PARA TI AMATXO, POR TU ENTREGA Y AMOR INCONDICIONALES, POR TU ETERNA GENEROSIDAD, POR TU PACIENCIA Y ENTERA DEDICACIÓN, POR TU INCONMENSURABLE ALEGRÍA, POR ADIVINAR SI UN NUBARRÓN PESA SOBRE MIS HOMBROS, SIN SIQUIERA MIRARME A LOS OJOS, POR TU TERNURA PLENA DE BESOS, POR TUS ABRAZOS DIARIOS, POR TU SONRISA QUE ES LA MEJOR MEDICINA, POR TU OPTIMISMO LAS VEINTICUATRO HORAS DEL DÍA, POR TUS GANAS INSACIABLES DE VIVIR, POR TU EMOCIONAL FUERZA, POR SER AMIGA Y COMPAÑERA...
POR EXTENSIÓN, PARA ESAS AMIGAS QUE NOS CUIDAN, NOS PROTEGEN Y NOS MIMAN CON AMOR DE MADRES Y PARA TODAS LAS MADRES, MAMÁS Y MAMIS, POR TODO SU CORAJE Y POR HACER POSIBLE EL MILAGRO DE LA VIDA.
Mi nombre era Siricio y cuando arrancó esta historia contaba ochenta y dos años.
Lo que me sucedió fue lo más parecido a un alarde de heroicidad. Volví a nacer. No a causa de una enfermedad grave, de la que se mejora repentinamente como por arte de ensalmo, no. Tampoco de manera que uno parece resurgir tras un grave accidente de tráfico, debido a una explosión o por un incendio del que milagrosamente se sale ileso, siendo el único superviviente, tampoco ocurrió de ninguna de estas formas.
No fue reencarnación ni siquiera me apeé del limbo después de vagar durante interminables años por los largos pasillos que conducen a otras dimensiones. No vislumbré luces al final de túneles ni siquiera percibí la figura etérea de Dios. No fui teletransportado por un séquito de ángeles, querubines o serafines. Tampoco mantuve conversaciones con San Pedro. Nadie me habló de un destino cruento. No recibí instrucciones. No me separaron el alma del cuerpo ni llegué en forma de nebulosa desde otra dimensión. Lo mío fue... ciencia ficción. Sucedió en el sentido más literal. Me enrolé en la vida como lo hace todo hijo de vecino: a través de un vientre materno. En contra de los que se pueda pensar, mi amatxo me parió con cuerpo de bebé, rayando los cuatro kilos y midiendo cincuenta y cuatro centímetros. Aparcando los ochenta y dos tacos y dejando a un lado el nombre de Siricio.
Se presentó una mañana lluviosa de otoño en el café La Unión. Las noticias de El Correo me mantenían sumergido en los diferentes acontecimientos del mundo, aunque en un primer vistazo, solo dedicaba tiempo a los titulares. La plaza estaba poco concurrida. Con sigilo tardo, abordó el velador en el que me encontraba y he de confesar que la mesura del tono de su voz me embriagó los sentidos.
- ¿Me permite? - se mostró educado, cortes, sonriente.
- Por supuesto - invité con un gesto. Él ya había ocupado la silla frente a la mía. A pesar de resultarme totalmente desconocido y de que había sitio de sobra en la terraza del local, no me pareció desagradable la compañía. Mantenía el aspecto pulcro y vestía con elegancia. Aunque tenía un aire de canalla en la mirada, pensé que no me vendría mal un rato de conversación - Está el día chocho y tristón, ¿no le parece?
- De donde vengo hace un calor sofocante. Me encanta este tiempo.
- ¿Qué me dice? Aquí tenemos mucho de esto. Días lluviosos y frescura en el ambiente. La humedad me va fatal para los huesos. Los días oscuros abundan y si se queda un tiempo, pronto descubrirá los rigores del invierno, que se adelanta con frecuencia - aseguré, dando pie a que la conversación no decayera.
- Me temo que mi viaje es corto. He venido expresamente a verle a usted, Siricio.
- ¿Nos conocemos? - repentinamente me sentí turbado y molesto. Examinando con más detenimiento al sujeto, no me inspiró confianza. Su prominente y redondeada barbilla y la nariz ganchuda me hicieron sentir malestar. Sus pobladas cejas desanimaron la primitiva idea de entablar conversación. Además observé que de uno de los bolsillos de la capa negra que vestía, sobresalía la cabeza menuda de una rata, que sin embargo durante toda la charla se limitó a musitar de tanto en tanto.
- Usted no me ha visto jamás, sin embargo yo conozco todo de usted. Toda su trayectoria en la Tierra.
- Pero si apenas he salido de Vitoria, algunos viajes pero poco mundo conozco.
- Lo sé Siricio. Por abreviar diré que en mi territorio hemos hecho una especie de sorteo y usted ha sido agraciado - sonrió beatíficamente.
- Creo que se confunde de persona - hice intención de levantarme pero él me sujetó con fuerza la manga de la chaqueta como si se tratara de una poderosa garra -. A mi no me engaña y creo que es usted un timador.
- Es muy libre de pensar de mi lo que le plazca pero si me escucha unos minutos, le haré una oferta que no podrá rechazar.
- Usted dirá - invité a regañadientes.
- Solo se trata de una especie de contrato. Le cuento la oferta, usted firma y me voy. ¿Qué le parece?
- Que esto es el timo de la estampita y que de firmar, nanay.
El tipo no dejaba de sonreír. Mantuvimos el silencio durante cinco largos minutos, mientras el rebuscaba un legajo de papeles en una cartera negra de piel que previamente depositó en la silla contigua.
- Señor Siricio Jauregui. Como le he dicho antes, conozco toda su vida pero me remitiré a los últimos acontecimientos. Sé que está viudo desde hace dos años, cinco meses y dos semanas.
- ¿Cómo sabe usted eso?
- ¡Hombre, Siricio! Usted lleva la cuenta día a día. Lo anota en un diario. Añora a su santa esposa, Pascasia Arroyabe. ¿A qué he conseguido interesarle? Verá, conozco también que en repetidas ocasiones ha manifestado su deseo de volver a nacer, tener una nueva oportunidad para ser feliz.
- ¿Estoy soñando? - el asombro anidó en mi interior como una plaga que se fue convirtiendo en pánico.
- No se trata de sueños ni pesadillas. Ha sido usted elegido entre millones de personas para volver a vivir una nueva vida, sin necesidad de tener que morir. ¿Entiende lo que le digo?
- No del todo, señor...
- Usted volvería a nacer como lo hace todo el mundo pero con algunas variaciones, ¿me sigue?
- Me quiere convencer de que compre algo. ¡Usted es un sinvergüenza!
- Muchos lo piensan así, no crea. Lo cierto es que no soy tan mala persona como me pintan.
Durante treinta minutos explicó detalladamente todos los pormenores del extraño premio. Todavía me cuesta entender qué artimañas utilizó para convencerme. El hecho es que acepté la propuesta y sellamos el pacto con un apretón de manos.
- Y... Dígame señor, ¿cuál es su nombre? También me gustaría saber cuál es su procedencia.
- Me apodan Satanás y vengo del Infierno - la respuesta me dejó helado. Me aferré con fuerza al periódico, creyendo que lo siguiente sería el desvanecimiento.
Una niebla se interpuso entre el sujeto y yo. Poco a poco la figura del hombre fue desvaneciéndose para ser sustituida finalmente por una enorme rata, cuyos chillidos resultaron ensordecedores. Volví a la realidad cuando la camarera salió al exterior, armada con una escoba y pegando escobazos a diestro y siniestro. El animal huyó hacia el centro de la plaza. A pesar de que no aparté la vista de ella, el bicho se escabulló para desaparecer por completo.
- ¿Ha visto usted, don Siricio? Esta ciudad está plagada de estos asquerosos animales. ¡Mire! - se señaló los brazos -. No puedo con estos bichos. Se me erizan todos los pelos. ¡Me dan un asco!
- Era enorme - me atreví a añadir.
- Bueno, grande grande no era. Tan solo un sagutxi. Si llega a ser grande me muero aquí mismo - hizo una pequeña pausa mientras recogía el servicio. Luego preguntó -: ¿No la había visto usted?
- No, no - me disculpé.
- Dirá que soy una paranoica, pero si me preguntan diría que me ha parecido que hablaba con usted. Fíjese que tontería, don Siricio.
Tuve que empezar desde cero, aunque bien es cierto que nadie me obligó pero me vi, digamos necesitado de buscar un refugio seguro, agradable y reconfortante. Por mucho que me empeñase en despertar a la vida como si hubiera permanecido dormido en la eternidad, en la Nada o en el espacio, precisaba empezar no siendo nada para llegar a ser algo. Tal vez me había vuelto loco. Me resultaba difícil describir la situación. Precisé realizar todo el trabajo desde el principio absoluto. Así que con la mentalidad lucida de un señor hecho y derecho, con toda la experiencia acumulada a lo largo del tiempo y el bagaje que cualquier ser humano acarrea para el viaje más largo e importante de la vida, analicé concienzudamente todas las posibilidades que se me abrían para comenzar desde cero. ¿Desde dónde partir en esta nueva situación? Pues que quieren que les diga. Entre hombres me encontraba de maravilla, siempre se pueden buscar más sincronías y los temas de conversación suelen ser más acordes. De fútbol, de coches, de herramientas, de bricolaje No era que creyese que las mujeres son nulas en este tipo de conversaciones. Tengo conocimiento de que muchas son expertas en estas materias, pues tengo hijas, nueras, cuñadas, hermanas y nietas. Soy consciente de que las mujeres hoy en día nos dan mil vueltas pero también estoy convencido de que son más chismosas que nosotros y se inclinan con bastante frecuencia en conversaciones sobre famosos, belleza, ropa... Ya me entienden. Hasta la fecha no soy de los que dominen demasiado el carácter de las féminas. Aparte de mi madre, no había conocido íntimamente otra mujer que mi Paski. Por esa razón, me puse del lado del futuro padre y elegí adoptar la facha de célula microscópica y refugiarme en los testículos del fulano, del que de momento no conocía ni siquiera el nombre.
Tuve la posibilidad de tomar la forma de un viscoso espermatozoide, uno de los quince millones, que intentaban avanzar con mas o menos rapidez entre la turbulenta secreción que aquel tipo joven, guapo, perfumado y sano expulsaba frecuentemente y con bastante boato a través de su turgente pene en eyaculaciones vigorosas y aplaudidas por sus sucesivas parejas. Pero como todo en la vida, no fue llegar y besar el santo. Me vi obligado a recular en más de una ocasión. Puestos a tener el privilegio de elegir madre, me decantaba porque esta santa señora fuese también de lo mejor.
"Se busca putative father o dicho mas vulgarmente, padre putativo, que tenga gustos refinados en eso de acostarse con futuras madres", estuve a punto de publicar el anuncio en los clasificados de El Correo. Soy de la antigua usanza, ¡qué quieren que les diga! Las redes sociales no entraban en mis dominios. Aunque bien mirado, el problema era otro. No podía poner ningún tipo de anuncio en ningún lugar. ¿Por qué? "¡Hostia! ¡Qué ya lo he dicho, con poca claridad, cierto es! ¡Qué ten-go que vol-ver a na-cer!"
Resumiendo, que me tiré varios meses buscando con desenfreno y obsesiva preocupación, no buenos padres como estarán imaginando, sino esperma de calidad y una buena matriz. Salvando esta pequeña premisa, me aferraba a otra condición que se me antojó imprescindible. Como soy más vitorianico que la balaustrada de San Miguel, no quise renunciar a lo que supuse me correspondía por derecho: nacer vitoriano de Vitoria. En principio el imperativo me resultó lógico y asequible, sin embargo no resultó tan sencillo como pudiera esperarse. Ser vitoriano por los cuatro costados, como aseguraba mi Paski, mi esposa ausente, la cual me abandonó en un decir jesús, me resultó costoso y muy complicado. Tanto que me vi obligado a desistir. O elegía ser vitoriano, siendo la idea de mi Paski o me decantaba por elegir padres de mi agrado. No podía ser todo.
- Para ser vitoriano de pura cepa no solo hay que nacer en Vitoria. También es necesario ser alavés y esto implica, tener por lo menos los cuatro primeros apellidos compuestos, sentir que el vitorianismo te corre por las venas y que en el tuétano se lleva grabado el pedigrí - alardeaba con frecuencia mi Paski.
- ¡Mujer! ¡Qué no te oiga nadie! - bromeaba yo -. Con semejantes argumentos te tildarán de racista.
- Que me tilden de lo que les salga de las narices - sentenciaba tajante. Mi Paski siempre se mostraba directa y contundente.
¡Cuánto la echaba de menos! Desde que partió sin mediar despedidas habían transcurridos dos largos, imprecisos, arrogantes y desequilibrados años de soledad. Dos años que más bien parecían dos siglos.
En ocasiones tuve que frenar la rápida andadura por los túneles de las interioridades femeninas y gritar como un poseso:
- "¡No empujéis! ¡Joder! No me gusta. ¡Quiero salir de aquííííí!"
Y en tales ocasiones nadaba contra corriente y luchaba hasta la extenuación en ese mar de arenas movedizas que algunos vienen a llamar semen.
Me mantuve fiel al tipo perfumado hasta que pareció decidirse por una chica en concreto o dicho de otra forma, se enamoró perdidamente de una treintañera. Como célula microscópica que era, me engatusó desde el primer encuentro. La espera se hizo larga. Seis meses con sus días y sus noches. Para mi desgracia, los encuentros se producían siempre con profiláctico.
"¡No me toques los cojones! - me repetía una y otra vez - ¡Perra suerte la mía!"
Como observarán mantenía intacto el vocabulario de la vida anterior. Tuve ochenta y dos años para aprenderlo.
Como no deseaba mantenerme en estado lechoso mucho más tiempo, utilicé la inteligencia de la primera vida para idear algún truco que me hiciera pasar al deseado y reconfortante útero. En cuanto veía que el supuesto autor de mis días, agarraba la gomita enfundada en papel, daba marcha atrás con celeridad. Otro largo de piscina por aquellos pasadizos oscuros y casi siniestros. Una vez más me tocaba arriar la vaguada, formada casi de improviso por el curso del semen que malamente volaba a contracorriente.
"De hoy no pasa", me dije resuelto una tarde sofocante a la hora de la siesta. La suerte me favoreció. Quizá fue por la tardanza del futuro padre en ponerse la dichosa goma o por que ambos, amatxo y aita, se acariciaban con frenesí, se besaban con fogosidad inusitada, se amaban con delirio. Tal vez por que el espermatozoide coleó en carrera mortal, a velocidad de locura desenfrenada y temeraria. Quizás porque me empeñé en arriesgar y salir el primero, justo un segundo antes de que papá consiguiera ponerse el condón. Me costó tiempo, sangre, sudor, lágrimas, gritos, berridos y alaridos. Exhausto y resoplando, por fin alcancé el triunfo. Solo. Rotundo. Fuerte. Viéndome acompañado por el séquito de espermatozoides, aceleré el paso y con la prisa propia del vencedor de la carrera, alcancé el ansiado objetivo y sin conocer a ciencia cierta el milagro de la vida, supe que estaba en la plenitud de la madurez.
El semen eyaculado a través del pene del futuro padre, ayudó a toparse con un óvulo de su agrado. Me sentí triunfador. "Olé tus huevos, tío!", exclamé jubiloso, dirigiéndome al joven eyaculador, que no pudo escucharme. Comprendí que el óvulo, por una transposición de la ciencia, estaba ya fertilizado. Me meneé con cierta premura a través de las trompas de Falopio. Al tercer día después de la fertilización logré el ansiado reposo del útero.
"Es una putada, mamá. Ya lo sé. También sé que te vas a cabrear con papá. Si pudiera hacerte entender, que aunque ha andado un poco torpe, únicamente soy yo el responsable..."
Tranquilamente, con pasos cortos pero certeros, me predispuse a reconvertirme en nueva célula, como presagio de nueva vida, sin perder detalle de todo lo que descubría al paso y tomando conciencia de lo que representa una madre por dentro. Lloré de alegría, por ser consciente de cómo se va formando una vida nueva. Tomé conciencia de lo privilegiado que resultaba entre los demás seres de mi especie. Únicamente yo seria el protagonista de esta nueva dimensión. Estaba completamente seguro de que a partir de ahora comenzaba la vida sosegada y serena para mi. El futuro del nuevo ser, sería programado por mi mismo pues contaba con el viejo Siricio para hacer posible este milagro. Tras cinco días de caminata ininterrumpida, llegué a la cavidad uterina.
