilla del cinturón, amenazante y cercana. Detalle suficiente para cortar cualquier tipo de creatividad. Quien quiera que fuese el que realizó la llamada telefónica evidenciaba mucho ingenio.
   "Pedir rescate por el secuestro de un gato ¡Un gato! ¡Manda cojones!", se dijo entre divertido y colérico.
..............................................................
   Atisbó por el ventanuco del pasillo que daba al patio trasero. La mañana estaba fría. Un silencio vago y desvaído envolvía a la soñolienta  urbanización. Le extrañó que el aprendiz de Lucifer anduviese tan madrugador en vacaciones. Marchaba decidido con el sobresalto pintado en el semblante. Circundó el patio. Don Semprón cruzó la casa con rapidez. Con cautela pretendió elevar la persiana del balcón de la fachada principal. Escudriñó la avenida desolada y sigilosa. El criajo avanzaba a paso ligero con un saco de los que regaló las navidades pasadas en la mano. Dirigió la mirada hacía las ventanas y le pareció que sonreía con malicia. "¿Qué tramará el granuja?", se preguntó el tendero. Descendió apresurado, procurando que no crujiesen los peldaños de madera. Descorrió los postigos. Se mantuvo alerta unos segundos. Fuera no se escuchaba ningún sonido. Dio dos vueltas al llavín, con la vaga esperanza de atrapar a Mairu. Abrió después de desconectar la alarma. El saco descansaba a un lado de la puerta. El mozalbete trotaba silbando, despreocupado, embutido en la chamarra. Agarró la bolsa y volvió a encerrarse en el interior de la tienda oscura. Revisó el contenido.
   - ¡Me cago en la leche! - exclamó al descubrir el gato muerto -. ¡Es verdad que esos malandrines te secuestraron!
   - ¡Mire, Don Semprón! ¡Blas ha vuelto a casa! - todavía tenía el saco en la mano, cuando escuchó alegre a la vieja, que abrió la puerta sin ser oída.
   - Me alegro mucho, Doña - respondió desconcertado y sin poder disimular el asombro.
   - Ha sido como un milagro - argumentó la vieja.
   - Perdóneme, pero tengo algo importante que hacer - casi empujó a la vieja, cerró la puerta y bajó de un golpe seco la persiana veneciana.
   "¿Qué hacía el crío con un gato muerto?, reflexionó sobre el asunto. Revisó de nuevo el contenido del saco, como para cerciorarse de que no se trataba de una alucinación. ¡Parecían gemelos!
.....................................................