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sábado, 23 de mayo de 2020

EL REGALO

   Somos cinco amigas octogenarias. Pu: el cerebro, Marina: la tranquilidad personificada, la que ejecuta cualquier empresa por complicada que sea, Nuela: la esposa de Alfredo, la sufridora, la bondad, el silencio, Merche: la cordura, la que pone sensatez en la cuadrilla y yo: Violeta, la mordad, la de la lengua viperina. Estamos observando con una mezcla de cautela y sorpresa, el cuerpo retorcido de Alfredo. Éste yace en el suelo, pálido como suelen estar los muertos; con un rictus en los finos labios como si se hubiera tragado el contenido del frasquito que Marina lleva en el bolsillo y supuestamente frío y tieso como acostumbra a permanecer un cadáver. Las cinco nos agarramos de las manos arrugadas y huesudas, pretendiendo que la energía positiva fluya a través de la férrea soldadura como si fuera un mantra. Nos negamos a mirar, ni siquiera de reojo a Nuela, que la pobre aprieta la mano de Pu con exagerada fuerza, le tiembla el labio y le castañea la dentadura postiza. No llora, bastantes lágrimas ha derramado la pobre en cuarenta años de infernal matrimonio, ¡cómo para montar un drama a estas alturas!
   Cuatro ertzainas se mueven con ligereza alrededor del cadáver de Alfredo, fotografiándolo, buscando huellas, restos de sangre... Igual que en las series del CSI de la tele. Continuamos de pie, sin mostrar signos de cansancio, sin que los habituales dolores hagan mella, espectantes, curiosas, calladas. Marina y Merche intrigadas, sin llegar a comprender qué ha pasado. Pu a punto de gritar que somos inocentes, traumada hasta la médula, fue a ella a la que se le ocurrió la idea. Creo que todas lo pensamos pero solo ella fue capaz de expresarlo en voz alta. No puedo apartar la vista del descalabro, que para último movimiento, ha realizado Alfredo. Con las gafas progresivas recién extrenadas, paseó los ojos cansados a lo largo y ancho de la cocina. Por lo visto, sintiéndose mal, se aferró al mantel, que fue arrastrando en su caída, llevándose todo lo que había sobre la mesa: la ensaladera repleta de ensaladilla, cuyos ingredientes se han dispersado por toda la cocina como pequeños proyectiles; el tazón de café con leche, las tostadas, pasteles, las pastillas, las migas, el azucarero, el salero, que no acierto a comprender qué pintaba ahí y el tiesto de aloé vera hecho añicos con la tierra esparcida... En fin, un desaguisado, muy propio de Alfredo. Nuela, cohibida, inexpresiva, sobrecogida y alerta, no deja de temblar.
   - ¿Acostumbran a salir todas las mañanas juntas? - pregunta un señor de paisano y bien parecido que hace escasos minutos ha entrado en la cocina y se ha presentado como el subcomisario Soliguren, encargado del caso. Cuchichea durante uno o dos minutos con sus compañeros y con las manos en los bolsillos nos escudriña, una a una con detenimiento policial.
   - Si - responde con un hilillo de voz Pu, entendiendo que Nuela es incapaz de pronunciar una palabra.
   - Cada día desde hace ya más de veinte años - aclaramos las demás al unísono, como si lo tuvieramos ensayado.
   - Veinte años han pasado desde nuestra jubilación - me parece que el subcomisario quiere volver al interrogatorio e intervengo rápidamente - ¡Veinte años! ¡Qué se dice pronto! Pero vivimos la vida a tope porque a nuestra edad nunca se sabe...
   - Luego seguiré con usted - me interrumpe sin educación, dirigiéndome esa mirada fría y chulesca de policía. Todos miran igual, sean del cuerpo que sean. Como dando un golpe en la mesa para que sepamos que son ellos los que mandan.
   - Usted es la esposa, ¿verdad señora? Venga conmigo - casi ha sido una invitación pero Nuela se muestra reacia y nos implora auxilio con los ojos asustados -. Enseguida estará con sus amigas. Solo quiero hablar un rato con usted.
   Salen al pasillo, ante nuestra atenta mirada. Él la sujeta casi paternalmente, como quien manipula algo delicado que puede quebrarse con facilidad.
   Las chicas me hacen una seña y todas nos acercamos hasta la puerta para intentar escuchar la conversación.
   - ¿A qué hora salió de casa esta mañana?
