Lo primero que contempló Julia al abrir los ojos fue la cara de otana de Valverde. Le sonreía con preocupación, mientras le sostenía la cabeza con ternura. Por primera vez observó el reflejo de su mirada sincera, viva, equilibrada e intranquila. Sobre el ensortijado cabello del conserje divisó el azul pálido y los dibujos geométricos de la moldura del techo del vestíbulo del HANDIKO. La decoración no dejaba de moverse. Cerró los ojos con fuerza. Sintió la mano cálida de Valverde, propinándole palmaditas suaves en el rostro lívido.
- ¿Qué ha pasado? - parpadeó un par de veces, sonriendo al hombre con gratitud.
- ¡Menudo golpe, Julita! - terció el aludido todavía agachado y sujetándole la cabeza -. Nos has dado un susto de muerte.
- ¿Qué ha pasado? - repitió la limpiadora con un tembloroso hilo de voz.
Valverde apoyó los labios en la frente de Julia. Ésta, perpleja se dejó besar y si las fuerzas y el ánimo hubieran estado de su lado, le
hubiera correspondido con un morreo intenso. No se hubiera tratado solo de agradecimiento. A pesar de no encontrarse muy bien, intuyó un cambio radical en la actitud del conserje. Una luz especial emanaba de sus ojos. O algo así intuyó ella.
- ¿Qué tal te encuentras, cariño?
Desvió la mirada para toparse con la dulce sonrisa y la acariciadora voz de Rita.
Unos pasos presurosos irrumpieron en el hall. Los compañeros de Julia se incorporaron y dos sanitarios de la DYA ocuparon su lugar.
- ¿Cómo te llamas? - preguntó uno de ellos.
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Parcialmente restablecida, tomaba una manzanilla en la cafetería HANDIKO. Rita le acariciaba la espalda con suavidad, mientras Valverde, frente a ambas, le cogía de la mano.
Aunque la tormenta había pasado, continuaba lloviendo con intensidad. Julia descubrió que le dolía la muela que no tenía. Recordó que el dentista había insistido en que se tomará un analgésico en cuanto notara la menor molestia. Rebuscó en el bolso la caja de Nolotil que había comprado en la farmacia de camino al trabajo.
Se sintió mejor en cuanto la tragó con un sorbo de líquido caliente. Un segundo después, tosió con fuerza, debido a un involuntario atragantamiento por lo que vio de soslayo y la palidez se dibujó en su rostro. De reojo divisó al robusto hombre que había provocado su caída. Entraba en la cafetería con paso decidido. Trató de gritar pero el sonido se le paralizó en la garganta.
- ¿Vas a cerrar? - preguntó apoyado en el quicio de la entrada.
- No señor - Rita abandonó la mesa y volvió a su trabajo.
- Pretende deshacerse de mi - ante la perplejidad del portero, añadió en un arrebato de desesperación -: ¡Ayúdame!
- ¿Qué tontería es esa? - interrogó Valverde mostrando su mejor sonrisa. Ni en sus mejores fantasías hubiera imaginado el repentino interés de Julia -. Rita es tu mejor amiga.
- No me refiero a Rita. Ese tipo, el que ha entrado es el que quiere matarme.
- ¡Cariño! La caída te ha trastornado un poco - tras una breve pausa y después de observar al fulano, agregó -: ¿Le conoces? Yo no le he visto en la vida.
- Tampoco yo hasta esta tarde - Julia le relató los acontecimientos vividos desde que llegó al trabajo y hasta la caída por las escaleras.
Valverde examinó a su amiga sin comprender. De vez en cuando desviaba la mirada hacia el tipo con aspecto de jugador de rugby. Julia temblaba como una hoja. Sintió un escalofrío y se encogió rodeándose el cuerpo con los brazos. El conserje abandonó la silla, para ocupar la que dejó libre Rita. Reconfortó a la muchacha con un abrazo cálido.
- Tiene pinta de gorila pero parece inofensivo- le susurró al oído.
- Quiere liquidarme, esa fue la expresión que utilizó - Julia trató de ser convincente.
- ¡Qué cosas se te ocurren!
- ¡Tienes que creerme! - rogó con desesperación -. Te lo he contado tal como sucedió.
Valverde volvió a observar al hombrón, que sin prestar atención a otra cosa que al bocadillo de bonito y a la chopera, parecía ajeno a ellos dos. Entre bocado y bocado, manipulaba el móvil con torpeza. Desde el otro extremo de la barra, Rita se inclinaba sobre el suyo, manejándolo con mayor soltura. Valverde frunció el ceño, contempló el hecho desde otra perspectiva. Se le antojaba extraño y curioso que Rita no hubiera vuelto a la mesa para consolar a su amiga. Tal vez sospechaba las intenciones del conserje, aunque él tenía la certeza de haber obrado siempre con la máxima discreción. ¿Qué le gustó Julia desde el primer momento que la vio? Rotundamente si. ¿Qué la amaba en silencio? También era afirmativa la respuesta. ¿Qué estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella? ¡Si! ¿Qué nadie conocía sus verdaderos sentimientos? Apostaría el cuello a que así era.
- Los contratiempos me dan hambre. ¿Qué haremos ahora? - escribió Burt apostado en la banqueta.
- Todo sigue según lo previsto - respondió Bert, con su acostumbrada frialdad.
- Que me viera el conserje no estaba en nuestros planes y la mosquita muerta nos puede traer problemas.
