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lunes, 16 de diciembre de 2019

LA IDEA MUERTA (CUARTA PARTE)

   Pasados los minutos de incertidumbre, largos, intensos, espeluznantes e incluso eróticos, el filo helado del cuchillo abandonó el acomodo de la mejilla de la muchacha y chocó contra el suelo, produciendo un chasquido esperanzador de incipiente  libertad. No fue un descenso violento. Valverde, realizó  un lento ritual pasando la hoja por el hombro, por el brazo, la cintura, la cadera y la pierna,  pretendiendo que ella lo sintiera cercano, sabiendo que estaba asustada, escuchando el latido acelerado del corazón de la muchacha. Ella también se percató de la seguridad en el obrar, de la respiración apresurada, del trémulo aliento e incluso del lacerante dominio del macho alfa.
   - Tengo algunas extrañas fantasías - confesó el hombre con naturalidad, mientras rodeaba los agitados hombros de Julia, obsequiándole con caricias suaves, blandas y enamoradas.
   Ella se sintió extrañamente protegida y correspondió febrilmente a tan inusitada llamada sensual, abriendo los jugosos labios y explorando de forma salvaje el cuerpo hambriento del hombre. Ambos se prodigaron en una suerte amatoria difícil de comprender. Escudriñaron cada rincón secreto de sus cuerpos, amándose y  sintiéndose ardientes, vivos, unidos e invencibles.
   Luego llegó la cena, el vino, las confidencias, los secretos de ambos, los miedos, los fracasos, las ilusiones y de nuevo... las pasiones. Posteriormente se intensificó el cansancio de Julia, el sueño pesado, las convulsas pesadillas, la agitación, el sosiego entrecortado y... el dolor de muela.
   Si durante el tiempo que permaneció despierta Julia en casa de Valverde, hubiera tenido cerca el móvil, que éste con ligereza le extrajo del bolso en cuanto abandonaron el HANDIKO, hubiera descubierto diecisiete llamadas pérdidas y otros tantos whatsApp de Rita, previniéndole sobre el degenerado conserje.
   Valverde telefoneó a Leo Marty una vez que Julia estuvo profundamente dormida, gracias a los dos comprimidos de DIAZEPAM, que se tomó con un vaso de leche. Le relató todo lo acontecido durante la tarde, tal como se lo había narrado ella, con desesperación y  ansiedad. Al relato estremecedor añadió lo que el mismo sacó en claro, lo que sus ojos vieron, lo que su mente sospechó y lo que su sexto sentido de ex presidiario le dictó.
   El señor Marty recibió una llamada más.
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   SEIS MESES ANTES
   Bartolomé salió de la cárcel de Zaballa un frío día de enero. Caminaba erguido y con paso certero, disimulando el recelo que le provocaba la libertad, amarrado a la incertidumbre que le induciría a luchar antes de comenzar de nuevo, atenazado por el estigma que le imprimió la prisión, escamado ante la infernal duda de si su chica
seguiría junto a él en todos los sentidos pero con la absoluta convicción de que jamás volvería a poner los pies en aquella "casa".
   El viento del norte bufaba intenso, haciendo parecer mucho más baja la temperatura. Se subió hasta arriba la cremallera de la vieja chamarra y se ajustó el cuello con el velcro.
   Cuando divisó a Bert apoyada en el  cochambroso CITROËN BERLINGO estacionado en la carretera, echó a correr, ilusionado como un crío una mañana de Navidad. Arrojó la bolsa al maletero, que esperaba abierto como si fuera un animal  hambriento y se abrazó con fuerza a ella. Se besaron arrebatados. Se disiparon las dudas de Bartolomé. Se alejaron sin volver la vista atrás.
   - ¿Recuerdas aquel tipo raro que visitaba "la casa" con la vaga esperanza de redimiros y que siempre pensamos que era el líder de una secta? - preguntó Bert cuando entraban en Vitoria.
   - ¿El millonario? - sin esperar respuesta, continuó espectante -: ¿Qué pasa con él?
   - Es el propietario del HANDIKO. Te hablé del edificio hace tiempo en alguna de las visitas. 
   - No me interesan los edificios ni nada de la vida de este tipejo - respondió observando receloso a su esposa.
   - Pues debería interesarte. Ahora trabajo para él - en su voz había orgullo.
   - ¿Qué haces qué? - vociferó, dando un  fuerte golpe en la guantera. 
   - En la cafetería que lleva el mismo nombre del edificio. Hoy se supone que tengo consulta médica - aclaró sin reparar en el enfado de su acompañante -. Nadie sabe que estoy casada y mucho menos que sales hoy del trullo. Para tu conocimiento, te diré, que soy una respetable periodista, llamada Rita, que harta de no encontrar nada de lo mío, curro hasta que salte mi oportunidad.
   - ¿Tú estás chinada o qué cojones te pasa?
   - Gano un sueldito que no está mal si eres un pringadillo - aclaró Bert exhibiendo una pícara sonrisa.
   - ¿Qué tramas?
   - El fulano posee un pastizal en colecciones de todo tipo. Una sobre todo destaca entre las demás - hizo una breve pausa esperando algún comentario y observando la reacción de su compañero -. Se trata de treinta y seis relojes antiguos de oro y platino, valorados en una pasta gansa. La guarda en una caja fuerte, en uno de los pisos del edificio. Lo sé de buena tinta porque inocentemente, me lo ha contado la "keli", ya me entiendes, la que limpia, que es una pobre tontaina de la que me he hecho super colega.
   - Veo que no has perdido el tiempo - a medida que Bert iba dando más detalles, Bartolomé se mostraba más interesado -. Pero, aunque he de decir que me ha excitado tu idea, no tengo ninguna intención de volver a la cárcel.
  - ¿Estás de broma? Lo tengo muy bien organizado. Solo faltan algunos detalles, de los que tendrás que encargarte tú.
   - No te saltes pormenores. Esto promete - invitó emocionado, frotándose las manos.
   - Tienes una mujercita que sabe aprovechar las ocasiones. Además de la canuta de la limpiadora, tengo otros informadores. Ya sabes que en los bares te enteras de todo lo que deseas saber, la gente larga fácilmente, sobre todo con un trago de más. Si les ofreces una copa a cuenta de la casa... ¡En fin, qué te voy a decir! Los tengo comiendo de mi mano.
   - Alberta - solo cuando hablaban en serio utilizaba el nombre completo -, ¿son ciertos tus informes? 
   - ¡Ya  me conoces! Soy muy minuciosa en cuanto olfateo algo suculento. Por aquí pasa mucha gente que conoce muy bien al fulano ése. La mayoría son pobres infelices a los que ha ayudado al salir de la cárcel. Están muy agradecidos y le sirven doblando el espinazo, ya me entiendes, de los que se conforman con un sueldo pequeño, a cambio de un trabajo de mierda - hizo una pequeña pausa - gente sin ambiciones y sin imaginación.
   - ¿Quedan todavía de esos desgraciados?
   - Unos cuantos. Son tipos que  van a trabajar y trabajan, meten horas. Se van a sus miserables casuchas a descansar, para volver al día siguiente tan contentos a seguir haciendo lo mismo, como la pánfila del mocho.
   - ¿Qué tiene que ver esa infeliz con nosotros?
   - Al millonario le ha caído en gracia. Ésta no ha estado presa, es   intachable. Se ve a la legua que es honrada a carta cabal. Por eso limpia también el pedazo piso que el tío tiene en el HANDIKO, aunque la mayoría del tiempo vive en Madrid porque tiene muchos negocios. La pobre desgraciada no había visto tanta riqueza junta más que en el HOLA y me lo puso en bandeja. Se dedicó a fotografiar todo lo que veía. Anteriormente, ya había escuchado por aquí algunos chismes sobres las colecciones y a la pardilla de la limpieza le faltó tiempo para contarme las maravillas que posee el chorbo. A la pobre incauta se le diluía el cerebro.
   - ¡Eres fantástica! - a Bartolomé se le habían olvidado los buenos propósitos de avance por el camino honrado con los que salió de Zaballa -. ¡Presiento que la suerte estará de nuestro lado esta vez!
   - Sin embargo, se nos presenta un marrón - Bert recobró la seriedad antes de seguir hablando -, no creo que sea demasiado importante pero esa parte te tocará limarla a ti.
   - ¿De qué se trata?
   - En el HANDIKO trabaja de conserje un tipo extraño. Un tal Valverde, también ha pasado por chirona, no en Zaballa. Sé que se tiró  unos veinte años dentro por cargarse a un fulano. He tratado de ganarme su confianza, pero hasta el momento, no lo he conseguido.  El tío va a su rollo, la gente del edificio le tiene estima, le tratan bien, no sé porqué, la verdad. Es siniestro.
   - No quiero volver al trullo - aseguró Bartolomé, tras meditar algunos segundos sobre las posibles  reacciones del Valverde.
   - ¿Quién habla de volver? Necesitamos a alguien que sepa de armas, que no tenga reparos en despacharse a quien meta las narices donde no le hayan llamado - Bert elevó el tono de voz.
   - Tal vez el figuras esté entusiasmado con su nueva vida. No creo que debas insistir. Buscaré otra persona.
   - ¡No me jodas, Bart! Esta vez lo he planeado yo solita. He aprendido de ti y creo que lo tengo todo muy bien atado. ¡Confía en mi! Si logras convencer al tipo, lograremos que la culpa recaiga sobre él, en caso de problemas. Al fin y al cabo, ha estado en la cárcel. 
   - También yo. Por refrescarte la memoria, acabó de salir y no estoy dispuesto a volver. En cuanto a lo de olvidarte del menda, solo es un consejo. Céntrate en la torda de la limpiadora y deja al conserje al margen y por si las moscas, no te fíes de él.
   - Descuida, si no le molestas, tampoco molesta. Vive en otro mundo.
   Alberta puso en conocimiento de su marido los detalles referentes al golpe. Bart se sintió muy orgulloso del trabajo realizado por la joven y se lo agradeció vivamente, aunque después de estudiar el plan, hizo pequeñas correcciones.
   - Es cierto que necesitamos a una tercera persona pero no a un matón, sino a un experto en cajas fuertes y su apertura. Según las fotos,  concretamente ésta, es de alta seguridad. Combina el sistema de  cerradura electrónica y también emplea llaves para accionarla. No es una chorrada su apertura, te lo aseguro. Esto hay que tenerlo muy bien atado. No quiero a cualquier aficionado.
