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domingo, 4 de diciembre de 2022

LÁGRIMAS DE ORNITORRINCO, SONRISA DE MUSARAÑA

  


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD "SAN ATENODORO OBISPO". SALA DE RECREO DE LOS RESIDENTES.

30 DE ENERO, SANTA MARTINA. 12 HORAS. 


   - Igualita que el ornitorrinco - apostilló Serafín al ver que la Madre Superiora abandonaba el oratorio -. Con el mismo morro de pato, la extraña apariencia, los andares de reptil. Únicamente le falta la cola plana. De no ser mujer, pondría huevos al igual que nuestro amigo el ornitorrinco, aunque este animal sea mamífero. Solitaria y escurridiza, persigue sin tregua a sus presas. Nosotros somos sus presas, Julio. Expulsando veneno mortal como las serpientes. He de decir que el ornitorrinco oculta el veneno en las patas traseras. Este ejemplar nuestro, lo oculta tras la sonrisa ponzoñosa y las palabras tóxicas y amargas como hiel. Aquel se aísla en su madriguera, ésta en la congregación. ¡Mala pécora! Lo que te digo, Julio. Igualita, igualita que el ornitorrinco.


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD "SAN ATENODORO OBISPO". HABITACIÓN 54.

15 DE SEPTIEMBRE, SAN NICOMEDES. 16:30 HORAS. 

   Serafín permanecía recostado en el confortable sillón relax que le regalaron los hijos las últimas navidades. A ratos dormitaba, intentando mantener la atención en la programación de dibujos animados. Tom perseguía sin misericordia a Jerry, que esquivaba los escobazos, mientras lanzaba sin descanso toda clase de objetos a su perseguidor. Este había recibido más de un  cacharrazo con un perchero, una plancha y con la tostadora quedó definitivamente noqueado. Al término de la película, disminuyó el volumen del televisor. Escuchó voces en el pasillo. Con la lentitud propia de la edad se incorporó, abandonando el confortable sillón. Entreabrió la puerta. Aguzó el oído. No captó ni una palabra, aunque creyó reconocer las voces de Rogelio y Segundo. Les juzgó nerviosos. 

  A sus ochenta y cinco años presumía de tener buena vista y el oído en perfectas condiciones. Pero en los últimos meses la memoria le jugaba malas pasadas. Presentaba dificultades para recordar sucesos recientes. Con el mando del televisor en la mano, se giró en redondo con el fin de pulsar el botón rojo para desconectar el aparato. Luego abrió completamente la puerta. 

  La conversación de sus compañeros versaba sobre mantas. Lo escuchó con claridad. Asomó la cabeza. Al otro lado del pasillo, Rogelio y Segundo discrepaban. Volvió al interior de la habitación con ánimo de calzarse. Las monjas les prohibían salir de las habitaciones con zapatillas. Pensó reunirse con los compañeros. La conversación del pasillo discurría mientras buscaba el calzador. Se atusó el escaso cabello con la mano humedecida, se ajustó el nudo de la corbata y abandonó la habitación. En el pasillo no había nadie. Solo se escuchaba un rico silencio, como solía decir Sor Gundenes. Sin dirigir siquiera la mirada hacia el extremo del pasillo, donde minutos antes se fraguaba una pequeña discusión, se dirigió a la puerta de al lado.

  - ¡Julio! - exclamó después de repetir el toque con los nudillos en la maciza madera. Movió el picaporte, comprobando que estaba cerrada de llave -. ¡Julio, muchacho! ¿Estás ahí? ¡Qué raro! ¿Dónde se habrá metido este hombre?

  Regresó al interior de la habitación. Consultó el reloj, después de ponerse las gafas de lectura. Marcaba las 16:30. Se lo acercó al oído. Tal vez estuviese parado. Cabía la posibilidad de que hubiera llegado la hora de la merienda y por esa razón Julio ya no estaba en su estancia. Aunque bien pensado, no se percató del trasiego de los demás residentes, abriendo y cerrando las puertas, acompañándose de las conversaciones cotidianas.

  - Ahora tomo la de la artrosis...

  - Pues a mi me tocaba la del SINTRON en la comida pero como se me ha pasado, me la tomaré ahora...

  - Yo lo tengo pautado para las noches, ahora tomo una amarilla, chiquita que no recuerdo para qué es...

  "Con lo tranquilo que estaba leyendo el Marca. No sé porque razón he salido buscando... ¿A quién buscaba?", se preguntó a si mismo, regañándose. "Vaya cabeza la mía".

  Ocupó una silla junto a la mesa camilla y desdoblando el diario, comenzó a leer pausadamente. Repentinamente algo procedente de un rincón oculto en la mente, le obligó a dejar de lado los comentarios de los partidos de fútbol de la última jornada. Recordó la voz de Rogelio dirigiéndose a Segundo y asegurando que dos mantas cubrirían mejor el cadáver. O tal vez... ¿Era producto de su imaginación?



RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD SAN ATENODORO OBISPO. PLANTA BAJA. PASILLO LATERAL DERECHO JUNTO A LA PELUQUERÍA.

15 DE SEPTIEMBRE. SAN NICOMEDES. 16:30 HORAS

  - ¿Qué hacemos ahora? - se escuchó la voz de Anselmo, tras un largo silencio. Algunos de los congregados se sobresaltaron.

  - Es preciso enterrarla - Orquídea, tomando de nuevo el control de la situación, se mostró calculadora.

  - Lo dices tan tranquila. Como si fuera lo más natural del mundo - Rafaela no pudo reprimir estremecerse, al recordar lo sucedido minutos antes. Aunque parecía haber trascurrido una eternidad.

  - ¡No empecemos con remilgos! - cacareó la aludida con frialdad -. Todos estábamos de acuerdo con quitarla de en medio.

  - Nos referíamos a un supuesto. Jamás pretendimos llegar tan lejos - Félix se atrevió a desafiarle, mientras se acoplaba las gafas en el puente de la nariz.

  - ¿Qué tratas de insinuar? - los ojos gélidos de la anciana se clavaron amenazadores en los del hombre.

  - Imaginamos que nos desharíamos de ella. Solo se trató de un supuesto sin sentido, como el guion de una película. Nunca pensé que serías capaz de llevar a cabo tan macabro plan.

