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lunes, 19 de julio de 2021

ESTO ES UN CUENTO CHINO

   






VITORIA-GASTEIZ, 4 DE JULIO DE 2142

  La abuela Carlota, que nos dejó hace poco menos de un año, a la temprana edad de 120 años, me decía con frecuencia que tenía nombre de vino de Rioja Alavesa, del bueno, de Crianza. Del que tenía denominación de origen y se elaboraba con uvas tempranillo. Soy Muriel.

  Por alguna razón poco razonable, como casi todas las razones, me llegó el recuerdo de la abuela en aquella fría noche. Transcurría el noveno mes que nevaba sin cesar. El hielo hacía casi inviable circular por las calles. No había ciudadano que no saliera a la calle pertrechado con palas y picos eléctricos, de batería o de pilas.

 Desvié la mirada con cierto recelo hacia el sujeto estático que permanecía inerte sobre la capa helada del asfalto. Su cabeza descansaba a mis pies. El me devolvió una mirada fija, fría, inalterable. Me estremecí.  El hielo del pavimento, se teñía paulatinamente de rojo. El tono iba desde el rojo intenso hasta el marrón oscuro, pasando por el granate. Faltaban escasamente dos horas para amanecer.

  - Estás temblando - la voz de Fonalso sonó a mi espalda como un jadeo confuso.

  - No es nada. Estoy bien - deseé convencerle con un susurro. 

  - Estás temblando - repitió y la voz me llegó como un eco.

  Observé el termómetro digital más cercano.

  - ¿Cómo quieres que esté? ¡Tenemos 19º bajo cero! - aullé como si fuera el responsable de la baja temperatura.

  - Estás temblando - volvió a repetir, posicionándose a mi lado pero sin mirarme. Parecía que fueran las únicas palabras que comprendía.

  - Ya te he oído - intenté no resultar muy tajante.

 - La baja temperatura no es razón suficiente - añadió clavándome sus ojos fríos y azules en los míos, cálidos y de miel -. hace meses que la temperatura se mantiene igual y no tiemblas de este modo.

 - Es por él - susurré, observando el cuerpo quedo del hombretón que yacía en el hielo.

 - ¿Qué hacemos?

- ¿Cómo que qué hacemos? ¡Nos lo llevamos, por supuesto! - ordené fríamente.

- Pesa demasiado. Este tío rondará los cien kilos o igual me quedó corto.

- Así es. Y supone una buena provisión de carne para una larga temporada - me escuché impasible e inalterable -. ¡Trae el coche! Te espero aquí.

- Habrá que cubrirlo con hielo.

Me acuclillé y me afané en acumular grandes placas de hielo sobre el enorme corpachón.

- Y... ¿Si alguien te pregunta o se acerca con malas intenciones?

- Déjate de chorradas y trae el coche de una vez - vociferé aterida de frío y visiblemente cansada.

- Me sabe mal dejarte sola.

- Por favor, Fonalso, ¡vete ya!

 Dudó un momento. Movió los labios con intención de replicar, pero se mantuvo callado y sin moverse.

- Cuanto antes te marches, antes volverás.

- Quédatelo. Te servirá de defensa - me tendió el pico que utilizamos para romper el hielo al caminar.

 Avanzó calle Francia adelante, moviéndose con dificultad. Me pegué a la pared, evitando cualquier ataque por sorpresa. Sujeté el pico con fuerza. Camuflé la vieja navaja de la abuela, de la que no me separaba jamás, en la manga del forro polar. Un ojo del hombretón quedó a la intemperie, mientras continuaba fijo en mí con malsana insistencia. Desistí abandonar el precario refugio para cubrirlo por completo de hielo. No había un alma en la calle. Tampoco circulaban coches. Ni un sonido humano. Ni una palabra. Solo se escuchaba el soplo profundo, devastador y recio del viento gélido. En esas estaba, cuando me sobresaltó el sonido de la llamada del relojteleminimóvil. Tuve que liberarme del guante de piel de foca para hurgarme en la ajustada manga del neopreno, mientras sujetaba el pico entre las piernas. En la pantalla apareció una playa paradisíaca. Tumbado a pleno sol permanecía el bronceado cuerpo de Lúa, mi hermana. Comencé a llorar de rabia, maldiciendo mi mala estrella.

  - ¡Hola, querida! - la voz de Lúa sonó cantarina -. Hace un tiempo maravilloso -. ¿Qué haces en la calle? ¿Todavía no ha amanecido? ¡No sé qué hora es allí! ¡Es tan fácil olvidarse de esas tonterías!

 - Es una larga historia - respondí sin ganas de darle más explicaciones.

  - Esto es precioso. ¡Lo mejor que han visto mis ojos! - continuó sin mostrar más interés por mí.

 Sonreí. Para Lúa, el último lugar de vacaciones, siempre y por sistema, resultaba ser lo mejor que habían visto sus ojos. Lo mismo aseguró de la Luna el verano anterior y del Ártico, dos veranos atrás.

  - ¿Qué hora es en Groenlandia? - pregunté por hablar de algo. No tenía ningún interés en conocer la hora de aquellas latitudes.

  - Hora de disfrutar en la playa, corazón. No sabes que nenes más monos hay por aquí. Claro, que la mayoría no son nativos - movió el relojteleminimóvil, que descansaba sobre la mesa contigua, al lado de una copa enorme con un jugoso licor dorado y hielos de colores, para que pudiese comprobar lo monos que eran los nenes -. ¿Ves?