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   Con el paso de los días los planes se desvanecieron un poco, Bartolomé trató de tomar contacto con algunos conocidos que habían pasado por la cárcel, pero entre ellos no se prodigaban los expertos en cajas fuertes. Al igual que el propio Bart, la mayoría eran ladrones de poca monta y a comienzos de la primavera, Bert tuvo la feliz idea de publicar un anuncio en la sección de CLASIFICADOS de EL CORREO: "Se precisa cerrajero especializado. Trabajo meticuloso".
   Las respuestas no se hicieron esperar. Hubo un aluvión de candidatos. El matrimonio entrevistó por separado a todos los aspirantes. Bert no terminaba de decidirse pero Bart se decantó enseguida por uno de ellos. Se trataba de un tipo peculiar, grande como un oso, sin antecedentes, que había trabajado en banca y que estaba anticipadamente jubilado por exceso de peso.
   - Me parece inteligente pero poco meticuloso - recalcó la joven poco convencida con la elección -. Además su físico llama poderosamente la atención. Cualquiera lo reconocerá con facilidad.
   - Sabe todo lo que hay que saber sobre el tema. Es tozudo, persistente y tiene ideas cojonudas, cualidades todas ellas muy valorables en caso de que las cosas se pongas feas.
   - Te equivocas con él, Bart. Lo que nos hace falta es un tonto que sepa manipular cerraduras...
   - Ponte en contacto con CANUTO - interrumpió Bart divertido.
   - Alguien que cargue con el muerto si las cosas pintan mal - terminó la frase airada, sintiéndose manipulada y desprestigiada por su pareja.
   - La responsabilidad es nuestra. Hará lo que le ordenemos. Ten en cuenta que no ha nacido el tipo que sepa abrir esa clase de cajas de seguridad y que  a la vez sea tonto, cariño - sentenció Bart con tranquilidad.
   - Tiene ideas propias. Quiere hacer las cosas a su modo. No me gusta. "En caso de no  poder abrir la caja, la volaré" - Bert imitó la voz del fulano, al que apodaron Burt -. ¿Tú crees que es una respuesta?
   - Es una forma de hablar, nena. Ten confianza. Ha prometido estudiar la cerradura y comentar con nosotros todos y cada uno de los imprevistos que encuentre - Bart se mostró tranquilo -. Sabe que lo de volarla no nos sirve. Le aseguré que queremos que la abra limpiamente, la desvalije y la deje como si nadie la hubiera tocado. Es la única manera de despistar, sobre todo a la policía y al millonetis. Para cuando se de cuenta, los relojes y nosotros estaremos muy lejos de aquí.
   - Pero, ¿tú crees que es una respuesta? - insistió Alberta -. No nos tiene respeto.
   - Insistí mucho en eso. Estabas delante cuando soltó la idea. Le aseguré que era una idea muerta. 
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   UNOS DÍAS DESPUÉS...
   - He tanteado con Burt sobre la idea de dejar frita a la limpiadora en caso de que sea necesario - anunció Bart a la camarera, mientras comían -. Me aseguró que no tenía problema con ello, que no era la primera vez que lo hacía.
   - ¿Está de acuerdo en liquidarla, así sin más? - Bert se mostró sorprendida.
   - Dijo que ya lo había hecho antes.
   - ¿Qué se ha cargado antes a alguien? - Bramó encolerizada la joven -. Y ¿tú le creíste?
   - ¿Por qué no iba a creerle? 
   - Resulta complicado que se haya cargado a alguien y ni siquiera esté fichado, ¿no te parece?
   - El crimen perfecto existe, cariño.
   - ¡Y una mierda!
   - Si se es minucioso, no tiene porque haber problema. Tienes que confiar en su palabra - tranquilizó Bart.
   - No me gusta el fulano.
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EN LA ACTUALIDAD
   Eran las 5,10 de la madrugada, cuando el sigiloso y confortable SUBARU FORESTER del señor Leo Marty, conducido por el uniformado chófer Maxim hizo su aparición por Portal del Rey. Se detuvo en la confluencia con Nueva Fuera. A escasos metros, les seguían un CITROËN C3 y un DACIA SANDERO, ambos propiedad del millonario.
   - Parece que todo está en calma, señor - manifestó Maxim, observando a su jefe por el retrovisor interior.
   - Es pronto todavía. Según aseguró mi contacto, el golpe está previsto para las 6 de la mañana, aunque la prodigiosa entrada de Valverde en escena, puede hacer girar los acontecimientos - Leo Marty escupió las palabras tranquilo, con su característico tono modulado y cadencioso
   - ¿Al garaje, señor Marty? - interpeló el chófer.   
   El aludido hizo un gesto afirmativo y el coche se deslizó mansamente. Los otros dos le siguieron de cerca.  Como secundando un ritual, estacionaron y los ocupantes abandonaron los vehículos. Cada uno tomó un camino. En la calle, se apostaron en lugares estratégicos, mientras algunas sombras se perfilaban encubiertas. Un borracho se tambaleaba, sujetándose a duras penas en la persiana de la cafetería HANDIKO, canturreando con sonidos roncos: "Muchachos, esta noche me emborracho, bien me emborracho, bien borracho pa olvidarme de su amor". Pasaron junto a él sin prestarle atención y sin que el tipo se percatara de su presencia.
   Marty pensó en la limpiadora. No podía comprender la razón que pretendían los granujas en eliminarla. Sin lugar a dudas, respondía a un comportamiento cruel, siniestro, oscuro y maquiavélico. Aquel plan encerraba un cariz maléfico, que iba más allá de un simple atraco. Tampoco dudaba sobre la honradez de la camarera y le extrañó que Valverde le alertara sobre ella. Estimaba al conserje, rescatado de las profundidades abisales y devastadoras de los muchos años en presidio y la vida sin futuro. Al igual que Maxim, aunque éste respondía al cien por cien a la figura típica del matón y por esa razón le contrató de guardaespaldas y chófer. A los hombres como Leo Marty les persiguen los enemigos. Valverde, sin embargo, era un buen hombre y en ese momento, hubiera puesto la mano en el fuego por defender su honestidad. En esas lucubraciones se mantenía, cuando recibió un sonido aspero en el oído. Alguien susurraba a través del auricular que llevaba camuflado.
   - Empieza el baile - anunció la voz.
   Lo siguiente transcurrió en  una  fracción corta de tiempo. El señor Marty se alejó unos metros calle abajo y Maxim dobló la esquina, El hall del HANDIKO se iluminó como por arte de ensalmo. Las figuras acurrucadas en los portales, ocuparon puestos estratégicos en los aledaños del imponente edificio. Solo se escuchaban las certeras pisadas de la ertzaintza que retumbaban en el asfalto como si se tratara de un ejercito deseoso de entrar en combate. Tres figuras, vestidas completamente de negro, se vieron sorprendidas en el interior del vestíbulo. El borracho se tensó como por resorte y se acercó a la puerta con paso vacilante.
   - ¡No se muevan! ¡Les habla la policía! - vociferó sin voz de borracho, sujetando un megáfono.
   La figura más grande, portaba un maletín de terciopelo azul oscuro bajo el brazo. No pareció sorprenderse tanto como los otros dos individuos. El gigante se deshizo de la capucha. Bert dirigió una mirada rápida a la brillante pistola con la que Burt le encañonaba.
   - ¡Quedan detenidos! -rugió el supuesto compinche.
   Bert dejo caer los brazos con desaliento a lo largo del cuerpo. Bart tardó un poco más en comprender lo que estaba sucediendo pero ambos se dejaron esposar dócilmente.
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UNA SEMANA DESPUÉS
   - Muchas gracias - exclamó jubiloso Leo Marty estrechando la mano del hombre -. Sin usted hubiera sido imposible llevar a cabo esta operación.
   - Ha sido un placer trabajar codo a codo con usted - respondió el robusto hombre, esgrimiendo una sonrisa franca -. Tipos como usted hacen mucha falta en este pobre y miserable mundo ¿Qué sabe de la joven limpiadora?
   - Según me informa Valverde, va mejorando, aunque se mantiene vivamente impresionada ¡Fíjese! Suponía que la falsa Rita era buena amiga  y el conserje, que siempre pensó que era un mal hombre... En fin, ¡sorpresas te da la vida! 
   - Cuando me puse en contacto con ellos, respondiendo al estúpido anuncio del periódico, indagué sobre todos sus empleados. Enseguida comprendí que la camarera no era trigo limpio.
   - ¿Han confesado por qué razón querían cargarse a la pobre muchacha?
   - Alberta es una mujer fría y calculadora - el interpelado meditó la respuesta durante breves instantes -. Repite una y otra vez que le movió la envidia pero a ciencia cierta, creo que jamás conoceremos la causa verdadera. El tipo es pusilánime. En todo momento se ha movido siguiendo la directriz de su mujer. Creemos que dice la verdad cuando asegura que no tenían nada contra la limpiadora. Los psiquiatras responden que tal vez ella supo interpretar las miradas de Valverde hacia la muchacha, así como la solapada ayuda beneficiosa, que recibía sin percatarse de ello. Todo esto unido a que el conserje no quiso unirse al dúo, desencadenó una serie de hechos, que dieron como fruto un  odio desmedido. Este tipo de personas no admiten un no por respuesta. El amor desinteresado ha salvado a esa chica.
   - Lo cierto es que Valverde y Julia seguirán trabajando en el HANDIKO, les he cogido mucho cariño a ambos. Creo que se merecen una nueva oportunidad. Me refiero a mejores puestos, mas beneficios... Les ayudaré cuanto pueda.
   - Muchas gracias por su colaboración, señor Marty - se estrecharon las manos. Leo lo vio alejarse, se movía con dificultad y se acariciaba el vientre, "la úlcera no me da respiro", le pareció escuchar.
   Maxim esperaba plantado fuera como un coloso, resguardando el tesoro. Hablaba por el móvil.
   - Valverde está un poco asustado, señor. A la señorita Julia le duele la muela cada vez más y está sufriendo una hemorragia - anunció el chófer - ¿Vamos al rescate de la pareja?
   Leo Marty le dirigió una mirada paternal. Emprendieron el camino andando juntos, conversando animadamente. 
   - Los chicos se merecen un nuevo nido, ¿qué te parece uno de los apartamentos del HANDIKO? - indagó cuando encararon Mateo Moraza.
   - Que se lo merecen, señor - respondió Maxim con orgullo.
   - Eso creo yo también.
   