  - ¡Espera! ¡Espera! - ladró la anciana, que a sus ochenta y cuatro años se encontraba lozana y fresca -. ¿Insinúas que ha sido una locura?

  - Ha sido una locura - corroboró Rafaela -. Nunca debería haber sucedido.

  Julio se movía entre ellos arrastrando los cubos de basura hasta el jardín. Una vez allí, extraía las pesadas bolsas de los cubos y las anudaba. No sin esfuerzo, se las cargaba al hombro y encorvado por el peso, desaparecía con paso renqueante por el sendero hasta los contenedores. En todo momento estuvo ajeno a la conversación de los compañeros. Así continuó una y otra vez, hasta depositar cinco bultos, dos bolsas de basura, una de plásticos, otra con vidrios y una más con papel y cartón.

  -¡Me cago en las jodidas monjas de los cojones! - musitaba cada vez que se cargaba uno de los sacos a la espalda -. No arrastre los sacos por el empedrado del camino, don Julio. Las bolsas no son tan resistentes como parecen y si se rompen, se extenderán todos los desperdicios y causará un estropicio... Los cubos rayan la baldosa del interior, don Julio... No los arrastre, rayará el suelo que nos cuesta horas encerar... Tenga más cuidado, don Julio - imitaba el tono de voz de Sor Teresa con burla -. A ellas quisiera verlas con los sacos al hombro. ¡Las muy zorras! ¡Qué no dan ni golpe en todo el puto día!

  Brígida le observaba casi sin reparar en él, recostada en uno de los sillones del vestíbulo principal. Se vio obligada a sentarse tras lo sucedido. Al teñirse las baldosas de rojo oscuro con la sangre de la peluquera, sufrió un ligero vahído y Hortensia la apartó del lugar. Durante unos minutos se entretuvo abanicándole con un ejemplar de "Mundo Cristiano", que las monjas depositaban por las mesas, con la esperanza de que los ancianos contribuyeran con la suscripción y un pequeño o gran aporte mensual. Cuando Brígida aseguró sentirse mejor, Hortensia volvió a reunirse con el grupo.

  - Las monjas guardan mantas que no usan en enormes bolsas de plástico en las habitaciones vacías de la primera planta - argumentó Orquídea con su habitual frialdad -. Nos vendrán bien para ocultar el cuerpo y enterrarla más tarde en la parte trasera del jardín, junto al cementerio de las monjas. Es un lugar ideal pues nadie merodea por allí.

  - No es mala idea - Rogelio intentó templar los ánimos -. Si alguno tiene a bien acompañarme, husmearíamos un poco. Es preciso actuar con rapidez. Enseguida se quedará rígida y será imposible, depositarla en cualquier bolsa, por grande que sea.

  - Perfecto. Segundo te acompañará. Mientras, Hortensia y Rafaela le dais un fregado al suelo. No puede quedar ni gota de sangre. Yo me desharé del jarrón ensangrentado - ordenó Orquídea tomando el mando de nuevo -. ¡Cada uno a lo suyo! ¡No hay tiempo que perder!

  A Rafaela le hubiera satisfecho decirle cuatro cosa a la marimandona. Entre otras qué quién se creía para mangonearles a todos, presuponiendo su superioridad, con tanta prepotencia y desvergüenza. Sin embargo, observó al grupo con condescendencia y se limitó a obedecer sin rechistar. Brígida, asegurando encontrarse en perfectas condiciones, se unió a las otras dos y sin pronunciar palabra, restregó la fregona sobre la baldosa hasta conseguir que se pudieran comer sopas sobre ella.


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD SAN ATENODORO OBISPO. PASILLO DE LA PRIMERA PLANTA.

15 DE SEPTIEMBRE, SAN NICOMEDES 16:30 HORAS

  - ¿Tienes idea de cuáles son las habitaciones dónde las monjas guardan las mantas? - preguntó Segundo visiblemente nervioso.

  - No. Pero no es problema. Empezaremos por este lado, una por una - sugirió Rogelio señalando las alcobas de la derecha.

  - No hables tan alto. No es necesario que se enteren los demás residentes.

  - Si me dirijo a ti en susurros, no me oirás. Estás sordo como una tapia.

  - ¿Qué dices?

  - Que estás sordo.

  - ¿Sordo yo? - Segundo pareció mosqueado -. ¡Mira quién fue a hablar! ¡Estás chocho perdido!

  - Te he oído perfectamente. Ni soy viejo chocho ni estoy sordo. Anda, déjalo estar y vamos a lo nuestro.

  - ¿Qué dices?

  - Que busquemos las mantas y te dejes de tonterías.

  - Creo que he visto a Serafín asomándose por el quicio de la puerta de su habitación cuando hemos subido con el cuerpo.  Ese viejo se cree muy listo, le gusta merodear alrededor nuestro. Si se mosquea, es capaz de seguirnos hasta aquí.

  - Pues no perdamos tiempo. Cuanto menos gente se entere de esto, mejor.

  - En cuanto la familia de la peluquera denuncie su desaparición, vendrá la policía a interrogarnos.

 - En la residencia somos muchos. No pueden interrogarnos a todos - Rogelio trató de quitar importancia al asunto -. Si seguimos los planes de Orquídea no pasará nada.

  - No entiendo la razón de tener que acatar las órdenes de esa señora sin rechistar. Es manipuladora y egoísta. Estoy convencido de que la policía sumará dos más dos y todo este tinglado nos explotará en las narices.

  - Me da igual que la policía sume o reste. Por otra parte, Orquídea es el cerebro de la operación. Debes entenderlo y hacer que lo comprendan los demás, en caso de que se muestren obtusos.

  - Nos complicaremos la vida siguiendo sus planes. Esta mujer no me gusta nada y tampoco me gusta que a ti te guste, Rogelio. No es buena persona.

 - No dramatices. Cierto es que resulta un tanto sargentona pero se está exponiendo mucho por ayudarnos.

  - A mi me enseñaron que el que va por la vida, quitándose de en medio a quien le estorba, no es trigo limpio.

  - ¡Segundo! ¡Hombre! No le des más vueltas o te volverás loco. Vamos a dejar que transcurran los días a ver qué sucede. No olvides que la peluquera se burlaba de nosotros y maltrataba a las mujeres. Lo hemos pasado muy mal por su culpa.