   - Merche y Pu llamaron al teleportero, siempre es a la misma hora. Vamos a misa a San Miguel a las 11,30. Las chicas vienen a y veinte. Vivimos todas muy cerca. Con Marina y Violeta nos encontramos en el pórtico.
   - Muy bien - tranquiliza el subcomisario -. Entiendo que su marido no las acompaña.
   - No, mi marido es ateo - responde la aludida con voz trémula -. Además se aburre mucho con mujeres. Para ser más exacta, diré que se aburre con nosotras. Me consta que no con otras mujeres, ya me entiende. Vivimos juntos pero hacemos vidas separadas.
   Ahora tenemos un plano completo de Nuela. Se ha recostado en la pared. Parece más menuda y las arrugas de la cara se le han acentuado.
   - ¿Se siente bien? - pregunta el subcomisario.
   "Imbécil" - pienso - "¿Cómo va a sentirse bien una pobre mujer desvalida al volver a su casa y encontrarse ese cuadro. Esa ensaladera nos costó un ojo de la cara y ¡ya ve usted! ¡Hecha añicos ha quedado!"
   Pero claro, me callo. No hubiera quedado bien la respuesta. Tengo que mirar hacia el techo y morderme el labio inferior para evitar reírme. Tampoco hubiera quedado bien.
   - ¿Qué acostumbra a hacer su marido en su rutina diaria? - pregunta el bofia.
   - Apunta todas las respuestas en una libretita - susurra Pu inquieta -. Igual que en las películas.
   - Según - Nuela titubea unos momentos antes de proseguir -, unas veces sale y otras se pasa las horas muertas viendo la tele. Le gustan mucho las películas del oeste, como a todos los hombres. ¿Le gustan a usted las películas del oeste, comisario?
   - Subcomisario, señora - corrige y sonríe benevolente.
   - Señor subcomisario - le reclama un ertzaina agachado junto al fiambre. El aludido deja el interrogatorio y en dos zancadas se inclina -, mire, apenas ha perdido sangre. La herida es minúscula.
   He estado a punto de decir que ha sangrado poco porque a Alfredo no le corría sangre por las venas, sino horchata. Pero no he querido dar pistas. Que lo averigüe el subcomisario, que para eso está aquí. Nuela se incorpora a nosotras y me coge de la mano. Está tan fría como debe estar su malogrado esposo. ¡Hay que ver cómo se solidarizan los matrimonios cuando vienen mal dadas!
   Se escuchan pisadas certeras que resuenan confiadas, avanzando por el pasillo. Pertenecen a un joven de barba canosa, de muy buen ver, que acaba de entrar en la casa. La puerta de la escalera está abierta de par en par y del rellano llegan los cuchicheos de las vecindonas. Nos sonríe. En realidad no es tan joven, solo que para una señora de mi edad le parece pipiolo todo quisqui pero el fulano igual pasa de cincuenta. De todas formas está de toma pan y moja.
   El subcomisario se acerca y mirando solo a Nuela, como si el resto fuéramos floreros, le aclara que es el juez y que se llevan el cadáver para hacerle la autopsia. Marina profiere un grito. Otros dos empleados se suman y mueven el cuerpo rígido de Alfredo con indiferencia, sin mirarle. Todas volvemos la vista hacia otro lado, incluso Nuela. Yo me fijo en los churretes de ensaladilla que resbalan por los azulejos.
   "¡Lástima de comida! ¡Con la buena pinta que tenía la ensaladilla!" - me tengo que morder la lengua a riesgo de envenenarme.
   - ¡Mamá! ¿Por qué hay tanta gente en la escalera? ¿Qué pasa en casa de los Mínguez? - es la chillona voz de Blasín, el chaval de Paquita, la del quinto C. El pobre es dual, no solo por ser Géminis, sino por ser bipolar. Cambia de estado de ánimo más que de ropa, es antisocial y por si todo esto fuera poco, le faltan varios hervores. Lo de chaval es un decir, porque aunque cronológicamente, andará cerca de los sesenta, mentalmente se ha quedado en los ocho. A veces es gracioso y majo, pero para su pobre madre que está con él día y noche, tiene que ser una tortura. Nuela le gusta porque le regala un bolsón de chuches todas las semanas, pero no soporta la presencia de Alfredo, le tiene terror. Una idea me viene a la mente, descartándola de inmediato.
   - Alfredo ya no está en casa - Nuela lo dice como con pena y todas le miramos con condescendencia. Se dirige al fregadero y mecánicamente coge la bayeta.
   - ¡Deja eso! - exclama Merche -. ¿No pretenderás ponerte a limpiar ahora?
