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lunes, 20 de diciembre de 2021

SOY GÓMEZ, EL MALO

 




JUEVES 16 DE DICIEMBRE. 21:30 HORAS

  Hugo se sepultó bajo las sábanas calientes, animado ante la perspectiva de esperar despierto a Pérez. Se sentía nervioso y notó que el labio inferior le temblaba, al escuchar ruidos en la planta baja de la casa. Le dieron ganas de gritar, de llamar a Cecilia, su dulce cuidadora, pero tal vez ese pequeño detalle disuadiría a Pérez y anularía la visita. Ese tipo debía saberlo todo de todo el mundo.  Movió con lentitud la mano bajo la almohada, con la pretensión de volver a comprobar que el diminuto objeto permanecía donde debía estar. "Todo perfecto", pensó y al momento se sintió más tranquilo. Sonrió bajo las sábanas y ensayó nuevamente su actuación cuando el tipo apareciese en la habitación. Abrazó al mullido Garfield y abrió apenas los ojos o así se lo pareció. ¿Notaría él que no estaba dormido como sería lo correcto? ¿Qué sucedería si llegara a percatarse de ello? ¿Se enfadaría? ¿Tendría que suplicarle que no se marchase? Tal vez debería dormirse pero ahora el sueño le había abandonado por completo, ya no tenía que esforzarse por mantener los ojos abiertos. Tal vez si contara despacio... "Uno, dos, tres, cuatro...", comenzó susurrando. Al llegar a cien comenzaría otra vez. Unos pasos certeros se precipitaron escaleras arriba. Cada vez se sentían más cerca. ¿Pisaría así de fuerte? Una sensación de angustia nació en su interior. De pronto la puerta se abrió completamente, con bastante brusquedad para ser Pérez, pensó Hugo. Cerró los ojos hasta sentir dolor y se abrazó al peluche con toda la fuerza que fue  capaz de concentrar. Alguien tiró del nórdico con fiereza y notó una mano poderosa que se posaba sobre sus labios.

  - No llores - susurró la voz.

  - ¿Usted es Pérez? - preguntó Hugo a pesar de que sabía que la respuesta sería negativa.

  - Si, cariño soy Pérez - el hombre sonrió, mientras tomaba a Hugo entre sus poderosos brazos.

  -  Usted no es el ratoncito Pérez - gritó Hugo más enfadado que asustado -. ¡Cecilia! ¡Ven!

  - ¿Estás esperando al ratoncito Pérez? - indagó el hombre oculto en las sombras de la habitación oscura -. No te preocupes, yo te llevaré a su casa y podrás verle en persona.

  - Quiero que venga Cecilia - lloriqueó el crío tembloroso.

  - Cecilia está ocupada. Pero el ratoncito te espera en su casa. 

  - ¡Eso es mentira! - berreó Hugo, tras propinar una patada al hombre en el costado.

  - ¡Maldito crio! Te voy a enseñar a...

 Hugo se revolvió en los brazos del desconocido. Luchó con todas sus fuerzas para zafarse del fuerte nudo que le inmovilizaba. Pataleó y sus pequeños puños golpearon sin descanso el cuerpo del intruso.

  - ¡Cálmate! - el hombre ensayó una voz más cariñosa -. ¿Sabes que el ratoncito Pérez tiene una casa muy cerca de aquí que la va ampliando poco a poco con cada diente que recoge? ¿Dónde está el tuyo, chaval?

  - ¡Ceciliaaaaaa! - aulló Hugo sin dejar de llorar.

  - ¿Qué pasa ahí arriba? - se escuchó una voz procedente de la planta baja.

  - Ya vamos - contestó el supuesto amigo de Pérez -. Deja de lloriquear o el ratoncito no te dejará entrar en su casa.

  - No quiero ir.

 - Cecilia también nos acompañará. ¿No quieres que ella conozca al ratoncito?

  - Bueno, si también viene Cecilia, iré - respondió el niño, mientras algunas lágrimas surcaban sus gordezuelos pómulos.

  El intruso tapó al niño con una manta y salió de la habitación. Descendió la escalera y se unió a un segundo hombre.

  - ¡Vamos! - ordenó.

  Introdujeron al chiquillo en la  parte trasera de un coche.

  - ¿Tienes frío? - preguntó la voz que lo había sacado de la habitación. Se trataba de un hombre mal vestido y con barba de varios días.

  - ¿Dónde está Cecilia? Tú has dicho que vendría con nosotros.

  - No puede venir.

  - ¿Por qué?

  - Porque no. Fin de la conversación.

  - Eres un mentiroso. Mentir está feo. 

  - Si, te he mentido - aseguró tranquilamente el hombre.

  - Mentir está feo - reiteró Hugo, todavía lloroso -. Eres muy feo.

  - Si, mentir está feo - contestó mientras el coche avanzaba atravesando el anochecer. Acarició al crío con ternura y le ofreció una sonrisa que a Hugo apenas le calmó.

  - Haz que se calle de una puta vez - espetó el conductor -. Este crío es insoportable.

  - Todos los putos críos son insoportables.






  JUEVES 16 DE DICIEMBRE. 21.35 HORAS

  - Buenas noches, Don Alejandro - deseó el portero del edificio donde Alejandro Bustillos hijo y sus asociados tenían instalados los bufetes de abogados. Se trataba del mismo inmueble donde anteriormente ejerció su padre.

  - Buenas noches, Enrique. ¿No es un poco tarde ya para que todavía estés trabajando?

  - Subo enseguida, señor. Estoy esperando a Vicki.

  - ¿Qué tal le va en la universidad?

  -  Muy bien, señor. Está muy contenta y estudia mucho.

  - Me alegro, Enrique. Buenas noches.

  - Buenas noches don Alejandro.






JUEVES 16 DE DICIEMBRE. 21:45 HORAS

  - Gómez está llamando. Tengo que coger y explicarle... - manifestó el tipo que entró en la habitación de Hugo, tocando el hombro del conductor del vehículo.

 - ¿Dónde andáis? - preguntó una voz ruda y poco amigable.

  - De camino.

  - ¿Ha habido algún problema?

 - El crío ha berreado bastante y se ha defendido como un jabato. Lo de la chica ha sido peor - fue la respuesta.

  - ¿Algo fuera del plan?

 - Toni se ha puesto  nervioso. La tipa también se ha defendido.

 - ¿Y?

 - En la cabaña hablamos - observó al crío que ya no lloraba pero que parecía estar atento a la conversación.

 - Di ahora lo que tengas que decir.

- Toni se ha visto obligado... No te va a gustar pero no ha habido otro remedio.

 - Dime de una puta vez qué es lo que ha pasado.

 - La tía le ha quitado la capucha a Toni, no sé cómo ha pasado, yo estaba arriba con el mocoso.

- ¡Me cago en la leche! ¿No me digas que os la habéis cargado?

- No hay cobertura... En la cabaña con más tranquilidad...

- Dime de una puta vez qué habéis hecho con la chica.

 - Te digo que yo estaba arriba con el crío. Ya te dije que este tipo era un poco violento, se pone nervioso enseguida.

 - Déjate de rodeos.

 - Cuelga de una puta vez, tío - ordenó el conductor en tono pétreo.

 Mario obedeció. Se mantuvo callado y tenso, rodeando al crío con los brazos. El chaval estaba tembloroso pero no lloraba.

  - Te has pasado el desvío - exclamó Mario.

 - Cambio de planes, tío. No vamos a la cabaña. Seguiremos con el plan por nuestra cuenta - Toni habló tranquilamente, sin apartar la vista de la solitaria carretera -. Aunque no conozco a Gómez más que a través de ti, intuyó que ya no nos sirve para nada.

 - ¿Cómo qué no nos sirve? Es el cerebro del plan.

 - Nosotros nos bastamos. Tú te encargarás del cuidado del crío. Solo es un puto mocoso, tío. No puede ser tan difícil cuidar unos días de un puto chaval de cinco años - aseguró Toni -. El plan de Gómez es cojonudo pero he tenido una idea sensacional.

  - No has tenido ideas sensacionales en tu puta vida - increpó Mario intuyendo que las cosas no saldrían bien -. Gómez no dejará que salgas vivo de ésta.

  - Entre dos es más fácil repartir los millones que entre tres. ¿No crees? Al fin y al cabo, ése maldito Gómez y yo, no nos hemos visto nunca.

  - No me convence... - observó al crío que se había dormido.

  - Además no hay modo de que nos pesquen - concluyó Toni seguro de si mismo. 






JUEVES 16 DE DICIEMBRE. 22:15 HORAS

  El inspector Elorza circundó el jardín con la esperanza de que los agentes recogiesen algunas huellas. Observó el parterre donde los amarilis, las prímulas y los ciclámenes formaban dibujos geométricos a ambos lados. En la zona central descansaba una glorieta con camelias y otras plantas sin flor, entre las que destacaban frondosos acebos. El seto, perfectamente recortado despedía aroma a hierba fresca. Tras él, se levantaba un paredón recubierto de hiedra, mientras algunos insectos pequeños se entretenían entre la hojarasca, ajenos a lo que allí acontecía. En el otro extremo, un cenador circular con paredes y techo de cristal rodeado de plantas, daba paso a la piscina, cubierta por una lona azul salpicada de ramas y hojas y rodeada por vallas. Todo ello encubría una quietud que resultaba estremecedora. Las cámaras de vigilancia habían sido destruidas. De la casa entraba y salían ertzainas de paisano y uniformados constantemente. Saludó al forense que agachado sobre el cuerpo de una joven, observaba la sangre reseca sobre la ropa. La muchacha mantenía los ojos abiertos y una expresión de contenido temor. El señor Bustillos, reconocido abogado en la ciudad permanecía junto a una enfermera, pálido, con el semblante aturdido y las manos crispadas.

 - Buenas noches, señor Bustillos - saludó el inspector circunspecto. A pesar de las dos décadas que llevaba en el oficio, todavía le costaba dirigirse con naturalidad a los agraviados en ciertos escenarios. No terminaba uno nunca por  acostumbrarse al olor del asesinato.

 - Mi hijo no está en su habitación. Solo tiene cinco años - mostró un paquete rectangular de pequeño tamaño envuelto en papel brillante de regalo con diminutos ratoncitos -. Es el regalo del ratoncito Pérez. ¡Estaba tan ilusionado!

  - ¿La chica es la cuidadora? - interrogó Elorza, señalando el cadáver casi sin mirarlo.

  - Cecilia. Ambos se adoraban. Llevaba con Hugo desde su nacimiento.

  Elorza recordó que la esposa del abogado había muerto en el parto del niño desaparecido. Se habló mucho de ello en la ciudad. Los Bustillos eran una reconocida familia de abogados con gran tradición, muy bien situada, tanto social como económicamente. El padre, también llamado Alejandro, tuvo algunos problemas con el caso que el pueblo denominó "el Ibarra", la conocida empresa de un cuñado del abogado, que pasaba malos momentos y que cerró de la noche a la mañana. Bustillos padre, defendió a los trabajadores. Así se esfumaron las buenas relaciones entre las reconocidas familias. El hombre que tenía antes sí, cuando tuvieron lugar los acontecimientos ni siquiera había nacido. Sin embargo el padre comenzaba a afianzarse en la abogacía y contaba con una prominente cartera de clientes, a pesar de ser muy joven. Los trabajadores de Ibarra S.A. denunciaron a la patronal y fueron a juicio, pues Ibarra pretendía dejarlos en la calle sin mediar indemnización alguna. Años  después, Bustillos padre falleció a causa de un tiro fortuito durante una cacería en una finca de Extremadura.  Parecía que la tragedia se cernía implacablemente en la persona de Bustillos.

  El abogado continuaba con la mirada fija en el rebanado cuello de Cecilia. Los agentes se apresuraban en la recogida de huellas e inspeccionaban cada rincón de la casa con destreza.

  - Montaremos una emisora en la casa - le informó Elorza -. Los secuestradores se pondrán en comunicación más pronto que tarde. No se preocupe señor Bustillos. Su hijo volverá a casa lo antes posible, se lo prometo.






MIÉRCOLES 3 FEBRERO. 11:00 HORAS

  Eric se interesó por Vicki mucho tiempo antes de conocerla en la cafetería de la facultad de filología de Vitoria. Creció con el referente del suceso vivido por sus padres, cuando ambos trabajaban en la empresa Ibarra S.A. Desde que tenía uso de razón escuchó los relatos del padre, historias truculentas, compartidas con Enrique en la fabrica, que le taladraron la cabeza como una cantinela acorde con un odio visceral que creció dentro de su ser hacia todo lo que representaba la patronal y la burguesía, mientras iba acomodándose a su personalidad desde que era adolescente. Indagó en el pasado del que fuera el mejor amigo de su padre y sobre todo en su hija, cuatro años menor que él.

  - ¿Puedo sentarme aquí? - preguntó Eric, dirigiéndose a una muchacha que permanecía sola en la cafetería abarrotada de la facultad.

  - ¡Claro! - sonrió después de echar un vistazo a las demás mesas.

 - Gracias. Está todo a tope. Parece que la vida de estudiante no es muy dura, ¿no te parece?

  Vicki levantó la cabeza un instante para sonreír levemente pero inmediatamente la volvió a posar sobre la pantalla de la Tablet Samsung Galaxy, que a simple vista a Eric le pareció de las caras.

  - ¿Vienes mucho por aquí? - indagó Eric.

  - ¡Claro! ¿Es qué tú no te pasas aquí las horas muertas?

  - Vengo alguna vez, el café es más barato que en otros sitios y se conoce gente guay.

  Otro largo silencio. A Eric le hubiera gustado añadir que de alguna manera eran viejos conocidos porque sus padres fueron muy amiguetes, pero el comentario desarmaría todo su plan.

  - ¿Estudias aquí? - preguntó por fin ella.

  - No, no era buen estudiante ni siquiera en el insti. 

  - Pero te gusta el ambiente universitario... - lo dejó caer casi como si fuera una reprimenda, algo con lo que no estaba de acuerdo. 

  A Eric no le gustó el comentario, le pareció selectivo, como si quisiera guardar distancia, como si el hecho de que él no estudiase le diera una condición inferior.

  - Ya te he dicho que el café es más barato. A veces también vengo a comer, el menú está muy bien de precio y es variado.

  - Nunca te he visto - añadió.

  - ¿Y por eso crees que he venido hoy por primera vez?

  - No he dicho eso.

  - Pero lo has pensado.

  Vicki torció los labios y levantó las cejas. Volvió a su Tablet.

  - Vamos a empezar de nuevo - sugirió él tras dos minutos de intenso silencio, siendo consciente de que se le escapaba una oportunidad de oro -. Soy Eric.

  - Vicki - dijo ella sin apartar la vista de la Tablet.

  - Al fondo se ha quedado una mesa libre. No te molesto más - se incorporó decidido a marcharse.

 - Quédate si quieres, no molestas - cerró la Tablet y se le quedó mirando fijamente -. Me preguntó que hace aquí un tipo que no es de la facultad. Ya sé que vienes por el precio, pero no tienes pinta de tacaño.

  - ¿De qué tengo pinta? - Eric sonrió mostrando una fila de perfectos y blancos dientes. Al sonreír se le marcaba un hoyuelo en la mejilla que resultaba irresistible.

  - Yo diría que de estudiante. Soy de primero de filología vasca y tú andarás por tercero o cuarto de algo.

  - Te falla la intuición. Solo soy un parado más pero pronto seré rico.

  Meses después recordaría aquella primera vez con una mezcla de desgana y apatía. Lentamente también se sumaría el odio. 






