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lunes, 2 de octubre de 2023

CON TUS CENIZAS, MON AMOUR

 



JULIO 2015

  A juicio de Elena el muchacho que acudió a su demanda resultaba demasiado joven para ser experto entre los de su gremio. Pese a este detalle se sintió satisfecha con su presencia. Nuevamente advirtió la sensación de estar fuera de lugar. Definitivamente había nacido antes de tiempo. ¿Por qué los muchacho jóvenes le parecían más bellos ahora que cuarenta años atrás? Tal vez fuera porque en un par de meses le caerían los cincuenta y cinco. 

  El joven, arrodillado junto al inodoro, manipulaba alguna herramienta mientras jugueteaba con el agua estancada. Transpiraba y a Elena le pareció una escena casi erótica. Le observó apoyada en el quicio de la puerta del baño. Al chaval se le subía la camiseta y se le bajaba el pantalón. ¡Resultaba tan fea aquella moda de llevar los pantalones sin marcar las formas del culete y con la bragueta a mitad de muslo! Lejos de parecerle excitante, sentía nauseas. En aquel momento resultaba diferente. El muchacho exhibía parte de la espalda y un poco más abajo de la rabadilla. A su edad se puede enseñar lo que uno desee. ¡Están las carnes tan tersas! Desvió la mirada hacia el espejo y se estiró la blusa. Se miró de frente y ladeó el cuerpo a derecha e izquierda. ¡Se conservaba de maravilla! Todavía lucía formas y mantenía la misma talla cuarenta y cuatro que cuando se casó. Algunos vecinos le piropeaban en el barrio y ella se sentía renacer. ¿Por qué cometió el error de casarse con Félix, que jamás le regaló un piropo de esposo enamorado y orgulloso de lo que tenía en casa? ¡Cuántos errores se cometen de joven! Pero ella todavía lo era. Se palpó el pecho por encima de la blusa. Menudo pero erguido. Todavía con deseos de ser deseado. Se pasó el índice por el rostro. No había arrugas y desde que se teñía de rubia, había rejuvenecido. Así se lo decía Nati, su peluquera.

  Volvió la vista al fontanero, que continuaba su frustrante labor. Sudaba cada vez más. A Elena le pareció exagerado. Junio había empezado fresco.

 - ¿Una cervecita, majo? - invitó sintiéndose obligada.

  - Tal vez cuando termine - respondió el chaval sin apartar la vista del trabajo.

  De pronto sintió la necesidad de apartarse y se retiró en silencio. Incomprensiblemente estaba nerviosa. Le temblaba el labio inferior. Se apoyó en el fregadero de la cocina. Dejó correr el agua fría. Se refresco el cuello, la nuca, la cara, las muñecas. Se secó con suaves golpecitos con un par de mata trapos. Se sirvió generosamente un Palestra Verdejo. Bebió a pequeños sorbos. Los pasos le llevaron de nuevo al baño. Abrió el armario y sacó el neceser de los pintalabios. Con destreza, utilizó uno rosa claro. Observó que el rostro se le iluminaba. Se pellizcó las mejillas y sonrió a la imagen. A continuación se hizo un mohín de desagrado y se dijo: "¡Por el amor de Dios, Elena! ¡Que podía ser tu hijo!" Sin duda alguna: podía ser su hijo. Pero continuamente escuchaba historias de hombres muy jóvenes que preferían a mujeres mayores y experimentadas. Bien podía ser su caso.

  Repentinamente escuchó la voz del muchacho a su espalda. Lo vio por el espejo: Alto, le sacaba casi dos cabezas, bien formado. Tenía pinta de lucir tableta de chocolate. El pelo castaño claro alborotado. Labios firmes. Con barba de varios días. Serio, sobre todo lo vio serio... Y apenas un segundo después, todo lo que representaba el chaval, se desmoronó.

  - ¿Se puede saber qué ha tirado usted por el retrete? - en la pregunta había amonestación y enojo.

  Elena dirigió una mirada de refilón hacia la taza del váter. Flotaba una masa de color y aspecto indefinido. Si el fontanero hubiera sido más añoso, con coña le hubiera respondido con otra pregunta: "¿Pis y caca?". Qué era una pregunta tonta. ¿Qué esperaba el chaval que le dijera? ¿Qué es lo que se echa fundamentalmente al váter? Pero claro, a aquella criatura de poco más de veinte años, no le podía contestar con semejante vulgaridad. En lugar de hablar comenzó a llorar en silencio.

  - Perdona, majo. Pensarás que soy tonta de remate - acertó a decir entre hipidos -. Me encuentro en una etapa de mi vida muy especial. Hace poco que he enviudado y...

  - Lo siento, señora. No pretendía molestarla - se disculpó con una media sonrisa nerviosa -. El tema es que tiene un problema importante y me va a llevar más tiempo del que pensaba. Ahora tengo que marcharme pero volveré a la tarde con un  potente desatascador.

  Elena sollozaba sin poder contenerse y movía los brazos, indicándole al joven que estaba de acuerdo. De buena gana le hubiera invitado a comer pero comprendía que no se invita a un fontanero desconocido por muy joven y bien parecido que este sea.

  -  ¡ Me cago en tu estampa, Félix! ¡Siempre me has jodido la vida! - musitó airada, una vez cerrada la puerta de entrada.



MAYO 2015

  El tanatorio de Gamarra era un edificio rectangular rodeado de árboles, silencio y recogimiento. En aquella mañana fresca, un coro armonioso de trinos, saludó a los transeúntes que merodeaban por los alrededores. Elena se dejó guiar por Aurora. Ambas se apearon del autobús. A la viuda le costaba creer que Félix no volviese a estar presente en su vida.

  - No vayas a flaquear ahora - le aconsejó la amiga, rodeándole la cintura con un brazo protector -. Tienes que ser fuerte.

  A Elena le resultaba muy complicado. En numerosas ocasiones se imaginó el desenlace pero una vez llegado el momento, ¿sería capaz de ser fuerte, tan fuerte como lo fue Aurora un año atrás?

  Atravesaron el pequeño aparcamiento de coches. Ascendieron las escaleras, que a Elena le parecieron exageradamente empinadas. El amplio vestíbulo le otorgó confianza y a la vez desamparo. Asió con fuerza el brazo de Aurora y ésta le correspondió con unas palmaditas cálidas.

  - Valiente, Elena - le animó -. Pasará antes de que te des cuenta.

  Le correspondió con una sonrisa, que bien podía traducirse por un "No sé que haría sin ti".

  Un afable cuarentón enfundado en un traje gris marengo de corte moderno, les atendió. Elena estudió a conciencia los rasgos. Guapo, moreno, con barba bien cuidada, ojos pequeños de mirada alegre, sonrisa agradable. Tenía un aire a Keanu Reeves en Constantine. Disfrutar en esos momentos de un hombre con semejante porte, le pareció una bendición del cielo. La mirada se posó en la brillante alianza. "¡Casado!", pensó. "Todos los hombres que merecen la pena están casados". Tras formalizar los datos del difunto y elegir la hora de la cremación, Elena se envalentonó y habló con resolución:

  - Deseo llevarme las cenizas de mi esposo a casa - por instinto apretó el bolso contra su pecho e hizo un pucherete. Pese al esfuerzo, las lágrimas no aparecieron.

  - Le advierto que en algunos lugares está prohibido esparcir cenizas y...

  - Descuide - cortó Elena en tono tajante -. He pensado dejarlo en una estantería del salón. De esta manera me acompañará y siempre estaremos juntos, hasta que Dios me lleve a su lado.

  El empleado de la funeraria asintió. Carraspeó un par de veces. Elena comprendió que no tenía que haber hablado tanto, aunque era demasiado tarde. Miró hacia el suelo, intentando disimular. De poco le sirvió el gesto. Un instante después se le escapó un sonido ambiguo de la garganta. La hilaridad fue tan repentina, que el trabajador se ruborizó.

  - Perdón - se excusó la viuda, antes de abandonar la sala en busca del aire fresco de la calle.

  - Lo está pasando fatal. No vaya usted a creer otra cosa - Aurora se vio en la necesidad de aclarar la reacción de la amiga.

  - ¡Vaya! ¡Vaya usted con ella! No se preocupe - invitó el impoluto y elegante doble de Keanu Reeves -. En este trabajo se ven las cosas más extrañas que se pueda usted imaginar. Nunca sabemos cómo vamos a reaccionar ante un acontecimiento determinado, hasta que lo vivimos.

  Aurora abandonó la sala en busca de Elena.

  - No he podido resistirme, Aurora. No he podido - argumentó llorando de risa -. ¿Qué habrá pensado ese pobre chico?

  - Dice que se ven reacciones muy diversas. Asegura que los nervios juegan malas pasadas. Así ha interpretado tu ocurrencia - miró con  benevolencia a su amiga, antes de añadir -: ¿Volvemos?

  - Espera un momento. Tengo que concienciarme de dónde estoy, además de pensar en algo triste.

 - ¡Pues hija! ¡Lo tienes muy fácil! Con recordar alguno de los episodios vividos con Félix... - dejó la frase sin acabar.



NOVIEMBRE 1976

  El atardecer presentaba la misma cara de siempre. Lluvioso, frío y triste, como cualquier tarde de noviembre en Vitoria. Elena y Aurora salían del taller de costura de doña Flora, que estaba situado en el cuarto piso de un edificio de la calle Manuel Iradier. Como cada miércoles, decidieron hacer una parada en el Poliki de la calle Los Fueros, con el claro objetivo de merendar unos pintxos de tortilla de patata antes de volver a casa. Justo traspasar la puerta, Elena se fijó en un muchacho acodado a la barra. Todas las miradas de los cinco acompañantes perfilaron su rostro menudo y risueño. El chaval contaba chistes. Tomaban unos botellines de cerveza El Águila. Desde el primer vistazo supo que sería el amor de su vida y el hombre de sus sueños. Ese hombre, hasta el momento sin rostro, del que con tanto empeño le hablaba su madre.

  - Tienes que aprender a cocina, coser. Debes dominar todas las tareas del hogar, además de entender de economía, llevar una casa no es fácil, cariño. Cuando te cases, tu deber será ofrecer a tu esposo algo más que una carrera universitaria.

  Por esa razón Aurora y ella acudían tres días por semana al taller de costura de doña Flora, con el objeto de dominar todos los entresijos de corte y confección. Contaban dieciséis  años y ambas se preparaban en el instituto para empezar en un par de años estudios de enfermería.

  Félix también se fijó en ella y su amigo Tomás en Aurora. Enseguida entablaron conversación. Días después eran novios. Resultaba perfecto: dos amigas con dos amigos. Aurora y Tomás. Elena y Félix. Todo lo planeaban entre los cuatro. ¡Qué educados y complacientes se mostraban entonces!



JUNIO 2015

  A primera hora de la tarde regresó el fontanero acompañado de un muchacho algo más joven. Elena les oía conversar en susurros desde la cocina. No se atrevía a asomarse al baño, ahora que estaban dos. Pasados unos cuarenta y cinco minutos, el chaval se marchó. Elena le acompañó a la salida. Luego se acercó hasta el baño.

  - ¿Qué tal lo llevas, hijo? - preguntó con la vaga esperanza de que el problema estuviera solucionado. Por alguna razón extraña e incomprensible, no se encontraba a gusto con el muchacho.

  - Es complicado, señora pero creo que lo podré solucionar hoy. Me llevará tiempo, eso también se lo digo de antemano.

  - Vaya - le hubiera gustado añadir algo más pero no se le ocurrió nada.

  - No sé que cojones ha echado usted aquí, que no hay manera de disolver - el fontanero le dirigió una mirada fugaz pero cargada de antipatía -. Es importante que de ahora en adelante no tire compresas ni salvaslip por la taza...

  - Nunca he tenido la costumbre de tirar nada de eso por el váter - por un momento se sintió alagada. El chaval la debía de suponer más joven, por lo de las compresas.

  - Pues algo extraño hay aquí que no pasa de ninguna manera. ¿Ve usted esta pasta oscura flotando? - señaló con el índice el interior del sanitario.

  Elena miró de reojo pero se mantuvo en silencio.

  - No tengo ni puta idea de lo que es, aunque usted debería saberlo - el joven se manifestó enfadado y le recordó a Félix.

 - ¿Yo? - levantó las cejas señalando la sorpresa. Apoyó la palma de la mano derecha sobre su pecho -. ¿Por qué tengo que saberlo?

  - Fundamentalmente porque es su inodoro, señora - respondió el fontanero con ironía.

  - Pues la verdad... No me lo explico pero si le llamas a tu jefe... El tendrá más experiencia, digo yo.

 - Si señora. Tiene mucha experiencia. Lleva cinco años trabajando y además es hijo de fontanero, o sea toda una vida en estos fregados. El problema es que jamás se ha encontrado con nada ni remotamente parecido.

  - ¿Estás seguro? Tú llámale. Que venga y el nos dirá - animó Elena.

  - Lo tiene delante, señora. Soy el jefe - respondió el chaval con arrogancia, plantándose delante de ella con los brazos en jarras -. Para su conocimiento le diré que utilizó los métodos más modernos y eficaces que existen actualmente en el mercado.

  - No lo dudo, majo - se sintió avergonzada -. Pero en ocasiones como lo tradicional de toda la vida, no hay.

  - Si, claro. Lo de toda la vida. ¡Hay que joderse! - susurró herido en su orgullo -. Ahora déjeme trabajar.

  Más que un fontanero a Elena le pareció un juez por el tono autoritario que empleó.



MAYO DE 2015

 A la incineración asistieron Anastasia, Antonia y Eloísa, las hermanas de Félix junto con sus maridos Paco, Luis y Ángel. También los compañeros de El Corte Inglés de Félix. 

 Cuando Galerías Preciados fue absorbida por la nueva firma en 1995, Félix fue uno de los empleados agraciados, que mantuvo el puesto de trabajo, conservando además la misma categoría. 

  En el tanatorio se congregaron los amigos íntimos, los vecinos de toda la vida, la familia al completo de Elena, los hermanos, Laura, Esther, Roberto, Daniel y Marta, junto con sus respectivas parejas, los sobrinos de una y otra parte, los pocos tíos que les quedaban, los primos, compañeros del hospital y Aurora, que no la dejó sola ni un minuto y que más que amiga íntima desde el parvulario se constituía en hermana, no de sangre pero si de corazón.

  - ¿Qué piensas hacer con las cenizas de nuestro Felisín? - Antonia se refería a su hermano siempre en diminutivo y con el "nuestro" por delante. Si lo hubiera podido empaquetar, con lazo y todo se lo hubiera reembolsado.

 - Barajo varias posibilidades - fue la respuesta lacónica.

  - ¿Por qué no las llevas al panteón familiar? - sugirió su cuñada Anastasia -. Allí estaremos todos juntos en un futuro.

 - La incineración entra en el seguro pero por el levantamiento de lápida me cobran un dineral - le hubiera encantado decir que no entraba en sus planes pasar toda la eternidad junto a la familia política y mucho menos, cercana al cuerpo frío de Félix.

  - Será por dinero, chica - soltó Anastasia iracunda.

  - No sé para qué quieres el dinero. No tuvisteis hijos y no pagas universidades - apostilló Eloísa.

 - Pero tengo once sobrinos, siete por mi parte y cuatro por la vuestra. No creo que tengan quejas ninguno de ellos - disparó clavando la mirada dura sobre las cuñadas.

 - Esperemos que no te olvides de nuestros hijos - susurró Eloísa.

  - Me encantaría quedarme con las cenizas de nuestro Felisín - añadió Antonia tras un silencio molesto.

 - ¡Mujer! ¡Qué cosas tienes! - exclamó Paco -. ¿Dónde las dejarías? Recuerda que ahora sobre el televisor no se puede poner nada. 

 La aludida lanzó una mirada glaciar al cuñado y a ángel, su esposo, que permanecía en silencio, visiblemente avergonzado.

  - En casa es morboso conservar las cenizas de un muerto - aseguró Karmele, la hija mayor de Anastasia.

  - No es un muerto cualquiera, se trata de nuestro querido hermano Felisín - Antonia defendió su postura.

  - Cualquier día le das un meneo a la urna con el palo de la escoba y tu querido Felisín se va volando - insistió Paco, que siempre sacaba chiste a todo.

  - Y solo faltaba que estuviese la ventana abierta - terció Iván, el hijo de Roberto, el hermano de Elena -. El tío Félix se iría volando, volando a correr mundo.

  - ¿Cómo sois tan insensibles?  - Eloísa comenzó a lloriquear -. Dile algo a tu sobrino, Elena.

  - Díselo tú a tu marido, rica. Que es el que ha empezado con los chistecitos e incluso ha escenificado lo de la escoba y la urna yéndose a hacer gárgaras - Rosa, la madre del chaval, saltó como una víbora pero incapaz de reprimir la risa.

  - Las esparciré en algún lugar en el campo - Elena zanjó la conversación mientras las cuñadas se mostraron satisfechas.

  Paco salió al exterior a fumar. Enseguida le imitaron algunos otros.



NAVIDADES 1976

  La presentación oficial de Félix en casa de Elena fue la noche del 28 de diciembre. La madre organizó una cena informal. Cuando les anunció que tenía novio formal, todos mostró interés en conocerlo. Las hermanas se hicieron las encontradizas una tarde en El Felipe. A los padres no les hizo gracia que tan solo fuera empleado de Galerías Preciados, gran superficie comercial que abrió sus puertas a mediados de octubre de ese mismo año. Para sus hijas les ilusionaban jóvenes bien preparados, con carrera universitaria. Elena les aseguró que Félix tenía buen sueldo. Con anterioridad trabajó en Simago. Tuvo la oportunidad de mejorar y se unió a la nueva plantilla con el cargo de Jefe de planta en confección de señora, que dicho sea de paso, le entusiasmaba. No tanto la confección, como cualquier cosa relacionada con las féminas. Aunque este detalle tardó un tiempo en conocerlo Elena. A don Ramón, le gustó porque era nueve años mayor que la hija y consideró que pondría orden en su vida.

  La cena transcurrió sin incidentes. Félix tenía don de gentes, sonreía de continuo y resultó zalamero y cariñoso con Ana, la madre de Elena. A Félix le impresionó enterarse de que Ramón, lucía en el uniforme una estrella de ocho puntas, a pesar de que Elena le comentó previamente que trabajaba en ARACA, con el grado de comandante.



MARZO 2014

  Tomás falleció la tarde del 22 de marzo. Un choque frontal contra un camión al regreso de un viaje a la altura de la provincia de Salamanca. Trabajaba como representante de maquinaría agrícola y cubría la zona de Castilla-León. Viajaba continuamente y paraba poco en casa. Cosa que agradecía Aurora, aunque no le llegasen los cuartos y tuviera que hacer malabares para llegar a fin de mes. Esto se debía a que Tomás se jugase hasta la camiseta en las salas de juego de media España. Tenía mal ganar, se lo fundía todo con mujerzuelas, la mayoría de las veces, junto con Félix, que era más de poner los cuernos pero muy mirado en eso de gastarse los dineros en juego. Mal perder también tenía Tomás. Si volvía sin euros a casa, la emprendía a golpes con Aurora.

  - Querida, por fin ha llegado mi momento. Lo quiero compartir contigo - le anunció con misterioso cuchicheo a Elena -. El aviso me ha llegado por medio de la Guardia Civil. Tomás se ha ido al otro barrio.

  Elena se quedó rígida. Se mantuvo callada. Para entonces, Félix había sufrido el primer infarto. Apenas salía de casa y tenía un humor de perros.

  - ¿Sigues ahí? - preguntó Aurora.

  - Estoy aquí - fue la débil respuesta al otro lado del teléfono.

  - Estoy muy feliz, amiga.

  - Me alegro por ti.

  - ¡Mujer! ¡Qué poco entusiasmo! Pronto estarás libre tú también.

  - Este es más fuerte de lo que aparenta. Es capaz de llevarme a mi por delante, solo por joder. ¡Ya sabes cómo es!

  - ¿Qué si lo sé? Por algo eran inseparables estos dos. Me casé con el calco.

  - Lo mismo dice Félix de nosotras. Que parecemos el cuco y la mariposa.

  - Anímate, cariño. Uno ya ha caído y al otro le quedan dos telediarios. ¡Te lo digo yo!

  Las predicciones de Aurora tardaron un poco más en hacerse realidad.



JULIO 1977

  Se había celebrado el primer aniversario de los trágicos sucesos del 3 de marzo en Vitoria, acaecidos un año antes en la iglesia de San Francisco. Hubo cinco obreros muertos a tiros por la policía nacional y todavía se respiraba mal ambiente en las calles. Las manifestaciones se sucedían y los trabajadores reclamaban sus derechos salariales y laborales. Adolfo Suarez fue el primer presidente democrático de España, elegido en las elecciones del mes de junio del 76. El rey lo designó el 3 de julio de ese mismo año, después de que el Consejo del Reino le propusiera una terna de candidatos tras la dimisión de Arias Navarro. Los militares perdían posición y hegemonía, excepto don Ramón, que continuaba al mando de la familia, como si se tratara del batallón del cuartel.

  Las canciones protesta proliferaban, siendo el santo y seña de la juventud de aquellos años. A Galopar, poema de Alberti, escrito durante la guerra civil, se hizo emblemático durante los últimos años del franquismo. Los estudiantes lo entonaban a voz en cuello en cualquier ocasión. Un Pueblo Es, de María Ostiz o Mi Querida España de Cecilia, dividían a los españoles más por banderas e ideas que por costumbres y razones. Para La Libertad, poema de Miguel Hernández y magistralmente interpretada por Serrat, parecía ser una brisa calmada en un torbellino de desasosiego y enfrentamientos diarios en que se sumía el país.

  Los atentados terroristas ocupaban gran parte de las portadas de los periódicos. Asesinatos en la calle a plena luz del día, estallidos de bombas y secuestros a empresarios, se hicieron contertulios de los españoles y sobre todo de los vascos y navarros, convirtiéndose en pesadillas agónicas. Recién estrenado el año, el 24 de enero tuvo lugar en Madrid el atentado a un despacho laboralista de la calle Atocha, 55. Se saldó con cinco muertos y cuatro heridos graves. Fue ejecutado por la mano de la extrema derecha. De un bando y de otro, caían enturbiados por un halo de improvisación malsana seres humanos, que en boca del bando contrario eran tildados de poco o nada humanos y bien merecedores de trágicos finales.

  Alfredo Marco Tabar, conocido vitoriano perteneciente a UCD, que con anterioridad fue concejal del ayuntamiento y procurador en Cortes por Álava, fue elegido alcalde en las elecciones de junio de 1977.

  Pese al terror sembrado por unos y otros, a los días convulsos y al malestar generalizado en las calles, 1977 transcurría feliz y placentero para Elena. Continuaba estudiando y disfrutaba de la compañía del hombre más maravilloso que ni en los mejores sueños pudiera imaginar.



  ABRIL 2014

  Aurora visitaba con frecuencia a su hermano Vicente que vivía en Azilu, concejo del municipio de Iruraiz-Gauna en la provincia de Álava y situado a unos 20 kilómetros de Vitoria. Heredó la casa familiar y las tierras del tío Olegario. A la muerte de éste, iba ya para veinte años, Vicente, soltero, amigo de soledades y muy ligado al campo, decidió cesar como trabajador de Michelín para acurrucarse en el pueblo, al amparo de las gallinas y vivir tranquilamente de lo que diera la tierra.

  - He tenido una idea excelente y tú serás participe de ella - Aurora se mostró entusiasmada ante una Elena cada vez más delgada, pálida y triste -. Me acompañarás al pueblo, a casa de Vicente. Quiero echar allí las cenizas de Tomás.

  - ¿Vicente está de acuerdo? - a Elena le costaba creerlo pues los cuñados nunca se tuvieron suficiente estima como para compartir territorio.

 - Ni sé ni me importa, querida. Tengo que deshacerme de Tomás como sea y cuanto antes. La sola contemplación de la urna en la terraza, me da nauseas. Te juro que me sale sarpullido.

  - ¿Qué has pensado? - curioseó Elena, sonriendo por primera vez, al tiempo que un brillo que ya no esgrimía emanó de sus pequeños ojos oscuros.

  - A ese desgraciado se lo van a zampar las gallinas - susurró con aplomo, después de pasear la mirada en derredor, a pesar de encontrarse solas en el salón de la casa de Aurora.

  - ¿Qué te han hecho las pobres gallinas? - Elena pudo hablar después de soltar una sonora carcajada.

 - Será poco a poco a poco. Cada semana le visitaremos, porque tú me acompañarás en este trance. Las mezclaré con el pienso. Te necesito para que durante mi labor, le des palique a Vicente. Ya verás, será muy divertido - aseguró la viuda con entusiasmo.

  - ¿Qué disculpa le pondrás a Vicente?

  - No hará falta decir nada. Muchas veces doy de comer a las gallinas. Me recuerda mi niñez, cuando visitábamos los fines de semana a los abuelos y a tío Olegario.