   - Vámonos a comer por ahí - argumenta Marina.
   - Donde vamos a tener que ir a partir de ahora es a misa. ¿Cómo se te ha ocurrido decir que vamos todos los días? - me quejo entre risas.
   - No tengo hambre. No puedo dejar esto así - contesta la atribulada Nuela -. ¿Lo de misa? Es lo primero que me ha venido a la mente.
   - Déjalo, Nuela. Obedécenos por una vez. Sora lo limpiará mañana - añado -. Sora es una chica argelina que trabaja por horas en todas nuestras casas y que a pesar de ser mora, es de total confianza.
   Nuestra amiga da un traspiés y se aferra con fuerza al respaldo de la silla más cercana. Los dedos se le quedan blancos. Pu, que es la que está más cerca, la toma del brazo y tira de ella. Al escuchar a nuestra espalda la voz del subcomisario, todas damos un respingo.
   - Perdonen - el hombre se muestra educadísimo -, ya sé que es desagradable pero también necesario... Tengo que hablar con usted mañana - únicamente se dirige a Nuela - ¿Le viene bien a las cinco y media?
   - ¿Podemos ir nosotras también? - pregunta Marina emocionada.
   - No veo motivo para ello, señora... - responde azorado el subcomisario.
   - ¡Somos inocentes! - exclama Pu incómoda -. No se nos ha perdido nada en la comisaría.
   - Ya lo sé, señora - me parece que el subcomisario sonríe sin disimulo. Me sienta fatal - eso está más que probado. Pero si desean acompañar a su amiga... - Se muestra comprensivo - Entonces, ¿nos vemos en la comisaría de Olaguibel?
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   Ser más vieja que el hilo negro, a veces tiene sus compensaciones. Te puedes permitir algunas licencias. Como sentarte despatarrada aunque puedas hacerlo de otra manera. Nosotras, que siempre fuimos señoritas o pijas, como se dice ahora, nos ponemos el mundo por montera y hacemos lo que nos da la gana. Como llevar medias hasta la rodilla, que dicho sea de paso, es horroroso a la vista del prójimo. Pasada la barrera de los ochenta te ries del mundo, entre otras cosas, porque poco más puedes hacer. Contando siempre con que tengas la cabeza bien amueblada, es decir, que no chochees demasiado. En nuestros tiempos de juventud, poco podía hacer una mujer. Por eso en la actualidad nos gusta comernos la vida en pequeñas dosis, los años no nos dan tregua para atracones pero con un buen digestivo, el del sentido del humor, es otra cosa. Al principio de la década de los cincuenta, teníamos sobre todo sueños, poco empuje y poca iniciativa. Esas cosas solo eran para hombres. Luego te casabas y enseguida llegaban los hijos, en caso de que no llegarán pronto, se pensaba que algo fallaba. La mayoría de las cosas importantes continuaban siendo para los hombres. A nosotras nos quedaba la casa, las compras, el café de media tarde, las esperas al marido, siempre bien compuesta, atenta, sonriente y relajada. Al fin y al cabo ellos eran los trabajadores, mientras nosotras aguardábamos pacientemente en el hogar, su retorno. Total, que aun en el caso de casarse bien, como se decía entonces, la mujer no empezaba a pensar por sí misma hasta que el marido fallecía. Ahí estamos nosotras: Pu, Marina, Merche y ésta que les habla. Hasta el día de hoy todas viudas menos la que merecía haberse quedado sola la primera. A partir de ahora, Nuela pasa a militar en nuestras filas: el bando de las viudas.
   Y de esa guisa, con las medias hasta la rodilla, con falda estrecha, de manera que al sentarnos se nos vean bien las rodillas deformadas, las varices y las piernas hinchadas, decidimos acudir a la hora acordada del día siguiente a la comisaría para reírnos un rato y por Nuela, para quitarle importancia al asunto y para que se animara un poco. Añadimos a la indumentaria, chaquetas que nos cuelgan de los hombros y deformadas por el uso y de colores que no pegan ni con cola. Llevábamos tiempo planeando salir como cuadros mañaneros pero nunca parecía ser el momento apropiado. ¡Qué mejor oportunidad que aquella tarde! ¿Qué hay de malo en reírse un poco del subcomisario?
   Como supusimos que no nos dejarían entrar al interrogatorio o lo que fuera a ser aquello, a Pu se le ocurre que podíamos escuchar desde la sala de espera la conversación que el subcomisario tenga con Nuela. Todas aplaudimos la propuesta e incluso Nuela sonríe ante la idea.