SÁBADO 18 DE DICIEMBRE. 16:00 HORAS

   Desde que los secuestradores llegaron a su destino, Hugo permaneció prácticamente todo el tiempo dormido por las capsulas NyQuil Z que los secuestradores le administraban con grandes vasos de leche con Cola Cao, esto último a petición de uno de los secuestradores. El poco tiempo que permanecía despierto, le dolía la tripa, tenía miedo y constantemente llamaba a gritos a la tal Cecilia y a su padre. Así que una nueva dosis de medicamento era suficiente para mantenerlo callado. 

  A Mario le gustaban los niños callados y dormidos. Aprovechaba entonces para quitarles la ropita y acariciarles el cuerpo. La medicina era infalible para mantenerlos dormidos largo tiempo. De esta forma los críos no protestaban y no daban problemas después. No hacía nada malo. Solo les rozaba la piel suavemente con las manos limpias. ¡Era tan suave la piel de los niños! Les tocaba las partes íntimas, les sacaba fotos cambiándoles de postura. Se tumbaba junto a ellos y se masturbaba mirándolos. Eso no era malo, pensaba Mario porque nunca les hacía daño. Nunca dejó marca en ninguno de esos delicados cuerpecitos infantiles. Con Hugo actuó igual que con los demás niños. Cuando el placer le inundaba los sentidos, masajeaba a los niños con el semen. Luego los lavaba y seguidamente volvía a vestirlos. Mario se sentía feliz, inmensamente feliz.

  Toni era el encargado de bajar al pueblo para adquirir la comida, algo fuerte para beber y varios periódicos. Al día siguiente del secuestro, apareció la noticia y la foto del crío en la prensa, así como en televisión. Las redes sociales también recogieron la noticia y se especulaba sobre ello. Sin embargo, no se decía nada referente al asesinato de la cuidadora. El padre del niño dio una rueda de prensa, suplicando la libertad del pequeño. Ofrecía una cuantiosa recompensa a cualquiera que pudiera dar alguna pista, mientras la fotografía de Hugo se exhibía al fondo. Los secuestradores, decidieron de antemano no comunicarse con el padre de inmediato. La desesperación del abogado les haría inmensamente ricos, en cuanto se produjese la llamada. A Toni no le gustaban los niños, así que cuando Mario le planteó la idea de encargarse en todo momento del crío, aceptó sin rechistar. Era preciso no perderle de vista y además, según opinión de Toni, su colega tenía una paciencia infinita con el chaval. Le susurraba, sabía calmarlo e incluso le había hecho comprar algún juguete para entretenerlo cuando se mantuviera despierto. La misma noche del secuestro, se despertó berreando y llamando a su padre casi histérico. Se puso muy colorado y el berrinche fue tan descomunal, que para que callara, Toni le propinó un par de sopapos, que hicieron que no dejara de berrear hasta tres horas después. Tras ese suceso, Mario le prohibió acercarse al mocoso y le propinó un guantazo que le partió el labio. 

  - ¿No ves que el pobre está asustado? - le increpó -. Es demasiado pequeño.

  - Está muy mimado eso es lo que le pasa - protestó Toni, oprimiéndose la herida. 

  - Tú dijiste que sería fácil bregar con un crío tan pequeño, pues ya ves, te confundiste de pleno.

  - Lo que pasa es que es un puto mocoso consentido que ha tenido una vida fácil, igual que su rastrero padre - se defendió Toni en aquella maldita y fría tarde.

  - Tiene solo cinco años, Toni. ¿Qué esperabas? ¿Qué jugara unas manitas al póker?

  - Con que se estuviera callado y quieto sería suficiente.

  - ¡Qué solo tiene cinco años! ¿Cómo te lo digo para que lo entiendas?

  Los dos secuestradores discutían continuamente. Mario tomó la determinación de telefonear a Gómez y ponerle al corriente de lo sucedido, aprovechando el momento en que Toni acudió al supermercado del pueblo con la idea de comprar algunas cosas necesarias. De sobra sabía Mario de qué se trataba: varias botellas de güisqui y unas cuantas cervezas.

  - Por fin reina la cordura - sentenció Gómez de malas formas cuando Mario le puso al corriente de los acontecimientos.

 Toni silbaba cuando regresó con su cargamento de alcohol. En el interior del precario refugio le aguardaba el cerebro de la operación que le puso la zancadilla en cuanto traspasó el umbral. Trastabilló y fue a estrellarse en la pared de enfrente. Como consecuencia se rompieron las botellas de vidrio y las latas de cerveza volaron por la estancia. Apenas vio Toni el estropicio causado, intentó incorporarse para devolver al atacante su merecido, pero en cuanto logró ponerse en pie, recibió otra serie de puñetazos que le dejaron fuera de combate en pocos minutos. Toni se hirió las manos con los cristales rotos esparcidos por el suelo. El olor a güisqui de baja calidad le inundó los pulmones y terminó de rematarlo.

  - Hay que hacer la puta llamada al padre - ordenó Gómez frotándose los doloridos puños.

 Seguidamente trasladaron al pequeño hasta la primera ubicación que tenían planeada. Utilizó el teléfono de Toni para efectuar una ultima llamada a la ertzaina. Dijo ser un excursionista. Dio la ubicación exacta donde encontrarían a un hombre herido. Dejó algunas pistas para que creyeran que era el secuestrador del niño. Mario dejó a Hugo dormido en el coche, mientras Gómez y Toni continuaron la pelea en el interior de la cabaña.






SÁBADO 18 DICIEMBRE. 16:O5 HORAS

  Pasados los primeros  momentos de descontrol y nerviosismo y a requerimiento del inspector, Bustillos se empleó a tiempo completo a repasar todos y cada uno de los casos en los que había trabajado, haciendo especial hincapié en los que el fallo no fue favorable para su cliente. En opinión del abogado no se vislumbraría gran cosa, debido al gran número de casos y a que resultaba complicado desentrañar cada uno en particular.

  - Cualquier cosa que le parezca mínimamente importante - alentó Elorza con la esperanza escrita en la mirada -. Cualquier cosa servirá para tirar del hilo, créame.

  Habían pasado más de veinticuatro horas sin que los secuestradores dieran noticias sobre el niño y aunque el trabajo policial le parecía impecable, habían sido incapaces de hallar un resquicio, una pista que les pudiera poner  en el rastro de los despreciables que se habían cebado en una criatura de cinco años. Todos los presentes en la residencia de Bustillos se mantenían en pie a base de cafeína. El abogado apenas había hecho un descanso para acudir al entierro y funeral de Cecilia. Llamaba todos los días a los padres de la chica, los cuales se mostraron agradecidos en todo momento, sin embargo le fue imposible contactar con el novio. Lo había visto en un par de ocasiones, solo sabía de él que se llamaba Óscar, que tenía una pequeña empresa dedicada a hacer juguetes de madera y que pensaban casarse en el próximo verano. Era lo que Cecilia le contó respecto al muchacho. Volvió a concentrarse en la revisión de los casos.






DOMINGO 11 ABRIL. 9:30 HORAS

     - ¿Por qué nunca hablas de tu anterior trabajo? - preguntó de pronto Vicki a su padre durante el desayuno en la pequeña y oscura cocina del piso que ocupaban en la cuarta planta de un vetusto edificio de Dato. El mismo edificio donde Bustillos trabajaba, propiedad suya después de la muerte del padre.

  - No hay nada de que hablar - contestó receloso Enrique con un dejo de ofensa y la mirada perdida en el paredón de la casa de enfrente que era el causante de que no entrará el sol jamás en el diminuto piso reservado al portero.

  - A mi me gustaría saber...

  - No seas pesada Vicki, no hay nada que saber.

  - Por aquellos años eras muy amigo de un hombre llamado Federico, ¿verdad?

  - No - fue la escueta respuesta.

  Vicki notó el nerviosismo en el padre, el temblor del labio, la mano que estrujó la tostada hasta hacerla añicos y sobre todo su mirada desafiante y enfadada, sobre todo enfadada.

  - Eric dice que Federico y tú eráis muy buenos amigos.

 - ¿Quién demonios es ese Eric y qué tiene que ver con Federico?

  - Eric es hijo de Federico y lo he conocido en la universidad.

  - Aléjate de ese chico - fue la rotunda respuesta.

  - Es muy majo y nos hemos hecho amigos.

  - Esa gente no es amiga de nadie. ¡Aléjate de él!

  - ¿Por qué razón?

  - Porque te lo digo yo y punto.

  - ¿Quién eres tú para decidir con quien debo salir?

  - ¡Tu padre! ¿Te parece poco?

  - Pero es absurdo. No lo entiendo, la verdad.

  - No hay nada que entender. Ese chico es una mala influencia para ti.

  - No le conoces de nada. ¡Qué sabrás tú de Eric!

  - Siendo hijo de Federico, sé todo lo que hay que saber - hizo una pausa, tomó las manos de Vicki entre las suyas, arrugadas y callosas y mirándole fijamente, agregó -: Hazme caso, cariño y evita la compañía de ese chico.

  - Me ha contado lo que pasó en la fábrica - se animó Vicki -. Ibarra no se portó bien con vosotros, particularmente con vosotros dos, que al parecer, eráis su mano derecha, No tenía ni idea de que ese tal Ibarra era tío de Bustillos y creo que tengo derecho a saberlo.

  - Mira niña, a lo único que tienes derecho es a que tu padre, que soy yo, te dé un hogar, que aunque humilde, aquí lo tienes. A que tu padre, te de acceso a la educación, que también la tienes. Gracias a que tu padre tiene un trabajo decente y honrado, tú puedes ir a la universidad. ¡Esos son tus derechos y los he puesto a tus pies! - hizo intención de abandonar la cocina pero Vicki se lo impidió sujetándole por el brazo.

  - Eric dice que Bustillos no es buena gente y que se aprovecha de ti, al igual que lo hizo el padre en el pasado y que...

 - Hija, no sé que sarta de mentiras te ha contado ese muchacho pero te aseguró que te ha mentido o tal vez su padre le mintió a él, no lo sé. De cualquier manera, a ti no te incumbe. Todo eso pertenece al pasado, a un pasado muy doloroso. Ni siquiera habías nacido, no tiene caso que saquemos viejas historias a relucir.

  - Si piensas que me ha mentido, creo que tengo derecho a saber tu versión, ¿no te parece?

  - Prométeme que evitarás en lo posible la amistad con ese chico - Enrique acarició el rostro de Vicki y sonrió apesadumbrado.

 - Te lo prometo, papá - mintió. Si la reacción del padre hubiera sido la deseada, Vicki le hubiera contado que ya eran novios. Maquinó invitarle a comer algún día, aunque de momento convendría mantener la relación en secreto y pasado un tiempo, su padre claudicaría, estaba convencida de que así sucedería. Tal vez sería buena idea llevarle a casa cuanto antes. Su padre cambiaría de opinión en cuanto le conociese -. Pero prométeme que me contarás esa historia.


  Enrique sirvió la ensaladilla. Echó una mirada larga al reloj de pared de la cocina. Se habían acostumbrado a comer a las dos y media, con puntualidad inglesa pero desde que Vicki comenzara en la universidad, la vida de ambos dio un giro completo. ¿Tal vez era culpa de ese muchacho al que Vicki se refirió en el desayuno? El hombre meneó la cabeza. Esa relación le preocupaba. No había vuelto a relacionarse con Federico desde que aconteció la tragedia, aunque si se veían con frecuencia y sabía de sus andanzas.  Se sentía cautivo de sus propios pensamientos, temeroso de que algún malnacido metiera malas ideas en la mente angelical de Vicki. Hasta el momento se había mostrado dócil, obediente y respetuosa. ¿Debería contarle todo lo acontecido entonces? Le había mentido sobre la suerte que corrió la madre. Le pareció cruel relatarle esa parte, pero por otro lado, la chica era ya una jovencita muy madura, que tenía derecho a saber la verdad. ¿Sería capaz de perdonarle todos los secretos que había callado hasta ahora? Escuchó la llave en la cerradura y se dispuso a cortar el pan. Ensayó una beatifica sonrisa, esperando que su hija accediera a través del pasillo. ¿Quién avanzaba con Vicki? Otras pisadas se apercibían en la tarima que en algunas partes crujía.

  - ¿Eres tú, cariño? - se atrevió a preguntar con tono inseguro.

 - Papá, he venido con un amigo. Quiero que conozcas a alguien - el semblante de Vicki estaba extremadamente pálido, le pareció a Enrique pero en la mirada mantenía un brillo significativo. 

  Tras la muchacha asomaba la cabeza de un joven, que le hizo tambalearse y tuvo que aferrarse fuertemente a la mesa. La idéntica sonrisa pérfida de Federico, el mismo gesto de insuficiencia, la misma prepotencia, el mismo orgullo deshonesto. Comprendió que había perdido la guerra antes de la primera batalla. Se echó la mano al corazón antes incluso de sentir la punzada. Luego todo se fue borrando y las palabras de Vicki resonaron en sus oídos como un triste lamento.

  - ¡Papá! ¿Qué te pasa? 

 Vio el rostro de su hija arrodillada junto a él. Fue lo último que recogieron sus ojos cansados.






SÁBADO 18 DE DICIEMBRE. 16:30 HORAS

  - Señor, hemos recibido una llamada - comenzó a farfullar una voz joven al otro lado de la línea. A Elorza le dio la sensación de que la voz se atropellaba, que quería trasmitir el mensaje escuetamente pero que algo interior se lo impedía -. Unos montañeros han encontrado a un hombre herido en una cabaña abandonada en el parque natural del Gorbea, junto al hayedo de Otzarreta. 

  Cuando el inspector se personó en el paraje de ensueño, el suelo aparecía alfombrado de hojas rojas y las raíces de las hayas se retorcían buscando una respuesta al enigma que se le plantearía a Elorza en pocas horas. El viento ululó cercano al arroyo de Zubizabala, que parecía entonar un réquiem maléfico. La niebla, al fondo, dibujaba un paisaje de ensoñación.

  Elorza avanzó con cautela, debido a la humedad del suelo y a que su calzado no era el adecuado. Las hojas bajo las pisadas producían un sonido semejante a un lamento casi terrorífico, augurando la sinrazón que se encontraría en el interior de la cabaña. Con la mirada fija en el siniestro destino no reparó en el verdín resbaladizo que se formaba en tornó a las raíces de los hayedos, resbaló y cayó de bruces. Quizá fue la casualidad o la providencia la que otorgó un hallazgo importante. Algo titiló entre las hojas y antes de levantarse cogió entre sus manos una fina pulsera de identidad. Todavía en el suelo leyó la placa: HUGO 26-8-2016. Un segundo después irrumpía con fuerza e ímpetu en la cabaña.

  Les recibió un fuerte olor a alcohol. Un hombre permanecía al fondo, semioculto entre unas desvencijadas sillas. Permanecía tendido boca abajo. 

  - Está muerto - anunció un agente incorporándose.

  Elorza le dio la vuelta ayudándose de la punta del zapato. El tipo tenía la cara destrozada por diversos golpes.

  - Que no quede un solo palmo sin revisar. Acordonad la zona y que se tome declaración a todos los que han andado cerca de la zona. Por aquí suelen venir muchos fotógrafos, tal vez alguien haya visto algo durante estos días.


  




SÁBADO 18 DE DICIEMBRE. 16:35 HORAS

  De camino a Iturrieta Gómez adquirió algunas provisiones, un teléfono desechable, sacos de camping, mantas y varias botellas de agua. A la salida del hayedo tomó nuevamente el mando. 

  - Éste será el enclave perfecto - aseguró Gómez, una vez llegados al pueblo -. Está abandonado. ¿Supones que a alguien se le ocurrirá buscarnos en semejante lugar?

  - Lo que tú digas - Mario se encogió de hombros.