  - Veo - musité.

  - ¡Qué sosa eres, Muriel! - guardó silencio unos instantes. Luego, más por curiosidad, que por mero interés, preguntó -: ¿Ocurre algo?

  - Continua nevando y helando.

  - ¡Vaya novedad! Me refiero... ¿Ha pasado algo nuevo?

  - Nada destacable.

  - ¿Nada? Está oscuro como la boca del lobo. Estás sola en la calle, parada como un pasmarote, con un careto que te lo pisas y... ¿Qué es el bulto del suelo?

  - Un tío.

  - ¿Un tío de quién?

  - Un tipo, Lúa. ¡Yo qué sé quién es!

  - Ese tipo se llamará de algún modo, digo yo.

  - No tengo ni idea.

  - ¿No tienes ni idea? ¿Cómo que no lo sabes? ¿Qué hace tumbado en el suelo cubierto de hielo? ¿Es una especie de apuesta o algo así?

  - Algo así.

  - ¿Algo así? ¿Qué quiere decir algo así?

  - Está muerto, Lúa - confesé, sintiéndome más tranquila.

  - ¿Muerto?

  - Por favor, Lúa deja de repetir cada cosa que digo.

  - No trates de cambiar de tema. Explícame ahora mismo qué haces en plena calle, de noche y con un muerto.

  - Nos lo tropezamos Fonalso y yo al volver del cine.

  - ¿Del cine? ¿Habéis ido al cine con el frío que hace?

  - ¿Eres boba o el calor te ha nublado el entendimiento? - estallé -. Estamos a 4 de julio. No ha parado de nevar y helar desde mediados de noviembre del año pasado. La vida continua, querida Lúa. No todos tenemos la oportunidad de viajar a tierras cálidas.

  - Perdona Muriel. Es que en cuanto salgo de casa, pierdo la noción de algunas cosas. Desconecto rápidamente. Para tres meses que tengo de vacaciones, no me voy a preocupar de la nieve, precisamente - hizo una pequeña pausa y añadió en tono nervioso -: Quizá te parezca un comentario tonto pero no entiendo qué haces a estas horas en la calle, con un tipo al que no conoces de nada y que por añadidura está tieso. ¿Dónde está Fonalso?

  - Ha ido a por el coche.

  - ¿A por el coche? ¿No estaréis pensando en comeros el cadáver?

  - Lo hace todo el mundo, Lúa. Estoy harta de gatos famélicos y ratas, portadoras de enfermedades, la mayoría de las veces. La carne humana es muy nutritiva. Lo dicen en todos los medios. Los expertos que estudian estas cosas, no paran de recomendarla.

  - ¡Cuatro locos, hermana! ¿No te das cuenta? De seguir divulgando semejantes tonterías, llegará un día en que nos matemos entre nosotros, con el pretexto de que es más sano comerse al vecino que una pata de gato.

 - Los felinos empiezan a escasear - me disculpé sintiendo remordimientos.

  - Todavía se vende comida normal, de la de toda la vida, en las tiendas.

  - Sabes de sobra que a precio de oro. No nos lo podemos permitir.

  - No sabéis nada de él. Tal vez esté enfermo. ¡A saber de qué se ha muerto ese pájaro! ¡Podéis morir! ¡No lo hagas! Prométemelo, por favor, Muriel.

  - No está enfermo.

  - ¿Cómo lo sabes? ¿Se lo has preguntado? - se mostró sarcástica.

  - Míralo - retiré un poco de hielo y le mostré el rostro blanquecino del Fulano a través del relojteleminimóvil.

  - ¿Debería conocerlo? - Lúa entornó los ojos, tratando de descubrir algún rasgo particular del cadáver -. ¿No me irás a decir que os vais a merendar a alguien de la cuadrilla?

  - Te he dicho que no lo conocemos de nada. Jamás me comería a alguien conocido.

  - ¡Al paso que vamos, no lo diría muy alto!

  - Dime la verdad, con la mano en el corazón. ¿Crees que tiene mala pinta?

  - Mala pinta no tiene pero de ahí a asegurar que esté sano al cien por cien...

  - Es un tío enorme, bien vestido, bronceado, de unos treinta y pocos años. Mira la cartera - se la mostré -. Es de piel auténtica y lleva 5300 euros, además de un montón de tarjetas.

 - ¿Más de cinco mil euracos como dinero de bolsillo? Muriel, cariño, es un  pez gordo. Lo estarán buscando y no tardarán en dar con vosotros. Moriréis en la cárcel.

 - Nadie sabe que ha muerto. No lo buscarán, ¿por qué iban a hacerlo?

 - ¿Por qué esos tipos tienen chips de seguimiento y en algún sitio saben hasta cuando mean, por ejemplo?

  - Éste no tiene implantado ningún chip.

  - ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha confesado después de muerto? Tal vez te estén vigilando. ¿No tarda mucho Fonalso? Puede que ya esté detenido. Lo estarán torturando, cantará y en poco tiempo caerán sobre ti. ¡No tendrán piedad con vosotros!

  - No me pongas más nerviosa de lo que estoy. Fonalso tarda porque el coche es viejo y le cuesta arrancar. Respecto a lo de la vigilancia, te aseguro que nadie está tras de mí. Este tipo caminaba por nuestra misma acera, en dirección contraria. Le ha caído un carámbano de punta en la cabeza. Ha ocurrido hace media hora, tal vez un poco más.