   En la puerta de la comisaría, Pu llama a Nuela. Ésta coge la llamada y ambas guardan el teléfono en el bolsillo de la chaqueta.
Ha habido suerte. La comisaría está vacía. Solo el ertzaina de la garita nos observa con cara de aburrimiento. Y, mira por dónde, al muchacho le hemos alegrado el día. Ha sido como por arte de birlibirloque, al mecete se le ha cambiado la cara en cuanto nos hemos sentado despatarradas. No sabe dónde meterse. A él también le da la risa.
   - ¿Manuela Mínguez? - una suave voz de una chiquilla uniformada y sonriente se acerca a nosotras. Nuela se ha puesto en pie. Envarada y firme. Como cuando las monjas pasaban lista en el colegio y al levantarte, tenías de contestar: "Presente". Ahora no ha abierto la boca. La cría no tiene pinta de monja, claro que tampoco la tiene de polizonte.
   "¿Saldrá esta mocosa a pegar zurriagazos en las manifestaciones?" - me pregunto.
   La chiguita la toma del brazo y ambas desaparecen por el pasillo.
   - Yo creo que no da la talla - me susurra Marina, leyéndome el pensamiento.
   - Eso mismo pienso yo - le respondo.
   - Y yo - reafirma Pu.
   - Ésta ha entrado por enchufe - asegura Merche convencida -. Además es demasiado joven para llevar un arma.
   - Estaría mejor en la garita - les digo -. Este no es trabajo para mujeres.
   - Y que lo digas - apoyan las demás.
   Pu saca el móvil del bolsillo. El de la garita sonríe y mueve la cabeza de un lado para otro. Escuchamos el sonido de la puerta al abrirse. La voz apaciguada de Soliguren, la puerta al cerrarse. El subcomisario carraspea. El de la garita se mantiene expectante.
   - Buenas tardes, señora - vuelve a carraspear e instintivamente rebusco en el bolso un caramelo de malvavisco para ofrecérselo después -. No sé cómo decirle esto.
   - Dígalo, señor comisario. ¿Qué puede ser peor que encontrar a mi marido tieso? - parece que Nuela ha cogido confianza y todas nos alegramos por ella.
   - Subcomisario - recalca. Tose como sin fuerza, como si estuviera fingiendo un catarro inexistente. Igual que hacen los nietos cuando no quieren ir al colegio.
   "Este señor estará acostumbrado a decir ciertas cosas" - pienso.
   - No me asuste - Nuela parece desmoronarse.
   - Esto es un poco difícil - el subcomisario coge fuerzas para hablar y como de corrido, añade -: Su marido murió a causa de un infarto pero provocado por un susto.
   "Ya es difícil que ese sopazas se asustara por algo, no se inmutaba por nada" - reconozco.
   - ¿Un susto dice usted? Pues no sé qué decirle. Él era de impresionarse más bien poco.
   - ¿Sabe si su marido tenía enemigos?
   - "Todos los que se tropezaron con él" - hubiera respondido yo -. "Era tan desagradable y gastaba tan malas pulgas..."
   - No lo creo, señor. Ya le he dicho que no teníamos vida en común - Nuela resopla agotada.
   - ¿Qué carácter tenía su marido? 
   - Era huraño. Todo le sentaba mal. Le molestaba la gente. Todos le caían mal. De la misma forma que no tenía amigos, le puedo asegurar, que tampoco enemigos.
   Todas nos miramos y sonreímos orgullosas de Nuela.
   - Vera doña Manuela, su marido tenía una herida superficial, muy cerca del corazón, producida con un arma cortante de mediano tamaño. Una navaja, podría haber sido.
   Todas nos sobresaltamos.
   - Quizá el mismo... - comienza a decir Nuela con voz entrecortada.
   - No señora. Las huellas no corresponden a las de su marido - hace una pausa, toma aire y por fin suelta -: A su marido intentaron asesinarle.
   Creo que Nuela ha gritado. Las demás si lo hemos hecho, todas a la vez. El de la garita se ha sobresaltado. El móvil de Pu resbala y choca contra el suelo, produciendo un sonido sordo. Nuela parece que está llorando como una chiquilla a la que le quitan un caramelo. El subcomisario ha salido fuera y nos observa con cara de pocos amigos. Sacude la cabeza como el profesor que intenta buscar las palabras exactas, antes de que al alumno le caíga un chorreo.
   - ¡Señoras! ¡Por favor! ¡Qué ya no tienen edad! - e inmediatamente vuelve al interior de la sala.