  Mientras, Mario arropó a Hugo en el interior de un grueso saco. Subió la cremallera hasta el cuello del niño y le cubrió la cabeza con un gorro de lana. Dobló la manta destinada para él en cuatro y cubrió el saco.  Acarició el rostro del niño con ternura. El crío temblaba de frío pero sobre todo de miedo. Tenía la frente muy caliente.  Le costaba mantenerse despierto.

 - Me temo que te has resfriado, cariño - susurró el secuestrador.

  - Me duele la cabeza - musitó pero se resistió a llorar delante del secuestrador que le había mentido.

  - No te preocupes chaval. Muy pronto volverás a casa con tu padre, ya lo verás.

  - También me duele la tripa - volvió a quejarse -. Tengo ganas de vomitar.

  - ¡Qué de cosas te pasan! ¿Quieres dormir? 

  - No - la voz llegaba apenas audible y la palidez extrema del rostro, aturdieron a Mario.

- ¿Quieres que te cuente un cuento y te duermes? - propuso Mario acariciándolo.

  Éste apenas balbuceó unos pocos sonidos sin sentido antes de desmoronarse. El secuestrador, atribulado, lo dejó arropado, le dio un beso en la frente y salió disparado en busca de Gómez.

  - Al crío le pasa algo. Se ha desmayado, casi no habla.

  - ¡Me cago en la puta! - exclamó Gómez -. ¡No me jodas, tío! ¿Qué cojones le habéis dado durante estos dos días?

  - Solo pastillas, tío, tal como acordamos.

  - Le habréis dado demasiadas. Toni confesó que lo tenías casi todo el tiempo dormido.

  - Fue idea de Toni, te lo juro. Ya sabes que no soporta a los críos y éste es demasiado pequeño para estar lejos de casa. También te lo dije.

  - Hay que llamar al padre.

  - Si querías vengarte de la familia, podías haber pensado en el abogado y dejar al crío en paz.

  - No te atrevas a decirme lo que tengo que hacer. No eres más que un mierda. No intentes darme lecciones de moralidad.

  - No es más que un crío, joder.

 - ¿Por qué no te repites eso mismo cuando te masturbas delante de él? ¿Te crees que no te he visto?

  Mario le observó sorprendido.

  - ¿Crees  que no sé que eres un degenerado? 

  - Nunca he hecho sufrir  a ningún niño - se defendió Mario.

 - Me importa una mierda si los críos sufren o se divierten contigo y por descontado, éste menos que ninguno. Se supone que los hijos son lo que más quieren los padres, ¿no es así? 

 - Ni puta idea, tío. El mío apenas se ha  interesado por mi, así que poco te puedo decir sobre padres - respondió Mario encogiéndose de hombros -.  ¿Qué puedes decir tú del tuyo? ¿Se portó bien contigo? ¿Te cuido? ¿Te enseñó algo de provecho? Te voy a sacar de dudas. No te ha hecho ni puñetero caso en toda su puta vida. Siempre le han interesado más otros asuntos.

  - ¡Deja en paz a mi padre, degenerado!

 - Lo dejo, lo dejo. Entra a ver qué le pasa al chaval - Mario le clavó una mirada iracunda -. Tanto que dices que no te preocupa el crío, no sé porque te interesa tanto como me divierta con él.

  - ¡Eres imbécil! Me interesa que el padre pague y una vez que tengamos el dinero, daremos matarile al mocoso. Pero hasta entonces el mocoso debe permanecer en perfectas condiciones.

 - Tú no eres normal - apostilló Mario repentinamente desarmado -. Es una crueldad. ¿Qué te ha hecho la criatura? ¡Es inocente!

  - Piensa en su inocencia antes de meterle mano.

 - No le hago daño, tío. Ni siquiera se entera. Ahora se ha puesto malo. Te dije mil veces que no era la época apropiada para secuestrar a un crío tan pequeño. Hace mucho frío y tú encima decides traerlo al monte - Mario elevaba el tono y se movía nervioso a grandes zancadas.

 - Eres imbécil, macho. Un imbécil integral. ¿Querías un secuestro a la carta? ¡Claro! Podíamos haberle llamado al padre y preguntarle cuando le vendría bien que le secuestráramos a su retoño - golpeó con malevolencia la sien de Mario -. ¡No sé para que cojones tienes cabeza!  

 Gómez se dio la vuelta y entró en la desvencijada chabola. Hugo se mantenía adormilado, retorciéndose de dolor. Le sujetó un instante por los hombros y lo agitó con violencia.

  - ¿Qué hostias te pasa? - estalló. 

  Hugo le observó haciendo un pucherete y buscó con la mirada al otro hombre.

  - Déjale en paz, ¿no ves que le estás asustando? - sonrió al chiquillo, acariciándole el pelo -. ¿Te sigue doliendo mucho, chiquitín?

  - ¿Te sigue doliendo mucho? - imitó Gómez -. Voy a comprar algo que le alivie y luego haré la llamada.

  - Quiero ir a mi casa - anunció Hugo.


  

  


VIERNES 16 ABRIL. 12:30 HORAS

  A Eric no le gustaban los hospitales. Consideraba que se asemejaban a cárceles. Uno tenía que aclimatarse a las horas tempranas de las comidas, estaba permanentemente vigilado, la cerveza estaba prohibida y no digamos el tabaco.  Los enfermos ni siquiera se podían permitir el lujo de dormir a pierna suelta, de ello se encargaba todo el personal, desde las plastas de la limpieza, que comenzaban tempranas arrastrando los carros, pasando por celadores, auxiliares y enfermeras. Para remate, te servían en bandeja la mayor humillación que un hombre podía soportar: los camisones abiertos por la espalda. Que era para mayor comodidad de los médicos, decían. Así que cuando Vicki le dio la noticia de que al viejo le daban el alta, se alegró. Estaba más que harto de hacer el paripé todos los días cuidándolo. Le odiaba. Deseaba verle muerto aunque de momento se esforzaría para que siguiera manteniéndose sano. Ansiaba que sufriera y que viera a su hijita del alma implicarse en un asesinato.

  Tampoco le gustaban las visitas en los hospitales, sobre todo las ingratas, esas a las que nadie llamaba pero insistían en pasar a ver qué tal lo llevaba el enfermo. ¿Cómo lo iba a llevar, enjaulado, atiborrado a medicamentos inútiles, ingiriendo comida insípida, soportando al paciente de la otra cama mientras cagaba en la bacineta ante sus propias narices? Los hospitales resultaban insidiosos, ultrajantes, insoportables y tediosos. 

  Alejandro Bustillos hijo visitó a Enrique todos los días. Alguna ocasión coincidió con él, Todos los días se lo restregó a Vicki. ¿Cómo podía tener tan poca diplomacia? ¡La familia Bustillos rompió todas las ilusiones de su padre, marcó su infancia de manera penitente y le enseñó a acumular odio y a mantener viva la sed de venganza. 

  - No podemos marcharnos hasta no recoger el informe, que ya lo están preparando - el tono de voz de Vicki mejoró bastante, aunque todavía denotaba preocupación.

  - No te preocupes tanto, los viejos son fuertes como robles y aguantan carros y carretas - intentó animarla.

  - No le llames viejo - dijo ella sin sonreír -. Tiene un nombre.

 - Por supuesto, cariño. Es solo una manera de hablar - se defendió Eric.

  - No me gustan tus maneras - se deshizo casi con brusquedad del abrazo de él, apartándose de su lado.

 - Vaya, veo que no estás de humor. Voy a fumar - hizo intención de marcharse pero ella le detuvo con voz áspera.

  - Necesito que le acompañes un rato más. Tengo que hablar con el médico.

  - Pero, ¿no dices que te van a dar el informe? Ahí estará todo bien detallado, mujer - aseguró Eric cada vez más incomodo.

  Estaban en el pasillo del hospital de Santiago mientras las auxiliares aseaban al compañero de Enrique. Era un hombre muy mayor que necesitaba ayuda para todo. Eric comenzó a pasear arriba y abajo por el pasillo. Llegaba hasta los ascensores y volvía de nuevo. Las conversaciones de las habitaciones y las voces televisivas, le llegaban recortadas. Reculó hasta Vicki. Le rozó apenas las manos, le sonrió. No le convenía para nada que ella se cabrease a estas alturas. Con el telele que le dio al viejo, supuestamente por la impresión que se llevó al verle y reconocerlo por ser el vivo retrato de su padre, se había retrasado un poco el asunto que le llevó hasta ella. Era preciso reorganizar todo el proyecto para llevar a cabo su cometido. Tenía que obrar con rigor. Sonrió a la chica y le sorprendió dándole un beso en el cuello.

  - Quiero hacerle unas preguntas al doctor - anunció ella comenzando a andar con rapidez por el blanco pasillo, cuando le vio aparecer -. Cuando salgan las chicas, entras y te quedas un rato con mi padre.

  En Eric creció la angustia como si fuera un gusano que le estuviese devorando las entrañas. Repentinamente se sintió febril. ¿Había alguna razón especial para que Vicki se mostrará tan lejana? Algo se le escapaba. En cualquier otro momento, la muchacha se hubiera deshecho en sonrisas y halagos. Así fue desde que la conoció. A la menor carantoña ella le perdonaba todo. ¿Qué había cambiado? Hacía unos tres o cuatro días que Vicki se mostraba más seria y distante. Lo achacó a la preocupación que sentía por el viejo. El error podía ser imperdonable: No tuvo en cuenta en que padre e hija estaban tremendamente unidos. Vicki adoraba al viejo y sentía que no lograría cambiar ese aspecto por mucho empeño que pusiera. ¿Sería tan fuerte el amor de padre, que incluso  la muchacha renunciaría a la posibilidad remota de abandonar el hogar, en el caso poco probable de que viejo se atreviese a relatar la famosa historia? 

  - Ya puedes pasar - la voz de la joven auxiliar le sobresaltó. Se mostró agradecido y sonrió a la chica, pero se quedó un rato más en el pasillo con la mano rozando el picaporte. El médico avanzaba hacia Vicki. 

 Le pareció que el doctor le miraba como si fuera sospechoso de un crimen que todavía solo era un proyecto en su cabeza. Sonrió forzadamente cuando la cabeza de Vicki se dio la vuelta ante algo que dijo el médico. Sus miradas se cruzaron. Bajó la mirada y empujó la puerta.






SÁBADO 18 DICIEMBRE. 16:50 HORAS

  Iturrieta es un pueblo deshabitado. A juicio de Mario tiene toda la lógica. Es el pueblo más alto de Álava y corre un biruji que corta el sentido. A decir verdad, no está despoblado del todo, cuenta con una decena de vecinos, que según sospechas de Mario no deben estar en su sano juicio. 

  - Bien mirado, no está tan mal este pueblucho - exclamó paseando por el enclave con Hugo de la mano, con la idea de que hiciera un poco de ejercicio. Al crío se le notaba amodorrado y con la ayuda del paseo, se mantenía despierto más tiempo. Renunció a darle más pastillas. Le resultaba muy agradable la compañía del niño.

  - Supongo que sabrás ejecutar el siguiente paso - se interesó caminando lentamente, siguiendo el corto paso de Hugo.

  - Supones bien - fue la lacónica respuesta de Gómez. 

  Rodearon una granja experimental que según le contó Gómez más tarde, estaba en pie desde algo después de la finalización de la guerra civil, aunque el proyecto venía desde la segunda república. El proyecto parecía magnífico y tenía bases experimentales para la mejora del cultivo de la patata.

  - Este será nuestro nuevo refugio - Gómez señalo una desvencijada cabaña que parecía que fuera a desplomarse de un momento a otro a causa del viento -. La casa de ayer no me terminaba de llenar.

  - ¿Pretendes que nos quedemos aquí? - incrédulo señaló la chabola -. El crío se va a congelar.

  - Ya te encargarás tú de darle un poco calor, ¿eh? - Gómez sonrió y propinó una palmada amistosa en el hombro del secuestrador.






SÁBADO 18 DICIEMBRE. 15:00 HORAS

  Alejandro se recostó en el cómodo sillón de su despacho. Había permanecido con los tobillos cruzados y las piernas estiradas bajo la mesa de madera de fresno. Intentó cambiar de postura pero un persistente hormigueo le laceró las piernas. Le llegaban las voces de los ertzainas como susurros. Los agentes se movían con sigilo. La casa estaba llena de personas pero nunca la sintió tan vacía. Ni siquiera después de la muerte de Emma. Dirigió la mirada hacia el marco de plata que recogía la vida y la sonrisa perpetua de la joven esposa, que nunca envejecería. Que jamás enfermaría. Ella le observaba enmudecida, aunque él escuchaba su dulce voz: "Sigue buscando, Alejandro. No permitas que nadie nos aparte de Hugo", le decía. Cerró los ojos con fuerza, bebió un sorbo largo de güisqui, lo paladeó antes de tragarlo y volvió a concentrarse en los archivos del ordenador. 

  - Inspector, ¿tiene un momento? Me gustaría comentar un par de  cosas con usted - le requirió apoyado en la puerta del despacho.

  - ¿Ha encontrado alguna pista? - inquirió Elorza esperanzado.

  - No lo tengo tan claro, pero le estoy dando vueltas a una idea - hizo una pausa breve -. Cecilia tenía novio. Se iban a casar pronto, la próxima primavera, según me dijo. Empezaron a salir hace un par de años. Resulta que todavía el muchacho no ha dado señales de vida, por lo menos, así lo aseguran los padres.

  - ¿Conocía usted al chico? 

  - Lo vi en un par de ocasiones y Hugo me dijo alguna vez que estuvo en casa.

  - Tal vez Cecilia tenga una fotografía de ese hombre.

 - No la tenía. Recuerdo que en una ocasión Cecilia me comentó que le sacó una por sorpresa y el se enfadó mucho. Estuvieron enfadados unos días. Yo mismo le sugerí que le perdonase. Entonces me pareció una tontería sin importancia, sin embargo ahora, no encuentro razón lógica para que Óscar, que es como se llama el chico, no quisiera que Cecilia tuviera una foto suya. Es algo normal entre novios.

  - Así que solo sabemos que se llama Óscar - Elorza frunció el ceño -. Hablaré con los padres, tal vez en su casa encontremos algo que pueda añadir luz al asunto. 

  El inspector dio las órdenes oportunas para que una patrulla se desplazara al domicilio de los padres de Cecilia e indagaran sobre el paradero del huidizo novio.

  - Alejandro - comentó Elorza jugueteando con algo entre los dedos -. Hemos encontrado en el hayedo de Otzarreta la pulsera de identidad de Hugo.

  - ¿Pero eso es imposible? ¿Dónde la han encontrado? - el agobiado padre no daba crédito a lo escuchado.

  - Supongo que el niño la perdería cuando abandonaron el lugar. No está roto el cierre, mírelo.

 Alejandro observó la pulsera incrédulo. La tomó en sus manos y la examinó concienzudamente, antes de exclamar:

  - No hay duda. Es la pulsera de Hugo. Pero no veo cómo...

 - ¿Por qué le parece tan extraño que su hijo perdiera la pulsera? - indagó el inspector.

  - Ocurrió hace diez días, más o menos.  Hugo se enganchó y se le rompió. Cecilia la llevó al joyero para arreglar. Lo había olvidado por completo - sonrió con amargura -. No entiendo cómo fue a parar a ese lugar. La pulsera no está rota pero Hugo no la tenía desde que se llevó a la joyería para la reparación.

  - Es muy extraño - coincidió el inspector -. ¿Cuál era esa otra idea que le rondaba la cabeza?

  - No se si nos llevará a atar cabos, pero hace años, mi padre trabajó en un caso muy renombrado en la ciudad. En la empresa de un tío mío. Hubo un muerto. El trabajador no estaba asegurado. La empresa se declaró en quiebra de un día para otro. Mi tío era amigo de chanchullos, no sé si me entiende. Mi padre ayudó a los trabajadores. Uno de los empleados de la fábrica, montó mucho revuelo. No recuerdo su nombre pero tal vez usted recuerde el caso. 