  Escuché el sonido inconfundible  del motor de nuestro cascajo. Las luces del viejo utilitario, me enfocaron. Por tomar precauciones, me agazapé tras el cadáver, cerrando los ojos con fuerza, como si el gesto infantil me librara de ser descubierta por algún intruso. El coche se detuvo.

  - ¡Muriel! - exclamó mi compañero sacando la cabeza por la ventanilla.

  - ¡Aquí! - me incorporé -. ¿Quieres saludar a Lúa?

 - ¿Qué hay guapa? ¿Lo pasas  bien? - preguntó con aparente tranquilidad, una vez posicionado junto a mi y sonriendo, como solo los hombres son capaces de sonreír a una mujer que no sea la propia. Con esa tierna dulzura, casi babeando, sin poder apartar los ojos desorbitados de los prominentes pechos descubiertos de la rubia que se bronceaba, ajena a nuestras cuitas, en la hamaca contigua a la de Lúa.

  - Sé todo, cuñado. No hace falta que disimules.

 - Lo sabe - certifiqué ante la mirada fulminante de Fonalso -. He tenido que contárselo, ya sabes cómo es.

 - ¿Ya sabes cómo es? ¿Y cómo soy? - preguntó con su característica cara de grulla.

  - ¡Cotilla! -  me atreví  a responder.

  - Las cosas están mal por aquí - terció Fonalso, a tiempo de evitar una pelea a larga distancia.

  - ¿Problemas para conseguir las pilas para los coches?

  - Todavía podemos hacer frente a ese tipo de gastos, pero de no mejorar el tiempo... No sé qué va a ser de la humanidad - me miró sonriendo, como si su semblante tranquilo fuera garantía absoluta de que aguantaríamos y sobreviviríamos pasara lo que pasara.

  Le devolví la sonrisa. Para mi era la mejor garantía.

  - Tenemos que dejarte Lúa. No es conveniente que permanezcamos aquí más tiempo.

 - Si, es lo más sensato. Escúchame bien, Muriel. Tened mucho cuidado. Y tú - increpó a Fonalso -, no la dejes tanto tiempo sola. Andan sueltos muchos desaprensivos, capaces de cualquier cosa por llevarse carne fresca a casa.

  Me estremecí. Se habían dado unos cuantos casos de desapariciones misteriosas en los últimos meses. Cada vez eran más frecuentes.

 - Extremaremos los cuidados, no temas - prometió Fonalso, antes de cortar la conversación.

 Entre los dos cargamos en el maletero el enorme cuerpo del desconocido. Durante el recorrido hasta casa no dijimos palabra alguna. Pensaba en la abuela Carlota y en lo que diría acerca de los acontecimientos vividos en los últimos meses. Me daría ánimos para seguir luchando. No era que Fonalso no lo hiciera. A su manera, estaba pendiente de mí y me protegía. Pero la abuela era un ser especial, no solo porque nos crio a Lúa y a mí desde temprana edad, debido al fallecimiento de nuestros padres, sino porque era una mujer de su tiempo: moderna, futurista, vital y sobre todo, sabia. Tenía soluciones para todo y hubiera dado la salida perfecta sobre qué hacer en este caso concreto. Para la abuela no había lugar para la equivocación. Siempre hacía lo correcto.

  Una vez en casa, lo más difícil fue introducir el cadáver en el ascensor. No nos quedó más remedio que colocarlo atravesado en diagonal. Fonalso se adaptó en cuclillas bajo la cabeza inmóvil, mientras yo me senté sobre la piernas totalmente rígidas. De inmediato pasamos otro calvario para introducirlo en la pequeña cocina. Fue preciso desmontar la puerta, ya que alcanzó gran rigidez. Sudábamos como cerdos. Lo dejamos caer sobre la mesa, aunque las piernas y la cabeza quedaron fuera de la superficie, a ambos lados, como si se tratara de un truco de magia. Sin más dilación, Fonalso se hizo con el machete y comenzó a desmembrar el cuerpo, una vez que quedó desnudo por completo. Entonces tuvimos la absoluta certeza de que se trataba de un hombre sano. Ninguna cicatriz ni rastro de intervención quirúrgica. Guardé el dinero bajo las tablillas del linóleo del salón. Ya no existían las entidades bancarias. Todo el mundo guardaba el dinero en casa. Revisé con detenimiento los documentos del Fulano. Se llamaba Lesmo Corcuera Albéniz, estaba a punto de cumplir 38 años y era natural de Bilbao. En la cartera encontré el permiso de conducir, varias tarjetas de empresas y particulares, el carné de socio del Atlétic y otros papeles sin importancia para mí. No encontré ningún resguardo sobre la implantación de chips. Decidí meterlo todo en  un sobre, incluida la cartera y escribí la dirección para enviarlo por correo. Era lo menos que podíamos hacer por el pobre Lesmo. Una vez de que el cuerpo se transformó en filetes, chuletas, pechugas, muslos y huesos que harían buenos caldos, comenzó mi verdadera labor. Utilicé todos los táper y bolsas destinadas a la congelación de alimentos. Incluso congelé las vísceras, que para salsas resultaban suculentas, las manos y los pies para sopa y las costillas, por si el tiempo mejoraba en algún momento y era posible hacer una barbacoa en el patio trasero. 