  - Estarás conmigo en que cargársela no ha sido la mejor solución. Estoy convencido de que si hubiéramos hablado con las monjitas, tal vez...

  - ¡A buena parte vas! ¡Las monjitas! ¡Son un Akelarre en toda regla! Anda, démonos prisa, Segundo. No deseo cruzarme con Serafín y tener que darle explicaciones.

  - Está perdiendo la cabeza. No será ningún obstáculo.

  - Ya lo he notado pero en ocasiones está muy vivo, además goza de oído y vista excelentes.

  - Aprovechemos a salir ahora que el silencio es absoluto. Hace un  momento me ha parecido escuchar que llamaba a Julio a gritos. Como se le va la pinza, se le olvida que Julio está ocupado con las bolsas de reciclaje.

  Con sigilo y celeridad, sacaron un par de mantas y bolsas de plástico de un armario con baldas. Enfilaron el pasillo, que conducía a las escaleras.


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD SAN ATENODORO OBISPO. COMEDOR DE RESIDENTES

18 DE SEPTIEMBRE. SANTA IRENE 13:30 HORAS

  -  ¿No os parece que hoy están tardando mucho en servir la comida? - preguntó Rafaela con la preocupación dibujada en el rostro -. Tal vez la hayan encontrado.

  - ¿Pretendes que se entere todo el comedor? - los ojos glaciares de Orquídea lanzaron llamas -. Yo que tú, lo anunciaba por megafonía.

  - Deberíamos pensar qué hacer en caso de que hayan encontrado el cuerpo - en las palabras de Rafaela había una nota desafiante.

 - ¿En qué cabeza cabe que hallen el cuerpo? - seguidamente, tronó nítida la carcajada de Orquídea -. ¿Quién y con qué motivo iba a remover alguien la tierra de esa parte del jardín por el que jamás pasea nadie? ¡Sois unos botarates! Os asustáis por cualquier tontería.

  - La verdad es que la comida viene con retraso - añadió Anselmo, tratando de llevar la conversación por otros derroteros -. No es habitual que suceda. Las monjas son muy metódicas.

  - Se le habrá quemado el cocido a Sor Bernarda - Rogelio también trató de templar los ánimos.

  - ¡A cualquier bazofia le llaman cocido! - ironizó Orquídea -. La mierda que nos sirven no pasa de ser un mal rancho de cuartel en tiempos de guerra.

  - Con lo que nos cobran bien podían darnos de vez en cuando pescado fresco, fruta y verduras de temporada, en vez del cartón congelado, que se empeñan en llamar pescadilla de ración - Félix aprovechó la oportunidad para llevar la conversación por la línea reivindicativa.

  - Parece materialmente imposible que la encuentren pero cosas más improbables se ven todos los días - se quejó Rafaela.

  - ¿A quién es difícil encontrar? - se interesó Serafín.

  - ¡Dale leña al mono! - terció irritada Orquídea dando un fuerte golpe en la mesa con la palma abierta, haciendo saltar varios platos -. ¿Queréis dejarlo estar de una buena vez?

  - Es necesario poner los pros y contras de la situación sobre la mesa - Brígida apoyó a Rafaela.

  - Os prohíbo terminantemente seguir hablando del tema. De antemano quedó claro que hablaríamos de ello únicamente en nuestras habitaciones - Orquídea fulminó con la mirada a cada uno de los implicados.

  - No está bien pasar el tiempo eliminando a peluqueras, por muy bordes que resulten y por muy aburridos que estemos - Julio se sintió observado por cada uno de los integrantes de la mesa ocho. Salvo Serafín, los demás se mostraron aterrados.

 - ¿Qué te atreves a insinuar, hijo del demonio? - únicamente Orquídea fue capaz de hablar.

  - Fui testigo. También estaba allí. No lo olvidéis ninguno - Julio esgrimió una tranquilidad paralizante, además de cierta arrogancia en el tono de voz y en las maneras.

  - Si se te desata la lengua, soy capaz de cualquier cosa - amenazó la asesina.

  - Te lo dije, Julio. Quien es capaz de matar una vez a sangre fría, lo puede volver a repetir cuantas veces desee. La musaraña carece de escrúpulos - Serafín intervino en la conversación, expresando su opinión quedamente.

  - ¡Hablo el profesor! ¡Por cuánto no! - satirizó Orquídea con un dejo divertido en la voz -. ¡No nos faltaba más que el carcamal para joder la marrana!

 - Ambos conocemos todos vuestros tejemanejes, musaraña - puntualizó Serafín.

  - No me insultes, viejo inútil.

  - ¿Cómo son las musarañas? - Brígida intervino con viva curiosidad.

  - Se asemejan mucho a vuestra amiga. Venenosas. A través de la saliva y por medio de un mordisquito, te transmiten la ponzoña.

  - ¡Qué interesante, profesor! Continúe, por favor - animó Hortensia.

  - Tienen el tamaño de ratones. Son animales muy activos. Cazan tanto de día como en horas nocturnas, se alimentan de insectos y pueden llegar a morir si pasan más de cuatro horas sin comer. Les gusta la carroña, aunque también se alimentan de ratas y lagartijas. Se defienden mediante glándulas odoríferas, de olor desagradable y no son simpáticas a los demás animales. 

  - ¡Basta ya! Sois un atajo de pusilánimes. ¡No valéis para nada! Os dejáis embaucar por el primer pringado que aparece, sin daros cuenta de que al vejete se le va la olla. No tiene más que afán de protagonismo.

  - A mi me resulta muy amena e interesante la charla con el profesor - se defendió Hortensia -. No tuve muchas oportunidades de estudiar. En mis años juveniles fui muy poco a la escuela. Creo que estás perdiendo los nervios. Nada te da derecho a insultar a los demás, únicamente por no estar de acuerdo contigo.

  - ¡Olvidadme todos! ¡Sois un caso perdido! - escupió abandonando el comedor con paso ligero. Desde la puerta, vociferó -: Estaré mejor sola que acompañada de mequetrefes.

  El silencio fue pesado e incómodo durante algunos minutos.

  - ¿Qué pensáis hacer ahora? - preguntó Julio con el semblante serio y preocupado.

  - ¿Qué es exactamente lo que sabéis? - Rogelio tomó el mando.

  - Todo - respondieron al unísono los ancianos.

