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martes, 28 de julio de 2020

ATRACO PERFECTO

    Mauro circulaba a velocidad moderada por la carretera secundaria tosca y pedregosa. La señalización resultaba insuficiente y confusa, aunque este hecho constituía parte del plan. Pequeños arbustos se perfilaban a ambos lados de la vía. Nubarrones espesos poblaban los cielos, dándole a la tarde un aspecto tedioso de desolación creciente. "Ha sido el atraco perfecto", se repetía una y otra vez. Según lo planeado se refugiaría en Artagán, municipio abandonado de la provincia de Soria. No lo eligió al azar, sino tras un proceso minucioso de estudio. Se ubicaba apartado de todo, recluido entre colinas, olvidado del mundo. Por aquellos parajes no era probable que la policía merodease. Dos meses atrás, realizó una primera incursión con el fin de examinar palmo a palmo la zona. Contabilizó y visitó los pueblos fantasmas de la provincia. En Castilla eran numerosos. Artagán contaba con una veintena de casas, que años atrás, posiblemente mantuvieron cierto esplendor. Incluso contaba con una casa solariega de regio abolengo. En la fachada principal, un escudo blasonado, que conoció mejores tiempos, la distinguía de las demás casas del lugar.
Actualmente, el pueblo se despedazaba como si fuera de cartón. Casuchas ruinosas, habitadas únicamente por ratas y alimañas, unas pocas callejuelas siniestras y despobladas, esperaban un renacer floreciente, amparándose en una plaza silenciosa, de cuyos caños de la fuente pendían enmarañadas telarañas. El conjunto resultaba casi sobrecogedor pero sumamente apropiado para los planes de Mauro. 
 veinticuatro  horas después se preguntaría porqué no fue capaz de buscar respuestas alternativas a propósito de que funcionase el teléfono en una casa deshabitada, o cuál era la razón de que unas estancias relucieran mientras que en otras se acumulaba el polvo y la mugre. La respuesta era bien simple: Pese a sus buenas ideas, Mauro era un ser mediocre de pocas luces.
   Para lo del Banco Agrícola y Ganadero, necesitó una mano segura y certera en el interior. Conocía a Rogelio desde que eran críos, amiguetes del barrio. Mauro fue un  randa desde temprana edad. Lo de Rogelio era distinto.  Andaba a la zaga de lo peor del barrio y en más de una ocasión se había visto envuelto en situaciones que no encajaban con su carácter bonachón. En una de estas correrías, robaron un coche y se pegaron un golpe, destrozando el vehículo. Acababan de cumplir doce años. El padre de Rogelio le propinó tal paliza que no le quedaron ganas de más raterías. Además le apartaron del ambiente callejero, enviándole interno a un colegio, lo que le sirvió para enderezar su vida. Ahora trabajaba de guarda jurado en el Banco Agrícola y Ganadero. A juicio de Mauro, llevaba seis largos y agónicos años currando con conducta intachable, hasta que un mal día fue a tropezarse con el colega más simpático del barrio, según opinaba Rogelio.
   El bueno de Rogelio le contó con pelos y señales todos los avatares de la vida. A Mauro se le antojó el encuentro como una premonición. La suerte se ponía de su lado.
  Circulaba con tranquilidad, repasando una y otra vez el plan de refugio. Siempre pensó que por mucho que fuera meticuloso en los proyectos, había algo que al final le sorprendía para mal. Esta vez sería diferente. Durante años planeó el robo, le dio mil  vueltas a la idea, realizando ligeros cambios una y otra vez. Con la ayuda de Rogelio, el golpe fue magistral. Meter al amigo del barrio en el "negocio" implicó algunos riesgos, aunque también le abrió puertas. Trabajar solo había sido su máxima, pero jamás se había metido en algo tan gordo, como el asalto al banco más importante de la provincia. Tener un cómplice representaba gran ayuda. Significaría su jubilación anticipada. Rogelio conocía a la perfección los entresijos de la  entidad. Por una vez la voluntad divina se ponía de su lado. 
  Meses atrás salieron de marcha varios sábados. Tanteando el terreno, se decidió por fin a plantear la cuestión, ante un Rogelio desconcertado, que de entrada, rechazó la idea de inmediato. Sin darle tiempo a reflexionar, pasó a plantear la cuestión del dinero, es decir, el pico que se llevaría por la sencilla colaboración, que no implicaba ningún riesgo. Al final, Rogelio resultó no ser tan cándido, ya que en el momento que oyó el pastizal que obtendría a cambio de un minúsculo esfuerzo, se le tatuó en el cerebro el símbolo del euro. Propiciando algún que otro pormenor, Mauro contó con todo lo necesario para perpetrar, sin lugar a dudas su mejor trabajo, a la par de resultar uno de los más llamativos de la historia. El guarda jurado puso a su disposición los planos de la entidad, así como los de las dependencias que albergaba la cámara acorazada y le proporcionó los datos necesarios para llegar al interior, siguiendo la red de alcantarillado.
   Rogelio señaló que algunos empleados se quedaban una hora trabajando tras el cierre al público, de esta forma no fue necesario desconectar las alarmas. El estudio de la apertura de la cámara acorazada, les llevó casi dos meses. El vaciado íntegro se consiguió en doce minutos. Las bolsas millonarias se depositaron nuevamente en el camino de la cloaca.
   El compinche señaló que había un pequeño inconveniente: la chica de la limpieza, que comenzaba su turno cuando acababa el de los empleados y que se movía por todas las dependencias. Rogelio sugirió la idea de meterla en la banda. Le gustaba, habían salido un par de veces. Pretendía  impresionarla y que cayera rendida a sus pies.
   - No seas infantil, Rogelio - observó Mauro iracundo -. Las mujeres no sirven para implicarse en atracos de esta envergadura.
  - No la subestimes - protestó -, nos sería de gran ayuda una vez dentro. Es muy inteligente. Licenciada en Arte. ¿Qué te crees? 
   - ¿Y qué cojones pinta en el banco una licenciada en Arte dándole al mocho?
   - Las circunstancias, ya sabes...
   - Verás, Rogelio, majo, me da igual que sea licenciada en Arte o en Fregología - interrumpió Mauro, hiriendo los sentimientos del compinche -. Parece que no comprendes bien el asunto.
  - Toda la ayuda que podamos tener será bienvenida - aseguró Rogelio y una vez más insistió -: En serio te digo, que es muy inteligente.
   - Te voy a aclarar una cosita. Cuánto más inteligente sea una mujer, mayor riesgo corremos nosotros. No  me mires con esa cara de tonto. La inteligencia de ellas siempre va por encima de la nuestra.
   - Palmira es buena chica - defendió su argumento enojado.
   - ¿Qué demonios entiendes por buena?
   - Si se lo pido, nos ayudará - afirmó el guarda convencido.
   - Ninguna, escúchame bien lo que digo, ninguna mujer es buena y mucho menos si es lista. Te voy a dar un consejo gratis, muchacho: mantente alejado de las tías, sobretodo a partir de ahora. Es momento de gran concentración. El atraco tiene que ser tu vida. De aquí a unos meses, estarás pidiendo el finiquito.