  La ardua tarea me dejo exhausta y por primera vez en muchos meses, en cuanto me tendí en la cama, me subyugó Morfeo entre sus brazos pero inmediatamente Fonalso le dio un manotazo y lo desplazó durante un tiempo. Más tarde reapareció Morfeo y pude dormir como un bebé.




  Al día siguiente, desperté descansada y con bastante ánimo. Me sentía llena de energía y para las cinco de la mañana,  a pesar de los siete grados bajo cero que marcaba el termómetro de la cocina, estaba en pie, dispuesta a retomar la escritura del ensayo que tenía entre manos desde hacia casi un año. El día a día me resultada tedioso. Las ideas no llegaban a la mente y la imaginación desertó un lejano amanecer. En principio el tema central del ensayo eran las diferencias entre hombres y mujeres a lo largo de la historia. Me atasqué desde el comienzo e iba renqueante. Si conseguía escribir la mitad de una dina4, me daba por satisfecha, pero la mayoría de los días resultaba impensable llegar a tanto. Éste sería el quinto libro que publicaría, si conseguía dar con la clave y avanzar con rapidez.


  Normalmente escribía de noche, a partir de las veintitrés horas. Fonalso trabajaba desde casa, como casi todo el mundo en los últimos meses. A los hombres, por regla general, no les cuesta conciliar el sueño. Tal vez porque son menos retorcidos que nosotras. Los agudos ronquidos de mi chico me impedían concentrarme. El cerebro se negaba a elaborar alguna idea clara. Casi todas las noches sucedía lo mismo. Como si fuera un ritual maléfico. Unos treinta minutos después de comenzar la serenata de ronquidos, apagaba el portátil y me escondía con sigilo bajo las sábanas frías de la cama. A Fonalso es difícil que le despierte una guerra que se generé en nuestro dormitorio, pero en cuanto mi cuerpo rozaba la almohada e intentaba coger postura, me rodeaba con sus serpentinos brazos y me besaba despacio, muy delicadamente, de abajo hacia arriba, todo mi cuerpo. Algunas noches hubiera dado dinero por no seguirle el rollo. Mi ánimo, rara vez estaba por la labor de permitirme echar una cabezadita, pese a lo agotada que me sentía cada noche pero tampoco estaba para fantasías amatorias. Ahí tenía una diferencia básica entre géneros: Ellos siempre están dispuestos a hacerlo, pase lo que pase en el mundo. A nosotras, nos hacen falta algunos estímulos más, como por ejemplo, que el día nos haya motivado lo suficiente. Mi chico nunca se "atreve" a preguntar, si me apetece o no. Lo da por hecho. Gira mi cuerpo con la destreza de un experto amante y en segundos, con la pericia del mejor gimnasta, se me pone encima. No es que a mí me haga falta mucho preámbulo ni palabras románticas, pero a veces las echo de menos. No sé si les pasara a muchos hombres, pero mi Fonalso es mucho más tierno fuera de la cama que en ella. Lo hacemos. Cada noche, con variación de posturas, eso si. Con poco prólogo, también. Por mi parte de muy buen ánimo, también hay que decirlo. Metidos en harina, nunca me he negado. Según acabamos los dos, él se preocupa mucho de que yo alcance el orgasmo en primer lugar, se da la media vuelta y vuelve a sus ronquidos de rigor.

  - Ya verás que bien duermes luego - dice mi experimentado casanova cada noche antes de empezar.

  Pero no duermo, ni antes ni después.




  - ¿No tienes nada más que presentarme? - interrogó Cloe mirándome fijamente -. Esto es muy poco. No me vale.

  - Lo intento diariamente pero me es difícil. Llevo fatal lo del frío y la nieve - me disculpé.

  - Es difícil para todos - aseguró la editora con voz firme -. Te comprometiste en unas fechas y tienes que cumplirlas.

 Me asaltó la imagen del cuerpo troceado de Lesmo sobre la encimera de la cocina. Cerré los ojos y me recosté sobre el respaldo de la silla del despacho de Cloe.

  - ¿Estás bien? - se interesó y sin esperar respuesta, continuó -: Te veo muy pálida. ¿Quieres un vaso de agua?

  - No es nada. He pasado mala noche - pensé que un vaso de agua no iba a poder aniquilar mi desesperanza pero que tal vez un vermú, sería mi salvación. Nadie te ofrece algo de licor cuando estás en ese trance, entre el desmayo y el soponcio.

  - ¿Comes bien? Si tenéis dificultades para conseguir comida, puedo ayudaros.

- No tenemos problemas para conseguir comida - precisamente tuvo que hablar de comida en este momento -. Tengo el congelador a tope.

 - Muriel - su tono me pareció angustioso y suplicante -, tienes que trabajar con más intensidad. Puedes hacerlo. Sé que puedes.

 - Puedo hacerlo - me ordené, poco convencida.

 - Si tenéis problemas de dinero... No sé... Cualquier cosa que te preocupe... Ya sabes que puedes contar conmigo - ofreció con sincera amabilidad.

  - Todo está bien pero gracias de todas formas.

  - ¿Con Fonalso también?

  - Perfecto - sonreí recordando su pericia en la cama -. Sabes que es el alma de mi vida.