jueves, 14 de noviembre de 2019

LA IDEA MUERTA (TERCERA PARTE)

   Lo primero que contempló Julia al abrir los ojos fue la cara de otana de Valverde. Le sonreía con preocupación, mientras le sostenía la cabeza con ternura. Por primera vez observó el reflejo de su mirada sincera, viva, equilibrada e intranquila. Sobre el ensortijado cabello del conserje divisó el azul pálido y los dibujos geométricos de la moldura del techo del vestíbulo del HANDIKO. La decoración no dejaba de moverse. Cerró los ojos con fuerza. Sintió la mano cálida de Valverde, propinándole palmaditas suaves en el rostro lívido. 
   - ¿Qué ha pasado? - parpadeó un par de veces, sonriendo al hombre con gratitud.
   - ¡Menudo golpe, Julita! - terció el aludido todavía agachado y sujetándole la cabeza -. Nos has dado un susto de muerte.
   - ¿Qué ha pasado? - repitió la limpiadora con un tembloroso hilo de voz.
   Valverde apoyó los labios en la frente de Julia. Ésta, perpleja se dejó besar y si las fuerzas y el ánimo hubieran estado de su lado, le 
hubiera correspondido con un morreo intenso. No se hubiera tratado solo de agradecimiento. A pesar de no encontrarse muy bien, intuyó un cambio radical en la actitud del conserje. Una luz especial emanaba de sus ojos. O algo así intuyó ella.
   - ¿Qué tal te encuentras, cariño?
   Desvió la mirada para toparse con la dulce sonrisa y la acariciadora voz de Rita.
   Unos pasos presurosos irrumpieron en el hall. Los compañeros de Julia se incorporaron y dos sanitarios de la DYA ocuparon su lugar.
   - ¿Cómo te llamas? - preguntó uno de ellos.
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   Parcialmente restablecida, tomaba una manzanilla en la cafetería HANDIKO. Rita le acariciaba la espalda con suavidad, mientras Valverde, frente a ambas, le cogía de la mano.
   Aunque la tormenta había pasado, continuaba lloviendo con intensidad. Julia descubrió que le dolía la muela que no tenía. Recordó que el dentista había insistido en que se tomará un analgésico en cuanto notara la menor molestia. Rebuscó en el bolso la caja de Nolotil que había comprado en la farmacia de camino al trabajo.
   Se sintió mejor en cuanto la tragó con un sorbo de líquido caliente. Un segundo después, tosió con fuerza, debido a un involuntario atragantamiento por lo que vio de soslayo y la palidez se dibujó en su rostro. De reojo divisó al robusto hombre que había provocado su caída. Entraba en la  cafetería con paso decidido. Trató de gritar pero el sonido  se le paralizó en la garganta.
     - ¿Vas a cerrar? - preguntó apoyado en el quicio de la entrada.
   - No señor - Rita abandonó la mesa y volvió a su trabajo.
   - Pretende deshacerse de mi - ante la perplejidad del portero, añadió en un arrebato de desesperación -: ¡Ayúdame!
   - ¿Qué tontería es esa? - interrogó Valverde mostrando su mejor sonrisa. Ni en sus mejores fantasías hubiera imaginado el repentino interés de Julia -. Rita es tu mejor amiga.
   - No me refiero a Rita. Ese tipo, el que ha entrado es el que quiere  matarme.
   - ¡Cariño! La caída te ha trastornado un poco -  tras una breve pausa y después de observar al fulano, agregó -: ¿Le conoces? Yo  no le he visto en la vida.
   - Tampoco yo hasta esta tarde - Julia le relató los acontecimientos vividos desde que llegó al trabajo y hasta la caída por las escaleras.
   Valverde examinó a su amiga sin comprender. De vez en cuando desviaba la mirada hacia el tipo con aspecto de jugador de rugby. Julia temblaba como una hoja. Sintió un escalofrío y se encogió rodeándose el cuerpo con los brazos. El conserje abandonó la silla, para ocupar la que dejó libre Rita. Reconfortó a la muchacha con un abrazo cálido.
   - Tiene pinta de gorila pero parece inofensivo- le susurró al oído.
   - Quiere liquidarme, esa fue la expresión que utilizó - Julia trató de ser convincente.
   - ¡Qué cosas se te ocurren!
   - ¡Tienes que creerme! - rogó con desesperación -. Te lo he contado tal como sucedió.
   Valverde volvió a observar al hombrón, que sin prestar atención a otra cosa que al bocadillo de bonito y a la chopera, parecía ajeno a ellos dos. Entre bocado y bocado, manipulaba el móvil con torpeza. Desde el otro extremo de la barra, Rita se inclinaba sobre el suyo, manejándolo con mayor soltura. Valverde frunció el ceño, contempló el hecho desde otra perspectiva. Se le antojaba extraño y curioso que Rita no hubiera vuelto a la mesa para consolar a su amiga. Tal vez sospechaba las intenciones del conserje, aunque él tenía la certeza de haber obrado siempre con la máxima discreción. ¿Qué le gustó Julia desde el primer momento que la vio? Rotundamente si. ¿Qué la amaba en silencio? También era afirmativa la respuesta. ¿Qué estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella? ¡Si! ¿Qué nadie conocía sus verdaderos sentimientos? Apostaría el cuello a que así era.

   - Los contratiempos me dan hambre. ¿Qué haremos ahora? - escribió Burt apostado en la banqueta.
   - Todo sigue según lo previsto - respondió Bert, con su  acostumbrada frialdad.
   - Que me viera el conserje no estaba en nuestros planes y la mosquita muerta nos puede traer problemas.
   - ¿Te das cuenta que hace poco tiempo te daba lástima quitarla  de en medio? ¡No sé cómo Bart pudo confiar en ti!
   - Me necesitáis para llevar a cabo el plan - terció Burt enfadado y harto de la frialdad de su compinche.
   Hubo un silencio incómodo, aunque ambos se mantuvieron en línea.
   - No te preocupes por el conserje, es un pobre imbécil. Se ha pasado media vida en el trullo. Te aseguro que no quiere problemas. Además, si algo sale mal, le cargaremos el muerto y quién crees qué iba a creer a un ex convicto.
   - Creo que no le quitará ojo a la limpiadora. Nos lo tendremos que cargar también a él.
   - ¡Lástima que no se golpeó con una esquina al rodar por las  escaleras!  Nos hubiera resuelto parte del trabajo.
   - Creo que deberíamos dejarlo de momento. Tal vez de aquí a dos semanas se olvide el incidente.
   - ¿Te estás acojonando? ¡Tío, eres un puto muermo!
   - No hay quién se acerque a ella, por lo menos en unos días el maldito portero estará al acecho.
   - Dejámelo a mi. ¡No vales para nada! ¡Maldita sea la hora que Bart confió en ti!
   - ¿Te vas a encargar de los dos?
   - Haré tu trabajo, ya que te muestras tan remilgado y también me encargaré del conserje. Esta noche quedan los dos fuera de combate, te lo garantizo.
   Valverde tuvo un pálpito. Fue en una milésima de segundo. Comprendió de pronto que algo no marchaba bien. Una lucecita roja de alarma se le encendió en el cerebro.
   - ¡Vamos! - sujetó a Julia por el brazo y le obligó a levantarse. Fue una orden más que una invitación.
   - Esperaré a Rita - Julia se sentía cansada, pero  le apetecía charlar un poco con su amiga, olvidarse del tema, reírse a carcajadas y analizar el significado del beso que Valverde le dio en la frente. 
   - ¡No! - protestó el hombre seriamente. Utilizó toda su fuerza  bruta y la arrancó de la mesa a trompicones.
   - ¡No me iré contigo! - Julia levantó la voz.
   - Hace un momento implorabas mi ayuda. ¿Te has olvidado de ello, me quieres volver loco o estás de atar?
    - ¡Me quedo! - trató de sonar convincente.
   - O vienes por las buenas o te llevo a rastras, pero nos vamos los dos ahora mismo - el semblante del portero asustó a la chica. Le apretaba con tanta fuerza el antebrazo que Julia sintió un profundo dolor.
   - ¿Ya os vais? - Rita flanqueaba la puerta ante la pareja, impidiéndoles la salida.
   Julia observó con detenimiento a la camarera. 
   - Te llamo luego - aseguró antes de abandonar el local, acompañada por el conserje, que continuaba torturándole el brazo.
    Enfilaron la calle San Francisco, sorteando a los jóvenes viandantes que vociferaban en las puertas de los bares. Julia se fijó que el termómetro de la farmacia de Puente marcaba 23º. De vez en cuando su acompañante volvía la vista atrás.
   - ¡Suéltame! - imploró la muchacha -. Me haces daño.
   - Nos sigue tu amigo el energúmeno. Me ha parecido entenderte que pretende borrarte del  mapa - su respuesta estaba cargada de sarcasmo y se detuvo repentinamente -. ¿Te apetece seguir sola?
   Incrédula, volvió la vista. La cabeza del hombre sobresalía entre la gente a poca distancia.
   - ¡Vamos! - ordenó  agobiada.
   Avanzaron velozmente por los Arquillos, pegados a la barandilla. Desde arriba, Valverde divisó al gigante, que había encontrado   parapeto en el gentío aglomerado en la puerta del Toloño.
   - ¡Corre! - instó Valverde. 
   Minutos después  entraban en un portal del principio de la Correría sin rastro de su perseguidor.
   La vivienda del conserje era un cuchitril viejo con olor a humedad y tabaco. Destartalado y con un solo ventanuco que daba a un patio estrecho.
   - Como es un bajo, es muy oscuro pero de aquí a unos meses, mejorará mi situación - sonrió guiñando un ojo.
   Julia paseó la mirada alrededor. Se componía de una sola estancia que hacía las veces de dormitorio, sala y cocina. Una puerta abierta dejaba ver un aseo minúsculo con un plato de ducha y una taza de váter. 
   - Tengo que hacer pis - dijo nerviosa -. ¿Por qué no tienes lavabo?
   - El dueño me dio a elegir entre lavabo o ducha.
   - ¿Pagas mucho por esto?
   - No pago nada. Es de un amigo, el señor Marty. Le voy a telefonear. Él podrá ayudarte - dijo sonriendo convencido de lo que decía.
   - ¿El señor Marty no es el millonario dueño del HANDIKO? - preguntó sorprendida.
   - El mismo.
   - Y..., ¿es amigo tuyo?
   - Es mi único amigo y lo conocí en el trullo - respondió orgulloso con un  cuchillo en la mano -. ¿Te apetece tortilla de patata para cenar? Me salen cojonudas.
   Julia siguió con la vista la mano en la que el cuchillo se movía lentamente hacia ella. Valverde  acarició la mejilla de la muchacha con la hoja fría del filo.
   - ¡Co-jo-nu-das! - musitó y le mordisqueó la oreja. Seguidamente, sin apartar la hoja cortante, entreabrió los labios e introdujo la lengua en la boca de la limpiadora. 
   Julia notó una punzada de dolor en el hueco de la muela y pese a que acababa de usar el aseo, notó como se mojaban sus pantalones.

miércoles, 30 de octubre de 2019

LA IDEA MUERTA (SEGUNDA PARTE)

