Me agazapé al amparo de una de las dos columnas que flanqueaban la plaza de aparcamiento en la segunda planta del parking de Artium. Perdí el rastro de Sonia y no me atrevía a mandarle un mensaje por temor a que nuestros perseguidores supieran nuestras ubicaciones...
Esta historia que ahora rememoró, aconteció hace quince años. Entonces era un chaval extraño, bueno, todavía soy un poco raro. Antes de narrar los acontecimientos que en 2006 nos llevaron a la situación caótica y peligrosa que Sonia y yo sufrimos, creo oportuno empezar la aventura desde el principio...
Mi nombre es Daniel Betoño, "Betoñín" me apodaban porque a mis dieciséis años era canijo y delgaducho, "poca cosa" y desgalichado, decía mi amatxo. No era un adolescente al uso. Estaba en contra de todo y de todos. Por sistema me caía mal todo el mundo, sobre todo los viejos de treinta y cinco años en adelante, entre otras cosas porque esa era la edad de mis padres, que me apedreaban constantemente con que debía estudiar para labrarme un porvenir, que si no hincaba codos no me quedaría más remedio que apechugar con un trabajo mal remunerado, que no se podía estar a la sopa boba, que sin estudios no iba a ser nada en la vida, que el sueldo, sin una titulación no me daría para mantener a la familia... y un porrón de historias más. ¿De dónde sacaban que quisiera formar una familia? ¿Por qué debía estudiar si no me apetecía lo más mínimo memorizar un montón de cosas inútiles que no me servirían para nada en la vida? ¿Por qué debía trabajar si no me gustaba madrugar? Encontraba placer merodeando de aquí para allá, siempre observando, espiando. Me sentía orgulloso de mí mismo y de mi trayectoria, ya que con tan solo quince años fundé mi propia empresa. Cierto era que de ella, no tenía conocimiento nadie en el mundo, porque tampoco se caracterizaba por ser una empresa como tal y porque en ella no había hasta la fecha más empleado, jefe o gerente que yo mismo. En aquel momento, no me generaba ingresos muy altos pero estaba convencido de que con los años, llegaría a lo más alto y me convertiría en un afamado experto dentro de los de mi gremio. Con el fin de aprender todo lo concerniente al "oficio", empecé desde el escalafón más bajo. De momento, no pasaba de ser un ratero, muy profesional, eso sí pero no cabía duda de que con el tiempo llegaría a ser un ladrón de élite. Trabajo para el que consideré necesitar horas de estudio y sobre todo de práctica. Podía pasarme días enteros sin hablar con nadie. Tampoco sentía demasiada simpatía por los chicos de mi edad y menos interés me despertaban las chicas. Mi máxima era la de trabajar como Juan Palomo.
Mi aventura arranca al fundar la "empresa", cuando...
Tenía un hobby raro, una práctica un tanto irregular que ejercitaba cuando todavía asistía a la ikastola. Esto me insuflaba grandes dosis de adrenalina. Estaba convencido de ser pionero. A muchos de mi clase les gustaba robar pequeños objetos o pequeñas cantidades de dinero y estaban convencidos de que lo hacían casi todos los adolescentes en algún momento de sus vidas, sin que por ello acabasen ejerciendo de mangantes. Pero lo mío fue diferente, porque aspiraba a convertirme en ladrón en serie; es decir, plantearme un robo tras otro y vivir de ello.
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Empecé con esto casi por casualidad. En una ocasión, mi madre me dejó en el aparcamiento del Corte Inglés con todas las bolsas porque se dio cuenta de que había olvidado algo importante. Lo que más me gustaba desde que fui muy pequeño, era observar a las personas, sus movimientos, su comportamiento en general. La gente no procedía de igual manera en un garaje que en la calle. En aquellos escasos quince minutos que tardó en volver, me fijé en que alrededor de una veintena de personas no cerraban los coches con llave y me pareció muy significativo. A partir de entonces me colaba en los garajes particulares o en los aparcamientos públicos. Con naturalidad me escondía entre los coches estacionados. Me amparaba en la escasa luz y probaba uno a uno los utilitarios que estaban abiertos. Jamás forcé cerraduras, no rompí cristales ni causé desperfectos. Revisaba en la guantera, si encontraba carteras, no tocaba el dinero pero anotaba los datos del DNI del fulano o los fotografiaba con el móvil con la intención de ir confeccionando un archivo. Como botín me llevaba la funda de unas gafas, algunos condones, aunque todavía no los usaba, paquetes de clínex, destornilladores, guantes, peines, fotografías, naipes, bolígrafos, algún mechero, cigarrillos... en fin, cualquier baratija que encontrase. ¿Se le podía llamar robar a esa tontería que hacía, más por pasar el tiempo que por otra cosa? El tema es que empecé por dedicar un día a la semana a estas prácticas. La tarde de los miércoles principalmente porque no había clase en la ikastola, en segundo lugar porque era muy ritualista y de ideas fijas y, en contra de lo que pensaban mis padres, me gustaba el orden en todo momento. No existían otras razones para que fuera siempre el mismo día de la semana. Poco a poco me fui inflando de curiosidad y a la vez que aumentaba el fichero de datos, crecía de igual modo, la recaudación. Un solo día me supo a poco y así amplié a dos y en seguida a tres días. Fue el 2006, cuando mi pasión dejó de ser un hobby y me lo planteé como un trabajo serio y aunque no lo crean, honrado. En aquella época eran cuatro días los que dedicaba a los aparcamientos. Lo de dejar los estudios no fue una decisión tomada a lo loco, como supusieron mis padres, sino que fue algo muy meditado. Llegué a pensar que me faltaría tiempo para la empresa y de pronto lo vi claro: Había llegado el momento de decidir. Una opción era seguir en la Ikastola, que poco me aportaba y otra, avanzar y reafirmarme, en licenciarme y sacar el mayor provecho de mis "estudios" con el fin de que la empresa fuera tomando forma. Ese mismo día me acompañó la suerte. El primer coche que encontré abierto, me ofreció la oportunidad de un suculento regalo, un avance inverosímil y a la vez subyugante. Hallé una brillante, ligera y preciosa pistola. Fue en mi aparcamiento preferido, el de Artium. Aunque me pillaba un poco a desmano, por allí no me conocía nadie y me desplazaba en bici o monopatín. ¿Qué clase de persona deja el coche abierto con una pistola cargada en la guantera? Aún hoy, me cuesta entenderlo. Es el arma que utilizo actualmente. No es mi costumbre amenazar y no la he usado jamás, pero la llevo siempre conmigo. Es mi talismán.