  - ¡Qué cursi eres a veces! - exclamó riendo de buena gana -. Si todo en tu vida está en orden, vuelve a casa, enciérrate en ese pequeño cubil que tenéis y ponte manos a la obra de inmediato. Se nos echan los días encima. No te apremiaría tanto, si tuviéramos más tiempo.

  - Haré lo que pueda - prometí con desgana.

  - Harás lo imposible - me corrigió severa -. En veinte o veinticinco días, todo lo más, el Pen Drive tiene que estar en la imprenta.

  Abandoné el despacho cabizbaja, con las ideas muertas y sin ánimo de poder resucitarlas. Pero en ocasiones, lo divino nos manda un mensaje para que tengamos la certeza de que Dios existe. Al doblar la esquina llegó el siguiente capítulo del libro, en forma de grupo turístico.



  Me aparté del centro y enfilé el camino viejo que conducía a Olarizu. Me topé con un café tranquilo, en el cual no había estado nunca. Solicité en la máquina de cafés, un capuchino y busqué con la mirada una mesa tranquila. Hacía unos veinte años que los bares funcionaban sin camareros. Las máquinas expendedoras se extendían en círculo en los recintos. Las había de cafés, de bebidas no alcohólicas, bebidas con alcohol e incluso de comida. El cliente abonaba la cantidad de dinero requerida y te devolvían el cambio. Al rato llegaba el pedido, que era preparado por la misma máquina. De la misma manera funcionaban las tiendas. Solo había un encargado, por si la máquina presentaba algún fallo, nada más. De esta manera uno podía realizar sus compras a cualquier hora del día o de la noche. 

 Una vez instalada, abrí el portátil, me concentré en el trabajo y comencé a transcribir el diálogo que poco antes había mantenido a la salida de la editorial con los turistas.

  - Perdona... ¿Serías tan amable de indicarnos si estamos lejos del Museo del Traje y el Diseño? - me abordó un grupo de jóvenes.

  - Tenéis que continuar hasta el final de la calle - respondí solícita -,  Mirad al fondo, ¿veis el letrero verde que sobresale? Seguís todo recto, Tenéis que pasar una cafetería muy grande y una librería de varios pisos. Luego torcéis a la derecha...

 - Torcemos a la derecha - repitió el que parecía ser el guía grupal, dirigiéndose a los demás para que pusieran atención.

 - Justo después de doblar la esquina hay un restaurante marciano - fruncí el ceño, intentando recordar cada edificio, paso por allí con mucha frecuencia pero cuesta recordarlo todo con precisión -. Debéis seguir todo recto hasta encontraros con una bifurcación. Tenéis que tomar la izquierda. Hay una gran floristería y el museo está en la acera de enfrente.

 Sonreí con la esperanza de no tener que repetirlo. El grupo aceptó de buen grado la explicación y una vez me lo agradecieron, una voz frenó mi camino.

 - ¿A cuántos metros está el museo? ¿No crees  que puede haber un camino más corto? 

 La voz procedía de un hombre, ¡cómo no! Como respuesta me provocaba darle un sopapo a mano abierta, sin embargo, escruté su rostro ambiguo y respondí:

 - Puede ser pero lo ignoro y no tengo ni idea de cuantos metros nos separan del museo pero siempre puedes consultar la información de Google, esa nunca falla.

  Retomé la escritura con ávida impaciencia.

  Existe una clara diferencia a la hora de expresar distancias, según la explicación dada por hombres o mujeres. Para los hombres es fácil expresarse en metros, sin embargo, las mujeres nos expresamos mejor refiriéndonos a distancias cortas, tomamos muchas más referencias, nos fijamos en otros detalles, quizá más sencillos pero igual de significativos. Creo que pocas mujeres conocemos de verdad, lo que significa una distancia, pongamos por ejemplo, de cien o doscientos metros. Para explicar la teoría, me remonté a la prehistoria. Es fácil suponer, que desde que el Hombre habita la Tierra, hombres y mujeres presentan diferencias en el modo de actuar. Tengo la certeza de que esto se debía a las diferentes obligaciones de unos y otras. Ellos dominan las distancias, porque los primeros pobladores salían lejos a cazar, debían alejarse mucho de las cuevas y volver con grandes piezas para alimentar a la familia. Animales, que como es lógico pensar, no merodeaban cerca de los poblados. Sin embargo ellas, se consagraban por entero al cuidado de la prole y apenas podían alejarse unos pasos de la cueva, lo justo para aprovisionarse de algunos vegetales y frutos para preparar el sustento. Por esta razón, nosotras, tal como nos enseñan estas primeras referencias, nos detenemos más en los detalles.

  Me sorprendí a mi misma. En poco tiempo aumenté considerablemente unos cuantos capítulos más del libro. Una idea abrió camino a otra y otra desencadenó en una tercera y para cuando me quise dar cuenta, tenía alrededor de cincuenta páginas escritas. El tiempo también avanzó. Decidí dejarlo de momento y volver a casa. 



  - ¿No recordabas que había partido? - preguntó Fonalso sin apartar la vista de la pantalla digital que ocupaba toda la pared frontal del salón.

  - Lo olvidé completamente - contesté malhumorada, me daba rabia perderme el partido. Mientras me quitaba el forro polar, los guantes y el gorro, pregunté -: ¿Cómo van?

  - Ganamos 0 - 5 y eso que jugamos con diez por doble amarilla a Soliguren.

