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lunes, 14 de diciembre de 2020

LA BOLSA

 Garazi tembló de pies a cabeza cuando la puerta de la taberna que atendía se entornó. El mes de enero enfriaba las noches y las envolvía en una gélida niebla de desamparo. No había parado de nevar en todo el día. En las pocas ocasiones que la puerta se abrió, el frío se coló como un intruso que portase muerte a sus espaldas. En aquellos instantes, en un canal de noticias, se anunciaba nieve a menos de trescientos metros para las próximas cuarenta y ocho horas, temperaturas diurnas por debajo de cero grados y fuertes heladas nocturnas. Se estremeció cuando vio reaparecer al joven de nuevo.
  - ¿Has recogido una bolsa de deportes? - preguntó, mostrando una sonrisa inocente y persuasiva -. La dejé olvidada bajo una de estas mesas.
  La camarera apoyó el cuerpo en el mostrador retorciéndose las manos. Rehusó los ojos oscuros del joven y negó con la cabeza, sintiéndose incapaz de responder.
  - ¿No? - inquirió desconfiado -. Es una bolsa negra, bastante grande.
  - No la he visto. Lo siento - se atrevió a declarar, permaneciendo en tensión.
  - No te creo - el tono lacónico y tranquilo del tipo, hizo que aumentara el pánico de Garazi.
  - Tal vez algún cliente... - notó que la voz le temblaba -. Las bolsas de deportes suelen ser parecidas.
 - ¡Oye guapa! No tengo tiempo que perder. Necesito la bolsa ahora mismo. Así que mueve tu culito y devuélvemela - el joven pareció desprenderse de la inocencia y la simpatía que esgrimió al regresar a la taberna y toda su persona se transformó en agresividad.
  - Es que no he visto tu bolsa, de verdad - al levantar la vista, sus ojos se encontraron con los del joven, que repentinamente se convirtió en un hombre mucho más viejo -. Por un momento, pensé que habías vuelto por mí - aseguró melosa.
  - ¡No, rica! He vuelto porque he perdido mi bolsa con... - titubeó unos instantes - con mis cosas. Llevo documentos muy importantes. No puedo perder el tiempo en tonterías pero tengo el presentimiento de que tú sabes dónde está - hizo un gesto de suficiencia, recalcando las últimas palabras.
  Antes de que contestara, se abrió de nuevo la puerta, dando paso a dos vecinos.
  - ¡Menuda nochecita! Garazi, guapa, dos cortados - solicitó uno de ellos sin detenerse a mirar al joven.
  La camarera se contoneó a lo largo de la barra. El joven se alejó de los clientes y se sentó en un taburete. Ojeó el Marca. En el bar había otros tres parroquianos más que jugaban al dominó en una mesa al fondo del local. La camarera sirvió los cafés y los cobró. Después de veinte minutos, los  vecinos, que mantenían alguna discrepancia sobre el último partido de fútbol, abandonaron la taberna, deseando buenas noches a la camarera.
  - No sé nada de tu bolsa, en serio - repitió la muchacha acercándose al joven -.  Creo recordar que  cuanto tú entraste, los juveniles del equipo de fútbol merendaban unas tortillas. Lo hacen todos los martes, después del entrenamiento. El campo está ahí enfrente...
  - Me importa una mierda cuándo o dónde jueguen esos putos mocosos - estalló recordando al grupo de chavales vociferando cerca de él.
 - Quiero decir que también llevaban  bolsas de deporte. Si te sentaste en... ¿Has dicho esa mesa? - señaló la más cercana a la barra -.  Creo recordar que ellos ocuparon la siguiente. Seguro que alguno se confundió y mañana te la devolverán.
  - No puede ser. Si la hubieran cambiado, aquí estaría la bolsa del chaval, ¿no crees? Pero no hay ninguna.
 - No hay ninguna - repitió Garazi sin argumentos, intentando inventar algo convincente.
 - Creo que no me estás diciendo la verdad. Tú has recogido mi bolsa. Te aconsejó que me la devuelvas inmediatamente. De lo contrario, me cabrearé y cuando me cabreo pasan cosas muy malas - el joven habló tranquilo pero sonriendo siniestramente -. ¿Entiendes Garazi o necesitas más explicación?
  - No se nada de tu bolsa. Lo siento. Tal vez alguno de los chicos, pensó que la bolsa, es decir la tuya, era de alguno de sus compañeros y se llevó la suya y la tuya. Esas cosas pasan con frecuencia. Mañana te lo devolverán. No te preocupes, la gente de aquí es legal.
  - Necesito la puta bolsa...  ¡Ahora! - elevó el tono -. Y ahora no es mañana.
  Los que jugaban al dominó le dirigieron miradas curiosas pero seguidamente se concentraron en la partida.
 - No eres de por aquí - más que una pregunta fue una afirmación. Trató de ganar tiempo.
  - No me moveré hasta que no recupere mi bolsa - exclamó excitado.
  - ¿Cómo te la voy a devolver si no la tengo?
 - Éste parece un pueblo tranquilo. Seguro que os conocéis todos.
 - Así es. Personalmente conozco a los 130 habitantes del pueblo... menos a ti - observó al tipo mirándole fijamente a los ojos, por primera vez -. También a mi me conocen todos.
  - Pues empieza a contactar con todos los del equipo. Mi bolsa debe aparecer ipso facto.
  - Primero tengo que cerrar. Ya es hora - dijo la chica haciendo un mohín de desagrado.
 - ¿Con esos dentro? - preguntó irónico señalando a los del dominó.
  - Se van alrededor de las once, faltan diez minutos - aseguró echando una ojeada al reloj de pared.
  - ¿Qué hay de mi bolsa?
  - Por las mañanas abro a las diez. El que se la haya llevado, la devolverá a primera hora. Te lo garantizo. Te he dicho antes que los de aquí somos de ley y es verdad.
 - No puedo esperar a mañana.
  - De acuerdo. Llamaré a uno y que vayan formando una cadena. Será cuestión de una hora, a lo sumo - se fue hacia la cocina.
  - ¿Dónde coño vas?               - Pues mira, ya que lo preguntas, voy dónde me da la gana. ¿Te tengo que pedir permiso para moverme en mi taberna? Voy a coger unas monedas sueltas - se decidió a aclarar -. ¿Ves el teléfono de monedas al otro lado de la barra? Increíble, ¿verdad? Pues ya ves, todavía lo usamos en este pueblo. Hay mucha gente mayor que no se aclara con los móviles. 
  - No me creo una palabra. Te acompaño - asió a la camarera fuertemente del brazo desde el otro lado de la barra.
  - ¿Quién te crees que eres? Me importa un bledo que te lo creas o no. Voy a entrar sola en mi cocina -  aseguró elevando la voz -. Soy inofensiva, confía en mí. 
  - Utiliza el móvil. ¿O es que tú también tienes problemas con la tecnología? 
  - Las llamadas de trabajo, las hago desde el teléfono del bar.
  - Perdona. Mañana temprano tengo que estar en Vitoria. Tengo que coger un avión - se disculpó -. Estoy algo nervioso.
 - Llegarás a tiempo. La distancia es mínima. En veinte minutos estás en Vitoria, tirando por lo alto. No seas agonías. Tardaré solo unos minutos.
  Se sumergió en la cocina. Del interior de un armario, sacó la bolsa negra de deporte. En cuanto se dio cuenta de que el joven la había olvidado, salió a la calle, pero al no encontrarlo, la llevó a la cocina. La curiosidad siempre fue debilidad en Garazi. Pesaba demasiado. Al abrirla descubrió que estaba repleta de billetes de cien y doscientos euros. Sobre los fajos descansaba una caja pequeña. En un lateral se leía WALTHER, cosa que no le sacó de dudas. Abrió la caja y ante ella apareció una pistola pequeña y  lo que supuso que sería un silenciador. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Asustada, escondió la bolsa y salió a la barra, aparentando tranquilidad. Pensó en qué hacer. Ni se planteó el hecho de que el tipo volviese a por ella pero minutos después volvió el joven reclamándola.
  De nuevo tenía ante sí la bolsa abierta, los fajos a la vista, la pistola fría, invitándole a usarla. Ni siquiera pensó en que estuviera cargada, lo dio por hecho.
  Los jugadores de dominó se despidieron y abandonaron la taberna. Se sintió enferma, desolada.
  "Tranquila, Garazi. Por fin ha llegado tu oportunidad", se dijo, intentando no perder la calma.
  Desde su posición veía al joven de perfil. Disparó sin pensar. Apuntó a la cabeza pero atinó en el hombro. 
  El muchacho trastabilló, le miró desquiciado. Garazi, salió de la cocina. A escasos centímetros volvió a disparar, dos, tres, cuatro veces más. La mayoría rozaron el mobiliario,  uno de los disparos, astilló el marco de la puerta  pero otro  reventó el pómulo derecho del joven.
  Limpió las huellas de la pistola sin prisa. Observó que el joven se desangraba lentamente. Recogió sus cosas personales y la bolsa de deporte.  Descerrajó la cerradura de la puerta, que dejó entornada y la de la persiana, que no la bajó al completo. Parecería un robo de varios asaltantes. En realidad, nadie conocía a Garazi en el pueblo. Dejó sobre la encimera mil euros, pensando que sería suficiente para que Esther asumiese los gastos por los desperfectos. Consideraba que le había hecho un gran favor y no era cosa de que saliera perjudicada. Recaló por allí dos semanas atrás, necesitaba trabajo. Huía de su pareja, de su familia, de las obligaciones, del aburrimiento, del trabajo precario y sobre todo, huía de la soledad. Conoció a Esther,  la dueña, en un viaje a Estambul dos años antes. Habían mantenido una escasa relación a través de whatsapp. Esther partía de vacaciones y le ofreció la oportunidad de trabajar durante las tres semanas que se cogía libres. Si le gustaba, a la vuelta, hablarían de un contrato en regla. Había pasado diez días al frente de la taberna y hubiera firmado un contrato de por vida.                         
  Dirigió una última mirada a la taberna antes de pasar  por encima del fulano, al que parecía quedarle poca vida. En el exterior aspiró profundamente el aire frío y se despidió de la nieve y de su oscuro pasado. Descendió la empedrada cuesta dejando atrás todo lo desagradable de su vida. Olvidaría para siempre el frío que se le colaba hasta los huesos, la oscuridad del invierno y los sabañones.
  Con el dinero de la bolsa en su poder jamás regresaría.
............
   Z, como fue apodado por A y B, los dos hombres con los que contactó para realizar "un trabajo fácil y muy bien remunerado", según palabras textuales, en el único encuentro que realizaron, se regodeó en su suerte. De no ser porque la situación requería una cierta seriedad y porque no conocía de nada a aquellos tipos, se hubiera puesto a dar saltos de alegría. Aquel trabajo parecía sencillo y él por dinero era capaz de hacer cualquier cosa. No era la primera vez que mataba. "No encontrarán mejor sicario que yo", se pavoneó ante A y B. Le mostraron una fotografía en la que aparecía un hombre de unos cuarenta años muy bien vestido. Le dieron las instrucciones pertinentes. Hablaban despacio, con la clara intención de que se grabase a fuego cada detalle en la memoria: El día a día del fulano. Las horas exactas de sus entradas y salidas de casa, de la empresa, de las visitas a las hijas, de cuándo comía, dónde y con quién dormía, qué le gustaba beber o cómo se divertía. Toda una vida filtrándose en su cabeza en escasos segundos. 
  Le parecía mentirá que solo por cargarse a un fulano, del cual acababa de enterarse de su existencia, le pagasen tan espléndidamente: ¡un millón de euros! Solo por un tiro limpio en la cabeza. Incluso le proporcionaron la pistola y el silenciador. También la munición de 9mm Parabellum. Además pagaban por adelantado.
 Aunque le repitieron una y mil veces que debía deshacerse del arma, una vez cumplida la misión, no pudo hacerlo. Reconocía haberse comportado como un principiante. Era tan brillante que le fue imposible tirarla a las aguas del río, tal como le ordenaron que hiciera. Ahora, cuando poco a poco se desangraba, se lamentaba por ello. Le facilitaron la dirección donde estaba el tipo. Era un chalé de dos plantas con la fachada gris, con una gran terraza en el segundo piso y un zaguán que quitaba la respiración. Se dio un garbeo alrededor de la casa, aunque esto no entraba dentro de los planes. ¿Qué más daba unos minutos más o menos? Tal vez podía copiar algunas ideas del jardín para el casoplón que se construiría con el dinero. Tal como le dijeron, no tendría problemas para acceder al interior por la puerta trasera, pues encontraría una llave, bajo la maceta de la derecha. Un perfume dulzón le franqueó la entrada a la oscuridad. Supo que se trataba de los caros. Todo allí era soberbiamente caro. Se percibía hasta en las sombras. Subió la escalera. Escuchó un murmullo, más bien un jadeo. La pistola le pareció más fría que nunca. Abrió la puerta despacio. Le pareció que la muchacha sonreía, pero luego se dio cuenta de que era una mueca de terror. Los ojos se le agrandaron. El sonrió bajo el pasamontañas. Le ponían las mujeres que se asustaban. Casi tuvo un orgasmo. Al tipo no le dio tiempo a nada. En el momento en que se iba a dar la vuelta en la cama, el disparo le cortó el aliento. Un pequeño orificio de un rojo intenso, como si fuera un chakra, se le incrustó en el centro de la frente. El tirador ni siquiera se fijó  hacia donde cayó el cuerpo del fulano. La chica saltó de la cama, gritó con toda su fuerza. Todavía le oía cuando el asesino huyó en el todoterreno abandonando el lugar.
 Unos doce kilómetros adelante paró el motor. Desmontó el arma, la limpió y la depositó en la caja, ocultándola en la bolsa, junto al dinero. 
  Se sintió orgulloso del trabajo impecable pero  cometió el error de parar en ese maldito pueblacho, del cual no recordaba ni el nombre. ¿Qué le movió a detenerse? ¿Fue la luz de la taberna o tal vez la necesidad de relajarse tomando una copa para resarcirse del logro? De poco le serviría a partir de ahora el caudal de suerte acumulada desde que le encargaron el trabajo.
 Paulatinamente se fue debilitando. Cerró los ojos, mientras la imagen del jardín de la víctima se desdibujaba lentamente. Poco después su  mente se llenó de completa oscuridad.