Por aquel entonces ya me había percatado que en la plaza correspondiente a un Lancia bastante abollado, posiblemente de segunda mano y de color azul oscuro, los viernes estacionaba un Citröen Xsara de color negro, brillante y algunos días merodeaba una Suzuki Burgman 400 nada despreciable, que quitaba el hipo y personalmente me inducía a pasarme las noches en blanco. Tal vez cuando ganase lo suficiente, podría comprarme una de ésas. Pasaron algunos días hasta percatarme de que el hecho tenía algún significado oculto. Pensé que se trataba de un padre de familia con dos hijos, o en el coche de la esposa y una sola plaza de garaje. Enseguida comprendí que sucedía algo raro y mi intuición me invitó a presagiar que había encontrado un filón. En el poco tiempo que el Lancia permanecía en el parking durante las horas del mediodía, siempre abierto, extraje apenas cuatro baratijas, fruslerías de poca importancia. Se trataba de un utilitario viejo, mal cuidado y cuyo dueño parecía bastante desordenado. Cogí los datos del tipo y me apropié de un paquete de Ducados, bastante arrugado que contenía tres cigarrillos trochos como porros.
Dos días después lo seguí hasta su domicilio. Algo no cuadraba. El tipo era demasiado joven para tener un hijo con carné de conducir. Indagué sobre el asunto como si tuviera en mi poder el diploma de investigador privado y tras algunas pesquisas en poco menos de una semana, conseguí saber que la esposa de Antonio, el del Lancia, tenía un amante que de momento llamaré Citröen. Otros datos se añadieron a la ficha del cornudo esposo, como que trabajaba en horario partido en la oficina de una empresa de iluminación de Jundiz. Paraba poco tiempo en casa y a las tardes, una vez de dejar el coche, se daba una vuelta y se tomaba tres o cuatro cervezas con la cuadrilla. Su esposa pasaba muchas horas sola. No me meto en si resultaba lógico o no que la mujer buscase compañía, pero la historia era que conoció a otro hombre y éste la visitaba con bastante frecuencia, siempre en ausencia del marido. A los dieciséis años no era experto en ciertas cosas de la vida. Me faltaba experiencia, ahora lo reconozco. Tardé un tiempo en comprender que en casa de Lancia, se cocía algo raro en sus prolongadas ausencias. Para mi sorpresa, el del Citröen impecable, lo dejaba siempre cerrado y no me quedó más remedio que "apuntarme" a un cursillo rápido para abrir cerraduras limpiamente. Descerrajar ya sabía, claro ¿Quién no lo sabe? Así que me vi obligado a renunciar a uno de los requisitos, que creía inviolables de mi pionera empresa. No me quedó más alternativa que tomar un socio, bueno, socia en este caso. Ya he dicho anteriormente, que uno de mis lemas era no causar destrozos en los vehículos.
Albergaba la idea de conseguir la ayuda concreta de alguien, experto en el manejo de cerraduras, que me enseñase los conocimientos necesarios y que después se volatilizará y se olvidara de mí. Reconozco que pecaba de ingenuidad. Merodeando en un círculo bastante amplio y preguntando a antiguos compañeros de ikastola, di con la persona adecuada. Sonia venía altamente recomendada y estaba muy bien considerada entre los pillastres de varios barrios vitorianos. Quedamos en encontrarnos en la Florida, junto al quiosco de música. Sonia llegó puntual. En un principio me desilusionó. Esperaba a una chica con pinta de mangui, es decir, de delincuente precoz, pero ante mí se presentó una chiquilla bajita y delgaducha, más bien de mi estilo, es decir: pija. El pelo teñido de rojo y negro le caía en una cascada lisa, brillante y bien cuidada. Vestía de marca, vaqueros y sudadera.
- ¿Betoñín? - dijo nada más llegar - Vamos al grano. ¿Qué es lo que quieres exactamente? - soltó a bocajarro, manteniendo la seriedad y los ojos color avellana fijos en mi poco atractivo rostro.
- Antes de decirte lo que quiero saber... Creo que deberíamos conocernos un poco, ¿no? - repuse desconcertado.
- ¿Conocernos? Soy Sonia. Unos colegas me han dicho que necesitas descerrajar un coche. Se me da genial - aseguró orgullosa, sonriendo por primera vez -. ¿Qué más necesitas saber de mí?
- Lo más importante me lo has aclarado ahora mismo - me pareció que sería mejor dejar claro que no tenía segundas intenciones -. Quiero aprender a abrir cerraduras de coches.
- ¿Por qué?
- ¿No dices que no te interesa nada de mí? Te digo simplemente lo que necesito aprender.
- ¿Quieres robar un coche?
- No exactamente. Solo pretendo curiosear un poco el interior.
- Hostia, tío! ¿Estás bien?
- De puta madre.
- A ver si me aclaro. ¿Quieres abrir un coche solo para curiosear por dentro?
- Más o menos es eso, si.
- Pues haz saltar la cerradura y listo. Eso ya sabrás hacer, ¿no?
- Va contra los principios de mi empresa - contesté convencido y tranquilo, con la clara intención de impresionarla.
- ¿Tienes una empresa? ¡No jodas!
- Bueno, de momento no es empresa tal como se entiende el concepto de empresa. Verás voy a montar un negocio de... de espías y atracos.
- De espías y atracos - repitió Sonia, después de soltar un prolongado silbido - ¿De espías y atracos de los de película?
- Algo así.
- Me parece que si quiero conocerte mejor - aseguró sin poder contener la risa.
Le relaté todo lo concerniente al asunto que me traía entre manos y aunque al principio me observaba con extrañeza, poco a poco su actitud y semblante, me otorgaron cierta confianza.
- Me gusta tu negocio. Creo que en Vitoria no tendrás competencia alguna, bueno ni tampoco en Euskadi ni siquiera en España. ¡Macho, tiene una pintaza cojonuda!
Sonreí agradecido.