   - Buenas tardes, señor Iturralde - oyó Julia que decía el grandullón, después de llamar con los nudillos en la puerta del despacho. Seguidamente el enorme corpachón desapareció y el silencio inundó el pasillo.
   Debido al retraso que la limpiadora llevaba en la faena, se olvidó inmediatamente del hombre y cargada con fregona, cubo, trapos, bayetas y mopa se dispuso a comenzar su rutina con celeridad.
   Burt accedió al despacho vacío. Bordeó la mesa. Ocupó el sillón  y esperó nuevas instrucciones. Pronto recibió el whatsApp esperado.
   - El pen drive está en el segundo cajón del archivador - rezaba el mensaje.
   - Entendido - respondió Burt.
   Con movimientos torpes abandonó el cómodo asiento.  Siguió las instrucciones y colocó el pen drive en el ordenador que descansaba sobre la impecable mesa. La pantalla de un mar azul le franqueó la entrada. Copió las instrucciones y anotó algunas cosas en la libreta  que llevaba en el maletín. Una vez acabado el trabajo, apagó el ordenador, guardó el pen drive en el bolsillo interior de la americana empapada.  Jugueteó con las llaves en el interior del bolsillo del pantalón. Sin abandonar el sillón, observó la calle  desierta. El aguacero persistía y el agua corría Fueros abajo con intrépida velocidad. Consultó el VICEROY, todavía faltaban cuatro minutos. Con ayuda de las llaves, abrió uno a uno todos los cajones. Como imaginaba todos estaban vacíos. Lo mismo encontró en el archivador. Hizo  un gesto aprobatorio.
    "Lástima que una joven tan minuciosa en su trabajo esté predestinada a tan mala suerte" - se dijo al observar que no había ni gota de polvo en la oficina.
   Volvió a estudiar a los pocos transeúntes que caminaban por la turbulenta calle San Francisco. La tormenta le favorecía. Sonrió complacido palpándose el abultado vientre y como si fuera motivo de celebración, soltó un eructo haciendo un gesto de placidez.
   Volvió a consultar el reloj. Frunció el ceño. Algo iba mal. Comprobó el sonido de su smartphone. Lo dejo sobre el escritorio con el mismo celo que si portara una bomba. ¿Cuál sería la causa del retraso de Bart? La inquietud se apoderaba de Burt. Tamborileó los dedos sobre el escritorio reluciente. Escudriñó el exterior. Seguía lloviendo a cántaros. Estudió la copia de Renoir. Una cuadrilla compuesta por hombres y mujeres, aparecían en buena armonía comiendo y bebiendo. Parecían alegres. Bert aseguró que se trataba de "El almuerzo de los remeros". Ese día sintió una mezcla de rabia y envidia. La sabiduría femenina resultaba superior a la masculina. Ellas poseían todas las armas para conquistar el mundo, sin contar con la minuciosidad, tenacidad e intuición que aportaban a cada empresa que realizaban. Allí estaban ellos, Bart y él, a cual más tonto. Luego llegó Ella, Bert, el Cerebro, la Idea. Llegó altiva y decidida para escupirle en plena cara que su idea estaba muerta, así, ¡con un par de ovarios! y mirándole fijamente. Ella fue la Planificación y sería el Resultado.
   Tan absorto estaba ante la reproducción que se sobresaltó con la llegada del primer whatsApp.
   - Bert fija las 6 de la mañana para empezar la maniobra.
   - Perfecto - respondió poco convencido.
   - ¿Has tenido algún problema?
   - Ninguno pero he anotado algunas cosas que me gustaría matizar un poco más.
   Hubo una pausa comprometedora. Ambos se mantuvieron en línea sin decir nada.
   - ¿Qué cosas? Está todo programado.
   - Tengo algunas dudas.
   - ¡No me jodas! Ahora no puedes salir con ésas.
   - Son tonterías, ya lo sé. No lo puedo evitar. En todo trabajo afloran ciertas vacilaciones.
   - Estás paranoico.
   - Debo reconocer que...
   - ¿Qué?
   - Estoy convencido de que algo saldrá mal.
   - Desde el primer momento has estado de acuerdo en todo. No entiendo qué cojones te pasa ahora.
   - Es solo que después de conocerla...
   - ???
   - Parece buena gente. Es trabajadora, buena en lo suyo.
   - Nos aseguraste que eras experto en estas cosas.
   - Y lo soy.
   - Entonces, no hay nada más qué hablar. No te olvides de borrar la conversación.
   - Espera, espera... Tengo una corazonada...
   - ¡Cojonudo, tío! Nosotros no tenemos corazonadas. Es cosa de mujeres.
   - Esa chica no se lo merece.
   - ¡No me jodas, tío! ¿Quién crees que se merece algo así?
   - No lo sé.
   - ¡No lo sabes! ¡Eres la leche, tío! ¡Tal vez creas que Bert, tú o yo nos merecemos la puta suerte que hemos tenido en nuestra puta vida! ¿Es eso lo que crees?
   - Te estás exaltando demasiado. Solo ha sido un puto comentario.
   - ¡Pues métete tu puto comentario por donde te quepa, gilipollas!
   Hubo una pausa. Ambos se mantuvieron conectados y a la expectativa.
   - ¿Conforme? - escribió Bart.
   - Conforme - mintió Burt.
   - Bien. Borra todo, sal del despacho, baja a la planta primera. Ahora aviso a Bert, ten cuidado de que no te vea nadie. Y sobre todo se convincente. Todo va a salir bien.
   Burt siguió las instrucciones al pie de la letra.
   El ascensor ascendía cuando comenzó a bajar por la escalera despacio, resoplando, parándose en cada descansillo para tomar oxígeno. Alcanzó el pasillo. El silencio le resultó pesado y le puso nervioso. Avanzó cautelosamente, procurando que las pisadas no produjeran ningún sonido. Accedió al primer despacho. Bert le esperaba sentada en la única silla que había en la vacía estancia. Tenía los dedos de las manos entrelazados, descansando sosegadamente sobre el regazo. Con las piernas cruzadas, una balanceando, la otra bien asentada en la baldosa. Erguida, exhibiendo una mueca mordaz o tal vez fuera una sonrisa sórdida, enmarcada en unos labios rojos, ese rojo que lucen las fulanas en las películas de gánsteres. ¡Aquella mujer le descolocaba!
   - Te has retrasado - susurró con  voz ronca impostada -. ¿Ha habido algún problema?
   - No he querido correr riesgos - evitó mencionar sus dudas -. El ascensor funcionaba y para eludir contratiempos, he apostado por bajar andando.
   - ¿Existe alguna dificultad?
   - No - meditó la respuesta. Cabía la posibilidad de que Bart le hubiera puesto al corriente sobre las posibles dudas -. Me hubiera gustado mantener una última conversación entre los tres, antes de pasar a la acción.
   Bert le dedicó una mirada gélida. Elevó una ceja mostrando desconcierto.
   - Bart y yo no lo creemos necesario - añadió poniéndose en pie.
   Burt  apretó los labios con desaliento.
   La oficina se iluminó repentinamente, después del ensordecedor trueno. Un segundo después la oscuridad les envolvió.
   - Tú mandas - aseguró Burt resuelto.
   Ninguno hizo alusión al apagón.
   - ¿Has pensado en qué método utilizarás para eliminarla? - inquirió Bert sonriendo, aunque en la oscuridad Burt no pudo percibir el gesto.
   De inmediato escucharon un ruido estridente de cacharros rodando, seguido de un grito terrorífico y un golpe producido por un cuerpo al desplomarse. En ese instante Burt tuvo la absoluta certeza de que sus dudas tenían una base bien fundamentada. Algo comenzaba a ir mal. Bert sin embargo consideró el apagón y las consecuencias como un golpe de suerte.

miércoles, 9 de octubre de 2019

LA IDEA MUERTA (PRIMERA PARTE)