martes, 10 de noviembre de 2020

SOSEGADA

       Sosegada, mantenía la mirada sosegada. En las últimas semanas, experimentó un empeoramiento apreciable a simple vista. Ella, que tantas veces manifestó que la vida era un devenir entre incontables alegrías y algunos llantos, permanecía inerte, mientras que sus pequeños ojos dejaban escapar lágrimas de dolor. Ella, que aseguraba que para vivir la vida a tope, tan solo era preciso sonreír de continuo, ahora se arrastraba en un rictus sombrío, próximo a una mueca de dolor persistente. Ausente subsistía su sonrisa suave.

   Sosegada, observaba el movimiento callejero. Los ojos imperturbables, no se fijaban en nada. Remotas las ideas que se negaban a navegar por su mente.

  Sosegada, se dejaba experimentar inútilmente, entregando el cuerpo macilento, ese mismo que antaño fue vigoroso, activo y vivo, sobre todo vivo.

   Resignada, esperaba la llegada del futuro incierto, que abarcaba únicamente al minuto siguiente, a la próxima tarde oscura, a la noche eterna, al sueño perpetuo, sin albergar la esperanza de que pudiera acontecer algo extraordinario.

   Suspiraba de tanto en tanto, sumisa, casi plácida, susurrando oraciones, las que aprendió siendo niña y a cuyas letanías se aferraba, asegurándose la salvación divina. A veces, dirigía la mirada trémula a los rostros compañeros y opacos y en silencio agradecía su paciencia infinita.

      Sosegada fue su última mirada.

      Inapreciable percibieron su último suspiro.

  Irreconocible, su último guiño de pasiva esperanza.

     Sosegada, emprendió el último viaje.

    Increíblemente fuerte resultó su último apretón de manos.

    Sorprendentes, sus últimas palabras: gratitud a manos llenas.

  En un arranque solidario, por otorgarle el don de la partida digna, suplicaron al hacedor de la vida que desconectase su último aliento de energía. 

  Aunque le faltaban fuerzas para partir en soledad, se fue en paz. Después, solo el roce de la muerte, la tibieza  de la ingrata despedida y la calma de verla marchar con la dignidad de una reina.  


   DEDICADO A TODOS LOS QUE HEMOS PERDIDO A SERES QUERIDOS.                                                 

martes, 13 de octubre de 2020

A FAVOR DEL 13

     Con no poco resentimiento y cierta maledicencia, existe a nivel  mundial una agobiante y maldita persecución del 13. Éste pobre número, avocado al desastre perpetuo, cuenta con una historia intrínseca, demoledora y catastrófica. Intentaré mostrar su buena cara, así como su bondadosa naturaleza.

  El viernes 13 presagia desde tiempos remotos mal augurio entre los occidentales, actualmente esa mala suerte ronronea por todo el mundo. El martes 13 también tiene muy mala prensa. Por ser Marte el dios romano de la guerra, se dice, se cuenta, se rumorea, que era martes y 13 cuando se produjo la confusión de lenguas en Babel. Parece ser que los días 13 poseen fuerte energía, pues antaño las hechiceras se reunían con el fin de usar la energía a su favor.

  También se dice del 13 que es un número sagrado y que las personas nacidas en día 13 poseen la capacidad de cambiar algunos aspectos de su vida con más facilidad que los nacidos en otras fechas y que estos cambios son más positivos que negativos. ¡Menos mal que el 13 posee algo enriquecedor!

   En muchos hoteles de todo el mundo se niegan a nominar el piso 13 como tal, designándolo doce más uno. ¡Cómo si la fatalidad o la dicha fueran tontas! ¿Quién se cree que con solo omitir el nombre del maléfico numerito el augurio va a resultar positivo? El  piso 13 o la habitación 13 pueden tener todos los hados a favor o en contra toda la hechicería mundial, lo denominen como se les antoje a los supersticiosos de turno, que  pueden reventarse los bolsillos, portando patas de conejo, tréboles de cuatro hojas, herraduras, elefantes con la trompa hacia arriba o cristales. (Alguno de estos me llevo, por aquello de que habelas, hailas)  

  Pero lo cierto es que existen infinidad de motivos para ensalzar al 13, a saber:

  El 13 de enero de 1969, los Beatles lanzaron su "yellow Submarine", siendo por añadidura el color amarillo de mal presagio para los que se dedican al artisteo.

  El 13 de marzo de 1781, un tal William Herschel, descubre Urano, favor que les hizo a los estudiosos del zodiaco y su relación con los planetas.

  El 13 de mayo de 1888 se prohibió la esclavitud en Brasil.

 El 13 de agosto de 3114 a.C, da comienzo el calendario maya (el horóscopo maya es una maravilla); ¿Sería de verdad un 13 de agosto?

 También un 13 de agosto pero de 1899, nació Alfred Hitchoock para fortuna de todos los amantes del cine de suspense, entre las que me encuentro. Además debutó como director con una película cuyo título fue "Número 13". Este estreno estuvo gafado desde el principio y pasó sin pena ni gloria. Una de cal y otra de arena.

 El 13 de octubre de 1582, el papa Gregorio XIII, decretó el calendario gregoriano en sustitución del juliano. El juliano tenían algún minuto más cada año, que se iba acumulando con el paso del tiempo.

 Un martes 13 de 1900, Reino Unido y Francia, limitan la jornada laboral a once horas y en España, en la misma fecha, las Cortes Generales, regularon el trabajo de mujeres y niños.

  Un martes 13 de 1938 en España se crea la ONCE.

  Un martes 13 de 1983, en Argentina, Raúl Alfonsín, anuncia el decreto por el cual se procesa a los militares de la dictadura.

 En 1930, también en día 13 nació el ratón más famoso del mundo: Mickey Mousse.

  Creo   que tanto 13 bueno merece un sincero reconocimiento y un gran aplauso.

  Martes y Trece, abreviatura de Josema Yuste, Millán Salcedo y Fernando Conde, nos impusieron el decretazo de la carcajada hasta el desternillamiento a cuenta de Encarna de Mostoles y la empanadilla.

  El miedo al 13 tiene nombre y da miedo pronunciarlo, por el atragantamiento que se puede sufrir y el ahogo posterior, de lo largo que es. ¡Ahí va!: Triscaidecafobia. También tiene nombre el miedo al viernes 13, ¡cómo no! Parascevedecatriafobia. ¿Cómo te quedas? Lo dicho, contento si no te has hecho un nudo con la lengua.

  Los expertos aseguran que el pavor incontrolado al 13 tiene un significado religioso (la religión siempre dando por el saco). No en vano, 13 fueron los invitados de la Última Cena, siendo el invitado número 13 Judas, también llamado el traidor. Jesucristo fue crucificado un viernes, que algunos aseguran que  fue 13 también.

  Conmemoraciones importantes se celebran en día 13, como el 13 de febrero que se celebra el Día Mundial de la Radio. también en esta fecha se celebra el Día Internacional del soltero. Esto es simplemente curioso.

   El 13 de abril es el día internacional del beso.

  El 13 de junio es el día europeo para la prevención del cáncer de piel.

   El 13 de julio es el día internacional del Rock.

  El 13 de agosto es el día internacional del zurdo, que en épocas anteriores se creía que estás personas portaban mala suerte.

  El 13 de octubre es el día internacional para la reducción de los desastres y también se celebra el día mundial de la vista, (Santa Lucia, patrona de los ciegos, es el 13 de diciembre).

   Vamos con un poco más de historia...

  Corría el año 1813 y el 28 de enero, en Inglaterra, se publica "Orgullo y prejuicio", obra que cuenta con numerosas ediciones, con varias versiones de películas, series televisivas y algún  musical.

   Además, el 13 de junio de 1813, José Bonaparte abandona definitivamente España. ¿Cómo le sentaría esto a la Marquesa de Montehermoso? Por entonces se cantaba: "La Montehermoso tiene un tintero donde moja su pluma, José Primero", en alusión a los amoríos que mantuvieron. (Me encantan estos cotilleos, pero volvamos a la revolución). El 21 de junio de ese mismo año, en el marco de la Guerra de la Independencia, se libera la Batalla de Vitoria, dándoles por ahí a los gabachos. Y el 30 de octubre, en Pamplona, capitulan las tropas francesas y acaba la guerra de la Independencia española. Sin lugar a dudas, un año muy movido.

   El 15 de enero de 1913, entre Nueva York y Berlín se realiza la primera transmisión telefónica sin hilos.

  El 17 de febrero de 1913, en un teatro de Nueva York, Edison (el de la bombilla), realiza la primera prueba del cine sonoro, colocando un fonógrafo detrás de la pantalla.

   El 3 de marzo de 1913, miles de mujeres en Washington, se manifiestan a favor del sufragio femenino.

 El primero de abril de 1913 se estrena en el Casino Municipal de Niza "La vida breve", ópera de Manuel de Falla. 

  El 13 de agosto de 1913, Harry Brearley, que dicho así a muy pocos les sonará, inventa el acero inoxidable, que ha favorecido a los electrodomésticos, a  la industria de la automoción y a la de la construcción entre otras.

   Para terminar esta andadura a favor del 13, el 16 de mayo de 2013  Wikipedia en español alcanzó el millón de artículos.

    Resulta curioso que todos los años haya como mínimo un viernes 13 y como máximo tres. La culpa de que en un mes haya un viernes 13, la tiene el domingo, que ya de por sí es bastante cenizo porque el fin de semana siempre se acaba en domingo. Si, como digo, un mes tiene un viernes 13, el 1 de ese mes siempre será el pobre domingo.

  Dicho todo esto, honestamente creo que podemos quitarle un poco de esa pátina verdosa y trasnochada al 13 y otorgarle el beneficio de la duda. Un martes o viernes 13 no tiene que ser mejor ni peor que cualquier otro día del calendario, todo depende del optimismo con que pertrechemos cada nuevo amanecer.

  


miércoles, 23 de septiembre de 2020

¡CHINCHÍN, MARCOS!