SÁBADO 18 DE DICIEMBRE. 18:30 HORAS

  Hugo intentó encajar la pieza en el rompecabezas que le había traído el hombre malo. El otro, el que jugaba a todas horas con él, ya no le parecía tan feo. Era amable, le sonreía y le dejaba hacer todo lo que quería, bueno todo no. Salir fuera a jugar estaba prohibido en aquel lugar.

  - Me aburro - se quejó tirando el cubo  con rabia contenida, lanzándolo lo más lejos que le fue posible.

  - No tienes paciencia, chaval - le respondió Mario cogiendo la pieza en sus manos -. En la vida hay que tener mucha paciencia para conseguir lo que se desea.

  - Tener paciencia es aburrido - gritó furioso.

  - En eso tienes razón, es muy aburrido.

  - Vamos a jugar a otra cosa.

  - Primero hay que acabar el rompecabezas.

  - ¿Quién lo dice?

  - Lo digo yo.

  - Tú no puedes mandarme. Ni siquiera conoces al ratoncito Pérez.

  - Si que lo conozco. Y le he llamado. Sabe que le estás esperando.

  - ¿De verdad? ¿Te ha dicho cuando va a venir?

  - Pronto.

  - ¿Cuándo es pronto?

  - En un par de días.

  - Eso es mucho tiempo. Quiero que venga ahora. Quiero jugar con él.

  - Es un tipo muy ocupado. ¿Sabes la de dientes que tiene que recoger al día?

  Hugo negó con la cabeza.

  - Pues miles de millones. Todos los niños quieren jugar con él pero no tiene un minuto libre. Aunque es cierto que contigo hará una excepción y vendrá a verte en cualquier momento.

  El crío sonrió esperanzado y aplaudió con su gordezuelas manitas.

  - Pero, si no obedeces, te castigará y no vendrá. Recuerda que él lo sabe todo.

  - ¿Cómo el Olentzero y los Reyes Magos?

  - Exactamente igual que ellos.

  Repentinamente Hugo se abalanzó sobre Mario. Le rodeó el cuello. Le dió un beso tenue en la mejilla. El abrazo se prolongó un poco más.

  - Te quiero mucho - dijo mimoso -. Ayúdame a completar el rompecabezas.

  A Mario casi se le saltaron las lágrimas de emoción. Notó que estaba a punto de tener una erección difícil de disimular. Acarició la espalda del niño y jugueteó masajeándole la nuca. Se sintió reconfortado y preguntó:

  - ¿Te gustaría quedarte siempre conmigo?

  - No. Quiero ir a casa con papá y contarle a Cecilia que tú y yo somos amigos.

  Mario recordó el cuello cortado de la cuidadora e hizo una mueca con los labios, que a Hugo le pareció una sonrisa triste.

  - Voy a hacerlo ahora - la voz rotunda de Gómez eclipsó el momento un tanto empalagoso, justo cuando Mario encajó la última pieza. La figura de Bambi surgió de pronto, rodeado de flores, árboles y ardillas.

  - Espera - exclamó Mario poniéndose en pie y empujando fuera a Gómez -. ¿Crees que es necesario hacer ahora la llamada?

  - ¿Qué quieres decir? ¡Lo hemos hablado!

  - Me gustaría quedarme con el chaval.

  - ¡No me toques los cojones, tío! ¿Eres imbécil o qué hostias te pasa? ¿Qué es eso de que quieres quedarte con el crío?

  - Me he enamorado de su dulzura.

  - Eres un puto degenerado, Mario. Tu cabeza no funciona bien.

  - ¡Es tan dulce e inocente!

  - Es un puto crío de cinco años y tú tienes treinta.

  - Pero me he enamorado - lanzó una sonrisa bobalicona -. Le quiero.

  - Olvídalo, Mario. Te lo voy a resumir: Salgo, llamó al padre, exijo el rescate, el abogado paga y pese a todo, liquidamos al chaval. Repartimos el dinero. Salimos de este país y vivimos rodeados de brasileñas el resto de nuestra puta vida. ¿Te queda claro?

  A Mario una sola frase le quemaba los oídos: "Liquidamos al chaval, liquidamos al chaval, liquidamos al chaval". En ese mismo momento decidió renunciar a todo y hacer lo posible por salvar la vida de Hugo.

 





JUEVES 22 DE ABRIL. 19 HORAS

  Enrique se recuperaba rodeado de tranquilidad y aburrimiento. No era hombre que le gustara malgastar la vida y dejarla pasar, agonizando las horas sin hacer nada. El señor Bustillos, le visitaba diariamente, interesándose en la recuperación y instándole a que tuviera calma y paciencia.

  - Lo más importante es que se cuide al máximo. Ya habrá tiempo de volver a la actividad y si los médicos le dicen que nada de realizar trabajos pesados, ya buscaremos algo más asequible para usted - le animaba el joven abogado.

  ¡Qué importantes eran los Bustillos en su vida! Enrique con frecuencia se preguntaba qué hubiera sido de su vida en caso de no toparse con ellos. Después del asunto de Ibarra y del desenlace que tomaron los acontecimientos con Federico y su esposa, de no haber contado con la ayuda de los abogados, sus vidas hubieran tenido un desenlace desastroso.

  Vicki no había vuelto a mencionar el caso que al parecer le había relatado el tal Eric, a su manera. Sentía que cuchillos afilados se le clavaban en el corazón pensando en lo sucedido treinta y dos años atrás. Pero después de tener a aquel diabólico muchacho en la cocina de su casa y ver cómo se miraba la joven pareja, decidió dar rienda suelta a los recuerdos que le quemaban como si hubiera ingerido gasolina.

 - Vicki, si quieres hablamos del tema de Federico - se aventuró Enrique cabizbajo.

 - No hace falta papá. Comprendo que el tema te duele y ahora no es lo más importante. Cuando te recuperes del todo, ya hablaremos.

 - No, cariño. Creo que ha llegado el momento de que sepas todo lo acontecido. Tú misma decidirás si tu padre fue un cobarde y si dejó en la estacada a uno de sus mejores amigos. 

 - No es necesario, de verdad... - Enrique levantó la mano, pidiendo silencio y ella se calló de inmediato.

 - Así podrás elegir, después de pensarlo bien, si es ese chico el hombre que merece la pena que ocupe tu corazón o tu padre.

 - ¡Papá! ¿De dónde sacas que esté enamorada de Eric? Yo no... 

  - He visto como os miráis. Soy viejo, hija. No tonto ni ciego - volvió a interrumpir el padre.

  - Pero tu corazón podría resentirse y no me perdonaría si...

  - Tranquila, cariño. Tu padre es fuerte. No me pasará nada.

  - ¿Por qué crees que iba a elegir a Eric y abandonarte a ti? Nunca he dicho que vaya a hacerlo.

  - No te ofendas, cariño. No lo has dicho, pero tal vez después de oír la historia, te lo pienses dos veces. Cualquier cosa que hagas, la aceptaré de buen grado. Pero primero escucha, luego piénsatelo bien. A posteriori, si lo consideras conveniente, me juzgas y si lo deseas, me cierras tus puertas.

  - ¡Papá!

  - Vaya por delante que los Bustillos, tanto el padre como el hijo, son buenas personas. No tuerzas el morro. No tienen nada que ver con su tío y distan mucho de Federico. Tu escucha...

  - Escucho - Vicki sonrió y se dispuso a atender la nueva versión, recostando la cabeza en el reconfortante hombro del padre.

  - Hace treinta  y dos años éramos jóvenes, creíamos que lo sabíamos todo aunque en realidad teníamos muchos pájaros en la cabeza. Federico y yo nos conocimos en el trabajo. Yo era un joven ingeniero mecánico. Federico estudiaba ingeniería técnica, era unos años más joven que yo y para sacarse unas pelillas, trabajaba en la empresa de Ibarra. Era un tipo sensacional: gracioso, simpático, no tan guapo como su chaval, pero con mucho estilo. Se ponía un traje y le quedaba como un guante. Enseguida congeniamos, pero pronto descubrí que no era todo lo sincero que pretendía aparentar. Era jugador y muy vividor. También le gustaban mucho las mujeres. Pronto se encaprichó de la esposa de Ibarra, que estaban recién casados. 

  - Eric dice que ambos se enamoraron porque Ibarra no quería a su mujer y la trataba mal.

  - Cierto es que Ibarra se casó con Marisa por dinero. Él no pasaba de ser un pelagatos, muy educado, eso si y con mucha labia. Pero no la trataba mal. Marisa estaba acostumbrada a la buena vida y continuó viviendo muy bien. Ibarra era lo que comúnmente se llama un vivalavirgen. Al padre de Marisa le cayó en gracia desde el momento en que le conoció. Les ayudó mucho. Les compró un piso en la mejor zona de Vitoria. Ibarra era muy emprendedor. Había comenzado con una pequeña empresa de maquinaría industrial. El suegro invirtió mucho dinero y Santiago Ibarra, con relativa rapidez, amplió horizontes y gracias a los contactos del viejo, ocupó un lugar privilegiado en la industria alavesa. 

  - Eso me lo ha contado Eric tal como tú. ¿Ves cómo no es un mentiroso? - argumentó Vicki, sintiéndose aliviada.

  - Me alegro de ello, hija. Pero esto son solo los antecedentes. Su suegro cometió un grave error. Le brindó parte de sus bienes a Ibarra. La idea del suegro era que multiplicara sus ahorros y que la herencia para sus nietos, a la muerte del abuelo, fuera mucho más cuantiosa.

  - ¿Qué clase de padre mira más por un extraño que por sus propias hijas? - se interesó Vicki.

  - El padre de Marisa era un hombre que se había deslomado para conseguir un imperio. Esa clase de hombres no confían los ahorros en las mujeres. Emparentó a las dos hijas muy bien. La otra era la madre de Alejandro. Los negocios son cosa de hombres, pensaba el hombre. Santiago Ibarra era un vividor. Pronto se acostumbró a llevar buenos trajes, a conducir buenos coches y a manejar grandes cantidades de dinero. Nada le gustaba más que sacar la cartera y mostrarla repleta de billetes. A Marisa le compraba joyas y le daba todos los caprichos que deseaba, aunque cada uno hacía su vida. A Santiago le gustaban todas las mujeres, excepto la suya y pronto tuvo varias amantes. Si Marisa estaba al corriente o no, quedará en secreto. Lo cierto es que ella se preparaba mucho, mantenía el cuerpo como una chiquilla e intento agradar a su marido en todo momento.

  - Pero él les engañó a todos, ¿verdad?

  - Santiago se jugó parte de esa herencia y la otra la despilfarró en farras, juergas y mujeres. El imperio cayó en pocos años. Primero un obrero se mató en la fábrica. Federico hizo que la responsabilidad recayera enteramente en mí, aunque en realidad el trabajador pertenecía a su sección. El resto de la plantilla se declaró en huelga. - Enrique observó a Vicki. Ésta levantó un poco las cejas, frunció los labios pero se mantuvo callada -. No es eso lo que te ha contado tu amigo, ¿verdad, hija?

  - Sobre eso no me ha dicho nada - respondió con tranquilidad para añadir -: Y si tú me aseguras que no tuviste nada que ver en el accidente, yo te creo papá.

  - Así fue. A un trabajador del grupo de Federico, se le cayó una plancha que le produjo una profunda herida mortal en el abdomen. Entonces se descubrió que no estaba asegurado. Se armó un escándalo tremendo. En protesta, toda la plantilla, salió a la calle. Aunque la fabrica se cerró momentáneamente y la Seguridad Social se echó sobre Ibarra, que al fin y al cabo era el responsable.

  - ¿Qué pasó con la esposa de Ibarra? - parecía que todo lo anterior carecía de sentido para Vicki y como se temía Enrique, solo le interesaba la parte que a él más le dolía.

  - Estoy cansado, hija. ¿Te importa que sigamos en otro momento?

  - Mañana me cuentas el resto - Vicki contestó con desaliento. 

  - Me gustaría acostarme.


  Enrique rezó para encontrar las palabras adecuadas, que le hicieran el menor daño posible a Vicki. La revelación de esa parte de su vida, le producía un agudo dolor. De buen grado, hubiera dado media vida por no revelarle el gran secreto. Fue incapaz de hablarle mal de la madre pero en su delirio imaginativo, la supuso muerta porque así lo estaba para su corazón dañado. Se inventó una historia y de tanto repetírsela a Vicki, acabó creyéndosela. Resultaba tan veraz la mentira y al mismo tiempo sepultaba la dura realidad. Su único delito fue evitar que la buena imagen que conservaba e idealizaba Vicki de su madre se mantuviera intacta durante el resto de la vida. La imagen que toda hija debe tener de una madre.






SÁBADO 18 DICIEMBRE. 19:45 HORAS

  Hugo dormía placenteramente sobre la colchoneta que estrenó, embutido en un saco de neopreno tapado con tres mantas. Mario se acercó a Salvatierra a través del puerto de Opakua. Había nevado ligeramente. El viento soplaba trémulo. Hacia mucho frío. En la cabaña una estufa se mantenía encendida día y noche. Mario pensó en Hugo. La pobre criatura resultaba tan frágil, era tan pequeño y a la vez tan fuerte. Siempre sonreía pero a pesar de sus desvelos y de intentar que el crío lo pasara bien con él, el chiquillo deseaba volver a casa. El día caía moribundo y febril. Hugo era una constante en su pensamiento, mientras avanzaba comiéndose los pocos kilómetros que le separaban del pueblo. Extremando la prudencia en la conducción, se centró en la suerte que Gómez había decidido para el chiquillo. ¿Era justo que una criatura inocente, suave y pequeña pagase por las malas acciones de su familia? Definitivamente no lo era. Se sintió obligado a hacer todo lo posible para salvar al crío.


  Antes de que Mario se acercara al pueblo, Gómez marcó el número de la casa de Bustillos. Sonrió imaginando la cara que pondría el joven padre. Lástima que el viejo Bustillos hubiera fallecido. Le hubiera gustado que ambos pagasen por sus delitos.

  El sonido rígido, rudo, explosivo, inquietante, deseado y esperado del teléfono fijo de la residencia de Bustillos hizo que los cuatro agentes que se encontraban en ese preciso momento en el despacho del abogado, junto a él y a Elorza, se mirasen de soslayo. Algo les hizo pensar que era la  llamada esperada. Bustillos se precipitó hacia el aparato. Elorza le sujetó el brazo como una tenaza. Dio las instrucciones a sus hombres y todos ocuparon sus puestos.

  - Adelante - invitó el inspector -. No le lleve la contraria. Exíjale hablar con el niño. Intente que se mantenga al habla el mayor tiempo posible. Repita cada cosa que le diga, eso le dará la impresión al secuestrador de que usted está dispuesto a acatar todas sus órdenes.

  - ¿Dígame? - Alejandro casi tartamudeó, tras lo que le pareció una espera insufrible.

  - ¿Señor Bustillos? - interrogó una voz simulada al otro lado -. Soy Gómez, el malo.

  - Gómez, el malo - repitió Alejandro.

  - Tengo a su hijo. El crío dice que soy malo. ¡Jodido chaval!

 - Tiene a mi hijo. Quiero hablar con Hugo - Alejandro se precipitó atropelladamente -. ¿Está bien? ¿Qué quiere usted de mí? ¿Le daré lo que pida, pero por lo que más quiera deje libre al niño. Es inocente, demasiado pequeño...

  - Vale, vale, vale - interrumpió el secuestrador -. Su hijo está bien, juega mucho y da mucho por el culo, también. Es un mocoso mimado...

  - ¡Quiero hablar con mi hijo! - ordenó Bustillos.

  - Es imposible. Ahora está dormido.