JULIO 1977

  Las parejas se regalaban arrumacos los domingos en la discoteca Año 2000, en la plaza de la Estación. Bailaban a los acordes de la música que triunfaba. Si Tú Fueras Mi Mujer de Lorenzo Santamaría, Tú y Yo de Cecilia, Échame a Mi la Culpa de Albert Hammond, Hotel California de The Eagles, entre otros. Persistía la música de The Beatles y de Queen. Entre todas destacaba una romántica balada que entusiasmaba a Elena: Júrame de Juan Camacho, sobre todo la parte que decía: "Júrame, que aunque pase mucho tiempo no has de olvidar el momento en que yo te conocí. Mírame, pues no hay nada más profundo ni más grande en este mundo que el cariño que te di. Bésame, con un beso enamorado como nadie me ha besado desde el día en que nací. Quiéreme, quiéreme hasta la locura y así sabrás la amargura y lo que sufro por ti... Durante el baile de la melodía, le gustaba que Félix se la susurrase al oído. Elena imaginaba que el amor sería eterno, con esa intensidad desaforada y vigorosa que solo se posee cuando se es joven. También le susurraba "Mon amour", con acento francés y le parecía el hombre más romántico, tierno y sensible del mundo. Al amparo de la oscuridad se indagaban las partes recónditas, íntimas y desconocidas de sus cuerpos.



MAYO 2014

  El suceso de las cenizas de Tomás y las gallinas de Vicente, resultó más alarmante que divertido. Aurora citó a Elena en el Saburdi de la calle Dato. La larga barra rebosante de suculentos pintxos, les dio la bienvenida.

  - Ha pasado algo - le anunció Aurora con misterio, una vez elegidos los pintxos e instaladas en la terraza. Sin dejar intervenir a Elena, añadió -: Las gallinas de mi hermano están poniendo huevos grises.

  La amiga explotó en carcajadas.

  - Vicente está muy preocupado. Desconoce qué es lo que ha podido pasar y a llamado a un experto granjero francés, concretamente del Valle del Loira - con dificultad terminó la frase, debido a las carcajadas, mientras bamboleaba el torso de atrás hacia adelante, acompañándose de exageradas contorsiones.

  - ¡No me lo puedo creer! ¡Qué fuerte! - repetía Elena una y otra vez -. ¡Pobre Vicente!

  - Imagínate al franchute con los huevos grises entre las manos. Por si esto fuera poco, también han aumentado de tamaño. ¡Con lo huevón que fue Tomás!

  Ambas lloraban de risa, sujetándose el estómago con las manos.



AGOSTO 1978

  - Las cosas importantes siempre suceden en verano, mon amour - aclaró Félix mientras intentaba con destreza y agilidad introducir la mano por debajo de las bragas de Elena.

  - ¡Para! ¡Bruto! Me las vas a romper.

  - ¡Mujer! Mañana te compro unas.

  - Siempre dices lo mismo y mira que lo tienes fácil. En Galerías las hay preciosas.

  - Pero se me olvida, mon amour. Salgo rápido y ansioso. Deseoso de verte y pasar el mayor tiempo posible junto a ti. ¿No es eso lo más importante?

  - ¡Zalamero! Estate quieto.

  - ¿De qué tienes miedo? Todos mis amigos lo han hecho ya con las novias, menos nosotros.

  - ¿Y si me quedo embarazada?

  - Adelantamos la boda y ya está.

  - Primero tengo que terminar los estudios.

 - Además tienes que saber que nadie se queda embarazada la primera vez. ¿No estudiáis eso en enfermería?

  - Mi madre no dice lo mismo. Y no, eso no lo hemos estudiado.

  - Las madres siempre dicen esas cosas. Te quiero pero lo nuestro es demasiado casto y puro. ¿Qué hay de malo en que te ame con locura?

  - Mi madre dice que la noche de bodas es muy bonita, si se llega virgen.

 - ¡Tu madre! ¡Tu madre! Ya eres mayorcita para pensar por ti misma.

  - Pongamos fecha para la boda y te dejo. Acabo de cumplir los dieciocho.

  - Y yo tengo veintisiete. Soy un hombre hecho y derecho, responsable, honesto y trabajador. Con buen sueldo, principios y valores, mon amour. ¿Qué más puede pedir tu madre?

  La madre de Elena solo deseaba un buen hombre para su hija y Félix nunca se lo pareció del todo.

  Los acontecimientos políticos proseguían su carrera imparable. Un año antes, en septiembre, nació un nuevo diario: EGIN, indiscutible portavoz de la izquierda abertzale. 



JUNIO 2015

  A Elena le pareció que el fontanero se había mostrado grosero con ella. Al fin y al cabo, él era el profesional y debía apechugar con lo que le tocase. Convencida de que algún otro caso similar guardaría en la memoria, no mostró piedad alguna. Un escalofrío repentino le recorrió la espina dorsal. Se refugió en el salón. Intentó concentrarse en la lectura de Barrio de Maravillas, sin conseguirlo. Cerró el libro malhumorada. Por alguna razón inexplicable se sintió nerviosa.

  - ¡Cuándo llegará el bendito día que dejes de joderme la vida, Félix! - se percató de que lo dijo en voz alta. Solo faltaba que el fontanero pensara que estaba trastornada.

  - ¡Ya está señora! - voceó el joven desde el baño.

  Se incorporó del sofá como movida por un muelle y a grandes zancadas avanzó por el pasillo.

  - ¡Listo! - volvió a vociferar el muchacho. 

  El sonido de la cisterna y el agua clara corriendo pendiente abajo por la reluciente taza, le sonó a Elena a música celestial.

  - Menos mal que lo has conseguido, chaval - sonrió entusiasmada.

  - Le aseguro que ha resultado muy complicado - añadió recuperando el semblante risueño.

  - ¿Has traído la factura?

  - Si pero si no tiene suficiente puede hacer el ingreso en el BBV. Le dejo también mi tarjeta para lo que usted guste.

  - Ibai Torralba - leyó, saboreando  lo de "para lo que usted guste" -. Volveré a llamarte.

  Esa noche soñó con el fontanero. Se le presentó con la mirada cálida, sonriente, fuerte, esplendoroso. Con el vaquero ceñido, marcando paquete. Con camiseta blanca inmaculada. Exhibiendo brazos tersos, labios carnosos y lengua juguetona. Con aspecto de chico macarra, esa tipo de muchacho que tanto le gustaba cuando era adolescente. En el sueño, Elena se veía más joven, con las carnes bien prietas y no los colgajos flácidos de la parte superior de los brazos. Sin patas de gallos ni odiosas arruguitas en el ceño o alrededor de los labios. ¡Qué eran arrugas de reír, decían algunas! ¡Con lo poco alegre que le resultó la vida de casada! Eran arrugas de la edad. De cincuentona, que la sola palabra sonaba fatal. Eran arrugas reales, de las que pone el tiempo y los sinsabores de la vida. Eran las arrugas del desaliento y la desilusión. De los errores cometidos, de las equivocaciones tempranas. Se sumergió en el sueño sin maquillaje, no lo necesitaba. Con el pelo alborotado, sin el esclavo tinte. Con la dentadura perfecta, sin los implantes. Llena de juventud y con los bolsillos repletos de planes, con proyectos de vida recién horneados.

  El fontanero la elevaba en volandas hasta el centro de la pista. Las demás parejas, les hacían corro y les jaleaban con palmas.

  - Mon amour. Mon amour - le susurraba al oído y el aliento le inundaba tórrido, jadeantes las palabras, inmensas las caricias.

  Sonaba Júrame. Imposible otra melodía.

  - "...Tengo celos hasta del pensamiento que pueda recordarte a otra persona amada. Júrame..." - la melodía brotaba de la faringe del muchacho implorando amor, lujuria y delirio.

  Repentinamente despertó empapada en sudor. Nada que ver con los sofocos de la menopausia. Se trataba de otra cosa. Pestañeó repetidas veces, hasta lograr acostumbrarse a la oscuridad. Se incorporó. Se palpó los brazos blandos.

  - ¡Elena! ¡Elenita! - se reprendió en voz alta -. ¡Qué pena! ¡Qué hambre tienes, Elena! ¡Qué hambre!



SEPTIEMBRE 2014

  El acontecimiento de los huevos grises y grandes de las gallinas de Vicente en Azilu, continuó repitiéndose hasta mediados del mes de septiembre. Casi repentinamente el fenómeno dejo de serlo para retornar a la realidad aburrida y a la normalidad cotidiana. Vicente nunca comprendió que conjunto de hipótesis y conjeturas obraron semejante circunstancia, a todas luces más propia de seres fantasmagóricos que de planteamientos lógicos. El franchute no salía de su asombro. Mandó analizar el pienso, las cáscaras, las yemas, las claras e incluso las gallinas. Nada paranormal se cernía sobre el inverosímil fenómeno. Retornó a su granja sin comprender tan misteriosa intriga. El municipio se hizo famoso gracias al acontecimiento. La noticia corrió como la pólvora a través de las redes sociales. Vicente aumentó considerablemente las ganancias, ya que desde los lugares más recónditos de la geografía española, adquirían docenas de los famosos huevos. Lástima que el episodio no se alargó en el tiempo y a pesar de que lo siguió intentando, no logró modificar el tamaño ni el color del preciado alimento.

  - ¡Pobre Vicente! Se le están volviendo los sesos agua! - bromeaba Aurora -. Estaría bien que haríamos lo mismo con Félix. Al fin y al cabo no deja de ser un empujón económico para mi hermano.

  - De momento está mucho mejor - aseguró Elena borrando la sonrisa y volviendo a la cruda realidad -. Ha empezado a salir y vuelve a las andadas.

  - ¡Qué cansinos son este par!



JULIO 1979

  HB (Herri Batasuna) se convirtió en la segunda fuerza política en Euskadi en las elecciones municipales celebradas en abril. José Ángel Cuerda, conocido abogado vitoriano, fue proclamado alcalde de Vitoria por el PNV. En mayo nació el grupo de Juventudes de la Izquierda Abertzale, Jarrai, de ideología nacionalista, revolucionaria e independiente.

  Pese a los desordenes políticos, a la desesperanza de las familias rotas y del malestar vivido en la sociedad, la vida continuaba su placentero transcurso para Elena. 

  Blanca y radiante caminaba Elena hacia el altar. A la una del mediodía de un radiante día de julio, Félix aguardaba en la explanada de San Miguel, bajo la atenta mirada de la Virgen Blanca, patrona de la ciudad. La novia, como mandan los cánones, llegó con cinco minutos de retraso. Las bromas se sucedían de corrillo en corrillo. "...Se ha arrepentido...". El novio, impecablemente planchado, engominado, encorbatado y perfumado, recibió a su amada, que impresionó con la eterna sonrisa y el semblante colmado de dulzura. Con el vestido blanco más bonito de Pronovias. El ramo de lirios en tono rosa pálido y tallo corto le prestaba candor e inocencia.

  - Buenos días, mon amour - le susurró al oído, rozándole suavemente con los labios húmedos.

  Elena le devolvió la sonrisa casi ruborizada ante la presencia imponente de su progenitor, que con orgullo y paso marcial, le acompañó hasta el altar mayor.

  El día trascurrió como se esperaba. Todo irradiaba esplendor y luz. Dulzura y condescendencia. Se prometieron amor eterno y lealtad y lo sellaron con respeto y admiración, hasta que la muerte tuviera la desfachatez de separarlos. El banquete se celebró en el Círculo Vitoriano y asistieron ciento cincuenta invitados. A petición de Félix, el baile no comenzó a ritmo de vals, sino a los acordes del bolero "Júrame".



  ETA había dado comienzo a una campaña de atentados contra intereses turísticos españoles, así como en contra de empresas francesas ubicadas en territorio español. El miedo dejó de ser exclusividad de madrileños y vascos. También se sentía en playas y hoteles de las costas levantinas y andaluzas, así como en las islas. Como consecuencia creció un odio visceral y exagerado contra todo lo que tuviera relación con lo vasco. A pesar de todo, la luna de miel se presagiaba para los recién casados romántica y feliz. Palma de Mallorca fue el destino para recoger vivencias de tres semanas de ensueño...

  Ciñéndonos a las cruda realidad, el ensueño se le desvaneció a Elena en un chasquido. La séptima noche Félix desapareció con la burda disculpa de bajar a la cafetería a comprar tabaco. Con el correr de los años, comprendió que el fallo estuvo en que le recibió llorosa y preocupada.

  - Amor mío. ¿Dónde has estado? ¿Qué te ha sucedido? Me tenías tan preocupada... Pensé que te habían secuestrado... No he pegado ojo en toda la noche.

  - ¡No te vas a creer con quien me encontré! - exclamó Félix apestando a alcohol -. ¡Con Ricardo!

  - ¿Qué Ricardo?

  - Pues Ricardo, mon amour. ¿A cuántos Ricardos conoces?

  - ¿Tu primo Ricardo?

  - ¡El mismo!

  - ¿Qué hacía Ricardo en Palma?

  - Viaje de negocios, mon amour. Nosotros estamos de luna de miel pero los demás siguen con sus vidas y muchos dando el callo.

  - Ya - hizo una pequeña pausa dándole vueltas al tema palpablemente mosqueada -. Pero aclárame una cosita, Félix. Si tu primo está en viaje de trabajo, ¿cómo es que habéis estado toda la noche de juerga?

  - Se alojaba en el hotel de al lado, mon amour. Aquí no tenía tabaco. Salí buscando un bar. Nos encontramos en la calle. Era su última noche en Palma. Me invitó a una copa, como es natural, tuve que corresponder. Ya sabes cómo son estas cosas, mon amour. Una copa lleva a otra y a otra y te lías y para cuando te das cuenta, ya está amaneciendo - dio por terminada la explicación, haciendo un mohín de disgusto.

  - Podías haberme avisado y hubiera ido con vosotros.

  - ¡Si fue todo de pronto! Ya te digo que lo hice sin pensar. ¡Lo siento mucho! - la abrazó con fuerza. La besó con ternura. Le hizo el amor tan dulcemente, que Elena sintió la necesidad de creerle -. Nunca volverá a pasar. ¡Te lo prometo!

  Bien mirado no le faltaba razón. Nunca volvió a pasar... en Mallorca, principalmente porque jamás volvieron. Sin embargo, en Vitoria, ¡la de primos y primas que se encontró!

  Desde comienzos de año, la ONU proclamó al año 1979 como Año Internacional del Niño. Elena deseaba con toda su alma quedarse embarazada con prontitud, convencida de que la llegada de un hijo resolvería todos sus problemas matrimoniales, por aquello de que un niño trae siempre mucha alegría, así lo certificaba su madre.




JUNIO 2015

  - Ahora te toca a ti ser mi cómplice - Elena habló en tono tan bajo que Aurora ni se inmutó. Tuvo que hacerle señas para que le prestara atención.

  - ¿Te pasa algo? - preguntó sin apartar la vista del Hola - ¿Has visto qué casas? ¡Qué lujo! Este salón tiene dimensiones de supermercado, chica.

  - Aurora, por favor, escúchame - alzó la voz.

 - ¿Qué pasa? - seguía pasando las hojas, exclamando por cada detalle que le sorprendía -. Enlace Sánchez de la Oliva - Menéndez, todos con faldones. ¡Qué mona es la novia! ¡Claro que a esa edad! Chica, qué maravilla de vestido. Dice que es del diseñador francés Constance Fournier, oye igual es pariente de los de aquí, los de naipes... Fíjate, Elena, dice que este Fulano confecciona vestidos nupciales vinculados a los valores del arte y la artesanía ¿Tú crees de verdad que se inspirará en cuadros? ¡Madre mía! ¡Vaya chorrada! Que el tío dice este vestido me lo ha inspirado el cuadro de Cortesanas al borde del Sena de Courbet, pongamos por ejemplo y los millonarios que a lo peor les sale el dinero por las orejas pero no tienen ni pajolera idea de quién es el Courbet ése, a apechugar con el pastón que el emparentado con el de las cartas les pida. Y no te digo nada, si el tipo asegura inspirarse en Kandinsky, vamos como para ir a mear y no echar gota. Ahora que también te digo, que si se lo pagan, hace bien el pollo.

  - Deja la revista de una vez y escúchame - imploró.

  - Si te estoy haciendo caso, cariño - continuó leyendo en voz alta -. Setas sobre cama de calabacín, tiene muy buena pinta.

  Elena suspiró con desgana, encendió un Fortuna y se recostó sobre el respaldo de la silla de la terraza de Río.

  - ¿Pedimos otro mariano?

  - Haz lo que te plazca - respondió Elena enfurruñada.

  - Me toca pagar a mi - llamó la atención del camarero que con destreza retiró los vasos vacíos y trajo la nueva consumición.

  - Te decía que...

  - ¡Cómo me gusta el vermut! - interrumpió -. ¿Qué quieres decirme?

  - No me haces ni puñetero caso. Si te gusta tanto, bébete también el mío. Me voy - se incorporó a medias. Aurora posó la mano rotunda sobre su brazo, obligándole a sentarse de nuevo.

  - ¡Qué si mujer! ¡Cómo no te voy a escuchar! - apartó la revista e hizo un guiño cómplice -. Anda, tonta, pide por esa boquita.

  - Ha llegado mi turno. Te toca actuar de compinche.

  - Lo que quieras, reina. Cuenta conmigo para lo que quieras - intentó leer en el rostro sobrio de la amiga.

  - Hace tiempo que lo tengo pensado. Lo que me apetece hacer con las cenizas de Félix es tirarlas...

  - ¿Quieres que las llevemos a Azilu para las gallinas de Vicente? - el regocijo ante la posibilidad de haber acertado, se le dibujó en el rostro.

 - No. He pensado en algo más acorde con su personalidad y sin salir de casa.

  - ¡Chica! ¡Qué suspense! Dime de una vez que tienes en mente para mon amour.

  - He pensado tirarlas por el váter. Es el lugar idóneo para ese mal nacido.

  Aurora prorrumpió en una sonora carcajada. Todas las miradas de la terraza se posaron en la mesa de las dos mujeres.

  - Quiero que estés a mi lado. Celebrar una fiesta. ¡Qué digo fiesta! ¡Fiestón! ¡Qué corra el alcohol sin medida!

  - Fenomenal, hermana.



DÍAS DEPUÉS...

  Se dieron un homenaje a base de marisco y otros manjares, regaron las viandas con champán francés. Moët Chandon Brut Imperial. Un lujo. 

  Sabedoras de no ser viudas al uso tras la partida de sus esposos, brindaron a cada sorbo. Cuando las seis botellas vacías del Moët rodaban por el suelo del comedor, sellaron el acontecimiento con dos botellas de blanco Marqués de Murrieta Gran Reserva ante la urna de cenizas.

 Elena trastabilló varias veces al abandonar el confortable refugio del comedor. Estuvo a punto de soltar el pequeño cofre contenedor de lo poco que quedaba de Félix. Retrocedió, recogió la copa y se sirvió un poco más de vino.

 - Paraaaaaa ellll camiiinoo - arrastró las palabras acompañándose de una risilla floja.

 - ¡Uyyyy! Estamos un poco mareadas - Aurora, con voz gangosa, le imitó y brindó sin lograr chocar las copas. 

  - Juntas avanzaremos mejor - siseó Elena con la mirada vidriosa y el paso vacilante -. ¡Anda, cariño! ¡Enhebra!

  Tropezaron, cayeron de una en una, a la vez, rodó la urna, Rieron, se recostaron en la pared del pasillo. Retomaron el camino... Llegaron al baño.

  - ¡Jódete Félix! ¡Jo-de-te! - clamó Elena dando vuelta a la urna. Los restos menudos de Félix cayeron a plomo en el interior del inodoro. A continuación hizo funcionar la cisterna -. Derechito al Chirrio, mon amour.

  Ambas vieron sorprendidas como las cenizas y el agua subían de nivel.

 - ¡No me jodas, Félix! - silbó Aurora con resignación, recuperando la lucidez de golpe -. Querida Elena, el impresentable de tu marido acaba de atascar el váter. Mañana a primera hora, llama al seguro y que te manden un buen fontanero.

  Elena prorrumpió en un llanto callado, difícil de controlar...

 




martes, 27 de junio de 2023

AMANECER ENTRE GORRIONES

 


1. LA PALOMA

    Si a Irenka Mazur le apasionaba retozar a las once de cada mañana  en casa de don Esteban, se debía únicamente a  que para las doce habían terminado, don Esteban se excusaba, abandonaba el lecho y en soledad escuchaba La Paloma de Iradier que desde el carrillón del Ayuntamiento de la plaza Nueva de Vitoria extendía sus notas por cada arco de la plaza. Del exterior le llegaban los sonidos de los cafés Victoria y Deportivo Alavés. La algarabía general se acompañaba de voces entrecortadas, inconcretas, risas, algunas palabras sueltas, la cantinela de los camareros. Se trataba de una amalgama que invitaba a la reunión entre compañeros de trabajo, al encuentro entre amigos, a la tranquilidad y a la calma que otorga el descanso al amparo del café o las cañas. Paladeó el bullicio entregado a la holganza cuando se sienta apaciblemente el tiempo. 

  Como era habitual tras el revolcón, Don Esteban abandonó la habitación. Irenka desconocía la razón de esta presurosa partida pero tampoco sentía curiosidad. No le gustaba más que los demás clientes de la casa de citas de la Algorta, aunque tampoco le disgustaba. Extremadamente educado, la trataba de maravilla, la acariciaba con  pasión y no resultaba tan bruto como otros. Pagaba muy bien y le obsequiaba con ostentosos regalos. El tipo se encoñó hasta la médula y unos días atrás le prometió una vida feliz y sin preocupaciones. Le había pedido matrimonio, a lo que Irenka dijo que si con premura antes de que Don Esteban se arrepintiese. 

  - Mi gorrioncito, sé que aceptas por dinero - le acarició el cabello rubio y liso con la calidez temblorosa que otorga la vejez -, pero no lo dudes, conmigo serás feliz.

  - Don Esteban, no le puedo engañar. Cierto es que si aceptó es por alcanzar la estabilidad económica, que yo seré muy puta pero le juro que le seré fiel hasta la muerte - se sinceró la muchacha rogando que al futuro esposo le diera el soponcio al poco de las nuncias y que enviudara con rapidez.

  - Mi gorrioncito - susurró el hombre con deleite -, a mi edad no pretendo que una chiquilla se enamore de un hombre como yo ni siquiera que me guarde lealtad incondicional. Únicamente me conformaré con algo de compañía. No aspiro a más.

  - Sin embargo - razonó Irenka con seriedad -, me preocupa que su hijo se niegue a nuestro matrimonio y...

  - ¡Gorrioncito! No debes preocuparte por tan poca cosa - sonrió Don Esteban quitando importancia a la preocupación de la joven prostituta -. No debes temer nada. Carlos no tiene ninguna razón para oponerse, si desea mantener la asignación de los mil quinientos euros que le paso mensualmente.

  A punto de dar las doce, Irenka recordó la conversación mantenida en la cama con don Esteban cuarenta y ocho horas antes. Sacó los brazos fuera de las sábanas y estiró las piernas entrelazadas por los tobillos para volver a hacerse un pequeño bulto encogido. Se gustaba de rozarse la piel suave y desnuda contra las sábanas de seda. Aspiró el aroma a jabón de Marsella que se desprendía de la ropa de cama. Aguzó el oído disponiéndose a disfrutar de La Paloma. Acompañando a la primera nota le llegó un chasquido tenue, apenas perceptible que arrinconó en el fondo de la mente. No consentía que nada perturbase aquel momento. Solo al término de la melodía, como  venía ocurriendo en los últimos meses, se puso en pie y comenzó a vestirse con lenta calma.

  - Don Esteban - lanzó la voz al pasillo soleado extrañándose de que el amante no hubiera vuelto a la alcoba con el dinero. A pesar de que le hubo prometido matrimonio, quedaron en que seguiría pagándole la minuta establecida al concluir el servicio.

  Asomó la cabeza. El silencio pesado y penetrante la aturdió. Avanzó de puntillas con las sandalias de tacón en las manos. La puerta entreabierta de acceso a la casa le preocupó. Se le aceleró el ritmo cardíaco. Se obligó a seguir la dirección de un churrete de sangre que descendía desde la pared hasta el suelo. Abrió los ojos, sintiendo que se le paralizaba el pulso. El cuerpo inerte de don Esteban tendido de manera grotesca sobre la alfombra  miraba con los ojos desorbitados a un punto lejano del techo. En mitad de la frente un orificio oscuro anunciaba que jamás le daría un soponcio, que jamás contraería matrimonio y que no cobraría el servicio. Don Esteban acababa de ser asesinado.