  Desde que la nieve no cesaba de caer se modificó el calendario y horario de los partidos de fútbol. Al principio se suspendieron pero pasado el primer mes, volvió a reanudarse el campeonato, con algunas variaciones.

  - Este año volvemos a ser campeones de Liga y de Copa - aseguró Fonalso con el entusiasmo propio de todo forofo que se precie.

  Si viviera la abuela Carlota se sentiría muy orgullosa del Alavés. De ella heredé la afición y el amor incondicional por el equipo. El Alavés había pasado por muchos vericuetos pero llevaba más de ciento veinte años en Primera, por el contrario, el Barça, que durante siglos se mantuvo consolidado en Primera División, hacia más de cincuenta que no conseguía salir de regional.

  ¡¡¡GOOOOOOOOOL!!! - gritamos, saltamos,  aplaudimos y después pataleamos a dúo. Llegó el sexto del Alavés, manteniendo la portería a cero.  El Real Madrid, su adversario esta semana, estaba descompuesto, sin juego, sin iniciativa, sin aspiraciones. No en vano, era el último de la liga con tan solo cuatro puntos. En la repetición del gol, se cortó la retransmisión. Fonalso lanzó un juramento.

  - Sentimos la interrupción de la retransmisión del partido entre el Real Madrid y el Alavés, pero acabamos de recibir un teletipo desde la estación meteorológica de Tokio. Según fuentes oficiales, el temporal de frío y nieve que nos azota desde el mes de noviembre, está cercano a remitir y en pocos jornadas, volveremos a disfrutar de las altas temperaturas, propias de la estación estival en la que nos encontramos. Del mismo modo, el sol dejará de brillar en Groenlandia y los polos, donde habrá un descenso brusco de las temperaturas. Sin duda es la noticia más esperanzadora y positiva de todo el año. Perdonen las molestias y vuelvan a disfrutar del encuentro. Buenos días - el presentador más guaperas de la cadena MTF nos obsequió con una seductora sonrisa, antes de devolver la retransmisión al estadio madridista.

  - ¡Magnífico! - intenté abrazarme a Fonalso, que se deshizo de mi como quien ahuyenta a un molesto moscardón.

  - ¡Mierda! ¡Ha marcado el Real Madrid de una falta y no nos hemos enterado! - exclamó iracundo Fonalso -. Voy a rebobinar para ver el gol. 

 Desde hacia alrededor de setenta años, cada espectador podía rebobinar, parar o incluso meterse en el programa y interactuar, todo ello sin moverse del sofá.

  - No puede ser posible lo que estoy oyendo. ¿Eres consciente de lo que haces? - exclamé enfurecida sin dejar de mirarle.

  - ¿Qué hago? - preguntó a regañadientes sin apartar la vista de la pantalla.

  - Acaban de dar una noticia que nos devolverá la vida normal y tú solo te preocupas de que el Madrid ha marcado un gol. ¡Un mísero gol!

  - ¡Eso es fuera de juego! ¿En qué estará pensando el carachorra del árbitro?

  - ¿Te estás escuchando? - no daba crédito a sus palabras.

 - ¿No puedes esperar un poco? ¡Mira! Siempre intentan favorecer al Madrid. ¡Ya ves! No ha pitado la falta y han marcado en fuera de juego... Ha añadido cinco minutos. ¿Qué son cinco minutos de silencio? Luego hablas lo que quieras.

  Lo dejé repanchingado en el sofá y me refugié en el sancta sanctorum de toda mujer, por mil años que pasen: la cocina. Encendí un cigarrillo. Las lágrimas resbalaron por mis mejillas.

  - ¿Qué te pasa ahora? ¿No te quedas a ver el final?

  De tener el valor suficiente, le hubiera estrangulado.

  - Ha sido un partido genial - terció una vez en la cocina, mientras ponía la mesa.

  - ¿Otra vez estás con la regla? - hasta el postre no se atrevió a lanzar la pregunta a la que recurre todo macho alfa que se precie, ante el silencio sepulcral de cualquier fémina en casos semejantes. Ante mi mutismo, ya en el café, se atrevió a lanzar -: ¿Qué tal en la editorial? 

  Estuvieron a punto de atragantárseme las chuletas asadas  de Lesmo que nos habíamos comido casi como cartujos, en completo silencio. Le lancé una mirada asesina, que tardó en comprender, ya que todavía volvió a la carga:

  - ¿Se puede saber que coño te pasa?

  - Qué eres el mayor gilipollas que se ha cruzado en mi camino. ¡Eso me pasa!

  - ¡Vaya! ¡Ya estás mosqueada! Pero... ¿Qué he hecho? - se mostró incrédulo, como si fuera un mártir maltratado.

  - Qué te has retirado cuando te he querido besar.

 - ¿Qué me he retirado? - me observó con los ojos muy abiertos, expectante, como si fuera una desquiciada -. Jamás hago esas cosas cuando te acercas a mí.

 - Hoy lo has hecho.

 - ¿Cuándo? - extendió los brazos, ofendido.

 - Después de la gran noticia, que dicho sea de paso, te ha dejado frío.

 - Bueno, chica, es que faltaba poco para acabar el partido y encima nos hemos perdido el gol del Madrid, que no ha sido nada claro. De un penalti que solo ha visto el hijo puta del árbitro.

 - ¡Ni qué hubiera sido el gol del empate! 

 - ¿Ahora eres del Madrid, que tanto le defiendes? - frunció los labios.