  Adela observó el paisaje del pantano de Ullibarri-Gamboa. La niebla espesa le otorgaba un aspecto lunar de quietud sobrecogedora. Era un frío amanecer de finales de marzo. A través del ventanal se sintió levemente protegida por fuerzas invisibles que permanecían paralizadas en la inmovilidad confusa. El terror le acompañaba, enfermizo e incorpóreo, en el interior de la casa. Por segunda vez, se sirvió una generosa dosis de brandy. No le era grato al paladar pero como aseguraba Marcos, infundía valor en ocasiones especiales. Convencida de que ésta resultaba una oportunidad excelente, paladeó el licor a sorbos lentos. La primera copa, llegó al estómago calentando los músculos tras una trepidante carrera abrasadora por el esófago. Le seguían ardiendo las entrañas pero quince minutos después, se atrevió con la segunda y al rato, hubo una tercera copa. A cada sorbo sentía náuseas. Media hora después, fregó la copa despacio, mimando el vidrio. Solo entonces se percató de que Marcos las compró en un chino. Comenzó una llantina quejumbrosa y sintió un dolor inmenso en cada uno de sus huesos.

  Sentado en el suelo de la cocina, con las piernas estiradas, la espalda apoyada en los azulejos y la cabeza un poco ladeada sobre el hombro derecho, Marcos le clavaba la mirada inquisidora, produciendo en Adela una confusión de rechazo y benevolencia. La actitud de Marcos se había vuelto pasiva, aunque seguía resultando amenazadora.

  Titubeó con la copa limpia en la mano pero después de unos segundos, decidió depositarla en la alacena junto con la botella de brandy Carlos I Gran reserva, según se leía en la etiqueta. "¿Cuánto me habrá costado este mejunje?", se preguntó. Antes de cerrar la alacena bebió a gollete unos tragos más. Abrió el balcón de par en par. Sus movimientos lentos se centraron en la lejana carretera solitaria. La niebla aportaba un aspecto feroz a las aguas tranquilas y grises y a las casas vecinas, como habitadas por fantasmas.

  Un movimiento a su espalda, le estremeció. Se trataba de Melocotón, que mimoso, le lamía las piernas y maullaba aterrado o así se lo pareció a Adela.

  - Nunca más volverá a hacernos daño, corazón - aseguró tomando al gato entre sus brazos y meciéndolo como si fuera un bebé.

  Marcos llegó a su vida dos años atrás, cuando ella había renunciado a la felicidad con un hombre. Tan poco agraciada se sentía, que no concebía la idea de vivir un amor intenso más que en sueños. Había disfrutado de algunas experiencias, nada serio o más bien, nada importante. O tal vez su madre tuviese razón. Solía decirle que era demasiado vulgar con los hombres, enamoradiza, vulnerable, frágil.

   - A los hombres hay que ponerles las cosas difíciles, hija, de lo contrario se te suben a la chepa.      

 La llegada de Marcos fue distinta y representó un antes y un después. Lo hizo con la premura de un beso solapado, envuelto en su sonrisa abierta, con los dientes blancos y los ojos verdes y grandes, con la cabeza muy bien amueblada y con claridad de ideas. A Adela le pareció un hombre magnífico en toda su extensión. Y le recibió con los brazos abiertos, con el deseo enamorado y la ilusión renacida. Él, conocedor de que su físico le abría de par en par las puertas que quisiera, se dejo seducir, aunque primero aseguró que buscaba trabajo de cualquier cosa. En un pueblo siempre hay labores más propias de hombres que de mujeres y con la certeza de poder hacerle un tremendo favor, Adela le contrató a cambio de comida y cama, que era lo que él andaba buscando.

   Un atardecer perdido en el tiempo de la desidia, apareció en el zaguán, sudoroso, con la camisa de cuadros desabrochada y remangada, mostrando el torso bronceado y con un brillo especial en la mirada. Se sentó junto a Adela, que cosía. De inmediato abandonó la labor y se entregó a su mirada cálida.

   - Comienza a refrescar - aseguró ella sin poder apartar sus ojos de los inmensos e inconmensurables  de Marcos.

   Él rodeó el cuerpo de la mujer, haciéndole sentir el calor y con suma delicadeza atrajo su cuerpo tembloroso hacia su pecho. Adela sintió el sudor, la fuerza, el vigor y la hombría. Sus manos paladearon un regusto de serenidad y la felicidad que sintió en aquel momento, le anunció que se estaba enamorando. Todo en Marcos rezumaba sensualidad.

  - Te protegeré, te cuidaré, guiaré tus pasos. Tus ojos serán mis ojos, me beberé tus palabras y te comeré a besos... - hizo una breve pausa y antes de besarle con liviana delicadeza, añadió -: si me dejas amarte.

   En aquellos momentos el mundo se paró a sus pies y tuvo el más goloso de los orgasmos.

  - ¡Qué cosas tan bonitas dices! - acertó a tartamudear.

  - Es este lugar de ensueño... junto a ti - concluyó perdida la mirada en las aguas del pantano.

 Aquella misma noche se poseyeron, se amaron, se comprometieron y se juraron amor eterno, goteando sensiblería. Tres meses después de aquel atardecer tórrido de amor contrajeron matrimonio.

 ¿Por qué siempre se enamoraba de hombres que le prometían el oro y el moro? ¿Qué poder recóndito ocultaban ellos y la obligaba a volverse tonta de remate? ¿Por qué se abría de piernas con el primer cantamañanas que le sonreía tres veces seguidas? ¿Era necesario comportarse como una ramera para arrastrar a un buen hombre hasta su lecho? Durante el tiempo interminable que duró el matrimonio, se preguntó repetidas veces éstas y otras cuestiones similares.

 El amor y la protección duraron apenas un suspiro. El encanto de Marcos se derrumbó de golpe como causado por una explosión violenta. Arrastró y arrasó sus sueños, le rompió las ilusiones, se desvanecieron las esperanzas. Se pertrechó el pánico en todos los poros de la piel de Adela. Los gritos enfurecidos, los insultos vocingleros y los golpes se hicieron cotidianos. Pronto las maneras se volvieron toscas, las sonrisas fueron sustituidas por gruñidos de inconformismo, la galantería dio paso a palabras soeces, los insultos se hicieron cotidianos. El verde de su mirada se transformó de la noche a la mañana en oscuridad latente.  Las palizas, llegaron sin avisar pero siempre con la afirmación de que no le quedaba más remedio de darle una buena tunda para enseñarle respeto y devoción. Mientras le zurraba, aseguraba sentirlo mucho, porque si había una cosa que le quedaba clara a Adela, era que Marcos continuaba amándola con locura. Con este certero mensaje, se auto convenció que merecía casi a diario una buena somanta.  

  Y con esa ponzoñosa manera de amar, habían pasado algo más de dos agónicos y tediosos años. A veces le costaba levantarse, dolorida y marcada, se negaba a ser vista. Dejo de relacionarse con los vecinos, dejo las charlas de media tarde, aparcó la misa de los domingos. Se sintió dominada, sola, despreciada, inútil y lo peor de todo, se sintió culpable y merecedora de los golpes. En esas dolientes mañanas, Marcos le cuidaba, con mimo, le curaba las heridas, la amaba con delirio, le besaba como los primeros días y ella callaba y perdonaba. A los dos o tres días, casi sin aviso ni acuse de recibo, llegaba otra torta a destiempo, en el mejor de los casos o en el peor, otra paliza. Y así un día tras otro.

 Hacía poco más de tres semanas que le sorprendió propinando una patada a Melocotón, que huyó con la misma rapidez que si se hubiera topado con el mismísimo diablo. Le extrañaba que a veces el minino cojeara, mientras Marcos aseguraba que era demasiado viejo.  Al descubrir la realidad, se desencadenó el desenlace.   

.......................

  Escuchó algo parecido a un crujido producido por los neumáticos del coche patrulla de la ertzaintza sobre la gravilla del camino que conducía a la casa. Le pareció que los funcionarios descendían del vehículo a cámara lenta. Los movimientos se hicieron imperceptibles mientras avanzaban hacia el porche. Escuchó el timbre de la puerta principal, como el aullido ahogado de un animal herido. Melocotón maulló.

  - ¡Ya están aquí! - Adela sonrió a Marcos, dirigiéndole una mirada de soslayo. Marcos respondió con la mirada velada y tardía.

 La llamada volvió a sonar con más insistencia. Adela se apresuró a abrir con el mínimo en brazos.

   - Buenos días - saludaron los agentes.

 La mujer ensayó un pucherete pero las lágrimas no acudieron.

   - Está en la cocina - susurró, haciéndose a un lado. 

  Avanzaron tras Adela. Se arrodillaron junto al hombre y le tomaron el pulso.

  - Señora, está muerto - anunció uno de ellos, sin dejar de observar el cadáver.

   - Esa impresión me ha dado - añadió ella.

 - ¿Qué ha ocurrido? - indagó el segundo ertzaina, poniéndose en pie. A Adela le pareció que había crecido desde que entró en la casa.

   - No lo sé con exactitud. Llevaba un buen rato trasteando en la cocina, mientras yo me ocupaba de hacer la habitación en la planta de arriba. He escuchado un golpe seco. No pensé en que se hubiera hecho daño ni siquiera en que hubiera sufrido una caída. He tardado en bajar como unos quince minutos o tal vez más y lo he encontrado tumbado, sin sentido.

  - ¿Ha tocado algo? - preguntó el primero. A Adela le dio la impresión de que quiso preguntar, "¿por qué le ha tocado?"

  - Me he acercado y le he zarandeado con suavidad, claro. Sé que no tenía que haberlo hecho. Quiero decir, si ha sido un infarto, hubiera sido mejor no moverlo. Pero no lo he pensado, la verdad. Una nunca sabe qué hacer en estas situaciones. Me he asustado.

  - Debería haber solicitado una ambulancia - aseguró uno de ellos.

  - Me he puesto muy nerviosa - replicó. Le dio la impresión de que el agente le regañaba.

  - ¿Sufría su marido del corazón?

  - Tuvo una angina de pecho hace algo más de tres  años - no estaba segura de que fuera cierto pero eso le contó Marcos en las primeras conversaciones. Con el tiempo comprobó que mentía con bastante facilidad -. Ahora estaba perfectamente pero el corazón no avisa, según dicen.

  - Lo siento mucho, señora. Si hubiera llamado de inmediato a urgencias, tal vez... - el policía parecía querer disculparse -. En estos casos poco podemos hacer nosotros.

  La mujer se mostró cabizbaja.  A partir de entonces, toda la labor pertinente la ejecutaron ellos. Poco a poco la casa se fue llenando de diferentes expertos. Médico forense, más policía, algunos de paisano, otros de uniforme... Una ambulancia trasladó horas después el cadáver de Marcos al tanatorio de Gamarra.

  La autopsia practicada despejó algunas dudas. Se encontró en su estómago cantidad suficiente de Ranolacina, medicamento para tratar la angina de pecho, como para matar a un elefante.  Entre llantos y desvanecimientos, la viuda relató que él mismo se preparaba las medicinas y tomaba las dosis correspondientes. "Era muy responsable y meticuloso", agregó. También se encontraron restos de Claritromicina, antibiótico utilizado para tratar infecciones de las vías respiratorias, de la piel, el estómago o el intestino. Sobre estas dolencias, la viuda aseguró no conocer ninguna de esas enfermedades en su marido.

............................

 Tras descubrir que Melocotón también sufría violencia por parte de Marcos, comenzó a barajar la posibilidad de deshacerse del opresor esposo. En un principio pensó en aniquilar a Marcos con  raticida, dosificándoselo en pequeñas pero certeras cantidades en el café de la mañana y en el de la sobremesa y en el vino. Hacía poco que leyó un libro titulado "Raticida en el café", del cual tomó la idea. Lo desechó de inmediato. No pretendía que la condenasen  durante equis años. Era una víctima, no una asesina. Después del raticida, se le ocurrió propinarle un certero golpe en la nuca con una merluza o una pata de cordero congeladas. Haría desaparecer el "arma" comiéndosela posteriormente. Enseguida decidió que le produciría repulsión y además con la envergadura de Marcos, lo de certero resultaría poco probable, así como arrastrarlo y hundirlo en el pantano, ya que se consideraba mujer de  escasa fuerza. Fríamente meditó sobre la idea. En el remoto caso de lograr semejante proeza, el cuerpo volvería a la superficie más pronto que tarde. Marcos siempre fue muy tocapelotas, detalle que tardó demasiado tiempo en descubrir. Incluso después de muerto le jodería la vida. De lograr la hazaña, se abriría una investigación de la que sería mucho más difícil salir inmune. Necesitaba disfrutar de la vida, no pagar con cárcel la muerte de su nocivo esposo. Lo mejor sería utilizar las medicinas que guardaba en el botiquín, algunas ya pasadas de fecha, de las que tomaba su madre. Encontró una caja de Ranolacina, que debía ser para el corazón y otra llamada claritromicina, que recordó que era para el aparato respiratorio. Ni siquiera se molestó en leer los prospectos. Cualquier medicamento mezclado con alcohol y en grandes dosis, sería letal. Las trituró y las disolvió en el vino. Resultaron mortíferas en pocos días.