2. ADIÓS A LA PALOMA

  Sintió un terror repentino. Por razones incomprensibles volvió al dormitorio. Buscó con desesperación un pañuelo en los cajones de la cómoda. Limpió las posibles huellas que hubiera dejado en los muebles. Cerró la ventana. Sollozando en silencio, lanzó una última mirada en derredor. Le pareció importante borrar todo resquicio de su paso por la casa. Recorrió el pasillo con sigilo conteniendo la respiración.  Pasó por encima del cuerpo de don Esteban que quedó atravesado en el pasillo con las piernas ligeramente encogidas. Se sintió incapaz de mirarlo de frente. Abrió la puerta ayudándose con el pie. Husmeó el descansillo. No se escuchaba el más leve ruido. Salió a la escalera. Sin volverse entornó la puerta ayudándose del pañuelo. Bajó las escaleras de dos en dos todavía descalza. Una  vez en el portal se calzó saliendo  a la tibieza de la plaza. Intentó moverse sin llamar la atención. A pesar de ser un día cálido, temblaba. Se lanzó al centro de la plaza, atravesándola con rapidez. Se sintió febril. Sus dientes castañeaban como años atrás lo hicieran en su Cedrillas natal cuando en pleno enero el termómetro se negaba a superar cuatro o cinco grados bajo cero. Situado a 1347 metros. Era un pueblo pequeño de la provincia de Teruel.  Habían transcurrido seis años. Ganaba una miseria como camarera en la fonda que se le antojaba de mala muerte. No le gustaba el lugar aunque la economía fuese prospera. En ocasiones conseguía algún extra, como chica de compañía para algunos huéspedes. 

Casi todo lo empleaba en calentar su casa y en la alimentación. Necesitaba hacer juegos malabares para ahorrar algunos céntimos.  El País Vasco se asemejaba al paraíso, visto desde aquellas latitudes. Un buen día llenó una maleta con cuatro cosas y se echó a la carretera. Se cambió el nombre porque Quiteria (patrona de su pueblo) Pérez no era propio para una chica de alterne. Sollozaba sin saber concretar la razón: ¿Se trataba de nostalgia o era por don Esteban? Al final de la plaza tuvo que apoyarse en la piedra caliente. Descubrió a un joven que le observaba con atención desde el interior de La Creme. Al detenerse se le aceleró el pulso. Aunque no le había visto más que en fotografías, el tipo le sonreía y le obsequió un guiño. Se trataba de Carlos, el hijo de don Esteban.

  Repentinamente le asaltó una rotunda y cruel negatividad. Jamás disfrutaría de su melodía favorita entre las sábanas templadas de don Esteban. Adiós a "La Paloma".



3. GORRIONES

  Mientras la pareja de gorriones custodiaba el nido, la mujer desvió la mirada hacia el parterre que a lo lejos escondía algo misterioso en la penumbra del solitario parque. Aguzó el oído. La intuición no le había engañado. Los rostros de las jóvenes asomaban de cuando en cuando. Daira y dos amigas reían, mientras  su rostro sufría sucesivas mutaciones. Primero se tornó colorado, para pasar a transformarse, surgiendo al cabo de unos minutos, un rugido más propio de animal. Casi desesperado. Una de las acompañantes era su hija Xenia. Estaba convencida de que le llevaba la contraria solamente por incordiarle, sabedora de que no aprobaba esa amistad. Hubiera sido relativamente fácil someter a Daira si la hubiera sorprendido en soledad pero acompañada de sus inseparables amigas, el asunto se complicaba. No era la primera vez que espiaba a la adolescente. En realidad llevaba algo más de tres meses planeando el secuestro, sabedora de que Olvido pagaría el rescate sin rechistar. Hasta el momento no había despertado sospechas en ninguno de los anteriores casos siendo el resultado altamente satisfactorio. Momentáneamente retomó el interés hacia los gorriones. El macho se pavoneaba como un muchacho junto a su dama, hinchado de orgullo, luciendo la vistosa corbata negra sobre el pecho. Gracias a ello es fácil distinguirlos de las hembras. La hembra, incubaba los huevos paciente, enigmática, abnegada, como toda madre que se precie. 

  


  4. AVE LIRIA REAL

  Irenka se sintió a salvo al empujar la pesada puerta de madera que daba acceso al Salón de relajación de Madame Oublié. La voz chillona de Ofelia se convirtió en un bálsamo.

  Esta rozaba tenuemente su corpachón contra el de un joven de aspecto enclenque y excesivamente delgaducho.

  - ¿Qué te pasa, mi amor? - preguntó soltando el papel publicitario del salón -. Si buscas a Olvido, no te canses. No está.

  - ¿Dónde ha ido? ¿Cuándo volverá? - lanzó sin  poder contenerse.

  - Por orden, mi amor. No suele darme explicaciones sobre dónde va y por consiguiente no sé cuando volverá.

  Asestó un puntapié a Ofelia que en ese preciso momento estiraba ambas piernas a la vez. El grito de dolor salió sin control de la garganta.

  Atravesó con rapidez el gabinete, tropezando con una de las mesitas bajas. Los vasos de tubo se tambalearon, aunque recobraron su posición inicial. Enfiló el pasillo. Las cabinas le obsequiaron con jadeos intensos. Todas estaban en activo. Salió al patio y respiró la calma que le otorgaron las plantas. Subió las escaleras que daban acceso a la vivienda. Ofelia le siguió cojeando. Una seguida de la otra, continuaron por el pasillo de la silenciosa vivienda. La muchacha avanzó hacia su alcoba pero cambiando de opinión, retrocedió al salón, chocando nuevamente con la infortunada Ofelia.

  - ¡Ofelia! ¡Ofelia! - escuchó atenuada por la distancia la voz del supuesto cliente.

  - ¿Estás nerviosa? ¿Qué tienes? Estás pálida como un muerto. Ni que hubieras visto a un fantasma - añadió desoyendo la voz del impaciente muchacho que quedó abandonado en el confortable sofá -. Si te sirvo yo... No tienes más que pedírmelo, reina.

  No respondió. Abrió las dos hojas que daban acceso al salón. Se dirigió hasta la alacena. Tomó la botella de anís y una copa y se sirvió una cantidad generosa que bebió de un trago. Se sintió mas calmada. Luego volvió a servirse y se acomodó en el sillón orejero que se situaba junto al ventanal. Observó la calle Francia. El tráfico y el bullicio replegaron sus nervios. Se sirvió dos dedos más de licor.

  - Pero, chiquilla, ¿dónde vas con esos aires? - la voz gutural de Tino, un cliente que frecuentaba el local, la estremeció cercana -. Ofelia, a estas polacas no hay quien les entienda. Tan pronto te aman como que te tratan como si fueras un saco de boxeo. 

  - Así es, mi amor. A mi esto me duele, ¿sabes? Soy muy sensible.

  - ¿Ahora se llama así? - retumbó la voz de Tino un poco más lejos -. En vez de sensible habrás querido decir que eres maricón.

  - ¡Qué bruto eres! - estalló en una risotada malévola.

  - Lo que les hace falta a estas furcias es un tipo duro que las folle como es debido.

  - ¡Qué cabrito eres, mamón! También a mi me hace falta un palo duro que me folle. Con una polla dura hago maravillas. Si tú quisieras, Tino...

  - Pero no quiero. Te lo he dicho muchas veces: no soy maricón.

  - Es que no lo has probado. Mi lengua revoltosa te subirá hasta el cielo.

  - Es que soy más de tierra, Ofelia. Anda, deja a la furcia en paz y céntrate en el del sofá que lo tienes a punto.

  Irenka cerró los ojos rogando que Olvido apareciese pronto. Ofelia se deshizo pronto del muchacho y se apostó frente al salón. Enseguida se hizo el silencio. Minutos después volvió a escuchar la voz de Ofelia. 

  - Olvidín, cielo. ¿Qué manera es esta de entrar? ¿Qué os pasa hoy, reinas?

 Olvido no contestó. Irenka como respuesta comenzó a lanzar una llantina sorda que retumbó entre las paredes del salón.

  - ¡Ay! Olvido, tengo algo importante que contarte - hipaba a cada poco sin pronunciar bien -. Cuando te lo cuente te vas a sorprender. Ha sido espantoso... Estoy aterrada y...

  - ¿Qué te ha pasado, mi amor? - curioseó Ofelia caminando tras Olvido.

  - ¿No tienes nada que hacer? - la dueña del salón se giró en redondo, frenando al orondo cuerpo que avanzaba tras ella y que ya tenía un pie en la estancia.

  - A primera hora de la tarde llegará un cliente nuevo. Le voy a dar una masaje culero que le va a teletransportar - anunció chasqueando la lengua de placer.

 - Pues vete a limpiar, barrer o a lo que quieras - terció con el semblante serio y visiblemente disgustada la Algorta.

  - Irenka no me ha dicho nada, que si me hubiera dicho algo yo le hubiera prestado ayuda, consuelo o lo que hiciera falta...

  - Déjanos solas - Olvido se mostró tajante.

  - Si me necesitáis, ya sabéis donde estoy - se ofreció ofendida antes de dar media vuelta y desaparecer del salón.

  Olvido cerró la puerta y se acercó a Irenka.

 - ¿Qué es eso tan grave que te ha pasado? - preguntó con mansedumbre.

  - Don Esteban ha sido asesinado - retomó el sollozo mucho más agudo.

  Olvido no respondió. Encendió un cigarrillo, se alisó el vestido con cuidado como queriendo acabar con alguna arruga inexistente y tomó asiento en el sillón junto a la desconsolada muchacha.

  - ¿No ha oído lo que le he dicho?

  - ¿Estás segura de lo que dices?

  - Completamente.

  - ¿Cómo ha ocurrido?

  - No lo sé. Después del servicio, como siempre, se ha ausentado y como tardaba en volver, he salido. La puerta de la escalera estaba entornada y él tirado en el suelo, con los ojos abiertos y un tiro en la frente - indicó con un dedo el lugar exacto por donde había entrado la bala  -. Todo estaba lleno de sangre.

  - ¿Has llamado a la policía? - preguntó  manteniendo la calma.

  - No. No sabía qué hacer. Me he asustado. No sé si he hecho bien.

  - No te preocupes. Ahora nos acercamos y vemos que pasa por allí.

  - ¿Qué dice? Yo no vuelvo a poner los pies en esa casa.

  - Tenemos que hacerlo. Al fin y al cabo te ibas a casar con él.

  - Si pero... No quiero volver.

  - ¡Querida Irenka! Estoy convencida de que te has obnubilado. Te habrá parecido que estaba muerto. Es un hombre mayor y tal vez la pastilla... En fin ya me entiendes.

  - ¿Qué pastilla?

  - ¡Mujer! ¿Qué pastilla va a ser? La azulita, la viagra - aclaró ante la mirada ofuscada de la joven.

  - ¿Don Esteban toma viagra? - el desconcierto y la sorpresa resbalaron de los ojos de Irenka.

  - ¡Yo qué sé, niña! Lo supongo, don Esteban tenía una edad y ante tu cuerpo y tu juventud... En fin, qué para estar a la altura...

  - Puede ser. La verdad es... era muy buen amante - prorrumpió de nuevo la llantina con más fuerza.

  - ¡Ay, chiquilla! Pareces una lira real - terció Ofelia a voz en grito mientras avanzaba por el pasillo -. ¿Sabes que hace ese pajarraco?

  - No nos interesa saberlo - terció doña Olvido sin girarse hacia el transexual.

  - Puede imitar el llanto de un niño, igual que tú, mi amor.

 - ¡Ofelia! - exclamó Olvido con desesperación - Déjate de monsergas y olvídate de nosotras.

  - Pero, mi amor. No son monsergas. Leo y me instruyo. ¿No dices tú siempre que aunque seamos putas, debemos aprender a defendernos y que la mejor defensa es la cultura?

  - Eso se lo digo a mi hija - gruñó la aludida.

  - También aseguras querernos como si fuéramos tus hijas.

  - ¡Vamos, Irenka! Lávate un poco la cara y maquíllate otra vez, no como si fueras a trabajar, ¿eh? Algo sencillo y discreto - animó Olvido -. Tú, Ofelia, te puedes ir por donde has venido.

  - ¡Mujer! Si puedo echaros una mano...

  - No puedes - contestó tajante.

  - Se nota que  me consideráis un intrusa en vuestra vida - se quejó, haciéndose la remolona para abandonar la habitación -. Pues que sepáis que la lira real es tan puta como nosotras, que visita a dos machos o mas antes del apareamiento y...

  - Anda, anda tira para allá y deja de decir sandeces - Olvidó empujó el orondo cuerpo de Ofelia hacia el pasillo.

  - Tú dirás lo que quieras. He visto a estos pajarracos en los documentales de la dos.

  - Cómo si los has visto en sueños, Ofelia. ¡No nos interesa!



5. MÁS GORRIONES

  Xenia observaba con minuciosidad a la pareja de gorriones mientras recibía la caricia suave de la sombra de un árbol cercano en la plaza de los Desamparados. El macho se esmeraba en cortejar a la hembra mientras ésta se mostraba alborozada por ser la elegida. Al rato se presentó otra hembra y el macho, sin pudor ni miramientos, se deshizo de la primera y aventuró todo su postureo de macho alfa hacia la segunda. Consultó el reloj y con pesadez cansina se incorporó del banco alejándose del lugar sin dirigir la mirada hacia los pájaros. Sabía la suerte que correría la intrusa. Ante su descaro, la primera hembra experimentaría un acceso de locura y atacaría a la intrusa con agresividad inusitada. Todo ello para dejar bien claro quién sería la elegida para el futuro apareamiento.

  A Xenia le gustaban los pájaros, en especial los gorriones. Sobre sus costumbres y su vida en las ciudades se lo transmitía Ofelia. Se sentía satisfecha de la amistad que le unía a ella. Para la adolescente, representaba la valentía y la lucha, además del no sucumbir ante las dificultades. Lo cierto era que Ofelia comprendía a la chiquilla mejor que nadie, asegurándole que estaba dejando de ser una niña tímida y solitaria para dar paso a una mujer hermosa y preparada para comerse el mundo, al igual que Daira. La prostituta representaba a una amiga única y original, extremadamente valiosa, ya que le mostraba todos sus conocimientos sobre pájaros y le abría las puertas a la vida, esa vida que le negaba su madre. Ser diferente no tenía porque ser malo. Encontraría la manera de hacérselo comprender.

  Se encaminó hacia la calle la Paz. Se aposentó en el banco de la marquesina de la parada del autobús. Este le recibió cálido. Estiró las piernas y meditó sobre su férrea amistad con Daira. Entornó los ojos. La calle estaba muy concurrida a aquella hora. Las doce treinta del mediodía. Numerosas amas de casa cargaban bolsas o tiraban de carros de compra. Los jueves era día de mercado y en los soportales de la plaza de abastos una multitud de puestos de frutas y verduras de temporada se exhibían en un escaparate multicolor al aire libre.

  De pronto dirigió la mirada cansada hacia una de las puertas laterales del Corte Ingles. Allá permanecía su madre plantada. Tiesa, queriendo parecer elegante sin conseguirlo, desafiante. Parecía clavarle la mirada, aunque por otra parte resultaba imposible a la distancia que les separaba. "No seas tonta, Xenia. Lo mismo que tú le has visto, ella reparará ti", se dijo. Repentinamente comenzó a andar hacia el semáforo, con la mirada puesta en la chiquilla.

  Llegó un autobús a la parada siguiente a su lugar de espera. Avanzó rápidamente hacia él y se subió. Ocupó uno de los asientos del final, mirando hacia la acera de enfrente. El autobús arrancó pero casi al momento volvió a detenerse. Alguien aporreaba la puerta. Xenia dirigió una mirada aterrada hacia adelante. Suspiró aliviada. Se trataba de una mujer con varios niños de corta edad, que esparcieron frescura infantil y un leve aroma a Nenuco que se impregnó en el reducido vehículo. Se recostó en el asiento y cerró los ojos. Sintió el aliento cercano, seguido de unas palabras que se clavaron en su rostro asustando.

  - ¿Te pasa algo? - la voz sonó cascabelera, suave, reconfortante y auxiliadora.

  Abrió los ojos despacio. Sonrió aliviada.

  - ¿Estás bien? - repitió la voz acaramelada y dulce.

  - Perfectamente - contestó con una sonrisa en los ojos negros.

  Mantuvieron un silencio prolongado dos paradas más. 

  - A veces me fijo en los transeúntes para no aburrirme en los trayectos largos - explicó la voz segura de sí misma -. Me ha parecido que huías de alguien.

  Xenia le dirigió una mirada sorprendida antes de contestar:

  - Estaba en la parada equivocada pero me di cuenta a tiempo.

  - Claro - aseguró la voz poco convencida.

  Creció su turbación. Le sonrió. El correspondió mostrando una hilera de dientes perfectos, blancos, bordeados de unos labios carnosos. Se le hacia un hoyuelo caprichoso en la mejilla.

  - Si puedo ayudarte en algo... - dejó la frase inconclusa pero supo que quería decir "no tienes más que pedírmelo".

  - ¿Es usted policía?

  - No - respondió, esta vez sorprendido. 

  - Entonces no me sirve - respondió intentando desviar la atención del tío.

  - Si necesitas hacer una denuncia, vete a la comisaría.

 - Es un poco más complicado que eso - Xenia se sintió repentinamente alagada. Había conseguido engañarle.

  - Creo que nos conocemos - la voz pronunció la frase en un siseo -. ¿No me recuerdas?

  - Perdone, no soy muy buena fisonomista - se disculpó Xenia sosteniéndole la mirada escrutadora.

  - Mi nombre es David. Eres amiga de Daira - aclaró ante la cara interrogante de la cría.

   Arqueó las cejas.

  - Nos conocimos hace un par de meses en El Blue Monday en la Zapa. ¿De verdad no lo recuerdas? - insistió la voz acercando los labios a la oreja.

  - Lo siento pero no. "Y bien que me pesa" - le hubiera gustado añadir. Le frenó la coletilla que añadía siempre su madre: "Una señorita no puede decir según que cosas insinuantes a un hombre, que enseguida te toman por una fresca"

  - Pues yo nunca olvido una cara bonita - a David le sonreía el alma.

  - Gracias por el piropo, hombre.

  - Os salve la vida y estáis en deuda conmigo.

  - ¿De veras? Tal vez se equivoca de persona - respondió recordando perfectamente el día y el momento al cual el tipo hacía referencia.

  - Y no suelo hacer de samaritano - puntualizó David repentinamente serio -. Pero cuando alguien me interesa...

  Le hubiera gustado salir huyendo. Dirigió la mirada a través de la amplia ventanilla sin reconocer las calles por las que el autobús circulaba.

  - Habíais bebido bastante - aclaró la voz recordando el episodio -. Estuvisteis mucho tiempo en el baño. Según dijisteis luego, todo os daba vueltas. A la salida, unos gamberros intentaron sobrepasarse. Uno intentó besuquear a Daira, mientras otro te soltó el pantalón y un tercero te sujetó las manos presionando tu cuerpo contra la pared. En ese momento actué, propinándole  un golpe a uno de ellos. Huyeron precipitadamente. Tienes que acordarte de ello.

  - Si estábamos tan mal como dice... - se sintió avergonzada.

  - ¡A ver guapa! ¡No me jodas! Si me acuerdo yo, que tampoco estaba sereno, con más razón tienes que recordarlo tú.

  - Ni puta idea de lo que me está diciendo. Perdón - se disculpó pulsando el timbre de parada -, he llegado a mi destino.

  Avanzó tambaleante por el pasillo y se apoyó junto a la puerta, que se abrió de inmediato. Antes de apearse, dirigió una mirada fugaz a David, despidiéndose con una sonrisa.

  Cruzó a la otra acera. Intentó situarse durante unos minutos. Dobló una esquina. Anduvo unos metros. "Kalea Henry Morton Stanley", leyó a media voz la placa. "¡Hay qué joderse! ¿No hay suficientes personajes famosos en casa que necesitamos exploradores ingleses? ¿Quién habrá sido el lumbreras del ayuntamiento?"  Avanzó con paso lento. Recordaba perfectamente el incidente que el tipo le relató durante el trayecto. Por alguna razón le resultaba intrigante. No le agradaba pero algo tenía, tal vez la mirada o la sonrisa, que le resultaba atrayente. Le reconoció cuando ya era tarde para moverse de lugar, todos los asientos estaban ocupados. Sintió terror. Tal vez estuviese en grave peligro. Tal vez su madre tuviese razón y Daira no le convenía. Este tío era mucho mayor que ellas.  De no salir de casa había pasado a no entrar. De ser una niña modelo, a contestar, a quejarse continuamente, a llegar de madrugada. De beber solo agua, a mezclar bebidas que un mes atrás ni sabía que existían. A fumar, incluso porros. Penso que junto a Daira descubriría el mundo pero tal vez no resultara la mejor compañía. Si su madre llegaba a enterarse, la mataría de una paliza.

  


6. PALOMAS

  A medida que doña Olvido e Irenka bajaban por la cuesta de los Arquillos, se percibía un ambiente enrarecido o así se lo pareció a la más joven de las mujeres. De soslayo, dirigía algunas miradas inquietas a doña Olvido que parecía calmada.

  Una vez en la plaza, el desanimo anidó en las entrañas de Irenka. En una rápida ojeada contó siete furgonetas de la ertzaina.

  - ¡Qué despliegue, doña  Olvido! ¡Vámonos! No quiero estar aquí.

  - No seas cobarde, chica - amonestó tirándole del brazo y obligándole a seguir el camino hasta el portal que los efectivos policiales acordonaron. En la puerta de los cafés numerosos curiosos se arremolinaban en los soportales, estiraban los pescuezos intentando adivinar algo de lo sucedido.

  - ¡Qué morbosa es la gente! - susurró doña Olvido casi con complacencia -. Anda, chica, vamos a hablar con la que hace guardia en el portal.

  - ¡No! ¿Qué pretende usted? - Irenka temblorosa y asustada clavo los pies en el piso.

  - ¡Mujer! ¿Qué voy a pretender? Venimos a casa de tu novio, nada más.

  - Pero don Esteban esta muerto - susurró -. Le han pegado un tiro.

 - ¡Qué tonta eres, chica! ¡No sé cómo fuiste capaz de sacar provecho del vejete!

  - ¡Menudo provecho! Si hubiera pasado el día de la boda, pero ahora me quedo sin herencia y sin marido - lloriqueó la joven.

  - Mira, solo vamos a preguntar pero sin preguntar, ¿me entiendes?

  - No, doña Olvido, no entiendo. Tampoco acierto a descifrar cómo usted está tan tranquila en esta situación.

  - ¡Qué floja eres, niña! Parece mentira que seas puta. Mira, nos acercamos. Nos negará la entrada. Decimos que vamos al primer piso. Les dará la impresión que no estamos al corriente de lo acontecido. Nos preguntarán si somos familia. Tú te presentas como la prometida del tipo. No te preocupes, ellos están preparados para estas cosas. Se mostrarán amables. Te echarás a llorar e incluso puedes fingir un desmayo, eso siempre queda muy bien en estas ocasiones. Lo harás estupendamente, cielo.

   - No puedo doña Olvido. No me obligué.

  - Es muy fácil, chica. Tú déjame que hable yo, que soy muy echada palante.

  - ¡No puedo! ¡No puedo! Creo que voy a marearme ahora mismo.

  - Aguanta un poco. Enseguida podrás desmayarte. Quedará muy bien y ellos te apoyarán diciéndote que te van a poner ayuda psicológica. Siempre se hace así.

  - Me es imposible. No puedo fingir.

  - ¡Qué paciencia! Cómo que no has fingido en la cama con el carroza este. Ya veras, tú no te sueltes de mi mano. 

  Llevaban un buen rato en el centro de la plaza. Doña Olvido avanzó despacio e Irenka dio unos pasos cortos e inciertos. Sintió un frío repentino al evocar el cuerpo inerte de don Esteban salpicado de sangre.

  - No puedo con esto. Me falta el aire, doña Olvido. ¿Tomamos algo antes?

  -¡Calla! Tiempo habrá. Va a ser coser y cantar, ya lo verás.

   El gentío se arremolinaba murmurando sin parar. Algunas mujeres estiraban los cuellos para indagar, para llevar algo concreto a sus casas, para que las conversaciones en las tiendas y en los descansillos no decayeran. Para inflar de morbo cualquier conversación. Doña Olvido se abrió paso entre frases cortas. "Por favor..." "Un momento..." "Me hace el favor..." "Gracias, muy amable..." Se aproximó a la ertzaina que custodiaba el portal. La mano de Irenka fría como el mármol, a la vez que humedecida por el  sudor, continuaba como fijada a la suya, piel con piel.

  - Buenos días. ¿Qué ha pasado? - se interesó mostrando cierta confusión -. Nosotras tenemos que entrar al portal - el tono de doña Olvido se tornó sumiso, casi beatifico.

  - Lo siento señora, en este momento es imposible - a pesar de que la agente era menuda de tamaño, la voz tronó segura, firme y enérgica -. ¿Viven ustedes aquí?

  - No, pero aquí la joven vivirá en unos meses. Se va a casar con un señor que reside en este portal, en el primero.

  Les observó con lastima. Primero a doña Olvido, luego a Irenka, para más tarde posar sus ojos miel otra vez en la primera. Se mordió el labio inferior. Un atisbo de incredulidad asomó a su mirada.