  - Y otra cosa, ¿hace falta acordarse tanto de la madre de ese señor?

 - ¡Oye, guapa! ¡No me toques los cojones! Que la primero que te pones como un basilisco en Mendizorroza contra los árbitros eres tú. Y encima, dice "ese señor", ¿desde cuando el árbitro es un "señor"? Qué tú eres la primera que los pones a parir y de repente es "ese señor". ¡Hay que joderse!

  No tuve más remedio que morderme la lengua. No le faltaba razón.

  - Dame ahora ese beso - sugirió dando por zanjada la discusión.

  - Ya no viene a cuento - me mostré resentida.

  - ¡Cómo no va a venir a cuento! Un beso nunca está de más.

  - ¡Tú lo has dicho! ¡Nunca está de más! Pero antes ha estado porque era más importante el partido que mis sentimientos.

  - Mira que eres dramática, además de rencorosa - sonrió divertido, se cruzó de brazos y se apoyó en la encimera de la cocina. Ladeó un poco la cabeza y a continuación, se concentró buscando algo en el relojteleminimóvil.

  Nunca se lo confesaría, pero esa postura de chulito, me volvía loca. Me contuve y continué mostrándome enfadada.

  - Es la noticia más esperada desde hace meses.

  - ¡Y dale leña al mono! ¡Qué si, chica! Pero podían haber esperado hasta el final del partido, que no quedaba tanto, digo yo - se movió rápido y me rodeó con los  brazos fuertes -. Anda, tonta, dame ese besito rico.

  - Ahora no me apetece - insistí.

  - Mira que sois rencorosas las mujeres - añadió con paciencia.

  - Y vosotros unos brutos.

  - Y nosotros unos brutos - repitió alzando los brazos y la mirada al techo -. ¿Me das un  beso o no?





    Tal como anunciaron, las temperaturas aumentaron paulatinamente en los días sucesivos. La  nieve dio paso a un ligero sirimiri que se prolongó durante un mes. En algunas ciudades, las inundaciones hicieron tantos estragos como anteriormente lo hicieron la nieve y el hielo. Poco a poco, la vida retornó a la cotidianidad. A Lúa no le quedó más remedio que suspender sus vacaciones de un día para otro. Volvió a mediados de julio con un fuerte constipado, que le mantuvo en cama varios días. Según dijo, se acostó una noche con 24 grados y a la mañana siguiente, amaneció con 29º bajo cero. Pese a los daños colaterales, regresó radiante de felicidad, debido a que por enésima vez ligó. Lúa siempre liga. Es algo que no me explicó pues es más bien feúcha, más bajita y llenita que yo. Fonalso asegura (y creo que es la opinión de muchos hombres), que no se trata del físico, sino que es algo metafísico. Según mi chico, es un conjunto de cosas: una mezcla de niña aparentemente buena, con carita de "yo no fui" y frívola bruja; algo entre tierna ursulina y golfa, en el buen sentido de la palabra, claro está. Lo intermedio entre la risa fácil y las lágrimas en su momento, la carcajada oportuna y el brillo perverso en la mirada, las palabras adecuadas y precisas, ese no morderse la lengua nunca y soltar lo primero que le venga a la mente. En definitiva, ese andar por la vida con desaire, con el orgullo de ser mujer y sobre todo con ese maravilloso don de gentes, que le hace tener amigos en todas partes.

  - No te lo vas a creer, Muriel. ¡He conocido a mi media naranja! - confesó entre estornudos.

  Sonreí. Lúa llevaba toda la vida conociendo a su media naranja, desde Alim, en párvulos hasta ahora. Incontables amores. Con demasiada frecuencia, la dulce naranja terminaba convirtiéndose en amargo limón. 

  - Como te lo cuento - prosiguió con la mirada rebosante de amor -, el primero apareció una noche en una fiesta en la playa. Chica, es un nene de lo más mono. ¡Todo ternura y corazón! Un poco joven, eso si. Pero es tan dulce.

  - ¿Cuántos años?

  - Veinte - rió con malicia.

  - ¡Lúa! Casi es infanticio.

  - Pero que antigua eres, hermana. Es mayor de edad y un tigre en la cama.

  - Ahórrate los detalles - ordené con rabia. No se trataba de envidia, Fonalso era un fiera, pero todos los amantes de Lúa empezaban siendo héroes en la cama y terminaban siendo maltratadores potenciales -. Te durará poco, es demasiado niño.

  - ¡Muriel! ¡Tú siempre dando ánimos! Si no fuera porque eres mi hermana y sé que eres más buena que el pan de pueblo, pensaría que te corroe la envidia.

  - Háblame del otro - invité sabiendo que no podría enturbiarle el momento.

  - Sagunto es otra cosa, te gustaría.

  - ¿Le conoceré?

  - Es poco probable. Es perro viejo y no creo que se deje cazar. Se trata de un solterón empedernido, forrado de euros hasta los cataplines. 

  - ¿Tan viejo es? - pregunté temiéndome lo peor.

 - Los setenta no cumple...

 - ¡Madre mía! ¡Tú no tienes término medio! ¿Éste también da la la talla? 

  - La da, la da. ¡Y no sabes de qué manera!

  - Eso es viagra, guapa. Déjalo que cualquier día, en plena faena, le da un jamacuco y se queda seco.