  - ¿Todo... Todo?

  - Todo - volvieron a repetir.

  - Tú siempre andas ofuscado con los cubos de la basura - Segundo se estremeció recordando los hechos pasados -. Ni siquiera contestas cuando te preguntamos algo.

  - Que no os responda no significa que no esté al tanto de vuestras inútiles conversaciones.  Es cierto que soléis preguntar cosas, tonterías sin fundamento la mayoría de las veces. ¿Pesan los sacos, Julio? ¿Qué tiran las monjas? ¿Está sucia la cocina? Bobadas por el estilo. No os hago ni caso y la mayoría de los días, ni os miro, esa es la verdad. Pero la tarde del 15 fue diferente. El misterio que os rodeaba se palpaba a distancia. Susurrabais continuamente entre vosotros. Merodeabais alrededor de la peluquería como animales hambrientos. Serafín notó algo extraño en vuestro comportamiento días atrás. Entre nosotros lo hablamos y estando la musaraña por medio, dedujimos que nada bueno se podía cocer. Como consecuencia, ambos andábamos al acecho.

  - ¿Pensáis delatarnos? - a Félix le salió un hilo de voz atemorizado.

  - De momento, no. La peluquera tampoco era santo de nuestra devoción - terció Serafín -. A pesar de los pequeños lapsus de memoria, la mayoría del tiempo, me mantengo lúcido. Os he observado a todos minuciosamente, principalmente a la musaraña.

  - No tenía ni idea que existieran musarañas. Soy muy ignorante - se disculpó Brígida -. Solo había escuchado lo de estar mirando a las musarañas y por alguna razón incomprensible, lo relacionaba con las telas de araña. 

  - Estos animales no tienen ninguna utilidad, igual que vuestra amiga - añadió Serafín.

  - En realidad - Segundo se lo pensó durante unos cortos instantes antes de continuar y dirigió la mirada asustada a Rogelio -... No es nuestra amiga.

  - Llevas razón. Es egoísta. Os ha convencido de que os ha hecho un gran favor pero en realidad os ha involucrado en un asesinato. Sois sus cómplices - sentenció Julio.

 - Pretende que todos estemos pendientes de ella continuamente. Es nociva. Le gusta llamar la atención - se quejó Hortensia.

  - No es tan perversa como aseguráis - Rogelio salió en su defensa -. Algunos de vosotros le fuisteis con las quejas de los insultos de la peluquera. Ella os prometió que se encargaría de ponerla en su sitio.

  - Pero, ¿quién iba a imaginar que al decir su sitio, se refería a varios metros bajo tierra? - ironizó Félix.

  - Nos necesita. No podemos dejarla sola. Nos ha ayudado. Siempre ha estado de nuestra parte - Rogelio luchó por defenderla.

  - No os dejéis embaucar. Siempre os ha manipulado y ha abusado de vosotros - opinó Julio.

  - No les hagáis caso a estos dos, no saben lo que dicen - discrepó Rogelio -. A uno se le va la cabeza y el otro acostumbra a hablar solo. ¿Qué se puede esperar de ellos?

  - Os vais a llevar una gran sorpresa - anunció Serafín divertido. 


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD SAN ATENODORO OBISPO. COCINA

15 DE SEPTIEMBRE, SAN NICOMEDES. 16:45 HORAS

  Sor Carmen y Sor Bernarda arrastraban un voluminoso fardo por el pasillo en penumbra. Sor Teresa, Sor Gundenes y Sor Francisca les aguardaban ansiosas en la entrada de la cocina. La Madre Superiora atisbaba junto a la puerta principal. Sor Ruperta vigilaba al pie de las escaleras. Las primeras se sorprendieron de que el piso estuviera algo húmedo. Sor Bernarda se resbaló en dos ocasiones y estuvo a punto de perder el equilibrio y caer.

  - ¡Por Dios! Mira por donde pisas. Solo faltaba que nos lesionásemos una de nosotras - dijo Sor Gundenes quedamente. 

  La aludida se tragó la posible contestación. Bastante tenía con arrastrar el cuerpo de don Braulio desde la habitación 27.

  - ¡Corred! - apuró la Madre Superiora con expresión altanera -. Cualquiera de los residentes nos podría sorprender y sería francamente imposible darles una explicación lógica y creíble.

  - Me daría un parrús si nos descubrieran arrastrando el cuerpo de don Braulio como si fuera un saco de patatas - aseguró entre jadeos  Sor Carmen.

  - Un esfuerzo más - animó la Madre Superiora a la desesperada sin moverse de la puerta.

  - Descuide, Madre. Hemos tomado muchas precauciones. Todavía queda un buen rato hasta la merienda. La mayoría dormirán como ángeles y el resto, sordos como tapias tendrán la tele a todo volumen - tranquilizó Sor Teresa.

  - Si alguno merodease por los pasillos... A veces los viejos son impredecibles - se lamentó la Madre Superiora.

  - No se fustigue innecesariamente, Madre. El único que andará por el jardín será don Julio, que no se entera de nada. Vive feliz en su mundo - agregó Sor Francisca con tono suave y dulce, como aterciopelando cada palabra -. Jamás sabrá nadie lo ocurrido.

  - No hacemos nada malo - terció convencida Sor Teresa.

  - ¡No! ¡Nada malo! - exclamó Sor  Bernarda con sarcasmo -. Solo arrastramos el cadáver de uno de los residentes con afán de congelarlo. Lo normal en cualquier residencia de ancianos.

  - La ha palmado dos días antes de lo debido - puntualizó Sor Carmen puntillosa.

  - Cada uno se muere cuando Dios dispone. Es lo que usted siempre dice, Madre Superiora, Sin embargo, nosotras hemos dado un giro a esa disposición divina - consideró Sor Francisca con un dejo atemorizado en la voz.

  - No es culpa nuestra que él dispusiera una clausula tan fuera de lugar en el testamento, hermanas - se disculpó la Madre Superiora, santiguándose y dirigiendo la mirada a las alturas -. ¿A quién en su sano juicio se le ocurre donar su cuantiosa fortuna al beneficio de los residentes de la casa en caso de fallecer antes del 17 de cada mes y si es después de esa fecha, predisponer la herencia para las monjas de nuestra comunidad? No nos debemos olvidar que únicamente velamos por los intereses de los ancianos que tenemos a nuestro cargo. Es preciso trabajar mucho con los números para que cuadren todas las cuentas. Jamás hemos pensado en nuestro interés personal.

