Con esa manera de amar tan tuya, entreverada y arrebatada,
rayando la inocencia velada, arañando sutilezas,
envolviéndome en arcanas ilusiones,
sintiéndome presa de susurros inventados,
arqueando palabras, rompiendo despertares,
enmudeciendo sátiras petulantes...
Con esa manera de amar tan mía, secreta y recóndita,
nunca olvidada, ahora muda, invisible,
siempre cercana, gallarda, enigmática, plácida...
Con esa manera de amar tan nuestra, dulce y afilada,
horneando ternura, esculpiéndole antojos a la vida,
amparándonos en las madrugadas en que tú ibas y yo volvía,
hermándonos con el ingenio...
Siete largos años han pasado...
Como un suspiro maléfico y electrizante,
como encantamiento sin ensalmo...
Siete años desdeñando algún impulso
que huele a ausencia desgarrada...
Siete años respirando tu destierro mitigado...
Siete años con tu vitalidad latente
en cada rincón de mi alma...
Siete años...
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martes, 14 de abril de 2020
martes, 7 de abril de 2020
NI OLVIDO NI PERDÓN
- Se abre la sesión - clamó el juez. El eco de su voz clara y potente se extendió con un halo premonitorio de júbilo por la sala repleta de público. Hizo una indicación al secretario para que comenzara a leer el escrito de la acusación.
- El Pueblo contra C.V. - dirigió una rápida ojeada al acusado, que aparecía erguido y orgulloso. Sin embargo, deteniéndose en su aspecto, se le veía aislado, empobrecido, apocado, inútil -. Se le acusa de desorden público, de aislamiento forzoso de la población, de interrupción de la cotidianidad, de detener el tiempo, de matar la economía, de barrer ilusiones, de sembrar el pánico, de someter fiestas tradicionales, de silenciar al santo Patrón San Prudencio, de amordazar la Retreta y la Tamborrada, de arrinconar la felicidad, de fusilar abrazos...
- ¿El abogado de la Defensa? - interrogó el juez arrastrando la mirada por la sala.
- No hay defensa - prorrumpió una voz invisible, llegada desde todos los rincones de la sala.
- Tengo mis derechos - explotó el acusado.
- Nos encontramos ante unas circunstancias sin precedentes - manifestó el juez con calma -, pero puedo asegurarle que a usted se le han acabado los derechos.
- ¿Abogado de la Acusación? - invitó el juez complacido -. Puede comenzar su interrogatorio.
- Con la venía de Su Señoría. No hay preguntas - el joven puesto en pie, volvió a su asiento.
- Alguien desea presentar alegaciones en favor del prisionero? - interrogó el juez con una media sonrisa.
El silencio cubierto por una capa nebulosa de incertidumbre, se hizo mas denso. El juez dio paso al abogado de la acusación. Éste rechazó la oportunidad con un gesto.
- Tengo derecho a defenderme y me representaré a mi mismo - replicó el acusado con vehemencia -. Conozco mis derechos.
- Su vileza es tan desmesurada que se le ha abolido tal derecho - el juez se mostró implacable.
- Ni usted ni nadie puede negármelo - el acusado, puesto en pie, esgrimió las manos esposadas amenazadoramente.
- ¡Silencio! Siéntese y mantenga el orden - conminó tajante el juez -. A continuación, los testigos de la acusación prestarán declaración.
Una vez dada la orden, el primer testigo fue llamado e hizo acto de presencia en la sala. Se saltaron algunos preámbulos por considerarse inecesarios en el caso. La acusación comenzó el interrogatorio, después de que el hombre diera su nombre completo.
- ¿Conoce usted al acusado?
- Si señor.
- ¿Qué relación tuvo con él?
- Llegó repentinamente. Sigiloso, cargado de odio y resquemor. Se asentó en mi casa. Me robó la familia.
- Explique usted detalladamente al jurado cómo le robó a su familia - expusó el letrado.
- Se llevó a mis padres. Ni siquiera pudimos despedirnos. Se fueron para no volver. Nos atacó con fuerza y rigor.
- ¿Opusiron ustedes resistencia?
- Si señor. Utilizamos todas nuestras armas. Toda la familia le plantamos cara. Nos atrincheramos en casa. Todos los vecinos de la escalera, los del barrio, la ciudad entera luchamos unidos y ferozmente contra él.