- ¿Qué requisitos pides?
- No entiendo...
- Si, tío. ¿Qué perfil buscas?
- No busco perfil de nada. Solo quiero aprender a abrir coches sin que se note que han sido abiertos.
- ¿Cuántos socios tienes?
- Ninguno.
- ¿Cuánta gente tienes circulando por ahí?
- Nadie. Trabajo solo - contesté comprendiendo por fin de qué iba.
- ¡Madre mía! ¡Eres el puto amo! ¡Flipo en colores! Te lo has montado de putísima madre, tío.
Mi orgullo se infló.
- Solo hay un pequeño problema - de pronto recobró la seriedad -. Si no entró a medias contigo, no hay trato.
Mi orgullo se desinfló. Negué con la cabeza.
- ¿No? - se dio la vuelta y comenzó a caminar despacio -. Ya nos veremos por ahí. Mucha suerte, Betoñín.
- Espera, espera - en mi voz había desesperación -. No te vayas todavía.
- Quiero ser tu socia e iremos a partes iguales - la resolución con la que se expresaba me produjo un regusto amargo de impotencia.
- Me prometí a mi mismo que nadie entraría a formar parte de mi empresa. Es por principios. Lo dice el estatuto.
- ¿El estatuto? - se rió en mi jeta -. No digas chorradas, tío. ¡Anda y que te den!
Pero se mantuvo frente a mí con su media sonrisa, las manos en los bolsillos, mientras se retiraba un mechón de pelo que le tapaba el ojo derecho con un movimiento suave y certero de la cabeza. En ese preciso momento, sentí un escalofrío intenso y al momento siguiente, las manos me ardían y el estómago me pesaba. Supe que me estaba enamorando.
- ¡Hecho! - exclamé eufórico -. Seremos socios a partes iguales.
Extendí la mano esperando un apretón que sellara nuestro acuerdo pero Sonia se abalanzó y me estampó un beso en los labios cálido, largo, intenso, húmedo y dulce. De pronto me sentí crecer, experimenté un subidón, mientras una oleada de euforia se disparó en el interior de mi cuerpo de manera salvaje. Me dejé llevar, entreabrí ligeramente los labios y ella hizo todo lo demás. Su lengua me supo a chocolate, su saliva enjugó la sequedad de mi boca. Solo cuando nos separamos comprendí lo de aquel sabor tan dulce que paladearon mis inexpertos sentidos gustativos. Sonia comía una chocolatina cuando llegó a la cita. Todavía estrujaba el papel del kit - kat en la mano.
- El coche que quieres abrir, ¿es de algún familiar? ¿De tus viejos? - preguntó excitada.
- No, no conozco al tío más que de vista.
Sonia me observó sorprendida.
- ¿No decías que no te interesaba nada de mí? Te digo simplemente lo que necesito que hagas.
- Antes no me interesaba nada de ti, pero... - esgrimió una abierta sonrisa, antes de añadir -: Ahora que nos hemos comido, es otro rollo, tío...
Enseguida puso sus diestros conocimientos de "cerrajería" a mi alcance. En pocos segundos, abrió la cerradura del Citröen, usando un par de clips. Estiró el primero hasta dejarlo completamente recto, salvo en uno de sus extremos que dejo una pequeña curvatura redondeada, que me recordó a los ganchillos que usaba mi amatxo para tejer tapetes. Lo utilizó como si fuera una llave, introduciéndolo con suavidad en la pequeña cerradura. El segundo clip era el punto de apoyo, con él presionaba al primero. Lo movía con suavidad de abajo hacia arriba y de derecha a izquierda sin dejar de presionar con el segundo clip. Me tenía subyugado. Sus manos pequeñas y diestras se movían al compas que ella marcaba.
- El movimiento ha de ser suave y rápido - me explicó en voz baja al tiempo que la cerradura cedió y la puerta estuvo abierta -. ¡Voilà!
- ¡Qué puto flipe! - exclamé temblando de emoción -. Tenemos que ser rápidos.
- ¿Cuánto tiempo suele estar el Fulano en la casa?
- Alrededor de dos horas, pero a veces vuelve antes.
- Entra tú y yo vigilo - dijo jugueteando con los clips.
- Como quieras.
Revisé la guantera, donde no encontré absolutamente nada. Estaba vacía por completo. Los asientos no tenían ni mota de polvo. Parecía recién sacado del concesionario. Así que me dispuse a mover un poco los asientos. Fue bajo la alfombrilla del asiento del copiloto. Encontré un paquete no muy grande, meticulosamente envuelto. Con manos temblorosas y menos diestras que cuando trabajaba en soledad, desprecinté con mimo la cinta aislante. Luego el papel me ofreció una caja de cartón precintada. Abrí la caja y mostré el contenido a Sonia, que abrió desmesuradamente los ojos y lanzó un silbido prolongado que denotaba sorpresa.
- ¡Hostia, tío! ¿Cuánto crees que habrá?
- Así por encima... diría que más de 6000 euros - lo dije a ojo, por echarme el farol pero no tenía ni idea de cuánto dinero podía contener la caja.
- ¡Sal de ahí! - la orden sonó tan tajante, que estuve a punto de lanzar la caja y el contenido al aire. Le observé dubitativo -. ¡Coge el dinero y sal a toda leche! Si nos pilla estamos jodidos.
- No puedo llevarme esto.
- Tómalo como un préstamo. Necesitamos dinero para la empresa. Si no invertimos, nunca prosperaremos.
- ¿Qué dices? Nunca he robado nada importante. Ya te dije que...
- Deja la charleta para otro día, Betoñín. ¡Sal de una puta vez!
- De momento no robo. Estoy aprendiendo el oficio.
- Pero, ¡qué mono eres! Siempre hay una primera vez para todo.
Su mirada era dura y fría. Obedecí y salí del coche. Las manos me temblaban y también las piernas. Sonia cerró el coche con suavidad. Me agarró del brazo y tiró de mi.
- Escóndete el paquete, tío. ¿No pensarás llevarlo así?
Me levanté la sudadera y lo introduje bajo la camiseta. La sensación del cartón sobre la piel fue como una bola de fuego. Salimos a la calle. Caminamos en silencio. Tomamos la calle Francia sin rumbo. De pronto sentí un mareo. Me paré en seco. Sonia me observó interrogante y me hizo un gesto, como preguntando qué me pasaba.