...............

  - A partir de ahora seremos felices. No consentiré que ningún hombre malo nos haga daño. De ahora en adelante nadie será capaz de perturbar nuestra vida - se dirigió a Melocotón, que ajeno a los últimos acontecimientos ronroneaba a sus pies. Abrió la alacena, tomó una copa de las del chino y la botella de brandy. Los gustos de Marcos siempre fueron caros a partir del matrimonio, principalmente porque se costeaban con su dinero. Antes de casarse él le aseguró que lo de cada uno sería de los dos. Marcos llegó con lo puesto, así que poco aportó. Sin embargo, bien que se aplicó el cuento de que lo de su esposa era de él y solo para su disfrute. Se sirvió una generosa cantidad del Carlos I.              - Después de todo me va a terminar gustando este brebaje - paladeó el licor y añadió en voz alta -: Ahora es mi tiempo, Marcos. Ha llegado tu hora. ¡Chinchín!

martes, 25 de agosto de 2020

EL HAMBRE CON HACHE

  El comandante ZZ conocía al ambre sin hache. Un ente que no pasaba de ser TENGOGANASDECOMERALGORICO, que no se distinguía de otros seres de su especie, al cual le habían jalado la hache durante un descuido transitorio. El HAMBRE se distinguía claramente por poseer otro comportamiento mássssss, digámoslo claramente y sin tapujos... enfermizo. Frente a frente, ambos se analizaban. La celda fría, gris y fétida, rezumaba humedad por cada una de sus grietas. De vez en cuando, ratones del tamaño de conejos, afloraban para huir despavoridos ante la figura erguida e imponente del HAMBRE, con hache. Ambos se observaban recelosos, como enemigos incondicionales, deseándose recíproca aniquilación.
  - ¿Tiene algo que alegar en su defensa? - el comandante ZZ carraspeó amedrentado al comenzar el interrogatorio.
  El HAMBRE no respondió. A cada una de las preguntas replicó con imperturbable mutismo.
 El comandante, sin mostrar el decaimiento que le producía el detenido, abandonó la celda. El estrépito al cerrarse la puerta, no inmutó al HAMBRE.
 Unos días después fue juzgado y condenado a cadena perpetua.      Durante años se mantuvo en prisión callado, astuto, dirigiendo los hilos de la devastación y el infortunio de quienes tuvieron el mal fario de caer en sus redes. De acuerdo a una demoledora amnistía fue puesto en libertad. De inmediato se conjuró con todos sus colaboradores, que desgraciadamente no fueron apresados, INJUSTICIA, MISERIA y GUERRA le vitoreaban  orgullosos, endiosando al vil camarada. 
  Nuevamente juntos, fortalecieron su maldad, poblando la Tierra de ODIO, DISCORDIA, INFORTUNIO y DOLOR, todos ellos dignos hijos de sus coléricos y sanguinarios padres. 
  El viejo comandante ZZ se encargó nuevamente de la persecución algunos siglos después. Esta vez se cercioró que el comando terrorista en su totalidad fuera aprehendido. Su tesón fue secundado por escasos presidentes de gobierno, embajadores, cónsules, delegados, reyes, virreyes, príncipes, sultanes, rajás, maharajás y emires del mundo. Suplicó apoyo incondicional para implantar la pena de muerte. La petición fue aceptada por unanimidad. 
  Los depravados fueron capturados en poco tiempo y aislados en cárceles de máxima seguridad. El comandante ZZ visitó los calabozos. Escrutó los rostros carentes de arrepentimiento de los feroces secuaces del MALSOBRELATIERRA, sin que dieran muestras del más mínimo signo de humanidad.
  - ¡Pelotón de fusilamiento! - tronó el comandante ZZ -. ¡Preparado!
 La hilera de soldados, con las miradas puestas en el objetivo común, alzaron los fusiles.
  - ¡Carguen! ¡Apunten! ¡Disparen! - la orden del comandante ZZ se ejecutó de inmediato.
  Los prisioneros cayeron delante del paredón.
........................
 El comandante ZZ solo conocía la imparcialidad, que no pasaba de ser una simple chiquilla, un tanto farfullera y alocada a la que le gustaba disfrazarse de belleza e ingravidez. Comenzaba una nueva Era. Ante la humanidad desolada se erigía la JUSTICIA.

martes, 28 de julio de 2020

ATRACO PERFECTO

    Mauro circulaba a velocidad moderada por la carretera secundaria tosca y pedregosa. La señalización resultaba insuficiente y confusa, aunque este hecho constituía parte del plan. Pequeños arbustos se perfilaban a ambos lados de la vía. Nubarrones espesos poblaban los cielos, dándole a la tarde un aspecto tedioso de desolación creciente. "Ha sido el atraco perfecto", se repetía una y otra vez. Según lo planeado se refugiaría en Artagán, municipio abandonado de la provincia de Soria. No lo eligió al azar, sino tras un proceso minucioso de estudio. Se ubicaba apartado de todo, recluido entre colinas, olvidado del mundo. Por aquellos parajes no era probable que la policía merodease. Dos meses atrás, realizó una primera incursión con el fin de examinar palmo a palmo la zona. Contabilizó y visitó los pueblos fantasmas de la provincia. En Castilla eran numerosos. Artagán contaba con una veintena de casas, que años atrás, posiblemente mantuvieron cierto esplendor. Incluso contaba con una casa solariega de regio abolengo. En la fachada principal, un escudo blasonado, que conoció mejores tiempos, la distinguía de las demás casas del lugar.
Actualmente, el pueblo se despedazaba como si fuera de cartón. Casuchas ruinosas, habitadas únicamente por ratas y alimañas, unas pocas callejuelas siniestras y despobladas, esperaban un renacer floreciente, amparándose en una plaza silenciosa, de cuyos caños de la fuente pendían enmarañadas telarañas. El conjunto resultaba casi sobrecogedor pero sumamente apropiado para los planes de Mauro. 
 veinticuatro  horas después se preguntaría porqué no fue capaz de buscar respuestas alternativas a propósito de que funcionase el teléfono en una casa deshabitada, o cuál era la razón de que unas estancias relucieran mientras que en otras se acumulaba el polvo y la mugre. La respuesta era bien simple: Pese a sus buenas ideas, Mauro era un ser mediocre de pocas luces.
   Para lo del Banco Agrícola y Ganadero, necesitó una mano segura y certera en el interior. Conocía a Rogelio desde que eran críos, amiguetes del barrio. Mauro fue un  randa desde temprana edad. Lo de Rogelio era distinto.  Andaba a la zaga de lo peor del barrio y en más de una ocasión se había visto envuelto en situaciones que no encajaban con su carácter bonachón. En una de estas correrías, robaron un coche y se pegaron un golpe, destrozando el vehículo. Acababan de cumplir doce años. El padre de Rogelio le propinó tal paliza que no le quedaron ganas de más raterías. Además le apartaron del ambiente callejero, enviándole interno a un colegio, lo que le sirvió para enderezar su vida. Ahora trabajaba de guarda jurado en el Banco Agrícola y Ganadero. A juicio de Mauro, llevaba seis largos y agónicos años currando con conducta intachable, hasta que un mal día fue a tropezarse con el colega más simpático del barrio, según opinaba Rogelio.
   El bueno de Rogelio le contó con pelos y señales todos los avatares de la vida. A Mauro se le antojó el encuentro como una premonición. La suerte se ponía de su lado.
  Circulaba con tranquilidad, repasando una y otra vez el plan de refugio. Siempre pensó que por mucho que fuera meticuloso en los proyectos, había algo que al final le sorprendía para mal. Esta vez sería diferente. Durante años planeó el robo, le dio mil  vueltas a la idea, realizando ligeros cambios una y otra vez. Con la ayuda de Rogelio, el golpe fue magistral. Meter al amigo del barrio en el "negocio" implicó algunos riesgos, aunque también le abrió puertas. Trabajar solo había sido su máxima, pero jamás se había metido en algo tan gordo, como el asalto al banco más importante de la provincia. Tener un cómplice representaba gran ayuda. Significaría su jubilación anticipada. Rogelio conocía a la perfección los entresijos de la  entidad. Por una vez la voluntad divina se ponía de su lado. 
  Meses atrás salieron de marcha varios sábados. Tanteando el terreno, se decidió por fin a plantear la cuestión, ante un Rogelio desconcertado, que de entrada, rechazó la idea de inmediato. Sin darle tiempo a reflexionar, pasó a plantear la cuestión del dinero, es decir, el pico que se llevaría por la sencilla colaboración, que no implicaba ningún riesgo. Al final, Rogelio resultó no ser tan cándido, ya que en el momento que oyó el pastizal que obtendría a cambio de un minúsculo esfuerzo, se le tatuó en el cerebro el símbolo del euro. Propiciando algún que otro pormenor, Mauro contó con todo lo necesario para perpetrar, sin lugar a dudas su mejor trabajo, a la par de resultar uno de los más llamativos de la historia. El guarda jurado puso a su disposición los planos de la entidad, así como los de las dependencias que albergaba la cámara acorazada y le proporcionó los datos necesarios para llegar al interior, siguiendo la red de alcantarillado.
   Rogelio señaló que algunos empleados se quedaban una hora trabajando tras el cierre al público, de esta forma no fue necesario desconectar las alarmas. El estudio de la apertura de la cámara acorazada, les llevó casi dos meses. El vaciado íntegro se consiguió en doce minutos. Las bolsas millonarias se depositaron nuevamente en el camino de la cloaca.
   El compinche señaló que había un pequeño inconveniente: la chica de la limpieza, que comenzaba su turno cuando acababa el de los empleados y que se movía por todas las dependencias. Rogelio sugirió la idea de meterla en la banda. Le gustaba, habían salido un par de veces. Pretendía  impresionarla y que cayera rendida a sus pies.
   - No seas infantil, Rogelio - observó Mauro iracundo -. Las mujeres no sirven para implicarse en atracos de esta envergadura.
  - No la subestimes - protestó -, nos sería de gran ayuda una vez dentro. Es muy inteligente. Licenciada en Arte. ¿Qué te crees? 
   - ¿Y qué cojones pinta en el banco una licenciada en Arte dándole al mocho?
   - Las circunstancias, ya sabes...
   - Verás, Rogelio, majo, me da igual que sea licenciada en Arte o en Fregología - interrumpió Mauro, hiriendo los sentimientos del compinche -. Parece que no comprendes bien el asunto.
  - Toda la ayuda que podamos tener será bienvenida - aseguró Rogelio y una vez más insistió -: En serio te digo, que es muy inteligente.
   - Te voy a aclarar una cosita. Cuánto más inteligente sea una mujer, mayor riesgo corremos nosotros. No  me mires con esa cara de tonto. La inteligencia de ellas siempre va por encima de la nuestra.
   - Palmira es buena chica - defendió su argumento enojado.
   - ¿Qué demonios entiendes por buena?
   - Si se lo pido, nos ayudará - afirmó el guarda convencido.
   - Ninguna, escúchame bien lo que digo, ninguna mujer es buena y mucho menos si es lista. Te voy a dar un consejo gratis, muchacho: mantente alejado de las tías, sobretodo a partir de ahora. Es momento de gran concentración. El atraco tiene que ser tu vida. De aquí a unos meses, estarás pidiendo el finiquito.
 - Palmira nos hace falta - machacó tenaz -. Es suficientemente lista para saber lo qué le conviene una vez de entrar a formar parte de nuestro objetivo. 
 - Veo que no tienes ni idea de cómo funciona el cerebro de una mujer - Mauro suspiró insatisfecho -. Aunque te parezca mentira, su inteligencia está por encima de la de todos los hombres del mundo, incluidos los sabios más sabios. La mujer más tonta, está a años luz del hombre más inteligente.
 Rogelio sonrió bobaliconamente. Cambió de postura, se mostró nervioso y satisfecho de aprender algo más sobre féminas.
 - No las conozco muy bien porque he tenido pocas oportunidades. Soy tan tímido... - se disculpó.
 - Verás, muchacho - prosiguió Mauro envanecido -, nosotros sumamos dos más dos y nos da cuatro...
 - ¡Claro! Es que son cuatro - aseguró sin entender dónde pretendía llegar el cerebro de la operación.
 - Son cuatro - repitió el atracador -. Pero las tías van más lejos. Cavilan, maquinan, rumian, proyectan y conjeturan, de tal forma que de un simple razonamiento sacan chispas. Le dan al coco cosa mala. Llegan a conclusiones insospechadas.
 - En este caso, podemos utilizar la inteligencia de  Palmira a nuestro antojo - perseveró el guarda.
 - ¡Imposible tío! Te aseguro que no ha nacido el Fulano capaz de utilizar la inteligencia femenina a su favor. Con mi teoría, pretendo que entiendas  que su cerebro se ajusta a otros parámetros que no tienen nada que ver con los nuestros. Además, aunque te parezcan dulces y delicadas, te aseguro que  son hijas de Satanás. No se libra una, chaval. Te lo dice un experto en mujeres. Tu chica queda descartada. Disfruta del fruto de tu trabajo en soledad y échale un casquete de vez en cuando para tenerla contenta. Pero hasta ahí - sentenció ante la atenta mirada del compinche.
   - No es de ésas - respondió Rogelio atribulado.
 - ¿Qué no es de ésas? ¡Rogelio, tío! ¡No me jodas! ¿Todavía no te la has trajinado?
   El aludido negó con timidez.
  - Tío, pero ¿en qué siglo vives? Si no le echas un buen polvo, pensará que  eres ciruelo y en cuanto tenga la menor oportunidad, correrá a los brazos de otro.

