Vistas de página en total

domingo, 20 de junio de 2021

PURA CASUALIDAD

     Eneko consultó una vez más el reloj. Marcaba las 17:55. Ocupó una mesa al fondo del bar de la estación de RENFE. Disponía de aproximadamente una hora. Cuando llegase Gorka, tomarían unas copas para celebrarlo y desaparecerían durante varios meses. Desde su posición, interpeló al camarero para que le sirviera una caña. Golpeó la mesa con la palma de la mano, repetidas veces. Una vez que la bebida fue servida, se acercó a la máquina de tabaco. La golpeó repetidas veces con  violencia. El camarero le recriminó la acción y varias personas le dirigieron miradas airadas.

  - La puta máquina se ha tragado mi dinero - vociferó dirigiéndose al encargado de la barra.

  Éste abandonó momentáneamente su puesto y diligente, abrió la máquina, sacó un paquete de Lucky y le devolvió el cambio al muchacho. Eneko, más calmado, solicitó una baraja de cartas y comenzó a hacer solitarios.

  - Has puesto el siete de copas debajo del caballo y falta la sota - le advirtió una meliflua voz a su espalda.

  Se giró. Se trataba de un pequeño sabelotodo de unos seis o siete años.

  - Tienes razón chaval. Estoy un poco nervioso y no consigo concentrarme.

  - ¿Por eso miras todo el rato al reloj?

  - Espero a un amigo.

  - ¿A qué hora viene tu amigo? - se interesó una cría más pequeña.

  - Es mi hermana - anunció el sabelotodo con una nota de orgullo.

  - ¿Tu amigo es tardón? - curioseó la chiquilla.

  - No, no es tardón.

  - ¿Cómo te  llamas? - interrogó la niña -. Yo soy Carla y mi hermano se llama Martín.

  Eneko no contestó.

  - ¿Te ha comido la lengua el gato? - a la nena le hizo gracia su pregunta y se carcajeó. Su hermano le imitó.

  - Carla tiene razón. Te ha comido la lengua el gato - se burló Sabelotodo ante el regocijo de Carla, que palmoteó con entusiasmo.

  A Eneko nunca le gustaron demasiado los niños y la conversación se le empezó a hacer pesada.

  - No mires tanto al reloj, me pones nervioso - ordenó  repentinamente serio Sabelotodo -. Has vuelto a meter la pata. No puedes poner cartas del mismo palo en la misma fila. Yo sé hacer ese juego mejor que tú. Me lo enseñó mi abuelo.

  - No molestéis - se escuchó   una voz salvadora desde alguna mesa cercana. Los niños se resistían y continuaron junto a Eneko, mirándole fijamente.

 - Si no os vais de aquí ahora mismo os encerraré en el cuarto de las ratas y tiraré la llave - señaló una puerta al fondo del local en cuyo cartel se podía leer "privado". Ensayó una sonrisa pero lo único que fue capaz de ofrecerles fue una mueca terrorífica -. Todos los días me como algún niño crudo.

  Los chavales se alejaron y él volvió al solitario. La llantina de la nena le llegó de inmediato. Apuró la caña y salió al exterior, ante la atenta mirada de la madre, cargada de rencor.

  Las 18:10. Trató de encender un cigarrillo sin conseguirlo. Le temblaba el pulso. Una mano amiga le ofreció la llama de un encendedor.

  - Fumar no es bueno, chaval.

  - Déjeme en paz y métase sus putos comentarios por donde le quepan - increpó al desconocido.

  - Llevo rato observándote. Has estado recorriendo la calle de arriba hacia abajo, consultando el reloj a cada poco. Estás muy nervioso - añadió sin prestar atención a la respuesta del muchacho -. En poco más de treinta minutos has consumido siete cigarrillos.

  - ¿A usted que le importa?

  - Estaba sentado en esta mesa - señaló la primera junto a la ventana -. También te he observado en el interior del bar. Estás demasiado nervioso para cosa buena.

  - Pues siga sentado, abuelo. Lea el periódico o haga lo que le salga de la polla pero déjeme en paz - rugió Eneko. Le exasperaba la tranquilidad del anciano.

  - Ya no hay respeto por nada - terció otro peatón - ¡Menuda boca gastan los jóvenes de hoy en día!

  18:30 y Gorka sin dar señales de vida. Se alejó de los ancianos, que se olvidaron de él y entablaron conversación sobre el tiempo. Encendió otro cigarrillo. Cruzó de acera. Alguien le rozó el hombro. Dio media vuelta con tal ímpetu, que el camarero estuvo a punto de perder el equilibrio y ser derribado.

  - Perdone, pero no me ha pagado la caña.

 - Lo siento - farfulló, mientras que con mano temblorosa rebuscó en los bolsillos. Le tendió diez euros -. Quédese con el cambio.

  - ¡Muchas gracias, majo! - respondió el barman eufórico.

  Anduvo una manzana y dobló la esquina. El coche continuaba estacionado en el lugar que lo había dejado pero tenía un papel sujeto en el parabrisas. Aceleró el paso.

 - ¡Me cago en la puta! - masculló, percatándose de que había aparcado en un vado. Hizo una pelotita con la multa y la arrojó con fuerza a la papelera más cercana, con tan mala suerte que le atizó en el ojo a una señora. El acompañante le sermoneó y le llamó maleducado. Eneko respondió con un gesto obsceno. En realidad no debía cabrearse por la sanción de un coche robado y acto seguido olvidó el incidente.

