Hoy habla el corazón, ése que se viste de blanquiazul, que desde lo más profundo borbotea amor cercano, desenfrenado, pasional e inquieto. Es el amor embrionario, con el que se nace, el que se predispone a amamantar un escudo desde el vientre materno. Es un gen, algo que se te pega al plasma y que desde el mismo momento en que eres concebida, crece contigo. Es el amor que se hereda, que sabe rico, que fragua milagros cuando las cosas no pintan bien, que te marca a fuego una palabra mágica, que rezuma un himno que se te cincela a la memoria antes de aprender a hablar.
Este amor surge como una letanía agónica, que te envuelve en sufrimiento y obliga a este pobre corazón a latir a mil. Que hace que te sepa a manjar suculento algunas tardes y que otras te predispone al vomito irreparable.
Es el amor a lo que consideras muy tuyo, lo que crees que te pertenece por derecho, lo que presupones que existe para ti, para tu disfrute, tu alegría y tus lágrimas. Aunque parezca mentira, todo amor te hace llorar y éste en concreto, te inclina también al juramento soez, al berrido enfadado, a la desidia injusta y al fracaso más absoluto.
Este es el amor incondicional, a veces peregrino y otras insurrecto pero siempre intachable. Es el amor compartido y cuantos más voces lo aclamen, más orgullosa te sientes.
A pesar de los años es el amor glorificado, vitoreado aunque a veces se apelmace, se vuelva torpe, se caiga, se niegue a levantarse. Otras, resurge de sus cenizas, aguanta patadas y palizas descomunales, se hunde en la miseria más absoluta o baila en los salones más lujosos. Es imprevisible, informal, pequeño y enorme a la vez, humilde, honrado y sobre todo es gloriado: es el Glorioso.
Es una religión, un precepto a seguir, una bandera, una idea, u arraigado sentimiento, una pasión incontrolada, un orgullo vitoriano, es un muchacho que acaba de cumplir 100 años y se tambalea como funambulista una vez más. Ha estado tantas veces en la cuerda floja y tantas ha salido ileso de sus tropezones, que confiada, le auguro muchos años más de vida.
Aunque el corazón se me salga del cuerpo, aunque el sufrimiento parezca ser eterno, por muchos disgustos que nos dé, nunca podré dejar de amarle. Por mis venas seguirá corriendo sangre albiazul, esgrimiré su nombre como baluarte de orgullo. Siempre serás mío. Siempre con el corazón rezumando DEPORTIVO ALAVÉS.