Como hacedor de mi destino, cavilé, tomando conciencia de cada detalle de lo acontecido a mi alrededor. Todavía reticente a considerar lo vivido como algo real, me asaltaban algunas dudas. Excesivamente largo para ser un sueño. Tal vez había sufrido un ataque cardiaco y me debatía entre la vida y la muerte en una cama de hospital, intubado, con las constante trastocadas. Me preguntaba una y otra vez si todo lo vivido era realidad, efecto de la fantasía o un sueño. Tal vez se trataba de la llamada de mi Paski. A pesar de poner todos los sentidos alerta, sobre todo el oído, no me llegó ni el más leve siseo.
"Quizá es que me he muerto y estoy en proceso de reencarnación", medité taciturno.
Sonreí recordando lo tajante que se mostró mi Paski también con este tema.
- ¿En que te gustaría reencarnarte, amama? - preguntó un día Irati, la nieta de once años.
- En hombre, cielo mío - no se lo pensó dos veces.
- Pues que raro, amama. La mayoría de los niños de mi clase quieren ser mujeres en otras vidas.
- ¡Qué graciosos los niños de tu clase! - pareció morderse la lengua.
- ¡Ya ves, Paski! - argüí divertido.
- ¡Veo! - exclamó mostrándose enfadada y apretó los labios, como impidiéndose lanzar palabras malsonantes.
- Igual te lo quieres pensar un poco más - invitó Irati con su sonrisa dulce de caramelo.
- ¡Hombre! Te he dicho - sentenció convencida.
- Pues que mal, amama. Ya te digo, que hasta mi profe de mates quiere reencarnarse en chica.
- Eso es porque no ha sufrido una puñetera regla en condiciones, a saber - agregó airada -: Larga, con dolores de todo a la vez, que le haya hecho la pascua y porque no han parido seis hijos como yo, ¡no te jode! ¿Qué te crees, mocosa? ¿Qué ser mujer es fácil?
Por fin había estallado.
- ¡Mujer! Que vas a asustar a la cría - tercié todavía divertido.
Mi Paski me lanzó una mirada que se asemejó a un dardo envenenado.
- Y tú, Siricio, ¿también quieres ser mujer como el cara flauta del profe de mates? - preguntó con sorna.
- A mi no me pillas, Paski. Lo que yo quiero es ser perro.
- ¿Perro? - Irati sonrió y se mostró sorprendida - ¡Qué pasada, aitita!
- ¿Qué pasa cariño? ¿Por qué te sorprende tanto?
- ¡Qué va a pasar, Siricio! Que en su clase nadie quiere ser perro. ¿A qué no, bonita? ¿Ninguno de tus profes quiere ser perro? ¡Ya ves, Siricio! Nadie quiere ser de la raza canina.
- ¡Pues no saben lo que se pierden!
- Tú qué sabes, si nunca has sido chucho.
- Ni tú hombre.
- Te he visto la vida que has llevado porque la mía ha marchado en paralelo.
- ¡Podrás quejarte! ¿Acaso no has sido feliz conmigo? ¿Te ha faltado algo? ¿Has pasado hambre? ¿Te he prohibido ir aquí o allá?
- No discutáis, por favor - rogó Irati en tono preocupado.
- No me ha faltado nada, es cierto - la frase fue un susurro.
- ¡Pues no te quejes tanto! Cualquiera que te oiga pensará que soy un desalmado o un maltratador o qué sé yo qué - refunfuñé molesto.
Pascasia frunció los labios para atacar a continuación:
- Por lo visto, no has sido feliz en tu matrimonio, ¿verdad amor?
- Y eso, ¿a qué viene?
- A que deseas ser perro.
- Pero no un perro cualquiera, Paski. Aspiro a ser de pedigrí y de esos que viven como pachas. De los que pertenecen a las familias y tienen padres, hermanos, abuelos, tíos y primos.
- ¡Eso es, Siricio! ¡Qué no te falte de nada! - soltó -, Y de los que comen solomillo y les compran pintxos en los bares. Te ha faltado decirlo.
- Tú ríete, Paski.
- A ver, Irati, mona. ¿Dónde hay que firmar para que nos toquen esas vidorras?
- ¡Mira que eres tocapelotas, Paski! ¡Deja a la niña en paz!
- Tú mañana, de todo esto que hemos hablado aquí, ni una palabra en el cole - aulló Paski -. A ver si se van a pensar que somos raritos.
A mi nueva madre le costó más tiempo de lo normal percatarse de su nuevo estado. Durante algunos días se sentía excesivamente cansada y la apatía circundaba a su alrededor con pesada parsimonia y desencanto.
- Nena - acometió una tarde su madre -, ¿no estarás embarazada?
- ¡Mamá! ¿Cómo voy a estar embarazada?
- ¿Te lo tengo que explicar? - ironizó la aludida -. ¿Tomas anticonceptivos?
- No, mamá, no los tomo.
- ¿Tu novio toma algún tipo de medidas?
- Primero, no es mi novio, segundo, claro que tenemos precauciones. Y tercero, es mi vida privada.
- Claro, cariño. Si edad tienes de sobra para estar amamantando a unos cuantos churumbeles, pero...
- ¡Déjalo ya! No estoy de humor para sermones.
- ¡Cariño! Si a mi me haría muy feliz ser abuela - rió soñando con el supuesto -. ¿Quieres comer algo?
- Tengo el estómago revuelto.
- ¡Ay! ¡Son los síntomas! Estás guapa. Se te está poniendo cara de madre.
- No digas chorradas, mamá.
- No seas maleducada, Enara. Que se note que has ido a colegio de monjas - hizo una pausa breve, sin dejar de observar a su hija -. Vamos a merendar un poco. He hecho bizcocho, ese de limón y mantequilla que te gusta tanto y con un cafetito...
- Solo un poco de bizcocho.
- Y un café, cariño - insistió -, para que no se te haga bola. El café de tu madre resucita a un muerto.
- El café me sabe fatal últimamente. Bizcocho si me apetece.
- ¿Te sabe mal el café?
- Me sabe rancio.
- ¡Nena! ¡Qué me vas a hacer abuela! - aplaudió emocionada.
- Mamá, por favor.
- ¿Cuándo tuviste la última regla?
- No me acuerdo - mintió y trató de cambiar de tema -. Tienes que darme la receta del bizcocho.
- ¿Cómo no te vas a acordar?
- Soy muy irregular, mamá. Ya lo sabes, siempre ha sido así.
- Por eso hay que tener calendarios por todas partes. Tantas cosas que tenéis ahora en los móviles...
- En la agenda del móvil se anotan otras cosas, mamá.
- Ya - alzó una ceja y frunció los labios. Durante dos o tres minutos observó a su hija en silencio.
- ¿Traes el bizcocho o no?
- Si hija, si. Ahora lo traigo - se ausentó escasos minutos. A la vuelta, amatxo consultaba el móvil -. ¿Miras la fecha de la última regla?
- Te he dicho que no me acuerdo. Miraba los whatsapp.
- Pues tienes que hacer un esfuerzo por recordar. Es importante.
- Está riquísimo, mamá.
- ¿No quieres una menta poleo?
- No.
- Enseguida empezarás con los antojos, a ver si no tienes ardores, contigo tuve desde el primer día de embarazo y vomitaba mucho. Con tu hermano, se me antojaba comer pepinillos a todas horas - sonrió recordando.
- ¡Qué no estoy embarazada, mamá!
- ¿Cómo lo sabes? ¿Te has comprado el predictor?
- Qué solo tengo unos días de retraso, ¿cómo quieres que me haga prueba de embarazo?
- ¡Mira por donde! O sea que te acuerdas de cuanto tuviste la última regla.
- Eres muy pesada.
- ¡Hija! ¡Soy madre! Las madres somos pesadas, ya verás tú cuando lo seas.
- En el caso remoto de que algún día sea madre, no seré ni la mitad de pesada que tú.
- ¡Mi cielo bonito! - la abrazó con ternura y mimo -. ¡Mi niña va a ser mamá!
- Me tratas como si fuera un gatito indefenso. Tengo treinta y cuatro años, a veces parece que se te olvida.
- De acuerdo. No haré alusión a nada en los próximo días pero se te está poniendo muy mala beta, la misma que se me puso a mi en el primer mes de embarazo de tu hermano y tuyo - sonrió con beneplácito y la abrazó con deleite.
Sintió ganas de vomitar desde el momento que le vio cruzar la calle. Todavía llevaba las llaves del coche en la mano. Bebió un sorbo largo de manzanilla y se palpó la tripa. Hodei cruzó el umbral de la puerta de la cafetería El Mentirón. "¡Dios mío! ¡Qué guapo es!", pensó y le dedicó una sonrisa amable.
- ¿Qué pasa? - en la pregunta se encerraba la incertidumbre.
- Nada - musitó, intentando que la arcada no se manifestase con toda la violencia con la que amenazaba.
- Como nunca nos hemos visto de día... - dejo la frase inconclusa pero se le notaba nervioso -. Me he preocupado.
- Tenía ganas de verte - sonrió mirando hacia la calle. "¿Cómo le digo a este tío que creo estar embarazada?", pensó cada vez más nerviosa.
- ¿Estás mala? - por fin se decidió por guardar las llaves en el bolsillo.
- ¿Mala? No. ¿Tengo cara de enferma?
- Estás preciosa - afirmó buscando sus manos heladas para recogerlas entre las suyas cálidas y reconfortantes -. Lo digo por la manzanilla.
- ¡Ah! Eso - sonrió nerviosa y cambió de postura. Cruzó las piernas y las descruzó de inmediato -. Tengo dolor de tripa.
- ¿Has comido algo que te ha sentado mal?
- No creo. Debe ser otra cosa.
- ¿El qué?
"¿Se hace el tonto o es que ni siquiera se lo imagina?".
- Tengo que decirte algo importante.
- Bueno - invitó -, adelante.
- ¿No tomas nada?
- Si, claro. Estoy esperando a que me digas lo que sea que tengas que decirme - soltó una corta carcajada -. Estoy intrigadísimo.
- Pide primero.
Se acercó a la barra y desde allí se preocupó de si la consumición estaba pagada. Enara negó con la cabeza. Abonó las dos cosas y volvió con un vaso tintineante de vermú rojo. Dio un largo trago y volvió a coger las manos pequeñas y blancas de ella.
- Estoy preparado para escucharte.
- En realidad no es tan importante - comenzó y al momento se arrepintió de ello -. Bueno, importante si es. Muy importante. Mucho. Presiento que va a cambiar algo en mi vida, en nuestra vida quiero decir.
- Creo saber lo que tratas de decirme - de pronto se puso serio, soltó las manos y se echó hacia atrás.
- ¿En serio? ¿Lo sabes? - el alivio que sintió, le hizo olvidarse del cansancio que sentía.
- Lo intuyo.
- ¡Qué alivio! Me faltan palabras para expresarme correctamente, me siento como tonta, no sé bien como decírtelo pero si tú lo intuyes, me quitas un enorme peso de encima y bueno, creo que a partir de ahora podremos hablar como adultos y afrontar la nueva etapa con alegría - se atropellaba al hablar. Se comía silabas y sintió tanto alegría que hasta se le saltaron las lágrimas -. Perdona, es que estoy muy sensible desde hace un par de meses.
- ¿De verdad estás nerviosa por eso? ¡Mujer, qué tontería!
- Tontería precisamente no es.
- Es cierto, tontería no es. Tenemos una edad para ir pensando en sentar la cabeza - nuevamente le obsequió con la sonrisa encantadora que la desarmó por completo -. También yo llevo un tiempo pensando en ello pero no quería ser el primero en abordarlo. Podrías tomarlo a mal. Como ahora sois las chicas las que tomáis la iniciativa en estas cosas... Pensaba que igual te echabas para atrás asustada.
Su madre le diría que el que tenía que haberse echado para atrás, era él, en caso de no usar preservativo y optar por el tradicional método de Ogino, tan usado en épocas anteriores. Soltó la carcajada. Su acompañante le observó detenidamente, levantó una ceja y preguntó:
- ¿He dicho algo gracioso?
- Me he acordado de una frase de mi madre. Ella dice que hay muchos hijos de Ogino por el mundo.
- ¿Muchos hijos de qué?
- De Ogino, ya sabes, aquel médico que implantó como medida para el control de natalidad, la marcha atrás.
- Si, si, Ogino - añadió vagamente sin salir del asombro -, pero qué tiene que ver el Ogino ese con que tú y yo nos veamos con más frecuencia?
La risa le abandonó tan bruscamente que se sintió de pronto tan pequeña e insignificante como una mariposa.
Patricia, su íntima amiga, le diría que los hombres nunca entienden a la primera y que las cosas no hay que dárselas mascadas, sino bien masticadas y tragadas porque de lo contrario no se enteran de nada. ¡Qué ilusa había sido! Ingenua. Tonta. Otra vez volvían las nauseas, el nudo en el estómago. Observó de reojo el líquido final de la taza y jugueteó con la cucharilla en el fondo, como si leyera los posos que se apelmazaban entre la amarillenta infusión. Súbitamente se vio forzada a levantarse y literalmente corrió hacia el aseo con la mano derecha apretándose la boca.
Dos horas después lloraba con rabia sobre el hombro de Patricia. Esta le daba suaves palmaditas en la espalda y le acariciaba el pelo como lo hacía con Gris, su gato gris.
- Soy tonta Patricia pero tonta, tonta - se maldecía una y otra vez.
- Un poquito si que eres, cariño. Mira que pensar que sin decirle ni media, el tipo iba a adivinar que va a ser padre en siete meses - aprovechando que Enara no le veía, sonrió divertida.
- Eran las ganas que tenía de que él hiciera el trabajo. Me es tan difícil hablarlo con él abiertamente.
- Es complicado, no voy a negártelo. ¿Con tu madre has hablado?
- No hace falta. Es muy larga, chica. Tanto que lo supo casi antes que yo, no te digo más.
- Las madres son de otra pasta, cielo. Ellas lo saben todo de todo. No se les escapa una.
- ¿Qué clase de madre seré yo?
- Pues de las mejores. ¿Qué te crees, tontita?
- No lo creo, ni siquiera soy capaz de comunicárselo al padre.
- No te va a quedar otro remedio que coger al toro por los cuernos - aseguró separándose de la afligida amiga.
- Lo he intentado mil veces esta semana pero es tan guapo que me es imposible.
- A ver reina. ¿Qué tienes? ¿Quince años? En este asunto nos da igual que sea guapo o más feo que el culo de un mono. Va a ser padre de la misma manera.
Aguardaba en la sala de espera del doctor Ibáñez, sentado en una silla blanca, con Lucia a mi lado. Los seis hijos, unidos como una piña, se empeñaron en ir a la consulta.
- Te hace falta un reconocimiento - los hijos se vuelven muy pesados con los padres, al menor contratiempo, acuden al médico, como si este pudiera solucionar todos los males -. Te llevará Lucía que es la que tiene más tiempo.
- Si no me pasa nada - traté de sonreír y de quitar importancia al estado de ensoñación que padecía en los últimos meses.
- Si te pasa, papá - argumentó Alberto -. Todos te notamos ausente, decaído.
- Soy viejo, chicos. Ya tengo ochenta y dos años, que parece que se os ha olvidado.
- Seguro que no es nada, papá - terció Olga, la pequeña, con la voz suave y la sonrisa puesta y los ojos azules y trasparentes de Paski, buscando algo nuevo, algo que a los demás se les escapase -. Será alguna tontería, falta de vitaminas o algo así.
- Estoy bien. Me siento fuerte. No sé porque os preocupáis tanto - me sentí incapaz de convencerles. ¡Buenos eran ellos! Todos igual de cabezotas que su madre.
Esperábamos impacientes, entre toses y virus.
- Vamos a coger lo que no tenemos - le susurré a Lucía -. Mejor estaríamos en casa. No sé para qué hemos venido.
- No refunfuñes tanto, papá. Cualquiera diría que tienes miedo.
- ¿Miedo? ¡Niña, un respeto a tu padre! - me sentí ofendido -. No he tenido miedo nunca.
Seguíamos a la espera. Frotándome las manos, contándome las arrugas, rememorando el pasado. Mi hija intranquila, suspirando a cada poco, cruzando ahora las piernas, descruzándolas al cabo, dirigiendo miradas fugaces al reloj de pulsera. Sonriéndome. En aquellas sonrisas breves se recogía una paciente tranquilidad, un sosiego relajado y un amor inmenso.
"Parece que no lo hicimos nada mal, Paski. Mira cómo se preocupan", pensé, dirigiendo una mirada hacia lo alto, que traspasó el techo, suponiendo que mi Paski me estudiara desde algún lugar en el cielo. "¡Si ellos supieran, Paski! ¿Y tú? ¿Te has dado cuenta de mis desvelos? Seguro que si, ¡cómo no vas a saberlo! ¡Con lo larga que has sido siempre! ¡A ti no ha habido forma de engañarte! ¡Pues ya ves, chica! Sin comerlo ni beberlo, me he metido en este embolado qué vete a saber si puedo salir airoso o no..."
- Siricio Jauregui - anunció la enfermera.
- Vamos papá - Lucía le ayudó a incorporarse.