- ¿Te das cuenta que hace poco tiempo te daba lástima quitarla de en medio? ¡No sé cómo Bart pudo confiar en ti!
- Me necesitáis para llevar a cabo el plan - terció Burt enfadado y harto de la frialdad de su compinche.
Hubo un silencio incómodo, aunque ambos se mantuvieron en línea.
- No te preocupes por el conserje, es un pobre imbécil. Se ha pasado media vida en el trullo. Te aseguro que no quiere problemas. Además, si algo sale mal, le cargaremos el muerto y quién crees qué iba a creer a un ex convicto.
- Creo que no le quitará ojo a la limpiadora. Nos lo tendremos que cargar también a él.
- ¡Lástima que no se golpeó con una esquina al rodar por las escaleras! Nos hubiera resuelto parte del trabajo.
- Creo que deberíamos dejarlo de momento. Tal vez de aquí a dos semanas se olvide el incidente.
- ¿Te estás acojonando? ¡Tío, eres un puto muermo!
- No hay quién se acerque a ella, por lo menos en unos días el maldito portero estará al acecho.
- Dejámelo a mi. ¡No vales para nada! ¡Maldita sea la hora que Bart confió en ti!
- ¿Te vas a encargar de los dos?
- Haré tu trabajo, ya que te muestras tan remilgado y también me encargaré del conserje. Esta noche quedan los dos fuera de combate, te lo garantizo.
Valverde tuvo un pálpito. Fue en una milésima de segundo. Comprendió de pronto que algo no marchaba bien. Una lucecita roja de alarma se le encendió en el cerebro.
- ¡Vamos! - sujetó a Julia por el brazo y le obligó a levantarse. Fue una orden más que una invitación.
- Esperaré a Rita - Julia se sentía cansada, pero le apetecía charlar un poco con su amiga, olvidarse del tema, reírse a carcajadas y analizar el significado del beso que Valverde le dio en la frente.
- ¡No! - protestó el hombre seriamente. Utilizó toda su fuerza bruta y la arrancó de la mesa a trompicones.
- ¡No me iré contigo! - Julia levantó la voz.
- Hace un momento implorabas mi ayuda. ¿Te has olvidado de ello, me quieres volver loco o estás de atar?
- ¡Me quedo! - trató de sonar convincente.
- O vienes por las buenas o te llevo a rastras, pero nos vamos los dos ahora mismo - el semblante del portero asustó a la chica. Le apretaba con tanta fuerza el antebrazo que Julia sintió un profundo dolor.
- ¿Ya os vais? - Rita flanqueaba la puerta ante la pareja, impidiéndoles la salida.
Julia observó con detenimiento a la camarera.
- Te llamo luego - aseguró antes de abandonar el local, acompañada por el conserje, que continuaba torturándole el brazo.
Enfilaron la calle San Francisco, sorteando a los jóvenes viandantes que vociferaban en las puertas de los bares. Julia se fijó que el termómetro de la farmacia de Puente marcaba 23º. De vez en cuando su acompañante volvía la vista atrás.
- ¡Suéltame! - imploró la muchacha -. Me haces daño.
- Nos sigue tu amigo el energúmeno. Me ha parecido entenderte que pretende borrarte del mapa - su respuesta estaba cargada de sarcasmo y se detuvo repentinamente -. ¿Te apetece seguir sola?
Incrédula, volvió la vista. La cabeza del hombre sobresalía entre la gente a poca distancia.
- ¡Vamos! - ordenó agobiada.
Avanzaron velozmente por los Arquillos, pegados a la barandilla. Desde arriba, Valverde divisó al gigante, que había encontrado parapeto en el gentío aglomerado en la puerta del Toloño.
- ¡Corre! - instó Valverde.
Minutos después entraban en un portal del principio de la Correría sin rastro de su perseguidor.
La vivienda del conserje era un cuchitril viejo con olor a humedad y tabaco. Destartalado y con un solo ventanuco que daba a un patio estrecho.
- Como es un bajo, es muy oscuro pero de aquí a unos meses, mejorará mi situación - sonrió guiñando un ojo.
Julia paseó la mirada alrededor. Se componía de una sola estancia que hacía las veces de dormitorio, sala y cocina. Una puerta abierta dejaba ver un aseo minúsculo con un plato de ducha y una taza de váter.
- Tengo que hacer pis - dijo nerviosa -. ¿Por qué no tienes lavabo?
- El dueño me dio a elegir entre lavabo o ducha.
- ¿Pagas mucho por esto?
- No pago nada. Es de un amigo, el señor Marty. Le voy a telefonear. Él podrá ayudarte - dijo sonriendo convencido de lo que decía.
- ¿El señor Marty no es el millonario dueño del HANDIKO? - preguntó sorprendida.
- El mismo.
- Y..., ¿es amigo tuyo?
- Es mi único amigo y lo conocí en el trullo - respondió orgulloso con un cuchillo en la mano -. ¿Te apetece tortilla de patata para cenar? Me salen cojonudas.
Julia siguió con la vista la mano en la que el cuchillo se movía lentamente hacia ella. Valverde acarició la mejilla de la muchacha con la hoja fría del filo.
- ¡Co-jo-nu-das! - musitó y le mordisqueó la oreja. Seguidamente, sin apartar la hoja cortante, entreabrió los labios e introdujo la lengua en la boca de la limpiadora.
Julia notó una punzada de dolor en el hueco de la muela y pese a que acababa de usar el aseo, notó como se mojaban sus pantalones.