- Imagínate que alguien nos ha visto.
- En el parking no había un alma, Betoñín - aseguró observándome fijamente.
- No sé. Ambos estábamos distraídos.
- Betoñín, majo, creo que estás alucinando.
- ¿Qué crees que pasará cuando se dé cuenta de que falta el dinero?
- Lo ha dejado bajo el asiento, bien escondido. Ha cerrado el coche y cerrado lo ha encontrado. No creo que haya mirado. ¿Te ha visto alguna vez en el aparcamiento? - preguntó un poco preocupada cuando estábamos a punto de entrar en los grandes almacenes.
- No estoy seguro, creo que no.
- ¿De qué te preocupas? Aunque te hubiera visto alguna vez, es mucho presuponer que piense que seas tú el ladrón.
- Seguramente es como dices. Estoy nervioso. Nunca me he llevado dinero - intenté taladrarme esta idea en el cerebro.
- ¡A veces me pones negra! - exclamó.
- ¿A veces? Si solo hace una hora escasa que nos conocemos - sonreí divertido por el comentario.
- Te veo venir.
- ¡Va a ser eso! Que me ves venir.
En los aseos de caballeros del Corte Inglés, mientras Sonia esperaba en el pasillo, conté la recaudación. Salí blanco, con la intención clara de decirle a mi socia, que teníamos que devolverlo. Hasta que el aire frío de febrero no me golpeó la cara, fui incapaz de hablar.
- ¿Y bien? - preguntó Sonia en un inapreciable murmullo.
- Nueve mil, tía.
- ¡Hostia! ¡Hostia! ¡Hostia! ¿Estás seguro?
- Lo he contado dos veces.
- No has tardado tanto. Contar ese pastizal tiene que llevar más tiempo.
- He contado el primer taco de billetes uno por uno. Luego he multiplicado por todos los tacos.
- ¿Te das cuenta, Betoñín? ¡Somos ricos!
- No podemos quedárnoslo - mi voz reflejó indecisión.
- ¿Estás gili, tío? ¡Nos lo hemos quedado! ¡Es nuestro! Tuyo y mío.
- Voy a devolverlo.
- Perfecto, tío. No esperaba menos de ti - dijo en tono jocoso -. Mañana volvemos al aparcamiento y cuando aparezca el tío, vas y le sueltas: "Hola majete, verás, resulta que ayer mi amiga y yo abrimos tu coche y rebuscando por aquí y por allá, un paquetito se me pegó a las manos. Y como en los estatutos de mi empresa, que no he escrito todavía, dicen... perdón, van a decir que no debo robar nada importante, pues una vez de visto y revisado el contenido, te lo devuelvo". ¿Tú eres idiota todo el rato o solo a tiempo parcial?
- ¿Qué hacemos con esto? No podemos guardarlo en ningún sitio, no podemos abrir una cuenta bancaria, somos menores. Y, ¿si nos pillan? - imploré desesperado.
- Lo guardaremos en un sitio seguro hasta que podamos alquilar una oficina o algo para empezar a trabajar en serio - sus palabras zumbaron tan convincentes, que casi me las creí.
- ¿Sabes cuanto tiempo tiene que pasar hasta que podamos alquilar algo? Este dinero me quema. Tenemos dieciséis años, nos faltan dos para la mayoría de edad. Hasta entonces no podemos plantearnos nada en serio.
- No te falta razón - argumentó, repentinamente aplanada.
- Nos urge buscar un lugar seguro para guardarlo. Piensa en ello - declaré ofuscado.
De camino a casa entramos en un bazar chino para comprar una cartera grande y guardar nuestro tesoro. Sonia decidió por los dos que no era cuestión de despilfarrar y que cualquier cosa de buen tamaño y sobre todo barata, nos serviría de momento.
- Será cuestión de dos o tres semanas a lo sumo. Dedicaremos horas al asunto en el rincón de pensar y hallaremos la solución rápidamente - el argumento de Sonia chirrió en mis oídos pero me aferré a la confianza que esgrimía como si fuera dogma de fe.
Con los paquetes de dinero guardados es un neceser de dos cremalleras de plástico, estampado con enormes rosas rojas nos paseamos durante casi dos años, hasta que cumplí los dieciocho. Ambos llegamos a la conclusión de que ningún sitio de su casa o de la mía nos convencía al cien por cien para guardar semejante pastizal. En caso de que nuestros padres o cualquier otro miembro de la familia dieran con ello, tendríamos que dar muchas explicaciones que nos acarrearían multitud de dificultades. Con ropa amplia, el problema se mimetizaba, pues la bolsa desaparecía en los bolsillos interiores de las cazadoras o chamarras. Con la llegada del verano fue otra historia. La bolsa se pegaba al cuerpo y el resultado fue bastante más desagradable, sobre todo a la hora de entrar en casa.
El asunto del parking se caldeó bastante al día siguiente de robar el dinero. Llegué en primer lugar y me aposté frente a la entrada, camuflado bajo una gorra y con la capucha de la sudadera puesta. El cuello de la chamarra ajustado porque hacía un frío infernal. Las manos en los bolsillos. No era viernes, pero el Citröen Xsara, apareció cinco minutos después. El corazón se me subió a la garganta mientras me apoyaba fuertemente a la pared, pues el conductor bajó del coche y me dirigió una rápida mirada. Sentí que la cartera de flores me ardía en el bolsillo interior del chamarro. Enseguida dobló la esquina la esposa del Antonio. Sonia le había sacado una foto junto a su marido, un domingo al mediodía alternando por el centro. Se besaron con pasión.
- No comprendo como pudo ocurrir - dijo ella al separarse del cuerpo del otro individuo.
- ¿Qué haremos ahora? - en la voz del hombre había una mezcla de desesperación y prisa.
- No lo sé. No acierto a entender qué pudo ocurrir. Si no te descerrajaron la cerradura... No entiendo, Ricardo. Explícamelo, porque no lo entiendo - la mujer se desesperaba por momentos.
Sonia llegó en plena disputa. Nos besamos con ardor, más por los nervios que por ardor juvenil. Sentía el cuerpo nervioso de Sonia. Ambos estábamos blancos y me costaba moverme con naturalidad.