  - Esperen aquí un momento, por favor - desapareció en la frescura del portal oscuro, de donde procedían algunas voces lejanas.

  - Podías haber dicho algo - riñó doña Olvido -. Que todo lo he tenido que decir yo.

  - Me dijo que la dejara hablar - se defendió la muchacha con un tembloroso hilo de voz.

  - Para lo importante si, pero chica podías poner un poco de tu parte y hacer algo de paripé, digo yo.

  - Creo que me voy a desmayar - calla, tonta. Espera a que nos den la noticia y luego te desmayas.

  Irenka paseó la mirada en derredor. Los curiosos se turnaban alrededor de los soportales. Ambos cafés estaban a rebosar, sin embargo las terrazas aparecían vacías. Los clientes abandonaron las consumiciones, agolpándose unos a otros para no perder detalle. Las palomas, ajenas a lo acontecido, revoloteaban sobre las cabezas, se posaban sobre el mobiliario. Se abalanzaban hambrientas sobre los platos con la intención de apropiarse de los restos de comida. Igual les daba que fueran migas de pan, tortilla o ensaladilla. Engullían voraces. Devoraban con los picos puntiagudos. Zureaban como presagiando la tragedia. Sobrevolaban a escasa distancia de la concurrencia. Una de ellas se poso en la cabeza de Irenka. Fue al tiempo que regresaba la ertzaina centinela acompañada de un colega. La muchacha soltó un alarido. Intentó zafarse del ave. Manoteó sobre su cabello dorado pero la paloma persistía, aferrada a su presa. Percibió que la boca se le secaba, que las piernas serían incapaz  de sostenerla. Aulló como si fuera un animal acorrala.

  - Acompáñenme por favor - dijo el ertzaina en un susurro cálido, como sin darse cuenta de la agonía de Irenka. 

  Los tres entraron al portal. La paloma abandonó la cabeza de la muchacha pero las acompañó al interior.

  - Tengo que darles una mala noticia - el hombre frunció los labios -. Don Esteban Pardal ha muerto repentinamente. Parece ser que ha sufrido un infarto fulminante.

  Irenka observó el rostro impasible de doña Olvido. Luego dirigió una mirada breve a la paloma que picoteaba un chicle del suelo, que a continuación se quedó colgando de su pico. Seguidamente sintió un mareo leve y se desvaneció en el piso sobre el cuerpo menudo de la paloma intrusa.



7. MIRLOS

  Fue consciente de volver en sí porque escuchó voces a su alrededor. Doña Olvido decía que para la pobre chica sería un trauma, o eso le pareció entender a Irenka. La otra voz era casi un susurro. Pertenecía a un hombre y no fue capaz de identificarla. No se atrevió a abrir los ojos. Se sentía plácidamente descansada, vacía de pensamientos perturbadores. Entonces recordó lo acontecido en el zaguán de don Esteban. El tormento volvió a acoplarse en su mente. Su prometido había sido asesinado, sin embargo el agente aseguró que el viejo sufrió un... ¿Infarto? ¿Dijo esa palabra el policía o lo entresacó de su imaginación? Recordó a las palomas revoloteando convulsas y excitadas. Recordó a la que se enredó en su pelo, haciendo una maraña laberíntica de la que parecía imposible escapar. No podía diferenciar si el desmayo fue fruto de las palabras incorrectas del ertzaina o debido a la paloma arrogante. El caso es que estaba recuperada y no se sentía capacitada para afrontar la verdad sobre la muerte de don Esteban.

  Abrió los ojos lentamente y se encontró en un recinto estrecho. Junto a ella, descasaba una chica desconocida con un chaleco verde fosforito. 

  - ¿Qué me ha pasado? - preguntó a media voz, todavía aturdida -. ¿Dónde está doña Olvido?

  - ¿Qué tal se encuentra? - la voz cálida perteneciente a la del chaleco verde le lanzó una sonrisa.

  - Bien... bien... No sé qué me ha pasado - intentó incorporarse y fue detenida de inmediato.

  - Despacio. Quédese tumbada un rato más. El doctor le tomará de nuevo la tensión y si está bien, podrá marcharse.

  Solo entonces se percató de que su cuerpo estaba sujeto a una camilla.

  - ¿Estoy detenida? - preguntó con los ojos desorbitados y el corazón acelerado -. No he hecho nada.

  - ¡No, mujer! ¿Cómo va a estar detenida? - la joven le tomó de la mano y le traspasó una calidez armoniosa -. ¿Recuerda lo sucedido?

  - Tengo un vacío en la cabeza - mintió la aludida -. ¿Es grave?

  - No se preocupe. No es grave, enseguida podrá irse a casa.

  Tal como anticipó la chica, el médico le tomó la presión arterial y la ayudó a salir de nuevo al exterior. Doña Olvido y los ertzainas estaban en las proximidades. Los curiosos se habían marchado pero el café seguía a rebosar. La terraza volvió a recuperar el vigor. Las palomas seguían picando las sobras. 

   - Hija, ¿cómo te encuentras? - doña Olvidó se mostró cariñosa. La sujetó del brazo, animándola a reunirse con los agentes -. Anda, ven, cielo. Estos señores tienen que comunicarte algo importante.

  Ambas cruzaron miradas. Doña Olvido queriendo insinuar que siguiera con la comedia, sin embargo la de Irenka demostraba cansancio y perplejidad.

  - Lo sentimos mucho - comenzó el ertzaina -, su prometido ha fallecido.

  Se apoyó en doña Olvido, apretó los labios mientras los balcones de la plaza giraron a velocidad moderada al principio para pasar a ser vertiginosa.

  - ¿Quién lo ha asesinado? - la pregunta murió tardía en los labios. Supo que había hablado más de la cuenta cuando doña Olvido clavó el codo en su costado derecho.

  - ¿Por qué piensa que lo han asesinado? - se interesó el ertzaina mirándola de frente.

  Ella se limitó a sonreír vagamente.

  - No sé si es el momento adecuado... - doña Olvido tomó la palabra con prontitud -. Es muy impresionable.

  - Lo comprendo, señora pero es necesario aclarar algunos puntos - puntualizó la agente.

  - Responda a la pregunta, por favor - solicitó el agente tajante.

  - Gozaba de tan buena salud, era tan vital - tartamudeó la muchacha -. Estaba perfectamente.

  - ¿Cuándo le vio por última vez?

  - Esta mañana - añadió comprendiendo que había metido la pata de nuevo. Buscó la ayuda de doña Olvido -. Pasamos la noche juntos pero esta mañana estaba perfecto.

  - Está muy nerviosa - puntualizó doña Olvido -. Quizá puedan esperar a otro momento, aquí en la calle, no veo oportuno este interrogatorio, la verdad. Acaba de salir de la ambulancia y...

  - Disculpe, señora - interrumpió el ertzaina con amabilidad y cansancio -. Si es tan amable de dejarnos a solas con Irenka se lo agradeceríamos.

  - No, doña Olvido. No me deje sola, por favor - suplicó la muchacha.

  - Solo queremos dejar un par de cosas claras. Si no tiene inconveniente, espere un momento - le indicó a doña Olvido. Sujetó a Irenka del brazo con delicadeza, instándole a separarse unos pasos -. No serán más de cinco minutos.

  - ¿Sobre que hora se ha marchado usted?

  - Estoy tan nerviosa que lo he olvidado pero creo que - titubeó unos instantes. Luego improvisó alentándose a si misma de que todo saldría bien -. Creo que serían algo más tarde de las diez.

  - Resulta extrañó - el ertzaina arqueó las cejas mostrándose dudoso -. La última llamada ha sido a su móvil, según indicaciones de su amiga, esta misma mañana a las nueve en punto. ¿Se comunican ustedes por móvil en casa?

  - Ya le digo que estoy muy nerviosa - se disculpó Irenka.

  El agente lo dejo pasar momentáneamente. Caviló sobre la posibilidad de ahondar en ello más adelante. Sin embargo añadió a bocajarro:

  - ¿Lleva el móvil encima?

  - Le va a parecer extraño pero lo he perdido.

  - Es cierto, me parece extraño - respondió el ertzaina con cierta ironía.

  Desvió la mirada hacia el balcón de Don Esteban con nostalgia. Las lágrimas se desprendieron de sus ojos lentamente. De pronto señaló esgrimiendo una sonrisa triste.

  - ¡Mire! - exclamó jubilosa -. Los mirlos han regresado.

  El ertzaina siguió la dirección que la muchacha indicaba.

  - Anidaron por primera vez hará cosa de tres años, la hembra incuba sus huevos y espera con paciencia a que nazcan los polluelos. Les da calor y alimento aun sabiendo que alguno no sobrevivirá. Vuela en busca de gusanos, que transporta uno a uno en el pico. Les da a cada cría un gusano. Vuelo tras vuelo, repetidas veces, sin mostrar cansancio. Cuando las crías están preparadas para emprender la marcha, viene el macho para recoger a la familia. Toda unida emprende el vuelo. Abandonan el nido hasta la próxima nidada. 

  - Muy interesante - intercaló el ertzaina -. Pero ahora, céntrese, por favor. Tenemos otro cometido.

  - Don Esteban cuidaba también de esa familia, les dejaba miguitas de pan y trocitos minúsculos de fruta que preparaba con sumo amor. ¿Usted cree de verdad, que a un hombre tan sensible lo puedan asesinar en su propia casa?

  - Es usted la única que se empeña en que don Esteban ha sido asesinado. 

  - Pero piénselo detenidamente...

 - Veremos lo que dice el forense. No saque conclusiones precipitadas - aconsejó el agente.

  - Los pájaros son muy inteligentes. Aprenden a volar sin que nadie les enseñe y en pocos días están preparados para surcar cientos de kilómetros por el aire. Observe un  momento la actitud de la hembra. Ella espera, con paciencia. Fíjese bien. Está al acecho, cree que don Esteban va a aparecer con el bol de la fruta y el pan, como cada día. Le echa de menos.

  - El forense ha llegado, inspector - anunció la agente que seguía apostada en el portal.

  - Deja de decir tonterías, Irenka. La policía no es tonta y como poco pensarán que tú has tenido algo que ver con la muerte del viejo - argumentó doña Olvido, acercándose a la muchacha.

  - Le vi muerto, con un tiro en la frente. ¿Cómo quiere que se lo diga? - rugió con desesperada impaciencia.

  - Deja de hablar de mirlos y de chorradas que te van a tomar por tarada, te encerrarán y tirarán la llave - espetó doña Olvido a punto de perder la paciencia.

  - Los machos cantan al anochecer - agregó Irenka desoyendo a doña Olvido -. Me lo contó don Esteban. Sabía tanto de tantas cosas. Nunca más podré aprender nada. Doña Olvido, ¿no cree que es una desgracia?

  - Desgracia será lo que te pase si sigues insistiendo en que el viejo ha sido asesinado. Deja ya esa martingala - espetó huraña.

  


8. UN MIRLO BLANCO

  Esteban Pardal era lo menos parecido a un mirlo blanco. Consiguió una fortuna regentando una bolera donde también se jugaba al póker y se apostaban grandes cantidades de dinero. Fue un personaje dispuesto a comerciar con todo lo que fuera lucrativo, dejando a un lado los prejuicios. Las drogas como la heroína y cocaína, tuvieron un lugar preferente entre los habituales a la bolera. El local se situaba en la céntrica calle Francia, arteria principal en la capital alavesa y que durante la década de los ochenta del siglo pasado, ostentaba mucha vida en torno a su buen comercio y a una nutrida ruta de bares. Frecuentada los jueves por los aldeanos de la provincia, Pardal supo perfilar el filón que se le presentaba y sacar una buena tajada. Bien es sabido que los patateros han gozado siempre de gran bienestar. Manejaba ingentes cantidades de dinero. poseía varios locales y numerosas viviendas en alquiler. Tenía buenos contactos bancarios y políticos. Aun siendo muy serio y cabal en lo relacionado al dinero, le gustó rodearse de prostitutas. Con una de ellas tuvo un hijo un tanto tarambana que se dedicó a dilapidar el dinero del padre. Su progenitor le asignó una renta mensual y vivía como un príncipe sin dar un palo al agua visitando con frecuencia el local de masajes eróticos de la Oublié. 



9. LA VISITA DE UN GORRIÓN

  Puri, asomada al balcón esperando la vuelta de Xenia. Sujetaba el enrejado del balcón con fuerza contenida. En cuanto entrara por la puerta le cruzaría la cara. Lo que su  madre le repetía una y otra vez, iba a misa. Con lo buena niña que fue siempre su Xenia, ahora con la adolescencia se le rebelaba y le contestaba con rebeldía. No de la manera agresiva que lo hiciera ella misma con Paulino, su marido, que no fue más que un pobre infeliz sin arrestos para nada. Xenia respondía con argumentos convincentes, con la arrogancia propia de la juventud y el descaro atrevido de los pocos años pero al mismo tiempo con la madurez de una persona adulta, con calma, con potencia, buscando las palabras adecuadas. A Puri le llevaban los demonios esa actitud tan de persona cabal, tan sopesada y tan equilibrada.

  Dirigió la mirada a derecha e izquierda de la calle estrecha y sombría buscando la figura de su niña. "¿Por qué me siento tan atemorizada por Xenia?", se preguntó taciturna, "ella demuestra más sesera que yo, estoy convencida de que no correrá mi misma suerte porque es más inteligente y sabe lo que le conviene". Sin embargo penaba por la chiquilla. Si ella misma hubiera tenido las oportunidades que tienen ahora las jóvenes, otro gallo cantaría. Pero en sus años de juventud no tuvo tiempo para estudiar. Solo para aprender a golpes de la vida. Golpes hubo muchos en su vida, de sus padres, que todo lo resolvían a cachetes y a cinturón quitado. Para huir de los padres demasiado analfabetos, se arrimó al primer hombre guapo que se cruzó en su camino, pobre y de pocas luces, esto lo descubrió con el tiempo. Sin arranque ni iniciativa pero eso si, con muy buena planta. Con el correr de los años. le dio por pensar que a lo mejor no era tan corto como ella pensaba. Un buen día se largo con una fulana y si te he visto no me acuerdo. No volvió a saber de él hasta que apareció la noticia en los periódicos. Una  noche la fulana le arreó un martillazo y le abrió la cabeza, tal vez cansada de su dejadez. Ahora la fulana, que se llamaba Cinta pernoctaba en la cárcel de Burgos mientras Puri descansaba a pierna suelta. Xenia contaba entonces seis años.

  Calle abajo avistó por fin la figura de Xenia. Parecía que bailase al caminar. El pelo liso y brillante se mecía por la brisa de un lado a otro, con armonía como si se acompañase de acordes musicales. Algunos gorriones revolotearon en torno a su esbelto cuerpo y ella les hablaba con vocablos calmados, regalándoles otros trinos. Los pájaros orgullosos, se le posaban en el pelo, en los hombros, en los libros y ella reía alborozada.

  - Mamá, ¿tú sabes que los gorriones me reconocen? - le dijo una mañana después de abrir la ventana de su habitación -. Mira, vienen a darme los buenos días.

  - ¡Qué cosas tienes, niña! ¿Cómo te van a reconocer si tienen el cerebro muy pequeño? - le contestó Puri sonriendo.

  - Es cierto, mamá. Lo dice Ofelia, que se ve todos los documentales de la dos. Sabe un huevo de pájaros.

  - ¿Cuántas veces te tengo que decir que no quiero verte en esa casa? - rugió borrando repentinamente la sonrisa -. Ese degenerado no sabe nada de nada por muchos documentales que vea.

  - ¿Entonces tú por qué trabajas allí?

  - Porque tenemos que comer, porque tengo que pagarte los estudios para que seas una chica importante, para que no tengas que depender de ningún borrego, para que ningún  hombre te haga la pascua, para que vayas a la universidad.

  - Seguiré estudiando con beca y buscaré un trabajo para pagarme los gastos. No hay razón para que metas horas limpiando la casa de doña Olvido, si tanto te molesta esa gente.

  - ¡Mira qué graciosa, la niña! Encima respondona - se acercó en dos zancadas y le clavó los ojos fieros -. Cómo me vuelvas a contestar así, te doy un mamporro que estás dando vueltas tres días. ¡Fíjate lo que te digo!

  - Mamá, por favor. Son personas normales y corrientes. Las conozco de toda la vida. Doña Olvido es muy simpática conmigo, ¿cómo no lo va a ser, si me conoce desde que era un bebé? En cuanto a Ofelia, es una chica... diferente.

  - ¡Diferente!, dice. Ya lo creo que es diferente. Es un travestido, un degenerado, que se  viste de puta pero que tiene un rabo así de grande - estiró las manos y señaló una medida exagerada.

  Xenia se rió, mordiéndose los labios.

  - No te rías que esto es muy serio.

  - Es que me haces gracia. ¿Le has visto el rabo a Ofelia?  Dice que la tiene muy pequeña.

  - ¡Ay! ¡Virgen santísima! O sea que ese degenerado habla con vosotras de esas porquerías además de gorriones.

  - Conmigo no, mamá. Lo de que la tiene pequeña me lo ha dicho Daira que se lo confesó Ofelia.

  - Mira, niña. Hazme un favor. Apártate de Daira, le vas dando largas hasta que se canse, que como es lista también, se cansará. Cuando a uno no le hacen caso, se aparta por si solo. Tú dedícate a estudiar y olvídate de esa gentuza.

  - Daira es mi amiga. Podías haber pensado antes de empezar a trabajar en su casa que tenías una hija que educar.

  - Que no me contestes, que te doy un mandoble.

  - Eso tú como los abuelos ¿verdad? Todo se ha de hacer por orden dictatorial y a la que no obedezca, que se atenga a las consecuencias.

  - Pues si, mira por dónde, así es.

  - ¡Mamá! ¡Qué Franco hace muchos años que murió!

  - Pero, ¿quién te ha metido esas ideas en la cabeza? Tú antes no eras así.

  - ¿Antes? ¿Cuándo?

  - Hace cuatro días, cariño. Eras una niña modelo.

  - Es que he crecido, mamá. Ya no soy una niña. Puedo tener novio.

  - ¡No faltaba más! ¿Qué te crees, mocosa? Si solo tienes quince años.

  - Ofelia tuvo su primer novio a los doce.

 - Y dale, con ese engendro. Qué no te quiero oír hablar de semejante espécimen.

  - Vale. No te contaré nada. Luego no vengas diciendo que no tengo confianza contigo.

  - Pero, ¿tú te escuchas? Tienes el deber de contarme dónde vas, qué haces, con quién sales y lo que habláis y lo que piensas y...

  - ¡Para el carro, mamá! También tengo derechos.

  - ¡Esta si que es buena! Los jóvenes de ahora creéis que tenéis solo derechos y ningún deber. ¡Qué en la vida no todo es jauja!

  Se produjo un denso e incómodo silencio que rompió Xenia.

  - Los gorriones son símbolo de alegría y felicidad. Aumentan la autoestima y la amistad. Cuando un pájaro se acerca a ti, es para transmitirte un mensaje de nuestro guía espiritual que nos acompaña y nos muestra el camino - declaró convencida.

  - ¿Esas estupideces también las dice Ofelia?

  - Si.

  - Pues vaya chorradas que cuentan en los documentarles de la dos - sugirió con ironía.

  - Eso lo ha leído. Es una chica muy espiritual.

  - Y muy puta, hija. También es muy puta o puto, no sé sabe bien de que pie cojea.



10. AVES GALLINACEAS

  - ¿Sabes qué le pasa a Irenka? - Daira sorprendió a Ofelia que rociaba toallitas con lavanda para después apilarlas en el interior de un armario.

  - ¡Ay, niña! ¡Qué susto me has dado! - exclamó dando un respingo y llevándose una mano al corazón.

  Daira sonrió.

  - Mira que eres exagerada.

  - No sé nada, niña.

  - ¿Cómo no vas a saber?

  - Pues no sabiendo - respondió dirigiéndole los ojos muy abiertos -. Estoy a lo mío.

  - Siempre estás a lo tuyo y a lo de alrededor. Anda, cuéntame.

  - Soy una tumba.

  - O sea, que si sabes.

  - Pregunta por ahí.

 - Nadie me dice nada. Mi madre me ha echado con cajas destempladas de su habitación y se ha cerrado por dentro.

  - ¡Qué me dices! Eso no sabía yo.

  - ¿Ves? Te pongo al corriente y tú no sueltas prenda.

  - Es que me han dicho que no habrá la bocaza.

  - Pero mujer, eso quiere decir que no vayas chismorreando por la calle, que te gusta mucho largar pero a mí me lo puedes contar. Soy tu confite. ¿Ya se te ha olvidado?

  Ofelia apretó los labios.

  - ¡Chicaaa! No seas así.

 - No sé nada. No insistas - intentó abandonar la cabina pero la muchacha le sostuvo por el brazo.

 - Antes eras mi amiga, me contabas todos los cotilleos que circulaban por aquí. Nunca ha salido de mi boca nada de lo que hablamos entre nosotras - hizo un pucherete -. ¿Ya no tenemos nuestros secretos?

  - Verás, rica. Antes era antes. Y ahora es ahora. Cierto es que no te has ido de la lengua, que si llegas a decir algo, te la arranco. Lo de hoy es importante. No puedo decir más. Tu madre me lo ha dejado bien claro: "No vayas a ir con el cuento a la niña".

  - Pero si soy una chica mayor. Anda Ofelia, cuéntame algo.

  - Que no puedo. Vete a preguntar a las otras.

  - Irenka está acostada y no para de llorar, que se le oye desde el pasillo. Vanessa, Desiré,  Dafne, Sira y Fiona, cuchichean entre ellas pero en cuanto me acercó se callan como putas...

  - Claro, reina. Es lo que son.

  - Y tú sales por peteneras.

  - No seas pesada, cariño. Soy puta muerta si sale algo de mi boca. Buena es tu madre para las deslealtades.

  - ¿Conmigo no importa ser desleal? Y nuestra amistad, ¿ya no está por encima de todo?

  - ¡Claro que si, mi vida! Nuestra amistad es sólida como una roca, ya lo sabes. Pero no me hagas hablar, que ya te he dicho que no puedo.

  - Pero si nadie se va a enterar.

  - Eso es lo que tu no sabes. Igual hay micrófonos ocultos.

  - ¡Qué tonta eres! - sonrió apenas un segundo -. Si no estuviera tan enfadada, me reiría con tus gracias.

  - Me voy, niña.

  - No me dejes así! Voy contigo.

  - ¡Qué pesada eres! Suéltame, que me haces daño.

  - De aquí no te mueves hasta que no me cuentes.

  - Voy a mear. ¡Me meo! ¿Estás contenta? - estalló con vozarrón de hombre.

  - Pero luego vuelves.

  - Ya veremos.

 - Mira, si no vuelves en tres minutos, voy al bar de Tino, que ya sé que estaba en una cabina cuando ha llegado Irenka. 

  - Ese no sabe nada de nada.

  - Ese para estas alturas, sabe más que todas nosotras juntas.

  Sopesó la amenaza de Daira. La suponía capaz de acudir a la tasca atestada de gente de mal vivir. A Olvido no le gustaría enterarse de que la niña había puesto un pie en el local. La cría era capaz de cualquier cosa. Buena y noble como nadie pero burra, un rato largo era la niña.

  - Vale. Voy al baño y a la vuelta vamos a dar una vuelta por la Dato - susurró en el oído de la muchacha.

  - Hablas así de bajo por lo de los micrófonos, ¿no? - le susurró también al oído.

  Ofelia afirmó con la cabeza.

  - Pero si la ertzaina no ha puesto un pie aquí, ¡cómo va a haber micros!

  - Tu madre los habrá colocado, cariño - susurró -. Que ella es muy zorra en todos los sentidos.

  - ¿No me la estarás jugando? Que tú eres capaz de marcharte a la francesa y dejarme aquí plantada.

  - Qué noooooo! Anda, acompáñame al meadero, si quieres.

  Cogidas del brazo desaparecieron por el corredor oscuro. Luego atravesaron por el patio y por la trasera accedieron a la escalera y de ahí enfilaron la calle adelante.

  - Pues en realidad sé poco - comenzó diciendo Ofelia según caminaban calle Postas adelante -, resulta que la Irenka se ha presentado en el salón sobre las doce treinta. Traía la jeta larga y ha entrado con muchos humos, preguntando por tu madre, que no estaba, cosa bien extraña por otra parte. Ha seguido arramplando con todo lo que se encontraba al paso. La he seguido, porque nena, esas no son formas de entrar en casa...

  - Al grano, Ofelia, que te sales del tema.

 - Tengo la garganta seca de tanto hablar. Anda, vamos a sentarnos aquí - ocuparon una mesa en la terraza del Soho -. Tomaré un gin tonic.

  - ¿Puedo beberte un traguito? - rogó Daira ensayando una caída de ojos angelical y juntando las palmas de las manos en señal de suplica.

  - No, reina, no puedes. Tú como mucho un bíter kas.

  - No quiero.

  - Pues nada entonces.

  - ¿Una Coca-Cola?

  - Tampoco, que te quita el sueño.