 - Palmira nos hace falta - machacó tenaz -. Es suficientemente lista para saber lo qué le conviene una vez de entrar a formar parte de nuestro objetivo. 
 - Veo que no tienes ni idea de cómo funciona el cerebro de una mujer - Mauro suspiró insatisfecho -. Aunque te parezca mentira, su inteligencia está por encima de la de todos los hombres del mundo, incluidos los sabios más sabios. La mujer más tonta, está a años luz del hombre más inteligente.
 Rogelio sonrió bobaliconamente. Cambió de postura, se mostró nervioso y satisfecho de aprender algo más sobre féminas.
 - No las conozco muy bien porque he tenido pocas oportunidades. Soy tan tímido... - se disculpó.
 - Verás, muchacho - prosiguió Mauro envanecido -, nosotros sumamos dos más dos y nos da cuatro...
 - ¡Claro! Es que son cuatro - aseguró sin entender dónde pretendía llegar el cerebro de la operación.
 - Son cuatro - repitió el atracador -. Pero las tías van más lejos. Cavilan, maquinan, rumian, proyectan y conjeturan, de tal forma que de un simple razonamiento sacan chispas. Le dan al coco cosa mala. Llegan a conclusiones insospechadas.
 - En este caso, podemos utilizar la inteligencia de  Palmira a nuestro antojo - perseveró el guarda.
 - ¡Imposible tío! Te aseguro que no ha nacido el Fulano capaz de utilizar la inteligencia femenina a su favor. Con mi teoría, pretendo que entiendas  que su cerebro se ajusta a otros parámetros que no tienen nada que ver con los nuestros. Además, aunque te parezcan dulces y delicadas, te aseguro que  son hijas de Satanás. No se libra una, chaval. Te lo dice un experto en mujeres. Tu chica queda descartada. Disfruta del fruto de tu trabajo en soledad y échale un casquete de vez en cuando para tenerla contenta. Pero hasta ahí - sentenció ante la atenta mirada del compinche.
   - No es de ésas - respondió Rogelio atribulado.
 - ¿Qué no es de ésas? ¡Rogelio, tío! ¡No me jodas! ¿Todavía no te la has trajinado?
   El aludido negó con timidez.
  - Tío, pero ¿en qué siglo vives? Si no le echas un buen polvo, pensará que  eres ciruelo y en cuanto tenga la menor oportunidad, correrá a los brazos de otro.

  Dos kilómetros más adelante, tomó la bifurcación que le recluiría por un tiempo  indeterminado en Artagán.
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 El inconfundible sonido de los neumáticos en contacto con la gravilla le hizo olvidar la preocupación que le mantenía en vilo desde hacía horas, el tiempo que Fosco llevaba desaparecido. Aunque estaba esperando al tipo, no pudo reprimir el temor y la angustia, que la sola presencia del hombre, le producía. Observó con atención tras las cortinas deshilachadas y mugrientas. Dirigió la mirada hacia las primeras casuchas deshabitadas del pueblo. Un SEAT LEON negro, enfilaba el camino pedregoso. Circundó la plaza, dando dos vueltas en torno a la fuente, como si estuviera haciendo un ritual que augurase una suerte benigna. Levantaba polvo a su paso, dirigiéndose certeramente a la casona. Su privilegiado refugio. "¿Qué se le había perdido al tipo en aquel paraje deshabitado?", se preguntó Amanda nerviosa. Trataba de recordar las indicaciones que la niña le dio días antes, sin conseguirlo. La huida repentina del perro, le produjo amnesia. No estaba dispuesta a permitir que ningún intruso irrumpiera de nuevo en su vida. Únicamente el conductor viajaba. Momentaneamente se alegró de no tener que lidiar más que con un fisgón. Tenía posibilidades de triunfar. Abrió el ventanuco con sigilo y observó con el corazón acelerado. La llamada del teléfono le sobresaltó. Turbada, sin perder de vista al visitante, la atendió. Le resultó chocante la extremada calma con la que le fue detallando el descabellado mensaje. Súbitamente recordó que la niña prometió volver a telefonear. Ahí estaba ella, con puntualidad matemática.
    - No sé cómo te las arreglas para meterte en tantos líos, querida - acertó a decir -. No te puedes imaginar lo que me ha pasado. Y a continuación detalló lo sucedido con Fosco pero omitió relatar la otra parte, la más peliaguda.
   - Actúa con tranquilidad - aconsejó la voz.
   - Eso es fácil de decir. No puedo pensar con normalidad. Si Fosco estuviera conmigo... - se quejó mimosa.
   - No te preocupes por el perro. Su olfato le hará volver a casa más pronto que tarde. Lo esencial ahora, es que sepas bandear la situación hasta que yo pueda acercarme. Está todo previsto.  Mi contrato de trabajo termina en tres días.  La suerte esta de nuestro lado, mamá. ¿Recuerdas todo lo que te dije antes?                                                              
  No respondió pero tuvo una idea repentina. Puso el ventilador en marcha a la máxima velocidad. Acercó la primera caja de bolsas de plástico a la ventana. Al principio se precipitaron de una en una pero enseguida salieron en tropel, hinchándose como globos.
 - ¿Qué demonios...? - se preguntó Mauro colérico, al tiempo que paraba en seco el motor, mirando  atónito el hatajo de bolsas de plástico que surcaban el cielo. Algunas chocaban contra el parabrisas. Se apeó. Atónito descubrió que las bolsas salían despedidas desde una estrecha ventana del último piso de la casona. Le pareció imposible que estuviera habitada. Todas las veces que había visitado el pueblo fantasma, la  casona estuvo vacía.
  - ¡Hay que joderse! - exclamó dando una patada a una de las bolsas que irracionalmente se le pegaba a la pernera del pantalón. Con paso incierto avanzó con sigilo hacia la casa.
 Desde el trastero Amanda observó con detenimiento al hombre que se apeó del SEAT LEON. Aparentemente  parecía un tipo simple. No se trataba de alguien corpulento ni siquiera peligroso. Esto le tranquilizó. Avanzaba ceñudo, se lamentó de que su estrategia no le hubiera ahuyentado. De pronto recordó que el encargo de la niña era hacer todo lo que estuviera en su mano para que el visitante se quedará cerca de ella. Pese a la seguridad de la niña, no se sentía con la suficiente fuerza para llevar a cabo el "trabajo". La tensión acumulada por los diferentes acontecimientos del día, le trastornaron y de nuevo la memoria se le quebró. "Es terrible, no soy capaz de concentrarme y ella se enfadará". Golpes rotundos en la puerta le hicieron temblar. Amanda descendió despacio los tres pisos, evitando que los escalones crujieran. En la planta baja, permaneció quieta. Por escasos segundos, reinó el silencio. Deseó con todas sus fuerzas que el entrometido se cansara y decidiera marcharse. Escuchó de nuevo otra sucesión de golpes enérgicos que se le antojaron  insoportables. Suspiró con desaliento y decidió abrir la puerta una pulgada.
 - Buenas tardes, señora. Siento molestarle. Se me ha averiado el coche y he pensado que tal vez usted sería tan amable de permitirme utilizar el teléfono. El móvil... - mostró el aparato -, aquí parece no haber cobertura.               "Mentira podrida", pensó Amanda pero sonriendo al desconocido, abrió la puerta completamente y  se hizo a un lado franqueando la entrada al misterioso visitante.