   - ¡Qué grosero! - murmura Marina.
   Se me ha representado la cara de Blasín desgañitándose por la escalera, que Alfredo Mínguez es malo y que no le gusta. Inmediatamente pienso que ese pobre infeliz no tiene ni idea de dónde tenemos el corazón.
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   Aproximadamente quince meses antes  nos encontrábamos en el café Victoria de la plaza Nueva. Nuela nos relataba la última bronca con Alfredo. Lloraba sin poderse contener. Como si se tratara de un juego, Pu tuvo una idea genial.
   - ¿Y si lo matamos entre todas?
   - ¡Mujer! ¡Qué cosas se te ocurren! - Nuela, sin dejar de sollozar, sonrió.
   De esta manera empezamos a trazar el plan de lo que, sin lugar a dudas y desde nuestra perspectiva, sería el crimen perfecto. Cada día que Nuela nos venía compungida y nos aseguraba lo desesperada que estaba, la consolábamos añadiendo matices, que darían al traste con la vida de Alfredo.
   Se acercaba el 19 de febrero, fecha del cumpleaños de Nuela y nos devanábamos los sesos pensando en su regalo. A estas edades nuestras es complicado acordarse del regalo hecho el año anterior. Hace muchos años que nos cuesta recordarlo. Algunos años he tenido la feliz idea de apuntarlo pero casi siempre olvidó dónde lo anoté. A Merche se le ocurrió que este año teníamos que ser más originales. Casi siempre recurrimos a ropa pero ¿qué podía hacerle ilusión a la desesperación personificada? ¿Qué sería aquello capaz de borrar la tristeza de una amiga? ¿Había dinero en el mundo que diera con el obsequio perfecto, capaz de dibujar un halo de satisfacción en un rostro ajado por el dolor? ¿Qué había tan valioso que podía hospedarse a perpetuidad en tan  anciano corazón? Casi sin planearlo nos hallamos otra vez estableciendo las bases y asentando los detalles más minuciosos sobre el crimen perfecto.
   - Estoy convencida de que no podemos eludirlo por más tiempo - Pu se mostró muy seria al expresar su razonamiento, unos días después, mientras tomábamos el vermú en Río.
   - ¿A qué te refieres? - preguntó Merche, sospechando la respuesta.
   - Todas estamos de acuerdo. Es un plan perfecto. Si lo planificamos como es debido, saldrá bien. 
   - Pu tiene razón - apoyé -. Somos suficientemente inteligentes para llevarlo a cabo sin levantar sospechas.
   - Pero vosotras, ¿os estáis oyendo? - terció Merche, después de beberse casi de un trago el mariano.
   - Será fácil y certero - aseguré, aunque tenía mis dudas.
   - ¿Qué habéis desayunado esta mañana? - insistió Merche -. ¿Qué haréis cuando nos pesquen?
   - No nos pescarán  y aunque lo hagan, las viejas no van al trullo - aseguré divertida.
   - Esto es cosa de todas - intervinó Marina, que permanecía en silencio -. Todas debemos estar de acuerdo. Sé cómo hacerlo.
   - Definitivamente, habéis perdido el juicio - Merche hizo ademán de levantarse pero la retuve y le obligué a sentarse de nuevo.
   - ¿Qué tienes pensado? - pregunté excitada, una maniobra tan provocadora no se presentaba a menudo en nuestras vidas.
   - Utilizaré veneno, es lo más socorrido y lo que utilizan las mujeres en las películas y en la literatura - aseguró resuelta -. Pérez Abellán lo certifica en su libro "Ellas matan mejor". Este señor es un reconocido periodista, especializado en criminología que asegura que los hombres matan más, pero dice que gracias a nuestra astucia, nosotras lo hacemos mejor.
   - Tú no estás bien de la chinostra - murmuró Merche -. Te pudrirás en la cárcel.
   - Pero mira que eres dramática. ¿No has oído lo que he dicho? Las ochentonas no vamos a la cárcel - me reí y palmoteé divertida -. Si Marina dice que no nos cogerán, es que no podrán demostrar nada.
   - ¡Exactamente! - me alabó la aludida -. No levantaremos ninguna sospecha.
   - Volviendo  a lo del veneno, ¿cómo lo harás? ¿Usarás matarratas? ¿Arsénico en el café? ¿O cianuro espumoso? Al estilo de Agatha Christie quedaría genial - terció Pu.
   - ¡Sois imposibles! - ladró Merche con desesperación.