  - Pues mira, ¡muerte más feliz...!

  - ¿Te quedas a cenar?

 - No. De momento no me seduce la idea de catar a vuestro benefactor. No he traído coche y hasta casa tengo que hacer cuatro trasbordos de tranvía.

  - ¡Tú te lo pierdes, cuñada! Nuestro hombre congelado está de toma pan y moja - aseguró Fonalso, mientras yo hacia un mutis.

  - ¡Es broma, tonta! - se apresuró a aclarar Lúa -. El domingo vengo a comer y os cuento si alguno de mis ligues me ha llamado.

  Se marchó algo antes de las ocho, acompañada de su carismática frivolidad y los continuos estornudos. Vivía al final de la calle Uralanda, en lo que años atrás fue el pueblo de Landa. Desde hace algo más de un siglo, era el barrio más próspero de Vitoria.

 Unos minutos después de marcharse Lúa, escuché que Fonalso trasteaba en la cocina. Dirigí los pasos hacia allí. Para mi sorpresa, había despejado completamente la mesa, casi con esmero. Nada qué ver con la famosa escena de aquella antiquísima película, "El cartero siempre llama dos veces", que no sé porqué me vino a la mente.

  - ¿Y esto? - pregunté sorprendida.

 - Tu hermana y tú me habéis puesto cachondo - tenía un  brillo feroz en la mirada.

  Me lancé hacia él, buscando sus labios carnosos y jugosos.




 - De aquí a tres o cuatro meses estarás firmando ejemplares por todo el país. Será un éxito - vaticinó Cloe tras leer el contenido del Pen Drive del ensayo.

 - He llegado a la misma conclusión - sugerí entusiasmada -. Me costó un poco arrancar, pero luego fue todo rodado. A Lúa le ha encantado y aunque Fonalso, asegura que los hombres aparecen retratados como hace siglos, me ha felicitado.

  - ¡Pobrecitos! - exclamó sin piedad.





  Me despierto mareada, confusa. Con la extraña sensación de no haber dormido lo suficiente. Tengo frío. Son las 8:30. Alfonso se ha marchado ya. La casa rezuma silencio pero del patio llegan las voces de las vecindonas. Salto de la cama. Me observo en el espejo del baño. Me hago un mohín de desagrado. ¡Tengo ojeras! ¡Precisamente hoy! En dos horas tengo que estar firmando ejemplares de mi libro en el Bulevar. Menos mal que previamente paso por maquillaje y obran milagros. Vuelvo a la habitación. Levantó la persiana. El sol me obliga a entrecerrar los ojos. Abro la ventana de par en par. El día se augura precioso. El termómetro marca 17º. ¡Lástima que tenga que pasar el día firmando libros! Mañana bajan considerablemente las temperaturas y se prevén lluvias. En Vitoria pasan estas cosas. El libro ha sido un éxito rotundo y las críticas formidables. Con el anterior fue diferente. Según Alfonso, fue un éxito de ventas por las malas críticas recibidas. Afirma que tener críticas es como tener culo, que todo el mundo tiene uno, más o menos bueno. Las críticas nos ayudan porque lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien.

  En la ducha se me agolpan algunos recuerdos sobre lo soñado la noche pasada. Durante el desayuno, lo voy hilvanando todo. ¡Dios! ¡Qué barbaridad! Muriel, ahí tienes el argumento para el próximo libro, me digo a mi misma. Me apresuro a coger algunas notas, según me vienen las ideas desordenadas. 

 Estamos a 4 de julio de 2010. Este invierno ha nevado bastante, pero no para asustarnos. Por descontado que no nos zampamos a seres humanos encontrados en la calle. ¡Qué repelús! Solo de pensarlo, me dan escalofríos. Incluso algunos nombres de personas, aparecen en el sueño como un galimatías. ¡Fonalso! ¡Qué curioso! Mi pareja es Alfonso. No conozco a ningún Lesmo. Cloe y Lúa son reales. La abuela Carlota, murió el año pasado a punto de cumplir los cien, en plena forma y con la memoria intacta, eso si. Soy Muriel, tengo nombre de vino de Rioja Alavesa pero no remoto en el tiempo. Por descontado, Lúa jamás a pisado la Luna y mucho menos Groenlandia. Acaba de llegar de Mallorca, donde ha pasado dos semanas. Las vacaciones duran lo que han durado siempre, dependiendo de los calendarios y las profesiones. ¡Qué más quisiéramos que poder vaguear durante meses en playas paradisiacas! Los coches siguen funcionando con gasolina, aunque lo de las pilas merece más de un estudio detallado. La cadena de televisión MTF no existe todavía, aunque todo se andará. De momento, uno no puede pasar hacia adelante ni hacia atrás los programas de la tele ni meterse en el interior, a su antojo. Tampoco disfrutamos del Museo del Traje y el Diseño, aunque no sería mala idea. Landa sigue siendo un pueblecito precioso y medianamente alejado o cercano a Vitoria, según se mire y la calle de Uralanda es posible que no se construya nunca en ese enclave concreto. Para fortuna y regocijo de muchos el Barça sigue triunfando en primera división y para nuestra desgracia, el Glorioso continua cubierto de fango en segunda B. Confío en que salgan del pozo antes de 2142... Daremos tiempo para que algunas de estas cosas se cumplan y rogaremos a los dioses para que jamás lleguen las nieves perpetuas a estas latitudes...