- Déjame, chica. Que puedo solo.
Ella meneó la cabeza resignada y frunció los labio conteniendo una amonestación.
- Buenos días, Siricio - el doctor Ibáñez me atendía desde hacía treinta años. Se trataba de un hombre metódico y enérgico, rebosante de vitalidad, que trataba a sus pacientes con la familiaridad y la confianza propias de los amigos -. ¿Qué le trae por aquí?
- Mi padre lleva cosa de dos meses muy apagado, doctor. No es el mismo. Está muy callado y en ocasiones se queda como ensimismado, mirando al vacío y dice que se cansa mucho, ya le digo, casi sin hacer nada - solo me dio tiempo a abrir la boca, Lucia se arrancó en una perorata irrefrenable.
- Hija, puedo hablar. No hace falta que hables por mi. No me pasa nada ni en la lengua ni en la garganta.
- Ya ve, también está contestón. Parece un adolescente.
- Déjele que se explique - Ibáñez sonrió, mientras jugueteaba con el estetoscopio que le colgaba del cuello.
- En realidad no es nada, doctor. Los críos estos que se preocupan por cualquier cosa.
Lucia fue a añadir algo pero el doctor le frenó con un gesto de la mano.
- Soy mayor, doctor. Eso es todo lo que me pasa. Tengo ochenta y dos años, ¿cómo voy a estar? ¡Pues jodido!
- ¡Papá! - Lucía me dirigió una mirada malhumorada -. ¿Ve usted, doctor? Así está de contestón y rebelde.
- Siricio, hoy en día no se es mayor con ochenta y dos años - Ibáñez no dejaba de sonreír.
- ¡Anda qué no! Con esa edad se es viejo siempre.
- ¿Lo ve, doctor? Cada día más burro.
- Y tú más pesada. ¡Chica, ya vale! ¡Qué pareces mi madre!
- ¡Qué desmerecida fama tenemos las madres! - se lamentó Lucia al borde de las lágrimas.
- Perdone, doctor. Ya ve, además es melodramática. El teatro español no se hace idea de lo que ha perdido.
- Todo se lo toma a broma, doctor. No sabemos qué hacer con él.
- Primero me gustaría charlar a solas con Siricio - agregó Ibáñez pasados unos segundos -. Espérese en la sala, se lo ruego. Luego hablaré con usted a solas.
Ante el asombro de mi hija, mostré regocijo. Miré a su estupefacto rostro con desdén y le hice un guiño triunfador.
- Y bien - el médico se recostó en el asiento y cruzó los dedos, dispuesto a escucharme -, ahora que estamos solos, podemos hablar con tranquilidad. Usted dirá.
- Hay poco que decir. Ella lo ha dicho todo, aunque la mayoría de las cosas, las ven solo los hijos. No se ría, ya verá como tarde o temprano los hijos se vengan de usted. Pasados los ochenta se empeñan en convertirse en nuestros padres. Es una cruel venganza, se lo aseguro.
- Qué exagerado es usted.
- Mientras son pequeños los padres ordenamos sus vidas, les obligamos. Estudia, cómete todo, no vengas tarde, ese chico con el que andas no me gusta... En fin, ¿qué le voy a decir? Usted también es padre. Nos pasamos la vida desvelándonos por su bienestar y de pronto, un día descubres que eres viejo cuando tu hijo se transforma en tu padre y empieza con la misma letanía. No comas de esto, papá, que tu estómago no lo aguantará. Ven pronto a casa, no sea que de noche te desorientes. No vayas al monte solo, que te puedes caer... Se vuelven pitonisas, argumentando todo lo que te puede pasar, de la misma manera que cuando eres padre, sabes de dónde se pueden caer o que amigos son los que no les convienen. Mi mujer siempre me echaba en cara que dormía a pierna suelta, mientras ella permanecía desvelada hasta que el último hijo entraba en casa cada viernes o sábado de madrugada. En realidad yo permanecía en un duermevela, a la espera de escuchar el sonido de la llave en la cerradura. Cada uno tenía su sonido particular. Sabía cuando llegaba Alberto, Carlos, Lucia, Isabel, Luisa u Olga. Nunca se lo dije a mi Paski, para no quitarle el protagonismo de madre, ya me entiende. Las madres son punto y aparte.
El doctor asentía a cada paso. Me miraba con fijación, mientras parloteaba sin freno. En ocasiones me atropellaba, para no olvidar nada de lo que llevaba previsto decirle.
- Pero todo esto que me ha contado no es una enfermedad, Siricio - alentó Ibáñez con voz tranquila.
- ¡Claro que no lo es! Simplemente soy mayor y tengo las carencias que tienen todos los viejos de mi edad. El problema es que ellos no lo saben o les cuesta hacerse a la idea - aseguré con energía.
- Cuando dice ellos, ¿a quiénes se refiere concretamente?
- A mis hijos, doctor. Los chicos se han convertido en mis padres y no sabe usted lo costoso que es tener dos padres y cuatro madres a la vez. ¡Un suplicio, doctor!
- Bueno, hombre. No sea exagerado. Ellos lo hacen con la mejor intención. Solo buscan su bienestar - respondió el médico divertido.
- Lo que buscan es su propio bienestar. A los chicos no les gusta la gente mayor y en el caso de tener que acarrear con un padre de edad avanzada, como soy yo, pretenden que no les dé mucha guerra.
- Pero, según tengo entendido, usted vive solo, ¿o me equivoco?
- Pues si, se equivoca. No me dejan ni a sol ni a sombra. Cuando no son los nietos mayores los que vienen a dormir conmigo, son los pequeños los que se apuntan a comer. Los hijos llaman de continuo, dan mil vueltas... ¡Qué no puedo ni tirarme un pedo a gusto en mi casa! Siempre andan al retortero.
- Debería estar orgulloso de que se preocupen tanto por usted - Ibáñez se mostraba divertido.
- Pero, ¿todavía se va a poner de su parte?
- No me interprete mal, Siricio. No me pongo de parte de nadie. Usted mismo reconoce que se está haciendo mayor y sus hijos tratan de que ese paso sea lo más cómodo posible. Nada más.
- En este momento no me viene bien que se preocupen tanto por mi. Tengo una misión importante que cumplir - confesé con cierto nerviosismo.
- Concretamente... ¿A qué se refiere usted?
Me mordí el labio inferior. Comprendí que había metido la pata. "¡Por lo que más has querido, que ya sé que son los hijos, Paski! ¡Ayúdame, mi vida! ¿Qué le digo yo a este hombre?"
- Dígame, Siricio. Estoy aquí para ayudarle.
- Trato de ser feliz - argüí convencido. Si le largaba al doctor que mi otro yo estaba desarrollándose en el útero de una treintañera, me ingresarían en el psiquiátrico de inmediato.
- ¡Importante misión! - exclamó Ibáñez tras levantar las cejas en señal de asombro -. También yo aspiro a ello, no crea.
- Pero a usted le queda mucho más tiempo, doctor.
- Eso no lo sabemos nadie - habló como un cura en el sermón -. Usted es un hombre rebosante de salud y energía.
- Pues dígaselo a la lagarta de mi hija para que se lo transmita a los demás.
Ibáñez sonrió abiertamente.
- Descuide, hombre. Ahora cuando hable con su hija, le tranquilizaré. Usted está muy sano.
- Antes de robarle más tiempo, quisiera pedirle una cosa más. No le diga nada de lo que hemos hablado a mi hija. Siento haberme alargado tanto, usted tiene otros pacientes y yo...
- No se preocupe, hombre. Pásese por aquí cuando quiera. Estamos a su disposición - el doctor me despidió con una palmadita de ánimo en la espalda.
Sé que me guardó el secreto porque Lucia tranquilizó a la familia, diciendo que el doctor no encontró nada anormal en mi comportamiento, que razonaba perfectamente y que no se apreciaban síntomas de alarma.
- Tienes que ser fuerte, cariño - alentó Patricia sirviendo un zumo de naranja a su amiga embarazada -. Dentro de poco se te notará y será más difícil.
- Sé que tengo que hablar cuanto antes con Hodei pero siento algo así entre vergüenza y temor... Imagínate si me rechaza.
- ¿Vergüenza? ¿Por qué? Es algo natural cuando dos personas comparten cama - dio un lago sorbo del vino y tras paladearlo con intensidad, añadió -: Te rechazará si no se lo dices pronto. Y en el supuesto de que se comporte como un gilipollas, tiene derecho a saber que va a ser padre.
- Es lo que me repito a mi misma continuamente. Incluso le alentaré para que se haga una prueba de paternidad.
- ¡Mujer! ¡Qué cosas se te ocurren!
- Ni siquiera nos hemos planteado el hecho de salir, de salir como pareja. Solo nos hemos visto en contadas ocasiones, para echar un polvo, tomar una copa y luego cada uno a sus asuntos.
- Pero Hodei te ha buscado. Te llama. Eso indica que le gustas y tú nunca le has rechazado - hizo un gesto con los brazos -. Ya sé que a ti te tiene encandilada, que está muy bueno y todo eso.
- Nunca hemos hablado de hijos. Ni siquiera sé si le gustan los críos ni si entra en sus planes tener hijos en un futuro... En realidad no conozco casi nada de su vida - no pudo contener las lágrimas -. Imagínate que lo que me ha contado sea mentira. Puede que esté casado y que incluso tenga algún hijo...
- A ver, a ver, querida - abrazó el convulso cuerpo de la amiga -. No te atormentes. Estoy convencida de que la noticia le va a hacer una ilusión tremenda.
- ¿De verdad lo crees así?
- Pues claro, tontita. Anda, coge el móvil y haz esa llamada de una vez. Porque, ¿habéis quedado más veces después del día del Mentirón, verdad?
- Si, hemos quedado varios días más. Y como siempre, lo hemos hecho. Para eso es muy cuidadoso, siempre con goma. Es que no me explico qué pudo pasar - las lágrimas y la desesperación retornaron.
- Bueno, Enara, cuidadoso, cuidadoso, no diría yo - terció Patricia gesticulando exageradamente -. Te voy a decir lo que paso: o no se puso la goma a su debido tiempo o se rompió. Que digo yo, que a un tío bueno como él, le habrá pasado más de una vez.
- No me digas eso. Que va a ser cierto que tiene otros hijos.
- ¡Cómo va a tener otros hijos, Enara! ¡Qué no! - trató de autoconvencerse para ser totalmente convincente ante la angustiada amiga.
- Estoy muy deprimida - lloriqueó.
- Por eso mismo tienes que hablar cuanto antes. De aquí a poco tiempo se te notará la tripita.
Se había cumplido el tercer mes de embarazo. Enara se sentía cada día más cansada y aunque apenas se le notaba, las piernas se le hinchaban y una incipiente barriga, amenazada con gritar a los cuatro vientos su nuevo estado. Aprovechando que su madre comía fuera de casa con unas amigas, abordó a su padre y se presentó en la empresa familiar que ahora dirigía su hermano Ekain, para comer con él.
- Has tenido una estupenda idea, cielo. Antes venías mucho para comer con tu padre pero desde que me jubilé te has olvidado de mí, a pesar de que sigo viniendo por aquí todos los días - se quejó Aurelio -. Debe ser que quieres pedirme algo. ¿Cuánto necesitas?
- De momento me arreglo con un abrazo - musitó Enara conteniendo una arcada ante el plato de boquerones.
- ¡Uy! ¡Uy! ¡Uy! A ti te pasa algo importante.
- Estoy embarazada - soltó apartando los boquerones y sirviéndose un poco más de ensalada.
- ¿Embarazada? ¡Vaya sorpresa, cariño! ¿Cómo ha sido?
- Creo que no necesitas saber como suceden esas cosas - contestó masticando un trocito minúsculo de pan de centeno.
- ¡Claro! - sonrió Aurelio -. Quiero decir que ni siquiera tienes novio... ¿O si? Tu madre no me ha dicho nada y...
- Mamá no lo sabe pero se lo imagina. Y no, no tengo pareja... Pareja estable.
- ¿Tu madre se imagina que estás embarazada o que tienes novio?
- Las dos cosas, papá.
- Pero, ¿no has hablado con ella?
- Ya sabes cómo es. Dio por sentado que estaba embarazada porque me vio muy guapa...
- Eres muy guapa, cariño.
- Soy normal, papá - protestó airada. El resto de comensales les dirigieron miradas pues había elevado el tono -. Vosotros sois los que me veis siempre muy guapa.
- Es pasión de padres, hija - apoyó los cubiertos sobre el plato y adelantando el cuerpo, insistió en el tema -. ¿Estás segura? De lo del embarazo, digo.
- Si.
- ¿Qué dice tu novio?
- ¿Cómo tengo que deciros que no tengo novio? ¿En chino?
- Perdona, Enara cariño. Pero el crío será de algún... Algún amigo o algo, digo yo.
- Si, claro. No va a ser del pato Donald. Es de un amigo.
- No sé cómo describís hoy en día a los amigos... Digo yo que será algo más que amigo. ¿O tú te vas acostando con todos tus amigos?
- Por supuesto que no, papá. Es un amigo especial.
- Bueno, da igual como lo llames, si os queréis es mas que suficiente - Aurelio se incorporó y abrazó a su hija -. Aquí está tu padre para lo que necesites.
- Gracias - desvió la mirada hacia el suelo del restaurante. No quería que su padre le viera llorar -. Todavía no sabe nada.
- ¿Quién no sabe nada, cariño?
- El padre de la criatura.
- ¿Cómo que no lo sabe? ¿Y a qué esperas para darle la alegría de su vida?
- Nunca hemos hablado de futuro. No es una relación estable. Tan solo sé que se llama Hodei Beltrán, que vive en Salburua. Eso lo sé seguro porque alguna vez he ido a su casa y en el buzón pone su nombre completo y se que trabaja en un estudio de arquitectura de la calle Francia, porque un día fui a comer con él y fui a buscarle. El dice que tiene treinta años, con lo que es cuatro menos que yo, que es hijo único, que su madre es viuda, pero igual todo eso se lo ha inventado y resulta que está casado y tiene...
- No sigas - interrumpió Aurelio, acariciándose la barba -. Tú no te preocupes, si ese tío no quiere saber nada ni del niño ni de ti, él se lo pierde. ¿Por qué no has confiado en tu madre para contarle todo esto? Las madres tienen más experiencia en estas cosas y saben siempre qué deben decir.
- Por favor, papá díselo tú. Bastante tengo con abordar a Hodei.
"¿En serio que no es una broma? Enara y Hodei, que traducido al castellano resulta golondrina y nube. ¡Hay que joderse!"- me dije frunciendo el ceño y agazapándome en un rincón del útero, boquiabierto por la impresión -. "¿Vuestros padres quiénes son? ¿Jerónimo y Toro Sentado? ¡Vete a saber que nombrecito eligen para mí esta vez! Todavía lo de Siricio va a ser incluso bonito".
- Enara y yo hemos comido juntos hoy - abordó Aurelio en el momento de acostarse.
- ¿En serio?
- Hacía más de tres años que no venía por la empresa y me arrancaba del despacho para comer juntos. Me ha hecho ilusión.
- Ha ido a pedirte algo, seguro.
- Está embarazada - exclamó Aurelio pletórico sin perder detalle del rostro de Carmen.
- Y tú, ¿cómo lo sabes?
- Me lo ha dicho ella.
- ¿Qué he hecho mal Aurelio? - se lamentó levantando la voz.
- ¿No te hace ilusión? A mi me ha hecho mucha. ¡Vamos a ser abuelos!
- Claro que me hace ilusión, todavía estamos jóvenes para ayudar a nuestros hijos y disfrutar de los nietos. Los niños traen muchas alegrías.
- ¡Eso digo yo!
- Mira que le insistí. Ahora viene casi todas las tardes, a empapuzarse de bizcocho, mayormente. Hace meses que le noté algo raro. Ya sabes, tenía cara de embarazada...
- ¿Cara de embarazada? - rió con ganas el futuro abuelo -. Está preciosa.
- No me interrumpas, Aurelio. Una madre sabe qué le pasa a su hija siempre. Lucía carucha, palidez, se dejo decir que estaba cansada, que el café le sabía rancio... Se lo salté y ella que no y que no. Ya sabes lo burra que es, sale a ti.
- ¡Por cuánto no, Carmen! Los defectos de Enara siempre son por herencia paterna. Tiene miedo. Piensa que te enfadarás.
- ¡Ni que fuera un ogro! ¿Por qué me iba a enfadar?
- Porque no tiene pareja estable. No es que ande hoy con uno y mañana con otro, no. Enara es responsable y muy sensata pero por lo que me ha contado, no se trata de una relación al uso. Que no son novios, vaya.
- ¡No sé qué he hecho mal! - se martirizó a punto de perder los nervios -. Siempre le he aconsejado bien y ha tenido confianza conmigo. Hasta ahora hemos sido amigas y se queda embarazada y pasa de su madre.