  - ¡Jesús bendito! Lo que pesa este hombre. ¡Si no tenía cuatro chichas! - rezongó Sor Bernarda con el semblante colorado y jadeando por el esfuerzo.

  - Es que se trata de un peso muerto - contestó Sor Gundenes riendo su propia gracia.

  - No os lo toméis a broma. Es un  asunto muy serio - recomendó la Madre Superiora suspicaz -. Don Braulio permanecerá en el arcón congelador hasta el día 17, en el que lo sacaremos y lo dejaremos descongelar. Cuando esto suceda, avisaremos a los servicios funerarios. Nadie sabrá que rebuscando entre sus pertenencias, de forma totalmente inocente, fuimos a dar con el testamento.

  - Es lo que siempre hacemos con los residentes que no tienen familia - se disculpó Sor Ruperta como queriendo disipar dudas.

  No sin esfuerzo, entre todas lograron introducir el cuerpo del finado en el arcón, que por suerte no estaba demasiado repleto de comida. A continuación, como cada tarde rezando el rosario, dispusieron la merienda. Mientras, la Madre Superiora se refrescó la cara con agua fresca, para aliviar el esfuerzo.


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD SAN ATENODORO OBISPO. SALA DE VISITA

18 DE SEPTIEMBRE, SANTA IRENE. 1:30 HORAS

  - Pues no sé qué decirle, inspector. Yo misma en persona, telefoneé a su domicilio. El marido ya había denunciado la desaparición. Ciertamente, nos extrañó que faltará al trabajo sin avisar. Es una muchacha muy cumplidora que jamás había dado problemas - se explayó la Madre Superiora, ocultando las temblorosas manos en las amplias mangas del hábito.

  - ¿Cómo se enteraron de que había aparecido?

 - Nos lo comunicó el marido. Se lo agradecimos enormemente. Como le digo, estábamos muy preocupadas por ella. Según nos ha explicado, la encontraron unos jóvenes en las inmediaciones de la residencia, muy magullada, con un fuerte golpe en la cabeza y totalmente desorientada. Para nosotras ha sido impactante. No se está seguro en ninguna parte.

  - ¿Por qué lo dice?

  - Bueno, es una suposición pero todo apunta a que fue víctima de un atraco... ¿No fue así, inspector?

  - Estamos barajando varias posibilidades, mientras ella no esté en condiciones de declarar, cualquier conjetura es estudiada - el inspector consultó sus notas y escrutando a la Madre Superiora con detenimiento, preguntó -: ¿Se interesaron los residentes por ella?

  - Las que tenían cita para arreglarse el pelo si lo hicieron. Ya sabe como son los mayores, tan pronto preguntan por el paradero de alguien, como que se olvidan por completo. No les vamos a asuntar contándoles nada de lo sucedido, se amedrentan con facilidad y son muy impresionables. Tienen la muerte demasiado cercana y cualquier cosa poco usual, les altera.

  - ¿Mantenía buena relación con los residentes?

  - Me atrevería a asegurarlo. Verá usted, algunos de los residentes no tienen familia y a muchos apenas los visita nadie. En estos casos, cualquiera que entre del exterior, representa un enlace con el mundo y más tratándose de una muchacha joven. Desde luego ella les trataba con mucho cariño a todos.

  - ¿Qué se comenta ahora que la peluquera no acude al trabajo?

  - No dicen nada. Ya sabe usted cómo funciona la mente de los ancianos.

  - No, Madre. No lo sé. Dígame, usted. ¿Cómo funciona?

  - ¡Mal! Funciona fatal. Les dices una cosa y por importante que sea, al momento la olvidan y difícilmente vuelven a preocuparse por ello.

  - ¿No hay ningún residente que tenga la cabeza bien?

  - ¡Por supuesto que si, inspector! Lo que quiero decir es que se preocupan sobre todo de sus achaques y de la familia. A partir de los ochenta, el principal tema de conversación son las enfermedades. Hay que convivir con mayores para entenderles. Se vuelven egoístas y son muy envidiosos entre ellos. ¡Si yo le contara! Algunos sienten envidia de otros porque toman más pastillas. ¡No le digo más!

  - Ya entiendo - murmuró el inspector volviendo a sus notas -. Quizá vuelva en otro momento. En cuanto la peluquera comience a recordar, tal vez sea necesario hablar con alguno de los ancianos.

  - ¿Piensa usted interrogarlos? - la Madre Superiora se mostró intrigada.

  - No tema, Madre. Seré extremadamente cauteloso. En ningún caso se tratará de un interrogatorio formal. No son sospechosos de nada. También he tenido abuelos - sonrió convencido del candor de los ancianos -. Me refiero a mantener una charla con algunos, de manera informal,  que me puedan referir detalles de la chica. No sé si me entiende, Madre. Los abuelos, a veces, se fijan en detalles que aparentemente no tienen importancia.

  - De acuerdo, inspector. Pero le agradecería que me lo comunicará de antemano. Será necesario ponerles en antecedentes. Cualquier cosa fuera de su rutina, les conmueve y trastoca.


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD SAN ATENODORO OBISPO. HABITACIÓN 56

MARTES 15 DE SEPTIEMBRE, SAN NICOMEDES. 18 HORAS

  - Muchacho, cuando te cuente lo que he escuchado, te vas a quedar de piedra - exclamó excitado Julio, una vez que Serafín entró en la habitación del primero y cerró la puerta.

  - Me tienes en ascuas, chico.

  - Don Braulio ha fallecido este mediodía. Según me han dicho en geriatría le ha dado un soponcio. Lo más sorprendente es que arpía de la Madre Superiora, ayudada por sus secuaces,  ha decidido guardarlo un par de días en el arcón de la cocina - Julio le refirió la totalidad de la conversación escuchada a las monjas, cuando se disponía a repartir los cubos vacíos en las dependencias correspondientes -. Estas brujas creen que por ser mayores, somos idiotas, Serafín. ¿Tú te crees? Que si unos estamos sordos, que si otros con la cabeza a la virulé... No nos respetan, Serafín. Como contamos muchos años, no somos importantes para nadie. ¡Qué pena!