   Un estallido estremecedor invadió la tarde que en escasos minutos se tornó oscura y siniestra. Treinta minutos antes el cielo, impecablemente vestido de azul, no presagiaba el desastre. El primer trueno llegó repentino. A pesar de no haber dado todavía las seis, inquietantes nubarrones ennegrecieron la ciudad repentinamente. Nezgruzcos cumulonimbos se apoderaron de las alturas. 
    "Lo qué faltaba! Ahora tormenta y yo sin paraguas. Esto no estaba anunciado" - pensó Julia.
   Enfiló despacio por  General Álava, dejándose envolver por el asfixiante calor. Como cada vez que acudía a la consulta del dentista, se sentía invadida por un gran malestar. Se le revolvía el estómago, tenía mareos, ganas de vomitar.
   Al paso del tranvía, una sucesión de truenos y relámpagos espeluznantes, le obligaron a acelerar el paso. Las primeras gotas, tremendas y ágiles, besaron el asfalto caliente. Los transeúntes se refugiaron bajo las cornisas. Un relámpago clareó el ceniciento cielo y el trueno estalló de inmediato.
   Julia se refugió en Carrefour. Sintió la boca dormida, la lengua gorda, como si fuera una bola gigante de goma. Con disimulo se sacó el algodón que le taponaba el hueco de la muela que le habían extirpado. Comprobó que apenas estaba manchado de sangre. Lo envolvió con delicadeza en un clines y lo escondió en el bolsillo del pantalón. Se palpó el labio con suavidad. Tuvo la impresión de tenerlo hinchado, sintió vergüenza, ¿qué pensaría la gente?
   "No seas tonta, Julia - se dijo a sí misma - ¿Qué quieres que piensen? Nadie ha reparado en ti. Todos están pendientes de la tromba que está cayendo"
   Rebuscó en el bolso con manos nerviosas el móvil. Dio con el contacto del trabajo.
   - Edificio HANDIKO - le respondió el conserje de mala gana después de un rato interminable.
   - Valverde, me ha pillado la tormenta - anunció Julia, con la garganta rasposa como si se hubiera tragado un estropajo, sin pronunciar bien o así se lo pareció y limpiándose con un clines un hilillo de baba que descendía descarado por su barbilla.
   - No te preocupes, Julita guapa. Todos se han marchado ya. Me has pillado achicando el agua que ha entrado en el vestíbulo.
, Le pareció una amenaza tener que pasar el temporal con la única compañía del siniestro conserje. Tal vez estuviera redimido pero a juicio de Julia, un asesino no dejaba de serlo por mucho que hubiera cumplido su condena: veinte años de cárcel. Apuñaló a un hombre a sangre fría a los veintitrés años. Llevaba casi un año ejerciendo labores de conserje en el HANDIKO. Traspasando diariamente la misma puerta principal que abogados, notarios, asesores, consultores o arquitectos; casi un año codeándose con personas leídas y estudiadas, que le trataban con respeto y educación y le llamaban por el apellido, "Valverde, ¿puede usted traerme esto?"... "Valverde, llévese aquello, por favor"... "Muchas gracias, es usted muy amable, Valverde"... Sin embargo a ella, que era una mujer honrada de los pies a la cabeza y que jamás se le  había pasado por la imaginación cargarse a nadie, le trataban a zapatazo, le tomaban por el pito de un sereno, jamás le daban las gracias por nada y se dirigían a ella con desfachatez: "Julita, rica, te has olvidado de quitar el polvo en mi despacho", "Anda, guapa, barre corriendo, que es para hoy", "Oye, bonita, que se ha acabado el papel higiénico y no te enteras, que vete a saber en qué estás pensando"... Rita, la de la cafetería del bajo, que era también estudiada  pero con mala suerte y sin apellido importante y no tenía más remedio que conformarse con ser camarera, decía que esa diferencia en el trato se debía a una idea machista y que también cabía la posibilidad de que tuvieran temor de que a Valverde se le cruzasen los cables y volviera a las antiguas prácticas y se cargará a algún bocazas de aquellos.
   - ¿Quién va a tener los santos huevos de tratar a Valverde de cualquier manera? - aseguraba Rita con frecuencia  -. Es pura supervivencia y una manera de evitar que se convierta en un asesino en serie.
   Quince minutos después, abandonó el confortable refugio. El aguacero le acompañó el resto del camino.  Una vez más a contracorriente, parecía ser su sino. El agua descendía cuesta abajo por la calle Fueros, mientras ella sorteaba los charcos cuesta arriba. Llegó al trabajo calada y a pesar del calor, con sensación de frescura.
   El HANDIKO, visto desde la acera de enfrente, se veía majestuoso con sus cuatro plantas, dominando las esquinas de San Francisco con Nueva Fuera y por el otro lado con la Nueva Dentro. Aunque era de moderna construcción, se habían respetado las dos  escaleras, que partían hacía un lado y a otro, una vez dentro del portal. La escalera de la derecha daba paso a las viviendas y la de la izquierda a las oficinas.
   Rita circundó la barra y le salió al paso.
   - ¿Qué tal te ha ido? ¿Te tomas algo?   
   - No, entro ya, mira qué hora  es ya. Me duele casi más  que antes, tengo revuelto el estómago y estoy como una sopa -. Luego hablamos.
   Entró en el vestíbulo. Un Valverde sudoroso se debatía con el balde y la fregona.
   - Buenas tardes, Julita. ¡Vaya cómo vienes de agua! ¡Quítate la ropa que vas a coger un pelo! Puedo dejarte una camisa y como tienes las piernas preciosas... - invitó, deslizando una sonrisa jocosa.
   "¡Qué más quisieras!" - pensó Julia dirigiéndose al ascensor, con las sandalias encharcadas y sonriendo a Valverde.
   - Lo digo por tu bien, guapa - insistió desapareciendo por una puerta lateral.
   Un hombre enorme le alcanzó junto al ascensor.
   - Buenas tardes - saludó sacudiéndose la americana empapada.
   Julia dio un respingo y miró al hombre de refilón. Con la americana pegada al corpachón, parecía aún más grande.
   - No hay nadie en las oficinas - trató de mantener la calma -. El otro ascensor es para las viviendas. Tal vez...
   - Me esperan en el cuarto piso - interrumpió el gigante con brusquedad. Consultó una agenda y añadió con una mueca que se asemejaba a una sonrisa -: en la oficina del señor Iturralde.
   Julia frunció el ceño. Se trataba del último inquilino, un desconocido para todos, incluso para Valverde, que para enterarse de la vida y milagros de todo bicho viviente, era altamente eficaz. En el caso del extraño señor Iturralde, no se conocía ni siquiera a qué se dedicaba.
   - La úlcera no me da tregua - dijo cuando el ascensor llegó a la planta baja.
   La muchacha se obligó a sonreír. Una vez en el interior de la cabina, observó con disimulo a su acompañante por el espejo. Jadeaba con ansiedad, se acariciaba continuamente la prominente barriga y hacía gestos de dolor, obligando a Julia a empotrarse en el pequeño cubículo.
    - Yo también voy al cuarto - anunció. El ascensor comenzó  a elevarse.
   - ¿Trabaja usted en alguna de sus oficinas? - se interesó el de la úlcera.
   - En todas ellas - contestó la muchacha sin entusiasmo -. Soy la limpiadora.
   - ¡Qué lástima! Quiero decir que será un trabajo desagradable.
   - No lo crea. Una se acostumbra a moverse como una autómata, se puede pensar en cualquier cosa, escuchar música y carece de responsabilidades.
   - Mirándolo así... - se interrumpió para añadir seguidamente -: Es usted una mujer muy positiva.   
   El ascensor llegó al  último piso produciendo una brusca sacudida.
Julia contempló al indeciso grandullón en el centro del pasillo. Tenía los ojillos muy pequeños, azules y muy juntos. Cara de grillo. Moreno, con el pelo ensortijado, un poco largo para su edad. De labios sonrosados, dibujando una pequeña línea en la cara regordeta. Rondaría los cuarenta y tantos. Todo en  su rostro era diminuto, contrastando con la inmensidad del fulano. Las mejillas rollizas, la papada colgante, la ausencia de cuello y la barbilla recia le daban  cierto aspecto bonancible, sonreía con frecuencia, exhibiendo una perfecta y envidiable dentadura. Boqueaba como un pez falto de oxígeno fuera de la pecera. Rezumaba por todos los poros. A Julia le producía una mezcla de compasión y repulsión. Sin embargo, la mirada fría le confería un semblante casi terrorífico.
   - La oficina del señor Iturralde es la del fondo a la derecha - señaló la limpiadora.

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   Dos horas después seguía lloviendo con intensidad. Los truenos y los relámpagos volvieron a hacer acto de presencia. Se fue la luz y el silencio se instaló en el edificio.
   Julia caminó a tentón, palpando las paredes del pasillo del segundo piso, tratando de encontrar la escalera que parecía haber desaparecido repentinamente. Avanzó con sigilo hasta encontrar el barandado, al que se aferró, sintiendo una tenue alegría. Descendió un piso.
   "Un poco más y llegarás al vestíbulo" - se alentó. Nunca pensó en que llegaría el día de echar en falta a Valverde. Ahora  le necesitaba.
   Escuchó voces al final del pasillo. Se sobresaltó al reconocer la voz del voluminoso hombre que dejó en el cuarto piso hacia unas horas. 
   "¿Qué hacía en la primera planta?" - se preguntó,  tratando de reconocer la otra voz. Parecía venir de la primera oficina, la que llevaba meses vacía. Olvidó el descenso y siguió su instinto. Se acercó, moviéndose muy despacio hacia allí.
   - He encontrado a la chica. Trabaja en este edificio. Es la de la limpieza - escuchó que decía con serenidad el grandullón.
   A Julia se le aceleró el pulso y notó que el corazón buscaba acoplo en su garganta. 
   - "¿A qué se refería el tipo? - se preguntó temblando.
   Las palabras pronunciadas por una voz ronca y desconocida, le obligaron a retroceder rápidamente, sin ser consciente de dónde ponía los pies.
   - ¿Has pensado en que método utilizarás para eliminarla?
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lunes, 22 de julio de 2019

CUANDO LAS MUSAS SE ESCAPAN

   Aquí estoy, tediosa, paciente
a la espera de que se asomen las Musas, hasta ahora desobedientes, lejanas, tardías, insuficientes, déspotas, huelguistas,
añoradas, de vacaciones...
   Me encuentro alerta, espectante, por si se les ocurre aparecer de improviso, por si afloran tímidamente por algún resquicio del alma... 
   Esperando con los sentidos dormidos, empachados, ausentes, doloridos, extenuados, infieles...
   Vigilante, sinuoso el ánimo, latiente,
con la confianza insegura, cruzada de brazos...
   Desalentada, con las ideas borrosas, evaporadas, marchitas, aletargadas, descoloridas, en profundo sopor...
   Al acecho, atisbando ansiosa por las ranuras de la vida...
   Quedamente, sujetando las horas hasta que me atrapen las anheladas Musas.

lunes, 24 de junio de 2019

MÁXIMA TENSIÓN

      El coche se deslizó con suavidad y sigilo a lo largo de la calleja. Eran algo más de la una de la madrugada. No se escuchaba sonido alguno, esta zona estaba apartada de las calles de discotecas. El vehículo entró en un angosto callejón sin salida. En cuanto lo perdí de vista, volví a mis pensamiento caminando lentamente. La temperatura era agradable y me gustaba disfrutar de la ciudad a altas horas, tenía algo mágico y cautivador. Enseguida escuché unas voces lejanas y el sonido de las puertas de un coche al cerrarse, supuse que era el que había pasado unos tres minutos antes. Percibí pasos precipitados y luego otra vez silencio.
   Los primeros disparos dejaron a oscuras la entrada del  callejón y la calleja, en la dirección que yo llevaba. Sentí un escalofrío y me arrimé a la pared. Esperé un segundo o dos, con el corazón a punto de saltar del cuerpo. No se oía nada más pero me mantuve quieto. Imaginé que sabían donde estaba e intuí que no tardarían en venir en mi búsqueda. Cerré los ojos con fuerza, como si de esta manera pudiera ahuyentarlos. Palpé el móvil en el bolsillo trasero del pantalón pero sin atreverme a sacarlo para llamar a la policía. Pensé que algún vecino con mal dormir, se me adelantaría y que pronto oiría las sirenas salvadoras de la ertzaintza. En los siguientes cinco largos minutos nada de eso ocurrió. Sin embargo, sonaron voces lejanas con acento latino.
   - No tienes escapatoria - tronó una voz masculina -. Estás rodeado.
   Me senté en la acera de golpe y me moví arrastrándome unos metros hacía adelante. No sé qué me impulsó a avanzar hacia la refriega. Me refugié entre los contenedores de plástico y cartón. Me mantuve agachado. Observé la calle, que a cada segundo, parecía más tétrica. Escuché pasos. Uno de los atacantes se adelantó y quedó totalmente al descubierto. La camiseta blanca parecía fosforescente en la negrura de la acera. Desde el otro lado, alguien le respondió con tres disparos y por lo menos uno de ellos, atinó en en el hombro del muchacho.   
   - Creo que le he dado - escuché una voz alborozada, al otro lado de la calle.                                                                                          
   El herido reculó y se parapetó entre dos coches aparcados. Solo sus gemidos prolongados rompían el mutismo de la noche. Mientras tanto, sus secuaces respondieron con nuevas ráfagas. Después se hizo el silencio.
   Asustado, intenté mimetizarme al contenedor de cartón sin atreverme a realizar el más mínimo movimiento. Mi pavor crecía por momentos. De pronto una idea acudió a mi mente y a pesar de considerarme un tipo valiente, comencé a llorar como un chiquillo. Tal vez alguno de los agresores, diese una vuelta a la manzana, intuyendo que había alguien en los alrededores. Si me sorprendían, estaría perdido.
    - ¡Ríndete Farucho! - la voz irrumpió tan de repente y tan cercana, que dí un respingo y mi cabeza embistió con fuerza en el lateral del contenedor -. Si te entregas ahora, olvidaremos el incidente y no tomaremos represalias.
   -¡Farucho, majete. Ríndete de una vez! - me dieron ganas de añadir y maldije mi perra suerte. ¿Quién me mandaba dar un rodeo para disfrutar de la cálida nocturnidad?
   A continuación unos pasos certeros se aproximaban a mi. Me encogí un poco más. De refilón vi a un hombretón que pasó corriendo por la acera, armado con un rifle y que afortunadamente no se percató de mi presencia. El fulano se apostó en la esquina e hizo algunos gestos, indicando posiciones a sus compinches.
   Encogí las piernas y lentamente me di la vuelta para asomar un poco la cabeza. A un lado, atrincherados entre los vehículos aparcados, tres tipos recargaban sus armas. Instantes después dispararon al unísono. Recorrieron de espaldas un trecho. Se acercaron hacía mi por la otra acera. ¿Qué sería de mi si decidían refugiarse entre los contenedores de la otra acera, donde me encontraba apostado? Rechacé la idea y traté de mantener la calma.  Ahora resultaba que el rodeado era yo, el único testigo.
   Una piedra voló sobre mi cabeza y fue a parar a los pies de uno de los delincuentes que se refugiaban en la otra acera.
   Inmediatamente un disparo fue a incrustarse en el contenedor donde estaba apoyado y acto seguido, un segundo tiro debió alcanzar de lleno al tipo que custodiaba la esquina de la acera donde yo permanecía petrificado. Intuí que había sido así porque el tío dio un aullido estremecedor y hubo un ruido sordo, como el que hace un bulto grande al caer.
   - ¡Le he dado de lleno! - celebró alguien del bando rival y las risas estallaron -. Ha caído, creo que muerto y una mancha de sangre invade la acera.
   Pensé que podía haberse ahorrado los detalles. Los muchachos se acercaron a mi posición, sin dejar de disparar. Desde el otro lado, les respondieron de igual manera. Pasaron a mi altura sin dirigirme una mirada.
   Los del otro bando corrían por mi acera, deduje que para recoger a su hombre. Bordeé el contenedor y me quedé de cara a la  calzada, rogando que no hubiera nadie enfrente. Paralizado pensé de nuevo, dónde coño estaba la ertzaintza o el Séptimo de Caballería, llegado a este punto, me daba igual quién apareciera.
   No se cuanto tiempo estuve literalmente empotrado al contenedor azul pero me pareció una vida. El silencio volvía a ser pesado y atronador. Cuando por fin decidí volver a la acera, no había ni rastro de los pistoleros, sólo una mancha negruzca teñía el pavimento. A lo lejos sonaron las primeras sirenas. Siempre llegan tarde pero me sentí reconfortado...
   Abandoné el lugar antes de que llegarán las patrullas, no estaba dispuesto a hacer declaraciones...