- ¡Qué no es eso mujer! Según Enara es por lo del chico.
- ¿Qué pasa con el chico? ¿Es negro? ¿Moro? ¡Ay! ¡Aurelio, no nos faltaba más que un extranjero en la familia!
- Tranquila, no se trata de eso.
- Podía habérselo pensando antes de meterse en la cama con él.
- ¿Ves? Esa es tu manera de reaccionar. También yo he pensado eso mismo pero me lo he callado. Dice que no se lo explica porque siempre lo hacen con condón.
- ¿Qué no se lo explica? Yo soy la que le va a explicar cuatro cosas en cuanto asome la gaita por aquí - hizo una pausa mientras tomaba postura en la cama -. ¿Y el padre de la criatura qué dice al respecto?
- Pues todavía nada. No se lo ha dicho.
- ¿Qué no se lo ha dicho? - se incorporó, quedando sentada muy erguida -. ¿Esta niña es tonta o qué le pasa?
- Le da miedo hablar con él.
- ¡Dios de mi vida! ¡Dame paciencia! ¿Desde cuándo Enara ha tenido miedo de algo?
- Que llevan poco tiempo y...
- O sea, resumiendo, que no es más que un folla-amigo. No me digas más, Aurelio - sentenció cruzándose de brazos.
- ¿Un folla qué?
- Folla-amigo. ¡Qué no estás preparado para la vida moderna!
- ¿Cómo sabes tú eso de folla-amigo?
- Que hasta hace dos días mi hija y yo éramos uña y carne. ¿Cómo tengo que decírtelo?
- O sea, para que me entienda, lo de folla-amigo es un aquí te pillo, aquí te mato de toda la vida?
Rodearse de amigas dispuestas a saltar charcos, a desternillarse de risa con tus gracias y ocurrencias, alabarte, compartir secretos y llorar, aunque ellas estén pletóricas de alegría es el regalo más hermoso que una persona puede lograr en la vida, independientemente del trabajo, la pareja o el dinero. La amistad es lo más grande que atesoran los humanos. Es el grado de implicación elevado a la enésima potencia. Lo más preciado, incluso más que la familia, porque lo elige cada persona. Las amigas son esos seres que sin tus genes, sin tus apellidos y solo gracias a la casualidad, a un cruce de miradas, al destino o al empeño, un buen día se cruzan en tu vida. Son capaces de darte el alma y la vida por verte feliz. Con esa placentera maravilla contaba Enara. Patricia era como una hermana postiza que le había regalado la vida. Se conocieron en la guardería con dos años. Desde entonces no había pasado día en que no tuvieran algo que compartir.
- ¿Puedes acompañarme a la consulta de Arantza? - chateó Enara.
- Puedo, claro que puedo - contestó al instante. Patricia vivía con el móvil pegado a la mano -. Pero ¿no es mejor que te acompañé tu amatxo?
- Intuye que estoy embarazada pero se lo he desmentido.
- ¿Por qué?
- Me da miedo.
- ¡Tontina! Ni que hubieras hecho un crimen.
- Ya pero como Hodei y yo no somos pareja, me da cosa que mi ama piense que soy una cualquiera.
- ¡Mujer! ¿Cómo va a pensar mi Carmen eso de ti? Te adora. Y además le va a sentar fatal que no hayas confiado en ella.
- Bueno, tú acompáñame y luego ya veré como salgo de esta.
La ginecóloga se sorprendió un tanto al verla de nuevo en la consulta. Hacía cuatro meses escasos que le realizaron una citología. Se conocían desde el colegio, unos años después que Patricia.
- Creo que estoy embarazada, Arantza.
- ¿Solo lo crees?
- Hace tres meses que no tengo la regla. Estoy cansada todo el día, tengo ganas de llorar y mi madre dice que tengo cara de embarazada. Ya sabes como son las madres.
- Pues si lo dice doña Carmen, va a ser que si - aseguró tajante Arantza. El reconocimiento de rutina estuvo salpicado de consejos. Ordenó realizar analítica completa de sangre y orina -. ¿No puede acompañarte tu pareja?
- Todavía no he hablado con él.
- ¿Por qué? - los ojos negros de Arantza se desviaban de Enara a Patricia.
- No es pareja, pareja - terció Patricia cuando la embarazada rompió a llorar -. Sobre todo está asustada.
- Pues tienes que hablar con él cuanto antes, cariño. ¿Confías en ese chico?
- Creo que es buena persona.
- Bueno, pues adelante. Siempre has sido una chica muy valiente, no puedes flaquear ahora. Es el momento más importante de tu vida y a ser posible, vivido con el padre, será mucho más intenso y bonito.
- Eso le digo yo - añadió Patricia.
Las tres se fundieron en un reconfortante abrazo.
Desde mi postura instigaba a mamá una y otra vez para que hablara de una maldita vez con papá. Lo estaba pasando fatal y como es natural, tanta llorera repercutía en mi desarrollo. Me sentía muy triste y aunque ella se alimentaba bien, a mí no me aprovechaba lo suficiente. Mamá y papá se veían con bastante frecuencia, aunque casi siempre desnudos. Quedaban en la casa de ella o de él, indistintamente. Enseguida de llegar, se despelotaban, dejaban un reguero de ropa a lo largo del pasillo y se tumbaban en la cama para echar el casquete de turno. Algo había cambiado. Papá se mostraba cada vez más cariñoso, mientras que mamá recibía esas carantoñas y arrumacos como si fueran néctar de los dioses. Hablar, hablaban poco y del tema principal, es decir de mí, mutis.
Entre unas cosas y otras nos plantamos en el cuarto mes de embarazo. Mamá empezó a engordar un poco, bueno para ser más exactos, habrá que decir que se le notaba la tripilla, por lo demás continuaba igual de escuálida que siempre. Yo me había cubierto de lanugo, que es un bello muy fino que recubría mi piel y que actuaba como conservador del calor. Estaba en la gloria. Como ya tenía formadas las cuerdas vocales, comencé a utilizarlas desesperadamente, debido a mi condición de ser vivo existente.
- ¡Mamá! - gritaba como un poseso con los ojos cerrados y meneando la cabeza, que ya se me había separado del cuello -. ¡Por lo que más quieras, que debo ser yo, habla con papá mejor hoy que mañana!
- Estás echando tripita - exclamó divertido Hodei una tarde -. Pero me gustas cada día más.
- Tengo que decirte algo muy importante.
- ¿Qué es? - preguntó con poco interés, comenzando a besar los pies de mamá y subiendo lentamente la cabeza mientras sus labios cálidos se detenían en algunos puntos del cuerpo.
- Espera. No puedo ocultar esto por más tiempo - añadió frenando el preámbulo amatorio. Se sentó en la cama cubriéndose con la almohada.
- ¿Ocurre algo malo? Me estás asuntando.
- Estoy embarazada - resoplé con intensidad. Notando un escalofrío se abrigó con el jersey de papá.
- ¿Cómo que estás embarazada? - preguntó papá asustado, separándose repentinamente del cuerpo de mamá, que se encogía por momentos.
- De cuatro meses - aclaró sin atreverse a mirarle a los ojos.
- Pero... ¿Es seguro al cien por cien?
- Dicho por mi ginecóloga.
- ¿Y qué vas a hacer?
- ¿Qué voy a hacer? Pues tenerlo, claro.
- Claro.
El silencio se prolongó durante bastantes minutos. Comencé a chuparme el dedo nervioso. El sudor me caía desde la cabeza a los pies, debido al tamaño reducido de mi cuerpo, todavía a medio formarse.
"Decid algo, no os quedéis callados. Imaginé la cara de tonto que se le había quedado al pollo".
- ¿Qué haces? - la voz de papá llegó como un eco lejano, como si se hubiera hecho mayor de pronto.
- Vestirme. Me voy.
- ¿Cómo que te vas? Vienes aquí cada día, nos amamos, me sueltas la bomba y ¿pretendes largarte sin más?
- No parece que te haya hecho ilusión y no quiero forzarte a nada. No tienes que mostrar interés ni por el crío ni por mí. Te lo digo porque vas a ser padre y creo que tienes derecho a saberlo...
- ¿Y si es niña?
- ¿Qué?
- Has dicho crío pero igual es cría - sonrió por primera vez -. No te vayas, por favor.
Hodei le arrancó el jersey y la tumbó sobre la colcha. La besó con ternura.
- ¿No estás enfadado?
- ¡Por supuesto que lo estoy! Muy enfadado. Excesivamente enfadado. Me has quitado cuatro meses de ilusión. ¿Te parece bonito hacerle eso al padre de tu... ¿Cómo le llamaremos?
- Tenemos mucho tiempo todavía para pensar en nombres - amatxo se mostró tranquila por primera vez en mucho tiempo.
- No hablo del nombre que llevará toda la vida, no de ese. Pero mientras no sepamos si es niño o niña, deberíamos referirnos a él o ella con un apelativo genérico. Algo así como...
- Como... - repitió mamá que de pronto parecía haberse quedado sin ideas.
- Como... ¡Garbancín! ¿Qué te parece?
"¿Garbancín? Oye, papá, ¿qué estás tomando? Di algo coherente, mamá, por favor".
- Garbancín es perfecto.
- "¡Mamá! He dicho coherente. ¡Co - he- ren- te! ¡Por Dios bendito! ¡La que me ha caído con esta pareja! Si en el fondo me está bien empleado por buscar durante tanto tiempo unos padres lo más perfectos posible. ¡Garbancín! ¡Hay que joderse!".
Después de más de dos horas hablando sobre "Garbancín", Hodei acompañó a Enara a casa. Era la primera vez que lo hacia. Fueron dando un paseo, planeando algunas cosas. Parecían ilusionados. Se despidieron cariñosos, como era habitual. Pero a la vuelta, Hodei dio un rodeo en el camino. Andaba muy despacio, llegó hasta el portal pero pasó de largo. Entró en un bar. Pidió una caña. Se aposentó en un taburete y se centro en algunos oscuros pensamientos. Enormes nubarrones se cernían sobre su cabeza. ¿Cómo explicar en casa que iba a ser padre? A Enara le dijo que vivía solo, ¿por qué razón mintió sobre algo tan tonto? ¿Tan complicado resultaba confesar que continuaba en la casa familiar y que el piso de Salburua lo utilizaba como simple picadero? En realidad, resultaba altamente complicado. ¿Qué pensarían los padres de Enara cuando explicase la realidad de su vida? Saltaría todo en mil pedazos. También le dijo que su madre era relativamente joven. Sesenta y ocho años, creía recordar que esa era la edad que dijo que tenía. Lo primero que le vino a la cabeza, cuando Enara le comentó que sus padres contaban sesenta y cuatro, que el padre dejó la dirección de la empresa familiar en manos de su hermano Ekain, dos años menor que Enara, que el padre continuaba trabajando pero con menos responsabilidades, pues ya disfrutaba de la jubilación. Hodei por su parte, señaló unos cuantos datos, que si bien podían ser ciertos y creíbles, distaban bastante de la realidad, como que el padre murió años atrás. En realidad ni siquiera tuvo la oportunidad de conocerlo. ¿Por qué razón inexplicable le taladró con esa empañada y falsa realidad? Jamás sintió vergüenza por su madre ni por tía Juana. Ambas eran adorables y le habían hecho muy feliz. ¿Cómo caería la noticia de su pronta paternidad en casa? ¡Mal! Seguramente caería como un jarro de agua helada.
Me resultaba verdaderamente difícil llevar a cabo la encomienda. Remolcar los ochenta y dos años que acarreaba era un trabajo laborioso. Si a ello le añadimos la nueva vida emergente, que me comprometí a llevar por medio del pacto, es fácil deducir que me arrastraba a duras penas. ¿En qué estaría pensando el día que aquel tipo extraño se apareció de la nada y me animó a aceptar tan descabellado reto?
- Encuentro mal a papá - confesó Carlos a los hermanos. Los había citado en su casa.
Todos admitieron haberse percatado del rápido deterioro en los últimos meses.
- Está como ido, no carbura bien. Pierde memoria y come poco. No tiene ganas de nada. Se pasa la vida recostado en el sillón - Luisa aportó las diferentes sensaciones que le producía el padre en las tardes que le visitaba.
- ¿Por qué no ha venido Isabel? - indagó Alberto.
- Ya sabes como es - intervino Carlos -. Se le habrá olvidado. Tiene muchas cosas en la cabeza.
- Siempre estás disculpándola. Lo que tiene es mucha jeta - se quejó Alberto.
- Todos somos hijos y todos tenemos vidas aparte, problemas, trabajo... En fin, que a la hora de heredar llegará la primera. ¡Ya lo veréis! - gruñó Olga.
- ¡Mujer! ¡Cómo eres! Hace lo que puede.
- Voy a empezar a hacer lo que pueda yo también a partir de ahora - refunfuñó Alberto.
- Bueno, dejarlo ya. Hemos venido a hablar del problema de papá. ¿Qué haremos si no mejora? - Luisa esgrimió su eterna paciencia.
- ¡Mejorar dice! ¿Cómo va a mejorar a su edad? - Alberto parecía enfadado y deprimido.
- No es tan mayor y hasta hace pocos meses, se defendía el solo la mar de bien. Tal vez si le ponemos una cuidadora las veinticuatro horas del día, nos libre un poco a nosotros - sugirió Lucia.
- Muy bien pero ¿quién paga a la cuidadora? - la negatividad de Alberto iba en aumento.
- Papá tiene dinero y una buena pensión - aseguró Carlos -. No me parece mala idea esa sugerencia.
- El dinero de papá es nuestra herencia - soltó Alberto, notando las miradas de los hermanos clavadas en su rostro.
- Todavía es solo de papá - añadió Luisa rotunda.
- No me parece bien dejarlo a cargo de una desconocida, eso es todo - se disculpó Alberto un tanto avergonzado.
- Hay personas muy bien preparadas para cuidar a los mayores. Cada uno de nosotros puede preguntar en su parroquia. Los curas conocen a muchas de estas chicas que...
- Yo no pienso ir a la parroquia - Lucia interrumpió a Carlos -. Ni siquiera voy a misa.
- ¿Qué tiene que ver una cosa con otra?
- Me da vergüenza, Luisa.
- ¡Vaya bobada! Tampoco yo voy a misa - terció Alberto.
- A ti te parece todo mal - Lucia elevó el tono, dirigiendo al hermano una fulminante mirada -. Pero no eres capaz de aportar nada más que quejas.
- No podremos llegar a un acuerdo si discutimos por estas tonterías - aseguró Luisa.
- ¡Otra! Mira guapa, tú vas de mosca muerta por la vida. Siempre dando consejos. Eres soltera y sin cargas familiares. ¿Por qué no te haces cargo tú de papá? - Alberto se sofocó.
- ¡Claro! Y aparcó mi vida y dejo de trabajar y además no me pagaríais mas que una miseria - Luisa abandonó su dulzura temporalmente.
- ¿No se te llena la boca diciendo que es nuestro padre? ¿Qué tenemos el deber de ayudarle porque nos necesita y antes lo hicieron ellos por nosotros? - Alberto soltaba sapos y culebras.
Todos se enzarzaron en una violenta discusión.
- Mis hijas están muy preocupadas por su abuelo - dijo Lucia en el primer silencio que se hizo -. Dicen que sueña cosas extrañas, que se convulsiona y habla en alto.
- Tendrá pesadillas, cosa normal en cualquier ser humano. A mi también suele pasarme - Alberto expuso su teoría sin dar mayor importancia al asunto -. También es cierto que tus hijas se asuntan por cualquier cosa.
- Papá ha dormido muy bien siempre. Le noto preocupado y como ausente en muchas ocasiones - Luisa se unió a Lucia.
- Tonterías aparte, tengo que marcharme - Alberto consultó el reloj al tiempo que se incorporaba del sofá -. Ya diréis algo cuando lleguéis a una conclusión razonable.
- ¡Ah, no guapo! Lo que decidamos ha de estar consensuado por todos. Isabel también tendrá que implicarse quiera o no - Olga se mostró iracunda.
Todos descendieron las escaleras en fila india, sin pronunciarse. Una vez en la calle, Alberto fue el primero en desligarse del grupo. Carlos puso una disculpa trivial y desapareció. Olga aseguró que debía hacer la comida para el día siguiente. Lucia y Luisa decidieron visitar al padre.
Mamá se acercó como cada tarde a casa de la abuela Carmen. El único cometido que le llevaba hasta allí era la merienda. Nos atiborrábamos de bizcocho y se llevaba otro entero a casa. Una parte la comíamos antes de que se acostará, otra para el desayuno, otra para almorzar en el banco y el final para postre de la comida. Así día tras día. Creo que no volveré a comer más bizcocho en la vida. ¡Qué hartazgo!
- ¡Hola cariño! ¿Cómo está la futura mamá del año hoy?
- Hambrienta, mamá.