  - Nadie nos tiene en cuenta. ¡Es una lástima! - apoyó Serafín apesadumbrado -. Y dices que van a guardar el cadáver hasta el jueves y que no será hasta entonces cuando anuncien el fallecimiento, pues, ¿sabes lo que te digo? Que les vamos a gastar una bromita a las puñeteras monjas que les van a faltar santos a los que encomendarse.


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD SAN ATENODORO OBISPO. JARDÍN

15 DE SEPTIEMBRE, SAN NICOMEDES. 19 HORAS

  - Este es el lugar que he elegido para la última morada de la asquerosa peluquera. Como veis está muy apartado y  no sé ve desde la casa, lo he comprobado. Esta noche, sobre las once, cuando todos estén acostados, regresaremos con el cuerpo y cavareis por turnos - anunció Orquídea ante la pequeña asamblea silenciosa.

  - ¿No sería mejor decir cavaremos? - protestó Hortensia.

  - Sería lo más apropiado - se atrevió a opinar Félix.

 - Será lo que os dé la gana. He realizado lo más complicado, el trabajo sucio, lo que jamás os atreveríais a hacer vosotros... ¿No pretenderéis que lo haga yo todo? Encima de cobardes, también sois holgazanes - despotricó con rencor en la voz.

  Los demás respondieron con escasas murmuraciones y algún mohín de desacuerdo.

 - Los más fuertes de vosotros, he pensado en Rogelio y Félix, acarreareis con el bulto de una habitación a otra hasta la hora del entierro.

  Sin rechistar, retornaron todos a la habitación de Orquídea para ultimar algunos detalles. Tras unos minutos de deliberaciones, recogieron a la peluquera y se dispusieron a cumplir el mandato de la compañera. Mientras unos vigilaban los pasillos, Rogelio y Félix, emprendieron la marcha. El traslado fue rápido. Nadie osó interrumpirles el paseo ni fueron vistos por las monjas, que era lo que más les preocupaba a los transportistas. Escondieron a Juana en la misma habitación de la que se surtieron de mantas, Cavilaron sobre el lugar más apropiado. Sobre la cama, tal vez debajo de esta... Por fin se decidieron por introducirla en  el armario.


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD SAN ATENODORO OBISPO. HABITACIÓN 54

15 DE SEPTIEMBRE, SAN NICOMEDES, 22:30 HORAS

  - Entonces, ¿algo que objetar a mi idea? - Serafín se mostró sonriente y orgulloso de si mismo por haber tenido la ocurrencia de prepararles una jugarreta a las monjas.

  - Me parece estupenda. Te aseguro que nos vamos a reír hasta hartarnos de la madre ornitorrinco. Solo por verle la cara de terror, sería capaz de cualquier temeridad.

  - Entonces pondremos el plan en movimiento enseguida. Sor Teresa ha apagado las luces de la cocina. Todos están en las habitaciones y ellas andarán comiéndose los santos en sus celdas.

  Salieron sigilosos de la habitación y con una velocidad inapropiada de ancianos de su edad, se presentaron en la cocina. Como precaución se alumbraron con  linternas. Sacar el cuerpo de Don Braulio del combi fue la tarea más ardua. Con paciencia y empeño lo lograron. Julio se lo cargó al hombro con facilidad, no en vano estaba acostumbrado a pesos pesados por cargar los sacos de basura. Una vez llegados a la habitación once, siempre siguiendo con sumo cuidado la luz de la linterna de Serafín, Julio dejó caer el saco sobre una de las camas. Se sentó jadeando junto al muerto. Fue al quedarse quietos y silenciosos, cuando escucharon nítidamente unos golpes tenues en el interior del armario. Ambos se miraron con terror en los ojos. Serafín  movió la llave del armario y se dispuso a abrir la hoja muy lentamente, esperando encontrar un gato o ratón encerrado. Sin embargo fue el cuerpo herido, con sangre reseca en el rostro y en las manos y con la ropa desgarrada de Juana, la joven peluquera, quien cayó sobre su pecho.

  - ¡Me cago en la leche! ¿Qué coño hace esta chica aquí? - inquirió Serafín, sintiendo una punzada dolorosa desgarrándole el corazón.

  Julio, de un salto, llegó hasta su posición. Mientras la peluquera balbuceaba sonidos ininteligibles.

  - Vamos a matar dos pájaros de un tiro, Serafín. La musaraña está convencida de que se han cargado a la peluquera esta tarde - le resumió brevemente a Serafín los acontecimientos ocurridos en el vestíbulo de la residencia, mientras él se ocupaba como siempre de los cubos de basura.

  - ¡Hostia! Esta residencia es la caraba. ¿Serán todas igual de entretenidas?

  - Esto promete, amigo. Nos vamos a encargar del rescate de la peluquera y en su lugar acomodaremos a don Braulio.

  - Para esta pobre muchacha, ¿qué planes tienes?

  - La sacaremos de la residencia utilizando la misma salida que usaba yo cuando hace años llegué aquí, cuando era más joven y todavía me obedecían el cuerpo y la mente para  juergas y pendejas - respondió Julio añorando tiempos pasados.

  - Manos a la obra - aseguró encantado Serafín.

  En la bolsa que portaron a don Braulio, introdujeron el plástico rasgado y ensangrentado de la peluquera. Con ella a cuestas, Julio emprendió el camino, siguiendo la pauta de luz de Serafín. Salieron al oscuro jardín. Cerca de la entrada, la verja perdía altura.

  - Cuenta seis barrotes hacia la derecha - susurró Julio sin soltar el cuerpo liviano y magullado de la peluquera.

  Serafín obedeció excitado. 

  - Ya lo tengo - dijo señalando el barrote que comprobó flojo.

  - Tira de él con cuidado. Se soltará con facilidad. Haz lo mismo con los dos siguientes.

  Serafín los fue depositando sobre la hierba húmeda. Salió al exterior. Ayudó a Julio a pasar el cuerpo inerte de la peluquera, cogiéndola por la cintura, hasta sacarla al exterior. Julio le sujetaba las piernas magulladas. Seguidamente éste también salió a la acera de la calle. Cruzaron la carretera, caminando despacio, con la peluquera prácticamente en volandas. Se adentraron en el parque de Arriaga. Recostaron a la pobre Juana en un árbol. La taparon con las mantas. Hicieron una llamada anónima a la policía local. Retrocedieron el camino con diligencia. Los barrotes volvieron al lugar correspondiente. Rogelio y Félix ponían los pies en la escalera en el mismo instante que Julio y Serafín entraban en la habitación 54.

