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miércoles, 30 de octubre de 2019

LA IDEA MUERTA (SEGUNDA PARTE)

   - Buenas tardes, señor Iturralde - oyó Julia que decía el grandullón, después de llamar con los nudillos en la puerta del despacho. Seguidamente el enorme corpachón desapareció y el silencio inundó el pasillo.
   Debido al retraso que la limpiadora llevaba en la faena, se olvidó inmediatamente del hombre y cargada con fregona, cubo, trapos, bayetas y mopa se dispuso a comenzar su rutina con celeridad.
   Burt accedió al despacho vacío. Bordeó la mesa. Ocupó el sillón  y esperó nuevas instrucciones. Pronto recibió el whatsApp esperado.
   - El pen drive está en el segundo cajón del archivador - rezaba el mensaje.
   - Entendido - respondió Burt.
   Con movimientos torpes abandonó el cómodo asiento.  Siguió las instrucciones y colocó el pen drive en el ordenador que descansaba sobre la impecable mesa. La pantalla de un mar azul le franqueó la entrada. Copió las instrucciones y anotó algunas cosas en la libreta  que llevaba en el maletín. Una vez acabado el trabajo, apagó el ordenador, guardó el pen drive en el bolsillo interior de la americana empapada.  Jugueteó con las llaves en el interior del bolsillo del pantalón. Sin abandonar el sillón, observó la calle  desierta. El aguacero persistía y el agua corría Fueros abajo con intrépida velocidad. Consultó el VICEROY, todavía faltaban cuatro minutos. Con ayuda de las llaves, abrió uno a uno todos los cajones. Como imaginaba todos estaban vacíos. Lo mismo encontró en el archivador. Hizo  un gesto aprobatorio.
    "Lástima que una joven tan minuciosa en su trabajo esté predestinada a tan mala suerte" - se dijo al observar que no había ni gota de polvo en la oficina.
   Volvió a estudiar a los pocos transeúntes que caminaban por la turbulenta calle San Francisco. La tormenta le favorecía. Sonrió complacido palpándose el abultado vientre y como si fuera motivo de celebración, soltó un eructo haciendo un gesto de placidez.
   Volvió a consultar el reloj. Frunció el ceño. Algo iba mal. Comprobó el sonido de su smartphone. Lo dejo sobre el escritorio con el mismo celo que si portara una bomba. ¿Cuál sería la causa del retraso de Bart? La inquietud se apoderaba de Burt. Tamborileó los dedos sobre el escritorio reluciente. Escudriñó el exterior. Seguía lloviendo a cántaros. Estudió la copia de Renoir. Una cuadrilla compuesta por hombres y mujeres, aparecían en buena armonía comiendo y bebiendo. Parecían alegres. Bert aseguró que se trataba de "El almuerzo de los remeros". Ese día sintió una mezcla de rabia y envidia. La sabiduría femenina resultaba superior a la masculina. Ellas poseían todas las armas para conquistar el mundo, sin contar con la minuciosidad, tenacidad e intuición que aportaban a cada empresa que realizaban. Allí estaban ellos, Bart y él, a cual más tonto. Luego llegó Ella, Bert, el Cerebro, la Idea. Llegó altiva y decidida para escupirle en plena cara que su idea estaba muerta, así, ¡con un par de ovarios! y mirándole fijamente. Ella fue la Planificación y sería el Resultado.
   Tan absorto estaba ante la reproducción que se sobresaltó con la llegada del primer whatsApp.
   - Bert fija las 6 de la mañana para empezar la maniobra.
   - Perfecto - respondió poco convencido.
   - ¿Has tenido algún problema?
   - Ninguno pero he anotado algunas cosas que me gustaría matizar un poco más.
   Hubo una pausa comprometedora. Ambos se mantuvieron en línea sin decir nada.
   - ¿Qué cosas? Está todo programado.
   - Tengo algunas dudas.
   - ¡No me jodas! Ahora no puedes salir con ésas.