- ¿Entramos en La Bilbaína? - propuso Sonia.
Una vez instalados en una mesa cerca del ventanal lateral donde veíamos a la pareja, ellos tuvieron la misma idea y ante nuestra sorpresa, ocuparon la mesa contigua, minutos después. Nos ofrecieron la oportunidad de escuchar la conversación.
- Tal vez lo descubrió tu marido - auguró Citröen.
- ¡Imposible! ¿Qué motivo podía tener? Antonio no tiene ni idea de nada, Ricardo.
- ¿Estás segura? Tal vez alberga alguna ligera sospecha.
- ¡Por Dios Ricardo! Antonio es como sois todos los hombres. Nunca se entera de nada. Vive en su mundo. Lo único que le preocupa es el trabajo, la liga de fútbol, el coto de caza y la cena de los viernes en la sociedad. Soy un cero a la izquierda en su vida, ya lo sabes.
- Lo cierto es que el dinero desapareció en los escasos treinta minutos siguientes a que tú me lo dieras.
- No entiendo porqué te moviste del parking. Delante de mí, escondiste el paquete. Nos despedimos. Y de repente, ¿se te ocurrió tomar un vino? Perdona, Ricardo, pero no lo entiendo.
- ¿Qué es eso de que no lo entiendes? Estaba nervioso y asustado, cosa lógica y normal después de que se te ocurriese la feliz idea de cargarte a tu marido - Ricardo hizo una pequeña pausa. Tomó un sorbo largo de cerveza y continuó -: El escondite era perfecto, tú misma estuviste de acuerdo con ello. No alcanzo a imaginar quién pudo sospechar que debajo del asiento había nueve mil euros. En el parking no había un alma, Isabel. Solo estábamos tú y yo.
- ¿Insinúas algo? - la mujer se mostró recelosa.
- Nada, Isabel. No insinúo nada. Trato de hacerte entender que el dinero ha desaparecido misteriosamente.
- Pues yo si estoy mosqueada. Cuando planeamos esto juntos, dijiste que tú te harías cargo de todo. De un día para otro, me dices que lo mejor sería buscar a alguien para el trabajo sucio. Que te sientes incapaz de matar a un tío. Un tío que sabes que no me hace feliz. No me gustó la idea de meter a terceros en el asunto pero accedí. Comprendo que para ti no será fácil cargarte a Antonio. Bien. Te encargas de buscar a un asesino y encuentras a un tipo que por el trabajo exige nueve mil euros, Ricardo. Me pareció una barbaridad y así te lo dije. ¿Tan difícil es pegarle un tiro a un fulano? Te consigo el dinero, que lo sacó de nuestra cuenta, la de Antonio y mía. Te doy el dinero y de repente, así, como por arte de birlibirloque, desaparece. Pues no lo entiendo, Ricardo. Por muchas vueltas que le doy, no me cabe en la cabeza. Ahora tendrás que apañártelas como puedas porque como comprenderás, no estoy para darte otros nueve mil euros - tronó Isabel.
- Juanjo es un buen tío. Lo conozco desde hace años. Está pasando un mal momento económico y se niega a hacer el trabajo sino se lleva un buen pellizco, cosa lógica por otra parte.
- Pues tú verás cómo resuelves el tema. Yo no suelto un euro más. Pero también te digo, que no soporto a Antonio ni un día más.
- No tengo que resolver nada, Isabel. La idea fue tuya. Nunca he pretendido deshacerme de Antonio.
- ¿Por qué no quieres entender que no me hace feliz? - sollozó Isabel y desde mi misa observé que sin una lágrima.
- Te has encargado de grabármelo a fuego desde el día que nos conocimos. Ahora estoy pensando que cuando se te pase el enamoramiento, tal vez reconsideres que tampoco yo seré capaz de hacerte feliz. Tal vez entonces recurras a alguien que esté dispuesto a liquidarme y tal vez ese sujeto tenga menos escrúpulos que yo.
- ¿Qué quieres decir? - en los ojos de la mujer reverberó una gélida frialdad.
- Siempre dices lo mismo pero me cuesta creerlo. No pongas cara de "yo no fui". Tú no crees que me robaron el dinero. ¿Por qué tengo que creerme que tu marido no te hace feliz? - guardó silencio durante escasos segundos. Luego estalló -: Existe el divorcio, Isabel. No se puede ir matando a la gente porque no sean capaces de hacer felices a los demás.
A Sonia se le escaparon algunos gritos, suspiros y lamentos pero nuestros vecinos de mesa ni se inmutaron. También yo me mostré excitado y me movía constantemente en la silla. Tan enfrascados en el diálogo macabro permanecía la pareja, que ni siquiera repararon en nuestra presencia. Varias veces estuve tentado de levantarme y soltar la cartera de plástico sobre la mesa y espetarles: "No os llevéis mal rato. Aquí está vuestro dinero. Podéis deshaceros del pobre Antonio cuando os venga en gana".
Sonia dice con frecuencia que por entonces, desarrolló un sexto sentido conmigo. Me leía y me lee el pensamiento. En la mesa de La Bilbaína me cogió las manos y señaló la salida. Pagué en la barra y nos encaramos al aire gélido.
- ¡Hostia, Betoñín! ¡Qué se van a cargar al pobre Antonio! - lo musitó de tal manera que casi tuve que leerle los labios.
- ¿Qué hacemos con el dinero? - me atreví a preguntar, intuyendo la respuesta.
- ¡Betoñín, cariño! No empieces otra vez. ¿En un momento como éste, sigues pensando en el dinero?
- ¿Tú sigues pensando en quedártelo?
- ¿Qué hacemos ahora nosotros? - lanzó desoyendo mi pregunta.
- Sabía que no teníamos que quedarnos con la maldita caja, ¡lo sabía!
- Olvídate del puto dinero. Tenemos un problema mucho más gordo. Sabemos que pretenden cargarse a un tío.
- Vayamos a la comisaria. La de Olaguibel nos pilla a mano - ofrecí como alternativa.