- Y Garbancín, ¿sigue guerrero? - lo de mi apodo se había extendido, a todos parecía agradarles.
- Creo que será futbolista. No para de patalear.
"¡Qué manía tenéis todos! Si daba patadas, que todos los bebés en el vientre materno las dan, por fuerza se trataba de un futbolista en ciernes. Qué poca imaginación tiene la gente. También se puede ser bailaor flamenco, yudoca o saltimbanqui. ¡No te giba!"
- Saca el bizcocho, ama.
- Cariño, no sé si tanto bizcocho le ira bien a Garbancín.
"Diga que si, señora. Estoy bastante harto del bizcochito de marras".
- ¿Se lo vas a negar a la mamá del año? - Enara se acarició la tripa, ensayando una mirada de niña buena.
- Hija, es que vas a empachar a la criatura.
- Presiento que le encanta. Se pirra por el bizcocho de su amama - sonrió zalamera.
- ¡Se pirra, dice! A ti te gusta y te estás aprovechando de tu condición de embarazada.
- ¡Anda! No te hagas de rogar.
- Cambiando de tema - Carmen se cruzó de brazos, sentándose junto a su hija -, ¿cuándo traerás a Hodei a comer?
- Tal vez el domingo.
- ¿Este domingo?
- Si, este domingo. ¿Tenéis otros planes?
- No, cariño. ¡Qué vamos a tener! Pero solo quedan dos días.
- ¿Con cuánta antelación quieres saberlo?
- Pues no sé, cariño. ¿Qué le pongo? ¿Qué le gusta?
- Cualquier cosa. Da igual.
- ¿Cómo va a dar igual?
- De postre haz bizcocho y lo rellenas de chocolate.
- ¡Hija! ¡Qué fijación con el bizcocho! ¿Es más de carne o de pescado?
- Creo que le gusta el chuletón y también el bacalao...
- Ni siquiera sabes sus gustos.
- Se que le gusta bailar y mirar las estrellas, tiene un telescopio. Y también le gusta el fútbol, todos los deportes en general y sabe tocar la guitarra.
- ¡Qué de cosas sabes del padre de tu hijo! Tesoro, ¿tú estás convencida de que lo mejor es que os vayáis a vivir juntos una vez que nazca Garbancín?
- Estamos viviendo juntos. Hizo el traslado el fin de semana. ¿No te lo ha dicho Ekain? Nos ayudo.
- Está visto que mis hijos no me dicen ni pío últimamente. Por lo visto no he sido una buena madre y...
- Frena un poco. No sigas por ahí, por favor.
- Tú te callas lo del embarazo, se lo dices a tu padre, a tu hermano, a tus amigas... Ekain os ayuda en el traslado y tampoco me lo dice. Lo importante os lo calláis. ¡Cómo se nota que vuestra madre no es importante en vuestra vida!
- Mama, no seas melodramática.
- Y otra cosa, ¿por qué se traslada él a tu casa y no al revés?
- Porque para mi es más cómodo de ese modo. Estoy más cerca de vosotros y del trabajo.
- Solo te interesa el bizcocho de tu madre. Sé sincera.
- ¡Mamá!
- ¡Ni mamá ni gaitas! - hizo intención de marcharse.
- ¿Dónde vas?
- A llorar a gusto a la cocina.
- Mamá, te necesito cerca - Enara parecía sincera -. Tengo mucho miedo y la sola idea de que no estés a mi lado, me aterra.
- ¡Tontita! ¿De qué tienes tantos miedos, últimamente? ¡Tú que siempre has sido tan decidida para todo!
- Eso era cuando no tenía juicio. Así lo decías cuando era pequeña.
- Mucho juicio tampoco parece que haya en esa cabecita loca - dijo con ternura acariciándole el pelo -. Mira que quedarse embarazada del primero que llega.
- Del primero no, ama. Ha habido unos cuantos, no muchos. No te asustes.
- ¡Lo que hay que oír! Tu padre y yo nos hemos dejado la piel trabajando para daros todo. Os hemos puesto la luna a los pies. ¿Para qué? Para que cuando echáis a volar, os vayáis con cualquiera a hacer lo que os da la gana. Luego que fácil es ir donde la tonta de mamá y decir: "Mamá tengo miedo" - imitó el tono de voz de su hija -. ¿Sabes una cosa? También yo tengo miedo. ¡Ah! Pero esto no queda aquí. Mi único consuelo es saber que ese miedo no se te va a despegar jamás de las entrañas. Tendrás miedo siempre por tus hijos, tengan la edad que tengan. ¡Ya lo sabes!
Enara dio la espalda a su madre, incapaz de rechistar. No quería que la viese llorar. Las hormonas se mostraban alteradas desde el embarazo.
- Voy al baño - consiguió decir al cabo de cinco segundos.
Dejo correr el agua del lavabo. Se sonó con el papel higiénico y trató de relajarse. Fuera escuchó voces. Según avanzó por el pasillo, descubrió que su padre había llegado. ¡Menos mal! Solo él sería capaz de apaciguar el respe de Carmen.
- Hola papá - le dio un abrazo. Miró de reojo a su madre -. Me pillas de churro, ya me voy.
- ¿Cómo que te vas? - inquirió Carmen -. No te mueves de aquí hasta que no me digas que pongo el domingo para comer.
- ¿Qué pasa el domingo? - preguntó el futuro abuelo con indiferencia -. ¿Celebramos algo?
- La entrada en la familia de Hodei, ni más ni menos - salvando la diferencia de edad, esta señora era la viva reencarnación de mi Paski.
- ¡Qué bien! ¡Por fin tu madre le va a conocer! ¡Era la que faltaba!
Enara apretó los labios y le dirigió al padre una mirada terrible.
- ¡Hombre, Aurelio! ¡Qué bonito! Veo que te has ido de la lengua. ¡No sabes guardar un secreto! ¿Verdad que no sabe? - se dirigió a mamá con sorna -. Para remate, resulta que lo conoce toda la familia. ¡Claro! Como soy un cero a la izquierda...
- ¡Mamá!
- ¡Carmen!
- ¿Qué? - rugió -. ¿Qué coño queréis de mi?
- No te lo dije porque sabía que iba a pasar esto. Fue por casualidad.
- Todo lo que pasa en relación a ese chico debe ser por casualidad. ¡Tanto mirar las estrellas! ¡Qué se puede esperar de un lunático!
- Carmen, por favor - Aurelio intentó aplacar los humos de su esposa -. ¿Ves? Has conseguido hacer llorar a la niña.
- Pues mira, ¡qué se joda la niña! Y no ha hecho más que empezar. Pues no va a echar pocas lágrimas de ahora en adelante - les fulminó iracunda -. ¿A qué no tienes ni pajolera idea de para que sirve la saliva de madre? Anda Enara, guapa. ¡Responde!
- Pero Carmen, ¿se puede saber qué te pasa? - Aurelio intentaba mostrarse paciente.
- Di, di - sonrió sibilina sabiéndose triunfante.
- No tengo ni idea mamá. Para sacarme de dudas ya estás tú aquí.
- Pues mira, monina. Te voy a dar la primera lección de madre - hizo una pausa, mirando a cada uno de los presentes como si estuviera a punto de desvelar un arcano secreto -. La saliva de madre desinfecta heridas, peina, lava churretes de inmundicia, en los bebés refuerza el sistema inmunológico. Puedes meterte a la boca su chupete, quita manchas de la ropa. Con la esquinita de un pañuelo, un poco de tu santa salivilla y un refrote y mano de santo...
- Vale, mamá. Ya me he enterado. ¿Alguna cochinada más que añadir?
- Cochinada dice. ¿La oyes Aurelio? No sabe de la misa, la media. Quiere ser una madre moderna y...
- ¡Vale ya Carmen! - protestó enérgico Aurelio -. Eres imposible.
- ¿Ahora tu niña tiene razón? ¡No pinto nada en vuestras vidas!
- Mira que eres dramática, Carmen. Cualquiera que te oiga pensara que tus hijos no te han dado más que disgustos.
- Me voy - Enara levantó la voz.
- No cariño. ¿Cómo te vas a ir así?
- Echando primero un pie y luego el otro - aclaró Carmen -. ¡Anda, ingrata! ¡Vete!
- ¡Carmen!
- ¿Qué quieres Aurelio? ¡Tanto Carmen! ¡Carmen! ¡Qué me vas a quitar el nombre!
La llamada del móvil de Enara estalló en plena discusión.
- Es Hodei - susurró.
- Responde, hija responde - animó Aurelio.
- Anda, cielo, dile a ese chico que se acerque hasta aquí - dijo Carmen después de lanzar un suspiro resignado al aire. Repentinamente relajada como si hubieran mantenido una conversación liviana -. ¡Qué no vaya a pensar que su suegra es un ogro!
- Todavía no eres suegra, mama - añadió divertido Ekain avanzando por el pasillo.
Enara se palpó la tripa.
- ¡Contesta de una vez! - ladró de nuevo Carmen -. Parece que no tenéis sangre en las venas.
- ¡Hola cariño! Estoy en casa de mis padres. ¿Qué te parece si te acercas? Estamos todos. Mi madre te quiere conocer - notó que yo me revolvía en su vientre ante el desconcertante acontecimiento que se avecinaba. "¿Sería capaz de morderse la lengua amama o se envenenaría?", me pregunté.
- Me gustaría - susurró Enara después de unos segundos de escucha.
- Carmen por lo que mas quieras - indicó aitita.
- ¿Cuándo os he puesto en evidencia a alguno de vosotros? - se defendió la aludida con acritud.
- Y de paso, pregúntale a Hodei qué es lo que más le gusta para que pueda venir a comer - ironizó Enara -. Pregúntale también a ver si los lunáticos comen menú especial de astronautas.
"¡Hija de madre! Deja el tema, amatxo, no se vaya a caldear otra vez el ambiente que no debe ser bueno para mi".
- Estas discusiones no son buenas para Garbancín, Carmen - decía el aitita -. Modérate un poco.
Amama nos acompañó a la segunda ecografía. Hodei le cayó muy bien desde el principio. Los dos hablaban mucho y se sinceraron uno con el otro. Por otra parte, a mamá se le despertó una segunda preocupación. A cada momento más atemorizada, debido a que la actitud de papá dio un giro rotundo. No en lo básico ni en la atención hacia amatxo, que seguía concediéndolo todos los caprichos, demostrando una paciencia infinita, sino en que se mantenía más taciturno de lo habitual en él. Yo, desde mi condición de Garbancín, me percaté de ello y le mandaba mensajes a amatxo, que tardó un poco más en entender. Aita se esforzaba por hacerla feliz, de eso no había duda, incluso se confabuló con amama Carmen para que le diera la receta del bizcocho, que por cierto, salvo los dos primeros que salieron secos, los demás, superaban con creces los de amama. Prudentemente amatxo se reservó esta observación, que tal vez hubiera dado al traste con la complicidad y buena armonía de ambos bizcocheros.
Como digo, fuimos los cuatro a la consulta de Arantza. Les mostró la foto donde aparecía mi cuerpo más o menos formado. Escucharon el latido de mi corazón, todos lloraron emocionados y observaron mis movimientos, aparentemente ajeno al mundo real. ¡Pobres infelices! ¡Si ellos supieran!
- ¿Queréis saber el sexo de Garbancín?
- ¡Por supuesto que queremos! - estalló Carmen, todavía llorosa.
- Son ellos los que deciden - agregó Arantza sin desviar la vista de la pantalla - ¿Queréis?
Ambos asintieron expectantes.
"¡Ya sé lo que voy a ser!", grité desde el remoto lugar donde me encontraba.
- Será un niño.
- ¡Un chico! - exclamó eufórico Hodei.
- Mira, ya tienes compañero para los partidos del Alavés - terció Carmen.
- ¡Eh, Carmen! ¡Qué a las chicas también nos gusta el fútbol! - dijo Arantza.
- ¡Qué emocionante! ¡Mi chiquitín! - amatxo no podía dejar de llorar.
- Todo está perfecto, chicos. Escuchadme bien, te voy a programar una nueva analítica para el final del mes que viene. Hay que realizar el test de O 'Sullivan, con él se mide el azúcar y se descarta una posible diabetes gestacional. No os asustéis - aclaró -. Todo está perfecto, pero hay que tener en cuenta muchas cosas. Así nos aseguramos que no haya sorpresas tras el parto.
- ¡Qué barbaridad! ¡Cuántas cosas se hacen ahora previas al parto! - exclamó Carmen rebosante de alegría.
Paski simulaba no escuchar las conversaciones de las hijas pero no perdía comba. A veces me las refería por las noches, una vez acostados. Yo que me pasaba unas doce horas fuera de casa trabajando y metiendo horas, no estaba para mucha charla nocturna pero ella se empeñaba en ponerme al corriente. Me contaba de pe a pa, quien era el noviete de turno de cada una de ellas o como se las ingeniaban Alberto y Carlos para hacerse hombres antes de tiempo. Ni que decir tiene, que las supuestas novias de los chicos, le importaban un bledo porque "ya tendrán cada una una madre que se ocupe de ellas", aseguraba convencida.
- Necesito tu ayuda, Siricio - me decía en susurros mientras me zarandeaba al notar mi cambio de respiración e impidiéndome echar una cabezadita antes de que apagase la luz de la mesilla de noche -. Esto es complicado para mi sola.
- Para ti no hay nada complicado, Paski - le animaba yo en un duermevela continuo.
- ¡Qué fácil es para ti, Siricio! Te vas de casa, vuelves justo un ratico para comer y te largas de nuevo y aquí me quedo yo con todo el pastel.
- No me jodas, Paski. Me paso el día trabajando, pensando en la universidad de los hijos. Vengo justo para comer, por verles, para disfrutar de esa media hora juntos - me defendí -. Por la tarde vuelvo a trabajar. Todo lo hago por vosotros.
- ¿La partida de cartas en el bar también es por nosotros?
- Paski, cariño, que tú también cuentas con tus horas de relax. No me seas tan puntillosa.
- Bueno, ahora es otra cosa de la que te quiero hablar... Estoy preocupada por las chicas.
- Si no te dedicaras a husmear entre las cosas de tus hijas, te dejarás de espiarles desde el pasillo, no tendrías tantos quebraderos de cabeza - le reñía sin mucho ánimo ni convicción.
- ¡Ay, marido! Si llego a saber que no te ibas a preocupar de los hijos ni un tanto así - se incorporaba en la cama para que viese la uña del pulgar sobre la punta del índice -, para rato me hubiera casado contigo y mucho menos tener tantos hijos.
- No empieces con lo mismo otra vez. Qué yo sepa nadie te amenazó con una pistola para casarte conmigo, que siempre aseguras que lo hiciste por amor y lo de los hijos, en aquella España de Franco era lo normal. Había que tener muchos para demostrar que se valía.
- ¡Valiente tontería! ¡Qué se valía, dice! - elevaba el tono de voz y emitía un repulsivo jaja forzado.
- Anda, Paski, cariño, vamos a dormir que mañana madrugo.
- También yo, Siricio. También yo madrugo para comprar, poner la casa en orden, mañana toca plancha, que no creas, tengo para dos horas. Y luego toca zurcir calcetines, poner el cocido y...
- Déjalo ya, por favor.
- ¡Qué fácil es ser hombre! - rezongaba -. Total que no me has sacado de dudas con lo de Lucia.
- ¿Qué pasa con Lucía? - preguntaba a regañadientes, totalmente desvelado.
- Qué anda tonteando con un chico.
- Lo normal a su edad, Paski.
- Este pollo es jugador de fútbol.
- ¿Qué tiene que ver el deporte que haga?
- Y encima es guapo y joven y ahora tiene dinero y fama y...
- Habla con ella.
- Es Lucía la que ya no me cuenta nada, ¿qué quieres que vaya donde ella y le diga que me cuente lo del futbolista?
- Si no escucharas lo que no te importa...
- ¿Cómo no me va a importar lo que hacen mis hijas? Con quién salen. Quién les encandila. Quién...
- ¿Se lo contabas tú a tu madre?
- No, Siricio. Entonces no se hablaba de esas cosas. Todo era pecado.
- ¡Ya lo creo! - sonreí recordando nuestro noviazgo -. Pues no me costó tiempo ni nada que me dieras un beso.
- Y ahora, ¡ya ves! Ellas cuchicheando a mis espaldas del mago del balón.
- ¿Lo del futbolista va en serio?
- ¡Yo qué sé, Siricio! - sonrió en la oscuridad -. ¿Ves? A ti también te preocupa el tejemaneje del futbolista.
- ¡Qué me va a preocupar! No entiendo porqué a ti te lleva de cabeza.
- Porque si juega en el Alavés, habrá venido para una temporada o dos y luego se marchará y si te he visto, no me acuerdo. Eso en el mejor de los casos. Que igual el mocete mete gol y nos la deja con un bombo.
- ¡No me jodas, Paski! Nuestras hijas no son de esas.