   - Utilizaré mata hormigas. Hay un producto en Mercadona para aplicar con jeriguilla. Es muy fácil de usar. Lo utilizó en el jardín.
   - ¿Será efectivo para aniquilar nuestro objetivo? - pregunté seducida por el embrujo de la aventura.
   - En el paquete pone "letal" - torció los labios, dando a entender que sería eficaz al cien por cien.
   - Igual es solo letal para las hormigas, no para los humanos.
   - En el envase recomienda guantes mientras se manipula. Creo que si le damos una buena dosis, no lo contará. Traeré el contenido de una jeringuilla en un frasquito y cualquier día que subamos a casa de Nuela, se lo echo en el vino.
   - No saldrá bien - aseguró Merche irritada.
   - Eres una aguafiestas - le contesté molesta -. No se puede contar contigo para nada.
   - Para una rata como Alfredo, lo mejor sería echar matarratas a cascoporro en la comida, pero aparte de que es muy difícil de conseguir, tendría que intervenir Nuela para dosificárselo poco a poco y ella es incapaz de cargárselo - Marina continuó como si estuviera dando una conferencia -. Pero insisto: Todas tenemos que estar de acuerdo con el plan.
   - Y hay un pequeño detalle más - Pu sonrió y luego explicó su teoría susurrando para dar más emoción al asunto.
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   Dos meses después de la muerte de Alfredo, el subcomisario Soliguren continuaba indagando los hechos. La pequeña herida le traía de cabeza. A mi entender, debería haber cerrado el caso, pues en definitiva, el marido de nuestra amiga, murió de un infarto. No sé porqué razón, será por el afán de desempeñar el cargo como es debido o por tener la curiosidad policial saciada, el madero requirió nuestra presencia en comisaría. De una en una nos tomó declaración. ¿Cómo renunciar a la diversión de escucharnos unas a otras? ¡Imposible! Así que repetimos la misma estrategia de la primera vez que acudimos acompañando a Nuela. Esta vez, algo más preocupadas, renunciamos a la indumentaria de aquella tarde, aunque acudimos un poco bolingas. Tras una comida en el Virgen Blanca, nos pusimos moradas de moscatel. Lucimos coloretes en las mejillas y miradas vidriosas. La risa floja también nos acompaña.
   El subcomisario en persona sale a recibirnos. Señala a Pu, con gesto amable y le indica que le siga a su despacho. Ella da un traspiés pero consigue mantener el equilibrio.
   - Perdóneme -, se disculpa el subcomisario ordenando sus papeles -. Pu, ¿viene de...?
   - No vengo de ningún sitio. Soy de Vitoria de toda la vida - rezonga Pu con tranquilidad.
   - Ya - el subcomisario parece cansado -. Quiero decir que Pu será abreviatura de algo.
   - Si señor comisario - responde. Escuchamos su risilla.
   - Subcomisario, señora. Soy subcomisario - parece que el ertzaina pierde la paciencia.
   - ¿Todavía no le han ascendido? ¡Parece mentira! Con lo cumplidor que es usted.
   - Por favor, señora. No tengo todo el día. Dígame su nombre completo.
   - ¿Usted quiere saber mi gracia? perdóneme. No le entendía. Purificación Herrero San Juan - toma aliento y prosigue -. Igual que a Penélope Cruz, le llaman Pe, a mi me dicen Pu.
   - ¿Que relación tenía usted con el señor Alfredo Minguez? - según nos dijo luego Pu, le dirigió una mirada fría.
   - Me va a perdonar, solo por puntualizar, pero lo tengo que decir: Alfredo Minguez tenía muy poco de señor...
   - Limítese a contestar a mis preguntas - el subcomisario eleva el tono de voz.
   - ¿Relación dice? - se le traba un poco la lengua -. ¿Qué quiere que le diga? Prácticamente ninguna. No era de tener relaciones con nadie, la verdad.
   - Pero usted, no le tenía simpatía o ¿me estoy equivocando?
   - No señor, no se equivoca. No era hombre cordial y desde que eran novios, no nos hacía gracia - nuestra amiga responde con prudencia.
   - O sea, lo que usted trata de decirme es que no era santo de su devoción, ¿es eso?
   - Eso mismo, señor comisario. Nuela se casó con los cuarenta ya cumplidos. Unos cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco, no me acuerdo bien. A mi edad la memoria. Tomo DeMemory, pero en ocasiones olvidó dónde he dejado la caja o incluso si la he tomado o no. Ya ve usted, cómo andamos.