  - Pase usted. En este pueblo no se suelen ver forasteros. No me fío de los extraños. Una nunca sabe, se oyen cosas tan raras... Pero usted tiene pinta de buena persona - mintió la mujer, intentando descubrir las verdaderas intenciones del desconocido.
  Mauro, dándole las gracias, penetró en el interior. Durante unos instantes, ambos se estudiaron con detenimiento. Amanda se autoconvenció de que el rostro del hombre no albergaba nada temeroso. "Tal vez éste no sea el que me ha asegurado la niña que vendría a no sé qué... ¡Dios! Lo he olvidado por completo", se dijo, sintiéndose vulnerable. Era un tipo corriente, de unos treinta y cinco o cuarenta años, pelo corto, moreno, nariz recta, rostro redondo, labios finos pero muy sonriente, aparentemente tranquilo y educado.         A su vez, Mauro también observó meticulosamente a la mujer. aparentemente no parecía muy inteligente, de edad indeterminada, entre los sesenta o sesenta y cinco, chaparra y con algún kilo de más, coqueta, rubia gracias al tinte. Intuyó que la sonrisa era impostaba y que tras ella se escondía una curiosidad malsana. Tal vez fuera una loca. "No te fies, Mauro. Esa sonrisa es sibilina y esconde a una auténtica bruja", rumió el atracador. Ambos omitieron el episodio de las bolsas voladoras.
  - Venga por aquí - invitó Amanda atravesando un espacioso vestíbulo que rezumaba polvo por todos los rincones. Se adentró en un regio salón, amueblado al estilo rústico, sin una mota de suciedad. 
  - El teléfono - dijo señalando el aparato y  apartándose a un lado.
  - Muy amable - descolgó y marcó el número de Rogelio. Pero el maldito idiota no contestó. Esperó hasta que se cortó el sonido de llamada y sabiéndose observado por la extraña anfitriona, habló tranquilamente.
 - Buenas. Me he quedado atrapado en un municipio llamado Artagán, como a unos 30 o 40 km de Soria. Necesito un mecánico. Mi coche se ha averiado y a duras penas he podido llegar hasta aquí - guardo silencio, como esperando a las indicaciones del ausente interlocutor -. Parece un lugar poco concurrido... No tiene pérdida... Le hablo desde la única casa regia del pueblo... No, no lo creo... No tengo medio de llegar hasta allí... No, no... Imposible... Si no hay más remedio... Adiós, buenas tardes - colgó el receptor.
  - ¿Algún problema? - a Mauro le pareció que en la pregunta de la mujer se encerraba la ironía.
 - Una verdadera lástima. No podrán venir hasta mañana a primera hora del día. ¿Conoce algún lugar por aquí cerca donde pudiera pasar la noche?
 - ¡Qué contrariedad! - acertó a decir Amanda un tanto escamada.
  Él asintió visiblemente malhumorado.
  - ¿Cómo se las arregla usted? Quiero decir, para vivir en un  lugar tan apartado de... de todo - se interesó Mauro.
 - Viene un vendedor ambulante cada tres días con fruta, verdura y carne. El panadero pasa a diario. Los martes traen pescado - improvisó.
  - ¿Lleva mucho tiempo sola por estos parajes?
 - No. Llegué hace un par de semanas. Es un retiro temporal, que alargaré hasta mediados de noviembre - mintió -. ¡Pero mira qué soy tonta! ¡Todavía no me he presentado! Me llamo Amanda.
 - Soy Mauro López. Estoy de paso, camino... - vaciló unos segundos mostrando cierto nerviosismo y a continuación, añadió -: camino de la costa. No me arriesgaría a pedirle esto, si no fuera verdaderamente necesario. Necesito pasar una noche aquí. Mi coche...
 - No sé... - interrumpió bruscamente Amanda recelosa. Se le hundió el mundo solo de pensar que el individuo podía pasar una sola noche en la casa, aunque el nombre del sujeto le sonó al que le había comunicado la niña -. En realidad no le conozco de nada... Una mujer sola... No estaría bien, estoy segura de que lo comprende. ¿Qué pensaría la gente?          - ¿Qué gente, señora? ¡Aquí no hay nadie!
- No estaría bien - se limitó a repetir.
- Le pagaría, por supuesto - Mauro pensó que la mujer no estaba en su sano juicio.
  Amanda apretaba los labios y negaba con la cabeza.
- No se hable más. Pasaré la noche en el coche. Ha sido usted muy amable por dejarme utilizar el teléfono.
- Lo lamento mucho. Lo del coche, quiero decir. Estará pensando que soy una pobre solterona, una mojigata que...
- Hace usted bien en no fiarse de cualquiera. Corren malos tiempos. Crímenes, robos, violencia... Nos hacen desconfiar de nuestra propia sombra.
- Estoy pensando que tal vez pudiera ocupar una de las habitaciones de la planta baja. Hay sitio de sobra. No se puede mirar para otra parte cuando alguien atraviesa una situación como la suya - "Haz todo lo posible para no perder de vista al fulano". ¿Habían sido exactamente esas las palabras de su hija? -. La temperatura  baja mucho por las noches, no es lugar para dormir al relente.
 - Muy amable. No sabe cuánto se lo agradezco.
 Recorrieron un largo pasillo. La escalera ascendía hacia la oscuridad desolada. La dejaron a un lado y Mauro se dejó guiar hasta el final de un estrecho corredor. La anfitriona abrió una puerta y penetró en una habitación sencillamente amueblada.
 - En otros tiempos pertenecía al servicio - se disculpó Amanda, frotándose las manos nerviosa -. Es sencilla pero...
 - Más que suficiente. Muchas gracias - el intruso se mostró complacido.
 - Le traeré sábanas. A la derecha encontrará el baño. Supongo que le gustará asearse antes de la cena - sonrió apretando los labios.
 Mientras el agua caliente se derramaba por el cuerpo, sopesó la idea de trasladar las bolsas del dinero del maletero a la habitación. Cabía la posibilidad de que entonces se despertase la curiosidad malsana de la mujer, vicio bien arraigado en las de su sexo. Quizás en cuanto se durmiera, la misteriosa mujer, haría lo imposible por descubrir qué llevaba en ellas, suponiendo que sería algo importante para llevarlo hasta la habitación. La mente suspicaz de Mauro, maquinó a gran velocidad y se imaginó a la mujer escuchando en la radio la noticia del atraco. Deducir que el era el ladrón no le llevaría más de dos segundos. Sería mejor dejar el dinero donde estaba. Al fin y al cabo el pueblo estaba deshabitado. ¿Quién podía husmear por los alrededores? ¡Nadie!
   Al salir del baño comprobó que la mujer le había preparado la cama e hizo un poco más confortable la habitación, trayendo un radiador eléctrico, que en poco tiempo caldeó el ambiente.