 - Pues despiértele. Necesito hablar con mi hijo - suplicó Bustillos al borde del desmayo.

  - Escúcheme bien. No lo voy a repetir dos veces...

  - Quiero hablar...

 - Haga el favor de callarse. Limítese a escuchar. Vaya preparando quinientos mil euros en billetes de cincuenta. Mañana a esta misma hora volveré a llamarle. Le diré cómo y dónde haremos el intercambio.

  - Exijo hablar con mi hijo... Solo quiero oír su voz, por favor. Se lo suplico...

  - No suplique.  No soporto a los hombres que lloriquean. Céntrese en reunir el dinero. Tiene veinticuatro horas para hacerlo.

  La comunicación se cortó de inmediato mientras un frío glacial inundó el alma del abogado.

  Elorza masculló un juramento.

  - La llamada provenía de un móvil posiblemente desechable. No ha durado suficiente tiempo para localizarla - a pesar de que no consiguieron nada, el tono de la agente sonó esperanzador.

  - ¿Cree que volverá a llamar? - Bustillos sintió que algo se le desgarraba por dentro.

  - Tiene que hacerlo. Todavía no sabe el lugar donde ellos desean que se haga el intercambio - Elorza le miró de frente y amagó una amarga sonrisa -. El niño está vivo. Estoy seguro.







LUNES 26 ABRIL. 11 HORAS

  - Me parece que estás evitando mi presencia - manifestó Vicki, mostrándose ligeramente enfadada -. En cuanto pretendo sentarme a charlar un rato contigo, te levantas con cualquier excusa. Dime qué pasa, papá.

  - Estoy incómodo tanto tiempo de reposo. Creo que en cuanto empiece a trabajar se me pasará el malestar.

  - Lo mejor será que dejes ese trabajo.

  - ¿Dejarlo? ¿Por qué razón había de dejarlo? 

 - Porque cargas con los cubos llenos de basura y esos esfuerzos no te convienen.

  - ¡Hija! Lo dices de una manera... Ni que trabajase en una cantera - se interrumpió durante un instante y buscó los ojos de Vicki. Sonrió con tristeza tomando sus manos entre las suyas -. ¿No será que te avergüenzas del trabajo de tu padre?

  - Pues mira, ya que lo dices, un poco si me avergüenzo.

 - ¿Por qué razón? Llevar la portería de un edificio es un trabajo honrado.

  - Porque te mereces más. Eres un hombre muy valido y creo que el Bustillos ese te tiene lástima o algo peor.

  - ¡Por el amor de Dios, hija! ¿Quién te ha metido esas ideas en la cabeza? Seguro que es ese muchacho con el que andas.

 - Y qué si ha sido él - se envalentonó -. Eric tiene razón cuando dice que los Bustillos son unos miserables hijos de puta.

 - ¡Vicki! No te consiento que hables así. Ni siquiera te has dignado a hablarle. Alejandro es muy buena persona. Estoy muy a gusto trabajando con él...

  - No es un trabajo para ti. ¿Cuándo te vas a dar cuenta de que te están explotando?

 - ¡Te han llenado la cabeza de porquería! Infeliz de mi. Siempre he pensado que eras una chica lista y que serías alguien en la vida porque te he educado para que tengas algo más en la mente que esos delirios de grandeza que tiene el granuja ese. Me he debido equivocar en algo - aseguró bajando la cabeza -. La única que arrastra basura eres tú, jovencita. La que tienes aquí dentro -  acarició con mano temblorosa la cabeza de Vicki -. No pensaba decirte nunca esto pero creo que es conveniente que lo sepas. Alejandro Bustillos está pagando parte de tus estudios.

  - ¿Cómo dices? - Vicki se levantó del sofá como un resorte y lo que más le dolió a Enrique fue la mirada fulminante cargada de odio que rezumaban los ojos de su niña.

  - ¿Te crees que el sueldo de un simple portero alcanzaría para una carrera universitaria? Alejandro me preguntaba siempre por ti y le contaba orgulloso lo inteligente y estudiosa que eras, desde pequeñita, tan responsable y trabajadora. "Esa niña tiene que ir a la universidad, Enrique", me decía cada final de curso. 

  - Hay becas papá. No se como pudiste rebajarte a ello.

 - Cuando acabaste bachiller me hizo una propuesta - prosiguió haciendo caso omiso al último comentario de Vicki -. "La niña quiere estudiar filología vasca, fíjese usted", le dije. 

  - ¿Y? - los ojos de la muchacha lanzaban fuego.

 - "Mire Enrique, la cultura es la mejor herencia que se le puede dejar a un hijo. Si usted cree que no va a poder con ese gasto o que se le va a hacer cuesta arriba, yo le ayudaré con mucho gusto", eso fue lo que me dijo. Desde que  empezaste en la universidad me pasa una cantidad cada mes. Le he prometido devolverle hasta el último céntimo y Alejandro me dice siempre: "No se preocupe Enrique. Lo hago encantado. En realidad esto es calderilla para mi".

 - ¿Y que te pidió a cambio, papá? Seguro que taparle algún chanchullo o tal vez te tienes que arrodillar ante él cada mañana o...

  La bofetada interrumpió la verborrea tan bruscamente que el silencio que se produjo a continuación fue demasiado molesto, incómodo y embarazoso. 

  - Eres despreciable - bramó Vicki e intentó alejarse. 

 - ¡Espera! Vas a escuchar la historia completa - Enrique frenó en seco su partida -. Luego juzgas tú misma. Eres inteligente y lista para obrar en consecuencia. Pero no tomes la decisión final si no la has meditado bien porque si decides marcharte, será para siempre.  Hice el mismo ofrecimiento una vez y no dudaré en hacerlo otra.







SÁBADO 18 DICIEMBRE. 20 HORAS

  Mario aparcó el coche a la entrada de Agurain.  A pesar del frío le apetecía pasear por las calles medievales. Deseaba ordenar las ideas y pensar bien qué hacer con Hugo. Lo que más anhelaba era pasar el resto de la vida junto al crío, aunque Gómez tenía razón. Quizá solo se trataba de una fantasía más, elaborada en su mente retorcida. Quería tanto a ese criajo, que haría cualquier cosa por verlo feliz y sabía que a Hugo le hacía feliz volver a casa. Debía pensar bien la mejor estrategia para desbaratar el plan de Gómez. La sola idea de ver al niño muerto le taladraba por dentro. 

  Los pasos le llevaron a la calle Mayor y fue a toparse con la iglesia de San Juan. Por instinto, empujo el portón, que no ofreció resistencia. Una quietud casi fantasmal, le franqueó la entrada. El recogimiento del templo le otorgó un halo de misterio. Algunos cirios titilaron, movidos por sombras espectrales. A Mario no le gustaban las iglesias. ¿Qué razones insospechadas le impulsaron a traspasar la entrada? Escuchó el silencio y sintió que una fuerza sobrehumana le asía las entrañas como un lobo hambriento. Apenas cuatro o cinco ancianas murmuraban oraciones. No repararon en la presencia del hombre. Avanzó con cautela por la nave central. Sus pasos resonaban produciendo un eco que parecía clamar: "Salva a Hugo, salva a Hugo". Se agazapó, amparándose en la oscuridad de los bancos laterales. Arrodillado, suplicó clemencia para su alma atormentada. La imagen del niño se negaba a abandonar su mente. La eyaculación llegó sin  jadeos, mansa, casi sin deseo pero con un inmenso dolor que le perforó el corazón. 

  Pasaban las 20:30 cuando abandonó el templo sintiendo el pantalón mojado. Se ajustó el chamarro y caminó primero lentamente y pasados unos minutos, apresurando el paso hacia el supermercado. Atravesó las puertas como un torrente de lluvia que inunda las calles por sorpresa. Arrampló con los productos que Gómez apuntaba en la lista y que eran imprescindibles: cervezas, latas, agua, botes de alubias, lentejas y garbanzos, patatas fritas, embutidos, chocolate y bollería. Mario se acostumbró a añadir chuches y algún juguete o cuento. No soportaba que Gómez no se acordase del niño a la hora de reponer los víveres. A medida que llenaba el carro, discurría la oportunidad que posibilitara la salvación del niño. Debía ser meticuloso y rápido. El tiempo cabalgaba en contra de Hugo.

  - Se le ve orgulloso de su hijo - La cajera le sonrió condescendiente.

  Entonces se le iluminó el entendimiento. Le había fotografiado a Hugo, en el baño, dormido, jugando, desnudo, vestido. De pronto entendió que enseñándole una foto del niño sería más fácil salvarlo. A ella le gustaban los niños, no del modo pernicioso que le gustaban a él, sino con esa ternura maternal que se despierta en las mujeres a temprana edad.

  - Este es mi chico, Hugo.  Tiene cinco años, cumplidos en agosto - declaró orgulloso. Hugo en primer plano, sonreía a la cámara con la cara manchada de chocolate.

  - ¡Qué guapo es! - sonrió Amaia, pensando que había visto al niño recientemente.

 






LUNES 26 DE ABRIL. 22:30 HORAS

  El resto del día transcurrió en un mutismo desagradable. Enrique se sintió enfermo, casi moribundo, no debido a dolencias físicas sino a algo más etéreo o menos humano. Le laceraban punzadas de dolor en el alma, algo semejante a un bicho carroñero que le devoraba por dentro. La tristeza se le clavaba en el pecho, produciéndole un regusto hediondo en todas sus vísceras. Por otra parte, Vicki parecía resentida y en la mirada cargaba odio. Esta sensación causaba en el padre mayor desaliento. Ambos se sentían frustrados. Heridos en su orgullo y vapuleados. No se dirigieron la palabra en todo el día. A mediodía la comida se sucedió como en la clausura de un convento. El sonido de los cubiertos contra los platos, producía una sintonía desafinada y metálica que horrorizaba los corazones. La tarde no fue mejor. Parecía que el resquemor se agrandaba y se pegaba a las paredes, a los suelos, a los azulejos del baño y de la cocina. Se adhería a los cristales y se calentaba en las bombillas de las lámparas, para hacinarse por fin en el alma. La noche presagiaba tormentas diabólicas. Vicki se despidió del padre con un frío "hasta mañana", sin un beso seco, sin recordarle las medicinas que debía tomar, sin dirigirle la mirada. Sin nada.

  - Espera hija - Enrique apenas le rozó la manga de la camiseta -. Tenemos que hablar.

  - No tengo nada que hablar contigo. Mañana buscaré un trabajo y te ayudaré a pagar mis estudios. Agradécele a Bustillos su interés, pero dile que no nos hace falta su ayuda ni la de nadie.

  - ¡Qué injusta eres Victoria! - únicamente cuando estaba muy enfadado se dirigía a ella llamándole Victoria. En esos momentos Vicki frenaba en seco, hacía un pucherete o se mostraba muy arrepentida por cualquier travesura y sabedora de que se le iba a reprender, corría a los brazos de su padre, pidiendo clemencia. Esta vez fue diferente -. Tú querías saber...

  - Pero ya no quiero - interrumpió ella de manera grotesca.

  - No seas maleducada, niña.

  - No soy tu niña pequeña. He crecido, papá.

  - Ya lo creo que has crecido, sobre todo a lo largo - ironizó Enrique con una sonrisa que más bien se asemejó a una arruga del corazón -. Hasta que conociste a ese soplagaitas estaba orgulloso de ti y creía que te habías convertido en toda una mujer. Veo que estaba equivocado.

  - ¡No me digas! Y que soy entonces un perrito faldero. Eso si te gustaría, ¿verdad? Que me comportara como el perrito faldero que tú eres ante Bustillos.

  - No hija, no. Precisamente te he educado para lo contrario. Para que no seas el perrito faldero de nadie. Para que seas una mujer de los pies a la cabeza, para que luches por tus sueños, para que seas honesta y buena persona.

  - Ya, claro. ¡Qué bonito, papá! ¿Esperas que te cuelgue alguna medalla por el esfuerzo?

  - Mira niña no te cruzo la cara porque estoy cansado de vivir, porque creo que no pinto nada en este mundo y porque se ve que vas a hacer tu vida con ese pelagatos que te habrá prometido el oro y el moro, pero que te va a dejar plantada en cualquier esquina a no tardar.

  - Eric es un  buen tío. Te pido por favor que le trates con el respeto que se merece. No es ni soplagaitas ni mucho menos pelagatos.

  - Mal que te pese cariño, no es nada más que eso. Le trato exactamente como se merece. Te ha llenado la cabeza de tonterías y tú, que debes ser más tonta de lo que puedas parecer, te lo has creído todo. 

  Ambos guardaron silencio. Luego Enrique prosiguió:

  - Tú deberías escuchar a tu padre que es la persona que ha estado junto a ti siempre, que te defenderá y protegerá con su vida y que te debe una explicación sobre lo ocurrido en el pasado. Luego si te parece te vas con él.

  Vicki recapacitó durante unos instantes. Permaneció con el semblante ceñudo, poco convencida de las palabras del padre. Enrique volvió a dejarse caer en el sofá y le tendió las arrugas y las manchas de la mano a su hija. Ésta se decidió a regañadientes, poco esperanzada de que las palabras del padre le hicieran cambiar de opinión pero dispuesta a escuchar.

  - Ya te dije el otro día que  Ibarra tuvo muchos problemas en la fábrica. Con la intención de salir airoso del problema, despidió a algunos trabajadores y por si todo esto fuera poco, dejo de pagar los salarios. No tenía muchos escrúpulos, la verdad. Fue entonces cuando el suegro le volvió la espalda y le quitó lo poco que no había despilfarrado. Alejandro Bustillos padre, aunque muy unido a Ibarra hasta entonces, también le dio la espalda, posicionándose del lado de los trabajadores. Alejandro nació ese mismo año, acaba de cumplir los treinta. Ya ves hija, le conozco muy bien porque le he visto nacer.  Me recordabas mucho a él hasta que te has echado novio - se lamentó Enrique-. También fue muy estudioso y formal, además de sencillo.

  - No me compares con ese miserable - saltó Vicki.

  - No seas tan desconsiderada, niña - el semblante de Enrique presentaba un rictus doloroso -. Los Bustillos pueden presumir de  carisma y de poseer esmerada inteligencia emocional. Se prodigan haciendo buenas amistades en cualquier lugar. La esposa de Ibarra, que se llamaba Marisa. le pidió al cuñado ayuda legal y le rogó que defendiera los derechos de los trabajadores. Bustillos padre se implicó en el tema, sin tener necesidad de aumentar los conflictos familiares ya existentes.

  Enrique se sintió satisfecho del nuevo semblante de Vicki. En primer lugar fue de sorpresa y poco a poco se trasformó en una expresión suave y comprensiva.

  - Intuyo que tu amigo no te lo refirió así.

  - No. No es ésta su versión.

  - Bustillos  sobre todo devolvió a los trabajadores la dignidad perdida. Les ayudó a luchar por sus puestos de trabajo y les consiguió buenas indemnizaciones. Además recuperó la ilusión para muchas familias. A Ibarra no le quedó otra alternativa que pagar de su bolsillo y vender prácticamente todo su patrimonio. 

  - Todo esto es muy interesante, papá pero poco tiene que ver con Federico.

  - Desgraciadamente, todo está relacionado, cariño. En primer lugar, te estoy demostrando que Alejandro Bustillos padre, no era el crápula que te han hecho creer - la voz de Enrique llevaba tranquilidad y mesura -. Te demostraré quién es el sinvergüenza que se esconde en la persona de Federico, el padre de tu novio.

 - Te pido por favor que vayas al grano de lo realmente importante - apremió Vicki con desesperación.