- Cuando una se enamora pierde la cabeza por completo.
- ¿Es lo qué te pasó a ti?
- ¡No me hagas hablar!
Hubo un silencio prolongado. Ninguno dormía pese al cansancio recurrente que se hacía fuerte a mitad de semana.
- ¿Sabes de dónde ha venido el chico? - pregunté cuando el reloj de la iglesia dio la una.
- ¿Qué chico?
- ¡El futbolista! ¿De quién estamos hablando?
- Ahora no hablábamos. Yo daba mil vueltas, tú a saber dónde andabas.
Me di la vuelta, cerré los ojos esperando que me abrazara Morfeo.
- Creo que es de Córdoba. ¿Qué te parece?
- Pues que si todo va bien, veremos la mezquita.
- Nunca te tomas nada en serio - me regañó.
Veintitantos años llevaba el futbolista casado con Lucia. Dos temporadas jugó en el equipo babazorro Se casaron al termino de la segunda temporada porque dio el salto a primera división. Firmó cuatro temporadas con el Zaragoza. Luego una lesión le apartó del juego. Se establecieron en Vitoria. Encontró un buen trabajo. Continuaban felizmente casados, con dos hijas como dos soles.
Avanzaba el sexto mes de embarazo y gracias al cordón umbilical y al desarrollo de mis músculos, podía moverme con mayor soltura y energía. Comencé a reaccionar a estímulos musicales y aunque estaba más acostumbrado a las coplas de la Piquer por mi primera vida, gracias a la música que ponía papá en el coche descubrí el reggaetón. Mamá se sentía excesivamente cansada. La prominente barriga le obstaculizaba casi cualquier movimiento. Estaba hinchada, casi todos los días sentía que se le clavaba una punzada fuerte de dolor en la espalda, que la mantenía postrada más tiempo que el deseado. En algunas posturas estaba muy incómoda y además se veía fea y poco atractiva. Por el contrario, papá parecía disfrutar de estas incomodidades. Le seducía el pretexto de no apartarse de su lado, salvo en el trascurso de las horas de trabajo. Por otra parte, yo me sentía bastante molesto. Cada vez que mamá descubría algo de mi cuerpo, se lo comentaba a todo el que estuviese cerca y todos se afanaban en tocarme a través de la pared abdominal.
- Mira mamá, aquí tiene un pie. ¿Lo notas? ¡Hodei, si palpas aquí notarás sus manitas? Aquí tiene la cabeza...
Todos obedientes iban posando las manos sobre la barriga de mamá. Todos sonreían. Todos tocaban. Todos se ponían muy pesados, mientras yo intentaba moverme, cambiar de postura para que notasen que sabía hacer algunas cosas y para que el regocijo general fuera aumentando. Y sobre todo, para que me dejaran tranquilo, una vez que todos me hubieran palpado.
Por otra parte mis hijos y nietos seguían incordiándome con que si me estaba dejando, con que no era capaz de vivir solo y amenazaban constantemente con ponerme una guardiana las veinticuatro horas del día para que supervisara mi vida.
Así estaban las cosas. Para paliar un tanto los efectos de la vejez y del próximo nacimiento de Garbancín o dicho de otra manera de mi mismo, me acerqué hasta casa de Aurora. En otro tiempo fue una mujer de bandera que regentaba, todavía en la actualidad se mantiene en pleno auge, el mejor prostíbulo de toda la ciudad. Situado en pleno centro, en el número 12 de la calle Dato. Aurora contaba con dos años más que yo, o sea ochenta y cuatro y aunque el tiempo le otorgó algunas arrugas, pasos inciertos y pequeñas lagunas de memoria, todavía conservaba el empaque y el donaire de la lejana juventud. No fui un santo, aunque le guardé fidelidad absoluta a mi Paski. Pero disfruté de los servicios de Aurora antes de casarme y una vez de quedar viudo. Uno es hombre y tiene sus necesidades. Aunque ella se metió en muchas camas, me tuvo un especial cariño y hoy en día, si se lo pido, podemos mantener un affaire que nos alegra el corazón a ambos. Y lo más importante es que somos buenos amigos, confiamos uno en el otro y nos contamos nuestras cuitas.
Conocí a Aurora Beltrán siendo un crío de quince años. Ella estaba muy desarrollada y como sucede en los casos en los que el hambre y la necesidad se asientan en el estómago, tenía un desparpajo, a todas luces tan maduro como su esbelto cuerpo. Ahora puedo decir que fue la primera mujer de la que me enamoré. Recaló en Vitoria en un tren procedente de Albacete. Los pasos tímidos e inciertos le llevaron calle abajo, según salió de la estación de RENFE. Era una mañana gris, fría y lluviosa de mediados de noviembre. Con unas pocas monedas en el bolsillo atravesó el umbral de un bar. Las dejó sobre el mostrador.
- Solo tengo esto pero mi hermana tiene frío y me gustaría tomar un vaso de leche caliente, si puede ser.
El tabernero, un hombre de mediana edad y una abultada barriga, le observó dubitativo antes de servir la comanda. Aquel hombre era mi padre, que se apiadó de ella. Dos vasos de leche y unos bocadillos. Las miradas de los paisanos se posaron despiadadas en su abrigo raído de lanilla. Un parroquiano le sonrió sibilinamente, ofreciéndose a pagar la consumición a cambio de algunos favores. Con orgullo en la mirada, ella rechazó la invitación. Las pocas mujeres que se encontraban en el local, acompañadas de sus esposos, le obsequiaron con ojos recelosos, mientras sus miradas ambarinas, sus cabellos cardados y sus labios rojos le susurraron con el pudor y el recato de aquellos años de voraz fariseísmo: "Puta. Fresca. Mantenida." Se acompañaba de una chiquilla menuda, pálida, que trataba de absorber con voracidad cualquier detalle de la ciudad, con sus ojos oscuros llenos de curiosidad. Sorbieron unos tragos del vaso de leche que les abrasaron el esófago. Salieron al frío mordiente de la calle triste. Tenía la cara más preciosa, dulce y alicaída que había visto jamás. Enseguida entre en la cocina del bar y le puse al corriente a mi madre, que entre vapores y pucheros, me prestó atención. Con agilidad partió con la mano una barra de pan por la mitad. Metió unas lonchas de chorizo en cada uno y me los puso en las manos. Salí. A lo lejos la vi contoneándose con la chiquilla tratando de seguirle el paso. Aurora despertaba e incitaba a los provincianos viandantes una suerte de juegos amatorios y prohibidos, propios de quien esconde un negocio floreciente entre las firmes piernas, rebosantes de belleza y descarada juventud. Las esposas les recriminaban su actitud con codazos, susurros y algunas más atrevidas con puntapiés. Alcancé a las hermanas casi en la esquina. Ambas sonrieron ante el suculento regalo. Chispearon sus ojos y su rostro se iluminó, aportando al paseo de la una un nuevo aire de pureza y esplendor. Me sentí cautivado por aquella niña-mujer. Corría la década de los cincuenta. Sin saber a qué era debido, noté una súbita sacudida en mi interior. Mis instintos más básicos explosionaron y sin dar crédito a lo que me ocurría, advertí una humedad cálida en el pantalón. El azoramiento me obligó a guardar silencio durante varios días. Luego las conversaciones a escondidas con los amigos, me revelaron la importancia del suceso. Por entonces los prostíbulos más famosos trabajaban en la calle Nueva Dentro. Hasta allí me acerqué con los amigos y en una habitación oscura, pequeña, y húmeda me reencontré con la muchacha, que un día se bajó de un tren y pidió un vaso de leche en el bar de mis padres. Se llamaba Aurora y ejercía de lo único que en tierras albaceteñas le enseñaron a hacer: de prostituta.
Recorrí de nuevo los pasillos del local de Dato, el inmueble que no sin esfuerzo, después de varios años, pudo comprar con los ahorros de su trabajo. Pretendió que el burdel fuera de lujo, que los clientes fueran de la alta sociedad vitoriana. Lo logró. Llamé y me recibió con el júbilo de siempre, Juana, la hermana.
- ¡Qué alegría, Siricio! ¡Cuánto tiempo sin verte!
- Ando un poco liado últimamente.
- Espero que no sea nada grave.
- Nada que no tenga solución. Ya queda poco, pero estoy cansado, la verdad. ¿Está tu hermana?
- Pasa, pasa. Sabes de sobra que para ti está siempre. Ya conoces el camino.
Avancé por el pasillo alfombrado en dirección al salón. Aurora se sentaba en una silla tapizada en tonos granates. Permanecía erguida en torno a una mesa camilla. Sigiloso me pertreché a su espalda. Trataba de resolver un solitario.
- Si sacas el tres del montón, sacas también el seis de copas y el cinco de oros. Luego mueves el cuatro de copas y el tres de espadas y te queda una calle libre - expliqué a su espalda, señalándole los movimientos.
Se volvió soltando las cartas, que cayeron en cascada sobre la mesa.
- ¡Siricio! Me tenías preocupada. Te he llamado varias veces. ¿No te lo han dicho?
- Mis hijas me ponen enfermo, Aurora. Seguro que se les ha olvidado - llevaba en la mente la idea de contarle algo de lo que tenía entre manos, pero me arrepentí de inmediato.
- Ven, siéntate a mi lado y cuéntame qué es de tu vida - sonrió como una chiquilla - ¿Quieres un poco de bizcocho con un cafelito?
- Muchas gracias. No quiero nada, últimamente el bizcocho me da nauseas.
- ¿De verdad? Pero si te encanta mi bizcocho de mantequilla y limón. Anda, vamos a comer un poco y luego nos vamos a retozar un ratito - hizo un guiño, mostrándose mimosa.
- Como quieras - no podía negarle nada a aquella chiquilla -. Pero primero retozamos y luego le damos un bocado al bizcocho.
Hodei sacó la llave del bolsillo. Se mantuvo erguido ante la puerta. Tras breves instantes, pensando en la que se avecinaba a continuación. Por fin se decidió a manipular la cerradura.
Avanzó cabizbajo por el largo pasillo que comunicaba dos pisos. Los focos sobre las puertas le indicaban las habitaciones ocupadas. Se escuchaban algunos murmullos y jadeos a través de las puertas. Luego la voz del televisor, le anunció que había llegado al confort de la casa. Se cruzó con un anciano que salía del salón. El hombre experimentó un vahído al cruzarse sus miradas.
- ¿Está usted bien? - el joven sujetó al vejete por el brazo.
- No ha sido nada - musitó el hombre sin poder apartar la vista del joven.
"¿Qué hace aquí este chico? Tanto cuidado que tuve para buscar un padre y resulta que elegí al más putero. ¡Hay que joderse! Pobre mamá. ¿Qué hago yo ahora? Mal comienzo tiene esta pareja".
- ¡Mamá!
- Estoy en el salón, cariño - respondió Aurora.
- Mamá, este señor se ha mareado.
- ¿Mamá? ¿Cómo que mamá? - susurré sin dar crédito.
- ¡Siricio, cariño! ¿Qué te ha pasado?
- Solo ha sido un traspiés. Tranquila, estoy bien. ¿Este joven es tu... tu hijo?
- Así es Siricio. Este es mi chico. Hodei, un cielo. Es mi vida.
"Me gustaría poder decirte que vamos a emparentar, Aurora. Que tu niño del alma va a ser mi padre y que tú pasas a ser mi abuela", pensé ruborizándome. "En menudo lio me he metido". Inmediatamente decidí que a Carmen le llamaría amama y a Aurora, abuela, ya que procedía de Albacete...
- Me voy, necesito tomar aire - acerté a decir a media voz.
- Estás muy pálido. Ven, vamos al salón - invitó Juana que al oír la voz del sobrino, salió a recibirlo.
- Es igual. Tomó algo en un bar y seguro que se me pasa enseguida.
- Quédate con nosotros un rato más. Te tomas una copita de ese licor tan bueno que tengo y ya verás como te recompone - propuso Aurora, tomándome del brazo.
- Tengo que deciros algo importante. En realidad es muy importante - puntualizó Hodei, notándose las manos sudorosas y viendo escapar la oportunidad, con la presencia de aquel pobre hombre.
- No te preocupes por él, mi amor. Es un buen amigo y así os conocéis.
- Si a ti te parece bien... - calibró la ventaja de que con mi presencia, su madre se tomaría el asunto con más calma -. Por mi de acuerdo. No tengo inconveniente.
Con pasos vacilantes me dejé guiar cogido del brazo de Aurora.
- En el sofá estaré bien - aseguré, tratando de no entrar mucho en la conversación pero manteniéndome cerca para no perder detalle.
- Lo que os tengo que decir... Esto va a cambiar nuestras vidas.
- ¡Me estás asustando, cariño! - Aurora borró la sonrisa.
Hodei se acomodó al amparo de la mesa camilla y ellas le imitaron a continuación.
- ¿Necesitas dinero? - preguntó la madre.
- No, aunque es cierto que será preciso comprar muchas cosas y que alguien os va a necesitar a las dos - buscó las manos cálidas, huesudas y arrugadas de las ancianas -. Voy a tener un hijo.
- ¡Válgame Dios! - exclamó Juana, soltando el lazo que formó papá, llevándose las manos a los labios -. Pues claro que tendrás un hijo, con lo buen mozo que eres y guapo e inteligente, estudiado, leído y viajado y además buena persona...
- Va a nacer pronto, tía.
- ¿Cómo que va a nacer pronto? - estalló Aurora al borde del desmayo.
"A punto de estallar la tormenta", me dije notando un sudor frío.
- Mi chica está de seis meses.
- ¡Vaya! Muy listo no se si es, Juana. ¡Mira! Se la han colado.
- No mamá. Es mi hijo.
- El chaval lo sabrá, Aurora - arremetí con ímpetu.
- Eso te ha dicho ella y tú te lo has creído. ¡A saber en cuántas camas se ha metido la pelandusca esa!
- Qué no mamá. Sé que es mío.
- ¿Ves, Aurora? Si él dice que es suyo, es que es - añadí, haciendo causa común con mi padre.
- Qué no conoces a mi chico, Siricio. Que es un pedazo de pan y ella a saber quién es.
- ¡Mujer! Parece mentira que hables así, precisamente tú que los dos sabemos que viniste de Albacete donde ya hacías ciertos negocios... - no pretendí ser insolente pero el comentario me salió más rotundo de lo previsto.
- ¿Te has hecho una prueba de ADN? Por eso sabes que es tuyo - indagó la madre algo intranquila.
- No mama. No me voy a hacer ninguna prueba. Siento aquí dentro que Garbancín es mío - se tocó el corazón a través de la camisa.
- ¿Le estás oyendo al chocholo éste, Juana? Que lo siente dentro, dice. ¿Te has vuelto tonto de repende o qué coño te pasa?
- Esas cosas se saben, Aurora. Con cada uno de mis hijos, supe que mi Paski estaba embarazada, incluso antes que ella misma.
- Pero tú estabas casado, amigo. No compares.
- Sabía que te pondrías como una fiera. No me atrevía a decíroslo y también, Enara tardó unos meses en confesármelo.
- Claro, hijo! ¡Cómo no va a tardar! Estaba buscando padre a pito, pito gorgorito. Y mira por donde, ha encontrado un tonto que se hará cargo porque lo siente aquí dentro - se golpeó el corazón con fuerza.
- ¿Por qué te empeñas en desconfiar siempre de los demás, mamá?
- Eso, Aurora. Eres terriblemente desconfiada. Si la chica es muy maja. Ya veras cuando la conozcas, te va a encantar.
- ¿Tú que sabes? ¿Acaso la conoces?
- ¡Qué la voy a conocer, mujer! Intuyo que será buena persona, solo con ver a tu chico, pues, eso... Es de imaginar que será como él, buena persona y maja.
- Pues a mí me hace mucha ilusión ser tía abuela - sonrió Juana alborozada -. ¡Qué quieres que te diga!
Aurora les lanzó dardos con los ojos fríos. Señalando a la hermana, agregó:
- Me gustaría que por una vez razonases. No puede hacerte feliz que se rían de Hodei, que es tu ojito derecho.
- Y el izquierdo, hermana. También es mi ojito izquierdo - sonrió, acariciando el rostro del sobrino.
- ¿Quieres saber porque no me fio de nadie? Pues te lo he explicado mil veces. Pero una vez más, voy a hacerte un pequeño resumen - encendió un Winston largo, dio una bocanada ligera y continuó -. Vine desde Albacete con una mano delante y otra detrás, con una niña de doce años. Entonces no había servicios sociales y en esta ciudad tuve que trabajar y aguantar a mucho baboso. Ser puta con diecisiete años no es fácil.
- Me sé tu historia de memoria y Enara es una buena chica que...