 Consideró importante conocer el motivo por el que las bolsas habían salido despedidas por la ventana en el momento en que se adentró en el poblacho. En cuanto la mujer se acostase, indagaría sobre ello. ¿Sería posible que hubiera alguien más en la casa? Y si fuera así, ¿por qué razón permanecía en el anonimato? Tenía que averiguarlo. Se le ocurrió pensar que tal vez la mujer escondía algo.     Comprobó que la ventana daba a la trasera de la casa, con lo que desde ella no podía ver el coche. ¿Le había asignado esa habitación en concreto, intencionadamente? ¿Urdía ella algún oscuro propósito? Aunque parecía un poco lela, ¿pretendería hurgar entre sus pertenencias en cuanto se acostase? "No te hagas pajas mentales, Mauro", se dijo nervioso. "Aunque, ¿quién puede fiarse al cien por cien de una mujer?", se preguntó con incertidumbre. Resolvió que no se dormiría en toda la noche y estaría alerta a los ruidos. Si sorprendía a Amanda fisgoneando entre sus cosas, obraría en consecuencia. También cabía la posibilidad de que ella tuviera la certeza de que no había ninguna avería. Tuvo la precaución de esconderse el revólver en el calcetín, lo había visto en muchas películas. Comprobó que estaba listo para ser disparado. No era un asesino, pero si las circunstancias lo requerían, no tendría más remedio que librarse de ella. Se autoconvenció de que la extraña mujer solo estaba un poco chalada, por lo que no debía preocuparse.
 De pronto le asaltó el otro problema a la cabeza. ¿Cómo reaccionaría Amanda cuando llegase el panadero por la mañana? No le convenía ser visto. La noticia del atraco habría saltado a todos los informativos. Tal vez algún testigo había dado datos del coche. Siempre se destacaba algún listillo que recordaba un coche circulando en dirección contraria, la matrícula, color o cualquier dato relevante para la investigación.
  Súbitamente se sintió nervioso. El plan fallaba una vez más. ¿Otra de sus geniales ideas se truncaba o tan solo eran imaginaciones suyas? El pueblo debería estar vacío. "¡Maldita sea mi suerte!", masculló entre dientes. El silencio sobrecogedor le ponía nervioso. No se escuchaba ni siquiera un leve ruido procedente de la carretera secundaria. Todos los pueblos de la zona permanecían solitarios y precisamente en el que  él había elegido, en la casa que iba a ser su refugio  durante los próximos meses, se había instalado una mujer. "¡Hay que joderse! ¡qué mala estrella tengo", se lamentó iracundo. La mujer había mentido. Dijo que llevaba un tiempo en el pueblo. Cuando lo visitó, una semana antes, recorrió la casa de arriba abajo. No encontró más que suciedad e inmundicia y todos los muebles tapados.
  El sonido de llamada del móvil le sacó bruscamente de sus pensamientos. Rogelio, avisaba la pantalla.
  - Estaba a punto de llamarte - intentó mostrarse tranquilo.
  - Estoy preocupado. ¿Pasa algo?
  - ¿Qué si pasa? ¡No te lo vas a creer, muchacho! La casa está ocupada. La habita una misteriosa mujer, de unos sesenta y tantos tacos. Dice que se ha instalado para pasar unos cuantos meses - manifestó en susurros - ¿Te lo puedes creer? Hay que cambiar de planes. Mañana tienes que estar aquí  a primera hora, por ejemplo a las ocho de la mañana y hacerte pasar por un mecánico de coches.
  - No entiendo nada - Rogelio parecía preocupado -. ¿Me estás engañando?
   - No, Rogelio. Te estoy diciendo la verdad.
  - Mañana no sé si podré estar allí, los planes eran que no me ausentase del trabajo, ¿no lo recuerdas? Tú mismo lo propusiste.
  - Me acuerdo perfectamente. ¿Has escuchado lo que te acabo de decir?
   - Si, pero no me convence.
  - Te repito que hay que cambiar de planes. Es necesario que mañana a primera hora estés aquí, haciéndote pasar por un mecánico.
 - ¿Quieres hacerme creer que mañana a primera hora tengo que estar en ese pueblo perdido porque hay una señora en la casa y que me tengo que hacer pasar por un mecánico?
  - Exactamente eso es lo que he dicho.
  - ¿Pero por qué?
 - Se me ha averiado el coche y tengo que salir de este miserable pueblacho cagando leches. ¿Te ha quedado claro?
  - No del todo. Si se te ha estropeado el coche, ¿por qué no llamas a un mecánico de verdad?
 - ¡Dios me de paciencia! - exclamó a punto de perder los nervios y levantando el tono de voz, añadió -: He llamado al mecánico, el motor hace un ruido extraño.
 - No sé nada de motores, Mauro. No  entiendo bien qué tramas.
  - Limítate a estar mañana aquí. Ahora no puedo darte más detalles - susurró -. Ya lo entenderás. 
  - No sé, Mauro...Si mañana no me presento en mi puesto de trabajo, ¿no crees que pensarán que estoy implicado en el atraco?
   - Vas a trabajar como cada mañana pero pides el día libre  con cualquier disculpa. Te lo darán porque es un derecho de todo trabajador. Te presentas aquí, "me arreglas el coche" y salimos en busca de otro pueblo abandonado. Por aquí hay miles.
   - No lo veo claro.
 - No podemos quedarnos aquí porque esta señora no entraba en nuestros planes. ¿Todavía no te queda claro? - Mauro suspiró y apretó el puño. Empezaba a perder la paciencia.
  - No es tan fácil como lo piensas, tío. Si te ausentas del trabajo tienes que presentar un justificante que te tienen que firmar en el lugar que se supone que has estado. Tú eso no lo sabes porque no has dado un palo al agua en tu vida - la tensión de Rogelio aumentaba por momentos.
   - Yo te lo firmaré, no te preocupes.
  - No vale. No puedes hacerlo y no puedo dejar de trabajar al día siguiente de haberse cometido un atraco en el banco, sobre todo si he participado.
  - ¡Me cago en tu vida!  ¿Quién crees que  te va a relacionar con el puto robo de los cojones? Tú eres un tipo honrado. 
   - Lo pensaré, Mauro.
  - ¿Qué cojones tienes que pensar? Eres mi socio. Hemos llevado a cabo un proyecto inmenso, de mi cosecha - añadió con orgullo -. Por lo tanto, harás lo que yo te diga, ¿estamos?
  - Será como tu dices - respondió después de titubear durante escasos segundos -, aunque hay otro problema.
   - ¿Qué más?
   - ¿Qué le digo a Palmira?
  - Lo que te de la gana. Las mentiras piadosas funcionan muy bien con las tías.
 - Funcionarán con las fulanas con las que estás acostumbrado a codearte, con mi  chica, te aseguro que no vale cualquier disculpa.
  - A ver, Rogelio, majo. A ella le pones la misma disculpa que vas a poner en el trabajo. Todo tiene que ir coordinado, eso es importante. Solo vas a faltar un día. Por ejemplo puedes decir que se ha muerto tu tía Eduvigis, la del pueblo. Te aseguro que la gente se muere todos los días, independientemente de los atracos que ocurran.
   - De acuerdo, Mauro. Eso diré.
   - ¿Le has contado algo a Palmira? - Mauro sintió de pronto un estremecimiento.
   - No le he dicho nada.