   Apagué el ordenador. No estaba mal aquel nuevo juego futurista. Ponía los pelos de punta y la sangre bombeaba con frenesí. Te hacía sentir como un actor más, no solo fui un mero espectador, sino que me pude involucrar en la trama. Para ser la primera vez, estuve sembrado. Me moví de tal modo, que ninguno de los delincuentes advirtió mi presencia.

martes, 7 de mayo de 2019

      Sestea el tiempo
en jergones delirantes,
amodorrado en tu sueño perfecto,
anhelando recuerdos, arrullando sonrisas,
respirando tus gestos.

   Se acurrucan las horas tardías
entre las sombras del destino,
relegando la levedad
del calor frío de la primavera incipiente.

   Se adormece el crepúsculo
ajusticiando el abatimiento,
se regocija la maltrecha ventura,
se aniquila la alborada,
se tuerce la vida,
reverdece la memoria...
   Peregrinas, regresan las lágrimas...
  
   Ese tiempo aletargado 
de mediados de aquel abril quejumbroso,
que me confiscó tu presencia. 

lunes, 15 de abril de 2019

EL APRENDIZ DE LUCIFER. ULTIMA PARTE. EL SEÑOR RUIZ

      Huir de una casa por sufrir maltrato es muy duro. Lo digo con conocimiento de causa. El pobre Blas lo llevaba fatal, mucho peor que yo, que soy más duro y terco. El bueno de Blasillo parecía más escuchimizado de día en día. Tristón, cabizbajo y enclenque, se esforzaba por agarrarse a alguna de sus siete vidas, conservando una ilusión que menguaba a pesar del empeño. Como un par de desgraciados fuimos a dar con nuestros huesos a una casucha de mala muerte. Al dueño todos le llamaban señor Ruiz, pero entre nosotros le apodabamos Tontobobo. ¿Con qué propósito inhumano un animal lleno de maldad, disfrazado de persona, se lleva a un par de mascotas a casa? El tipejo disfrutaba humillándonos y 
golpeándonos, sobre todo a Blas, que ya digo, era el más débil.
   - ¡Qué todavía no me he presentado! Me apropié del nombre de mi amo y durante un tiempo me bauticé como Señor Ruiz, que me parece sonoro y casi elegante. Soy un gato, ¡cómo lo leen! De la misma camada que Blas. Ambos comunes y corrientes, marrones, con ojos verdes y bonitos, aunque sin pedigrí. Yo mucho más espabilado que Blasillo, que al igual que algunos humanos, era bastante pánfilo.
   Tontobobo nos mantenía vivos a base de porquerías y alimentos en  malas condiciones. En una ocasión Blas vomitó y el maltratador intentó estrangularlo. Si no llega a ser porque me lancé a defenderle, arañándole la cara, lo hubiera conseguido. Ese era el motivo por el cual solo podía tragar trocitos muy pequeños de comida. ¿Se puede ser más bestia que Tontobobo habiendo nacido con cuerpo de hombre y cerebro de diablo? 
   - ¡A ver si te mueres de una vez! - le aullaba, tirándole trozos grandes de maloliente pescado.
   Blasillo, le observaba con sus ojazos verdes brillantes y  carita de bueno, implorando algo de bondad.
   - No me mires así, que no me vas a enternecer. ¡Malditos gatos del demonio! - de reojo le contemplaba. El animalillo desmenuzaba los alimentos, con paciencia. Ese tesón por la supervivencia, le sacaba de quicio. Entonces aumentaban los golpes.
   La miseria duró dos interminables meses. Una noche, decidimos escapar. Malvivimos durante una semana, hasta que la vieja Juana encontró a Blas, que hasta entonces no tenía ni siquiera nombre. Me alegré por él.
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    Ambos somos callejeros, pero Blas es sensible, muy mimoso y hogareño. Me entusiasmó que la vieja no reparará en mi y lo acogiera en su hogar. Pronto se le vieron los beneficios: el pelaje brillante, la viveza en la mirada, los andares altaneros, el lomo recio. La buena alimentación y el amor obran milagros.
   En cuanto a mi, subsistía al amparo de los mal llamados aprendices de Lucifer, no me faltaba manduca de la buena ni tampoco estaba falto de carantoñas. Me gusta la bohemía, soy vagabundo, perezoso y un tanto golferas. Voy a mi aire, no tengo horarios, como y duermo donde quiero y cuando me apetece. No estoy obligado a nada. Nos seguiamos viendo a diario, Blas paseaba por la urbanización a sus anchas y conocía mi ruta. Como éramos casi idénticos -mi aspecto también mejoró mucho-, en ocasiones se la jugabamos a la vieja y yo me relajaba al abrigo del cálido hogar, mientras que Blas pernoctaba bajo las estrellas.
   Así transcurría nuestra vida regalada.
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   No daba crédito. Lo estaba viendo y no podía creerlo. Bloqueado, trataba de pensar algo con rapidez. ¿Qué podía hacer en semejante situación? ¡Nada! Y nada hice. Ni siquiera se me ocurrió una explicación  coherente. ¡Mairu Marzarén metía a Blas en un saco negro de la tienda del cascarrabias de Semprón y entraba a su casa por el ventano trasero del sotano-trastero!
   No me quedó más remedio que hacerme invisible a los ojos de los vecinos y sobre todo de la vieja.
   No puede negar que al principio me agrado. Para mi parecer, Blas estaba demasiado mimado por la vieja e incauto de mi, pensé que el crío pretendía quedarse con el gato. Creí que con Mairu aprendería un poco más de la vida. En ese momento no caí en la cuenta de que el chaval ignoraba las dificultades para tragar del pequeñín. Alérgico, no sé si era, la verdad. En eso estoy con el tendero. Igual era una patraña del veterinario.
   La noticia corrió como la pólvora y enseguida se empezó a hablar de secuestro y del rescate. Todos los vecinos, incluido Mairu, participaron en su búsqueda, pensar que un simple gato hubiera sido raptado no cabía en la sesera de nadie. Casi todos aseguraban que lo de los quinientos euros era una trastada de los críos. Únicamente yo conocía la verdad, pero ¿cómo explicarselo a la vieja?
   Escudriñaba por el ventanuco del sotano de los Marzarén, sin lograr ver a Blasillo. Tal vez el crío lo escondía en otra parte y cabía la posibilidad que los padres le apoyasen. 
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   La madrugada del 31 de diciembre fue espantosamente gélida. Me cobijé al resguardo. Al amanecer sentí unas pisadas cercanas, me desperecé intranquilo. Algo intuía mi ánimo. Mairu salió sigiloso del trastero, con una caja de cartón, una bolsa del Corte Inglés en la mano y expresión asustada. Lo escondió entre los árboles junto a su fachada y presuroso volvió al refugio.
   Me acerqué y descubrí el cadáver de Blasillo. Ahogué un maullido lastimero de dolor, rabia e irritación.
   - ¡Maldito Mauri! - exclamé.
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   "Razónalo, se inteligente", me dije. "No puedes hacer nada por el chiquitín, pero estás en tu derecho de darle un escarmiento al malandrín". Así que dicho y hecho. Me acerqué tranquilamente hasta la morada de la vieja. Maullé con fuerza. Arañé con insistencia la puerta sin obtener respuesta.
   "Estaría bueno, que la loca ésta se hubiera muerto de pena, ahora que me he decidido a cambiar de vida, dejar atrás la libertad errante, aburguesarme y guarecerme en la comodidad de una casa en condiciones. Aunque Juana me daba un poco lástima, sobre todo pensé en mi. A pesar de tener siete vidas, uno se va haciendo mayor y como el calor y los cuidados de un hogar no hay. El veterinario y las vacunas, me harían  falta más pronto que tarde y, ¡qué narices!, una oportunidad como esta no se presenta más que una vez en la vida, tal vez una vez en todas mis vidas. De algo me tenía que servir ser el calco de Blas. Pronto olvidaría ser el Señor Ruiz,  ¡para lo que me había servido!, nadie conocía mi nombre..."
   Me agazapé al abrigo de las macetas y me mantuve quieto y amodorrado. A mi sutil oído llegó el sonido de unos pasos inciertos. A regañadientes, renuncié al cobijo y me pegué a la puerta, maullando. La vieja regresaba del paseo mañanero. ¡Hay que estar rematadamente loca para salir de casa tan de mañana! Todavía estaba a tiempo de rectificar mi postura, la vida de trotamundos no resultaba tan mala, después de todo. Despistado meditaba, cuando escuché con algarabia:
   - ¡Blas! ¡Has vuelto a casa! - al siguiente instante sentí su calor y cariño.
   - Soy el Señor Ruiz - respondí casi ofendido, pero al momento comprendí que los humanos no entienden nuestra jerga.
   Después de un rato, al calor del hogar, circundamos la casa para llegar al patio. Por allí andaba Mauri con el saco negro e imaginé que con el cadáver del verdadero Blas.
Cada vez que recuerdo cómo me miró, me partó de risa. Mucho peor resultó la visita a la tienda del viejo gruñón, que se mostró tan borde como lo era siempre con los críos. Estiré el cuello y vi que manipulaba el famoso saco y en su interior yacía Blasillo.
   - ¡Mira el chalandrín! ¡Qué vivales! - me dije - ¡Dónde las dan, las toman, viejo cascarrabias!
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   - ¿Dónde vas, chaval? - Semprón cortó el pasó de Mairu que se quedó petrificado junto a la puerta del comercio.
   - Tengo prisa - respondió, iniciando de nuevo el camino.
   - El lunes, ya al cole, ¿no? - insistió el viejo con sonrisa sibilina.
   - Si, el lunes - lo dijo manifestando pereza.
   - Muy bien. Pero estoy convencido de que han sido unas vacaciones distintas a las demás.
   - ¡Claro! Muy distintas a las del verano, que son largas y hace calor.
   "¡Este crío es la leche!", pensé estirado en la acera, lamiendome las patitas.
   - ¡Claro! Las del verano son mucho más largas, pero en éstas han pasado cosas increíbles, ¿no es cierto? - el viejo parecía un juez implacable.
   - Tengo prisa - repitió el chiquillo, iniciando la marcha.
   - Seguro que alguna aventura para recordar habrás vivido - el viejo le sujetó con fuerza del brazo. Maullé un par de veces - solo estamos hablando un poco - dijo mirándome fijamente y luego dirigiendose a Mairu -: Parece que me tienes miedo. 
   - No tengo miedo - se envalentonó Mairu.
   - Pero estás asustado - sentenció Semprón, apoyando una mano grande en el hombro del chiquillo. Éste dio un respingo.
   - Tengo que irme - susurró rehuyendo al viejo.
   - Después del incidente de Blas, estás muy comedido - le propinó unas tortitas en el carrillo sonrosado, no para hacerle daño pero si con rabia.
   - Que tenga buen día - Mairu se dió la vuelta pero el viejo le detuvo.
   - Toma, chaval, sólo es un pequeño obsequio - se sacó del bolsillo de la bata gris dos  bolsas, una de nueces de macadamia y otra de almendras garrapiñadas. Buscó las manos enguantadas del crío.
   - No entiendo, usted nunca me ha dado nada - Mairu parecía sorprendido. Buscaba una razón medianamente coherente para que Semprón tuviera un detalle con él.
   - Es el Espíritu de la Navidad que se me despierta de vez en cuando. ¡Este año se ha manifestado! - aseguró con alegría fingida.
   - ¡Gracias! - exclamó echando a correr temeroso de que Semprón se arrepintiese.
   No entendía nada de lo que estaba sucediendo. Todo transcurría como una pesadilla. Blas había vuelto a casa y no tenía ni idea de quien era el gato muerto. Además, a veces, parecía observarle, como si supiera su secreto. Cuando no hacía nada malo, Don Semprón le propinaba mamporros y cuando secuestraba a un gato y se lo dejaba morir, le premiaba, asegurando que el Espíritu de la Navidad se le aparecía. La vieja estaba muy amable con él.
   - Moraleja - musitó sentándose junto a Blas -: Es más productivo hacer barrabasadas de vez en cuando. Tenlo en cuenta, Blas.
   Abrió la bolsa de garrapiñadas y se puso unas pocas en la palma. Alargó la mano hacia el hocico de Blas y éste, zalamero y rezongón, comenzó a comer.