  Dos kilómetros más adelante, tomó la bifurcación que le recluiría por un tiempo  indeterminado en Artagán.
...................................
 El inconfundible sonido de los neumáticos en contacto con la gravilla le hizo olvidar la preocupación que le mantenía en vilo desde hacía horas, el tiempo que Fosco llevaba desaparecido. Aunque estaba esperando al tipo, no pudo reprimir el temor y la angustia, que la sola presencia del hombre, le producía. Observó con atención tras las cortinas deshilachadas y mugrientas. Dirigió la mirada hacia las primeras casuchas deshabitadas del pueblo. Un SEAT LEON negro, enfilaba el camino pedregoso. Circundó la plaza, dando dos vueltas en torno a la fuente, como si estuviera haciendo un ritual que augurase una suerte benigna. Levantaba polvo a su paso, dirigiéndose certeramente a la casona. Su privilegiado refugio. "¿Qué se le había perdido al tipo en aquel paraje deshabitado?", se preguntó Amanda nerviosa. Trataba de recordar las indicaciones que la niña le dio días antes, sin conseguirlo. La huida repentina del perro, le produjo amnesia. No estaba dispuesta a permitir que ningún intruso irrumpiera de nuevo en su vida. Únicamente el conductor viajaba. Momentaneamente se alegró de no tener que lidiar más que con un fisgón. Tenía posibilidades de triunfar. Abrió el ventanuco con sigilo y observó con el corazón acelerado. La llamada del teléfono le sobresaltó. Turbada, sin perder de vista al visitante, la atendió. Le resultó chocante la extremada calma con la que le fue detallando el descabellado mensaje. Súbitamente recordó que la niña prometió volver a telefonear. Ahí estaba ella, con puntualidad matemática.
    - No sé cómo te las arreglas para meterte en tantos líos, querida - acertó a decir -. No te puedes imaginar lo que me ha pasado. Y a continuación detalló lo sucedido con Fosco pero omitió relatar la otra parte, la más peliaguda.
   - Actúa con tranquilidad - aconsejó la voz.
   - Eso es fácil de decir. No puedo pensar con normalidad. Si Fosco estuviera conmigo... - se quejó mimosa.
   - No te preocupes por el perro. Su olfato le hará volver a casa más pronto que tarde. Lo esencial ahora, es que sepas bandear la situación hasta que yo pueda acercarme. Está todo previsto.  Mi contrato de trabajo termina en tres días.  La suerte esta de nuestro lado, mamá. ¿Recuerdas todo lo que te dije antes?                                                              
  No respondió pero tuvo una idea repentina. Puso el ventilador en marcha a la máxima velocidad. Acercó la primera caja de bolsas de plástico a la ventana. Al principio se precipitaron de una en una pero enseguida salieron en tropel, hinchándose como globos.
 - ¿Qué demonios...? - se preguntó Mauro colérico, al tiempo que paraba en seco el motor, mirando  atónito el hatajo de bolsas de plástico que surcaban el cielo. Algunas chocaban contra el parabrisas. Se apeó. Atónito descubrió que las bolsas salían despedidas desde una estrecha ventana del último piso de la casona. Le pareció imposible que estuviera habitada. Todas las veces que había visitado el pueblo fantasma, la  casona estuvo vacía.
  - ¡Hay que joderse! - exclamó dando una patada a una de las bolsas que irracionalmente se le pegaba a la pernera del pantalón. Con paso incierto avanzó con sigilo hacia la casa.
 Desde el trastero Amanda observó con detenimiento al hombre que se apeó del SEAT LEON. Aparentemente  parecía un tipo simple. No se trataba de alguien corpulento ni siquiera peligroso. Esto le tranquilizó. Avanzaba ceñudo, se lamentó de que su estrategia no le hubiera ahuyentado. De pronto recordó que el encargo de la niña era hacer todo lo que estuviera en su mano para que el visitante se quedará cerca de ella. Pese a la seguridad de la niña, no se sentía con la suficiente fuerza para llevar a cabo el "trabajo". La tensión acumulada por los diferentes acontecimientos del día, le trastornaron y de nuevo la memoria se le quebró. "Es terrible, no soy capaz de concentrarme y ella se enfadará". Golpes rotundos en la puerta le hicieron temblar. Amanda descendió despacio los tres pisos, evitando que los escalones crujieran. En la planta baja, permaneció quieta. Por escasos segundos, reinó el silencio. Deseó con todas sus fuerzas que el entrometido se cansara y decidiera marcharse. Escuchó de nuevo otra sucesión de golpes enérgicos que se le antojaron  insoportables. Suspiró con desaliento y decidió abrir la puerta una pulgada.
 - Buenas tardes, señora. Siento molestarle. Se me ha averiado el coche y he pensado que tal vez usted sería tan amable de permitirme utilizar el teléfono. El móvil... - mostró el aparato -, aquí parece no haber cobertura.               "Mentira podrida", pensó Amanda pero sonriendo al desconocido, abrió la puerta completamente y  se hizo a un lado franqueando la entrada al misterioso visitante.
  - Pase usted. En este pueblo no se suelen ver forasteros. No me fío de los extraños. Una nunca sabe, se oyen cosas tan raras... Pero usted tiene pinta de buena persona - mintió la mujer, intentando descubrir las verdaderas intenciones del desconocido.
  Mauro, dándole las gracias, penetró en el interior. Durante unos instantes, ambos se estudiaron con detenimiento. Amanda se autoconvenció de que el rostro del hombre no albergaba nada temeroso. "Tal vez éste no sea el que me ha asegurado la niña que vendría a no sé qué... ¡Dios! Lo he olvidado por completo", se dijo, sintiéndose vulnerable. Era un tipo corriente, de unos treinta y cinco o cuarenta años, pelo corto, moreno, nariz recta, rostro redondo, labios finos pero muy sonriente, aparentemente tranquilo y educado.         A su vez, Mauro también observó meticulosamente a la mujer. aparentemente no parecía muy inteligente, de edad indeterminada, entre los sesenta o sesenta y cinco, chaparra y con algún kilo de más, coqueta, rubia gracias al tinte. Intuyó que la sonrisa era impostaba y que tras ella se escondía una curiosidad malsana. Tal vez fuera una loca. "No te fies, Mauro. Esa sonrisa es sibilina y esconde a una auténtica bruja", rumió el atracador. Ambos omitieron el episodio de las bolsas voladoras.
  - Venga por aquí - invitó Amanda atravesando un espacioso vestíbulo que rezumaba polvo por todos los rincones. Se adentró en un regio salón, amueblado al estilo rústico, sin una mota de suciedad. 
  - El teléfono - dijo señalando el aparato y  apartándose a un lado.
  - Muy amable - descolgó y marcó el número de Rogelio. Pero el maldito idiota no contestó. Esperó hasta que se cortó el sonido de llamada y sabiéndose observado por la extraña anfitriona, habló tranquilamente.
 - Buenas. Me he quedado atrapado en un municipio llamado Artagán, como a unos 30 o 40 km de Soria. Necesito un mecánico. Mi coche se ha averiado y a duras penas he podido llegar hasta aquí - guardo silencio, como esperando a las indicaciones del ausente interlocutor -. Parece un lugar poco concurrido... No tiene pérdida... Le hablo desde la única casa regia del pueblo... No, no lo creo... No tengo medio de llegar hasta allí... No, no... Imposible... Si no hay más remedio... Adiós, buenas tardes - colgó el receptor.
  - ¿Algún problema? - a Mauro le pareció que en la pregunta de la mujer se encerraba la ironía.
 - Una verdadera lástima. No podrán venir hasta mañana a primera hora del día. ¿Conoce algún lugar por aquí cerca donde pudiera pasar la noche?
 - ¡Qué contrariedad! - acertó a decir Amanda un tanto escamada.
  Él asintió visiblemente malhumorado.
  - ¿Cómo se las arregla usted? Quiero decir, para vivir en un  lugar tan apartado de... de todo - se interesó Mauro.
 - Viene un vendedor ambulante cada tres días con fruta, verdura y carne. El panadero pasa a diario. Los martes traen pescado - improvisó.
  - ¿Lleva mucho tiempo sola por estos parajes?
 - No. Llegué hace un par de semanas. Es un retiro temporal, que alargaré hasta mediados de noviembre - mintió -. ¡Pero mira qué soy tonta! ¡Todavía no me he presentado! Me llamo Amanda.
 - Soy Mauro López. Estoy de paso, camino... - vaciló unos segundos mostrando cierto nerviosismo y a continuación, añadió -: camino de la costa. No me arriesgaría a pedirle esto, si no fuera verdaderamente necesario. Necesito pasar una noche aquí. Mi coche...
 - No sé... - interrumpió bruscamente Amanda recelosa. Se le hundió el mundo solo de pensar que el individuo podía pasar una sola noche en la casa, aunque el nombre del sujeto le sonó al que le había comunicado la niña -. En realidad no le conozco de nada... Una mujer sola... No estaría bien, estoy segura de que lo comprende. ¿Qué pensaría la gente?          - ¿Qué gente, señora? ¡Aquí no hay nadie!
- No estaría bien - se limitó a repetir.
- Le pagaría, por supuesto - Mauro pensó que la mujer no estaba en su sano juicio.
  Amanda apretaba los labios y negaba con la cabeza.
- No se hable más. Pasaré la noche en el coche. Ha sido usted muy amable por dejarme utilizar el teléfono.
- Lo lamento mucho. Lo del coche, quiero decir. Estará pensando que soy una pobre solterona, una mojigata que...
- Hace usted bien en no fiarse de cualquiera. Corren malos tiempos. Crímenes, robos, violencia... Nos hacen desconfiar de nuestra propia sombra.
- Estoy pensando que tal vez pudiera ocupar una de las habitaciones de la planta baja. Hay sitio de sobra. No se puede mirar para otra parte cuando alguien atraviesa una situación como la suya - "Haz todo lo posible para no perder de vista al fulano". ¿Habían sido exactamente esas las palabras de su hija? -. La temperatura  baja mucho por las noches, no es lugar para dormir al relente.
 - Muy amable. No sabe cuánto se lo agradezco.
 Recorrieron un largo pasillo. La escalera ascendía hacia la oscuridad desolada. La dejaron a un lado y Mauro se dejó guiar hasta el final de un estrecho corredor. La anfitriona abrió una puerta y penetró en una habitación sencillamente amueblada.
 - En otros tiempos pertenecía al servicio - se disculpó Amanda, frotándose las manos nerviosa -. Es sencilla pero...
 - Más que suficiente. Muchas gracias - el intruso se mostró complacido.
 - Le traeré sábanas. A la derecha encontrará el baño. Supongo que le gustará asearse antes de la cena - sonrió apretando los labios.
 Mientras el agua caliente se derramaba por el cuerpo, sopesó la idea de trasladar las bolsas del dinero del maletero a la habitación. Cabía la posibilidad de que entonces se despertase la curiosidad malsana de la mujer, vicio bien arraigado en las de su sexo. Quizás en cuanto se durmiera, la misteriosa mujer, haría lo imposible por descubrir qué llevaba en ellas, suponiendo que sería algo importante para llevarlo hasta la habitación. La mente suspicaz de Mauro, maquinó a gran velocidad y se imaginó a la mujer escuchando en la radio la noticia del atraco. Deducir que el era el ladrón no le llevaría más de dos segundos. Sería mejor dejar el dinero donde estaba. Al fin y al cabo el pueblo estaba deshabitado. ¿Quién podía husmear por los alrededores? ¡Nadie!
   Al salir del baño comprobó que la mujer le había preparado la cama e hizo un poco más confortable la habitación, trayendo un radiador eléctrico, que en poco tiempo caldeó el ambiente.
 Consideró importante conocer el motivo por el que las bolsas habían salido despedidas por la ventana en el momento en que se adentró en el poblacho. En cuanto la mujer se acostase, indagaría sobre ello. ¿Sería posible que hubiera alguien más en la casa? Y si fuera así, ¿por qué razón permanecía en el anonimato? Tenía que averiguarlo. Se le ocurrió pensar que tal vez la mujer escondía algo.     Comprobó que la ventana daba a la trasera de la casa, con lo que desde ella no podía ver el coche. ¿Le había asignado esa habitación en concreto, intencionadamente? ¿Urdía ella algún oscuro propósito? Aunque parecía un poco lela, ¿pretendería hurgar entre sus pertenencias en cuanto se acostase? "No te hagas pajas mentales, Mauro", se dijo nervioso. "Aunque, ¿quién puede fiarse al cien por cien de una mujer?", se preguntó con incertidumbre. Resolvió que no se dormiría en toda la noche y estaría alerta a los ruidos. Si sorprendía a Amanda fisgoneando entre sus cosas, obraría en consecuencia. También cabía la posibilidad de que ella tuviera la certeza de que no había ninguna avería. Tuvo la precaución de esconderse el revólver en el calcetín, lo había visto en muchas películas. Comprobó que estaba listo para ser disparado. No era un asesino, pero si las circunstancias lo requerían, no tendría más remedio que librarse de ella. Se autoconvenció de que la extraña mujer solo estaba un poco chalada, por lo que no debía preocuparse.
 De pronto le asaltó el otro problema a la cabeza. ¿Cómo reaccionaría Amanda cuando llegase el panadero por la mañana? No le convenía ser visto. La noticia del atraco habría saltado a todos los informativos. Tal vez algún testigo había dado datos del coche. Siempre se destacaba algún listillo que recordaba un coche circulando en dirección contraria, la matrícula, color o cualquier dato relevante para la investigación.