   - ¿Nada? - le pareció que Rogelio vacilaba en la respuesta.
   - Nada.
  - ¡No me vengas con chorradas! ¿Seguro que no le has dicho que tu vida va a cambiar pronto? Estás nervioso, ¿o me equivoco?
  - Un poco nervioso si que estoy - Mauro se imaginó a Rogelio esgrimiendo su sonrisa bobalicona.
   - Estoy seguro que habéis especulado sobre el atraco.
   - Le he dicho que no quería hablar del tema.
   - ¿No le ha parecido extraño?
   - No es de ésas.
 - ¡Es cierto! ¡Lo había olvidado! Palmira no es de este mundo.
  - No es curiosa, quiero decir. Se fía de mí.
 - ¡Muchacho! Al final voy a pensar que la Palmira de los cojones viene del mismísimo Marte. ¡Palmira no es una mujer de verdad! Todas preguntan. Todas son curiosas. Todas parecen afiliadas a La Gestapo. Te aconsejo que la cojas de los pelos si es preciso y que le dejes bien claro que haces lo que te sale de los cojones. ¿Te ha quedado claro o te hago un croquis?
  - No soy tonto, Mauro - parecía ofendido.
  Por fin cortaron la comunicación. Mauro encendió un nuevo cigarrillo. Paseó por la habitación intentando tranquilizarse. Tenía que camelar a la vieja y evitar levantar sospechas. Conectó la radio del móvil. Enseguida hicieron referencia al atraco del Banco Agrícola y Ganadero. Se creía que habían sido tres atracadores, aunque también se barajaba la posibilidad de que hubieran sido dos. No había noticias del coche utilizado.  Respiró aliviado. Hasta el momento  la policía solo manejaba algunos datos poco claros.
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 En cuanto Amanda dejó al misterioso intruso en la habitación, atisbó desde el ventanal del salón tratando de divisar la figura peluda de Fosco, que  seguía desaparecido.
  "Seguro que se ha tropezado con alguna perrita linda y estarán retozando por ahí", pensó  sonriendo para sí.
 La presencia del desconocido, representaba un serio problema para sus planes. ¡Si pudiera recordar todo lo que había dicho su hija! ¿Por qué le mentiría el sujeto? Era evidente que el coche no estaba averiado. ¿Sospecharía él que ella lo sabía? Tenía la certeza de que si. No parecía tonto el tipo. Con la esperanza de que Fosco hubiera sido encontrado por algún cazador, conectó el pequeño aparato de radio por si anunciaban el hallazgo. El locutor difundió una noticia sobre un atraco al Banco Agrícola y Ganadero de Vitoria, el llamado popularmente Patatero. Según la noticia un solo atracador había maniatado a los empleados, que permanecían en su puesto de trabajo. El hombre, de complexión delgada y mediana estatura, estuvo encapuchado en todo momento. Los empleados fueron reducidos y maniatados pero desde los primeros minutos vieron que el hombre se movía con soltura, pareciendo que conocía las dependencias bancarias, con lo que la policía podía asegurar que contó, sin lugar a dudas, con una ayuda importante desde el propio banco. La cámara acorazada fue abierta con la ayuda de un artefacto casero de mediana potencia. El vaciado integro no pudo durar más de quince minutos. El locutor aseguró que se habían llevado mil quinientos millones de euros.
   Amanda se sobresaltó. Su cuerpo comenzó a temblar y se sintió febril pero al momento meditó sobre la idea de que parte de ese botín cayera en sus manos.  Repentinamente recordó las palabras de su hija días atrás: "Un compañero de trabajo me ha contado que junto con un colega, va a realizar un trabajo que le va a llevar a la gloria. Se trata de un pobre infeliz, mamá. Le he sonsacado y enseguida me ha contado todo. Van a atracar el banco y aunque mi compañero será  maniatado, como  yo y otros empleados, sé que el tipo es el compinche del otro. También me ha dicho que se van a refugiar en Artagán. ¿Qué te parece? Escucha bien mamá. Ponte en viaje de inmediato y ocupas la única casa solariega que hay en el pueblo. El tipo me ha asegurado que van a esconderse en ella hasta que se olviden del asunto. Algo podrás inventarte cuando llegue el fulano. En principio llegará uno solo. Ese dinero tiene que ser nuestro".
  Retomó los pensamientos sobre el hombre al que había cobijado. Y ¿si fuera él el atracador del banco? Soñó con la posibilidad. Le daría un certero golpe en la cabeza. Si había sido capaz de deshacerse de uno, aunque ello hubiera sido  fortuito, bien podría suceder nuevamente. Aunque aquel pobre hombre tenía pinta de ser tan solo eso: un pobre hombre. Un desgraciado que había caído en el pueblo por algún oculto contratiempo y por la causa que fuera, prefería mantener en secreto. Por otra parte, no dejaba de ser extraño que alguien en su sano juicio, circulara por las inmediaciones. El pueblo y los alrededores estaban desolados. No estaría de más tomar algunas precauciones. No le inspiraba confianza pasar la noche con un completo desconocido. Debía pensar qué hacer para evitar que el hombre la sorprendiera en mitad del sueño. Lo único claro hasta el momento, era que con el visitante en la casa, le sería muy difícil deshacerse del cadáver. Por si esto fuera poco, no deseaba amanecer con la presencia del hombre, ya que comprobaría que ella había mentido, al no ver al panadero. El forastero había hablado con alguien desde su habitación. Tenía la vaga esperanza de que tal vez ese sujeto se personaría con la disculpa de reparar el coche y que el prójimo le recogería, a más tardar a primera hora del día siguiente.  Para rematar su mala suerte, Fosco no daba señales de vida.
  Horas después dispuso una cena fría a base de embutidos, queso y unas latas de sardinas y calamares que llevaba encima cuando se instaló en la casona. Alegó que  cenaba de manera frugal para evitar las digestiones pesadas, que siempre derivaban en pesadillas nocturnas. 
   - Este vino es muy bueno - aseguró la anfitriona, dando por hecho que la ocasión lo merecía -. Es un Rioja estupendo, se deja beber sin ganas.
  - Muchas gracias, señora. Ha sido un día complicado para mí, hasta el punto que no tengo mucho apetito pero al vino nunca le hago ascos.
   - Yo solo me serviré una copita. No estoy acostumbrada y luego me pongo tontorrona. Pero usted beba, beba, como si
estaría en su casa.
  Mauro, complacido no se hizo de rogar. Ambos hablaron poco, porque poco deseaban que supiera uno del otro. Se escuchó un sonido extraño en el exterior. Parecía que alguien arañaba la puerta de la calle. Había anochecido. Mauro sintió un vértigo incontrolable y se palpó el revólver del calcetín. Experimentó tranquilidad. Amanda abandonó el comedor como un rayo.
  - ¡Fosco! - exclamó con júbilo al abrir la puerta -. ¿Dónde has estado, sinvergüenza?
  Un enorme schnauzer gigante de pelo negro y rizado se coló a saltos en el comedor y al descubrir al desconocido, lanzó fuertes y poco amistosos ladridos.