- ¡Qué idea tan cojonuda! Se ve que piensas directamente con el culo. Vamos y les soltamos: "Sabemos que entre la esposa y el amante se van a cargar al marido de la primera". Ellos, tranquilamente, pretenderán saber de dónde hemos sacado tan magnífica información. Como respuesta y también muy tranquilamente, porque lo van a entender a la primera, les decimos que nos gusta pasarnos la vida en los aparcamientos, que vigilamos, que abrimos coches, que casi nunca robamos nada valioso pero que ayer nos encontramos nueve mil euros en una caja de cartón, escondidos bajo el asiento de un Citröen que abrimos con la ayuda de dos clips y que casualmente sabemos que es propiedad del amante. También podemos añadir que tenemos fotos y los datos necesarios de los implicados, además de los de la víctima. Se mostrarán súper agradecidos, si además les brindamos la conversación de los tortolitos, que se me ha ocurrido grabar. ¡De puta madre, tío! ¡A ver cuándo cambias el chip y te enteras de una puta vez que somos fantasmas! ¡Estamos en el parking pero para los efectos es como si no estuviésemos!
- Estoy hasta las narices de que todo lo que hago y digo te parezca mal - exploté -. Me estoy hartando. Si quieres te doy el puto dinero y haces con él lo que te salga del higo. Sigo con mis aparcamientos y tú te vas a la mierda si te apetece.
- Perdona, Betoñín - tardó unos minutos en asimilar el cabreo -. Esta pareja me ha rayado a tope.
- Y otra cosa importante. Deja de llamarme Betoñín. Soy Daniel, ¿te queda claro?
- ¡Clarísimo! Creía que Betoñín te gustaba. Me parece cariñoso, pero a partir de ahora, lo que tú digas. Te llamo Daniel, que es mucho más bonito.
Nos alejamos hacia la calle Los Herrán. Desde la esquina vigilábamos el Citröen, sin levantar sospechas. Hasta el momento, no habían reparado en nuestra presencia. Tomar precauciones, no estaba de más. Al cabo de cuarenta y cinco largos minutos se encaminaron hacia el coche. Gesticulaban airadamente y a pesar de la distancia estaba claro que la agria discusión proseguía. Ricardo movía los brazos con brusquedad. Subió al coche y arrancó. Isabel se quedó inmóvil, durante cinco minutos. Luego, a paso lento y con los brazos cruzados, avanzó camino de su casa.
..........
A regañadientes, pretendí olvidarme para siempre del parking, aunque era mi preferido. Para siempre es un concepto inmenso y nuevamente Sonia vislumbró el error.
- Dani, di que no volverás mañana. Ve poco a poco. Si piensas en el destierro total, nunca serás capaz de dejarlo - se mostró conforme en no volver, pues nos enredamos demasiado y nuestras vidas peligraban. Ambos intuíamos que nada bueno saldría de aquel tinglado.
Pero una cosa es el sentido común y otra el corazón. El deseo se impuso a la razón. La atracción triunfó. La dificultad de olvidar de la noche a la mañana el impulso, organizado y meticuloso del anhelo caprichoso y desbordado, imperó sobre la lógica más aplastante.
Al día siguiente, sin lograr pegar ojo en toda la noche, a las ocho de la mañana, mandé un mensaje a Sonia.
- Voy camino del parking.
- Estoy allí en media hora. He pensado lo mismo. Al fin y al cabo hay otras dos plantas con un montón de coches que esperan nuestra revisión - se justificó.
- Volveremos al trabajo. Lo importante es olvidarnos de Ricardo, Antonio y su mujer - escribí convencido de que era lo correcto.
- Es cierto, Dani. ¿Qué nos importan a nosotros los problemas de esos tres? No hemos hecho nada malo. Tenemos la conciencia tranquila.
- Desde luego - palpé la bolsa de plástico con "nuestros ahorros", como los llamaba Sonia y tantee la posibilidad de agregar que algo malo si habíamos hecho y que por lo menos, mi conciencia no estaba del todo tranquila, pero desistí, no era cuestión de añadir más leña.
Merodeamos por la primera planta del parking durante casi dos horas. Hubo mucho movimiento de coches y recaudamos pequeñas cantidades de dinero con la disculpa de guardar para mejoras de la empresa. Sonia era muy meticulosa con el dinero y muy mirada para el engrandecimiento del negocio. Además nos hicimos con un pequeño botín de menudencias y recogimos datos personales de los conductores de varios vehículos que encontramos abiertos. No forzamos ninguna cerradura. Aunque no mencionamos el tema, ambos nos sentíamos inmersos en el asunto de Antonio-Isabel-Ricardo. Hacia quince minutos que Sonia había decidido acechar en dirección contraria a mi. Mientras yo me ocupaba de tres coches seguidos que se preveían sencillos pues los conductores los dejaron abiertos. Enfrascado en pensamientos inútiles sobre el planteamiento del asesinato, trabajaba sin descanso. Al salir de uno de los coches, una sombra me sorprendió escondiendo mi pequeño botín en los bolsillos de la chamarra. Me tocó el hombro ligeramente, apenas fue un roce, pero el respingo que me obligó a dar, estaba cerca de una dislocación de hueso.
- ¿Se te ha perdido algo por aquí? - la voz me hizo temblar y me volví lentamente, esperando que no fuera el dueño del último coche que acababa de asaltar. El susto fue terrible pues reconocí al fulano. Mejor dicho, reconocí la ropa y el casco, que ahora llevaba bajo el brazo. Lo miré sin pestañear -. ¿Estás sordo? Te he hecho una pregunta.
- Se me ha caído dinero, unas cuantas monedas - respondí rogando que no hubiera visto toda la escena de principio a fin. El tipo no era otro que el de la moto, el que apodábamos Suzuki.
Sonia, unos metros alejada de nosotros, había visto la escena y lanzó hacia donde nos encontrábamos una lata de Coca-Cola que había comprado en el súper antes de llegar al parking y que no había abierto todavía. Impactó contra la cabeza del tipo, que perdió el equilibrio. La lata explotó al caer y el contenido se disperso como propulsado por una fuerza descomunal. Durante escasos segundos, no fui capaz de reaccionar. Mi cuerpo se mostraba contrario al movimiento y me quedé paralizado, sin entender bien lo que estaba pasando.
- ¡Corre! ¡No te quedes ahí parado! ¡Corre! - escuché la voz suplicante de Sonia que a su vez se escuchaba cada vez más lejana. Entonces me percaté de que era porque corría hacia las escaleras. La seguí, dejando al tambaleante intruso medio atontado debido al impacto de la lata.