  - Por las mismas fechas, nació el hijo de Marisa. Fue un parto muy complicado y el bebé tuvo problemas respiratorios. A la semana de nacer tuvo que ser operado urgentemente. Imagínate el disgusto de los padres. Tanto Santi como Marisa tuvieron que hacerse algunas pruebas y entonces saltó el escandalo. El crío no era hijo de Santiago sino de Federico.

 - ¿Eric es hijo de Marisa Bustillos? - Vicki palideció sobresaltada.

  - No hija, el hijo de Marisa  es el otro.

  - ¿Qué otro?

  - El mayor.

  - Creo que te estás confundiendo papá. Eric es hijo único.

 - Mi querida niña - sonrió Enrique indulgente -, no sé qué versión te ha contado ese impresentable pero la verdad es que Eric tiene un hermano mayor.  Andará por los treinta. Es algo más joven que Alejandro Bustillos hijo pero solo unos meses. Creo que se llama Mario.

 Vicki ahogó un grito, llevándose la mano a la garganta. El semblante se le tornó grisáceo hasta asuntar a Enrique.

  - ¡Hija! ¿Qué te pasa?

  - ¿Estás completamente seguro de que eso es cierto?

  - Por supuesto, cariño.

 - Conozco a ese chico. Eric me lo presentó como un buen amigo. Eric asegura que trabajan juntos en un negocio y que mueven mucho dinero.

 - No sé qué se trae entre manos tu novio. Mario tiene algo raro, hija. No debe estar bien de la cabeza - Enrique se llevó un dedo a la sien.

  - ¡Es increíble!

  - Dime, cariño, ¿qué te contó exactamente Eric de su familia?

 - En realidad no mucho, papá. Solo sé que tiene madrastra. Pero claro, según lo que tú me cuentas ahora, eso igual tampoco es verdad. Eric insiste todos los días en que te obligue a contarme lo que paso entre su padre y tú.

 Enrique sintió una férrea opresión en la boca de  estómago. Bebió un largo sorbo de agua, que le supo a lava incandescente. Como cada vez que rememoraba aquella ingrata parte de su vida, volvió a sentir nauseas. Le producía un dolor inmenso.

  - Cuando Santiago se enteró del engaño, asesinó a Marisa y a continuación se pegó un tiro. Fue un  escándalo del que se habló largo tiempo. Poco a poco la ciudad recuperó la tranquilidad serena y el niño fue a casa con su verdadero padre, Federico. Lentamente superó los problemas y salió adelante. Para entonces Federico y yo nos habíamos distanciado mucho. Buscamos otros trabajos y el día a día aumento esa distancia. Federico se vio imposibilitado para cuidar al niño y tomó una asistenta para las labores de casa y la cría del pequeño. A los pocos meses se casó con ella. Era una joven muy guapa. La casualidad hizo que fuera prima de tu madre. Entonces volví a ver a Federico, pues tu madre mantenía muy buena relación con la prima. Pili, que así se llamaba la muchacha es la madre de tu amigo. Pero las cosas empezaron a no marchar bien entre la pareja. Pili se sinceraba mucho con tu madre y entre los dos intentamos ayudarles. Para entonces, Mario ya empezó a dar problemas. El crío se mostraba muy rebelde y no empatizaba bien con la madrastra. Sin embargo hacía muy buenas migas con tu madre - Enrique sonrió nostálgico pero a Vicki le pareció que se le arrasaban los ojos. Federico trabajaba mucho y no paraba en casa. Un buen día Pili se hartó y se marchó dejando a los dos niños solos en casa.

  - ¿Los abandonó? ¿Qué clase de mujer abandona a sus hijos? - se exaltó Vicki espeluznada.

  Enrique clavó la mirada triste en el sombrío paredón de la casa de enfrente. Cerró los ojos y apretó los labios y los puños con rabia encendida. No fue capaz de responder.


 


SÁBADO 18 DICIEMBRE. 20,30 HORAS

  Amaia estaba agotada. Le dolía la espalda, sentía los pies helados y los sabañones de las manos crepitaban con un escozor insano. Los días anteriores a las fiestas navideñas resultaban agobiantes desde que trabajaba en el supermercado. Si hubiera podido predecir lo que estaba a punto de vivir, hubiera renunciado a hablar de ello. Se hubiera callado el descubrimiento. ¿Hubiera sido capaz de ello? Siempre fue demasiado impulsiva. Suspiró con desgana. Hizo caja y se dispuso a ordenar las bolsas por tamaños. También se acumulaban algunos periódicos. Contempló la portada de uno de ellos La recogió con fijación detectivesca.

  - Pero que niño tan precioso - susurró -. ¿Quiénes habrán sido los desaprensivos que se han cebado con esta pobre criatura? La cosa es que me suena este crío.

  - ¿Qué murmuras? - preguntó la compañera de al lado.

 - Este pobre nene que... ¡Hugo! No puede ser...

 Diez minutos después, Amaia corría con la desesperación reflejada en el rostro. Agitaba el periódico en la mano.

  - ¡Mierda! Asun mira, un cliente me ha enseñado la foto del crío, me ha dicho el nombre y la edad y es el niño secuestrado - su compañera dirigió la mirada hacia el periódico que hablaba sobre el secuestro del hijo de un conocido abogado vitoriano.

  - ¿Estás segura de ello? Tal vez sea una coincidencia.

   Diez minutos después la ertzaina le interrogaba.

 - Soy muy observadora - se escuchaba Amaia a si misma, vanagloriándose de la buena atención que explayaba a los clientes -. No sé precisar cuando fue el primer día que ese hombre me llamó la atención. Parecía muy educado y tan preocupado por el niño, todos los  días le llevaba algún juguete de poco valor, eso si, pero me llamaba la atención que se preocupase por su hijo, estaba convencida de que el chaval era suyo. ¡Cómo iba a pensar yo que lo había secuestrado! ¡Pobre criatura!

  - ¿Recuerda algo en especial de ese individuo? - el agente se veía obligado a cortar la verborrea de la cajera, que posiblemente debido a los nervios por las circunstancias, se saltaba de una cosa a otra.

  - Pues si, verá usted, esto le va a sonar raro pero ahora que lo pienso y sabiendo lo que sé...

  - Por favor, vaya al grano. El tiempo es importante para el niño - cortó el agente de nuevo.

  - ¡Claro! ¡Cómo no iba a ser importante para la criatura! El tipo este cuando se refería al niño, se le veía un brillo especial en la mirada, sonreía de una manera extraña... Cómo le digo esto para que no me interprete usted mal... Le va a parecer raro pero era  como si estuviera enamorado. Aunque claro, eso es impensable, dirá usted, pero era un matiz especial en el tío cuando hablaba del crío.






DOMINGO 19 DICIEMBRE. 13:55 HORAS

  Gómez asomó la cabeza en la habitación donde Hugo pasaba las horas. Ahora jugaba con unos muñecos de guiñol que le había regalado Mario. El crío cambiaba la voz según el muñeco que cogiese, tal como le enseñó el secuestrador. Sin decir nada, salió al exterior. 

  El viento soplaba con furor desmedido. Se frotó las manos blanquecinas, intentando que entrarán en calor. Se ciñó a la garganta el cuello del chamarro, alejándose unos metros de la cabaña. Marcó el número de Bustillos. Carraspeó y cuando al otro lado descolgaron, habló en tono contundente.

  - Señor Bustillos, escúcheme bien. Voy a decirle donde tiene que traer el dinero. 

  - Quiero hablar con Hugo.

  - Hablará no se preocupe. ¿Conoce el laberinto de Arno?

  - Tengo una vaga idea - Alejandro trató de situarse siguiendo una dirección en un mapa imaginario de carreteras.

  - Tiene que llegar al parking de los alemanes. ¿Sabe de lo que le estoy hablando?

  - Creo que si pero no sé si estoy equivocado - suspiró con desgana. La mano que sujetaba el móvil transpiraba -. Usted me corregirá si estoy equivocado. Creo que tengo que ir por la autovía de Pamplona a Vitoria. Luego tomar la salida con dirección a Agurain.

  - ¡Muy bien! ¡Chico listo! - exclamó Gómez lanzando una carcajada que cayo como una losa mortuoria en los oídos del abogado -. Luego tiene que salir a una rotonda, donde tomará la salida dirección Opakua. Le llamaré en cinco minutos.

  La comunicación se cortó.

  - ¡Mierda! - Elorza dio un golpe rotundo en la mesa de madera maciza del salón -. Este cabrón nos impide localizar la llamada, pero presumo que no andará lejos de esa ubicación.

  Inmediatamente lanzó las órdenes a un grupo de agentes que abandonaron la casa de inmediato.

 Con puntualidad esmerada, cinco minutos después volvió a sonar el teléfono. Los rostros de los presentes se mostraron circunspectos.

  - Vuelvo a estar con usted - Gómez se había movido un par de kilómetros con el coche en dirección a Agurain -. Repítame las indicaciones que le he dado con anterioridad.

  Con voz entrecortada, Bustillos obedeció.

  - Debe continuar hasta el puerto de Opakua y girar a mano izquierda hasta una carretera estrecha. Debe tener cuidado o su estupendo Mercedes rozará la carrocería. La carretera tiene unos dos kilómetros o algo más con baches. Así llegará al parking de los alemanes.

  El citado parking recibía este nombre debido a un grupo de ingenieros teutones que en la década de 1960 buscó petróleo en la sierra de Urbasa sin éxito.

  - Entendido - fue la escueta respuesta de Alejandro -. Ahora quiero hablar con Hugo.

  - No tan rápido, colega. Ahora vuelvo a colgar y en diez minutos me tiene otra vez ahí.

    Con puntualidad inglesa llegó la llamada del secuestrador.

  - Bustillos, escúcheme bien - hizo una reverencial pausa. Al otro lado no se escuchaba el más mínimo ruido -. Justo delante del parking se encuentra la entrada al camino que le llevará a nuestro punto de encuentro: la Charca de Iturbatz. Le aconsejo que deje el Mercedes en el parking. En esta zona hay muchos animales, se asuntarían y podría sufrir un accidente, en el peor de los casos, antes de hacer la entrega del rescate. Llevará el dinero en una bolsa de deporte negra. Deposite la bolsa junto al panel explicativo de la formación de los narcisos en la Charca, donde comienza el ancho sendero. Vaya solo. No intente hacerse el héroe. Vuelva al coche de inmediato y quédese a la espera. Si hace todo correctamente, recibirá una llamada con la ubicación exacta del niño.

  - Por favor - suplicó agotado el abogado -.  Déjeme hablar con mi hijo.

  Nuevamente se cortó la comunicación. Todos los presentes mantuvieron el mutismo. La quietud se arraigó a las paredes. El silencio transmutó una lívida sensación de fragilidad. Alejandro apretó la mandíbula y los puños con aletargada desidia. Elorza dio un puñetazo en el aire.   

  El móvil sonó de nuevo, como si fuera una alarma de guerra.

  Elorza tragó saliva. Alejandro pareció recobrar la compostura. Respondió sereno, aunque el temblor de las manos delataba la angustia.

  - ¡Aita! - estalló la vocecita de Hugo al otro lado. Todos se mostraron satisfechos. Elorza sonrió y dirigiéndose a Alejandro, levantó el pulgar.

  - ¡Mi vida! ¿Qué tal estás, cariño?

  - Ahora un poco triste, aita. Gómez el malo es muy malo.

 - Tienes que aguantar un poco más tesoro. Pronto iré a buscarte.

  - ¿Sabes? Mi amigo Mario me va a llevar a casa del ratoncito Pérez - ante la ilusión infantil, todos los presentes se mostraron sensibilizados, Alejandro pensó que ellos también eran padres. Contenían las lágrimas.

 - ¡Es una gran noticia, cariño! ¿Qué te parece si luego voy a buscarte?

  - Si, si y que venga también Cecilia y...

  - Y se acabó la charleta - la voz de Gómez tronó aterradora -. Le aconsejo que repase bien el recorrido para no olvidarse de ningún detalle. Hugo y yo le esperaremos en el lugar que le indicaré. En principio me pareció una magnífica idea realizar el intercambio por la noche, pero el paisaje es mágico y bien está que disfrutemos del espectáculo en horas diurnas. ¿No le parece?  Lo haremos a las 10 de la mañana. No me falle, Bustillos. Que tenga usted un feliz almuerzo.

  Seguidamente Alejandro recibió un extraño email.

  - ¿Encontró nuestra inepta policía la pulsera de Hugo? Mi hermano salió un tiempo con Cecilia. Todo previsto de antemano, no crea. Soy muy calculador. No es necesario que me responda. No me quiero imaginar lo que sería capaz de hacerme Gómez si me pesca con su móvil. Soy Mario, el amigo de Hugo.

  El abogado leyó el mensaje en voz alta. Algo se removió en su interior.

  - Tengo que hacer una llamada urgente - dijo recorriendo la casa a grandes zancadas para dirigirse a su despacho. Elorza salió tras él.


 




  VIERNES 30 ABRIL. 22:00 HORAS

  - Papá, si me prometes no enfadarte te cuento una cosa - comenzó Vicki cautelosa.

  - Dime cariño.

  - Pero antes prométeme que no te enfadarás.

  - Hija, no puedo prometer algo que no se si va a suceder.

- Estás todavía convaleciente, no quiero que sufras innecesariamente. No es tan importante.

 - No se puede poner la miel en los labios y luego retirar la cuchara, Vicki. Supongo que me quieres decir, que a pesar de que prometiste alejarte de Eric, sigues saliendo con él. ¿No es eso?

  - Así es en parte. No pongas esa cara. De sobra sé que Eric no te cae bien pero es el hombre que he elegido y tarde o temprano tendrás que darle una oportunidad - observó con cautela la reacción del padre, antes de proseguir -. Te caerá bien, ya lo verás. ¿Tú crees que no tengo gusto para elegir a un buen chico?

- ¿Qué me quieres decir de tu novio? - suspiró con resignación.

 - He estado en su casa y he conocido a sus padres. Bueno a su padre y a su madrastra. Eric la quiere mucho.

 Enrique sintió un pinchazo cerca del corazón. La punzada fue tremenda. Abrió la boca varias veces, con intención de preguntar, agregar algún comentario, establecer el diálogo. Tenía la necesidad de quitarse aquella losa de encima, aunque Vicki decidiese abandonarlo.

  - ¿Qué pasa papá? - Vicki se mostró preocupada -. No entiendo porque te altera tanto que Eric me haya llevado a conocer a sus padres. ¿No te parece que es buena señal? Está  claro que tiene buenas intenciones.

  - Tiene la intención de jodernos la vida - aseguró Enrique tras beber unos sorbos de agua -. ¿Qué te han dicho los padres?

  - La madre es muy simpática. Me ha dado un abrazo y un par de besos. Creo que eres injusto con ellos, papá. Parecía que me conociera de toda la vida - aseguró Vicki exaltada y emocionada -. Se ha interesado por mi familia, por mis estudios y me ha contado cosas de cuando Eric era pequeño y...

  - Siento romper la magia que ha reinado entre vosotras - gesticuló como si se tratara de un encuentro entre brujas -. Mejor que se hubiera preocupado antes de ti.

  - ¿Quieres explicarme porque te molesta tanto que haya hablado con ella? ¡De verdad que no lo entiendo, papá!

  - Porque esa señora tan guay tuvo otro marido antes y una hija también, a los cuales abandonó sin volver a preocuparse más de ellos, alegando que se había enamorado perdidamente de Federico y que sería capaz de seguirle hasta el mismísimo infierno. Y mira niña, si no quería volver a ver a su pareja, es muy razonable, pero abandonar a su hija y no volver a preguntar por ella, sencillamente es de sinvergüenzas - Enrique elevó el tono de voz  hasta que la piel se le tornó grana.

  - ¿Por qué sabes toda la vida de esa gente, papa? ¿O tal vez te has creído los rumores que han podido extender los Bustillos por la ciudad? Vitoria es provinciana, papá y a la gente le gusta mucho criticar a los demás.