  - Va a estar cojonudo cuando encuentren a la peluquera - susurró Julio casi sin poder articular palabra debido al esfuerzo realizado minutos antes.

  - Y, ¿qué me dices de la cara que se le va a quedar al ornitorrinco cuando se den cuenta de que su herencia se ha volatilizado?

  Una vez en la habitación once, Félix sacó el fardo del armario, mientras Rogelio hacia guardia junto a la puerta.

  - ¡Joder chico! Parece como si la peluquera hubiera engordado una vez muerta. ¡Cómo pesa la tía!

  - ¡Qué quejica eres, Félix! Cárgatela al hombro y vámonos. Que se te va la fuerza por la boca.

  - Abandonaron la habitación y se adentraron en el jardín. A Félix le costó bastante seguir de cerca el paso acelerado del compañero.

  - ¿Dónde está el imbécil de Félix? - preguntó Orquídea en cuanto Rogelio se unió al resto del grupo.

   - Se ha retrasado. Dice que el cuerpo pesa más que antes.

  - ¿Le has dejado solo? No debemos exponernos. Ese cantamañanas es capaz de abandonar la misión - Orquídea se sulfuró -. No hago carrera con vosotros, panda de inútiles.

  - No nos metas a todos en el mismo saco - protestó Rafaela -, los demás cumplimos tus órdenes sin rechistar.

  - ¡Cállate, vieja urraca! ¡Estoy de todos vosotros hasta el gorro!

  - ¡Bien que lo disimulas, chica! - musitó Brígida sin dirigirse a la aludida -. Siempre andas al retortero nuestro.

  Orquídea le fulminó con la mirada.

  - ¡Ahí viene Félix! - anunció Anselmo, templando los ánimos.

  - Algo raro está pasando - declaró el recién llegado, sudando a chorros y con dificultades para respirar, debido al esfuerzo -. El cuerpo pesa excesivamente.

  - Lo único que pasa es que eres un enclenque. No tienes arrestos para nada - Orquídea se le acercó tanto, que todos pensaron que le abofetearía -. ¡Venga! El hoyo le está esperando.

  - Me falta el aire - aseguró Félix quejumbroso.

 - Dejadme hacer el saque de honor - dijo Orquídea, haciendo un chiste que nadie rió. Propinó una fuerte patada en el costado del bulto y éste cayó en la improvisada tumba, produciendo un golpe rotundo y seco.


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD SAN ATENODORO OBISPO. ORATORIO

16 DE SEPTIEMBRE, SAN CORNELIO. 12 HORAS

  La Madre Superiora, lívida y ligeramente encorvada, se dirigió a las hermanas, expresándose a trompicones.

  - He de comunicaros algo extremadamente importante. Don Braulio ha desaparecido del arcón congelador.

  - ¿Cómo que ha desaparecido? - preguntó Sor Teresa con el temor recogido en la mirada -. ¿Dónde está, Madre?

  - Si lo supiera, ¿crees que hubiera convocado esta reunión urgente? - instó con visible mal humor -. No tengo la menor idea de lo qué ha podido suceder.

  - ¡Cosa del demonio! - irrumpió Sor Carmen.

  - ¡Castigo divino! - aventuró Sor Gundenes.

  - ¡Magia negra! - acertó a decir Sor Teresa.

  - ¡Dios nos ha castigado! - se lamentó Sor Ruperta.

  - Dios nos coja confesadas - agregó Sor Francisca.

  - ¡Que Dios Nuestro Señor se apiade de nosotras! - se santiguó Sor Bernarda.

  - Por descontado queda, que el testamento cosido a la chaqueta, también ha desaparecido. Pienso en algún residente con mala intención - la Madre Superiora lanzó la acusación sin mostrar remordimientos de conciencia.

  - Madre, ¿ha pensado que vamos a decir ahora que no tenemos cadáver? - se interesó Sor Carmen sintiendo las manos heladas, mientras que un frío demoledor le nacía en las entrañas.

  - De momento solo podemos esperar y luego nos encomendaremos a San Judas Tadeo, a Santa Rita y a la Virgen Milagrosa.

  - Siempre podemos decir que simplemente ha desaparecido - propuso Sor Bernarda.

  - Si el pobre hombre llevaba dos años postrado sin posibilidad de movimiento. ¿Quién esperas que se lo crea? - repuso Sor Gundenes.


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD SAN ATENODORO OBISPO. COMEDOR DE RESIDENTES

19 DE SEPTIEMBRE, SAN JENARO. 1:30 HORAS

  La Madre Superiora apareció en el comedor tambaleándose, cabizbaja, pálida y repentinamente envejecida. Las hermanas le seguían con los rostros apagados.

  - Siento interrumpirles el almuerzo - se disculpó en voz demasiado baja. Carraspeó un par de veces, antes de continuar con el tono vacilante -. Tengo algo importante que comunicarles.

  Todos le observaron silenciosos y expectantes. Los integrantes de la mesa ocho, se mostraron especialmente aturdidos y nerviosos. Julio y Serafín habían abandonado los asientos.

  - Ante todo quiero que sepan que para mi ha sido un placer mantenerme a su servicio todos estos años - comenzó la Madre Superiora -. Escucharán habladurías sobre mí, calumnias sin fundamento. Tengo la conciencia muy tranquila, ya que todo lo que hice, lo hice por ustedes y por esta nuestra casa. He de dejarles. La congregación, así lo ha dispuesto - los murmullos interrumpieron por breves segundos el discurso -. Sé que Dios camina junto a mi y junto a El nada he de temer.

  - ¡Ojalá te pudras en el infierno! ¡Vieja hipócrita del demonio! - se escucharon claramente dos voces bien diferenciadas a la salida del comedor -. ¡Ornitorrinco de mierda!

  Sor Gundenes instó a los ancianos a guardar silencio para que la Madre continuase su discurso de despedida.