  Súbitamente se sintió nervioso. El plan fallaba una vez más. ¿Otra de sus geniales ideas se truncaba o tan solo eran imaginaciones suyas? El pueblo debería estar vacío. "¡Maldita sea mi suerte!", masculló entre dientes. El silencio sobrecogedor le ponía nervioso. No se escuchaba ni siquiera un leve ruido procedente de la carretera secundaria. Todos los pueblos de la zona permanecían solitarios y precisamente en el que  él había elegido, en la casa que iba a ser su refugio  durante los próximos meses, se había instalado una mujer. "¡Hay que joderse! ¡qué mala estrella tengo", se lamentó iracundo. La mujer había mentido. Dijo que llevaba un tiempo en el pueblo. Cuando lo visitó, una semana antes, recorrió la casa de arriba abajo. No encontró más que suciedad e inmundicia y todos los muebles tapados.
  El sonido de llamada del móvil le sacó bruscamente de sus pensamientos. Rogelio, avisaba la pantalla.
  - Estaba a punto de llamarte - intentó mostrarse tranquilo.
  - Estoy preocupado. ¿Pasa algo?
  - ¿Qué si pasa? ¡No te lo vas a creer, muchacho! La casa está ocupada. La habita una misteriosa mujer, de unos sesenta y tantos tacos. Dice que se ha instalado para pasar unos cuantos meses - manifestó en susurros - ¿Te lo puedes creer? Hay que cambiar de planes. Mañana tienes que estar aquí  a primera hora, por ejemplo a las ocho de la mañana y hacerte pasar por un mecánico de coches.
  - No entiendo nada - Rogelio parecía preocupado -. ¿Me estás engañando?
   - No, Rogelio. Te estoy diciendo la verdad.
  - Mañana no sé si podré estar allí, los planes eran que no me ausentase del trabajo, ¿no lo recuerdas? Tú mismo lo propusiste.
  - Me acuerdo perfectamente. ¿Has escuchado lo que te acabo de decir?
   - Si, pero no me convence.
  - Te repito que hay que cambiar de planes. Es necesario que mañana a primera hora estés aquí, haciéndote pasar por un mecánico.
 - ¿Quieres hacerme creer que mañana a primera hora tengo que estar en ese pueblo perdido porque hay una señora en la casa y que me tengo que hacer pasar por un mecánico?
  - Exactamente eso es lo que he dicho.
  - ¿Pero por qué?
 - Se me ha averiado el coche y tengo que salir de este miserable pueblacho cagando leches. ¿Te ha quedado claro?
  - No del todo. Si se te ha estropeado el coche, ¿por qué no llamas a un mecánico de verdad?
 - ¡Dios me de paciencia! - exclamó a punto de perder los nervios y levantando el tono de voz, añadió -: He llamado al mecánico, el motor hace un ruido extraño.
 - No sé nada de motores, Mauro. No  entiendo bien qué tramas.
  - Limítate a estar mañana aquí. Ahora no puedo darte más detalles - susurró -. Ya lo entenderás. 
  - No sé, Mauro...Si mañana no me presento en mi puesto de trabajo, ¿no crees que pensarán que estoy implicado en el atraco?
   - Vas a trabajar como cada mañana pero pides el día libre  con cualquier disculpa. Te lo darán porque es un derecho de todo trabajador. Te presentas aquí, "me arreglas el coche" y salimos en busca de otro pueblo abandonado. Por aquí hay miles.
   - No lo veo claro.
 - No podemos quedarnos aquí porque esta señora no entraba en nuestros planes. ¿Todavía no te queda claro? - Mauro suspiró y apretó el puño. Empezaba a perder la paciencia.
  - No es tan fácil como lo piensas, tío. Si te ausentas del trabajo tienes que presentar un justificante que te tienen que firmar en el lugar que se supone que has estado. Tú eso no lo sabes porque no has dado un palo al agua en tu vida - la tensión de Rogelio aumentaba por momentos.
   - Yo te lo firmaré, no te preocupes.
  - No vale. No puedes hacerlo y no puedo dejar de trabajar al día siguiente de haberse cometido un atraco en el banco, sobre todo si he participado.
  - ¡Me cago en tu vida!  ¿Quién crees que  te va a relacionar con el puto robo de los cojones? Tú eres un tipo honrado. 
   - Lo pensaré, Mauro.
  - ¿Qué cojones tienes que pensar? Eres mi socio. Hemos llevado a cabo un proyecto inmenso, de mi cosecha - añadió con orgullo -. Por lo tanto, harás lo que yo te diga, ¿estamos?
  - Será como tu dices - respondió después de titubear durante escasos segundos -, aunque hay otro problema.
   - ¿Qué más?
   - ¿Qué le digo a Palmira?
  - Lo que te de la gana. Las mentiras piadosas funcionan muy bien con las tías.
 - Funcionarán con las fulanas con las que estás acostumbrado a codearte, con mi  chica, te aseguro que no vale cualquier disculpa.
  - A ver, Rogelio, majo. A ella le pones la misma disculpa que vas a poner en el trabajo. Todo tiene que ir coordinado, eso es importante. Solo vas a faltar un día. Por ejemplo puedes decir que se ha muerto tu tía Eduvigis, la del pueblo. Te aseguro que la gente se muere todos los días, independientemente de los atracos que ocurran.
   - De acuerdo, Mauro. Eso diré.
   - ¿Le has contado algo a Palmira? - Mauro sintió de pronto un estremecimiento.
   - No le he dicho nada.
   - ¿Nada? - le pareció que Rogelio vacilaba en la respuesta.
   - Nada.
  - ¡No me vengas con chorradas! ¿Seguro que no le has dicho que tu vida va a cambiar pronto? Estás nervioso, ¿o me equivoco?
  - Un poco nervioso si que estoy - Mauro se imaginó a Rogelio esgrimiendo su sonrisa bobalicona.
   - Estoy seguro que habéis especulado sobre el atraco.
   - Le he dicho que no quería hablar del tema.
   - ¿No le ha parecido extraño?
   - No es de ésas.
 - ¡Es cierto! ¡Lo había olvidado! Palmira no es de este mundo.
  - No es curiosa, quiero decir. Se fía de mí.
 - ¡Muchacho! Al final voy a pensar que la Palmira de los cojones viene del mismísimo Marte. ¡Palmira no es una mujer de verdad! Todas preguntan. Todas son curiosas. Todas parecen afiliadas a La Gestapo. Te aconsejo que la cojas de los pelos si es preciso y que le dejes bien claro que haces lo que te sale de los cojones. ¿Te ha quedado claro o te hago un croquis?
  - No soy tonto, Mauro - parecía ofendido.
  Por fin cortaron la comunicación. Mauro encendió un nuevo cigarrillo. Paseó por la habitación intentando tranquilizarse. Tenía que camelar a la vieja y evitar levantar sospechas. Conectó la radio del móvil. Enseguida hicieron referencia al atraco del Banco Agrícola y Ganadero. Se creía que habían sido tres atracadores, aunque también se barajaba la posibilidad de que hubieran sido dos. No había noticias del coche utilizado.  Respiró aliviado. Hasta el momento  la policía solo manejaba algunos datos poco claros.
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 En cuanto Amanda dejó al misterioso intruso en la habitación, atisbó desde el ventanal del salón tratando de divisar la figura peluda de Fosco, que  seguía desaparecido.
  "Seguro que se ha tropezado con alguna perrita linda y estarán retozando por ahí", pensó  sonriendo para sí.
 La presencia del desconocido, representaba un serio problema para sus planes. ¡Si pudiera recordar todo lo que había dicho su hija! ¿Por qué le mentiría el sujeto? Era evidente que el coche no estaba averiado. ¿Sospecharía él que ella lo sabía? Tenía la certeza de que si. No parecía tonto el tipo. Con la esperanza de que Fosco hubiera sido encontrado por algún cazador, conectó el pequeño aparato de radio por si anunciaban el hallazgo. El locutor difundió una noticia sobre un atraco al Banco Agrícola y Ganadero de Vitoria, el llamado popularmente Patatero. Según la noticia un solo atracador había maniatado a los empleados, que permanecían en su puesto de trabajo. El hombre, de complexión delgada y mediana estatura, estuvo encapuchado en todo momento. Los empleados fueron reducidos y maniatados pero desde los primeros minutos vieron que el hombre se movía con soltura, pareciendo que conocía las dependencias bancarias, con lo que la policía podía asegurar que contó, sin lugar a dudas, con una ayuda importante desde el propio banco. La cámara acorazada fue abierta con la ayuda de un artefacto casero de mediana potencia. El vaciado integro no pudo durar más de quince minutos. El locutor aseguró que se habían llevado mil quinientos millones de euros.
   Amanda se sobresaltó. Su cuerpo comenzó a temblar y se sintió febril pero al momento meditó sobre la idea de que parte de ese botín cayera en sus manos.  Repentinamente recordó las palabras de su hija días atrás: "Un compañero de trabajo me ha contado que junto con un colega, va a realizar un trabajo que le va a llevar a la gloria. Se trata de un pobre infeliz, mamá. Le he sonsacado y enseguida me ha contado todo. Van a atracar el banco y aunque mi compañero será  maniatado, como  yo y otros empleados, sé que el tipo es el compinche del otro. También me ha dicho que se van a refugiar en Artagán. ¿Qué te parece? Escucha bien mamá. Ponte en viaje de inmediato y ocupas la única casa solariega que hay en el pueblo. El tipo me ha asegurado que van a esconderse en ella hasta que se olviden del asunto. Algo podrás inventarte cuando llegue el fulano. En principio llegará uno solo. Ese dinero tiene que ser nuestro".
  Retomó los pensamientos sobre el hombre al que había cobijado. Y ¿si fuera él el atracador del banco? Soñó con la posibilidad. Le daría un certero golpe en la cabeza. Si había sido capaz de deshacerse de uno, aunque ello hubiera sido  fortuito, bien podría suceder nuevamente. Aunque aquel pobre hombre tenía pinta de ser tan solo eso: un pobre hombre. Un desgraciado que había caído en el pueblo por algún oculto contratiempo y por la causa que fuera, prefería mantener en secreto. Por otra parte, no dejaba de ser extraño que alguien en su sano juicio, circulara por las inmediaciones. El pueblo y los alrededores estaban desolados. No estaría de más tomar algunas precauciones. No le inspiraba confianza pasar la noche con un completo desconocido. Debía pensar qué hacer para evitar que el hombre la sorprendiera en mitad del sueño. Lo único claro hasta el momento, era que con el visitante en la casa, le sería muy difícil deshacerse del cadáver. Por si esto fuera poco, no deseaba amanecer con la presencia del hombre, ya que comprobaría que ella había mentido, al no ver al panadero. El forastero había hablado con alguien desde su habitación. Tenía la vaga esperanza de que tal vez ese sujeto se personaría con la disculpa de reparar el coche y que el prójimo le recogería, a más tardar a primera hora del día siguiente.  Para rematar su mala suerte, Fosco no daba señales de vida.
  Horas después dispuso una cena fría a base de embutidos, queso y unas latas de sardinas y calamares que llevaba encima cuando se instaló en la casona. Alegó que  cenaba de manera frugal para evitar las digestiones pesadas, que siempre derivaban en pesadillas nocturnas. 
   - Este vino es muy bueno - aseguró la anfitriona, dando por hecho que la ocasión lo merecía -. Es un Rioja estupendo, se deja beber sin ganas.
  - Muchas gracias, señora. Ha sido un día complicado para mí, hasta el punto que no tengo mucho apetito pero al vino nunca le hago ascos.
   - Yo solo me serviré una copita. No estoy acostumbrada y luego me pongo tontorrona. Pero usted beba, beba, como si
estaría en su casa.
  Mauro, complacido no se hizo de rogar. Ambos hablaron poco, porque poco deseaban que supiera uno del otro. Se escuchó un sonido extraño en el exterior. Parecía que alguien arañaba la puerta de la calle. Había anochecido. Mauro sintió un vértigo incontrolable y se palpó el revólver del calcetín. Experimentó tranquilidad. Amanda abandonó el comedor como un rayo.
  - ¡Fosco! - exclamó con júbilo al abrir la puerta -. ¿Dónde has estado, sinvergüenza?
  Un enorme schnauzer gigante de pelo negro y rizado se coló a saltos en el comedor y al descubrir al desconocido, lanzó fuertes y poco amistosos ladridos.
  - Se llama Fosco - presentó la mujer con orgullo, mientras acariciaba y besaba la cabezota del sabueso -. Se escapó ayer y el muy granuja no ha vuelto hasta ahora.
   - ¿Es peligroso? - indagó Mauro, al que no le parecía muy amistoso.
   - Este grandullón solo es un pingo. Me tenías preocupada, Fosco. Por ahí de parranda. ¿No sabes que estos parajes pueden ser peligrosos?
   - Poco tendrá para golfear por aquí - sonrió Mauro ante la  perorata que la señora le soltó al perrete. No soportaba a la gente que trataba a los animales como si fueran niños -. Según usted no hay bicho viviente en los  alrededores.
  - Por aquí no pero por las montañas suelen verse cazadores y éste es un curiosón. Cualquier disparo fortuito y... ¡No quiero ni pensarlo! - volvió a colmar de caricias y besos al perrazo.
  Según la misteriosa dama, los cazadores merodeaban por aquellos lares, sin embargo, no había oído un solo disparo en sus frecuentes visitas al pueblo. Sospechó que la mujer mentía. Tal vez no fuera tan indefensa e inocente como aparentaba.  Por algo aseguraba él que de las mujeres no se podía fiar uno. Ésta parecía una mosca muerta y ésas eran las más peligrosas. Con toda probabilidad, si la mujer mentía, sería porque ocultaba algo. ¿Qué era ello? De nuevo recordó el episodio de las bolsas de plástico saliendo por la ventana. 
 "0jalá este tipo se marche antes del amanecer", reflexionó nerviosa. Seguramente no  había reparado en que no se escuchaba nada en muchos kilómetros. "Ha recalado en el pueblo huyendo del atraco", trató de convencerse a sí misma. No tenía claro si Palmira le ordenó retener en la casa al tío o hacer que se largara. O tal vez le instó a hacer lo imposible para encontrar el botín... No estaba segura de nada. Se le había presentado otro contratiempo añadido. A cada momento se sentía más vulnerable e incapacitada. ¿Qué debía hacer con el muerto del sótano?