  - ¡Eres peor que mi madre! ¿Qué te crees que bebo cuando salgo con mis amigas?

  - Lo que no debes, ya lo sé. Por eso ahora, haces lo que  yo te diga.

  - Bueno, pídeme un zumo de piña. Y sigue contándome.

  - Bueno, pues se ha ido al salón y se ha servido un copón de anís. Así, a palo seco, reina. Le he preguntado, no por cotilleo, que ya sabes que soy de las que echan una mano si pueden pero me ha dicho que me largara, de malas formas. Yo estaba atendiendo a un cliente nuevo en el gabinete y no era cosa de dejarlo empalmado, ya sabes. Total que he dejado a Irenka con el copazo y la botella y he seguido con lo mío. Al rato ha llegado tu madre con una cara que se la pisaba y ha entrado como elefante en cacharrería. Le he dicho lo de Irenka y la he seguido. Me han dicho que me largara, Fíjate, reina. El cliente, después de gozar durante un buen rato que se ha marchado más fino que un coral, prometiendo volver. No tenía más  clientes. Han hablado en secreto. En voz baja baja. No he podido captar nada - bebió un sorbo largo de gin tonic. Añadió con resolución -: Eso es todo.

  - Pero tú sabes más.

  - Te juro que no.

  - ¡Ofelia! Sería la primera vez que no escuchas tras las puertas.

  - Que nos caigamos aquí muertas las dos si miento. No sé nada nadita.

  - No me lo creo.

  Ofelia levantó una ceja e hizo una mueca con los labios carnosos por los Botox.

  - Muy bien. Tú lo has querido. Atente a las consecuencias - se incorporó de la silla dispuesta a abandonar la terraza -. Voy derecha al tugurio de Tino y cuando mi madre se entere, que me voy a encargar personalmente de ello, te vas a cagar por la pata.

  - No me hagas esto, niña.

  - Adiós - enfiló la calle Postas en dirección a Paz, mirando hacia atrás de reojo, sabiendo que Ofelia la seguiría. Doblo la esquina. Se paró en seco y entonces sonó su móvil. Sintió alegría y sonrió excitada a la pantalla. Ofelia llamando ponía en letras grandes. Descolgó -: ¿Has cambiado de opinión?

  - No hagas tonterías. Vuelve. Te lo voy a contar.

  - Desembucha - invitó de vuelta a la mesa.

  - De esto ni una palabra por ahí, ¿eh?

  - ¡Qué no, Ofelia! ¡Joder! ¡Qué pesada eres!

  - ¿Qué es eso de joder? Habla bien niña, que no cuesta un huevo y quedas de puta madre.

  - Lo digo por hacerte rabiar, tonta. Me encanta cuando hablas así - ambas rieron y se abrazaron -. Anda, suelta lastre.

  - Parece ser que se han cargado a don Esteban, tú no le conoces pero es el viejo que se iba a casar con la Irenka. Según le ha dicho a tu madre, le han disparado en la frente.

  - ¿Delante de Irenka? ¿Estaban en la cama?

  - No, cariño. Por lo visto el asesino no ha sido tan morboso. El viejo acordó que le pagaría el servicio hasta el día de la boda. ¡Ya ves tú! ¡Qué romántico! Las hay que han nacido con estrella. A lo que vamos, el viejo la ha dejado en la cama, después del casquete y ha ido en busca del dinero y en ese impasse, ¡pamba! se lo han cargado. Lo mejor de todo es que la Irenka no ha oído nada y como el viejo no volvía ha salido en su búsqueda y se lo ha encontrado frito a la entrada de la casa y la puerta entreabierta.

  - ¡Joder, qué palo!

  - Tu madre ha recibido la noticia como quien oye llover. Ni se ha inmutado.

  - Menudo cuajo tiene mi madre.

  - Todavía hay más. Tu madre ha tenido la feliz idea de volver al lugar del crimen, ¡cómo lo oyes! - aseguró ante la mirada atónita de Daira -. Simulando que iban de visita, se han presentado. Ya se había descubierto el pastel. Allá estaba la ertzaina pero lo mejor no te lo he contado todavía.

  - Venga, mujer, sigue - apremió la chiquilla, después de pedir otro zumo y que Ofelia se atreviese con el segundo gin tonic.

  - La ertzaina ha encontrado al viejo tranquilamente sentado en el sofá, recostado sobre unos almohadones. Como si estuviera dormido. Sin gota de sangre y sin balazo en la frente. Fiambre, eso si. ¡Pásmate, niña!

  - ¡No jodas!

  - Como consecuencia, la Irenka se ha desmayado pero tu madre ha aguantado como un tempano todo el tiempo. Como si fuera lo mas normal que a la gente se la carguen a cualquier hora del día.

  - ¿Quién habrá sido?

  - La Irenka cree que el hijo del viejo. Le ha visto a la salida, en La Creme y el tío le ha sonreído.

  - ¿Se conocen?

  - Ella al tío por foto y a ella supongo que la conocerá de verla por aquí. Al igual que el padre, el chico es un putero, suele pedir el servicio de Fiona o Sira.

  - Pero ¿por qué dices chico? Con lo viejo que es el viejo, el hijo no será tan joven.

  - Si, cariño, si que es. Resulta que el fulano se fue a hacer las américas y vino cargado de dinero. Invirtió en negocios poco claros y se hizo de oro. Se lio con una fulana muy joven, que era de Logroño y amiga de Vanessa. 

  - ¡Hostia! ¡Qué culebrón!

  - Las lenguas de doble filo aseguran que tiene algún otro hijo.

  - Toma! El viejo no ha perdido el tiempo, ¿eh?

  - El chico este es un vivalavirgen que no ha pegado un palo al agua en su vida.

  - ¿Es un vagabundo?

  - No, cariño. Por lo visto el padre le pasa mil quinientos euros al mes. La Irenka está segura de que se lo ha cargado él para evitar que ella se quede con los millones del viejo.

  - ¡Mil quinientos euracos! - exclamó Daira después de lanzar al aire un silbido prolongado -. No creo que lo haya hecho el hijo. Nadie con dos dedos de frente dejaría escapar ese filón. ¿No lo crees tú también, Ofelia? 

  - Tampoco yo me lo creo. Este es vago hasta para cometer un crimen.

  - ¿Qué dice tu intuición? - indagó la niña excitada.

  Ofelia movió las manos dando a entender que no pensaba nada sobre el tema.

  - No creo que con tus dotes detectivescas, no hayas realizado pesquisas sobre el tema. Tenemos que estudiar bien el caso. Somos investigadoras natas. Tienen que aflorar nuestras dotes.

  - Cariño, que el viejo todavía está caliente. Es preciso esperar. Veremos cómo se va desarrollando el caso y actuaremos en consecuencia.

  - ¡Bien! - estalló la muchacha poniéndose en pie -. Formamos un equipo inmejorable. ¿No te parece raro que la ertzaina estuviera en el lugar del crimen cuando han vuelto a bajar Irenka y mamá?

  - Un poco raro si es. Otra cosa que te quiero comentar - Ofelia arrastró las palabras para que la muchacha prestara toda su atención -. Esto no tiene nada que ver con el tema. Me he enterado de que Puri no quiere que Xenia y tú seáis amigas.

  - ¿Cómo que no quiere? - se extrañó la aludida -. Puri me tiene mucho cariño.

  - No tanto como tu crees. No le gusta que su niña se codee con putas ni maricones.

  - ¡Anda! Pues ella viene a casa todos los putos días.

  - No seas malhablada, cariño. Qué se note que vas a colegio de monjas - regañó mostrándose muy seria -. Lo de la Puri es distinto. Va a casa a trabajar de asistenta.

  - Pues que se busque una casa decente, no te jode.

  - Tu madre le paga un buen sueldo y le pilla al lado de casa. Cariño, una no siempre puede elegir la manera de asegurarse sus garbanzos.

  - Yo no soy puta - se lamentó Daira y estoy muy orgullosa de mi madre.

  - Y tienes que estarlo, cariño. Tu madre se está sacrificando por darte la mejor educación y como eres muy buena estudiante, serás lo que quieras en la vida.

  - Seré una investigadora de élite. Descubriré un remedio contra el cáncer. Me darán un premio por mis avances... - soñó la muchacha sonriente.

  - ¡Olé mi niña! Pero que guapa e inteligente es ella, Dios mío. Qué orgullosa estoy de ti - bebió un largo sorbo y se paladeó los labios -. La Puri también se sacrifica por su hija y como toda madre, desea su mayor bienestar. Son muy gallinas las dos.

  - ¿Gallina mi madre? Oye, Ofelia. Mi madre de cobarde no tiene nada - respondió malhumorada, propinando un tortazo en el robusto y depilado brazo de Ofelia.

  - Que no me has entendido, mocosa. Digo que son gallinas en el sentido de resguardar a sus polluelos, que todavía no habéis salido de debajo de las alas de vuestras madres.

  - Eso es otra cosa - refunfuñó Daira muy seria. 


    

  11. GOLONDRINAS

    - "¿A dónde irá veloz y fatigada la golondrina que de aquí se va? Quizá en el viento se hallará angustiada buscando abrigo y no lo encontrará..." - entonaba Desiré con la voz aflautada mientras barría el gabinete. A su espalda le interrumpió una voz desconocida.

  - Buenas tardes.

  - El salón de masajes ha cerrado ya. Estás no son horas pero si lo desea le doy cita para mañana - se giró enmudeciendo de repente, dando un respingo. Carraspeó. Sonrió.

  - No era mi intención asustarla, perdone - el recién llegado hizo una pausa breve -. Quisiera hablar con Irenka Mazur, por favor.

  - Hoy Irenka no trabaja. Lo siento.

  - Canta usted muy bien - mintió el hombre que a juicio de la joven tenía muy buena planta.

  - Es una canción preciosa, de mi tierra. De México, de Narciso Serradell, un compositor muy famoso, allá en mi tierra. De 1862.

  - ¡Vaya! Qué puesta está usted en la música de su país. Conozco la canción. Es preciosa - añadió con una suave sonrisa enigmática.

  - ¿En serio?

 Afirmó con la cabeza.

 - No me lo creo. Lo dice para quedar bien.

 - He escuchado la versión de Guadalupe Pineda. Una preciosa voz la de esta mujer.

 Desiré sonrió relajada. Seguidamente mostró su sonrisa cautivadora y añadió:

  - Irenka no ha tenido muy buen día hoy, lo siento. Pero yo puedo hacerle un buen  servicio - agregó contoneándose de forma que el escapado escote de su blusa se ahuecara y quedara a la vista el turgente pecho, ante el posible cliente.

  - No lo dudo pero el caso es que estoy de servicio. Soy el inspector Borínaga, de la policía vasca.

  - ¡Que diosito me perdone! ¡Siento mucho la confusión, inspector! - rogó cerrando los ojos. Se oyeron tacones avanzando hacia ellos -. Si es doña Olvido, le dará más información que yo, disculpe.

   - Desiré, ¿me haces el favor de buscar a Ofelia? No la encuentro por ninguna parte - la aludida elevó el tono de voz desde el pasillo.

  - Doña Olvido, aquí le espera el inspector Bora... Boli...- dirigió la mirada al hombre para que le recordara el apellido.

  - Borínaga - susurró el inspector.

  - Borínaga, doña.

  - Buenas tardes, inspector. ¿Qué le trae por aquí? - dirigió una mirada a la muchacha y agregó -: Anda, dile a Ofelia que me espere en el comedor.

  - Ofelia ha salido, doña.

  - ¿Tenía algún servicio?

  - No lo creo, doña porque Daira le acompañaba.

  - ¡Qué fijación tienen esas dos por pasearse! Daira ¿no tenía algo para estudiar?

  - No lo sé. Solo las he visto salir.

  - Bueno, déjanos solos.

  - Un placer, señor inspector - sonrió aproximándose al hombre y rozando discretamente la entrepierna de Borínaga  -. Ya sabe que estamos a su servicio.

  - Muchas gracias.

  - Y bien, ¿qué le trae por aquí? - repitió doña Olvido sentándose en un sillón de aspecto confortante. Apoyó las manos sobre el regazo. 

  - Tengo que hablar con Irenka.

  - ¡La pobre! No sabe usted que día está pasando. ¡Un infierno! ¡Un verdadero infierno! - se atropelló al hablar mientras gesticulaba nerviosa con las manos -. No para de llorar.

  - Lo normal en estos casos - respondió el inspector -. Pero es necesario.

  - Lo comprendo, no crea que no pero póngase en su lugar. La pobre chica no es persona desde esta mañana. Está acostada. Tiembla, no ha comido... ¡Un desastre! En mi opinión, creo que ha perdido el juicio.

  - Le repito que es muy importante.

 - Además está adormilada. Hemos llamado al médico y le ha recetado unos tranquilizantes... Hoy va a ser imposible atar cabos con ella.

  - No insistiría si no fuera totalmente necesario, señora.

 Doña Olvido apretó los labios. Ambos guardaron silencio. Desde algún lugar lejano se escuchaba la desafinada voz de Desiré, que nuevamente entonaba.

  - "Deje mi patria idolatrada esa mansión que me miró nacer. Mi vida es hoy errante y angustiada y ya no puedo a mi mansión volver..."

  - " Tierna golondrina recordaré mi patria y lloraré..." - doña Olvido tarareó en tono muy bajo y con aire distraído, mientras trataba de ordenar sus ideas.

  - ¿También es usted mexicana? - interrogó el inspector intentando otra estrategia.

  - No, inspector. Soy vitoriana pero la muchacha está todo el día con esa cantinela y nos la ha pegado a todas.

  - ¿Viven con usted las trabajadoras del salón? - indagó después de acomodarse en un sillón al lado de doña Olvido. Ambos se midieron con la mirada.

  - Si, si.

  - Qué extraño.

 - Somos como... - titubeó buscando las palabras adecuadas y se atusó el cabello corto -, como un convento de monjas.

 - Señora, no me haga reír - exclamó dando una palmada que desconcertó a la mujer -. Qué no he nacido ayer.

   - "Tierna golondrina recordaré mi patria y lloraré..." - entonó de nuevo la doña elevando el tono.

  - Dígame, señora, ¿lo de la golondrina es una especie de contraseña que tienen ustedes aquí o simplemente me está tomando el pelo? - preguntó al borde de perder la paciencia.

  - Si me permite estar presente mientras habla con Irenka se la traigo en un segundo.

  - Tráigala inmediatamente - tronó rotunda la voz del ertzaina.

   Sonoras carcajadas procedentes de la calle rompieron  el malestar e irrumpieron sin pudor en el salón.

  - Buenas tardes, machote - estalló Ofelia alborozada.

 - ¡Cállate! - ordenó doña Olvido -. Vete a buscar a Irenka a su habitación y la traes de inmediato y en cuanto a ti, jovencita, luego hablaremos.

  - ¿Qué pasa mamá?

 - ¿No tienes nada mejor que hacer que irte con esta pendeja por ahí? ¿Dónde habéis estado? No me contestes. Cómo saques menos nota que notable en los exámenes, te vas a enterar de quien es tu madre.

- ¡Mamá! - exclamó la muchacha enrojeciendo de súbito, mostrándose avergonzada ante el berrinche de la madre en presencia del desconocido.

 - ¡Lárgate a estudiar! - ordenó. Seguidamente recobró la sonrisa y añadió a modo de disculpa -. Con las adolescentes nunca se puede bajar la guardia.

  - ¿Es su hija?

 - Si, Daira tiene quince años y mucha tontería en la cabeza. De momento no me quejo. Es muy buena niña y muy lista. Saca muy buenas notas.

  - ¿Convive aquí con todas... todas... las chicas?

  - ¡Claro, inspector! ¿Dónde va a vivir mi hija?

   - No es el ambiente más adecuado para una niña de su edad.

  - ¿Dónde quiere que viva mi hija? - le lanzó una mirada gélida.

  - Con usted, desde luego. Me refiero a que este ambiente... - dirigió una rápida ojeada al pasillo. De las cabinas salían clientes y supuestas masajistas continuamente.

  - Este es un negocio muy respetable.

  - Permítame que lo ponga en duda, señora.

  - ¿A qué se refiere exactamente, inspector?

 - Lo sabe usted mejor que yo, señora. Esas chicas son prostitutas. Esto - movió la mano como si rodease el salón -, no es más que una tapadera.

  -¿Me está amenazando, inspector?

  - Solo digo que este ambiente no es adecuado para una adolescente.

 - Pero si coopero con usted, va a resultar mucho más propicio... ¿No es eso lo que me quiere insinuar?

  - Es usted una mujer muy inteligente - sonrió por primera vez.

 - Las chicas son trabajadoras autónomas y regladas. No es deshonroso hacer felices a algunos hombres necesitados de compañía - añadió con resolución doña Olvido.

  - Se lo digo muy en serio, señora. Si se niega a colaborar con la justicia, no tendré reparos en hablar con servicios sociales.

  Olvido estuvo a punto de contestarle que mandaran los servicios sociales a la casas de los políticos que vivían a cuenta de lo que robaban a los trabajadores honrados pero se limitó a guardar silencio y a morderse el labio inferior. Por el pasillo tronaba la voz de Ofelia que enseguida apareció con Irenka, pálida como un fantasma.

  - Siéntate tranquila, cariño - aconsejó doña Olvido con paciencia -. No te dejaré sola. El inspector solo quiere hacerte unas preguntas y enseguida se marchará -. ¿Verdad que si inspector?

  - ¿Cómo se encuentra? - el inspector le obsequió una sonrisa y la tomó de la mano. La muchacha la tenía gélida y se le notaba nerviosa - tranquilícese. 

  Irenka asintió. Ayudada por doña Olvido se dejo caer en un sillón.

  - ¿No tienes nada qué hacer, Ofelia? - doña Olvido le dirigió una mirada rotunda y la aludida se disculpó antes de retirarse.

 El inspector carraspeó y tomó asiento frente a la joven. Doña Olvido se mantuvo tras ella acariciándole los hombros.

  - Vera, Irenka, voy a darle otra oportunidad. Sé que esta mañana no me ha dicho la verdad - Irenka se puso rígida y doña Olvido frunció los labios -. Tal vez ahora desee rectificar. 

  - Inspector, le ruego que... - doña Olvido fue interrumpida con un gesto de manos del inspector.

  - Dígame la verdad, Irenka.

  La muchacha bajó la mirada, refugiándose en los brazos de doña Olvido.

  - ¿No podría esperar hasta mañana? - doña Olvido intervino intentando ganar tiempo.

  - Si he venido hasta aquí es porque estoy convencido de que en su ambiente estará más tranquila y será más fácil para ella decir la verdad. De lo contrario tendrá que acudir a primera hora de la mañana a la comisaría.

 - ¿Me van a detener? No lo permita, doña Olvido - imploró aferrándose a los brazos de la doña.

  - ¡No, mujer! ¡Qué cosas se te ocurren! ¡Cómo te van a detener, si no has hecho nada malo!

 - Señorita, según usted ha relatado esta misma mañana, hoy ha abandonado a casa de su prometido a primera hora, ¿verdad?

 - Exactamente, inspector. Lo he dicho porque esa es la verdad - aseguró la muchacha con voz templada.

  - Sin embargo algunos testigos aseguran lo contrario.

  - ¡Mienten! La gente odia a las prostitutas - gritó desesperada.

  - No mienta. Le estoy dando una oportunidad de oro. Si decide desaprovecharla, será muy perjudicial para usted.

  - Le digo la verdad - insistió Irenka.

  - Le advierto que puede ser acusada de asesinato.

  Ambas mujeres gritaron alarmadas, al igual que Ofelia y las demás chicas que permanecían apiñadas tras la puerta.

  - Los camareros del café contiguo al portal donde ha tenido lugar el fallecimiento, han asegurado que usted entra en la casa a las once y cuarto de la mañana cada día. Hoy no ha sido diferente a los demás. Otro testigo asegura que la vio pálida como la cera, alrededor de las doce treinta. El testigo ha declarado que parecía que hubiera visto un fantasma. ¿Qué tiene que decir al respecto?

  A Irenka le pareció que la figura del inspector se inflaba a lo largo y a lo ancho, hasta adquirir medidas extraordinarias y desproporcionadas. Las lágrimas rodaron por sus mejillas pálidas, mientras los ojos brillantes se clavaban en los del inspector, hieráticos y escrutadores.

  - Estuve allí, es cierto pero no le mate - estalló por fin. Al momento se sintió tranquila y una calma cautivó su corazón.

  - ¿Por qué razón no lo dijo?

  - Me asuste. No comprendía lo sucedido y luego resultó mucho más extraño, cuando usted dijo que había fallecido de un infarto.

  - ¿Por qué motivo regresaron a la casa?

  - Fue idea de doña Olvido - se sinceró liberándose de la supuesta culpa -. Se empeñó en que teníamos que volver.

  - ¿Es cierto, señora?

  - Fue un pronto. Se me ocurrió la idea sobre la marcha - se disculpó separándose del cuerpo de la muchacha.

  - Lo normal hubiera sido decir la verdad - añadió disgustado Borínaga.

  - Irenka vino contando una historia poco creíble. Me pareció más un guion de película que realidad.

  - Cuénteme la verdad - alentó el inspector dirigiéndose a Irenka.

  - Dijo que...  

  - Señora, por favor. Mi deseo es que hable Irenka.

  - Nos acostamos como cada día. Don Esteban se ausentó un momento, siempre lo hacía - puntualizó antes de que el inspector ahondase más en ese punto -. Llegaba del exterior el ruido de la plaza pero en la casa reinaba un silencio sepulcral. Al no regresar a los pocos minutos, me asoné al pasillo. Le llamé. No hubo respuesta y abandoné la habitación para ir en su búsqueda. Como habrá visto, la casa es enorme. La habitación que ocupábamos queda al final del pasillo. Recorrí varias dependencias, llamándole cada vez que abría una puerta. Nada me llamó la atención. No encontré nada fuera de lugar. Al final di con él.

  - Tómese su tiempo - animó el inspector, viendo que a la muchacha parecía faltarle el aire -. Respiré tranquila. Sé que es muy difícil para usted pero su declaración nos ayudará mucho para encontrar al culpable.

  - Don Esteban permanecía tumbado, en una postura grotesca, con las piernas encogidas y el batín abierto, mostrando su desnudez completa, junto a la puerta de entrada, que se encontraba entornada. En un principio pensé que se había desvanecido. Me aproximé con intención de socorrerle. Entonces me di cuenta de que le habían disparado en la frente.

  - ¿Qué hizo usted entonces?

  - Me asusté muchísimo. Me vestí y salí huyendo.

  - Piénselo detenidamente. ¿No hay algún otro detalle que le llamase la atención? Cualquier cosa, por insignificante que le parezca puede sernos muy útil.

 - Pues si que hay algo - comenzó a decir con lentitud -, justo cuando en el carrillón del ayuntamiento dieron las doce y comenzó a a sonar la habanera, escuché un pequeño chasquido, apenas perceptible. Fue como si alguien intentara encender un mechero. No sé explicarlo mejor, discúlpeme.

  - Lo ha hecho usted muy bien. Verá que ahora estará mucho más tranquila.


   

 12. CIGÜEÑAS

  El piso del Machete tenía unas vistas envidiables. Era lo único que merecía la pena del cubículo que resultaba frío, húmedo, pequeño y oscuro. Olvido paseó la mirada alrededor de los escasos muebles. Sonrió con triste nostalgia. Hacía más de quince años que no ponía un pie en el. Un buen día le asaltó una idea que se presentó como un dilema de difícil solución. El viejo supo que ella quería tener un hijo y ante la disyuntiva de elegir un hombre sano, con buena forma física e inteligente, Pardal se presentó voluntario. Ella ya tenía elegido al padre y le rechazó. Ahora le hacía chantaje con contarle a la niña quien era el verdadero padre. Olvido guardaba el secreto y no pensaba desvelárselo a la niña. Tenía un motivo muy particular para quitarse al viejo de encima. Don Esteban le propuso matrimonio una vez de quedar embarazada. Le daría los apellidos. Ella se bastaba sola para educar y ofrecerle a la niña todo cuanto estuviera a su alcance. Olvido era de las que no necesitaba un hombre para nada, aunque si sentía algo más que necesidad de apareamiento con el padre de Daira, sería un  secreto que se llevaría a la tumba. Aquel piso minúsculo fue testigo de los encuentros entre Olvido y el padre de la niña.