viernes, 22 de marzo de 2019

EL APRENDIZ DE LUCIFER III PARTE. BUEN COMIENZO DE AÑO

    Dormitaba en el sofá arrebujada bajo dos mantas. Le gustaba amodorrarse tras la comida, aunque desde que Blas no estaba en casa, no lograba reposar más de quince minutos. Normalmente, a esas horas, la calle estaba relajada y no se escuchaba más que el susurro leve del silencio. De pronto se sobresaltó y con esfuerzo, logró incorporarse. Miró el reloj de pared, todavía eran las cuatro. Los chiquillos jugaban en la calle, disfrutando de las vacaciones navideñas. Pensó que aunque revoltosos, sus voces tiernas alegraban la vida de los vecinos. Lo comprendió todo al instante. ¿Cómo había podido ser tan tonta? La memoria le había pasado una mala jugada o tal vez fuera por la edad. Se sintió vieja. ¿Por qué pensó que Mairu, el chiquillo de los Marzaren estaba tras la diablura? Tal vez porque era el más altanero, el que plantaba cara y el más odiado por Don Semprón. Sintió un estremecimiento. Sentada en el sofá se arropó de nuevo con las mantas. Los críos canturreaban la misma canción que el día que le destrozaron el abeto. Esa tarde también vociferaban la tonadilla de "la chata Berenguela". Si los chalandrines jugaban en la calle, no podía destrozar el árbol en el patio. Se despertó de pronto con el ruido de la caída del abeto y el estallido de los adornos. Se dirigió todo lo rápido que sus piernas se lo permitieron a la puerta trasera. La oscuridad le permitió divisar una sombra grande que se alejaba en dirección al almacén de Don Semprón. Al salir hecha una furia tropezó con Mairu. ¡Pobre chiquillo! Pago su ira mientras el verdadero culpable se regocijaba a pocos metros. La sombra era de Semprón, no de Mairu. El tendero se empeñó en demostrarle que los críos tuvieron algo qué ver en la desaparición del felino. Ahora comprendía que los niños no hacían daño a los animales. Todavía sentaba, escuchó con claridad las voces infantiles: "La chata Berenguela güi, güi, güi/como es tan fina trico, trico, tri/como es tan fina lairó, lairó, lairó, ¡lairó!/Se pinta los colores güi, güi, güi/con gasolina trico, trico, tri/con gasolina lairó, lairó, lairó, ¡lairó!..."
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   A medianoche se sentó frente al Tarot. Enseguida apareció el Sumo Sacerdote invertido, indicando a una persona adulta con fines perversos. Acto seguido salieron la Torre y el Colgado, clara indicación de un ser maligno lleno de odio que lucubraba en torno a ella y sus seres queridos. Se le escapó un grito. No cabía duda: Semprón era el verdadero culpable del estropicio y del secuestro de Blas. "¿Con qué fin?", se preguntó.
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   Al día siguiente de la desaparición de Blas, Semprón le dio la idea de sembrar la urbanización y los alrededores con su fotografía y las características del minino. También puso especial empeño en que denunciase su desaparición. Únicamente pretendía mofarse de ella. En ese momento le pareció una idea genial, pero ahora, una vez  descubierta la fechoría, le parecía mezquino.
   - No siento empatía por nadie del barrio - le confesó en una ocasión -, pero con usted es diferente, doña.
   - ¡Cretino! ¡Hipócrita! - gritó malhumorada, sintiéndose engañada -. Pensar que a mis ochenta y nueve tacos, este imbécil me la ha metido doblada, tiene narices.
   Lo bueno era que Semprón desconocía lo que Doña Juana había descubierto y podía ser observado con suma atención. Sus miradas furtivas, resultaban engañosas; sus andares torpes, le parecían a la vieja mal intencionados; sus palabras de consuelo, mentiras arrogantes; sus escasas sonrisas, despiadados rictus... Todo en Semprón era una farsa y ella había confiado en él como en ningún otro vecino.
   Con la idea de sacar más información sobre el canalla, hizo una tirada a los caracoles. Trataba de indagar en la verdadera personalidad del comerciante. Las brillantes figuras le desvelaron que la muerte, el fraude y la mentira bailaban alrededor del siniestro vecino. ¿Qué maléfico secreto escondería?
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   No había una sola persona en la urbanización que no pensara que los autores de la llamada exigiendo los 500 euros de rescate del prisionero, no fueran los chiquillos. Antes de desenmascarar al tendero, la vieja también estaba segura de ello. Ahora no lo veía tan claro. Quinientos euros era una cantidad medianamente importante pero no estimaba a los muchachos capaces de semejante barrabasada. Le asaltó una nueva idea: Semprón resultaba un maltratador potencial, sobre todo con Mairu. No se trataba de que el chaval se hubiera transformado a sus ojos en un angelote, pero a cada minuto que pasaba, se convencía de que no era tan malo como aseguraba el tendero.
   - Me roba, doña Juana. Muchas veces le he visto colarse por el almacén - le repetía una y otra vez.
   - ¡Desgraciado! - explotó la vieja en la soledad de su jardín -. Me alegro por ello, por la de cachetes que le propinaba sin venir a cuento.
   Se prometió a si misma enmendar su agrio carácter con los mocetes, especialmente con Mairu. Los niños eran revoltosos pero carecían de maldad.
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    - Seguro que Blas aparece cualquier día sano y salvo - argumentaba Ana, la carnicero en el puesto del centro comercial -. ¿Quién va a secuestrar a un gato? ¡Es absurdo!
   - La llamada no ha sido más que una broma de los niños - aseguraba la madre de Mairu -, de muy mal gusto, eso también hay que reconocerlo. Pero estoy de acuerdo con Ana, andará por ahí.
   - ¡Pobrecito mio! Es alérgico al jamón de York.
   - ¿Alérgico Blas? - había preguntado Semprón, que también se encontraba en el puesto -. ¡Ésta si qué es buena!
   Ahora recordaba con nitidez todos los detalles y comprendía la maldad del hombre.
   Algunas de las presentes en el puesto disimularon la risa, estaba más que acostumbrada a ello. A casi todos los vecinos les parecía una vieja chiflada, era consciente de ello. Todavía entonces hubiera puesto la mano en el fuego por creer que Semprón era el único que no lo la juzgaba como tal.
   - El veterinario le recetó unas gotas que tiene que tomar una vez al día. No se puede interrumpir el tratamiento, pues puede morir.
   Mairu se acercó a la carnicería buscando a su madre y la vieja rememoraba ahora el interés del crío, que se quedó blanco al escuchar la historia.
   - El sacacuartos ése, se cree que por tener un título universitario, puede decir cualquier cosa. Honestamente, creo que le está tomando el pelo. ¡Con el hambre que hay en el mundo, doña! Usted dándole gotas al bicho, ¡hay qué joderse! - ahora comprendía que a Semprón le dominaba la rabia.
   - Blas no es un bicho - respondió la vieja con los ojos arrasados.
   - Si se tiene una mascota hay que cuidarla y mimarla, hombre - Ana se puso a favor de la vieja.
   - Cuando me lo encontré en la calle estaba medio muerto. Le di algo de comer. Al pobre se le veía sufrir mucho, le costaba tragar. El veterinario me dijo que habían intentando estrangularlo, así que me ocupé en partirle la comida en pequeños trocitos, hasta que se curó.
   - Pero le sacaron un pastón y a cuenta de unas pocas como usted, el matasanos de bichos, se está forrando - el canalla del tendero reía a carcajadas -. Le voy a decir la razón por la que se recuperó Blasito: porque los gatos tienen siete vidas.
   Los nervios del momento y la pesadumbre que sentía por la ausencia del amigo leal, no le dejaron ver la crueldad extrema que exhibía el que hasta entonces creía el mejor vecino.
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   Se mantuvo en un duermevela agitado durante horas. Tomó la determinación de levantarse. Se vistió y se abrigó con el bufandón de lana.  Con el bastón salió a la noche oscura y muda. Era el último día del año. Arreciaba la helada y sintió su gélido abrazo. Todavía no eran las seis de la mañana. Caminó sin rumbo, escudriñando entre los restos de desperdicios. A cada poco, iluminaba con la linterna cualquier rincón oscuro, con la esperanza mortecina de encontrar la carita redonda del gatito. Desconsolada y agotada retornó a la casa vacía. Escuchó un tenue maullido, ¿la imaginación le jugaba una mala pasada? Se frotó los ojos.
   -¡Blas! - voceó, cogiendo y arropando al tembloroso animalito entre sus ropajes -. ¡Has vuelto! ¡Tesoro!
   La mascota correspondió con lametones de agradecimiento a los besos de su ama. Una vez dentro le ofreció comida, agua y mimos y cuando Blas pareció mínimamente recuperado de su aventura, lo cogió en brazos y salió al patio trasero entusiasmada para dar la noticia a los vecinos. Únicamente se topó con Mairu. Portaba un pequeño bulto en un saco de tela de la tienda del desalmado Semprón. El crío se detuvo tan solo unos instantes. Parecía sorprendido y en el desconcierto, tartamudeó. Aunque diría que se alegró de ver a Blas de vuelta, tampoco era capaz de asegurarlo al cien por cien. Sin embargo, veinte minutos después tuvo la certeza de que al tendero no le hizo gracia. Se mostró huraño y maleducado. Literalmente, la rechazó.
   - No nos importa, ¿verdad Blas? Nos da igual cómo reaccionen los vecinos. Lo importante es que has vuelto con mamá. Eres el mejor regalo de Navidad - setenció Doña Juana entrando en casa y prendiendo la calefacción para que Blas se recuperase de sus correrías.

