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lunes, 24 de junio de 2019

MÁXIMA TENSIÓN

      El coche se deslizó con suavidad y sigilo a lo largo de la calleja. Eran algo más de la una de la madrugada. No se escuchaba sonido alguno, esta zona estaba apartada de las calles de discotecas. El vehículo entró en un angosto callejón sin salida. En cuanto lo perdí de vista, volví a mis pensamiento caminando lentamente. La temperatura era agradable y me gustaba disfrutar de la ciudad a altas horas, tenía algo mágico y cautivador. Enseguida escuché unas voces lejanas y el sonido de las puertas de un coche al cerrarse, supuse que era el que había pasado unos tres minutos antes. Percibí pasos precipitados y luego otra vez silencio.
   Los primeros disparos dejaron a oscuras la entrada del  callejón y la calleja, en la dirección que yo llevaba. Sentí un escalofrío y me arrimé a la pared. Esperé un segundo o dos, con el corazón a punto de saltar del cuerpo. No se oía nada más pero me mantuve quieto. Imaginé que sabían donde estaba e intuí que no tardarían en venir en mi búsqueda. Cerré los ojos con fuerza, como si de esta manera pudiera ahuyentarlos. Palpé el móvil en el bolsillo trasero del pantalón pero sin atreverme a sacarlo para llamar a la policía. Pensé que algún vecino con mal dormir, se me adelantaría y que pronto oiría las sirenas salvadoras de la ertzaintza. En los siguientes cinco largos minutos nada de eso ocurrió. Sin embargo, sonaron voces lejanas con acento latino.
   - No tienes escapatoria - tronó una voz masculina -. Estás rodeado.
   Me senté en la acera de golpe y me moví arrastrándome unos metros hacía adelante. No sé qué me impulsó a avanzar hacia la refriega. Me refugié entre los contenedores de plástico y cartón. Me mantuve agachado. Observé la calle, que a cada segundo, parecía más tétrica. Escuché pasos. Uno de los atacantes se adelantó y quedó totalmente al descubierto. La camiseta blanca parecía fosforescente en la negrura de la acera. Desde el otro lado, alguien le respondió con tres disparos y por lo menos uno de ellos, atinó en en el hombro del muchacho.   
   - Creo que le he dado - escuché una voz alborozada, al otro lado de la calle.                                                                                          
   El herido reculó y se parapetó entre dos coches aparcados. Solo sus gemidos prolongados rompían el mutismo de la noche. Mientras tanto, sus secuaces respondieron con nuevas ráfagas. Después se hizo el silencio.
   Asustado, intenté mimetizarme al contenedor de cartón sin atreverme a realizar el más mínimo movimiento. Mi pavor crecía por momentos. De pronto una idea acudió a mi mente y a pesar de considerarme un tipo valiente, comencé a llorar como un chiquillo. Tal vez alguno de los agresores, diese una vuelta a la manzana, intuyendo que había alguien en los alrededores. Si me sorprendían, estaría perdido.
    - ¡Ríndete Farucho! - la voz irrumpió tan de repente y tan cercana, que dí un respingo y mi cabeza embistió con fuerza en el lateral del contenedor -. Si te entregas ahora, olvidaremos el incidente y no tomaremos represalias.
   -¡Farucho, majete. Ríndete de una vez! - me dieron ganas de añadir y maldije mi perra suerte. ¿Quién me mandaba dar un rodeo para disfrutar de la cálida nocturnidad?
   A continuación unos pasos certeros se aproximaban a mi. Me encogí un poco más. De refilón vi a un hombretón que pasó corriendo por la acera, armado con un rifle y que afortunadamente no se percató de mi presencia. El fulano se apostó en la esquina e hizo algunos gestos, indicando posiciones a sus compinches.
   Encogí las piernas y lentamente me di la vuelta para asomar un poco la cabeza. A un lado, atrincherados entre los vehículos aparcados, tres tipos recargaban sus armas. Instantes después dispararon al unísono. Recorrieron de espaldas un trecho. Se acercaron hacía mi por la otra acera. ¿Qué sería de mi si decidían refugiarse entre los contenedores de la otra acera, donde me encontraba apostado? Rechacé la idea y traté de mantener la calma.  Ahora resultaba que el rodeado era yo, el único testigo.
   Una piedra voló sobre mi cabeza y fue a parar a los pies de uno de los delincuentes que se refugiaban en la otra acera.
   Inmediatamente un disparo fue a incrustarse en el contenedor donde estaba apoyado y acto seguido, un segundo tiro debió alcanzar de lleno al tipo que custodiaba la esquina de la acera donde yo permanecía petrificado. Intuí que había sido así porque el tío dio un aullido estremecedor y hubo un ruido sordo, como el que hace un bulto grande al caer.
   - ¡Le he dado de lleno! - celebró alguien del bando rival y las risas estallaron -. Ha caído, creo que muerto y una mancha de sangre invade la acera.
   Pensé que podía haberse ahorrado los detalles. Los muchachos se acercaron a mi posición, sin dejar de disparar. Desde el otro lado, les respondieron de igual manera. Pasaron a mi altura sin dirigirme una mirada.
   Los del otro bando corrían por mi acera, deduje que para recoger a su hombre. Bordeé el contenedor y me quedé de cara a la  calzada, rogando que no hubiera nadie enfrente. Paralizado pensé de nuevo, dónde coño estaba la ertzaintza o el Séptimo de Caballería, llegado a este punto, me daba igual quién apareciera.
   No se cuanto tiempo estuve literalmente empotrado al contenedor azul pero me pareció una vida. El silencio volvía a ser pesado y atronador. Cuando por fin decidí volver a la acera, no había ni rastro de los pistoleros, sólo una mancha negruzca teñía el pavimento. A lo lejos sonaron las primeras sirenas. Siempre llegan tarde pero me sentí reconfortado...
   Abandoné el lugar antes de que llegarán las patrullas, no estaba dispuesto a hacer declaraciones...

   Apagué el ordenador. No estaba mal aquel nuevo juego futurista. Ponía los pelos de punta y la sangre bombeaba con frenesí. Te hacía sentir como un actor más, no solo fui un mero espectador, sino que me pude involucrar en la trama. Para ser la primera vez, estuve sembrado. Me moví de tal modo, que ninguno de los delincuentes advirtió mi presencia.