  El estrecho pasillo le condujo a una reducida cocina donde las goteras caían como si fueran cataratas. Corronchos de humedad le añadían un olor peculiar, como a moho revenido, que se hacía más latente a medida que se penetraba en la galería trasera. Era un piso abuhardillado. Lo adquirió para que los supuestos encuentros amorosos quedaran guardados, manteniendo el secreto que Olvido imploró desde el comienzo. Tal vez el viejo suspirase en convertir aquellos pocos metros de miseria en un hogar para los tres. Jamás conocería la respuesta. El caso es que una vez nacida la niña, insistió en formalizar la relación. Aunque a Olvido le había costado bastante dinero mantener el piso, por alguna razón era incapaz de deshacerse de él. Hacía dos años que Puri se lo pidió prestado, aludiendo a que la casa donde vivía junto a su hija Xenia era muy reducida y necesitaba un lugar para guardar la ropa de temporada que no usaba. Olvido pensó en cobrarle un pequeño alquiler desistiendo de la idea por la amistad que unía a las dos mujeres. Tuvo que volver con un fontanero. El vecino del piso inferior le llamó quejándose de una gotera. Mientras el operario se encargaba de encontrar la fuga, Olvido se concentró en observar a las cigüeñas que moraban desde tiempos remotos en la torre de San Vicente. Nadie conocía más cosas que Ofelia sobre los pájaros que circundaban los cielos de Vitoria. Hacía más de veinte años que se conocían y desde el primer momento le transmitió todos sus conocimientos sobre la forma de vida de estas aves. Entre otras cosas le enseño que representan la buena suerte y que constituían un símbolo de fertilidad y de nacimiento. No en vano, en anteriores generaciones les contaban la patraña de que los niños venían de París traídos por la cigüeña. También le dijo que representaban el respeto y el amor de los hijos hacia sus padres. Penso detenidamente en este punto. En la importancia de estas aves tan cercanas en el momento que ella deseaba tener un hijo.

  Se centró en la torre. No conseguía distinguir entre machos y hembras. A diferencia de otros pájaros, estas aves presentaban las mismas características y tamaño. Penso que sus hábitos eran semejantes a los de algunas mujeres, que buscan protección y sustento en los hombres. Se emparejan para toda la vida. Macho y hembra habían construido el nido de la torre hace años, utilizándolo una y otra temporada. Abrió la ventana de par en par para escuchar el crotoreo de uno de los miembros como saludo a la llegada del otro. El ensimismamiento fue cortado de súbito por la llamada del fontanero.

  - Señora, he encontrado la fuga pero no podré pasarme hasta el viernes de la semana próxima.

  - ¿Qué hago yo ahora? No puedo esperar tanto.

  - Usted me dijo que aquí no vivía nadie. Cortamos el agua y le hago un apaño, mañana mismo, si usted quiere. Para amortiguar el daño al vecino. Luego, el viernes próximo hago la obra completa. ¿Le parece bien así?

  - Eso sería perfecto.

  - Pues yo podría estar aquí mañana a las ocho de la mañana.

  - Es bastante pronto, la verdad. Pero podré solucionarlo.

  - Entonces quedamos así. Mañana a las ocho, aquí me tiene usted como un clavo.

  - Muchas gracias, hasta mañana.

  Una vez de que el fontanero se marchó, volvió a la ventana. El atardecer presentaba una armonía de colores naranjas y rojizos sobre el cielo. La calma buscaba refugio entre las sombras de la plaza del Machete. La quietud envolvía los muros de los palacios y por las escaleras que unían la parte alta de la vieja ciudad medieval con la emblemática plaza de la Virgen Blanca, un rosario aletargado de viandantes boquiabiertos se atrevían a desnudar los muros con ojos inquisidores y móviles en ristre para adueñarse de algunos de los más bonitos rincones. De la terraza del restaurante El Machete, llegaba el aroma de las viandas y el chocar armónico de los caldos, el jolgorio de las voces y el reposo tranquilo y torvo del día que agonizaba. Las cigüeñas se predisponían a dormitar, dominando desde la altura el sosiego placentero de la ciudad llana.



13. EL CHILERO

  La finca El Chilero era una reducida extensión de terreno ubicada en las inmediaciones del pantano de Ullibarri-Gamboa. Lo más cercano y destacable es el parque ornitológico de Mendixur, que cuenta con más de setenta hectáreas de extensión y se sitúa en las colas meridionales del embalse, declaradas Humedal Ramsar de importancia internacional. Las aves son el principal recurso de esta zona protegida de Álava. El Chilero lo constituye un pequeño refugio y un terrenito de apenas veinte km cuadrados de superficie, enclavado fuera del parque pero  justo en la linde final. Su propietario Esteban Pardal, en otro tiempo fuerte empresario de la capital alavesa. Durante la década de los ochenta Pardal se sirvió de la finca para  sus trapicheos, no tan limpios como deseaba transmitir. El refugio fue utilizado para que algunos políticos de la época se dieran unos cuantos revolcones con sus amiguitas de turno, lejos de la capital que por entonces experimentaba una amplitud de miras y crecía a ritmo vertiginoso pero no dejaba de ser una ciudad provinciana donde todos se conocían y era difícil escapar de los rumores y cotilleos. Así Pardal mató dos pájaros de un tiro. Por una parte dotaba de chicas y drogas a los concurrentes y por otra, acallaba y compraba los silencios necesarios. 

  Uno de estos episodios tuvo lugar a mediados de los ochenta. Las aguas del Zadorra necesitaban remozar la antigua depuradora. Pardal aprovechó la oportunidad para agenciarse la obra. Del presupuesto inicial el se quedó más de la mitad, recayendo el trabajo en una empresa tapadera que estuvo dispuesta a lavar la cara a cambio de unos miles de pesetas y algún que otro soborno. Esto no se destapó hasta diez años más tarde, cuando empezaron a aparecer peces muertos en las orillas del río e incluso en las aguas del embalse. Entonces Pardal se cobró algunos silencios entre los políticos de la época por los favores recibidos. Una vez más salió airoso de la situación. La corrupción estaba servida. 



14. MILANO NEGRO

    Lo primero que vieron los agentes de la ertzaina  al mando del inspector Borínaga al llegar al parque ornitológico de Mendixur fue una pareja de milanos negros. Las aves, ajenas a la labor policial se disponían a buscar su sustento. Unos ratones de campo serían su desayuno durante aquel amanecer fresco de mediados de junio. Ambos pájaros permanecían al acecho en el terreno despejado. 

  - Estamos ante un ave oportunista - señaló Borínaga a uno de los ejemplares -. Muy adaptable, sabe procurarse el alimento sin grandes esfuerzos. Se alimenta de cualquier otro animal más pequeño que el, sin hacer ascos a la carroña, aprovecha los basureros y animales muertos por cualquier causa.

  - Igual que el viejo asesinado - terció uno de los agentes aprovechando la pausa del inspector.

  - Tiene un aspecto majestuoso, aun en reposo ofrece un aspecto mediano, sin embargo con las alas extendidas resulta más imponente - terció otro.

  - La larga cola resulta imponente a la vista - una agente paseó la mirada en derredor -. La panorámica es espectacular. Un regalo para los sentidos.

  - Vayamos a lo nuestro - sentenció Borínaga.

 Circundaron el terreno hasta llegarse a El Chilero. La cabaña semi abandonada, no presentaba indicios de haber tenido visitantes en los últimos tiempos. Recorrieron la zona y fotografiaron algunos enclaves determinados. Buscaron minuciosamente huellas recientes y cualquier otra cosa que les pudiera dar alguna pista certera.

  Borínaga se preguntaba quién sería el autor, más bien se decantaba por autora de la llamada que les alertó sobre el cadaver en casa de Pardal. En un principio pensó en Irenka, aunque la joven resultó demasiado asustadiza para ser la dueña de la distorsionada voz.

  - En el número 13 de la Plaza de España en el primer piso encontrarán el cadaver de un hombre - fue el escueto mensaje que dio la voz anónima.

  Una vez las dotaciones policiales encontraron el cadaver, se paso a un registro pericial de la casa. Alguien se había encargado de borrar toda huella. Luego resultó ser obra de la señorita que acompañaba a la víctima y aunque aseguró asustarse mucho tras descubrir momentos después de haberse acostado con el, el cadáver con un tiro en la frente, a Borínaga le costaba trabajo creerse esa historia. En el bolsillo del batín que vestía el hombre se encontró un tubo con agua turbia, que una vez analizada se supo que era del Zadorra. Junto al tubo apareció una pequeña carta que decía: "Bebe de tu propia maledicencia". El semblante de Pardal era sereno, mantenía los ojos entrecerrados, con la cabeza caída sobre el pecho y las manos en reposo sobre la mesa. Una sujetaba un vaso volcado, cuyo contenido después del análisis resultó ser acetonitrilo, un compuesto químico incoloro e insípido que está presente en algunos adhesivos para uñas postizas. Resulta un veneno muy peligroso que le fue inyectado en una alta dosis que le produjo la muerte casi instantánea.

  Restos de la sustancia tóxica utilizada en la muerte de Pardal aparecieron sobre la mesa del refugio, aunque las huellas obtenidas no dieron resultado alguno. Lo único que quedó claro es que el asesino había preparado allí el veneno mortal. Tal vez los únicos testigos fueron los habitantes del parque.



15. ESTORNINOS

  En las inmediaciones de Villa Suso permanecían una pareja de estorninos después del último invierno. Este hecho resultaba del todo extraño pues estas aves siempre se desplazan en bandadas, en principio para evitar la presencia de depredadores. Vuelan de forma desordenada, realizando bruscos giros, cambiando de dirección y reagrupándose inesperadamente. Pero por lo visto, en la naturaleza siempre se producen anomalías difíciles de explicar. A Puri se lo contó Xenia. En cualquier otro momento hubiera zanjado la conversación con un "Déjate de tonterías, céntrate en tus estudios o no frecuentes malas compañías, que te digo yo, que esa gente no te traerá nada bueno... Haz caso a tu madre" y coletillas de ese estilo. Sin embargo, en esta ocasión, se le abrió una posibilidad estupenda para llevar a cabo sus planes con respecto a Daira.

  Xenia le comento que a la vuelta del colegio los descubrieron en una ocasión por el ruido ensordecedor que emiten en el vuelo de la bandada. El sonido es fácil de reconocer aunque únicamente sean dos los únicos ejemplares que merodeen por una zona en concreto. Ellas los alimentan pero no lo hacen juntas. Ofelia suele hacerlo por la noche, Daira a las mañanas y Xenia hace el turno de tarde.

  Así que al día siguiente de esta conversación, Puri merodeaba por la zona totalmente desierta a aquellas horas de la mañana. El reloj de San Vicente marcaba las ocho y cuarto cuando Daira atravesó la calle San Francisco para enfilar la empinada cuesta de San Vicente, seguida a distancia prudencial por Puri, que se apostó en un portal cercano a su domicilio en la Nueva Dentro. La muchacha tomó ventaja enseguida. A Puri la cuesta se le hizo pesada y tuvo que aminorar el paso. Enseguida divisó la figura de Daira. Manipulaba algo entre las manos, supuso que eran las miguitas sobrantes del desayuno. Los pájaros, al amparo del palacio, esperaban a su benefactora en silencio bajo la atenta mirada del fantasma que contaba la leyenda que pernoctaba entre los muros. La chiquilla tomó asiento en las escaleras de San Bartolomé y se dejo acariciar por los pájaros que picoteaban con decisión sobre las palmas de las manos. La chiquilla reía mientras acariciaba el plumaje de los pajarracos. Puri esperó con tranquilidad.  De pronto el corazón le dio un vuelco. Del piso del Machete se descorrió una cortina y la silueta de la Algorta se recortó entre las sombras. Puri se hizo visera con la mano y se mantuvo muy quieta, rozando la tapia. ¿Qué coño hacía Olvido en la casa? ¿Acudía a ella habitualmente? En sus otros casos no observó movimiento alguno. Sintió un sudor frío recorriéndole la espina dorsal. Los minutos avanzaban con rapidez inusitada. La cría sentada en las escaleras, los pájaros insaciables desayunando como marqueses, la Algorta junto a la ventana. Por fin, se giró casi por sorpresa como si alguien le hubiera hablado desde el interior. Ella mirando de reojo hacia el piso. De momento el peligro había pasado. Se sucedieron un par de minutos o tres más. 

  - Bueno, amiguitos. Mañana será otro día - escuchó la voz de Daira despidiéndose de los bichos. 

  Se preparó para noquear a la chiquilla sin perder de vista la ventana de la casa. Maldijo su atrevimiento. No le hubiera costado  nada camuflarse entre ropajes de color negro, que no era habituales en su vestuario. Rebuscó en el bolso y encontró el pañuelo azul oscuro que utilizaba en los secuestros exprés y se lo rodeo por la cabeza y el rostro. Se camufló tras las gafas oscuras. Añoró la mascarilla utilizada durante la pandemia. Con ella todo esto le resultaba mucho más llevadero. Vio aparecer el pie de Daira y se parapetó frente a ella. El desconcierto le bloqueó y sin mediar más le asestó un golpe en la sien. El puñetazo causó el deseo esperado. Daira se desvaneció entre sus brazos. Ascendió toda las escaleras y se apostó con la chiquilla inconsciente. Marcó un numero en el móvil. Se sentía febril. Estaba corriendo demasiados riesgos. 

  - ¿Qué te pasa? - le respondió un sujeto al otro lado de la línea.

  - Necesito tu ayuda. Tienes que venir al Machete con la furgoneta.

  Hubo un silencio prolongado donde apenas se escuchaba una respiración cortada.

  - ¿Me estás escuchando? - interceptó Puri casi gritando.

  - ¿Cuál es el motivo?

  - Tengo a una cría que puede despertar en cualquier momento. 

  - Métela en casa, como siempre.

  - No puedo. Es un poco complicado para contar ahora.

  - ¿Qué piensas hacer?

  - La dejaremos en la furgoneta. Le daré alguna pastilla. No sé, algo se me ocurrirá sobre la marcha.

  - No puedo, Puri. Ya sabes que con la muerte de mi padre, mi vida se ha complicado un poco. Me tienen controlado. No puedo dar un paso sin que la ertzaina lo sepa.

  - Esto es algo especial. 

  - No puedo. Búscate a otro.

 - ¡Carlos! - exclamó airada pero Carlos ya había cortado la comunicación.

  A continuación llamó a la Algorta.

  - He tenido un contratiempo, Olvido. Llegaré algo más tarde - trató de que no se le notara el nerviosismo.

  - No te preocupes, mujer. Acabo de llegar a casa. 

  - ¡Qué madrugadora! 

  - Si, hay una gotera en el piso del Machete. Mira, se me olvidó decírtelo. No creo que se te haya mojado nada pero por si acaso, date una vuelta. He ido para abrir al fontanero.

  - Lo haré, Olvido. Muchas gracias. Me pasaré luego.

  Dirigió una mirada cargada de ternura hacia Daira. Sus amigos los estorninos y algunos gorriones, picoteaban su rostro con delicadeza. No sin esfuerzo, incorporó a la muchacha y descendió la escalera. Atravesó la plaza y se llegó hasta el portal. Abrió y subió con cierta rapidez los desvencijados peldaños. Abrió la puerta del piso y avanzó hasta la cocina. Dejo a Daira en el descansillo, apoyada la espalda en la pared y sentada en el suelo. Saludó al fontanero, que apenas le dirigió una mirada fugaz. Volvió sobre sus pasos e introdujo a Daira en una reducida habitación interior. Volvió a marcar el numero de Carlos. Sonó hasta cortarse la llamada sin obtener respuesta. Entonces escribió en el whatsapp.

  - Tío, tienes que hacer la llamada. A eso no te puedes negar.

  - De acuerdo. Dame el número.

  Puri le pasó el contacto de Olvido.

   - ¿Quién es este fulano? - se interesó el hombre.

  - Fulana, es fulana. Es mi jefa, Olvido Algorta. He secuestrado a su hija.

  - ¿A Daira?

  - ¿La conoces?

  - Somos amigos.

  - ¿Qué clase de amigos? - escribió asustada -. Tío, rondas los treinta años. Daira es una niña.

 - ¿Dónde está escrito que los amigos tengan que tener edades similares? - preguntó altanero.

  - Eres un hombre hecho y derecho, no puedes ser amigo de esta criatura.

  - Esos buenos sentimientos podías haberlos tenido en cuenta antes de secuestrarla.     Además ir contra la mano que te da de comer, no dice mucho en tu favor.

  - Limítate a hacer lo que te digo. Exígele los cinco mil euros. Lo demás corre de mi cuenta.

  - No cuentes conmigo. No puedo ir en contra de esa niña. Suelo estar vigilante de ella y sus amigas. Me gusta mucho una de ellas.

  - No digas gilipolleces, por favor.

  - Te lo advierto. Deja a esa niña en paz. Olvido se volverá loca si le pasa algo a su hija. En esa casa todas se volverán locas.

  - Yo también me vuelvo loca por mi niña, que es amiga de Daira. Como me enteré que le haces algo, te mato. Ya lo has oído. ¡Te mato!

   - ¿Tu hija es amiga de Daira? - se mostró reticente.

  - Se llama Xenia y como me enteré que estás a menos de doscientos metros de ella, te juro que te rajo. Ya estás avisado.

  - No conozco a tu hija. Tranquila - mintió Carlos, que se sentía obsesionado por la chiquilla desde que la conociera dos años atrás en la Logia -. Escúchame tú también a mi. Olvídate de Daira. Déjala libre. Si de aquí a dos horas la niña no está en el colegio, te denuncio.

  - Si caigo yo, caes tú conmigo.

  Pasada una hora, retomó la conversación con Carlos.

  - ¿Qué hay de la llamada?

  - No insistas con eso. Te he dicho que no lo voy a hacer. Daira es intocable.


  

16. CHILEROS

  El pájaro se movía asustado. Daba pequeños saltitos y parecía temblar de miedo. Volaba la pequeña distancia que le separaba del nido entre alfeizar y alfeizar de ventana a ventana. De momento hasta su reducido cerebro había asimilado que era un  verdadero peligro aventurarse y pasar por aquella ventana hasta llegar al nido, donde los recién nacidos piaban pidiéndole alimento. Mientras, el gato, con medio cuerpo fuera de la ventana, arañaba el aire, midiendo sus fuerzas y las posibles posibilidades que tenía de dar caza al animal.

  El inspector Borínaga observaba a los animales con detenimiento. El caso del asesinato de Pardal, le llevaba continuamente a un punto muerto. Pasaba horas y horas leyendo el informe, analizando cada pista por pequeña que fuera, repasando cada frase dicha por el hijo, la prometida, los antiguos socios... Por más vueltas que le daba no conseguía avanzar.

  - Inspector, la inspectora Domaika. La mandan de Bilbao para aportar algo de luz en el caso del asesinato de Pardal - anunció un agente, después de llamar a la puerta de su despacho con los nudillos.

  - Adelante. Bienvenida, inspectora. Será un placer compartir este enrevesado asunto - saludó Borínaga con un fuerte apretón de manos.

  - Desde arriba me han dado todos los detalles pero me gustaría que usted me diera su versión, lo que ha visto después de tomar declaración a las personas cercanas a Pardal - hizo un pequeño inciso, antes de añadir -. ¿Hay alguna novedad? La inspectora sacó de sus pensamientos a Borínaga que por un momento apartó la vista de la ventana.

  - Nada nuevo, inspectora. Estamos en un callejón sin salida.

  - Desde arriba nos apremian para encontrar una solución lo más rápido posible.

  - Así es. Sin embargo me siento impotente. No hago más que darle vueltas al hecho de que Irenka, la prostituta que se prometió al viejo dos días antes de su asesinato, no deja de declarar que vio a Pardal con un tiro en la frente. 

  - Es un misterio insondable, inspector. 

  - Cuando recibimos la llamada, la voz fue clara. Nos alertaban de un muerto por causas naturales. El viejo apareció sin un rasguño, sin gota de sangre, pero ya cadáver. En un principio parecía que hubiera sufrido un infarto. Después el forense certificó la muerte por envenenamiento.  

  - ¿Y las demás prostitutas? ¿Hasta que punto ofrecen credibilidad?

  - Son un grupo férreo. La dueña del burdel declaró que son como un convento de monjas, lo que me hace suponer que entre ellas se protegen.

  - ¿Cree usted que el crimen lo perpetraron entre todas?

  - No, no quiero decir eso. Creo que a Irenka la podemos descartar. Es una mujer muy asustadiza e inestable, me atrevo a asegurar. No está muy bien de la cabeza. Además, no creo que estaría dispuesta a llevarse por delante al hombre que prometió apartarla de la mala vida.

  - ¿Entonces? 

  - No sé qué decirle, inspectora. Olvido Algorta es una mujer recia y dura. Se presentó casi de inmediato con la prometida del viejo. No demostró ni un ápice de lastima por la víctima. Ni siquiera preguntó qué era lo que había pasado.

  - ¿La cree capaz de cometer un crimen?

 - Cualquier ser humano puede matar, inspectora. Usted lo sabe. Nadie es más inocente que nadie. Pero esta mujer no tenía motivos. Pardal era un buen cliente, pagaba con regularidad y no daba problemas. 

  - Según los descubrimientos sobre el sujeto, no parece ser trigo limpio, ¿verdad inspector?

  - Así es. Se trata de un hombre que hizo mucho dinero no de manera limpia. Se fue a hacer las Américas y regresó con un buen patrimonio, que aquí fue engordando aceptando sobornos, con chantajes y con malas artes. Sin embargo, se ha caracterizado por ser un hombre influyente, muy bien relacionado con políticos y empresarios. Cualquiera pudo ser el asesino.

  Nuevamente llamaron a la puerta.

  - Adelante - Borínaga subió el tono de voz.

  - Una de las prostitutas del gabinete de masajes quiere hablar con usted.

  - ¿De quién se trata?

  - Ofelia.

  -¡Vaya! ¡Qué sorpresa! - exclamó el inspector -. Todo un personaje, inspectora. Es un travesti, mano derecha de la Algorta.

  - Está muy nerviosa - declaró el agente.

  - Hágale pasar.

  Ofelia llenó el espacio, no solo con el perfume que emanaba de su cuerpo al menor movimiento, sino con su orondo corpachón. Vestía una indumentaria casi discreta. Un pantalón rojo muy ceñido y una blusa transparente y con gran escote en rosa pálido. Maquillada como para asistir a una convención de cosmética. Lucía pestañas postizas extra largas y unos labios que parecían cojines mullidos en rojo chillón. A pesar del maquillaje, la barba luchaba por salir y la nuez se le marcaba en mitad del cuello, subiendo y bajando con frenética velocidad. El pelo impecable y liso le caía a los lados sobre el pecho exageradamente voluminoso.

  - Buenos días, inspector - saludó excitada -. Si está usted ocupado... Sin embargo, es muy importante lo que me ha traído hasta aquí.

  - No se preocupe. Le presentó a la inspectora Domaika. Ha venido para aportar alguna luz sobre el caso Pardal. ¿Tal vez trae usted algo nuevo? - dejó caer Borínaga como invitándole a realizar una confesión.

  - Es otra cosa inspector. Daira, la hija de Olvido ha desaparecido - pareció descargar un peso enorme. Suspiró aliviada y tomó asiento sin que le invitaran.

  - ¿Desaparecido?

  - La niña no ha vuelto a casa a mediodía. Su amiga Xenia ha pasado al volver a casa del colegio y nos ha dicho que ha faltado a clase. La cosa es que ha salido de casa muy pronto, con su madre. Daira da de comer a una pareja de estorninos que hay en el Machete. Nadie la ha visto después.

  - ¿De qué edad estamos hablando? - interrogó la inspectora.

  - Daira tiene quince años.

  - ¿Por qué no ha venido su madre a hacer la denuncia?

  - No sabe nada, inspector. Está demasiado pendiente de la niña. Se volvería loca si lo supiese. Parece una mujer muy fuerte pero se ablanda por cualquier cosa negativa referente a la chiquilla - hizo una breve pausa para tomar aire -. Hemos salido las chicas y yo para buscarla y al no dar con ella, nos hemos asustado.

  - ¿A su madre no le ha extrañado que la niña no haya vuelto a mediodía a casa?

  - Come en el colegio, inspector. No la hubiéramos echado de menos hasta esta tarde, si no llega a dar la voz de alarma su amiga Xenia. De momento no queremos asustar a la madre, por eso he venido en persona a hacer la denuncia.

  - Exactamente, ¿a quién se refiere usted cuando habla en plural? - preguntó la inspectora Domaika.

  - A las trabajadoras del gabinete, por supuesto - respondió Ofelia con orgullo -. Somos una gran familia.

  - ¿Y el padre de Daira? - se interesó el inspector.

  - No tiene.

  - ¿Quiere decir que ha fallecido? ¿Qué está ausente? ¿Qué no se sabe quién es? - Domaika tomó cartas en el asunto.

  - Quiere decir lo que he dicho. Daira no sabe nada de su padre.

  - Pero usted si lo sabe... ¿Me equivoco? - indagó Borínaga.

  - Estamos perdiendo un  tiempo precioso - señaló Ofelia -. Daira puede estar en peligro.

  - Perdóneme pero somos nosotros los que tenemos que conocer algunas cuestiones antes de empezar la búsqueda. ¿Por qué razón está tan preocupada? Tal vez se trate solo de una chiquillada, tal vez tenga un noviete... Puede haber pasado cualquier cosa.

  - Daira es una niña muy buena y responsable. No haría nada sin avisar. A mi me lo hubiera dicho.

  -¿Por qué a usted?

  - Somos buenas amigas.