  - Se llama Fosco - presentó la mujer con orgullo, mientras acariciaba y besaba la cabezota del sabueso -. Se escapó ayer y el muy granuja no ha vuelto hasta ahora.
   - ¿Es peligroso? - indagó Mauro, al que no le parecía muy amistoso.
   - Este grandullón solo es un pingo. Me tenías preocupada, Fosco. Por ahí de parranda. ¿No sabes que estos parajes pueden ser peligrosos?
   - Poco tendrá para golfear por aquí - sonrió Mauro ante la  perorata que la señora le soltó al perrete. No soportaba a la gente que trataba a los animales como si fueran niños -. Según usted no hay bicho viviente en los  alrededores.
  - Por aquí no pero por las montañas suelen verse cazadores y éste es un curiosón. Cualquier disparo fortuito y... ¡No quiero ni pensarlo! - volvió a colmar de caricias y besos al perrazo.
  Según la misteriosa dama, los cazadores merodeaban por aquellos lares, sin embargo, no había oído un solo disparo en sus frecuentes visitas al pueblo. Sospechó que la mujer mentía. Tal vez no fuera tan indefensa e inocente como aparentaba.  Por algo aseguraba él que de las mujeres no se podía fiar uno. Ésta parecía una mosca muerta y ésas eran las más peligrosas. Con toda probabilidad, si la mujer mentía, sería porque ocultaba algo. ¿Qué era ello? De nuevo recordó el episodio de las bolsas de plástico saliendo por la ventana. 
 "0jalá este tipo se marche antes del amanecer", reflexionó nerviosa. Seguramente no  había reparado en que no se escuchaba nada en muchos kilómetros. "Ha recalado en el pueblo huyendo del atraco", trató de convencerse a sí misma. No tenía claro si Palmira le ordenó retener en la casa al tío o hacer que se largara. O tal vez le instó a hacer lo imposible para encontrar el botín... No estaba segura de nada. Se le había presentado otro contratiempo añadido. A cada momento se sentía más vulnerable e incapacitada. ¿Qué debía hacer con el muerto del sótano?

  Entre los dos recogieron la vajilla y los restos de la cena, ante la atenta mirada de Fosco que no perdía detalle.
 - Soy muy madrugadora  pero usted no tiene prisa - aseguró Amanda después de un largo silencio.
 - Me temo que también tendré que madrugar. Espero que el mecánico llegue a primera hora - intentando controlar un nuevo bostezo, se disculpó -: Me caigo de sueño. Estoy muy cansado, ha sido un día difícil. Con su permiso, me retiro.
  Fosco se acostó junto a la puerta de entrada, lo que añadió otro inconveniente para abandonar la casa. Pretendía salir con la excusa de dar un paseo, antes de la llegada del panadero. Despertar sospechas era lo último que deseaba, después de que la noticia del atraco estaría en  boca de todos. En cuanto llegase Braulio, buscarían otro refugio completamente seguro. Otra cosa que pueblos abandonados no había en la zona.  Se tumbó en la cama. Barajó la idea de huir por la ventana. Esperaría un buen rato para dar tiempo a que la mujer cogiera el sueño profundo.
 Desde la planta baja, saltar no constituía peligro alguno, arrancaría el coche y huiría. Luego telefonearía a Rogelio. Para cuando la misteriosa mujer se diera cuenta solo vería una estela polvorienta en el camino.
 Recapacitó sobre la última conversación con Rogelio. En realidad la opinión de la chica le importaba un comino pero se quedó algo mosca porque Rogelio no le aclaró nada en referencia a lo que pensaba Palmira sobre el atraco, las preguntas que les hizo la policía o como se desarrollaron los acontecimientos después. Toda esa información le daría pistas sobre su actuación posterior. Con estos pensamientos se quedó profundamente dormido.
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  Amanda deseó con todas sus fuerzas no haberse pasado con la dosis. Se había acercado un par de veces hasta la habitación que ocupaba el siniestro huésped. A la segunda oyó que roncaba con alegría. A continuación, sus movimientos fueron rápidos y certeros. Conectó la radio para hacerse compañía y con los cascos en los oídos y el diminuto aparato en el bolsillo del delantal, descendió la escalera temerosa y temblando, seguida de Fosco, para ocuparse del cuerpo del hombre que descansaba eternamente en el sótano. Con sigilo, abrió la puerta y a tientas buscó el interruptor de la luz. La bombilla de escasa potencia, iluminó vagamente el centro de la cripta. Fosco, olisqueó y mordisqueó juguetón la alfombra enrollada. Husmeó a su alrededor. Emitió un sordo aullido.
 - Tienes razón, Fosco. Aquí huele a muerto - susurró Amanda.
  El perrazo insistía juguetón en torno a la vieja estera.
 - Aparta - ordenó Amanda con los brazos en jarras, meditando en cómo desembarazarse del cuerpo enrollado en ella. Sintió haberse precipitado con Mauro. Debió pensárselo dos veces. ¿Qué pasaría si ahora tenía dos muertos en lugar de uno? Comprendió que añadiría complicaciones. Ya contaba con serias dificultades para hacer desaparecer al hombre enrollado en la alfombra. Sujetó a Fosco, arrastrándolo por el collar, ya que se afanaba lamiendo el rostro pálido del hombre. Era lo único que quedaba al descubierto. Repentinamente se irguió, dejando que Fosco siguiera con la tarea que le mantenía entretenido. Elevó el sonido del aparato de radio. El locutor informaba sobre el atraco del banco. Tuvo el convencimiento de que el huésped era uno de los asaltantes y que los millones le esperaban en el SEAT. ¿Podían aspirar a parte del botín? ¿Por qué conformarse con una ridícula parte si podían disfrutarlo íntegramente? ¿Fue ese el mensaje de Palmira? ¿No decían que quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón? Una idea descabellada cruzó su cerebro como un relámpago. Su mirada se cruzó con la de Fosco. Éste, como adivinando que estaba a punto de producirse algo importante, ladró repetidas veces. Abandonó el sótano. Fosco permaneció obnubilado con el cadáver. Escuchó durante breves instantes. Mauro seguía roncando. Salió al exterior. Iluminándose con una linterna, bordeó el coche. Comprobó que estaba cerrado. Volvió a la casa. Buscó algo con lo que pudiera abrir el maletero. Tampoco obtuvo  buen  resultado. Se precipitó en la habitación donde Mauro continuaba abrazando a Morfeo, gracias a las gotas de MELATONIN disueltas en la copa de vino. Rebuscó con dedos temblorosos  en los bolsillos de la ropa del fulano. No tardó en encontrar las llaves del SEAT, ante lo que sonrió triunfal.
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  Excitada, volvió al interior de la casona. Ni siquiera notaba el peso de las bolsas. Comprobó con ellas todavía dentro del capó el contenido de ambas. 
 - ¡Dios de mi vida! - acertó a exclamar sin poder contenerse.
 Retornó al sótano.
 - Fosco, apártate de ahí - ordenó con cariño.
 El perro le dedicó apenas una mirada furtiva y volvió a enfrascarse en el asunto de la alfombra.