Seguí a mi compañera con el corazón borboteando adrenalina. Al pie de la segunda planta, nos juntamos. Ella jadeaba por el esfuerzo.
- Deberíamos marcharnos. Imagínate que el tío llama a alguien.
- ¿Qué hacía Suzuki en la primera planta? - estalló Sonia, visiblemente asustada.
- ¡Vámonos de aquí! - invité cogiéndole de la mano y tirando de ella.
- ¡Espera, espera un poco! Vamos a pensar...
- No tenemos tiempo, si quieres pensar, date prisa y piensa en cómo salir de aquí.
- ¡No! Este tío está aquí por alguna razón que se nos escapa.
- Los que no vamos a poder escapar, somos nosotros si te empeñas en pensar.
- ¿No te huele a encerrona? - insistió frenando mi carrera.
- Me huele a que como nos pesquen, ya puedes encomendarte a San Judas, como dice mi amatxo.
- ¿No lo entiendes? Precisamente eso es lo que están esperando. Que salgamos corriendo a toda leche.
- Aquí no podemos quedarnos. ¿Qué hacemos? ¡Estamos atrapados!
- Nos refugiaremos en los váteres - la cara se le iluminó ante la sugerencia de lo que consideró una idea genial -. Podemos pensar con calma la siguiente maniobra.
Nos dirigimos hacia los aseos con rapidez sigilosa. Nos encerramos en uno. Previamente Sonia tuvo la feliz idea de bloquear los pestillos de las demás puertas. Evitaba que nuestro perseguidor nos diera caza, en caso de escudriñar por allí. Hicimos equilibrio sobre la tapa del váter.
- Bien, salvados de momento. ¿Qué hacemos ahora? - suspiré.
- Pensemos primero en como nos han podido relacionar.
- Esta claro que ellos saben algo que nosotros no sabemos - comencé a darle al coco.
- Exactamente. ¿Has visto a Suzuki en alguna otra parte?
- Nunca, de hecho le he reconocido por la ropa y el casco. Lo que está claro es que él si me conoce de algo... aunque pensándolo bien, tal vez el tío me conoce de verme por aquí. Por la razón que sea hoy me ha descubierto en la primera planta... ¡Me cago en su puta madre!
- Creo que el hecho de que te haya descubierto hoy no tiene relación con el asesinato - matizó Sonia.
- Tal vez, pero si no es así, tenemos un grave problema.
Escuchamos pasos precipitados y nos quedamos como estatuas abrazados. Me senté en la cisterna y Sonia lo hizo sobre mi. Ambos estiramos un poco las piernas. Ella apoyó su espalda contra mi pecho y nos cogimos de las manos. La bolsa del dinero se me incrustó en la cadera. Con la mano libre intenté sujetarme lo mejor posible. Al otro lado de la puerta alguien entró en los aseos.
- Parece que esto está vacío. Las puertas no funcionan - era la voz de Suzuki -. Ese mocoso puede jodernos bien.
- ¿Cómo has podido perder al chaval? Lo tenías a huevo - Ricardo era el compañero.
- Ha echado a correr. Algo me ha golpeado por detrás y el chaval ha huido. Ese niñato está siempre metido en el garaje. Fisgonea de aquí para allá. Supongo que es un mangui y que no supone ningún peligro para nosotros, pero no me fio.
- Tenemos que tener todo bien atado. No me gustaría que por una tontería y encima sin haber logrado el propósito, nos empapelaran por un puto criajo - tronó la voz de Ricardo.
- ¿Has descubierto algo sobre le dinero?
- ¡Nada! Es muy extraño. Estoy completamente convencido de que alguien siguió a Isabel desde el banco hasta aquí y que ese mismo alguien, lo robó.
- También pienso que te pudiste quedar con el dinero.
- Ya estás otra vez con eso. Mira que tienes manía - se defendió Ricardo - ¿Cuántas veces te tengo que repetir que reconozco haber metido la pata pero que fue un simple descuido?
- Nadie más que tú tiene la culpa. ¿Quién comete la torpeza de dejar nueve mil euros en el coche? Si te hubieras quedado esperándome, nada de esto hubiera ocurrido, en el caso de que sigas insistiendo en que te robaron el dinero - se quejó Suzuki.
- También he pensado que te acercaste hasta aquí y te llevaste los nueve mil y ahora pretendes sacar más tajada - Ricardo se mostró suspicaz -. Para rematar Isabel también está mosqueada y empieza a perder la paciencia. Por otro lado, Antonio puede sospechar...
- ¡Para ya, Ricardo! - Suzuki propinó un fuerte golpe en la puerta de al lado -. Tú jodiste todo el asunto. Tenías que haber esperado un poco.
- Esto me supera - terció Ricardo malhumorado -. Nunca he matado a nadie, nunca he planeado nada semejante. Teníamos un plan cojonudo: elegimos a la pareja adecuada, nos pareció fácil timarles.
- Pero luego te enamoraste de Isabel. Ya dice el refrán que de donde saques para la olla, no metas la polla. Tú siempre has sido un picha brava.
- Me pareció una mujer sensible, llena de ternura y tan desgraciada con su esposo - se defendió Ricardo -. Ahora creo que es una bruja.
- Desde el principio me pareció extraño. No me cabía en la cabeza que una señora tan delicada y sensible estuviera deseando liquidar al marido para liarse con el primero que se cruza en su camino.
- No te pases, Javi. Cuando te plantee la idea de cargarnos al marido, estuviste de acuerdo desde el primer momento.
- El tema es que hemos perdido el dinero y si no hay dinero, no hay muerto. No me arriesgo por muy infeliz que sea Isabel.
El silencio fue tenso durante unos instantes.
- Y con el chaval, ¿qué hacemos?
- Tú te encargas de él. Si lo vuelves a ver merodeando por aquí... - dejo la frase en suspenso mientras un destello de desequilibrada zozobra recorrió mi cuerpo.