  - Se lo dije a su madre, tal vez no sea una casa acorde para una niña de la edad de Daira.

  - ¿Qué insinúa usted? Acaso cree que las prostitutas somos bichos raros, que no tenemos sentimientos, que no sabemos lo que está bien o lo que está mal.

  - ¿Puedo hacerle una pregunta personal? - Borínaga cambio la táctica y se mostró más cercano.

  - Puede.

  - ¿Es usted el padre de Daira?

 La pregunta había caído como una losa. Borínaga y Ofelia se observaron con comedido recato. El silencio se espesó y solo fue roto por el chillido a través de la ventana. Los tres dirigieron la mirada al exterior. El gato estiró el cuerpo haciéndose doblemente elástico. El chillido fue como un grito de guerra producido por el esfuerzo para lograr la recompensa. El chilero fue cazado por fin, cayendo derrotado entre la zarpa del animal que mientras despedazaba al pajarito, dirigió los ojos brillantes hacia el interior del despacho.

  - Mal presagio - musitó Ofelia -. Daira está en peligro.



17. SOMORMUJOS

  Puri acudió al trabajo a última hora de la mañana, cuando se servían las comidas en casa de la Algorta. Le llegó cercana la voz suave de su hija. Hablaba en la entrada con Vanessa.

  - ¿Cómo que no ha ido al colegio? 

  Cerró los ojos, sintiendo los dedos como garras aferrándose a la escoba.

  - Madre mía. En que lío me he metido - se maldijo Puri entre dientes. Miró hacia todos lados por si alguna le hubiera escuchado.

  - Creí que estaba enferma - decía Xenia con un tizne de alarma en la voz.

  - Pasa cariño. Tu madre ha llegado hace poco.

  - ¿Hace poco?

  - Si cariño, por lo que ha dicho Olvido iba a llegar más tarde... No sé que cosas tenía que hacer por ahí. Anda, pasa un rato, cielo. Voy a comentarle lo de Daira a Ofelia.

  - Voy contigo.

  - ¿No quieres estar con tu madre?

  - No, Vane. No la soporto.

  - No digas esas cosas de tu madre. Ella te adora.

  Puri no pudo ver el gesto de desaprobación que hizo su hija pero se lo imaginó.

  - Esta descarada me va a quitar la vida - se lamentó en voz alta, elevando la mirada al techo.

  - Todas hemos sentido alguna vez que nuestras madres van en contra nuestra, cariño. El consuelo es que se te pasará con la edad.

  - No creo. Ofelia dice que mi madre es un somormujo.

  - ¡Qué cabritas sois! Se le ocurren unas cosas a Ofelia...

  - ¡Por cuanto no tenía que salir a relucir esa furcia! - exclamó Puri desde su escondite -. Ese bicho no hace más que malmeter en la vida de mi Xenia.

  - Ofelia y sus pájaros - rió Vanessa divertida -. ¿Por qué dice eso de tu madre?

  - Porque también la ha calado. Somormujas son las personas que van por la vida con carita de yo no fui pero que las matan callando.

  - ¡Qué exagerada! Tu madre es un poco plasta, es cierto. Pero es que tiene que hacer doble papel, cariño. Ha de ser padre y madre a la vez y eso debe de ser muy complicado.

  - Eso, Vane. Tú una de cal y otra de arena. Plasta dice la tipa. Alentando el morbo de mi niña para que me coja más inquina. Anda, que si pudiera elegir, de qué iba a venir aquí a quitaros la mierda y las cascarrias - se enarboló Puri - ¡Furcias del demonio!

  - No le disculpes, Vane. Últimamente mi madre hace cosas muy raras y le estoy cogiendo miedo.

  - ¿Qué tipo de cosas hace tu madre? - la voz de Ofelia tronó al tiempo que entraba en el patio.

  - No sé cómo explicarlo... Otro día hablamos de esas cosas, ahora estoy preocupada por Daira. Hoy no ha venido al colegio.

  A Ofelia se le fue el color del rostro y le empezó a temblar el labio inferior.



18. VENCEJOS

  El terror se apoderaba de la mente de Puri por momentos. Por lo visto, se excedió con la dosis de pastillas y la cría que debía de llevar horas despierta, seguía sumida en un letargo profundo. Lo único favorable era que mantenía la respiración pausada y rítmica. Atada de pies y manos y con la boca amordazada, había realizado tres viajes a la casa del Machete para comprobar cómo seguía su estado. Carlos la había dejado tirada y por más que se decía una y otra vez que aquello era necesario por el bien de su niña, no se atrevía a realizar la dichosa llamada, exigiendo el rescate. 

  - ¡Maldita sea mi estampa! - exclamó saliendo a la soledad del patio una vez que Xenia y las furcias se hubieran marchado.

 Cabía la posibilidad de que se acercasen a la comisaria para denunciar la desaparición. 

 Por cuarta vez ascendió los peldaños de la casa donde permanecía Daira. El corazón le dio un vuelco al aspirar el perfume de Olvido. Era demasiado tarde para retroceder. La Algorta estaba cerrando la puerta.

  - Hola, Puri. ¿Qué te trae por aquí?

  - Quiero recuperar un pantalón de verano de Xenia. Es muy bonito y con el estirón que ha pegado, seguro que se le ha quedado corto - improvisó rogando que no se le trabara la lengua y que la Algorta no percibiese su nerviosismo.

  - ¡Mujer! Te vas a meter en arreglos, con lo barata que es la ropa de los chinos. No te merece la pena pasar tiempo.

  - Ya te digo que a Xenia le gusta mucho ese pantalón.

  - Más le gustará estrenar ropa. Están en edad de presumir.

  - Todavía son unas niñas - argumentó de mal humor.

  - ¡Quince añitos! ¡Ay, Puri! ¿Ya no recuerdas qué hacías tú a los quince?

  - Eran otros tiempos.

  - Si, claro. Pero nuestras hijas son unas señoritas. A su edad yo...

  - Tú eras ya una furcia - sentenció Puri de malas maneras.

 - ¡Pero bueno! ¿A qué viene eso? Chica, estás de un raro últimamente.

  - Estoy como me da la gana.

  - Bueno, hija. Me voy para casa y a ver si mejoras ese carácter que gastas unos humos...

  - Perdona - se obligó a decir Puri -. Últimamente estoy muy nerviosa. No tengas en cuanta lo que digo.

  - Nada, mujer. Tómate unos días libres, si quieres. Ya nos arreglaremos como sea - Olvidó le acarició el hombro y le sonrió con cariño.

  - ¿Ha terminado ya el fontanero?

  - Si. Por eso me he dado una vuelta. Mañana vendré a limpiar.

  - No vengas - se precipitó Puri -. Quiero decir, que estoy para lo que necesites, en la casa y aquí.

  - No te agobies, chica. Estate tranquila y el tiempo libre disfrútalo con Xenia, si te apetece.

  - Como quieras.

  Puri la vio descender. Abrió la puerta con sigilo. Nada se escuchaba en la casa sombría. Una vez abierto el candado de la habitación donde dormitaba Daira y antes de penetrar en la reducida estancia, volvió a cubrirse el rostro y el cabello. Daira descansaba las manos sobre el regazo. Comprobó las ligaduras, que le habían producido una suave rozadura en torno a las muñecas y tobillos. La niña sonreía, mostrando el rostro angelical. Puri recordó las conversaciones de Xenia sobre pájaros. Aunque en cuanto comenzaba a hablar del tema, solía desconectar. Siempre con la misma coletilla, "¿Sabes mamá? Ofelia dice que estos pájaros hacen esto, los otros comen así, otros buscan el alimento allí... Que dice aprender muchas cosas en los documentales de la dos... Que no te puedes imaginar lo que sabe sobre aves..." Le daba tanta rabia que la tomase de ejemplo para todo, que no le hacía el menor caso pero se ve que aún no tomando interés en aquellas supuestas conversaciones pajariles, alguna cosa se filtraba en su cerebro. Ahora recordaba que en una ocasión le comentó que los vencejos dormían volando y que había visto un programa de una tal  Evelyn Segura, titulado "Sueño", que contaba este particularidad. ¿Estaría Daira soñando? Algo agradable debía ser por la sonrisa bobalicona que esgrimía en aquel duermevela que ella misma le había provocado. Le propinó un par de sopapos, luego otros dos más fuertes. Desesperante. La mocosa no se despertaba.



19. A LA SUEGRA Y AL GORRIÓN, PERDIGÓN

  Carlos contestó la llamada al segundo tono, después de comprobar con alborozo que se trataba de Daira.

  - Hola cielo, ¿qué te cuentas? 

  - No soy Daira - respondió una voz nerviosa -. Soy Xenia, la amiga de Daira. ¿Te acuerdas de mi?

  - Por supuesto, bonita. Nos vimos en el autobús el otro día. Ya te dije que no me olvido de las chicas guapas.

  - Oye, quería preguntarte por Daira, ¿Sabes algo de ella? ¿Está contigo? Estamos muy preocupadas por ella. Hoy no ha ido al colegio pero en su casa no saben nada de ella desde esta mañana - se atropelló al hablar -. Encima se ha dejado el móvil en casa.

  - No sé nada, cariño - intentó que la chiquilla no notara su repentino nerviosismo -. ¿Quiénes estáis muy preocupadas?

  - Las chicas del gabinete y yo. Estamos en comisaría. Estoy en la calle con Vanessa y Ofelia está dentro haciendo la denuncia.

  - La denuncia - repitió con una calma que no sentía. Deseoso de colgar y contactar con Puri, añadió -: Si me entero de algo, te llamo. Mándame tu número, porfa.

  - Vale, Carlos. Yo también voy a anotar el tuyo. ¿Te parece bien?

  - Por supuesto, cariño. Apúntatelo. No olvides que somos amigos.

 - ¡Mierda para ti, Puri! - exclamó una vez que cortó la comunicación -. ¿Qué cojones estabas pensando para secuestrar a esa pobre chavala?

  Meditó un par de minutos antes de contactar con la secuestradora. Su supuesta futura suegra. La muy rastrera se había tomado la libertad de amenazarle. Le había prohibido pensar en su pajarito. Le gustaban las jovencitas, las niñas vírgenes, aunque sus fines no resultaban tan perversos como las acciones de Puri. Tenía que intentar disuadirla. Este secuestro no era como los otros anteriores. Ahora se trataba de una chiquilla, bien conocida por ambos. Todo aquello que tuviera alguna relación con la Algorta, era sagrado.

  Puri dio un respingo cuando el teléfono sonó en su bolsillo. El silencio de la casa resultaba pesado. Daira movió los párpados como si luchase por abrirlos, sin conseguirlo. La mujer salió de la habitación.

  - ¿Todavía tienes a la cría? - espetó airado -. Tu hija está muy asustada.

  - ¿Qué sabes tú de Xenia?

  - Me acaba de llamar desde el teléfono de Daira. Están buscando a la niña y Ofelia ha denunciado su desaparición en comisaría. 

  - La Algorta no sabe nada - se aventuró a afirmar -. Si tú hubieras hecho esa maldita llamada, no estaríamos en esta terrible situación.

  - Xenia sospecha de ti - lanzó el farol, sabedor de que por su hija sería capaz de cualquier cosa.

 Hubo un silencio prolongado. El tiro dio el fruto esperado. "Perdigonazo en el centro del corazón", pensó Carlos.

  - No sé que hacer, chico. Le he debido de dar una dosis excesiva de pastillas y no hay forma de que despierte. Estoy muy asustada - su tono de voz sonaba lacrimógeno.

  - ¡Me cago en la puta! Saca a la cría de ahí inmediatamente.

  - Ahora es imposible. Me verían de los bares de enfrente. Por aquí pasan muchos turistas. 

  - Saca a la niña ya, Puri. 

  - Es muy fácil dar órdenes. ¿Qué hago con ella tal como está?

  - Te lo dije. Esas niñas son sagradas para mi. Son mis amigas.

  - ¡Degenerado! Hablas de amistad y a saber qué intenciones tienes.

  - No estás en condiciones de exigir nada. Te lo digo por última vez o sacas a la cría ya o te atienes a las consecuencias.

  - Ni se te ocurra amenazarme o te arrastro. Si caigo, caes conmigo.

  - No olvides que tu hija y yo somos amigos... de momento.

  - ¿Qué estás insinuando?

  - Que puedo dejar de serlo. Te tengo cogida, Puri. En media hora, voy a lanzar la idea de que busquen a la cría en las cercanías del Machete, donde ella da de comer a los estorninos.

  Puri observó la plaza casi desierta. Cargó con el cuerpo menudo de la niña que se había transformado en algo pesado y rígido. Salió al descansillo. Una vez en la calle, intentando mantener el cuerpo tieso pero a Daira se le caía la cabeza hacia atrás y los brazos le colgaban a lo largo del cuerpo como si fuera un pelele. Unos turistas observaron la escena y un hombre le preguntó si necesitaba ayuda. Amablemente le respondió que solo estaba mareada. Atravesó la plaza y ascendió con dificultad las escaleras de San Bartolomé, seguida de cerca por los turistas. Enfiló la calle Santa María. De reojo, miraba de vez en cuando hacia atrás. Los foráneos abandonaron la persecución, centrándose en las fotografías. Nadie le perseguía. Hizo una parada para recobrar fuerzas. Le temblaba el brazo izquierdo de aguantar el peso muerto de la cría, que al avanzar con los pies arrastrando, empezaba a sangrar de los tobillos heridos por la soga. Se encontraba muy cansada, así que deseosa de soltar el bulto cuanto antes, retrocedió unos pasos y dejo a la chiquilla apoyada en la puerta de la iglesia de San Vicente. Unos metros más adelante se despojo de la peluca y los fulares. Hizo un amasijo y los introdujo en el bolso. Bajó por la cuesta de San Vicente. Cuando cerró la puerta de su casa eran algo más tarde de las cuatro. Ni rastro de Xenia. Se dejó caer lentamente, escondió las cara entre sus manos y comenzó a llorar con llantina espesa hasta provocarle convulsiones.



20. CURRUCAS 

  - ¿Es usted el padre biológico de Daira? - volvió a preguntar Borínaga.

  - Así es, aunque como usted debe suponer la niña no sabe nada de esto. Es un secreto entre Olvido y yo que nos llevaremos a la tumba - sonrió con tristeza, antes de preguntar -: ¿Cómo lo ha adivinado usted?

  - El amor desmedido, la complicidad con la niña, el que usted sea tan importante en la vida de Olvido y un parecido con Daira que aunque lo maquille, si uno se fija bien, es latente.

 - ¿Cree usted que Daira lo descubrirá algún día? - preguntó preocupado.

  - Aunque lo descubra, se sentirá muy orgullosa. Se ve que se quieren mucho y creo que usted es buena persona.

  - Daría la vida por esa niña.

  - Perdóneme, pero no logro comprender cómo... Olvido y usted... - se atrevió a indagar el inspector.

  - Llegó un día en que Olvido quiso ser madre. Aunque le parezca una mujer dura, desprende ternura a raudales. Los clientes del gabinete no le parecían apropiados para un fin tan importante. Aunque en mi fuero interno sea una mujer, todavía tengo una pequeña verga capaz de hacer cosas preciosas.

  - No lo dudo.

  Domaika que se había ausentado unos minutos para buscar la orden de salida para la búsqueda de Daira Algorta, volvió al despacho. Borínaga distribuyó la búsqueda con varias patrullas y dio un apretón de manos a Ofelia.

  - No se preocupe. Vuelva a casa y hable con Olvido. Usted podrá calmarla. Les tendremos informadas.

    Ofelia, Vanessa y Xenia recorrieron el camino de vuelta a casa en completo silencio. Cada una pensando en Daira y la suerte que hubiera corrido desde un punto de vista diferente. Ofelia conducía deprisa, se saltó dos semáforos en verde y a punto estuvo de arrollar a un viandante que cruzaba con paso trémulo con un andador. A su espalda quedaron las voces que le increparon. 

  - Creo que mi madre tiene algo que ver con la desaparición de Daira - Xenia rompió el intenso silencio.

  - ¡Chiquilla! ¡Qué cosas se te ocurren! - Vanessa la rodeó con los brazos en un abrazo casi maternal.

  Ofelia las observó por el retrovisor. Ambas volvían en el asiento trasero cogidas de las manos.

  - Mi madre no puede ver que seamos amigas, no quiere que vaya al gabinete. Dice que no es ambiente para mi. No le gusta Daira. No le gustáis vosotras.

  - Tu madre es un poco tocapelotas, no voy a negarlo - terció Ofelia sopesando las palabras de la niña -, pero de ahí a que le haya hecho algo malo, va un trecho.

  - Desde luego, hoy ha llegado tarde y parecía muy nerviosa - aseguró Vanessa.

  - Deberíamos informar a la ertzaina. Tal vez si la interrogan, confiesa - propuso Xenia.

  - No se puede acusar a nadie sin pruebas, cariño - Ofelia trató de tranquilizar los ánimos.

  La llegada a casa supuso un drama. Olvido se había enterado por las otras chicas y estaba hecha un mar de nervios. Había telefoneado a la ertzaina varias veces y una dotación policial esperaba en la puerta. Una psicóloga se encargaba de templar los ánimos y de hacer la espera más calmada y sosegada.

  - Olvido, trata de tranquilizarte - Ofelia le abrazó -. Ya están buscándola. Ya verás como aparece sana y salva.

  - ¿Cómo quieres que me tranquilice? Mi niña ha desaparecido. Es mi vida, Ofelia. ¡Mi vida! No puedo imaginarme que sería de mí si le pasara algo malo.

  - Señora, no piense mal. Es el momento de tener calma. Estos casos se resuelven rápidamente y sin graves consecuencias. Ya lo verá - la voz suave de la psicóloga y una pastilla menuda aplacaron el nerviosismo de Olvido.

  Xenia lloraba inconsolablemente y también tuvo que ser asistida. 


  Una hora después la ertzaina recibió una llamada anónima. Una mujer muy nerviosa aseguró haber visto el cuerpo de una joven apoyado en la tapia de la entrada trasera de San Vicente. La niña fue localizada de inmediato. Tuvo que ser hospitalizada pues presentaba un cuadro de intoxicación grave presuntamente por ingestión de pastillas.

  Olvido, Ofelia, Xenia y Sira se personaron en el hospital de Txagorritxu. Después de realizarle un lavado de estómago y recobrar la conciencia, recibió la visita de su madre.

  - Mi vida, ¿qué te ha pasado? - abrazó con ternura el cuerpo frágil de su hija.

  - Mamá tengo un vago recuerdo... No sé que me ha pasado pero algo me ronda la cabeza... tengo una voz familiar dentro de mí... Alguien que conozco me ha retenido contra mi voluntad...

  - No te alteres, cariño. Ahora tienes que estar tranquila y descansar. Fuera están Ofelia y Xenia. Ambas muy preocupadas por ti, mi vida.

  - Es necesario que la paciente descanse - la enfermera sonrió a ambas y apretó en hombro de Olvido.

  - Cariño, mamá se quedará fuera todo el tiempo. Duerme un poco. Luego vuelvo - le dio un beso en la frente.

  - ¿Tampoco pueden pasar Ofelia o mi amiga? - se dirigió a la enfermera.

  - De momento no. Tienes que descansar durante un buen rato. Luego te tomarán declaración y a última hora de la tarde podrás recibir las visitas que desees. Si todo va bien, mañana podrás irte a casa.

  - Eso sería perfecto - respondió satisfecha.

 - ¿Cree usted que Daira ha podido ingerir fármacos por propia voluntad? - preguntó el inspector a Ofelia.

  - Es imposible. Daira es una niña feliz. Entiendo que a usted le resulte imposible, por no considerar nuestra casa y trabajo, el ambiente ideal para una adolescente, pero es una niña muy querida por todas las chicas. Somos prostitutas, inspector, no criminales. Tenemos sentimientos, aunque a usted le resultemos perversas.

  - No me malinterprete. Sé que son buenas personas, he tenido oportunidad de conocerles durante estos días. Mi deber es fijarme en el comportamiento de las personas. Es cierto que en un principio no pensé bien de ustedes. Ahora puedo asegurar que me equivoqué. No obstante, hay cabos sueltos. La mayoría de las veces, este tipo de retenciones vienen dadas por personas cercanas o del entorno más próximo de la víctima y luego está pendiente el asesinato de Esteban Pardal, que no sabemos si está o no relacionado con el caso de Daira.

  - Respecto a lo que ha dicho... No sé si hago bien en dar la voz de alarma... El caso es que desde que la chiquilla lo ha mencionado no paro de darle vueltas y...

  Borínaga le observó con detenimiento y le alentó a continuar hablando con gesto apremiante.

  - Entiéndame, inspector. No está bien ir incriminando a nadie sin tener pruebas de que esa persona esté implicada en un asunto tan grave... No me haga caso.

  - Si tiene alguna duda sobre alguien, su deber es exponer el tema. Nosotros haremos las diligencias pertinentes, no se preocupe. Nadie saldrá dañado si se demuestra su inocencia.

  - Vera, cuando regresábamos de comisaría, Xenia ha hecho un comentario sobre su madre. La chiquilla asegura que últimamente hace cosas raras, no le gusta que Daira y ella sean tan amigas, se disgusta cuando Xenia viene a casa... 

  - ¿Cuánto tiempo hace que trabaja en la casa?

  - Pues no sabría decirle con exactitud pero yo creo que las niñas tendrían unos seis años más o menos, o sea que hará unos nueve o diez. Pero Olvido y Puri se conocen de toda la vida, son más o menos de la misma edad y han vivido en el barrio siempre. Se conocían de las tiendas y a Olvido le dio pena que la mujer andaba como puta por rastrojo, ya me entiende. Con la niña pequeña, el marido se había largado con una fulana y la Puri andaba de casa en casa, limpiando las miserias de otros. Olvido le dio trabajo, buen suelto y seguridad social. Las crías estudian en el mismo colegio y una cosa lleva a otra.

   - ¿Entre Puri y Olvido hay gran amistad?

  - Diría que si, aunque últimamente Puri parece que desea mantener las distancias. Se ha mostrado muy reticente. Trabaja para nosotras porque Olvido le paga muy bien, mantienen una relación de confianza sin llegar a la amistad. Pero ya le digo, más por parte de Puri que de Olvido, que aunque le parezca una mujer dura y seca, en realidad es un pedazo de pan.

  Borínaga dio la voz de alarma y una dotación se personó en la casa de la Nueva Dentro donde vivía Puri junto con su hija.


  Dos horas después Daira se despertó hambrienta y animada. Le dejaron pasar a Ofelia.

  - Cuéntame algo de pájaros - solicitó la chiquilla.

  - Mi amor, hoy me pareces una curruca.

  - ¡Anda ya! ¿Ese pájaro discreto, pálido y tan pequeñajo te parezco? - hizo un pucherete de desanimo -. Pues no me gusta, ya ves.

  - ¡Tontina mía! También posee un canto agradable, un vuelo ágil y un comportamiento activo e inquieto. Como tú, que solo te quedas con lo malo y eso no es bueno.

  - Siempre dices de esos pájaros que tienen un aspecto indiferente. No sabía yo que me considerabas tan simplona. Y que es fácil de confundir con un gorrión común.

  - Es muy parecido a ti. Es incansable, canta constantemente durante todo el año. Por si no lo sabes, te diré que su canto es muy agradable y variado, con muchas variaciones en sus trinos. Cuando está excitada o siente alarma  lanza un seco teck teck.

  Ambas guardaron un breve silencio.

  - Esto es muy aburrido - se quejó Daira.

  - ¿Qué es ese cuaderno que tienes ahí? - señaló Ofelia al borde de la cama.

  - Me lo ha dejado el inspector ese tan seriote. Me ha dicho que tengo que apuntar las cosas que voy recordando, aunque me parezcan poco importantes.

  - Y ya has apuntado algo?

  - Tengo una voz muy conocida dentro de la cabeza pero no consigo saber de quién es.

  - ¿Hombre o mujer?

  - Mujer.

  - Sigue pensando, reina. Quien se haya atrevido a hacerte daño, lo tiene que pagar.



21. CHOCHÍN COMÚN

  Tres días después del escabroso desenlace sobre el secuestro de     Daira, Ofelia paseaba por la Florida junto a las dos jóvenes amigas. Xenia permanecía callada, ojerosa y casi no comía. Sollozaba con más frecuencia de la deseada, según la psicóloga que la asistía. Daira y Carlos estaban pendientes de ella pero la chiquilla se sentía avergonzada y temerosa. Los servicios sociales habían tomado las diligencias pertinentes y estaban a la espera de que entrase a una casa con otros varios niños de su edad que tenían similares problemas familiares. La Algorta también mediaba para encontrar la mejor solución. La inspectora Domaika se mostraba a favor de que la chiquilla residiera con esa familia tan atípica como entrañable.

  Cuando la ertzaina se personó en el domicilio de Puri para interrogarle sobre el posible secuestro, les recibió amenazando con cortarse las venas si no se marchaban de allí de inmediato. Perdió la calma y solicitó permiso para cambiarse de ropa antes de acompañarles a la comisaria. Viéndose acorralada se tiró por la ventana, muriendo horas después. 