 - ¡Mira, campeón! Este tipo nos ha solucionado la vida - ladró entusiasmado, como si entendiera -. ¡Cómo lo oyes, muchacho! No será necesario preocuparnos de este otro Fulano. Dejaremos parte del botín, para cuando lo encuentre la pasma. Lo descubrirán, de ello me ocuparé personalmente. La policía, que no suele atinar mucho en sus pesquisas, pensará que el de la alfombra y éste bello durmiente que tenemos en casa, son los dos ladrones. Sin duda se volverán locos buscando a un tercer compinche, el que supuestamente ha huido con la mayor parte  del botín.
 Dicho y hecho. Introdujo en la casa una bolsa del Corte Inglés que encontró en el maletero, depositó en ella una irrisoria cantidad de dinero, colocándola en la habitación donde el atracador seguía roncando a pierna suelta. Fosco y Amanda huyeron en el AUDI del sujeto de la alfombra.
 - Lo importante es abandonar el pueblo cuanto antes, Fosco - utilizó una navaja para pinchar las ruedas del SEAT LEON,  no fuera a ser que el tipo se despertara y colérico les siguiera. A saber qué era capaz de hacer un ladrón furioso.  
 El perro ladró un par de veces y meneó el rabo, mostrándose contento. 
 - Lo más sensato e inteligente será volver a Vitoria. ¿Quién va a pensar que el dinero vuelve al punto de partida? ¿Sabes, muchacho? Acontecimientos de este tipo son los que dan alegría a la vida - exclamó eufórica.
 Antes de abandonar la casona de Artagán, se apropió del móvil del atracador. A los pocos kilómetros, realizó una llamada a un periódico local, notificando dónde podían encontrar a los atracadores del Banco Agrícola y Ganadero de Vitoria. Rogó a Dios para que el atracador estuviera vivo. No tenía práctica en drogar gente.
 - Señora, le agradecería que me repitiese todo lo que me acaba de contar pausadamente. Tiene usted el deber de... - el periodista que atendió la llamada, se interesó por conocer algunos detalles más.
 - ¡Váyase al diablo! - murmuró Amanda, al tiempo que lanzaba el teléfono por la ventanilla del coche.                         El periodista relató la noticia al director de La Gaceta de Soria y éste, aun pensando que podía tratarse de una broma, lo puso en conocimiento del jefe superior de policía. Dos dotaciones policiales se personaron en Artagán. Rodearon el pueblo fantasma y penetraron sigilosamente en la casona. Tal como aseguró la voz anónima, hallaron un cadáver enrollado en una polvorienta alfombra en el sótano. Veinticuatro horas después se supo la identidad del individuo, Ricardo Roncesvalles, conocido abogado soriano. También se supo que había fallecido a causa de un colapso. En una de las habitaciones, fue hallado un tal Mauro López, ladrón de poca monta, vecino de Vitoria. Al descubrirse, parte del botín, en la habitación donde dormitaba el sujeto, la policía, sagaz y eficaz, descifró que ambos individuos eran los atracadores del Banco Agrícola y Ganadero de la capital alavesa. Dedujeron que el tercer cómplice huyó con el resto del dinero, sin lugar a dudas, hacia el sur del país. En las inmediaciones se hallaron miles de bolsas de plástico. Esto resultó una incógnita sin resolver.
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   - Palmira - Amanda trató de disimular la euforia, cuando su hija atendió la llamada de teléfono -, cambio de planes, tesoro. Vuelvo a Vitoria. Me alojaré en el hotel Ciudad de Vitoria, reúnete conmigo. Ambas interrumpieron la comunicación sin mediar más palabra.
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 Madre e hija degustaban un suculento desayuno en la habitación del hotel. Prefirieron apartarse para que Amanda pudiera relatar los trepidantes acontecimientos del día anterior sin ser molestadas.  
 - Escucharme a mi misma narrar esta absurda historia, me servirá para templar los nervios. Atento Fosco - se dirigió con solemnidad al schnauzer, que había pasado la noche con ella. El dinero abre muchas puertas, incluso las prohibidas de que los animales entren  en  alojamientos hoteleros -. Ya sé que no lo vas a entender como si fueras una persona, pero tienes derecho a saberlo.
 El perrazo se repantigaba sobre la mullida alfombra. Dormitaba, manteniendo la respiración regular y acompasada ajeno a la exposición del ama. El pelo negro le caía ensortijado y brillante, tapándole casi por completo los ojos. El aspecto físico, poderoso y dominante, no restaba la amabilidad y lealtad que el animal poseía.
   - Empezaré diciendo  que todo comenzó al llegar al pueblo. Mi querida niña - acarició la mejilla de Palmira con deleite -, tu llamada me puso nerviosa. Ya me conocéis. De sobra sabéis mis problemas de memoria. A pesar de que me lo recalcaste varias veces, me perdí algunos detalles. Si tengo que centrarme en varias cosas a la vez, terminan por olvidárseme todas. Por esa razón llegó Fosco a mi vida. "Un perro inteligente como éste, además de ser un fiel amigo, te dará toda la seguridad que te falta", fueron tus certeras palabras, querida hija.
   - Continua mamá - invitó la joven.
   - Tengo que decir que me has ayudado mucho - se dirigió al perro con condescendencia -, aunque en principio no estaba por la labor de ocuparme de un ser tan grande como tú.
 - Mamá, me estás poniendo nerviosa, Céntrate en los hechos. 
