El comandante ZZ conocía al ambre sin hache. Un ente que no pasaba de ser TENGOGANASDECOMERALGORICO, que no se distinguía de otros seres de su especie, al cual le habían jalado la hache durante un descuido transitorio. El HAMBRE se distinguía claramente por poseer otro comportamiento mássssss, digámoslo claramente y sin tapujos... enfermizo. Frente a frente, ambos se analizaban. La celda fría, gris y fétida, rezumaba humedad por cada una de sus grietas. De vez en cuando, ratones del tamaño de conejos, afloraban para huir despavoridos ante la figura erguida e imponente del HAMBRE, con hache. Ambos se observaban recelosos, como enemigos incondicionales, deseándose recíproca aniquilación.
- ¿Tiene algo que alegar en su defensa? - el comandante ZZ carraspeó amedrentado al comenzar el interrogatorio.
El HAMBRE no respondió. A cada una de las preguntas replicó con imperturbable mutismo.
El comandante, sin mostrar el decaimiento que le producía el detenido, abandonó la celda. El estrépito al cerrarse la puerta, no inmutó al HAMBRE.
Unos días después fue juzgado y condenado a cadena perpetua. Durante años se mantuvo en prisión callado, astuto, dirigiendo los hilos de la devastación y el infortunio de quienes tuvieron el mal fario de caer en sus redes. De acuerdo a una demoledora amnistía fue puesto en libertad. De inmediato se conjuró con todos sus colaboradores, que desgraciadamente no fueron apresados, INJUSTICIA, MISERIA y GUERRA le vitoreaban orgullosos, endiosando al vil camarada.
Nuevamente juntos, fortalecieron su maldad, poblando la Tierra de ODIO, DISCORDIA, INFORTUNIO y DOLOR, todos ellos dignos hijos de sus coléricos y sanguinarios padres.
El viejo comandante ZZ se encargó nuevamente de la persecución algunos siglos después. Esta vez se cercioró que el comando terrorista en su totalidad fuera aprehendido. Su tesón fue secundado por escasos presidentes de gobierno, embajadores, cónsules, delegados, reyes, virreyes, príncipes, sultanes, rajás, maharajás y emires del mundo. Suplicó apoyo incondicional para implantar la pena de muerte. La petición fue aceptada por unanimidad.
Los depravados fueron capturados en poco tiempo y aislados en cárceles de máxima seguridad. El comandante ZZ visitó los calabozos. Escrutó los rostros carentes de arrepentimiento de los feroces secuaces del MALSOBRELATIERRA, sin que dieran muestras del más mínimo signo de humanidad.
- ¡Pelotón de fusilamiento! - tronó el comandante ZZ -. ¡Preparado!
La hilera de soldados, con las miradas puestas en el objetivo común, alzaron los fusiles.
- ¡Carguen! ¡Apunten! ¡Disparen! - la orden del comandante ZZ se ejecutó de inmediato.
Los prisioneros cayeron delante del paredón.
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El comandante ZZ solo conocía la imparcialidad, que no pasaba de ser una simple chiquilla, un tanto farfullera y alocada a la que le gustaba disfrazarse de belleza e ingravidez. Comenzaba una nueva Era. Ante la humanidad desolada se erigía la JUSTICIA.