  -   Cuando el primer marido de ese señora - lo dijo con rintitin ofensivo -, le preguntó qué le debería decir a la hija abandonada cuando preguntase por ella, ¿sabes que le contestó?

  - No papá, no lo sé. Y no quiero saberlo - Vicki hizo intención de levantarse del sofá. Su padre la sujetó con fuerza por el brazo.

  - Suéltame, me haces daño.

  - Dile que estoy muerta. Esa fue su respuesta.

  - ¿Cómo puedes saber eso? Es imposible que una madre deje abandonada a una hija por el amor de un hombre. Eso son chismorreos de viejas.

  - No cariño. Esa contestación me la dio esa señora a mi, porque... es tu madre, Vicki.





DOMINGO 19 DICIEMBRE 2021. 16:30 HORAS

  - Ven aquí, Hugo - Mario mostró su mejor sonrisa y abrió los brazos esperando que el niño se lanzara contra él -. Vamos a bañarnos los dos juntos. 

  - Tengo frío - la respuesta llegó sin la habitual sonrisa ni tan siquiera hubo una fugaz mirada.

  - Hugo, el ratoncito Pérez te está esperando. Tienes que ir bien limpio. Incluso te he comprado ropa nueva. Después volverás a casa. 

  - Vale - respondió a regañadientes -. Pero que el agua esté bien calentita, ¿eh?

  Mario se desnudó por completo ante la atenta mirada de Hugo, que de vez en cuando bajaba la cabeza avergonzado pero soltando una risilla maliciosa. Le temblaba el labio inferior, tal vez de frío o pudiera ser de excitación, soñó Mario. Al momento desechó la idea. Los niños no se excitaban.

  - ¿Por qué me miras tan fijamente? ¿Te gusta lo que ves?

  El niño desvió la mirada. Se sentó de nuevo en el suelo y le dio la espalda. Comenzó a jugar con los muñecos del guiñol. El secuestrador esgrimió una sonrisa triste. Se acercó a Hugo y comenzó a desvestirlo despacio, como si fuera un ritual sagrado. Le acarició el cuerpo sin prisa. Las manos se movían con lánguida parsimonia desde los pies a la cabeza y retornaban de la cabeza a los pies. El orgasmo sobrevino punzante, con la arrogancia precoz del joven inexperto.

  - ¡Ay! Me haces daño - se quejó el niño cuando Mario presionó en el diminuto miembro.

  - Perdona. Tienes que entrar en calor y esta parte se queda fría enseguida. Si se enfría, se te caerá.

  Hugo rió divertido.

  - No se caerá. El pito no se cae. Quita, quita la mano de ahí - no dejaba de reír aunque le molestaba.

  - Pero si te gusta mucho, chiquitín.

  - No me gusta y además me haces daño - Hugo trató de zafarse sin conseguirlo -. Déjame.

  - No te puedo dejar, cariño - besó al niño en los labios -. Eres todo para mi.

  - ¡Qué tonterías dices! - Hugo soltó una sonora carcajada. Se frotó la boca con la mano, antes de exclamar -: ¡Qué asco! Los besos en la boca solo se los dan los novios.

  - ¡Chissssss! Que no te oiga Gómez o se enfadará.

  - Gómez es muy malo. Tú eres bueno me das chuches y juegas conmigo.

  - Pero no me quieres - Mario pareció triste. Seguía tocando la piel del niño con delirio y deleite. La tenía tan dura que sentía una ardorosa sensación de estar quemándose por dentro.

  - Yo quiero ir a casa del ratoncito Pérez - hizo un pucherete. A Mario le dio la sensación de que Hugo se estaba cansando.

  - Vamos al baño entonces.

  Jugaron con la espuma largo rato en la cubeta que hacía las veces de bañera. Secó al niño con fricción. Luego le mostró la ropa con la que iría a ver al ratoncito al día siguiente: un vaquero, una camisa de cuadros en tonos rojos y jersey azul marino. El niño contempló el conjunto sin entusiasmo.

  - Creo que estarás muy guapo, cariño. Al ratoncito le vas a encantar - Mario sonrió orgulloso. 






VIERNES 30 DE ABRIL. 22:45 HORAS

  A Vicki se le antojó surrealista lo relatado por su padre. Permanecieron algo más de quince minutos taciturnos. Las lágrimas le ahogaron por dentro. Le hubiera apetecido gritar pero la garganta como esparto, quedó bloqueada, muerta, amortajada. ¿Sería buena idea salir corriendo en busca de su madre y exigirle explicaciones? ¡A su madre! Madre. Era una palabra envolvente. Lo abarcaba todo. Era el mundo. La educación. La andadura. El soporte. La columna vertebral. La muleta. Su cerebro se quebró. Se hizo añicos. Una herida profunda le cercenó el corazón. Un sabor acre le anidó en la boca. Sus venas transportaron sangre putrefacta. La podredumbre aflojó los sentidos y tuvo la vaga sensación de que algo inmaterial moría dentro de ella. ¿Era capaz una madre de renunciar a su hija por el amor de otro hombre diferente al compañero que le sirvió para concebir el nuevo ser? "Esas cosas solo pasan en las películas, Vicki, no te las creas", se refugió en ese pensamiento templado. "Papá está mintiendo". Necesito que sea una vulgar falacia. Una patraña. Tenía que ser una broma del destino. Una invención de mal gusto. ¿Eric estaba al corriente? ¿Tiene razón papá al afirmar tan categóricamente que es un sinvergüenza sin escrúpulos?¿Le había utilizado Eric? ¿Con qué fin? ¿Pretendía la madre, después de los años silenciosos, recuperarla? ¿A qué ponzoñosa realidad respondía el abandono? ¿Se confabuló Eric con la madrastra? ¿O corroía otras oscuras intenciones?

  Se palpó la frente con manos heladas. El padre se mantenía al lado pero repentinamente lejano. Como si le leyera el pensamiento, intentó abrazarla. Vicki rechazó el lazo. ¿Rompería a partir de ahora el feeling reinante entre ambos? Las lágrimas le carcomían por dentro, incapaces de exteriorizarse.

  - Mi vida... - se obligó Enrique a manifestarse quejumbroso, infinito, padre, sobre todo padre... y a la vez madre -.  No te aflijas cariño. Lo he hecho lo mejor que he podido. Todos estos años han sido duros. Es difícil criar a una niña en soledad, teniendo que mantener viva la mentira y sabiendo que la hiriente y tóxica verdad habita a pocas manzanas de ti. Pese a la dureza de la situación, tú has constituido mi fortaleza, mi refugio y mi orgullo.

  - Papá - susurró Vicki, estremecida, mientras las primeras lágrimas se le acurrucaban febriles e inconmensurables -, me siento abatida y muy triste. Creo que no podré superarlo.

  - ¡Claro que podrás, mi niña! Aquí está tu padre para luchar con cualquiera que sea capaz de arrancarte una sola lágrima de dolor.

  - ¿Crees que Eric conoce la historia?

  Enrique suspiró. "¿Qué dulce veneno tendrá el amor primero que nos envuelve en la locura de amar con locura, hasta desgarrarnos el alma sin que seamos capaces de notar el aguijón mortífero?", se preguntó.

  - Me temo que si, cariño. Cuando tu madre nos dejó, estabas a punto de cumplir dos años y...

  - Y Eric contaba ya seis - concluyó desalentada -. Recuerdo muchas cosas de esa edad. Eric también se acordará.

  Entonces la llantina llegó repentina. Frenética. Histérica. Refractaria. Se abrazaron envueltos en soledad mortecina. El lazo se mantuvo hasta que las primeras luces del amanecer, clarearon la pequeña salita del viejo piso que habitaban en el edificio propiedad de los Bustillos. A Vicki le pareció enorme y repentinamente la claridad de últimos de abril, le deslumbró. Como quien despierta de un sueño idílico, las paredes se tornaron amigas y por primera vez se sintió abrigada, comprendiendo la magnanimidad de la casa pequeña y oscura. Su hogar.

  - Papá, ¿qué crees que hice mal para que mamá se fuera a otra casa para dar amor a otros niños?

  - Mi vida, tú no hiciste nada malo. ¿Qué puede hacer una inocente criatura tan pequeña como eras?

  - Por algo se marcharía mamá.

  - Mamá se fue deslumbrada por Federico.

 - Puedo llegar a comprender que ella se enamorara de otro hombre, entiéndeme papá. Tú eres excepcional, pero no nos enamoramos de todos los seres estupendos que se cruzan en nuestro camino. Los sinvergüenzas también nos atraen - pronunció las palabras con rabia contenida -. Los canallas nos atraen mucho.

  - No te lleves mal rato, cariño. No sufras.

  - Pero abandonar a una hija... ¿Por qué me abandonó? ¿Qué malo puede hacer una hija para que una madre la abandone? - elevó el tono de voz, la rabia creció y la desesperanza ocupó un lugar enorme en su corazón -. ¿Puedes explicármelo, papá?

  - Cariño, hay cosas que no se pueden explicar porque no hay razones suficientes para que existan. ¡Mi niña bonita! Eres muy madura para tu edad, muy buena persona y superarás este bache, te lo prometo.

  - Esto no es un bache. Me ha dejado una profunda herida que me carcome por dentro. Tardará en sanar.

  - Haré todo lo que esté en mi mano para que esto se pase pronto.

  - Te quiero tanto, papá.


  


  


DOMINGO 19 DICIEMBRE. 17:00 HORAS

  Enrique llegó a la residencia de Bustillos acompañado de Vicki. El taxista estacionó en la entrada y aunque el portero insistió en pagar la carrera, el taxista le repitió que ya estaba hecho. 

  - No se preocupe, señor. Ojalá vuelva pronto ese niño a casa, es lo único importante.

  - Dios le oiga - aseguró Enrique -. Son fechas muy malas para este tipo de tragedias.

  - Buenas tardes - sonrió el conductor.

  Los ertzainas les franquearon la entrada. Enrique avanzó con paso decidido hacía la puerta principal donde un Alejandro, repentinamente demacrado, según le pareció al portero, les esperaba en mangas de camisa, pese a que volvían a caer pequeños copos semejantes a bolitas menudas de algodón.

  - Muchas gracias, Enrique - la sonrisa del abogado fue efímera y amarga, pero el apretón de manos, cálido y sincero -. Siento haberle sacado de su confort con tanta premura pero como comprenderá, estoy viviendo al límite. 

  - No me pida perdón, Don Alejandro. Ya sabe que puede contar conmigo para lo que necesite, ya se lo tengo dicho.

  Alejandro recordó la llamada de Enrique en el mismo momento en que el secuestro de Hugo fue noticia.

  Los tres avanzaron por el pasillo iluminado hasta alcanzar el despacho del abogado. Además de Elorza, otras seis personas se encontraban en el interior.

  - Le presento a Elorza, el inspector encargado del caso - esperó unos segundos para que ambos hombres se estudiaran -. Mi buen amigo Enrique y su hija. Bienvenida a ti también.

  Vicki se limitó a sonreír discretamente. Después de los meses trascurridos desde que se enterara de la existencia de su madre y de la ruptura con Eric, tuvo que visitar al psicólogo, que sabía sin tapujos que pagaba Bustillos. Por fin había comprendido la diferencia entre buenas y malas personas. Los Bustillos eran seres ejemplares, ahora no le cabía duda. Y esa diferencia no tenía nada que ver con tener o no dinero. Eric decía con frecuencia, que los ricos carecían moral y que se aprovechaban de los pobres. Ahora acababa de recibir la última lección de vida. La manera en que Alejandro presentó a su padre ante el inspector, "mi buen amigo Enrique", había dicho y ella entendió el orgullo que sintió el joven al pronunciar aquellas palabras.

  - Enrique, sé que esto va a ser difícil para usted. Soy consciente de que voy a remover algunas cosas que no querrá recordar...

  - Don Alejandro pregúnteme lo que quiera - interrumpió el portero y ante la mirada del abogado a Vicki, añadió con una media sonrisa -. No se apure, dígame usted. Lo más importante es que el niño vuelva a casa cuanto antes.

  - Verá Enrique, sé por mi padre que usted trabajó en la empresa de mi tío, Santiago Ibarra. Conozco algunos detalles más que pienso que tal vez usted pueda contrastar conmigo... 

  - Vaya al grano. No tenga reparo en preguntar. Mi niña conoce lo que pasó en aquella época.

  - Tengo entendido que por aquellos años trabajó con un chico llamado Federico, que creo que era una buena pieza y que juro vengarse de mi padre. Pero ahora quería hablar  con usted de los hijos de Federico, creo que sabe de qué le hablo - continuamente observaba las reacciones de Vicki, se le veía disgustado por tener que sacar el tema a relucir.

  - Lo recuerdo - Enrique lanzó una ojeada discreta a Vicki, mientras la joven se retorcía la punta del abrigo con nerviosismo clavando la mirada en el brillante suelo.

  - Señor Enrique - la voz modulada y tranquila del inspector retumbó en el despacho. Todos le dirigieron las miradas, él carraspeó y tomó la fotografía de Óscar, el novio de Cecilia de la desordenada mesa -, ¿encuentra en este muchacho algún parecido con Federico? 

  Vicki sintió que se le helaba la sangre. Una oleada semejante a un tsunami, le taladró la espina dorsal. Las fuerzas le mermaron pero aún le dio margen de tiempo para lanzar una última mirada al rostro pálido del padre. Antes de desvanecerse le vio fruncir los labios mientras se le arrasaban los ojos.

  - Es el hijo pequeño de Federico, salió con mi hija durante algunos meses - decía Enrique al inspector cuando Vicki volvió en sí.

  Junto a la joven, un tembloroso Alejandro le ofrecía un vaso de agua, sonriendo ligeramente.

  - Lo conocí como Eric - apostilló  Vicki maldiciéndose por lo tonta que fue al creerle todas las mentiras.

  - Siento haberos obligado a pasar este trago - Alejandro se mostró sincero.

  - Ese mal trago ya está superado - musitó Vicki -. Lo único importante es que Hugo vuelva a casa sano y salvo.

 Enrique sugirió la posibilidad de que el hijo mayor de Federico pudiera estar implicado en el secuestro. Según refirió y teniendo en cuenta lo que Vicki le había contado, se lo había presentado Eric como amigo suyo, asegurándole que trabajaban juntos en un negocio en el que estaban ganando mucho dinero. Alejandro argumentó que el niño había hecho referencia a dos sujetos, uno apodado Mario, que a Hugo le parecía más amable y se habían hecho amigos y otro, al que el niño llamaba Gómez, el malo. 

  - ¡Dios santo! - palideció el portero lleno de espanto -. Puede que se trate de la misma persona. Federico se apellida Gómez.

 




 


 LUNES 20 DICIEMBRE. 8:00 HORAS

  Alejandro atendía concienzudamente las indicaciones de Elorza. La bolsa negra con el dinero del rescate descansaba sobre la mesa del comedor. Con dedos ágiles dos ertzainas manipulaban el forro del fondo para camuflar el diminuto localizador.

 - Circule a velocidad moderada, permanezca atento a cualquier cosa que le parezca extraña. Tenga el móvil dispuesto para hablar en cualquier momento. Manténgase tranquilo, sé que es fácil de decir y complicado de llevar a cabo - el inspector le observaba con calma -. No se aventuré a hacer nada que no haya ordenado el secuestrador. 

  - No tiene que decírmelo, Elorza. La vida de mi hijo pende de un  hilo - afirmó el abogado aferrándose a la bolsa del rescate.

  - Buena suerte - se estrecharon las manos en un apretón sincero.