- ¡Cállate! - propinó un golpe fuerte en la mesa. Un vaso saltó estrellándose contra la alfombra que cubría el suelo pero no se rompió -. Ser puta no es fácil nunca pero con mi edad, que estaba más cerca de la niñez que de enfrentarme a la vida de adulta, menos todavía. Tuve que dormir en portales, con una niña pequeña hasta que una buena persona me acogió en su casa. Fui guardando todo el dinero. Nunca me casé pero admití con aversión, todos los regalos que me pusieron a los pies los babosos de esta ciudad. Salí adelante. Tuvieron que pasar treinta largos años hasta que pude comprar esta casa y montar mi negocio. No me quedó más remedio que espabilar. Me marqué un objetivo claro: Hacer dinero. Montar un puticlub de lujo en la calle más importante de una ciudad provinciana y recatada como Vitoria. Me costó muchos sudores y desvelos. Mi meta era estar bien relacionada, que la clientela fuera de postín. El dinero abre todas las puertas. Subí a lo más alto, me codee con lo más granado de la empachada sociedad. Un día me visitó el capitán Alfonso Librado, un guardia civil que merodeó por mi alcoba durante muchos años. Vino con una historia desoladora. Se trataba de un niño, que habían abandonado en la puerta del cuartel, cubierto con una mantita rota, desnudo y con un papel cosido a la manta. "Se llama Hodei". Por entonces tenía un asunto turbio que me llevaba de cabeza. Librado me aseguró que aquello quedaría zanjado si me quedaba con el bebé - sonrió tristemente -. No me gustaban los niños pero ante las represalias, no tuve más remedio que aceptarlo. Al día siguiente, el bebé, llorando con rabia y desdén, atravesó la puerta de esta casa. Librado lo trajo en un cestillo. Mi vida cambió en ese instante. He sido la mujer más feliz del mundo.
- Mamá, sé de tus infortunios y sacrificios. Sabes que os adoro a las dos y no albergo otro deseo, que el de ser comprendido en este momento.
- Puse mi mundo a tus pies - desoyó el comentario de papá -. Te lo he dado todo. Los mejores colegios, una carrera universitaria, un futuro. ¿Qué mi niño quiere moto? Moto tuviste. Que ahora quiere coche, toma coche...
- Mamá, querida. Sabes que junto a la tía Juana - le dirigió una mirada sonriente -, sois lo que más quiero. Te agradezco todos tus sacrificios y el esfuerzos realizado para darme lo mejor. Me has hecho muy feliz, las dos sois excepcionales y como tal, espero de vosotras todo vuestro apoyo y comprensión.
- ¡Qué ilusión Aurora! ¡Voy a ser tía abuela!
Aurora se levantó con brío y comenzó a ahuecar los cojines del sofá.
- ¡Mamá! ¡Por favor!
- Ni mamá ni leches. Esa desvergonzada se ha reído de ti en tus propias narices.
- ¡Aurora! - exclamó la hermana -. Mira que eres terca. Contenta podías estar. ¡Un niño!
- ¡Una mierda!
- ¡Un nieto, Aurora! Un nuevo retoño en la familia que lime ese áspero corazón - intervine un tanto dolorido por la verborrea de mi querida amiga.
- ¡Vete a la mierda, Siricio! ¡Nadie te ha dado vela en este entierro! Si se te ha pasado el mareo, ya puedes ir ahuecando el ala - repentinamente se giró para dirigirse a Hodei -. Y tú, tonto Coria, dile a esa que hasta aquí ha llegado contigo.
- Estamos viviendo juntos, mamá.
- ¿Pero tú le oyes Juana? Hace dos días no tenía novia y hoy está viviendo con una zurriputipuerca que la ha endilgado una criatura - se adelantó y se plantó en jarras delante de Hodei -. Mira chaval. Ahora vas a casa y le plantas las maletas en la puerta a la puerca esa y le dices que tú de tonto no tienes nada.
- Estoy viviendo en su casa.
- ¿Qué te has ido a su casa? Pero bueno, chico, ¿te estás automedicando? Te has metido en la boca del lobo.
- Mamá, por favor, tranquilízate.
- Eso, Aurora, que te va a subir la tensión - apostilló Juana.
- No me da la gana tranquilizarme. Y si me sube la tensión, que me suba. Si me da un telele, éste idiota tendrá la culpa.
- Para ella es más cómodo que vivamos en su casa. Una vez que nazca el niño, ya veremos dónde vivimos.
- Tú vivirás en tu casa y ella que vaya a buscar al padre con el renacuajo.
- Deja que se explique bien. ¿Desde cuando sales con esa chica, cariño? - Juana trató de aclarar algunas cosas, intentando así añadir calma al ambiente.
- No ha sido una relación al uso. Nosotros no hemos sido novios, por así decirlo.
- ¿No? Y entonces, ¿qué erais?
- Hodei idiota y ella una lagarta, ya te lo digo yo - agregó Aurora cada vez más crispada.
- Nos conocimos una noche en un bar de copas. Ella estaba de despedida de soltera con unas amigas...
- Y os liasteis esa misma noche - sentenció Aurora.
- Así fue. Nos dimos los teléfonos. Le llamé, quedamos una noche y así hemos estado hasta hace poco.
- ¿Ese mirlo blanco no tomaba pastillas?
- No, pero siempre tomamos precauciones.
- Ya veo, ya - añadió la madre con ironía.
- Lo que te pasa es que no estás preparada para la vida moderna, hermana.
- No estoy preparada para que se rían de Hodei - puntualizó Aurora levantando el tono de voz.
- ¡Mujer! - volví a intervenir -. Que se va a enterar todo el vecindario. Yo creo que lo que tienes que hacer es pensarlo detenidamente. Si el chaval asegura que la futura madre es buena chica, debes darle una oportunidad, como te la dieron a ti.
- No sé que interés tienes en esto, Siricio. Hablas como si fueras de la familia de esa chiguita.
"Si yo te contara...", pensé, mordiéndome la lengua para no desvelar nada.
- ¡Cómo va a ser familia, Aurora! ¡Qué cosas se te ocurren! - agregó Juana -. Nuestro amigo solo trata de serenarte y hacerte ver que en cuanto medites sobre esta situación, comprenderás que lo único importante es la felicidad de Hodei.
- Exactamente - añadí comprensivo -. ¿Ves? Tu hermana lo ha entendido de maravilla. Sé un poco benevolente, mujer. Vas a adorar a esa chica y al chiquillo que está en camino, también.
Mamá había disminuido el consumo de bizcocho y lo había sustituido por alimentos ricos en calcio, hierro, ácido fólico, proteínas y vitamina C. La mayoría de lo que ingería le proporcionaba acidez o estreñimiento, o ambas cosas a la vez. Se sentía pesada y se fatigaba con facilidad. Sus movimientos eran torpes y complicados. No se encontraba a gusto en ningún sitio, le costaba dormir e incluso encontrar una postura en la que no sintiera dolor alguno. No hablemos de relaciones sexuales. Se fueron complicando hasta llegar a ser no deseadas por parte de ambos. El problema era más de mamá. Si papá se empeñaba en comenzar con un masaje e ir recurriendo su cuerpo dando pequeños mordisquitos, besos para acabar sustituyendo la penetración por caricias, a mamá le daba la impresión de no ser deseada. Papá se volvió todo un experto para que mamá llegase al orgasmo solo con tocarle el famoso punto G. Pero en ocasiones, en esas horas bajas que todo hombre tiene por los nervios del embarazo, yo mismo las padecí en su momento, por su madre que no terminaba de adaptarse a la nueva situación de ser abuela pues continuaba mostrándose reticente y reacia, incapaz de asumir que Enara sería lo más parecido a una nuera que tendría en la vida y por otros problemas añadidos referentes a lo laboral, los gastos de Garbancín y los mil pormenores, que se sumaban día tras día, como digo, en esas horas o días o semanas en que no estaba muy por la labor de mantener viva la llama del amor carnal, mamá se mostraba taciturna y le daba por llorar inconsolablemente, asumiendo que a papá le horrorizaba tocarla porque lucía una pinta espantosa con la prominente barriga, las piernas hinchadas, la pesadez generalizada, los cambios de humor repentinos, la fatiga, la falta de horas de descanso y los dolores que se habían apoderado de su cuerpo y su mente.
Con semejante perspectiva tan poco halagüeña, enfilábamos el octavo mes de embarazo.
- No puedo presentarme así delante de tu madre y tu tía Hodei.
- Así ¿cómo, cariño? - preguntó la misma mañana de sábado en que por fin Aurora claudicó para recibir en su casa a la pareja de su hijo.
- ¡Ni siquiera me estás mirando! Ya se que estoy repulsiva pero deberías mostrarte un poco más condescendiente.
- Mi amor, me he traído trabajo a casa para pasar más tiempo contigo. ¿Recuerdas que llegamos a ese acuerdo?
- Pero mírame cuando te hablo. No es pedir tanto, digo yo.
- Cariño, tengo que terminar este proyecto para el lunes. El cliente está esperando. Él también tiene ilusiones.
- No seas sarcástico. Odio cuando me respondes con tus finas ironías, que te parecerán graciosas pero no lo son - Enara mostró crispación.
- Cariño no hace falta gritar. Garbancín se va a asustar.
"No hijo, no me asusto tan fácilmente. El antecedente a ésta fue mi Paski, ahora, también te lo digo, como le consientas todo, te has caído con todo el equipo", grité desde mi acomodo, sabedor que ninguno me podía escuchar, pero con la esperanza de que les llegara una señal, cuando menos.
- No voy a casa de tu madre. No así.
- Enara, cariño. Nos están esperando. Mi madre está entusiasmada por conocerte - mintió el paciente futuro padre -. Explícame qué es eso de que no puedes ir.
- Estoy fea y horrible.
- Estás hermosa.
- ¡Arréglalo! ¡Claro que estoy hermosa, hermosa como una vaca!
- ¡Enara, amor! Me refiero a que estás bella, guapa. Estás embarazada y para mi eres la mujer más guapa de Vitoria.
Enara sonrió a medias. La mirada cálida de Hodei le transmitió una ternura infinita.
- Y si no les gusto?
- ¿Por qué no ibas a gustarles?
- Porque estoy fea e hinchada y torpe y...
- Y bella, muy bella - la atrajo hacia él basándola con suave terneza, como si fuera de cristal y pudiera estallar al mínimo roce. Le acarició la tripa -. Garbancín! No le hagas caso a mamá, que ya verás que guapa es.
"Es muy guapa, ya lo sé. Cómo que la elegí a conciencia, chato".
- ¿Cómo te encuentras esta mañana, papá? - preguntó Luisa al llegar con la compra una mañana de febrero.
- Muy bien cariño - aseguré besándola.
- Te veo muy animado.
- Lo estoy, lo estoy.
- ¿Ese cambio tan repentino, ¿a qué es debido?
- A que pronto llegará la primavera, a que me he reencontrado con unas viejas amistades, a que he conocido gente nueva y a que me gusta mucho la idea de volver a vivir.
- ¡Vaya, papá! Muchas novedades son. Cuéntame, ¿quiénes son esa gente nueva que has conocido?
- Pues gente, hija gente.
- ¿Los has conocido en los cafés que frecuentas? Son personas de tu edad?
- Y más jóvenes! - exclamé sin contener el alborozo -. Los viejos como yo carecen de interés. Principalmente se trata de una pareja que van a ser padres próximamente.
- No me asustes papá. No te estarán contando alguna milonga para sacarte dinero, ¿verdad? Que tú eres muy confiado. Un feliciano, ya lo decía mamá.
- ¡Tú te crees que yo me chupo el dedo! No hija, tu padre es muy listo. Se trata de otra cosa, que no me atrevo a contarte porque no te lo creerías, te faltaría tiempo para cascárselo a tus hermanos y entre todos ponerme de vuelta y media y tacharme de loco.
Luisa sonrió divertida. Hacía mucho tiempo que no veía a su padre tan contento y jovial y se alegró mucho por ello.
- Estás muy gracioso papá y me alegro de que tu humor haya mejorado tanto en los últimos meses - mi hija sonrió divertida y me besó en la mejilla.
- ¡Anda! - exclamé sorprendido. Hacía mucho tiempo que mi niña no se mostraba tan cariñosa -. Dame un abrazo tesoro.
Atravesábamos el noveno mes de embarazo. Fui consciente de que el estómago y el intestino me funcionaban correctamente. Mi piel estaba más suave y carecía de arrugas. ¡Ya podía extenderse este detalle en mi otra vida! Además el color era sonrosado. Había crecido mucho y como consecuencia, mis movimientos resultaban algo bruscos, según amama Carmen porque soy un cabezón. Lo que peor llevaba era el escaso espacio que tenía para moverme. Un tanto aburrido, me pasaba el tiempo dando patatas, cosa que a amatxo le servía para practicar su deporte favorito: ¡Quejarse! Sin embargo, aita lo celebraba asegurando que sería buen goleador para el Alavés. Las típicas tonterías que hemos dicho todos los padres. Recurrentemente me arañaba a mi mismo, debido al crecimiento exagerado que experimentaron las uñas de los pies y de las manos. Eran tan largas como los deditos. Supongo que será algo normal, aunque en ocasiones estudiaba la posibilidad de que fuera debido al pacto. ¿Qué pensaría la familia? Jamás tuve una experiencia ni remotamente parecida y me aterraba la idea. Era capaz de respirar, succionar y deglutir al mismo tiempo. ¡Si me viera mi Paski! Ella que aseguraba que los hombres somos ineptos para hacer dos cosas a la vez! ¡Paski cariño! ¡Ya ves! Puedo hacer tres cosas a la vez. ¡Tres! Trabajaba casi a destajo, pues fabricaba mi propia sangre. Además me predisponía para el parto. Tarea nada sencilla para un pobre nonato o eso me parecía a mí. Me lo dictaba la conciencia o una fuerza interna me impulsaba a mover la cabeza hacia abajo, en posición de salida.
- Hola, cariño. ¿Cómo está mi ahijado querido? - Patricia se comprometió a dar un paseo con mamá todos los días.
Hace meses que me enteré de que son amigas desde pequeñas. Aita estaba encantado con ella y le delegaba algunas cosas importantes, aprovechando que la eligieron como madrina. Me gustaba mucho esta chica. Muy alegre y risueña y le hace ojitos al mejor amigo de aita. También se alió con amama Carmen. Ambas conspiraban a espaldas de amatxo. Comprendí que era por el bien de amatxo.
- Garbancín parece que va bien, sin embargo yo estoy aterrada a la par que cansada, perpetuamente agotada, hinchada, gorda y repelente.
- No seas exagerada, princesa. Estás como todas las embarazadas, pero tienes una cara preciosa.
- La madre de Hodei dice que igual la ginecóloga se ha equivocado y que tengo una niña porque cuando se está tan guapa de cara, es que va a ser niña.
- ¿Qué tal te llevas con ella?
- No sé qué decirte. Me mira de manera extraña y el otro día me dijo que si Garbancín no se parece a Hodei que tendrá que hacerse una prueba de paternidad.
- ¡Qué arpía!
- Eso dice mi madre. Sin embargo la tía Juana es adorable.
- ¿Qué dice Hodei de todo esto?
- ¡Qué va a decir! El pobre está entre la espada y la pared, quiere mucho a su madre y discuten con frecuencia.
- Para tu ama también tuvo que ser fuerte enterarse de la profesión de esa señora, me imagino.
- ¡No lo sabes bien! En un primer momento me aconsejó que cortase, eso que adora a Hodei. Por lo visto esta señora fue muy famosa de joven.
- Mis aitas también la conocían y se quedaron de piedra cuando fui con el cuento. Por lo que me dijeron, era conocida como la Beltrana.
- En cuanto a tu suegra, lo mejor será que si no puedes luchar contra ella, intentes ganártela.
- ¡Qué más quisiera yo que tenerla de aliada! El problema está en encontrar la manera de hacer que pase a mi bando.
- Cuestión de tiempo, cariño. Algún punto flaco tendrá doña Hume. El tema está en averiguarlo y lo harás más pronto que tarde.
- Me las arreglaré de alguna manera. Hablando de otra cosa... Siempre hay un señor con un nombre muy raro, que nunca me acuerdo, que debe ser un buen amigo de la madre y la tía y cuando vamos, me besa y me desea todo lo mejor. Es muy simpático pero muy raro y sabe muchas cosas que no he contado nunca en casa de Hodei.
- Será el novio de la madre.
- Creo que solo es un buen amigo de ambas, de la madre y la tía. Fíjate, un día me regaló un bizcocho exactamente igual a los de mi ama. Dijo que lo había hecho una nieta suya. Sabía que tengo antojo de bizcocho. Hasta Hodei se sorprendió, pues ni siquiera se lo había contado a su madre. La tía Juana también hace bizcocho de limón y mantequilla.
- Qué tipo tan misterioso. Parece cosa de brujas.
- Con Madame Aurora por medio, qué otra cosa se podía esperar.
Ambas rieron de buena gana.
- Cualquier día la vemos sobrevolando la ciudad con su escoba o cabalgando con el macho cabrío - vaticino Patricia con voz espectral.