  - No les recrimino sus ofensas porque sé que carecen de la información necesaria, que se guían por las calumnias que se están lanzado contra mi persona, porque sois personas fácilmente influenciables. Estos últimos días se ha urdido una trama contra mí y debido a mi tolerancia, honestidad y falta de malicia, no he podido controlar - su voz meliflua languidecía a lo largo del discurso y parecía recobrarse a cada poco -. He sido mancillada en esta santa casa, en San Atenodoro donde he vivido los últimos veinte años, procurando  vuestro bien. Vosotros, los ancianos residentes lo habéis sido todo para mí. También tengo una buena noticia. Como bien sabéis, Juana, la peluquera desapareció repentinamente y ha sido hallada muy cerca de aquí, herida de gravedad y sufriendo amnesia parcial, eso sí. Lo importante es que está viva. Poco a poco recupera la memoria. Ha acusado a algunos de los residentes de ser los causantes de infringirle las heridas. Como consecuencia a algunos de ustedes, se les notificará esta misma tarde y seréis trasladados a otra residencia de ahora en adelante. Aunque bien sabe Dios Nuestro Señor, no tuve voluntad ni parte en este hecho deleznable, pero de igual manera se me ofende y se me reprocha la negligencia en mis funciones por no estar alerta a los desagradables acontecimientos aquí acaecidos y  vividos por la trabajadora María Martínez...

  - ¿A quién coño enterramos en el jardín? - masculló Rogelio dirigiéndose a Orquídea con un siseo quedo.

  - Ya os dije que pesaba demasiado - refunfuñó Félix.

  - Luego ha surgido otro problema importante - continuó la Madre Superiora -. La policía está en este preciso instante removiendo una improvisada tumba del jardín.

  El murmullo creció en el comedor y se escucharon algunos aplausos huecos desde el fondo. Orquídea palideció y pareció encogerse.

  - Desconozco de donde proviene la traición pero se me acusa de enterrar el cuerpo de don Braulio Azáceta con ánimo de cobrar no sé qué herencia, así como de apropiarme ilegalmente del testamento - unas lágrimas furtivas descendieron implacables por las sonrosadas mejillas de la Madre Superiora -. Con lo que mi traslado forzoso ha llegado por sorpresa y...

   - Por sorpresa no, ¡ornitorrinco asqueroso! Por ladrona y mentirosa - vocearon los ancianos y se añadió un coro de silbidos y aplausos -. Ha llegado tu hora, maldita bruja. Nosotros te sorprendimos obligando a las hermanas a arrastrar el cuerpo del difunto y esconderlo en el congelador. 

  - Todos debéis conocer la verdad - agregó Serafín -. El testamento tenía una clausula, digamos una manía de las tantas que tenemos la gente mayor. Dimos con el después de rastrear la celda de la Madre Superiora. Algo tenemos que hacer los viejos para no morirnos de asco, ¿verdad Orquídea? Aunque claro, no todos tenemos la misma iniciativa. Algunos se recrean haciendo el mal.

  - Como bien dice mi compañero - alardeó Julio orgulloso de la hazaña conjunta -, nosotros dos enviamos el testamento junto con una carta explicativa detallando los hechos acaecidos a partir del fallecimiento de don Braulio, acaecidos durante la mañana del día 15 de septiembre al notario. 

  - Por casualidad encontramos el cuerpo de Julia encerrado en un armario de una de las habitaciones vacías de la primera planta, seminconsciente - Serafín tomó la palabra -. Rescatamos a la muchacha y la sacamos de la residencia, llamamos a la policía y dejamos el cuerpo de don Braulio en le armario para que un grupo determinado de viejos, que se deben aburrir bastante, le diera sepultura creyendo que se habían cargado a la peluquera.

  Los murmullos crecieron y se extendieron por todo el recinto. Los aplausos estallaron. La Madre  Superiora sintió desvanecerse, Sor Teresa y Sor Carmen, distraídas con la algarabía formada en el comedor, no llegaron a tiempo para sostenerla. Esta se desvaneció y cayó con rotundidad, arrastrando algunas sillas. Orquídea palideció y sintió un cosquilleo en la boca del estómago, mientras el hormigueo se le cernía en torno a la cabeza. A tiendas buscó algunas manos amigas que le sujetaran pero con desasosiego se vio abandonada y aislada en la mesa central del comedor.


RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD BRAULIO AZÁCETA. PISCINA, SOLARIUM, SALÓN DE JUEGO, GIMNASIO, SALA DE LECTURA, SALÓN DE BAILE... DE LOS RESIDENTES.

DOS AÑOS Y UNOS MESES DESPUÉS, SANTA PERPETUA. HORA INDETERMINADA

  - Aunque la herencia de don Braulio mejoró nuestra casa y dio mucho de si, con pesar he de confesarte, amigo Julio que hemos perdido ciertos entretenimientos que nos mantenían con la mente trabajando y nos obligaban a pensar y cavilar en posibles soluciones.

  - No te falta razón, Serafín. Vivimos a lo grande, como en un hotel de cinco estrellas pero nos faltan el ornitorrinco y la grácil musaraña.

  - No podemos ejercer de detectives.

 - Trato de cavilar una y otra vez... ¿Qué podíamos maquinar para entretenernos? ¿No se te ocurre nada, viejo zorro?

  - Chico, es tal el aburrimiento y tanta la edad acumulada, que me siento incapaz de pensar en alguna maldad entretenida y traviesa...

  - También yo tengo la sensación de que soy más viejo e inservible cada día.

  El director de la residencia abandonó uno de los despachos y se dirigió con paso tardo hacia el jardín. Impecablemente vestido, con la barba bien cuidada, engominado y perfumado, el cuarentón les dirigió una mirada cordial y sonrió a su paso.

  - Este tipo me cae gordo, Serafín - se inclinó el compañero para susurrárselo al oído.

  - Tiene cara de judío - aclaró el otro sin quitarle la vista de encima hasta verlo atravesar la puerta del jardín -. ¿Qué me dirías si le sometemos a un exhaustivo seguimiento?

  - ¡Es una idea formidable! - exclamó Julio con el semblante renacido -. En caso de que encontremos alguna anomalía...

  - Exactamente, amigo. Esa es la idea. Algo extraño y misterioso esconde este personaje y cuando lo encontremos... - susurró algo inaudible que al momento les devolvió las ganas de vivir.

  Ambos se frotaron las manos antes de salir al soleado jardín...