   - Subcomisario, señora. Perdone que le haga esta pregunta - Soliguren hizo una breve pausa -. No se lo tome mal. Me gustaría que su respuesta fuera sincera. ¿Se alegró usted de encontrar aquella mañana al señor Mínguez muerto?
   - Alegrarme, no me alegre. ¿Quién es capaz de alegrarse de la muerte repentina de alguien? Pero para ser sincera, tengo que responder, que no lo sentí.
   - ¿Recuerda qué hicieron al descubrir el cadáver?
   - De eso si me acuerdo. Fue impresionante. Entramos en casa. Nuela avanzó por el pasillo. Las demás le pisábamos los talones. Al entrar en la cocina lanzó un alarido. Todas nos arremolinamos en la puerta y una vez dentro, gritamos también. Somos mucho de gritar - añade a modo de disculpa.
   - ¿Qué hicieron a continuación? ¿Lo recuerda? - me parece que la pregunta está cargada de ironía.
   - ¡A buena parte va a parar! Después de tanto tiempo y con un muerto delante, ¿quién va a recordar? No, señor comisario. Fue un momento de gran tensión - Pu parece actriz de primera línea.
   - ¿Ustedes presenciaban esas discusiones o se las contaba su amiga?
   - Por lo general nos las contaba. Pero en cuarenta años, se puede imaginar que alguna que otra hemos presenciado.
   - ¿Cuándo empezaron a tener problemas en el matrimonio?
   - Casi inmediatamente de la boda. Desde el principio supimos que él iba detrás de Nuela por su dinero y así se lo hicimos saber.
   - ¿Por qué diría usted que se casaron?
   - De joven era buen mozo, guapo y con mucha presencia. ¡Quién lo diría! ¿Verdad? ¡Con lo cuadro que era de viejo! Las mujeres, a veces, somos muy tontas y nos enamoramos del primero que nos hace cuatro carantoñas.
   Pasamos de una en una. Las preguntas son similares para todas, aunque a Merche le pregunta a ver si fue ella la que se anticipó a comprobar el estado de Alfredo. La respuesta es afirmativa y la razón, que lo hizo sin pensar, fue un acto reflejo. De Marina quiere saber, si con frecuencia subíamos a casa de Nuela al mediodia. Su respuesta es un poco más ambigua: "Algunas veces si, otras no". Soliguren quiere saber de qué dependía. "De nada en particular", es la respuesta, "ver alguna cosa nueva que hubiera comprado Nuela para la casa o cosas similares".
   - Estas señoras me sacan de quicio - escuchamos a Soliguren protestar cuando estamos a punto de salir a la calle -. ¡Hoy se me han presentado pimpladas!
   - ¡Pobre hombre! - exclamo una vez en la calle -. Se las estamos haciendo pasar putas.
   Todas nos reímos.
   Tres meses después nos cita nuevamente para comunicarnos que el caso ha sido cerrado.
   - Aunque tengo sospechas de que alguien trató de asesinarlo pero no cuento con pruebas suficientes para implicar a nadie.
   - Entonces, ¿puede decirse que fue el crimen perfecto? - pregunta Pu y todas nos interesamos por la respuesta.
   - Exactamente, señoras. ¡El crimen perfecto!
   - ¿Un lastre en su carrera, señor comisario?
   - así es - nos observa balanceando el cuerpo y escrutándonos con detenimiento. No se molesta en repetir que su cargo es el de subcomisario. Nos acompaña hasta la salida -. ¡Espero que no nos volvamos a ver!
   - ¡Qué descarado! - prorrumpe molesta Marina, según nos encaminamos hacia la calle de la Paz -. ¡Cualquiera diría que hayamos sido una molestia!
   - ¡Moscas cojoneras es lo que hemos sido para este pobre hombre! - todas nos carcajeamos.
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   - Creo que es hora de poner las cosas en claro - dislucida Merche -. Han pasado meses y todavía no sabemos quién acabó con la vida de Alfredo.
   - Eché el contenido del frasquito con el mata hormigas en la botella de leche - Marina hace una pequeña pausa, nos atisba a todas con curiosidad y prosigue -: pero no le apuñalé. Como bien sabéis, insistí en subir a casa de Nuela porque me hacía pis y no podía aguantar. El tazón y la leche estaban esparcidos por el suelo, con lo que eso no le mató.
   - Tengo que reconocer que antes de salir, rocié la ensaladilla con insecticida, aunque eso tampoco parece que acabó con él - confiesa Nuela con timidez.