 A las 18:45 no tenía noticias de Gorka. Ni siquiera había contestado a las dos llamadas que le hizo. Se autoconvenció de que esta vez le respondería. Pero el teléfono estuvo sonando hasta que se cortó. Encendió otro cigarrillo. Dio la vuelta a la manzana con paso rápido, sin reparar en nada. A las 18:55 volvió al bar de la estación. Se asomó pero no había ni rastro de Gorka. Reconoció al vejestorio que se inmiscuyó en sus asuntos y que le ahora le dedicaba una sonrisa plácida. Según lo previsto entró en la estación. Rebuscó el billete en los bolsillos y subió al tren cuando estaba a punto de arrancar.

  - ¡Cállate, maldita bruja! - tronó a alguien, que le interrumpió el paso en el centro del pasillo y que le golpeó en la rodilla con la maleta - ¿vas de carnaval? 

  Encontró el asiento y se recostó. Cerró los ojos con la esperanza de que el viaje le relajara. Trató de no pensar en nada. Se palpó el bolsillo donde llevaba las joyas y los cuatrocientos euros que había sacado del último piso desvalijado. ¿Qué había fallado? ¿Dónde coño estaba Gorka? Por lo menos podía escapar. Ya ajustaría cuentas más tarde con su socio. Tarde o temprano daría señales de vida. El sonido de whatsapp le sobresaltó. Las 19:10. Mientras leía un incipiente dolor punzante se le asentó en la cabeza. "Todo se ha ido al carajo. La vieja muy puta. Nos vemos  en Burgos". Respiró más calmado, cerró los ojos y se durmió.

-------------------------------

  La policía no tuvo dificultades para detener al ladrón. La octogenaria a la que pretendía robar no resultó tan frágil como aparentaba y se deshizo fácilmente del supuesto empleado del gas, que le pareció sospechoso desde que se presentó sin previo aviso. Salió al jardín y telefoneó a la compañía, así supo que no habían enviado a nadie para revisar la instalación. El joven huyó a los pocos minutos con una fea herida en la cabeza, de la que manaba abundante sangre.  La frágil anciana le propinó un fuerte golpe con una pesada sartén, que le abrió una brecha de varios centímetros en un costado de la cabeza, cuando le pilló fisgoneando en los armarios. A continuación se puso en contacto con la ertzaina, dio una descripción detallada del joven.  Gorka fue detenido en las inmediaciones de la estación de RENFE. Los agentes no tuvieron más que seguir el rastro de sangre.

  Al principio se mantuvo firme, asegurando que no tenía ningún cómplice, pero cuando las fuerzas flaquearon y la pérdida de sangre, le nubló el entendimiento y la vista, terminó confesándolo todo. Era su primer robo. Tan solo tenía diecisiete años.

  Eneko fue detenido al apearse en la estación de Burgos, gracias a un buen número de testigos que declararon haberse topado con un joven maleducado y nervioso que les hizo levantar sospechas.

  - Me dejó una cuantiosa propina - señaló un camarero.

  - Asustó a mis hijos, ya sabe como son los niños, a veces incordian un poco, pero son criaturas inocentes y sin malicia - aseguró una abnegada madre.

  - Nos asustó mucho, dijo que nos encerraría en el cuarto de las ratas y que comía niños crudos. Yo no me asusté porque soy un chico grande pero mi hermana se lo creyó todo - declaró un ufano Martín.

  - Me robaron el coche en la avenida del Zadorra.

  - Golpeó con violencia la máquina de tabaco y fumaba como un poseso - terció un anciano que se pasaba las horas muertas en el bar de RENFE, observando a cuantos merodeaban por allí.   

  Al conocer la noticia, una señora se personó en la comisaría con el ojo bastante enrojecido, debido al impacto sufrido por una bolita de papel, lanzada con fuerza por el sujeto. Muchos viandantes declararon haberse topado con un joven que les agredió a su paso, propinando embestidas y mamporros. El tipo marchaba ensimismado mirando el móvil sin parar.

  - Tropecé sin querer en el pasillo del vagón. Se burló del hábito - alegó una monja de clausura -. A pesar de la mala educación que demostró el muchacho, le pedí perdón y comprendiendo que era un pobre diablillo, le ofrecí una estampita de San Judas Tadeo, pero se deshizo de ella rompiéndola en mil pedazos - la hermana se santiguó.

  Sin llegar a comprender la razón exacta de que fuera detenido, Eneko se encontró dando cuenta de sus fechorías y del golpe frustrado de su compinche. Él fue el cerebro, era el mayor, contaba ya veinte años y llevaba tiempo delinquiendo.

  Confesó tener tantas ideas que no daba a basto para perpetrar todos los atracos que pretendía. Por ello sintió la necesidad de asociarse con alguien que le inspirase confianza. Aunque Gorka le pareció demasiado joven e inexperto, éste le aseguró ser un lince engañando a señoras de avanzada edad. Su aspecto aniñado les daba confianza. Las personas mayores son ingenuas por naturaleza. Le franquean la puerta a cualquier desconocido. Por eso le confió un trabajo tan importante.

 Por el mismo sistema, Eneko, desvalijó catorce pisos a lo largo del verano. No comprendía cómo el plan falló cuando mejor dominaba la situación.

  - Trata de no llamar la atención - le aconsejó  Eneko al socio -. Siempre lo hago y hasta ahora me ha ido de de puta madre. Si te pillan, será pura casualidad.