 - Perdona, cariño. Tienes razón. Nos perdimos. Es porque todas estas carreteruchas con paisajes tan pobres, me resultan iguales y me asquean. Para colmo se acabó la gasolina. ¡Cómo te lo cuento, querida!  Me vi obligada a abandonar el CITROËN a unos tres kilómetros en dirección contraria. Quisieron los hados que nos encamináramos en la dirección correcta y no tuve problema para dar con la casa, de lo contrario, tal vez  no me lo hubieras perdonado nunca - Palmira apretó la mano de su madre, haciéndole ver que no tenía reproche alguno -. El aspecto misterioso se me antojó divertido. A pesar de tus instrucciones, me consumían los nervios. Inspeccioné la casona.  Subimos al trastero. Solo por el hecho de ver tantas bolsas de plástico, creo que será imposible volver a ver tantas juntas,  la excitación me nubló el pensamiento. Mientras permanecíamos en el trastero, ocurrió lo inesperado. Todavía me espanta el recordarlo. Escuchamos el sonido de la campanilla. Tan solo pasaban unos minutos de las nueve de la mañana.  Si, ¡ya lo sé! No hace falta que me lo digas, me asusté. Por si todo fuera poco, tuve que madrugar para realizar el viaje. No es que quiera echártelo en cara, querida hija, pero ya sabes que madrugar nunca me sentó bien. Te juro que no quise ponerme nerviosa, pero trasmití el miedo al pobre Fosco. Aunque es mucho más inteligente que yo, a ello llega cualquiera solo con mirarnos, a veces siento que asume mi personalidad. Mi temor era tal, que salió como alma que lleva el diablo. Sin saber a qué atenerme, bajé las escaleras tras él y al abrir la puerta, se lanzó sobre el caballero, como si fuera un amigo de toda la vida, le lamió la cara y se largó sin más. Fosco, eso no estuvo bien - regañó al perro -. El visitante, no salía de su asombro y reconoció haberse asustado bastante por el tamaño de Fosco. Se presentó como abogado de la familia Almanzor, que al parecer eran los dueños de la casona. Me soltó una perorata, que apenas comprendí. El hombre sudaba como un energúmeno. Hija te juro, que en aquel instante se me hundió el mundo y me olvidé por completo de las órdenes que me trasmitiste. No supe qué pintaba un abogado en ese pueblo de mala muerte. Fosco había desaparecido. A mi se me llevaban los demonios. Ya, ya sé, que los perros poseen  el olfato muy desarrollado y pueden recorrer kilómetros y volver después a casa. Pero la tensión acumulada me hizo pensar que no volvería a verle porque era la primera vez que pasábamos por allí y que no habría olfato que le pusiera en el camino de vuelta - Fosco  estiró el cuerpo, se irguió y lamió con frenesí el hombro de su ama. Ésta le correspondió con caricias -. El abogado debió imaginarse que era pariente de los dueños de la casa, dio por hecho que acababa de llegar de Argentina y que dispondría del uso de la casa por unos seis meses. Eso acrecentó un temor aun mayor, pues inmediatamente supuse que esa supuesta prima, llegaría de un momento a otro. ¿Cómo justificarme entonces? Se interesó por si todo era de mi agrado, agregando que se había encargado personalmente de ponerse en contacto con una empresa de limpieza, que en los próximos días dejarían impecable la casa.  Cuando el hombre volvió al coche a por no sé que papeles, me dio por subir al trastero. No me preguntes porqué. Me sentía cada vez más nerviosa. Creo que sin querer puse en funcionamiento el ventilador. Como consecuencia, las bolsas de plástico se hincharon y acertaron a colarse por la ventana. Desde abajo, al pobre abogado le debieron parecer figuras espectrales y digo yo, que ésta sería la causa del perrendengue que le dio al pobre. Otra explicación no cabe. Pasados unos minutos interminables, conseguí parar el aparato y al asomarme a la ventana, descubrí el cuerpo del abogado inmóvil sobre el capó del coche. No quieras saber cómo logré bajar, porque no lo puedo explicar. Me temblaba de pies a cabeza. Le tomé el pulso y el pánico se apoderó de mi. ¡El tipo estaba muerto! ¿Te lo puedes creer? ¡Palmó de la impresión! ¿Qué hacer en un momento así? Sin tus noticias, Fosco por ahí, desaparecido y yo con un muerto en un pueblo deshabitado - propinó al perrazo un azote en el lomo. Se sentía rabiosa.  
 Fosco se revolvió molesto, pero continuó atento al monólogo de Amanda.
   - Lo introduje en casa como pude, arrastras, ya sabes que nunca me he caracterizado por mi fuerza. No se me ocurrió mejor idea que enrollarlo en una de las alfombras del sótano. Volví al trastero, con la vaga esperanza de que regresase Fosco, descansar un rato en la desvencijada mecedora, meditar qué hacer con el muerto. Me dio por limpiar parte de la casa, para intentar templar los ánimos. En esas estaba, cuando apareció el otro. ¿Tú crees que en ese momento estaba para acordarme de lo que me habías dicho, nena? ¡No, queridos míos! No estaba para nada. Puse en practica de nuevo el ventilador y lo demás... 
   - Déjalo mamá. Lo has hecho estupendamente. Ha sido un buen golpe - Palmira sonrió complacida -. Me doy por satisfecha. Me siento muy orgullosa de ti. ¿Quién no ha soñado en convertirse en millonario de la noche a la mañana? Estoy segura que la policía indagará y llegará a conclusiones óptimas para nuestros intereses. Me siento capaz de apostar la cabeza de Fosco a que sus pesquisas serán erróneas, aunque eso solo lo sabremos tú y yo. Sucesos de este tipo solo se resuelven en las películas - Fosco optó por lamerse el hocico después de abrir la bocaza -. Todo pinta a nuestro favor. Jamás nos pescarán. ¡Somos ricas, Fosco! - acarició al perro - ¡Inmensamente ricas! Otra cosa, ¿cómo has hecho el viaje de vuelta?
 - En el  cochazo del pobre abogado. He tenido la precaución de abandonarlo lejos del hotel.
  - Eres formidable, mamá.
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   La policía apresaba a uno de los implicados en el atraco al banco. Se trataba de Rogelio Pérez, guarda jurado de dicha entidad. Su actuación desde el atraco fue sospechosa, se mostró muy nervioso solicitando un permiso al día siguiente. Dijo que una tía había fallecido pero le cambió de nombre repetidas veces. Empezó siendo su tía Eduvigis, luego fue tía Petra la fallecida y al cabo de un rato, en el siguiente interrogatorio, pasó a ser la prima Vicenta.  Fue detenido a la salida de Vitoria, siguiendo una dirección contraria a la del pueblo de la supuesta tía.  Un móvil  fue encontrado en el arcén, cerca de Artagán con un whatsApp sospechoso: "Hola Mauro: Estoy de camino, llegaré en pocos minutos a ese pueblacho. Nuestro golpe ha despertado gran expectación. No se habla de otra cosa. Otra cosa importante. He dejado la pensión. He pensado que un millonario tiene que vivir en casas importantes. De momento me hospedo en el Ciudad de Vitoria. He despilfarrado todos mis ahorros, pero ¿quién piensa en ahorrar cuando le salen los milloncejos por las orejas? Me he comprado un cochazo que te vas a caer de culo cuando lo veas. Se me ha ocurrido que podemos escapar en él. Se pone a más de 200 solo con pisarle un  poco". 
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   Amanda, su hija Palmira y Fosco fueron espectadores de lujo, cuando la policía irrumpió en la habitación que había ocupado Rogelio. Aunque allí no encontrarón ni un euro del cuantioso botín. 
   Al cabo de siete días, madre e hija, adquirieron billetes para París. Meses después  llevaban recorrida más de media Europa. 
  Mauro se cansó de declarar que una mujer de unos sesenta años y un perro enorme habitaban la casona donde fue detenido y que posiblemente fue ella la que huyó con el dinero. También aseguró no conocer de nada al individuo que apareció enrollado en una vieja alfombra en el sótano.
   Ambos atracadores cumplen condena. A sus abogados se les han acabado los argumentos para hacerles confesar dónde escondieron el dinero. Rogelio persiste en declarar que no tiene ni idea de qué pasó con el botín,  del cual no vio ni un euro. Mauro insiste en la historia de la señora  madurita que le drogó una noche. Asegura que el dinero desapareció del SEAT LEÓN. 

   Para Mauro, la vieja de la casona se ha convertido en una terrible obsesión. La policía está totalmente convencida de que es invención del sujeto. Braulio prácticamente no habla, hace tiempo que ha dejado de insistir que no sabe nada del dinero. Continúa profundamente enamorado de Palmira. Lo único que le ayuda a mantenerse vivo es  pensar que en cuanto salga comenzará la búsqueda. Está convencido de que ella también sentía algo profundo por él y que su amor tiene grandes posibilidades de triunfar.
   Ambos atracadores siguen persistiendo en su inocencia, se están volviendo locos y pronto ingresarán en un psiquiátrico...