   - Mi idea era perfecta - señala Pu -. Tenía que ser algo similar a "Asesinato en el Orient Express". Todas teníamos motivos suficientes para liquidar al innombrable y todas podíamos aportar algo. De esta manera, no levantaríamos sospechas y no darían con nosotras, como así fue. El pobre Soliguren todavía estará pensando en ello.
   - Cuando nos lo planteaste en Río, me empezó a gustar la idea - confiesa Merche ante nuestra sorpresa. La víspera  del día de autos, me hice con las llaves de casa de Nuela. Me ausenté del café con la disculpa de que tenía un recado pendiente. Hice una copia y volví a dejar las llaves en el bolso. La hora de la siesta era perfecta para la maniobra. Alfredo dormía como un lirón, Nuela lo sigue haciendo. No hay bomba capaz de despertarles. Machaqué algunas pastillas y las mezclé con el azúcar. Todas sabemos que Nuela toma el café sin endulzar y que Alfredo se echaba cuatro cucharadas. Pensé que caería fulminado.
   - Estaba segura de que no nos fallarías - exclamo orgullosa de ella y de su compromiso.
   - ¿Y vosotras? ¿Qué hicisteis o tramasteis? - Nuela se dirige a Pu y a mi.
   - Los pasteles. Le llevé pasteles de nuez que hice yo misma. Poco antes me enteré de que era alérgico al fruto seco. Además me llevé el Ventolín. Supuse que en cuanto comiese uno, notaría los efectos, el asma se manifestaría y sin el inhalador...- declaro eufórica.
   - Mezclé puntas de alfiler en la ensaladilla. Al marchar, ya en el portal recordé que me había olvidado los guantes que utilicé para no dejar huellas. Retrocedí y en la escalera tropecé con Paquita y Blasín. Entre sollozos, ella me explicó que habían intentado acuchillarlo. Entonces me percaté que llevaba un cuchillo enorme. Confesó que en cada intentona, topaba con hueso. Blasín, viendo la desesperación de su madre, alcanzó una pequeña navaja que había en un estante y cogiendo carrerilla, se abalanzó sobre el cuerpo de Alfredo y se la clavó. Éste les observaba espantado, inclinándose hacia un lado. A Paquita le dio la impresión que intentaba sujetarse a la mesa, agarrando el mantel... Lo demás ya lo sabéis.
   - Es una suerte tener vecinos de confianza que tengan un juego de  llaves de repuesto para emergencias - señala Nuela convencida.
   - Y tan audaces y valientes como Blasín - sentencio.

martes, 12 de mayo de 2020

LOS ABRAZOS

      Me duelen los abrazos ausentes, los que guardo, los que no robo... Los que no me robas.
   Me crece la desgana de no sentirte la piel, me hiere la mirada tardía, se me derrite el pensamiento, me estorba el impulso vago.
   Exijo abrazos mullidos, de sentimientos  madrugadores, de miradas que acarician en los amaneceres plácidos.
   Necesito abrazos embriagadores, locos, sin tratamiento, con acordes de disparates absurdos.
   Quiero abrazos inmensos, que me cubran los anhelos en el remanso de los sueños.
   Regalo el abrazo libidinoso, recortado a pedazos de cualquier noche pendenciera.
   Reivindico el abrazo amigo, fusionado con la chanza revoltosa, hambriento de un futuro infiltrado en albores vigorosos.
   Deseo el abrazo ilimitado, solapado de tibieza, madurado al resol de un atardecer de verano.
   Aspiro  el abrazo genuino, inmerso en el detalle de la sonrisa perfecta, amparándose en el aguacero de una primavera de mil aguas.
   Ansío el abrazo diluido en dulce de leche, desaguando la grandiosidad enjuta de una llantina infantil.
   Preciso al francotirador de los besos torpedo, vocingleros, puntillosos, exfolidadores de tedios dolientes y amantes de ingravidas soledades.
   Me urgen los abazos rotundos, enigmáticos, desordenados, incautados al torrente subyugador de los ojos tranquilos, que esperan un mañana tonificante. 
   Reclamo el abrazo certero sin inflexiones ni escusas, que me hable con la esencia del deseo lo que las lágrimas impiden expresar a las palabras.
   Solicito el abrazo rejuvenecido, sanador y revitalizante que todos aguardamos.
   Imploro a los abrazos, que retornen, que se sumerjan en las pieles humeantes de dolor, que achiquen aguas, que resuciten emergentes,
que naveguen en latidos, que aprieten los huesos, que revivan...