  Entre los dos recogieron la vajilla y los restos de la cena, ante la atenta mirada de Fosco que no perdía detalle.
 - Soy muy madrugadora  pero usted no tiene prisa - aseguró Amanda después de un largo silencio.
 - Me temo que también tendré que madrugar. Espero que el mecánico llegue a primera hora - intentando controlar un nuevo bostezo, se disculpó -: Me caigo de sueño. Estoy muy cansado, ha sido un día difícil. Con su permiso, me retiro.
  Fosco se acostó junto a la puerta de entrada, lo que añadió otro inconveniente para abandonar la casa. Pretendía salir con la excusa de dar un paseo, antes de la llegada del panadero. Despertar sospechas era lo último que deseaba, después de que la noticia del atraco estaría en  boca de todos. En cuanto llegase Braulio, buscarían otro refugio completamente seguro. Otra cosa que pueblos abandonados no había en la zona.  Se tumbó en la cama. Barajó la idea de huir por la ventana. Esperaría un buen rato para dar tiempo a que la mujer cogiera el sueño profundo.
 Desde la planta baja, saltar no constituía peligro alguno, arrancaría el coche y huiría. Luego telefonearía a Rogelio. Para cuando la misteriosa mujer se diera cuenta solo vería una estela polvorienta en el camino.
 Recapacitó sobre la última conversación con Rogelio. En realidad la opinión de la chica le importaba un comino pero se quedó algo mosca porque Rogelio no le aclaró nada en referencia a lo que pensaba Palmira sobre el atraco, las preguntas que les hizo la policía o como se desarrollaron los acontecimientos después. Toda esa información le daría pistas sobre su actuación posterior. Con estos pensamientos se quedó profundamente dormido.
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  Amanda deseó con todas sus fuerzas no haberse pasado con la dosis. Se había acercado un par de veces hasta la habitación que ocupaba el siniestro huésped. A la segunda oyó que roncaba con alegría. A continuación, sus movimientos fueron rápidos y certeros. Conectó la radio para hacerse compañía y con los cascos en los oídos y el diminuto aparato en el bolsillo del delantal, descendió la escalera temerosa y temblando, seguida de Fosco, para ocuparse del cuerpo del hombre que descansaba eternamente en el sótano. Con sigilo, abrió la puerta y a tientas buscó el interruptor de la luz. La bombilla de escasa potencia, iluminó vagamente el centro de la cripta. Fosco, olisqueó y mordisqueó juguetón la alfombra enrollada. Husmeó a su alrededor. Emitió un sordo aullido.
 - Tienes razón, Fosco. Aquí huele a muerto - susurró Amanda.
  El perrazo insistía juguetón en torno a la vieja estera.
 - Aparta - ordenó Amanda con los brazos en jarras, meditando en cómo desembarazarse del cuerpo enrollado en ella. Sintió haberse precipitado con Mauro. Debió pensárselo dos veces. ¿Qué pasaría si ahora tenía dos muertos en lugar de uno? Comprendió que añadiría complicaciones. Ya contaba con serias dificultades para hacer desaparecer al hombre enrollado en la alfombra. Sujetó a Fosco, arrastrándolo por el collar, ya que se afanaba lamiendo el rostro pálido del hombre. Era lo único que quedaba al descubierto. Repentinamente se irguió, dejando que Fosco siguiera con la tarea que le mantenía entretenido. Elevó el sonido del aparato de radio. El locutor informaba sobre el atraco del banco. Tuvo el convencimiento de que el huésped era uno de los asaltantes y que los millones le esperaban en el SEAT. ¿Podían aspirar a parte del botín? ¿Por qué conformarse con una ridícula parte si podían disfrutarlo íntegramente? ¿Fue ese el mensaje de Palmira? ¿No decían que quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón? Una idea descabellada cruzó su cerebro como un relámpago. Su mirada se cruzó con la de Fosco. Éste, como adivinando que estaba a punto de producirse algo importante, ladró repetidas veces. Abandonó el sótano. Fosco permaneció obnubilado con el cadáver. Escuchó durante breves instantes. Mauro seguía roncando. Salió al exterior. Iluminándose con una linterna, bordeó el coche. Comprobó que estaba cerrado. Volvió a la casa. Buscó algo con lo que pudiera abrir el maletero. Tampoco obtuvo  buen  resultado. Se precipitó en la habitación donde Mauro continuaba abrazando a Morfeo, gracias a las gotas de MELATONIN disueltas en la copa de vino. Rebuscó con dedos temblorosos  en los bolsillos de la ropa del fulano. No tardó en encontrar las llaves del SEAT, ante lo que sonrió triunfal.
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  Excitada, volvió al interior de la casona. Ni siquiera notaba el peso de las bolsas. Comprobó con ellas todavía dentro del capó el contenido de ambas. 
 - ¡Dios de mi vida! - acertó a exclamar sin poder contenerse.
 Retornó al sótano.
 - Fosco, apártate de ahí - ordenó con cariño.
 El perro le dedicó apenas una mirada furtiva y volvió a enfrascarse en el asunto de la alfombra.
 - ¡Mira, campeón! Este tipo nos ha solucionado la vida - ladró entusiasmado, como si entendiera -. ¡Cómo lo oyes, muchacho! No será necesario preocuparnos de este otro Fulano. Dejaremos parte del botín, para cuando lo encuentre la pasma. Lo descubrirán, de ello me ocuparé personalmente. La policía, que no suele atinar mucho en sus pesquisas, pensará que el de la alfombra y éste bello durmiente que tenemos en casa, son los dos ladrones. Sin duda se volverán locos buscando a un tercer compinche, el que supuestamente ha huido con la mayor parte  del botín.
 Dicho y hecho. Introdujo en la casa una bolsa del Corte Inglés que encontró en el maletero, depositó en ella una irrisoria cantidad de dinero, colocándola en la habitación donde el atracador seguía roncando a pierna suelta. Fosco y Amanda huyeron en el AUDI del sujeto de la alfombra.
 - Lo importante es abandonar el pueblo cuanto antes, Fosco - utilizó una navaja para pinchar las ruedas del SEAT LEON,  no fuera a ser que el tipo se despertara y colérico les siguiera. A saber qué era capaz de hacer un ladrón furioso.  
 El perro ladró un par de veces y meneó el rabo, mostrándose contento. 
 - Lo más sensato e inteligente será volver a Vitoria. ¿Quién va a pensar que el dinero vuelve al punto de partida? ¿Sabes, muchacho? Acontecimientos de este tipo son los que dan alegría a la vida - exclamó eufórica.
 Antes de abandonar la casona de Artagán, se apropió del móvil del atracador. A los pocos kilómetros, realizó una llamada a un periódico local, notificando dónde podían encontrar a los atracadores del Banco Agrícola y Ganadero de Vitoria. Rogó a Dios para que el atracador estuviera vivo. No tenía práctica en drogar gente.
 - Señora, le agradecería que me repitiese todo lo que me acaba de contar pausadamente. Tiene usted el deber de... - el periodista que atendió la llamada, se interesó por conocer algunos detalles más.
 - ¡Váyase al diablo! - murmuró Amanda, al tiempo que lanzaba el teléfono por la ventanilla del coche.                         El periodista relató la noticia al director de La Gaceta de Soria y éste, aun pensando que podía tratarse de una broma, lo puso en conocimiento del jefe superior de policía. Dos dotaciones policiales se personaron en Artagán. Rodearon el pueblo fantasma y penetraron sigilosamente en la casona. Tal como aseguró la voz anónima, hallaron un cadáver enrollado en una polvorienta alfombra en el sótano. Veinticuatro horas después se supo la identidad del individuo, Ricardo Roncesvalles, conocido abogado soriano. También se supo que había fallecido a causa de un colapso. En una de las habitaciones, fue hallado un tal Mauro López, ladrón de poca monta, vecino de Vitoria. Al descubrirse, parte del botín, en la habitación donde dormitaba el sujeto, la policía, sagaz y eficaz, descifró que ambos individuos eran los atracadores del Banco Agrícola y Ganadero de la capital alavesa. Dedujeron que el tercer cómplice huyó con el resto del dinero, sin lugar a dudas, hacia el sur del país. En las inmediaciones se hallaron miles de bolsas de plástico. Esto resultó una incógnita sin resolver.
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   - Palmira - Amanda trató de disimular la euforia, cuando su hija atendió la llamada de teléfono -, cambio de planes, tesoro. Vuelvo a Vitoria. Me alojaré en el hotel Ciudad de Vitoria, reúnete conmigo. Ambas interrumpieron la comunicación sin mediar más palabra.
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 Madre e hija degustaban un suculento desayuno en la habitación del hotel. Prefirieron apartarse para que Amanda pudiera relatar los trepidantes acontecimientos del día anterior sin ser molestadas.  
 - Escucharme a mi misma narrar esta absurda historia, me servirá para templar los nervios. Atento Fosco - se dirigió con solemnidad al schnauzer, que había pasado la noche con ella. El dinero abre muchas puertas, incluso las prohibidas de que los animales entren  en  alojamientos hoteleros -. Ya sé que no lo vas a entender como si fueras una persona, pero tienes derecho a saberlo.
 El perrazo se repantigaba sobre la mullida alfombra. Dormitaba, manteniendo la respiración regular y acompasada ajeno a la exposición del ama. El pelo negro le caía ensortijado y brillante, tapándole casi por completo los ojos. El aspecto físico, poderoso y dominante, no restaba la amabilidad y lealtad que el animal poseía.