   - Son tonterías, ya lo sé. No lo puedo evitar. En todo trabajo afloran ciertas vacilaciones.
   - Estás paranoico.
   - Debo reconocer que...
   - ¿Qué?
   - Estoy convencido de que algo saldrá mal.
   - Desde el primer momento has estado de acuerdo en todo. No entiendo qué cojones te pasa ahora.
   - Es solo que después de conocerla...
   - ???
   - Parece buena gente. Es trabajadora, buena en lo suyo.
   - Nos aseguraste que eras experto en estas cosas.
   - Y lo soy.
   - Entonces, no hay nada más qué hablar. No te olvides de borrar la conversación.
   - Espera, espera... Tengo una corazonada...
   - ¡Cojonudo, tío! Nosotros no tenemos corazonadas. Es cosa de mujeres.
   - Esa chica no se lo merece.
   - ¡No me jodas, tío! ¿Quién crees que se merece algo así?
   - No lo sé.
   - ¡No lo sabes! ¡Eres la leche, tío! ¡Tal vez creas que Bert, tú o yo nos merecemos la puta suerte que hemos tenido en nuestra puta vida! ¿Es eso lo que crees?
   - Te estás exaltando demasiado. Solo ha sido un puto comentario.
   - ¡Pues métete tu puto comentario por donde te quepa, gilipollas!
   Hubo una pausa. Ambos se mantuvieron conectados y a la expectativa.
   - ¿Conforme? - escribió Bart.
   - Conforme - mintió Burt.
   - Bien. Borra todo, sal del despacho, baja a la planta primera. Ahora aviso a Bert, ten cuidado de que no te vea nadie. Y sobre todo se convincente. Todo va a salir bien.
   Burt siguió las instrucciones al pie de la letra.
   El ascensor ascendía cuando comenzó a bajar por la escalera despacio, resoplando, parándose en cada descansillo para tomar oxígeno. Alcanzó el pasillo. El silencio le resultó pesado y le puso nervioso. Avanzó cautelosamente, procurando que las pisadas no produjeran ningún sonido. Accedió al primer despacho. Bert le esperaba sentada en la única silla que había en la vacía estancia. Tenía los dedos de las manos entrelazados, descansando sosegadamente sobre el regazo. Con las piernas cruzadas, una balanceando, la otra bien asentada en la baldosa. Erguida, exhibiendo una mueca mordaz o tal vez fuera una sonrisa sórdida, enmarcada en unos labios rojos, ese rojo que lucen las fulanas en las películas de gánsteres. ¡Aquella mujer le descolocaba!
   - Te has retrasado - susurró con  voz ronca impostada -. ¿Ha habido algún problema?
   - No he querido correr riesgos - evitó mencionar sus dudas -. El ascensor funcionaba y para eludir contratiempos, he apostado por bajar andando.
   - ¿Existe alguna dificultad?
   - No - meditó la respuesta. Cabía la posibilidad de que Bart le hubiera puesto al corriente sobre las posibles dudas -. Me hubiera gustado mantener una última conversación entre los tres, antes de pasar a la acción.
   Bert le dedicó una mirada gélida. Elevó una ceja mostrando desconcierto.
   - Bart y yo no lo creemos necesario - añadió poniéndose en pie.
   Burt  apretó los labios con desaliento.
   La oficina se iluminó repentinamente, después del ensordecedor trueno. Un segundo después la oscuridad les envolvió.
   - Tú mandas - aseguró Burt resuelto.
   Ninguno hizo alusión al apagón.
   - ¿Has pensado en qué método utilizarás para eliminarla? - inquirió Bert sonriendo, aunque en la oscuridad Burt no pudo percibir el gesto.
   De inmediato escucharon un ruido estridente de cacharros rodando, seguido de un grito terrorífico y un golpe producido por un cuerpo al desplomarse. En ese instante Burt tuvo la absoluta certeza de que sus dudas tenían una base bien fundamentada. Algo comenzaba a ir mal. Bert sin embargo consideró el apagón y las consecuencias como un golpe de suerte.

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