viernes, 15 de febrero de 2019

EL APRENDIZ DE LUCIFER II PARTE (UNA HISTORIA TRISTE)

   Le desagradaba todo lo referente a los niños. Su vida fue complicada, su niñez un infierno. Su madre, una mujer callada, anodina, llena de desesperanzas y de suspiros lacrados al alma. Vieja prematura e infeliz, los abandonó pronto. Resentida, se enfadó con la vida sin vivirla y se hizo amante de la muerte. Le dejó al cuidado de un padre insatisfecho, más amigo del juego y del vino que de críos. No le regaló jamás un mimo, ni siquiera una leve sonrisa o una temprana caricia pero sintió querencia por demostrarle a golpe de cinturón, quién mandaba en casa.
   Se lamentaba de su mala estrella, de no gozar de los padres adecuados, de no experimentar otras suertes, ésas, que con envidia y desprecio, adivinaba en las vidas de otros niños alejados de su barrio. Todo ello le apresuró al mal carácter, a ser hombre huraño y a maltratar a otros críos cuando la oportunidad se presentaba. Callaba argumentos y hablaba a tortas y patadas porque de algún modo tenía que desnudarse de la rabia y el desconsuelo.
   Cada vez que su padre le marcaba la espalda se juraba que no traería desgraciados al mundo, a ese mundo decapitado de alegrías como el suyo. Ahora repetía patrones, era lo único que le enseñaron, lo único que aprendió: atizar mamporros a los más débiles.
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   Le acechaba desde que accedió a la trastienda por el patio trasero, aunque enseguida se distrajo con los resultados de fútbol que se escuchaban lejanos en la radio de la tienda. Se acercó al aparato para subir el volumen y cuando volvió a su posición primitiva, Mairu abandonaba el recinto.
   "Maldito chiquillo", se dijo. Era absurdo intentar alcanzarle. A sus cincuenta y cinco años y sus muchos kilos de más, las piernas no le daban para muchas carreras. Ya se presentaría la oportunidad de pillarle. El regocijo sería mayor. Arrear un tortazo cuando no se espera ni se conoce la razón, le resultaba muy placentero.
   No habían transcurrido ni cinco minutos, cuando le llegó nítida y enfadada la voz chillona de la loca Juana. Se asomó al patio. La vieja había cazado al mozalbete. El deleite estaba a punto de cumplirse. Alborozado, encendió un cigarrillo, mascando la satisfacción que pronto experimentaría. Mientras caminaba, bordeando el cuidado parterre, escudriñando tras el seto, meditaba sobre la razón que le movía a maltratar a Mairu. En contra de lo que pensaba la vieja, estaba absolutamente convencido de que los malandrines llegarían lejos y especialmente aquel crío, pues era el más espabilado. Por esa tonta razón se la tenía jurada, porque era el más valiente, el más contestón, el que plantaba cara y el más orgulloso. Cualidades que el tendero no poseía. Para su desesperación, la madre le defendía. En cierta ocasión, le amenazó con denunciarle si volvía a ponerle la mano encima a su retoño, que era maltrato infantil, le dijo. ¡Si él hubiera tenido unos padres dispuestos a defenderle! No había ni color. El barrio de su niñez era un pobre agrupamiento de casuchas amontonadas en callejas embarradas y llenas de basura. El barrio donde crecían los aprendices de Lucifer era residencial. Era otra de las razones que obligaba a los críos a llegar lejos en la vida.
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   La vieja estaba totalmente chiflada ¡Si ella supiera cómo fue su infancia, lo de los aprendices de Lucifer, se hubiera quedado en un parvulario de Ursulinas! Le caía fatal, como los demás residentes del barrio pero no le quedaba más remedio que hacer de tripas corazón. Todo por mantener abierto el negocio.
   La gamberrada de los chiquillos había enervado a la vieja. El chalandrín se defendía con los ojos arrasados, algunas lágrimas descendían lentamente por su carita redonda. Se sentía avergonzado, igual que el niño Semprón, cuando tras la paliza, su padre le ofendía llamándole cobarde y nenaza.
   En cuando llegó al punto del conflicto, le arreó un sopapo y pasados unos minutos, otro más. Se sintió fuerte. El mocoso le devolvió una mirada valiente.
   ¡Pobre Don Semprón! Pocas cosas le regaló la vida, salvo una existencia miserable y mucha cobardía. Aprendió a soportar y a callarse, a guardarse la rabia y las respuestas, a disimular la irritación, a esconder la inquina malsana que sentía, a robar y a matar... la vida también le enseñó a matar.
   En marzo cumpliría treinta y tres años enmascarando su verdadera identidad y arrastrando la vida de otro. El paso del tiempo había velado los recuerdos. Supervivencia era la palabra más hermosa. Se disculpaba pensando que los daños colaterales, a veces son necesarios. Por una vez, fue inteligente. Mató a un hombre sin sentir remordimientos. Fue una necesidad. Algunas oportunidades llaman a tu puerta solo una vez y él supo aprovecharla. Esa persona le resolvería el futuro. La miseria es mala compañera de camino, nadie que no la haya experimentado, tenía derecho a juzgarle. En caso de ser descubierto, ése sería el argumento: Fue una simple cuestión de supervivencia. Semprón se llamaba el hombre. Lo conoció por casualidad. Contaba unos años más que él y portaba la titularidad de un pequeño comercio y la licencia para la apertura. Nadie le conocía en el lugar, no tenía familia. Era un trotamundos, como él. Se convirtió en su salvoconducto.
   Lo apuñaló por la espalda sin pesadumbre. Como un eco le llegó la voz nítida del padre.  "¡Cobarde!"
   Le arrebató el dinero, la documentación y hasta el nombre. Los documentos del auténtico Semprón le otorgaron una nueva existencia, la misma con la que soñaba desde que pudo albergar recuerdos. Se olvidó de su nombre, del barrio chabolero, del padre egoísta y sobre todo de la miseria.
   Aquella mañana fresca solo el rocío le acompañó en la nueva travesía.
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   Cuarto día de secuestro del maldito bicharraco de la vieja. Sonrió divertido, aunque le empezaba a cansar la travesura infantil. Se maldijo una vez más por no contar con la iniciativa de los muchachos. Para él resultó bien difícil mostrar una pizca de imaginación. A cambió contó con la hebilla del cinturón, amenazante y cercana. Detalle suficiente para cortar cualquier tipo de creatividad. Quien quiera que fuese el que realizó la llamada telefónica evidenciaba mucho ingenio.
   "Pedir rescate por el secuestro de un gato ¡Un gato! ¡Manda cojones!", se dijo entre divertido y colérico.
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   Atisbó por el ventanuco del pasillo que daba al patio trasero. La mañana estaba fría. Un silencio vago y desvaído envolvía a la soñolienta  urbanización. Le extrañó que el aprendiz de Lucifer anduviese tan madrugador en vacaciones. Marchaba decidido con el sobresalto pintado en el semblante. Circundó el patio. Don Semprón cruzó la casa con rapidez. Con cautela pretendió elevar la persiana del balcón de la fachada principal. Escudriñó la avenida desolada y sigilosa. El criajo avanzaba a paso ligero con un saco de los que regaló las navidades pasadas en la mano. Dirigió la mirada hacía las ventanas y le pareció que sonreía con malicia. "¿Qué tramará el granuja?", se preguntó el tendero. Descendió apresurado, procurando que no crujiesen los peldaños de madera. Descorrió los postigos. Se mantuvo alerta unos segundos. Fuera no se escuchaba ningún sonido. Dio dos vueltas al llavín, con la vaga esperanza de atrapar a Mairu. Abrió después de desconectar la alarma. El saco descansaba a un lado de la puerta. El mozalbete trotaba silbando, despreocupado, embutido en la chamarra. Agarró la bolsa y volvió a encerrarse en el interior de la tienda oscura. Revisó el contenido.
   - ¡Me cago en la leche! - exclamó al descubrir el gato muerto -. ¡Es verdad que esos malandrines te secuestraron!
   - ¡Mire, Don Semprón! ¡Blas ha vuelto a casa! - todavía tenía el saco en la mano, cuando escuchó alegre a la vieja, que abrió la puerta sin ser oída.
   - Me alegro mucho, Doña - respondió desconcertado y sin poder disimular el asombro.
   - Ha sido como un milagro - argumentó la vieja.
   - Perdóneme, pero tengo algo importante que hacer - casi empujó a la vieja, cerró la puerta y bajó de un golpe seco la persiana veneciana.
   "¿Qué hacía el crío con un gato muerto?, reflexionó sobre el asunto. Revisó de nuevo el contenido del saco, como para cerciorarse de que no se trataba de una alucinación. ¡Parecían gemelos!
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