"No mentes al diablo, chiquilla - advertí recostado cómodamente en mi cubículo -. Si supieras amatxo, que yo mismo, tu Garbancín del alma, fue quién pactó con Satanás...
- ¿Os habéis decantado ya por un nombre? - preguntó amama Carmen a papá -. Te lo pregunto a ti porque con Enara no se pueden mencionar según qué cosas, hijo.
- Está hipersensible este último mes. Menos mal que ya queda poco para el parto.
- Si hijo, menos mal. Enara es buena chica pero el embarazo le ha agriado un poco el carácter. Cuando nazca Garbancín, volverá a ser la misma de siempre.
- Tiene mucho miedo. Yo también, no creas pero ante ella disimulo. ¡Qué voy a hacer! Me esmero para hacerla feliz, aunque no siempre lo consigo, soy consciente de ello.
- ¡Qué bueno eres con mi niña! - le sonrió Carmen agradecida y le acarició con la mirada -. Lo del miedo es normal. Yo estaba aterrada. Se lo digo, que todos estamos pendientes y que no va a tener problemas. Ha llevado un embarazo estupendo. ¡No sé de qué se queja tanto!
- En cuanto a lo del nombre, seguimos barajando varios sin decidirnos por ninguno. Es muy importante porque creemos que forjará su personalidad.
Mis padres hablaban con frecuencia del tema. Al principio supuse que se decantarían por Markel, Eritz o Haitz. La abuela Aurora, que era bastante metete, aseguraba que sería niña y propuso Mercedes o Elodia. De milagro no me dio un jamacuco al escucharle. No me faltaba más que cargar con un nombre de viejo, aunque soy consciente de que vuelven a estar de moda. La calma reinaba en mi ser, sabedor de que soy un chico. A papá le gustaban mucho Hegoi o Imanol. Pero les costaba decidirse.
- Te anuncio que el parto se producirá en cualquier momento - comunicó Arantza a mis entusiasmados padres.
- ¡Qué emoción! - dijo amatxo entre hipidos. Se le saltaron las lágrimas -. A cada momento que pasa estoy más aterrada. ¿Cómo sabré que ha llegado el momento? ¿Me daré cuenta de ello?
- Te darás cuenta, cariño - dulcificó la ginecóloga -. Primero sentirás contracciones suaves, que serán más fuertes a medida que pase el tiempo. En el supuesto de que sea un parto rápido, tendrás ganas de orinar. Tú hijo saldrá, más o menos rápido, pero saldrá. No creas que se va a quedar ahí dentro por muy calentito que esté.
- Tranquilízate, mi amor. Nuestro hijo está a punto de nacer y ya verás qué bien se nos da lo de ser padres.
- Otra cosa importante - Arantza hizo que ambos prestaran atención -, si el niño no ha nacido para el 17, tendremos que provocarte el parto y hacerte una cesárea. No te preocupes. Es muy sencillo.
Mamá comenzó a sentir contracciones leves un miércoles a media tarde. Era 9 de marzo. Hacía un día de perros. El frío intenso, acompañado de un aire glaciar se dejaba sentir en los rostros de los transeúntes. Por la mañana se escaparon algunos copos de nieve, mientras nubes recias amenazaban con devorarnos. Todo se confabuló para que la familia Beltrán-Matauco acompañaran a la parturienta como un indivisible y firme clan gitano. No faltó ni un solo miembro en el acontecimiento.
Patricia llegó dispuesta a dar el paseo de rigor.
- Tiene contracciones, lleva toda la tarde - anunció Hodei con cara de circunstancias -. Está convencida de que de hoy no pasa.
- ¿Tenéis todo preparado?
- Si... Creo que si - el futuro padre paseaba de un lugar a otro intranquilo.
- Pues vamos a la clínica.
- Puede que sea falsa alarma. Hace dos días paso igual.
- Ya me lo contó. Una vez en el coche, te aseguró que había pasado. Que no era el momento.
El timbre de la puerta les sobresaltó. La abuela Aurora llegó junto con Siricio y la tía Juana. Trajeron un bizcocho de mantequilla y limón.
- Tiene contracciones - anunció Hodei.
- ¿De verdad? - Aurora avanzó por el pasillo, seguida de tía Juana. Los demás se quedaron junto a la puerta. Nuevamente sonó rotundo el timbre.
- Tiene contracciones esporádicas - anunció papá a amama Carmen.
- Aurelio está aparcando - su voz se perdió a lo largo del pasillo según avanzaba a la carrera.
- Tiene contracciones - anunció Siricio con intranquilidad, despejando la entrada al aitita Aurelio.
- ¿Son muy seguidas, mi vida? - se interesó aitita quejumbroso, abandonando un bizcocho de mantequilla y limón a un lado del sofá.
Todos se reunieron en el salón. Mamá atacó el bizcocho de Siricio. Descansó ante una nueva contracción más fuerte y cuando cesó, empezó el otro bizcocho.
- Ambos están deliciosos - aseguró con lágrimas en los ojos y la boca llena.
- Vamos a pasear un poco, cariño - invitó Patricia -. El pasillo es muy largo y te ayudará. Respira.
- Relájate mi amor - aconsejó amama Carmen, que las siguió de cerca.
- Guarda energías para después. De esto no sé nada pero es lo que se dice siempre - intervino la abuela Aurora.
Nuevamente sonó el timbre. Ekain pasaba por casualidad pero al ver aparcado el coche de los padres, se animó a visitar a la pareja.
- Tiene contracciones - esta vez fue Patricia la anunciante pues Hodei se encontraba revisando todo lo que necesitaban llevar.
- Tengo que ir al baño - dijo mamá - pero me llevo un cacho de cada.
Avanzó unos pasos trémulos, con ambas manos ocupadas con sendos trozos de bizcocho, ahora mordía de uno y luego de otro.
- Cariño, te vas haciendo pis - dijo aitita ingenuamente.
- ¡Ha roto aguas! - gritaron las mujeres.
- "Prepara todo, chaval, que llega tu hijo" - me dirigí a papá excitado.
- Vamos, macho, muévete - le urgió Ekain.
Entramos en el paritorio. Yo aferrado a la tibia calidez de amatxo. Papá denudado, tembloroso y aterrorizado. Mamá casi empachada de bizcocho y yo semi ahogado por lo rápido que lo había engullido. El cuello uterino se fue dilatando lentamente, con el fin de permitir mi paso al exterior. Por el sistema de monitorización vieron que mi estado era satisfactorio. Alguien aseguró que iba para largo. Continuaron las contracciones espaciadas, poco intensas y cortas durante un tiempo interminable. Desde mi posición privilegiada veía como se ablandaba y acortaba el cuello del útero. Muy lentamente. Debía estar muy atento para notar los pequeños cambios que se producían. La misma voz que aseguró que iba para largo, anunció que llevábamos cinco horas. Entonces aumentaron la intensidad, frecuencia y duración de las contracciones. Empezaron a ser cada tres o cuatro minutos. Una voz dulce trataba de tranquilizar a amatxo.
- Respira... Así, así... Muy bien. Respira... Relájate... Es importante que estés tranquila - indicó la voz pausada y dulce de la matrona -. Vamos a seguir los ejercicios aprendidos hasta ahora.
Pero mamá, estaba como un flan. Igual que en el examen final de una asignatura hueso. A punto de quedarse en blanco.
- ¿Ejercicios? ¿Qué ejercicios? - masculló mamá terriblemente cansada - . Sacadme esto de aquí, no puedo más.
- Está a punto de alcanzar los diez centímetros de dilatación - dijo alguien que exploraba la vagina de mamá.
- Vamos cariño, un poco más - seguía la matrona -. Relájate... respira... Lo estás haciendo muy bien.
- Vamos cariño, sigue empujando - la voz de papá resultaba un poco más enérgica pero me transmitía paz.
- Respira y empuja con fuerza. ¡Eso es! ¡Muy bien, Enara! ¡Ya queda poco! Se ve la cabeza.
- Necesita una episiotomía para impedir que se desgarre - comunicó alguien a voz en grito -. Es un chicarrón.
- ¡Ya está, Enara! Enseguida podrás conocer a tu bebé. Relájate. Respira tranquila. Ya ha pasado todo. Lo has hecho muy bien.
Desde mi posición me era imposible ver la cara de amatxo pero me la imagine pálida y agotada por el inmenso esfuerzo. Después de pinzarme, me cortaron el cordón umbilical y me aspiraron las secreciones de la boca y de la nariz, que más que porquería eran restos de bizcocho de mantequilla y limón. Empecé a respirar y a llorar para llenar los pulmones de aire.
- ¡Qué embeleso, Hodei! - escuché a mamá con la voz cansada.
- Aquí tenéis a vuestro hijo - anunció la matrona posándome sobre el abdomen de amatxo.
- Ahora llega la hora mágica - nos comunicó alguien que ni siquiera vimos, amatxo y papá me miraban con intensidad mientras yo me acurrucaba al calor de los brazos maternos, lugar que se me antojó paradisiaco y que no quería abandonar -. Debes intentar que mame de aquí a una hora. Al agarrarse y succionar de forma rítmica, el bebé activará las células de tus pechos. No tienes que hacer nada, solo sujetarlo. El mismo buscará el camino hasta tu mama para alimentarse de ti.
- Verdaderamente es mágico - respondió amatxo sin apartar la vista de mi cuerpo.
- El contacto físico de tu piel con la de tu bebé, las caricias que le proporciones, harán que aumente el nivel de oxitocina, que no es otra cosa que la hormona del amor. La presencia del padre es también muy importante. Tú también debes acariciarlo. Todo esto generará el calostro, o dicho más llanamente, la primera leche que mamará vuestro bebé.
- Mira, cariño, ya me busca el pezón - me arrellané al amparo de sus brazos al percibir el dulce deleite que emanaba mamá al acariciar mi cuerpo. Papá había enmudecido de repente.
- Ahora el trabajo es para el bebé. Mientras se alimenta, te ayuda a recuperarte del parto. Al mismo tiempo se expulsa la placenta de modo natural y se reduce la pérdida de sangre.
Todos los presentes babeaban en la habitación viéndome mamar.
- ¡Qué barbaridad! ¡Hay que ver como traga esta criatura! - tía Juana rompió el silencio contenido.
- ¡Qué suerte, Enara! A algunos de mis hijos no hubo forma de darles teta y mi pobre Paski debía sacarse la leche. Le dolían mucho los pechos.
- Puede usted asegurar que es un suplicio - aseguró amama Carmen evocando el nacimiento del tío Ekain -. Sin contar la preocupación que te genera que el niño no sea capaz de alimentarse como es debido.
- Según dicen los expertos, el calostro aporta grandes beneficios para la salud del bebé - agregó amama Aurora.
- Últimamente he leído mucho sobre estas cosas y he aprendido que el calostro es espeso y que aparte de poseer nutrientes excepcionales, el bebé aprende a tragar y respirar antes de que la leche sea más abundante - argumentó mi madrina, que estaba dispuesta a convertirse en mi segunda amatxo.
El primer día que pude dormir en la cuna junto a la cama de mis padres, me supo a gloria. La casa era espaciosa y muy confortable. Aita estaba pendiente de amatxo y aunque ella se sentía muy cansada y soñolienta, a causa de que mi sueño era algo ligero y cada tres horas me despertaba ansioso por mamar, se mostraba muy feliz. Ambos me observaban con delirio. Comprendí que de no dejarle descansar como era de esperar, manteniendo unas horas razonables de sueño, pronto me quedaría sin madre, Así que haciendo un inmenso sacrificio, no me quedó otra alternativa que aguantarme las horas nocturnas sin llevarme un lingotazo de leche materna a la boca. Si todos los recién nacidos tuvieran mi conciencia y cordura, se evitarían muchos problemas durante los primeros meses de vida. ¡Qué cierto es que como el amor de una madre no hay nada! Ellas nos lo dan todo, sin esperar recompensas. Su sacrificio comienza en el momento de saber que se está embarazada y como bien decía mi Paski, una deja de ser madre cuando la palma. Necesitaba realizar una buena acción con mi segunda madre, ya que con la primera, por tener la tontuna bien arraigada de todos los bebés del mundo, carecí de entendimiento para comprender este gran sacrificio. Así que me dije a mi mismo: "Garbancín, si tienes hambre, cómete el dedo grande. Ni se te ocurra lloriquear y mendigar una toma entre las veintiuna y las siete de la mañana".
Todos los días nos deleitaban con visitas en casa. Los amigos de aita, las amigas de amatxo, los primos, los tíos, las chicas de la mancebía, los clientes más selectos, los compañeros de trabajo, los amigos de los respectivos abuelos....
- ¿Qué nombre le habéis puesto? - preguntó Ekain.
- Todavía lo estamos pensando - respondió Hodei -. Mañana sin falta tengo que pasarme por el registro.
- A mi me gusta Markel - amatxo dirigió una mirada mimosa a aita - pero a Hodei no le hace gracia.
Hubo un murmullo general sobre otros posibles nombres y cada uno aportó sus preferidos.
- Yo digo que le llamemos Martín. Es un nombre que ahora está muy de moda.
"Martín es nombre de viejo", quise gritarle a aita por enésima vez.
- Martín es nombre de señor mayor - aseguró Patricia.
- "¡Esa es mi chica!" - me dije a mi mismo.
- Tú como madrina puedes hacer alguna sugerencia.
- Deja, deja Carmen. Eso es tarea de los padres.
- A mi me gustan mucho Andrés, Javier, que es un nombre que siempre está de moda o Guillermo, poco oído - sugirió amama Carmen.
- Los bíblicos son bonitos - añadió tía Juana.
- A ti Aurora, ¿cuál te gusta? - la pregunta de Enara fue directa y todos guardaron silencio esperando una respuesta definitiva al problema.
- Pues... No sé... Estaba convencida de que sería niña...
- Pero algún nombre de chico te gustará más que otro - animó mamá.
- Pues mira Julián se llamaba mi primer amor, allá en Albacete. Era un chico de buena familia, que conocí una noche de San Juan. Siempre pensé que si tuviera un hijo, le pondría Julián - Aurora pareció perderse entre los recuerdos felices de tiempos remotos.
"Julián también es nombre de viejo, como Martín y Siricio. Soy un niño y tengo que llevar un nombre más moderno. Por favor, amatxo no les hagas caso. Quiero llamarme Markel", protesté desesperado.
- Pues me parece estupendo, Aurora. Mi niño se llamará Julián en honor al amor de tu juventud - aclaró amatxo, después de dirigir una mirada y un guiño a Patricia que entendió perfectamente la jugada.
Fue ese cruce de miradas cómplices entre las amigas, lo que me hizo comprender las palabras de Patricia en referencia a la bruja de la abuela Aurora: Amatxo encontró el punto flaco de la Beltrana. Asumí con tranquilidad que cargar toda la vida con un nombre de viejo, igual no resultaba tan negativo y para celebrar la victoria de amatxo, que de momento y por muchos años, sería la mujer de mi preferencia, solté un rotundo, sonoro, soberbio y maloliente pedo, que arrancó las carcajadas de todos los presentes.
- Tampoco tenemos padrino - añadió Hodei con cierta intranquilidad -, aunque en cuanto a ese punto, si estamos de acuerdo.
Todos le observaron expectantes.
- Nos gustaría que fuera usted, Siricio - la voz de amatxo retumbó en mis oídos. "Pero, chica, si soy yo mismo. ¿Cómo voy a ser mi propio padrino?"
- ¿Yo? - me señalé sorprendido, gratamente sorprendido, la verdad -. Te lo agradezco en el alma, hija. Pero has de saber que me quedan dos telediarios.
"Eso mamá, no lo habéis pensado bien. Vale con cargar con el nombrecito de marras pero lo de tener un padrino tan viejo y que soy yo mismo. Se mire por donde se mire, es un despropósito".
- Usted ha sido un referente muy importantes en estos últimos meses y nos haría muy felices - amatxo se mostraba sincera y complacida.
- Pues no sé qué decir... - me mostré azorado y violentado.
- Di que si, Siricio. A mi me hace una ilusión tremenda - aplaudió la abuela Aurora.
"Bueno, pues hasta aquí llega la historia del comienzo de la segunda vida. Me estoy temiendo que a partir de ahora, llega una nueva etapa que se convertirá en una sucesión de vicisitudes y aventuras. Todavía no me he planteado cómo lograré salir vivo de la experiencia. No lo he abordado porque estoy convencido que avanzaré con moderada tranquilidad. Julián será un niño muy feliz. Sus padres y abuelos le adoran. En el rol de Siricio, estoy encantado con el crío. He decidido pedirle a Aurora que nos casemos, al fin y al cabo, es mi primer amor. Los hijos montaran en cólera, unos más que otros. Alberto se pondrá como un basilisco. Pero después de los últimos acontecimientos, lo que piensen mis hijos o el mundo entero, me la trae floja".