- Diría usted que finalmente lograron su propósito?
- Después de varias tentativas, lo logramos. Pero para entonces se había cobrado miles de vidas.
Uno a uno fueron testificando miles de personas en el transcurso de varias jornadas. Relataron los sucesos vividos, cruentos y espeluznantes. Algunos devastadores.
- Me quitó el trabajo - aseguraban muchos.
- Tuve que cerrar la empresa - declaraban otros.
- Había abierto mi negocio unos meses antes de llegar él y luego fue imposible arrancar otra vez - lloraban algunos.
- Arruinó mi vida.
Los testimonios desgarradores se sucecieron durante meses en largas sesiones.
- ¡A la hoguera! - pedían las mujeres.
- ¡Clemencia! - se atrevió a suplicar el acusado -. Gracias a mi, habeís aprendido a respetaros unos a otros.
- ¡No hay perdón para tus incontables crímeres! - manifestó el abogado.
- ¡Misericordia! - suplicó el procesado una vez más.
- No merece ninguna oportunidad - la acusación comenzó su alegato final -. El mundo entero no podrá olvidar tu injusto agravio. Usted es carroña. Un ser baboso, un estúpido canalla. No queremos volver a reencontrarnos con usted jamás. Para las familias que han perdido seres queridos de un día para otro, no les queda más consuelo que su destrucción.
- No saldrás bien parado de ésta - se escuchó una voz desgarrada desde algún rincón de la sala -. ¡Macarra! ¡Sodomita!
- Tu causa no tiene precedente - continuó el joven abogado -. Pagarás por tu infinita maldad.
- ¡Magancés! ¡Pendenciero! - irrumpieron los presentes.
- ¡Legañoso! ¡Gañán! ¡Mierdaseca! ¡Caraculo! - el publico vociferaba desde cualquier parte -. ¡Vándalo! ¡Licencioso! ¡Marrullero! ¡Arrabalero! ¡Hijo puta!
- Tengo derecho a defenderme - el acusado intentaba intimidar al público asistente -. Recurriré. Esto no es legal. Pagaré la fianza y volveré a la calle de nuevo.
- ¡Cagarruta! ¡Chupasangres! ¡Escoria! ¡Felón! ¡Sabandija! - otra salva de insultos inundó la sala del juzgado.
- Cavaré un tunel. Os destrozaré. Volveré a la calle y a mi paso, no quedará ni huella de todos vosotros - el despreciable se envalentonaba por momentos.
- ¡Cabrón! ¡Cenutrio! ¡Chanflón! - clamaba el publico enardecido -. ¡Cantamañanas! ¡Sabandija! ¡Trilero!
- Os mataré a todos - tronó una vez más el cruel asesino.
- ¡Orden! ¡Orden en la sala! - rugió el juez - ¡Orden!
- No podréis conmigo - voceó el prisionero.
- ¡Chorizo! ¡Rastrero! ¡Malnacido!
- ¡Orden! - bramó con energía el juez - ¿El jurado tiene ya el veredicto?
- Así es, Señoria.
- ¿Cómo declaran al acusado C.V?
- ¡Culpable!
Se desató la algarabía. Todos se abrazaron entre si, se besaron. Se descorcharon incontables botellas de cava. La gente enloquecida, se lo derramaba por encima. Se intercambiaron botellas. Bebieron a gollete...
- ¡Orden! - el vozarrón del juez, apenas era audible entre tanta bulla. Miró de soslayo al acusado, que todavía se regocijaba con un dejo triunfal en la mirada lasciva -. Procedo a dictar sentencia.
Al momento se hizo un silencio espeso que recorrió la sala esparciendo una neblina coagulada de sentimientos baldíos.
- Se le condena a muerte por inyección letal. Mañana al amanecer se procederá a suministrarle una ampolla que dará lugar a su muerte y aniquilación total.
Nuevamente se produjo gran alborozo en la sala. Las risas y las lágrimas se fusionaron. Los aplausos retumbaron ensordeciendo las palabras, hasta que el "Resistiré", fue coreado por los presentes a voz en cuello.
En ese mismo instante la pandemia emprendió el camino en solitario hacia la destrucción. Súbitamente se achicó, sabiéndose vencido y odiado, aunque esto no lo vieron los satisfechos ciudadanos.
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