Sonia se llevó una mano a la boca, se mordió el dedo y se apretó más contra mi hasta el punto de bloquearme la respiración. Me quedé helado. A pesar de que llevábamos más de cinco minutos solos, desde que la pareja de matones había abandonado el aseo, no nos atrevíamos a movernos. Nuestros cuerpos temblaban y ni siquiera podía pensar con claridad cuál sería nuestro próximo movimiento. Pasaron quince largos minutos, sin que hubiéramos articulado palabra alguna y con las piernas entumecidas, decidimos abandonar nuestro precario escondite. Salimos sigilosos y acechando como animales salvajes, evitando el ataque certero de los depredadores. Nos amparamos en las sombras y avanzamos pegados a la pared. El motor de algún coche y algunas luces nos sobresaltaron, luego volvió la quietud. Sonia se movía pegada a mis talones, mientras mis ojos intentaban divisar a nuestros enemigos. Un disparo resonó junto a una columna y ahogamos un grito.
- ¿Estás bien? - pregunté susurrando a mi espalda.
- Todo lo bien que se puede estar - musitó Sonia con voz temblorosa.
- Van hacia las escaleras - la voz de Ricardo sonó apelmazada a nuestra izquierda. Los pasos de Suzuki rozaron rápidos el pavimento del parking y se detuvieron a escasos metros.
- Iré hacia ese coche que acaba de aparcar - susurró Sonia -. Intentaré alcanzar la salida al amparo de su sombra, me pegaré al conductor todo lo que pueda, no se atreverán de ese modo. Tú corre todo lo que puedas en dirección contraria. Una vez que esté en la calle, llamaré a la policía. Sin esperar respuesta, avanzó con premura hacia la conductora, a medida que su figura menuda abandonaba mi compañía me sentí confuso y desorientado. Pero la figura no avanzó hacia la salida, sino que tomó el camino hacia nuestros perseguidores.
Y ahí estaba yo, entre dos columnas, al amparo de un cuatro por cuatro. Por suerte, Sonia se percató a tiempo de que la mujer que pretendía que le sirviera de escudo, no era otra que Isabel.
Me lancé en plancha hacia el suelo, arrastrando el cuerpo pegado a la pared, incorporándome para probar las cerraduras de los vehículos estacionados. Por fin encontré un Fort bastante viejo, que me ofreció un escondite seguro. Afortunadamente, Sonia me había enseñado a ponerlos en marcha. Salí de estampida y aunque mi manera de conducir dejaba bastante que desear, salté la barrera de seguridad y accedí a trompicones al exterior sano y salvo. Abandoné el coche en la entrada, supuse que en escasos minutos alguien saldría o entraría y daría la voz de alarma. Sería una buena oportunidad para Sonia. En la plaza junto al museo, un coche patrulla dejaba languidecer la tarde. Me acerqué sin tener claro lo que les iba a decir. Hoy es el día en que no lo recuerdo con exactitud, solo el hecho de saber que Sonia estaba corriendo peligro, mantuvo bloqueada mi memoria durante meses. Lo cierto es que algo debí de relatar acerca de los planes de Ricardo y el motero porque fueron detenidos junto con Isabel, que según declararon a lo largo de los siguientes días, fue la instigadora de todo. Antonio salió ileso al igual que Sonia, que fue rescatada con un ataque de ansiedad. Se ocultó en el interior de un coche, encorvada entre los asientos delanteros y los traseros. Fuimos recompensados y aunque en un principio nuestros padres no comprendían qué se nos pudo perder en el parking, pronto reconocieron que sin nuestra intervención un hombre inocente podría haber perdido la vida. Sobre los nueve mil euros, no dijimos ni pío.
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Han pasado quince años. Sonia y yo seguimos juntos. Enamorados. Conseguimos fundar la "Empresa de Espionaje y Hurtos". A efectos legales EH es una compañía informática. Somos socios y trabajamos tal como la concebí hace quince años, o dicho de otra manera, hacemos lo mismo que en los aparcamientos. Nos llevamos grandes cantidades de dinero sin usar la fuerza bruta. Espiamos y perseguimos a individuos de alto standing durante meses y cuando tenemos todo bien atado, procedemos al hurto limpio. Nuestro negocio se encubre en una oficina que montamos con el dinero que durante dos años guardamos en la bolsa de flores del chino y que llevamos a cuestas día tras día. Continuamos merodeando por los aparcamientos. El preferido sigue siendo el de Artium. En la actualidad, administramos grandes capitales: dinero negro, gris, azul, rojo, o verde. Normalmente vamos a por políticos o empresarios corruptos. Desgraciadamente, también tenemos que pagar facturas e impuestos, un par de veces al año, nos vemos obligados a asaltar bancos, como en el oeste americano. Muchos ciudadanos continúan con la mala costumbre de dejar los vehículos abiertos en el parking. Seguimos siendo tipos raros, apartados socialmente. Estamos muy lejos de todo lo que la sociedad considera normal. Insistimos en perpetuar a los especímenes raros: tipos como nosotros...
Sonia está esperando un hijo, nuestro primer retoño. "Un nuevo Betoñín está en camino", según palabras de ella. En breve seré padre. Esta idea me asusta y aunque he pensado incluso en sentar la cabeza y buscar un trabajo tranquilo y normal, como el de cualquiera, mi compañera me lo ha quitado de la cabeza.
- Robar es lo que hacen los políticos, Dani. Lo nuestro es un negocio.
- Un negocio turbio, Sonia. Estamos a punto de ser padres, deberíamos ir pensando en el futuro, en el futuro honrado - rezongo convencido.
- Es una empresa floreciente, cariño. Nadie en su sano juicio abandonaría un chollo de este calibre. ¿Recuerdas qué te dije cuando nos conocimos? - sin esperar respuesta, continua con su recurrente discurso -. Te dije que no ibas a tener competencia. Eres pionero, el puto amo, Betoñín. No sabemos hacer otra cosa.
- Somos fantasmas - respondo cabizbajo -. ¿Qué educación le vamos a dar a nuestro hijo? No somos normales, carecemos de principios.
- Deja de atormentarte - implora mimosa -. Debes reconocer que somos un par de fantasmas cojonudos.
- Mi maestra, mi guía, mi apoyo... Mi amor - nos abrazamos -. No se que haría sin tu fuerza.
- Te hundirías en la miseria y habrías renunciado a este suculento negocio - me coge la mano y le palpó la tripa. Mi hijo se mueve y me hace sentir un tío grande.