   - Empezaré diciendo  que todo comenzó al llegar al pueblo. Mi querida niña - acarició la mejilla de Palmira con deleite -, tu llamada me puso nerviosa. Ya me conocéis. De sobra sabéis mis problemas de memoria. A pesar de que me lo recalcaste varias veces, me perdí algunos detalles. Si tengo que centrarme en varias cosas a la vez, terminan por olvidárseme todas. Por esa razón llegó Fosco a mi vida. "Un perro inteligente como éste, además de ser un fiel amigo, te dará toda la seguridad que te falta", fueron tus certeras palabras, querida hija.
   - Continua mamá - invitó la joven.
   - Tengo que decir que me has ayudado mucho - se dirigió al perro con condescendencia -, aunque en principio no estaba por la labor de ocuparme de un ser tan grande como tú.
 - Mamá, me estás poniendo nerviosa, Céntrate en los hechos. 
 - Perdona, cariño. Tienes razón. Nos perdimos. Es porque todas estas carreteruchas con paisajes tan pobres, me resultan iguales y me asquean. Para colmo se acabó la gasolina. ¡Cómo te lo cuento, querida!  Me vi obligada a abandonar el CITROËN a unos tres kilómetros en dirección contraria. Quisieron los hados que nos encamináramos en la dirección correcta y no tuve problema para dar con la casa, de lo contrario, tal vez  no me lo hubieras perdonado nunca - Palmira apretó la mano de su madre, haciéndole ver que no tenía reproche alguno -. El aspecto misterioso se me antojó divertido. A pesar de tus instrucciones, me consumían los nervios. Inspeccioné la casona.  Subimos al trastero. Solo por el hecho de ver tantas bolsas de plástico, creo que será imposible volver a ver tantas juntas,  la excitación me nubló el pensamiento. Mientras permanecíamos en el trastero, ocurrió lo inesperado. Todavía me espanta el recordarlo. Escuchamos el sonido de la campanilla. Tan solo pasaban unos minutos de las nueve de la mañana.  Si, ¡ya lo sé! No hace falta que me lo digas, me asusté. Por si todo fuera poco, tuve que madrugar para realizar el viaje. No es que quiera echártelo en cara, querida hija, pero ya sabes que madrugar nunca me sentó bien. Te juro que no quise ponerme nerviosa, pero trasmití el miedo al pobre Fosco. Aunque es mucho más inteligente que yo, a ello llega cualquiera solo con mirarnos, a veces siento que asume mi personalidad. Mi temor era tal, que salió como alma que lleva el diablo. Sin saber a qué atenerme, bajé las escaleras tras él y al abrir la puerta, se lanzó sobre el caballero, como si fuera un amigo de toda la vida, le lamió la cara y se largó sin más. Fosco, eso no estuvo bien - regañó al perro -. El visitante, no salía de su asombro y reconoció haberse asustado bastante por el tamaño de Fosco. Se presentó como abogado de la familia Almanzor, que al parecer eran los dueños de la casona. Me soltó una perorata, que apenas comprendí. El hombre sudaba como un energúmeno. Hija te juro, que en aquel instante se me hundió el mundo y me olvidé por completo de las órdenes que me trasmitiste. No supe qué pintaba un abogado en ese pueblo de mala muerte. Fosco había desaparecido. A mi se me llevaban los demonios. Ya, ya sé, que los perros poseen  el olfato muy desarrollado y pueden recorrer kilómetros y volver después a casa. Pero la tensión acumulada me hizo pensar que no volvería a verle porque era la primera vez que pasábamos por allí y que no habría olfato que le pusiera en el camino de vuelta - Fosco  estiró el cuerpo, se irguió y lamió con frenesí el hombro de su ama. Ésta le correspondió con caricias -. El abogado debió imaginarse que era pariente de los dueños de la casa, dio por hecho que acababa de llegar de Argentina y que dispondría del uso de la casa por unos seis meses. Eso acrecentó un temor aun mayor, pues inmediatamente supuse que esa supuesta prima, llegaría de un momento a otro. ¿Cómo justificarme entonces? Se interesó por si todo era de mi agrado, agregando que se había encargado personalmente de ponerse en contacto con una empresa de limpieza, que en los próximos días dejarían impecable la casa.  Cuando el hombre volvió al coche a por no sé que papeles, me dio por subir al trastero. No me preguntes porqué. Me sentía cada vez más nerviosa. Creo que sin querer puse en funcionamiento el ventilador. Como consecuencia, las bolsas de plástico se hincharon y acertaron a colarse por la ventana. Desde abajo, al pobre abogado le debieron parecer figuras espectrales y digo yo, que ésta sería la causa del perrendengue que le dio al pobre. Otra explicación no cabe. Pasados unos minutos interminables, conseguí parar el aparato y al asomarme a la ventana, descubrí el cuerpo del abogado inmóvil sobre el capó del coche. No quieras saber cómo logré bajar, porque no lo puedo explicar. Me temblaba de pies a cabeza. Le tomé el pulso y el pánico se apoderó de mi. ¡El tipo estaba muerto! ¿Te lo puedes creer? ¡Palmó de la impresión! ¿Qué hacer en un momento así? Sin tus noticias, Fosco por ahí, desaparecido y yo con un muerto en un pueblo deshabitado - propinó al perrazo un azote en el lomo. Se sentía rabiosa.  
 Fosco se revolvió molesto, pero continuó atento al monólogo de Amanda.
   - Lo introduje en casa como pude, arrastras, ya sabes que nunca me he caracterizado por mi fuerza. No se me ocurrió mejor idea que enrollarlo en una de las alfombras del sótano. Volví al trastero, con la vaga esperanza de que regresase Fosco, descansar un rato en la desvencijada mecedora, meditar qué hacer con el muerto. Me dio por limpiar parte de la casa, para intentar templar los ánimos. En esas estaba, cuando apareció el otro. ¿Tú crees que en ese momento estaba para acordarme de lo que me habías dicho, nena? ¡No, queridos míos! No estaba para nada. Puse en practica de nuevo el ventilador y lo demás... 
   - Déjalo mamá. Lo has hecho estupendamente. Ha sido un buen golpe - Palmira sonrió complacida -. Me doy por satisfecha. Me siento muy orgullosa de ti. ¿Quién no ha soñado en convertirse en millonario de la noche a la mañana? Estoy segura que la policía indagará y llegará a conclusiones óptimas para nuestros intereses. Me siento capaz de apostar la cabeza de Fosco a que sus pesquisas serán erróneas, aunque eso solo lo sabremos tú y yo. Sucesos de este tipo solo se resuelven en las películas - Fosco optó por lamerse el hocico después de abrir la bocaza -. Todo pinta a nuestro favor. Jamás nos pescarán. ¡Somos ricas, Fosco! - acarició al perro - ¡Inmensamente ricas! Otra cosa, ¿cómo has hecho el viaje de vuelta?
 - En el  cochazo del pobre abogado. He tenido la precaución de abandonarlo lejos del hotel.
  - Eres formidable, mamá.
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   La policía apresaba a uno de los implicados en el atraco al banco. Se trataba de Rogelio Pérez, guarda jurado de dicha entidad. Su actuación desde el atraco fue sospechosa, se mostró muy nervioso solicitando un permiso al día siguiente. Dijo que una tía había fallecido pero le cambió de nombre repetidas veces. Empezó siendo su tía Eduvigis, luego fue tía Petra la fallecida y al cabo de un rato, en el siguiente interrogatorio, pasó a ser la prima Vicenta.  Fue detenido a la salida de Vitoria, siguiendo una dirección contraria a la del pueblo de la supuesta tía.  Un móvil  fue encontrado en el arcén, cerca de Artagán con un whatsApp sospechoso: "Hola Mauro: Estoy de camino, llegaré en pocos minutos a ese pueblacho. Nuestro golpe ha despertado gran expectación. No se habla de otra cosa. Otra cosa importante. He dejado la pensión. He pensado que un millonario tiene que vivir en casas importantes. De momento me hospedo en el Ciudad de Vitoria. He despilfarrado todos mis ahorros, pero ¿quién piensa en ahorrar cuando le salen los milloncejos por las orejas? Me he comprado un cochazo que te vas a caer de culo cuando lo veas. Se me ha ocurrido que podemos escapar en él. Se pone a más de 200 solo con pisarle un  poco". 
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   Amanda, su hija Palmira y Fosco fueron espectadores de lujo, cuando la policía irrumpió en la habitación que había ocupado Rogelio. Aunque allí no encontrarón ni un euro del cuantioso botín. 
   Al cabo de siete días, madre e hija, adquirieron billetes para París. Meses después  llevaban recorrida más de media Europa. 
  Mauro se cansó de declarar que una mujer de unos sesenta años y un perro enorme habitaban la casona donde fue detenido y que posiblemente fue ella la que huyó con el dinero. También aseguró no conocer de nada al individuo que apareció enrollado en una vieja alfombra en el sótano.
   Ambos atracadores cumplen condena. A sus abogados se les han acabado los argumentos para hacerles confesar dónde escondieron el dinero. Rogelio persiste en declarar que no tiene ni idea de qué pasó con el botín,  del cual no vio ni un euro. Mauro insiste en la historia de la señora  madurita que le drogó una noche. Asegura que el dinero desapareció del SEAT LEÓN. 

   Para Mauro, la vieja de la casona se ha convertido en una terrible obsesión. La policía está totalmente convencida de que es invención del sujeto. Braulio prácticamente no habla, hace tiempo que ha dejado de insistir que no sabe nada del dinero. Continúa profundamente enamorado de Palmira. Lo único que le ayuda a mantenerse vivo es  pensar que en cuanto salga comenzará la búsqueda. Está convencido de que ella también sentía algo profundo por él y que su amor tiene grandes posibilidades de triunfar.
   Ambos atracadores siguen persistiendo en su inocencia, se están volviendo locos y pronto ingresarán en un psiquiátrico...