  - ¿Os apetece una pizza del Dolomiti? - indagó Ofelia y sin esperar respuesta, tomó a cada niña por un brazo, proponiendo -: Invito yo.

  - Si, si, si - vitoreó Daira entusiasmada.

  - No tengo hambre - susurró Xenia desalentada.

  - Venga, chica. No seas así - imploró su amiga.

  - No soy capaz de tragar nada. Id vosotras, yo puedo volver sola.

  - De ninguna manera. Si tú no comes, nosotras tampoco - añadió Ofelia -. Y por si fuera poco, serás responsable de nuestra debilidad y desnutrición.

  Xenia sonrió sin ganas.

  - Mirad, ese pajarito de ahí. Es un chochín - señaló un pájaro que sobrevolaba el quiosco de baile.

  - ¿Qué particularidad tiene? - se interesó Daira.

  - Es el ave que representa a las putas - aclaró muy seria.

  - ¿Lo dices en serio? - Daira se mostró perpleja -. Nunca lo había oído.

  - ¿También lo dicen en los documentales de la dos? - preguntó Xenia, mostrando un repentino interés.

  - No cariño. Lo digo yo.

  Las chiquillas le miraron con curiosidad.

  - ¿De qué vivimos nosotras?

  Daira y Xenia intercambiaron miradas pero ninguna dijo nada.

  - ¿De qué vivimos las de nuestro gremio? Las del puterío, quiero decir - Ofelia sonreía con malicia.

  - De los hombres - insinuó Xenia con timidez.

  - Si, chica, si. Dilo sin miedo. ¿Y que usamos las putas para alegrar a los hombres?

  Las niñas se sonrieron avergonzadas entre ellas pero mantuvieron el silencio.

  - ¡El chocho! - susurró -. Mira que me habéis salido ñoñas las dos.

  - No entiendo - Xenia comenzaba a mostrarse más participativa.

  - Del chocho, cariño. Vivimos del chocho. De chocho... chochín - estalló en una prolongada risotada -. Es un chiste malo, ya lo sé pero ha servido para que nuestra querida Xenia vuelva al mundo real.

  Las tres se carcajearon ante la atenta mirada de algunos viandantes. 

  - ¿Hace ahora lo de la pizza? - Daira junto las manos implorándole a su amiga.

  - Hace - sonrió Xenia -. Y mientras nos cuentas algo del chochín ese.


  

 22. "EL GORRIÓN Y EL PRISI0NERO"

    Habían transcurrido dos meses desde el asesinato de esteban Pardal. La investigación no había dado ningún fruto y la inspectora Domaika regresó a otros asuntos que le esperaban en Bilbao. El caso fue cerrado por falta de pruebas aunque Borínaga seguía meditando sobre ello y en sus escasos ratos libres continuaba investigando por su cuenta. 

  Aquel 11 de agosto, recién llegado de Mallorca y todavía con unos días libres antes de comenzar de lleno en el trabajo, decidió darse una vuelta por el Salón de relajación de Madame Oublié.

  En la calle Francia parecía haberse detenido el tiempo cuando estacionó el coche cercano al Artium. El termómetro auguraba otro día de calor intenso, con sus veintidós grados a las ocho de la mañana. Encendió un cigarrillo mientras meditaba sobre la disculpa que expondría a la Algorta sobre la razón que le llevó hasta allí. Caminó despacio, procurando que el sol le otorgará cierta tibieza, que la mansedumbre del tráfico le obsequiase con una idolatrada calma y que los pocos transeúntes que se cruzaran con el, no le despistaran de su cometido. La mayoría de los comercios permanecían cerrados por las vacaciones y así se lo pareció también el gabinete. Las persianas cerradas parapetaban los rayos solares que luchaban por traspasar los gruesos cristales. La puerta cerrada le hizo maldecir su propósito. Tal vez la idea no había sido todo lo acertada que en principio le pareció. No conocía otra manera de entrar en la casa. Decidió inspeccionar el portal. Después de examinar el tele portero carente de nombres y casi decidido a tocar uno de los timbres del primer piso, se encontró con que una señora de edad avanzada que le abría la puerta.

  - Perdone, ¿sabe usted cual es la mano perteneciente a la señora Olvido Algorta?

  La señora le dedicó una mirada descarada y una sonrisa maliciosa.

  - Sé que es el primero, pero no sé si derecha o izquierda - se atrevió a conjeturar.

  - Están de vacaciones - fue la escueta respuesta antes de comenzar su camino.

  - Ya veo. Pero tengo que hablar con alguien de la casa y...

  - ¿Y? - la mujer alzó las cejas en espera de alguna aclaración más.

  - Es importante - añadió con resolución. 

  - Es usted demasiado joven. Búsquese una buena chica y olvídese de estás señoritas - aconsejó la vecina, mostrando ingratitud.

  - Lo mío es cuestión de trabajo. No busco compañía.

  - Eso dicen todos - todavía se mantenía sujeta al picaporte de la puerta, cuando respondió cansinamente -. Izquierda, chaval.

  - He cumplido ya los treinta y seis, pero gracias por lo de chaval - sonrió divertido.

  Ella frunció los labios y un batallón de arruguitas se apiñaron en las comisuras de la desfigurada boca, que el tiempo se ocupó de reducir a una línea discontinua demasiado fina. 

  - Allá usted - añadió antes de soltar la puerta y enfilar la calle sin mirar atrás.

  Subió las escaleras despacio pensando en qué decir, dependiendo de quien acudiese a la llamada.

  Pulsó el timbre mientras un sonido de campanillas se extendió por el interior. Pasó un largo minuto. Apoyó el oído en la puerta. No se oía nada. Repicó dos veces seguidas. En el portal hubo movimiento y el ascensor se puso en marcha. Todavía insistió una tercera vez. Cuando estaba a punto de descender, escuchó un tenue fru-fru al otro lado de la puerta. Retrocedió y llamó con los nudillos. 

  - Soy el inspector Borínaga - se anunció a media voz.

  Se escuchó la llave al otro lado. La puerta se abrió apenas unos centímetros.

  - Estas no son horas ni es el día adecuado - una Ofelia poco atractiva, sin maquillaje, con algo de barba, con los ojos pitarrosos, el pelo recogido y alborotado y un pijama desaliñado, le habló con voz trémula.

  - Perdóneme, ya sé que están de vacaciones, yo también - hizo una pausa breve buscando las palabras adecuadas que se resistían a acudir -. El tema es que sigo trabajando en el caso Pardal y me gustaría hablar con doña Olvido, si puede ser posible.

  - Olvido duerme.

  - Tiene inconveniente en decirle que estoy aquí, por favor - trató de acertar la hora aproximada.

  - Verá usted. No sé hace idea de lo que supone convivir con dos hijas adolescentes que quieren disfrutar de las fiestas, que se las han bebido a baldes con sus mañanas, tardes, noches y madrugadas. Son incansables y como se puede usted imaginar, estamos baldadas. Tal vez en otro momento - se explicó Ofelia en susurros con la puerta abierta ya del todo.

  - ¿Hay algún problema, Ofelia? - se escuchó la voz soñolienta de la Algorta desde una habitación lejana.

  - Pase usted - Ofelia invitó a regañadientes, dándole la espalda e indicándole una puerta a la derecha de la entrada -. Ahora vendrá. Y si no es molestia, suba la persiana.

  Se escucharon cuchicheos al final del pasillo. El salón amueblado al estilo de Ikea estaba en penumbra. Obedeció sin rechistar. La luz entró a raudales. Sobre una mesita  baja de color rojo, había un manuscrito encuadernado. El inspector leyó "El gorrión y el prisionero" Miguel Hernández. Sigilosamente retornó Ofelia que habló pausadamente tan cerca de Borínaga que este noto el aliento en el cogote. 

  - ¿Le suena, inspector?

  Borínaga dio un respingo.

  - ¡Qué asustadizo es usted! - sonrió divertida -. No le pega nada. Me figuraba que siendo poli sería usted más machote.

  - Perdón - se disculpó sintiéndose nervioso sin razón aparente -. No conocía este relato.

  - ¿No? ¡Fíjese! ¡Qué cosas! Se trata de un cuento inconcluso que comenzó a escribir Hernández en la cárcel. Lo escribió pensando en  su hijo. En la historia habla de un gorrión llamado Pio-pa que llega hasta la celda de un prisionero y ambos entablan diálogo. Comienza con una frase cargada de poesía: "Los gorriones son los niños del aire". ¿A qué parece interesante?

  - Mucho - sonrió Borínaga todavía con los papeles en la mano.

  - Pues aún hay mas. Resulta que en algunas redes sociales hay páginas donde se habla mucho de este poeta y además se hacen concursos para escribir el final del cuento.

  - ¿Participa usted? - indagó con los ojos llenos de incredulidad.

  - Veo que le falla sus sexto sentido, inspector. Seré muy puta pero no analfabeta - protestó orgullosa -. Usted se debió quedar en que las putas somos simplemente putas y desgraciadas.

  - No, no crea que soy tan simple. Lo único que me extraña es que saque tiempo libre para estas cosas tan... tan...

  - ¿Intelectuales?

  - Que requieren tanto tiempo - añadió convencido.

  - Ya ve y si usted quisiera le enseñaría otras cosas que hago muy bien - se relamió los labios y le rozó la entrepierna -. ¡Uy! Perdone, se me fue la mano.

 - Buenos días - la voz de Olvido sorprendió a Borínaga colorado como un tomate -. ¿Qué le trae por aquí?

  - Muy buenas, señora - notó la garganta reseca y carraspeó. Dirigió una mirada hacia Ofelia que se mantenía muy cerca y parecía divertirse -. Le decía a Ofelia que sigo trabajando por mi cuenta en el caso Pardal en mis ratos libres. Me gustaría hablar con las chicas, si puede ser. Hay cosas que me llaman la atención y...

 - Creo que Ofelia le ha anunciado que las chicas están de vacaciones hasta primeros de septiembre, concretamente a partir del 3,  volveremos a abrir las puertas del gabinete. 

 -  Si no tiene inconveniente, me gustaría concertar una cita para la vuelta.

 - Tengo entendido que el caso fue cerrado. Llegaron a un punto muerto. Carecían de pistas No veo motivo para volver a ahondar en lo mismo. A Irenka le ha costado mucho salir a flote, no sería bueno para ella afrontar una nueva recaída. 

  - No le falta razón, el caso fue cerrado pero resulta un escollo en mi carrera profesional. Tengo algunas dudas y me gustaría volver a recabar información lo más detallada, así como ahondar y perfilar algunas cuestiones... En fin, que si consigo llegar a algo claro, tal vez reabran el caso.

  - Lo que pueda repercutir en las chicas, también será perjudicial para mi negocio - agregó Olvido mostrando mal humor.

  - Es una espinita clavada que no me deja vivir tranquilo.

  - Pues arránquesela, inspector y deje de jodernos - estalló Ofelia sin apartar la mirada del manuscrito.

  - Es lo que intento - aclaró el inspector sonriendo a medias -. Pero hay algo que me ronda... Concédame cinco minutos, por favor - suplicó a la Algorta que le clavó la mirada irascible -. Sé que Pardal pasó algunos años en México y si no me equivoco, una de sus chicas, Desiré creo que se llama, es también mexicana.

  - Exactamente inspector. Desiré es mexicana.

  - Me gustaría hablar con la muchacha y aclarar algunos puntos.

  - Y a nosotras nos gustaría que se fuese con viento fresco - resopló Ofelia.

  - Esta noche tomamos un avión hacia Canarias. Estamos agotadas. No se si sabe que hemos adoptado a Xenia - Olvido se sentía orgullosa.

  - Lo sé y me alegro mucho por ella, de verdad. Pero, ¿a quienes se refiere al decir hemos?

  - A Ofelia y yo, por supuesto.

  - ¿Por fin ha reconocido a Daira? - Borínaga se dirigió al padre biológico de la niña.

  - Si - respondió pletórica -. Tal como me aseguró, está muy orgullosa de mi.

  Guardaron escasos minutos de silencio incómodo. Olvido lo rompió frotándose las manos:

  - Como le digo, a primeros de mes estaremos trabajando. No creo que posponer la entrevista unos días, vaya a dar al traste con su carrera, inspector.

  - No dude que volveré.  Pero tal vez usted pueda aclararme un punto que tengo en mente y...

  - Suéltelo ya de una maldita vez - añadió con resignación, bostezando y mostrando más tedio que interés.

  - Tal vez tengan ustedes conocimiento sobre la familia de Desiré. Entiendo que cuando Pardal anduvo por allá, su empleada no había nacido pero tal vez la familia tuvo algún tipo de relación con la víctima...

  - Si lo hubo, Desiré nunca lo menciono.

 - Cualquier información que puedan darme al respecto será bienvenida - pareció que el inspector estuviera desesperado, como si escondiera ruego en la voz.

  El mutismo arraigó en torno a las paredes del salón. Ofelia se hizo un ovillo en el sofá. Ambas se envararon. Borínaga descubrió un pequeño parpadeo en Olvido, mientras Ofelia se estremeció como si sintiera un repentino escalofrío.

  - ¿Está totalmente recuperada Irenka por la muerte repentina de su prometido? - la insistencia del inspector sacó a las prostitutas de sus pensamientos.

  - La vida continua. ¿Qué puede hacer la muchacha?

 - ¿Algunas de las chicas utilizan pegamento de uñas postizas? - indagó deteniendo la mirada en la espectacular manicura de Ofelia.

  - Todas lo usamos, inspector - estiró las manos grandes para que apreciara el resultado -. Vanessa es experta. Incluso las niñas lo han utilizado alguna vez.

  - ¿Es un delito? - Olvido se mostró altiva. Hizo una pausa breve para añadir en tono seco -: Dar vueltas a la mierda, no le dará frutos positivos. No interprete mal mis palabras, inspector. No soy persona violenta y por lo tanto no voy por ahí matando a los posibles enemigos pero Pardal era un mal bicho y muerto está mejor que vivo. 

  - Alabo al que tuvo los cojones de cargarse al tipo - añadió Ofelia sin dar tiempo al inspector a intervenir.

  Borínaga observó con cautela a las dos mujeres, que sin maquillaje y sin las indumentarias habituales, parecían vulgares e insignificantes.

  - Mire, inspector, le voy a dar un consejo. Deje las cosas como están. Su superior es buen amigo mío y si supiera que sigue usted metiendo las narices en casos ya cerrados, podría costarle un disgusto - Olvido casi susurró las palabras que salieron de su garganta con excesiva parsimonia.

  - ¿Me está usted amenazando?

  - No, solo se trata de un consejo. Es más - se aferró al brazo del inspector y lo acompañó hasta la puerta de salida -, considero que ni siquiera ha venido usted a vernos. Buenos días.

   Ambas mujeres le obsequiaron con  sonrisas sibilinas. La puerta se cerró con sigilo.

 



23. AMANECER ENTRE GORRIONES

  Ofelia conducía hacia el aeropuerto de Foronda. De vez en cuando observaba por el retrovisor a Daira y Xenia que cuchicheaban en el asiento de atrás probablemente de los descubrimientos realizados en las últimas fiestas de La Blanca. Sonrió mirando a Olvido que adormilada con la cabeza ladeada se dejaba llevar. Ofelia le acarició la mejilla sin apartar la vista de la carretera. Se despertó palpándose el rostro como quien espanta a un mosquito violento.

  - Me he quedado traspuesta.

  - Ya he visto. Creo que no quitaré el sueño atrasado en cien años.

  - Estas crías nos van a quitar el resuello, Ofelia.

  - Son encantadoras. 

  - ¿Estarán siempre tan orgullosas de nosotras?

  - No te quepa duda.

  - Aunque sepan lo que hicimos.

  - Siempre, Olvido porque las defendimos de las personas insanas que hay en el mundo. Y eso siempre es de agradecer.

  - Pero jamás deben enterarse.

  - No lo harán.

  - ¿Qué cuchicheáis? - preguntó Xenia adelantándose todo lo que el cinturón daba de si.

  - Nada, cotilla. Vosotras a lo vuestro - regañó sonriente Ofelia.


ALGUNOS MESES Y DOS SEMANAS ANTES 

  Irenka empujó la pesada puerta de cristal del gabinete. Llegó entre asustada y airada.

  - ¡Olvido! ¡Ofelia! - vociferó temblando de miedo.

  - ¿Qué tienes cariño? - salió Ofelia de una cabina. Enseguida se abrieron otras puertas.

  - Tengo miedo - susurró echándose en los brazos de Ofelia.

  - ¿Qué te ocurre, cielo? - preguntó Olvido avanzando presurosa por el pasillo.

  Todas se reunieron expectantes en torno a ella.

  - ¿Quedan clientes?

  - No, no queda nadie - respondió Sira -. Pero dinos, ¿por qué estás en este estado de nervios?

  - Pardal me acaba de decir que quiere casarse conmigo - anunció entrecortadamente debido a los sollozos.

  - ¡Madre mía! - exclamó Vanessa -. Pero si puede ser tu abuelo.

  - Maldito asqueroso viejo verde - Desiré manifestó su desacuerdo.

  - ¿Te habrá dicho que desea apartarte de la mala vida? ¡Cómo si lo viera! - vaticinó Ofelia.

  - Además ha puesto condiciones - continuó Irenka.

  - ¡Qué hijo puta! - exclamaron las chicas a coro.

  - ¿Cuáles han sido? - se interesó Olvido sin perder la calma.

 - Quiere poner sus propiedades a mi nombre, todo lo de Mendixur, las empresas... En fin, todo lo que ha robado.

  - ¿Qué le has respondido? - Desiré curioseó.

  - Me he mostrado orgullosa y muy contenta. ¡Qué otra cosa podía hacer!

  - Muy bien, cariño - Ofelia dirigió una rápida mirada a la calle. Corrió las cortinas y seguidamente añadió -: Es preciso que actuemos rápido, ¿no te parece, Olvido?

  - Por supuesto pero tiene que ser antes de la boda - contestó la aludida -. ¿Ha puesto fecha?

  - En un par de semanas. Por lo visto tiene prisa.

  - Perfecto. Tenemos tiempo suficiente - Olvido acarició la mejilla de la muchacha con ternura -. No temas. Tu novio tiene las horas contadas.

  - Mañana le dices al viejo que quiero ultimar con él algunos detalles sobre la boda. Le insistes para que venga a casa.

  - Le obsequiaremos con un masaje que no olvidará - propuso Dafne.

  - Le inyectarás una pequeña dosis de acetonitrilo. No notará nada en la primera dosis. 

  - Así lo haré - Dafne abrazó a Irenka demostrando su apoyo incondicional.

  - Tú seguirás acudiendo cada día a la hora de siempre y le administrarás una dosis. ¿Crees que podrás hacerlo? - indagó Olvido.

  - De ello depende mi futuro, doña. Podré, me da tanto asco... Fíjaros que me ha dicho que me seguirá pagando el servicio alegando que la que nace puta, muere puta.

  - ¡Qué cabrón! - Desiré sintió rabia y dolor.

  - Es importante que aparezcas ante la policía no solo como la prometida llorosa sino como un  poco desvariada. Me explicó - añadió Olvido ante la mirada sorprendida de Irenka -. Tendrás que inventarte una historia sobre la marcha. Dirás que le has visto muerto pero no de la manera que en realidad muera, es importante. 

  - ¿Por qué?

  - Porque los polis lo investigan todo, cariño. Mejor que te tomen por loca, así los despistarás y no parecerás culpable. Lo primero que pensarán es que has sido tú para quedarte con el patrimonio del viejo que es grande.

  - Así lo haré.

  - Luego volverás a casa llorosa y muy excitada. Es importante que haya testigos en casa, es decir que todas las cabinas estén ocupadas y que tú - se dirigió a Ofelia, estés con alguno en la entrada.

  - Todas hablaréis en alto. Yo llegaré de la calle. Nos encerraremos en el comedor y me contarás lo ocurrido. Tu - se dirigió a Ofelia, cotillearás del tema con alguien. La policía hablará con quienes se encuentren en el gabinete ese día.

  - Y... ¿Si nos descubren?

  - No lo harán, Irenka. Somos una familia, no lo olvides nunca.

  - Cada una de nosotras, defenderá a las demás a muerte - corearon las chicas como un ejercito a punto de ganar una batalla importante.

  - Pues manos a la obra - Ofelia dio una palmada -. Empieza el espectáculo. 

  

  Irenka le trasmitió a don Esteban el recado de Olvido para visitarla.

  - ¡Vaya! ¡Vaya! - exclamó el viejo con regocijo -. Se nota que a la Algorta le cuesta olvidarme. Estoy convencido de que quiere recordar viejos tiempos. ¿No estarás celosa?

  - Un poco, don Esteban - la muchacha acarició la entrepierna húmeda del viejo -. Pero luego este juguetito será todo mío.

  - ¡Qué tendréis las putas que me gustáis tanto! - exclamó don Esteban.

  - Dile que subiré esta tarde y que se preparé para un buen polvo.

  - Pero hágalo antes de las seis. 

  - Por la niña claro. ¿Seguirá la carrera de la madre?

  - No, no. Es muy lista y estudia mucho.

  - Otra zorrita, en cuanto no encuentre trabajo a putear como todas. Hasta que un buen día me la tire. Dile que se dé prisa, que ya soy viejo.

  Hacia las ocho de la tarde de ese mismo día un coche con chofer estacionó frente al gabinete.

  Cada una de las muchachas realizó su cometido. 


  El día de autos, a las siete de la mañana se reunieron en torno a la mesa del comedor para repasar bien el plan final de ataque. Vanessa, Sira, Desiré, Irenka, Dafne y Fiona, escucharon y memorizaron  las instrucciones que  Ofelia y Olvido les comunicaron.

  - Me estoy ahogando - Irenka se abanicó con un papel de publicidad -. ¿Salimos al patio?

  - Venga, todas al patio - Ofelia se movió con dinamismo y en completo silencio, salieron al relajo.

  Ocuparon las hamacas colocadas unas frente a las otras y adelantaron los torsos para poder hablar en voz baja.

  - Trataré con el viejo los asuntos concernientes a la boda. Tiene que pensar en todo momento que estas de acuerdo en que se celebre.

  - Sabré disimular. Por la cuenta que me trae, me saldrá  bordado.

 - La primera dosis se la encasquetaremos aquí, le ofreceré un té cargado espolvoreado con un poco de estricnina, con abundante azúcar para disimular el sabor amargo del matarratas. Horas después sentirá nauseas y mareos.

 - Tal vez atrase la boda si se siente mal - sugirió esperanzada Irenka.

 - El día elegido, deberás mostrarte muy tranquila ante el. Echareis el polvo como cada día pero cuando consideres que es oportuno le inyectarás el acetonitrilo. Procura que sea al final del polvo para que le de tiempo a levantarse y ausentarse de la alcoba.

  - Como anda mal de la próstata, suele ir a mear enseguida. Cree que no lo sé y disimula con lo de que va a por el dinero - el desagrado se vislumbró en su rostro.

  - En cuanto me hagas una llamada perdida, estaré arriba. El viejo caerá como un fardo. Lo arrastraremos y lo sentaremos en el sofá del salón - continuó Olvido -. Me marcharé seguidamente, mientras tú limpias bien todo. Que no quedé ni rastro de tu paso por la casa. Impoluto de huellas. ¿Entendido?

  - ¿Para qué tomarse tantas molestias? - se interesó Dafne.

  - Para despistar. Tiene que ser un crimen extraño. Las prostitutas estaremos en el punto de mira desde el principio. 

  - ¿El cadáver se quedará en el salón hasta que lo descubra el hijo?

  - Yo puedo efectuar la llamada - señaló Ofelia -. Compraremos un móvil desechable y con un simulador no podrán seguir el rastro.

  - Muy bien pensado. Irenka te dará el aviso en cuanto abandone la casa. Debes ser lo más escueta posible - a Olvido se le notaba satisfecha -. Ni que decir tiene que de todo esto, ni media palabra a Daira.

  - Por descontado, Olvido. ¿Cómo crees que vamos a involucrar a la chiquilla en este  turbio asunto? - repuso Sira ofendida.

   - Esta operación merece ser bautizada con un nombre especial - aplaudió Ofelia sin contener la emoción.

  - No se me ocurre nada apropiado - susurró Vanessa.

  - Dejaros de bautizos, que esta misión es muy seria, chicas - puntualizó Olvido, elevando el tono de voz.

  En ese preciso momento, un grupo de gorriones surgieron en el patio llenado de gorgojeos la claridad y frescura del ambiente.

  - Menudo madrugón nos hemos pegado hoy - Sira bostezó, estirando su esbelto y bronceado cuerpo -. Vuelvo a la cama un rato más.

  - ¡Ya lo tengo! - exclamó alborozada Ofelia ante la atenta mirada de las demás -. Lo llamaremos Operación Amanecer entre Gorriones. ¿Estáis de acuerdo?

  - Es muy poético - respondió Olvido acariciando la mejilla de Ofelia -. ¡Poesía pura!