Con las alas desplegadas de los primeros vuelos,
con la incursión de algunos golpes clamando al llanto prematuro,
con la risa breve seduciendo a la magia de lo efímero,
con el pálpito embobado del amor reacio,
con el poema cursi, casi enamorado,
la dispendiosa vida da paso a la madurez prematura.
Con la rabia y el sudor de la estela luminosa,
con el perfume entre las sombras
abrigando al calor y al gozo,
engalanando la dicha por un día más de disfrute y de gloria,
el flamante destino llega sonrojado.
Con la arruga bella, con la otra también,
con la brisa en la calma,
con la enfermedad en el hueco de la tristeza,
con lo rápido y lo tardo, con la diversión y el tedio,
con las horas atolondradas, con lo soez de la amargura,
con la sosería de los minutos dulces y la languidez del invierno,
llega la edad madura a sorprendernos.
Con lo añejo, arropándose en un recuerdo feliz,
con el futuro, adosándose sigiloso al refugio del mañana,
con la primitiva esencia abrochada a la suerte loca,
la edad nos protege, nos regala contento,
nos adsorbe aliento, nos devora año tras año,
mientras se manifiesta fuerte, apenas rozando tenue
y corta, siempre corta la vida.