 

  Una vez depositada la bolsa en el lugar acordado, Alejandro circundó la mirada cargada de ansia furiosa. El viento ululaba glacial, con un presagio malintencionado. A lo lejos un mar de nubes otorgaban al paisaje una tétrica visión de irrealidad y misterio. Espero impaciente el siguiente paso,  echando ojeadas lentas al reloj que parecía falto de prisa.


  Alrededor de las nueve, Gómez el malo irrumpió en la estancia donde Hugo pasaba las horas. El crío se entretenía con los juguetes, sacándolos y metiéndolos en una bolsa oscura de basura que previamente le había dado indicándole que debía guardarlos todos. De eso hacía una eternidad, según pensaba Hugo, así que decidió sacarlos nuevamente y volverlos a meter con calma.

  - ¿Todavía estás así? - tronó a su espalda la voz sombría del hombre -. Date prisa. Tienes que vestirte.

  Hugo se dió la vuelta despacio y le miró a los ojos molesto y ceñudo. Gómez avanzó y le propinó una patada en el costado. El niño bajó la mirada para observarse los pies desnudos. Se mordió el labio inferior y se aguantó las ganas de llorar.

 - Me tienes hasta las narices. Guarda todo inmediatamente.

- No me da la gana. No quiero. Me aburro de estar aquí.

  Gómez avanzó, cogió al niño en volandas por un brazo y le propinó un par de bofetadas con la mano libre.

  Hugo se revolvió en el aire, lloró a pleno pulmón. Recibió otro par de tortas. Gómez lo dejo nuevamente sentado en el suelo con brusquedad.

  - Volveré dentro de poco, si no está todo recogido para entonces, te pondré el culo como una lombarda y te aseguró que no podrás sentarte en un mes. ¿Lo has entendido mocoso de mierda?

  Hugo no contestó pero comenzó a recoger los juguetes con celeridad.

  - ¿Qué si lo has entendido? - volvió a preguntar el hombre, empujando con fuerza la pierna del niño.

  - Si - murmuró Hugo compungido.

  - Dilo alto y claro. Y mírame a la cara cuando hables conmigo.

  - Si - gritó Hugo, clavándole los ojos cargados de odio.

  - Solo si? - se recreó con una nueva patada.

  - Si señor.

  Los minutos se sucedieron con parsimonia en la habitación fría y oscura hasta que la puerta se abrió de nuevo otra vez. Hugo había recogido todo pero se temblaba, más de miedo que de frío porque tras la bronca con el secuestrador, se había hecho pis en el pijama. Respiró tranquilo cuando descubrió la sonrisa de Mario.

  - ¿Qué le ha pasado a mi chiquitín que tiene la cara tan roja?

  - Gómez el malo es muy malo - aseguró intranquilo -. Me ha pegado, me ha reñido y me he hecho pis.

  - No pasa nada, machote. Ahora te bañó y te pongo bien guapo. Ya verás.

   - Me ha gritado mucho y me ha obligado a guardar todos mis juguetes en esta bolsa y como me aburría los he sacado otra vez y los he metido y como me aburría más lo he vuelto a sacar y entonces ha entrado y se ha enfadado mucho y luego me he puesto nervioso y se ha roto la bolsa y se salen por aquí - señaló un agujero enorme por el que asomaban las ruedas de un tractor.

  - No te pongas triste, cielo. Mira, metemos todo en esta otra bolsa y arreglado el problema. ¿Ves que fácil ha sido? Luego le echamos la bronca nosotros a él. ¿Qué te parece? - Mario intentó consolar al pequeño.

  - No, yo no me atrevo. Me da mucho miedo - confesó Hugo avergonzado.

  - Bueno, no pasa nada. Se la echo yo solo. 

  Desnudó al niño y lo metió en la tinaja de agua caliente. Lo enjabonó despacio, tomándose su tiempo mientras le acariciaba el cuerpo.

  - No me toques tanto - se quejó el chiquillo.

  - Tengo que restregarte bien la pilila para que no huela a pis y también el culete. Tienes cacotas pegadas.

- Mentira - exclamó Hugo mostrándose risueño y avergonzado.

- Aclaró al niño y le besó el cuerpo entero de la cabeza a los pies.

  - Déjame, déjame - suplicaba molesto -. Déjame en paz. Tengo frío.

  Sacó al niño de la pileta y repitió el ritual dándole un masaje final con colonia Nenuco. A continuación, le vistió con la ropa del día anterior. Además le abrigó con un chamarro rojo y un gorro de colores chillones.

  - Ya estás listo para el encuentro con el ratoncito Pérez - aclaró dando una vuelta en torno al crío -. Le vas a encantar.

  - ¿Tú crees? - Hugo se mostró dubitativo.

  - ¿Lo dudas? ¿Qué ha pasado? - el secuestrador frunció el ceño -. Hasta ayer te mostrabas entusiasmado.

  - Gómez dice que soy un mocoso tonto y que al ratoncito no le gustan los tontainas como yo.

  - ¿Y te lo has creído?

  El niño se encogió de hombros y desvió la mirada.

  - Gómez es un tipo envidioso. Te tiene envidia porque eres un niño muy guapo y muy listo y porque además somos amigos. ¿Te cuento un secreto?

  - Si, cuéntame - se entusiasmó Hugo repentinamente.

  - Gómez no tiene amigos - comentó en voz baja.

  - ¿Ninguno?

  - Ninguno. ¿Sabes por qué?

  - Porque es feo y malo - aseguró convencido.

  - Exactamente, chiquitín, porque es feo y malo - hizo una pequeña pausa para que el niño no le viera llorar -. Anda, dame la mano y vámonos.

 

  Salieron de la chabola. El aire frío les sacudió la piel del rostro con violencia. La niebla se apelmazaba al fondo, dando al paisaje un aspecto de irrealidad misteriosa. Caminaron despacio y en silencio. De pronto Mario comenzó a dar grandes zancadas, mientras Hugo intentaba adaptarse al paso rápido y colocarse a su altura. Corrió pero no consiguió sino trastabillar una y otra vez. En dos ocasiones perdió el equilibrio y cayó de rodillas. Entonces Mario tiraba de él sin contemplaciones, sin dirigirle una mirada de apoyo ni una pequeña sonrisa. 

  - Espera, Mario - suplicó jadeando -. Vas muy rápido.

  Una vez más sintió un tirón en el brazo. Dirigió los ojos hacia su amigo, ¿qué le pasaba a Mario de repente? Comenzó a llorar en silencio, mientras el miedo se aposentaba en su pequeño cuerpo. La nariz goteaba y se limpió con la manga del chamarro. Era Gómez el que caminaba junto a él y le apretaba la mano con la intención de rompérsela, le pareció al chiquillo. Llegados a la esplanada de Legaire frenaron en seco.

  - Bien chiquitín - masculló Mario ocupando el puesto de acompañante. Soltó la manita regordeta y mirando al frente, comentó -: Aquí nos despedimos.

  - ¿Aquí vive el ratoncito Pérez? - Hugo dirigió una mirada rápida en derredor -. No veo ninguna casa hecha de dientes.

  - Te la tapa la niebla - señaló a lo lejos -. ¿Ves aquellas construcciones?

  La niebla encubría unos dólmenes. Hugo no contestó pero se aferró con toda la fuerza que fue capaz de acumular a la manota caliente de Mario.

  - Sigue avanzando, verás una especie de casita extraña. Te quedas allí dentro y esperas. Enseguida te recogerá el ratoncito. ¿Me has entendido? - soltó la mano del chiquillo y la escondió en el bolsillo del pantalón.

  - ¿No vienes conmigo? - el niño se mantuvo clavado en el suelo, incapaz de avanzar solo.

  - El ratoncito te espera a ti.

  - Pero a ti te conoce. Tú has hablado con él. Ven conmigo.

  - Tengo otras cosas qué hacer. Ve tú solo.

  Hugo le miró fijamente. Se mantuvo callado y quieto.

  - Vamos, chiquitín - le empujó con suavidad -. Tienes que ir corriendo y mientras gritar muy fuerte: "Ratoncito, Ratoncito, soy Hugo".

  - Me da miedo ir solo - el niño bajó la cabeza avergonzado e intentó convencerle - ¿Qué hago si viene Gómez, el malo?

 - ¡Puto mocoso de mierda! - escupió Gómez ante un sorprendido y aturdido Hugo -. Empieza a mover el culo y no hagas que me arrepienta. 

  Hugo no se movió pero la llantina se convirtió en berrinche. Abrió la boca con intención de decir algo pero las lágrimas se lo impidieron.

 - ¡Muévete de una puta vez! - Gómez le propinó una patada que le hizo perder el equilibrio. Cayó y rodó. Se quedó tendido en el suelo húmedo y helado, mientras Gómez corrió en dirección contraria, con la intención de que los pinos le sirvieran de escondrijo.

  

  Un fotógrafo cargado de cámara y diferentes artilugios de la profesión se encubría entre la niebla  por las inmediaciones. 

  - Veo a un hombre corriendo a campo través. Pudiera ser el secuestrador - dio el aviso a través de la radio camuflada entre la ropa -. De momento ni rastro del niño.

  - Que varias dotaciones se acerquen a la zona por donde estaba este sujeto - la misma voz ordenó a otros agentes que siguieran al hombre y cortarán  su retirada. 

  Hugo permaneció algunos minutos tendido sobre la fina capa de nieve que cubría la hierba. La niebla escupía gotitas heladas y sintió la humedad lacerante en la cara y en el pelo. Lo tenía mojado y pegado. Le dolía el costado y a pesar del miedo contenido, decidió levantarse. Echó a correr y todavía llorando gritó con todas sus fuerzas: "Ratoncito Pérez, soy Hugo, vengo a jugar contigo". Divisó un dolmen, se acurrucó en su interior, se tapó los ojos y siguió llorando.

  - Junto a los restos megalíticos en las campas de Legaire, se divisa un bulto pequeño, puede ser el niño - anunció una voz desde el helicóptero que circundaba la zona.

  Junto a un túmulo algunos agentes encontraron un cartel rodeado de piedras, asemejando al túmulo que decía: "Levantad las piedras y encontrareis el cuerpo del pequeño Bustillos".

  Minutos después una dotación de la ertzaina rescataba al pequeño Hugo del dolmen. Pronto padre e hijo pudieron abrazarse.







MIÉRCOLES 5 ENERO. 12 HORAS

  Vicki traspasó la verja de la residencia de Alejandro. Se encaminó con paso decidido hacia la entrada principal. El día nublado le proporciono la calma necesaria. Pulsó el timbre y espero.

  - Deseo hablar con Alejandro Bustillos - anunció a la mujer que abrió la puerta.

  - ¿Tiene cita? - indagó la aludida. 

  - Soy la hija de Enrique Urbina, el portero de...

 ¿Vicki? - la mujer cambió inmediatamente de actitud -. Conozco a tu padre desde hace años. Soy Manuela, la cocinera y asistenta de la casa -. Tu padre está muy orgulloso de ti. 

  - También lo estoy yo de él - fue la sincera respuesta.

  - Pasa. Continuamente están viniendo periodistas y aunque es muy amable con todos, desea olvidarse... Ya me entiendes. Todavía no ha empezado a trabajar, hasta que Hugo no vuelva al cole... Le urge encontrar una  niñera...- Manuela se atropellaba al hablar pero a Vicki le causó muy buena impresión.

    - Espera aquí. Enseguida te traigo un café, ¿solo? ¿Cortado? ¿Con leche? - propuso solícita.

  - No se moleste, Manuela. Muchas gracias.

  - Ninguna molestia, guapa. En la calle hace un frío que pela y te sentará muy bien.

  - Cortado, entonces.

  - ¡Qué sorpresa! - exclamó Alejandro con la alegría renovada y la sonrisa regalada -. ¿Qué te trae por aquí, Vicki?

  - He venido para hacerte una propuesta - lanzó con agrado -. Me gustaría mucho que no la rechazases.

  - Tu dirás.

  Ambos se sentaron uno frente a otro, el abogado en un confortable sofá mientras que Vicki eligió un mullido orejero. Manuela sirvió los cafés, acompañándolos con dulces navideños. 

  - ¿Cómo está Hugo? - la joven se puso seria repentinamente.

  - Va poco a poco. Agradezco que es muy pequeño y con la ayuda necesaria, se irá olvidando del tema. No deja de tener pesadillas y casi todos los días se despierta llorando o sueña en alto cosas espantosas.

  - Ha sido tremendo y muy duro para él, también para ti, claro. 

  - Sobre todo para él. De haber sido más mayor, sería difícil de olvidar. Gracias a que han sido pocos días. ¿Te puedes imaginar lo que habrá pasado por su cabeza, conviviendo con un tipo como Mario Gómez, que ha desarrollado doble personalidad desde la adolescencia?

  - Es monstruoso.

 - ¿Cómo estás tú? Tu padre me contó todos los detalles referentes a tu madre.

  - Estoy bien en lo que cabe. No sé cómo pude ser tan tonta.

  - No seas tan exigente contigo misma. Algunos pensamos que todo el mundo es bueno por naturaleza. Lo importante es darse cuenta a tiempo y rectificar los sentimientos.

  - ¿Le contarás algún día a Hugo el final de esta historia?

  - Supongo que cuando alcance la madurez suficiente y si hace referencia a ello, le relataré los hechos tal como los viví.  Le diré que su amigo Mario se lanzó por un precipicio en su loca huida. Al fin y al cabo, esa personalidad, salvo a mi hijo de una muerte segura. Le estoy agradecido, aún sabiendo que era un pederasta. 

  - Es imperdonable el maltrato con el que se cebo en la figura de Gómez. 

  - Así lo ha confesado Eric, el hermano pequeño. Que no ha mostrado un ápice de arrepentimiento. 

   - Aunque el padre y la madrastra no estaban involucrados en estos hechos, son los mayores responsables. Les inculcaron ideas retorcidas llenas de odio. Todavía no comprendo  la razón de que mi propia madre nos odiara con tanta saña.

  - No dejes que los malos pensamientos aniden en tu corazón,     Vicki. Tu padre no lo soportaría.

  - Prometo solemnemente que no lo haré.

 - Y, volviendo al principio, ¿cuál es esa maravillosa propuesta?

  - Verás, tengo el turno de tarde en la facultad, me vendría muy bien un dinerillo para mis gastos y he pensado que tal vez a ti y a Hugo os gustaría que fuese su niñera...

  - ¿Lo dices en serio? - interrumpió Alejandro eufórico.

  - A mi padre le parece una idea excelente.

  - A mi también. Voy a presentarte a Hugo. Ven, está en su habitación jugando con sus primos - recorrieron un largo pasillo y ascendieron la escalera. Las voces y las risas infantiles se escuchaban en la segunda planta.

  - Hugo, cariño te voy a presentar a una amiga mía.

  - ¿Es tú novia? - preguntó uno de los sobrinos.

  - No, no lo es.

  - ¿Por qué no? - se interesó Hugo -. Es muy guapa.

  - Muchas gracias, cielo. Tú si que eres guapo. Estoy encantada de conocerte - se acopló en el círculo que formaban los niños. Le recibieron con jolgorio. 

 - ¿Sabes dibujar aquí? - Hugo le mostró una pizarra electrónica -. Me la trajo el Olentzero en casa de Manuela.

  - Vamos a ver si sé - propuso Vicki.

  Alejandro entornó la puerta dando un  paso atrás.

  - Aita, ven, siéntate con nosotros - invitó Hugo.

  Alejandro fue a sentarse frente al niño.

  - Ahí no, aita. Siéntate aquí, al lado de Vicki.  Que es muy guapa - el chiquillo se rió avergonzado.

  - Ya lo creo que es guapa, hijo. Es preciosa. ¿Te gustaría que fuese tu niñera?

  - Siiiiii - exclamó eufórico Hugo, lanzándose a los brazos de Vicki.