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miércoles, 9 de octubre de 2019

LA IDEA MUERTA (PRIMERA PARTE)

   Un estallido estremecedor invadió la tarde que en escasos minutos se tornó oscura y siniestra. Treinta minutos antes el cielo, impecablemente vestido de azul, no presagiaba el desastre. El primer trueno llegó repentino. A pesar de no haber dado todavía las seis, inquietantes nubarrones ennegrecieron la ciudad repentinamente. Nezgruzcos cumulonimbos se apoderaron de las alturas. 
    "Lo qué faltaba! Ahora tormenta y yo sin paraguas. Esto no estaba anunciado" - pensó Julia.
   Enfiló despacio por  General Álava, dejándose envolver por el asfixiante calor. Como cada vez que acudía a la consulta del dentista, se sentía invadida por un gran malestar. Se le revolvía el estómago, tenía mareos, ganas de vomitar.
   Al paso del tranvía, una sucesión de truenos y relámpagos espeluznantes, le obligaron a acelerar el paso. Las primeras gotas, tremendas y ágiles, besaron el asfalto caliente. Los transeúntes se refugiaron bajo las cornisas. Un relámpago clareó el ceniciento cielo y el trueno estalló de inmediato.
   Julia se refugió en Carrefour. Sintió la boca dormida, la lengua gorda, como si fuera una bola gigante de goma. Con disimulo se sacó el algodón que le taponaba el hueco de la muela que le habían extirpado. Comprobó que apenas estaba manchado de sangre. Lo envolvió con delicadeza en un clines y lo escondió en el bolsillo del pantalón. Se palpó el labio con suavidad. Tuvo la impresión de tenerlo hinchado, sintió vergüenza, ¿qué pensaría la gente?
   "No seas tonta, Julia - se dijo a sí misma - ¿Qué quieres que piensen? Nadie ha reparado en ti. Todos están pendientes de la tromba que está cayendo"
   Rebuscó en el bolso con manos nerviosas el móvil. Dio con el contacto del trabajo.
   - Edificio HANDIKO - le respondió el conserje de mala gana después de un rato interminable.
   - Valverde, me ha pillado la tormenta - anunció Julia, con la garganta rasposa como si se hubiera tragado un estropajo, sin pronunciar bien o así se lo pareció y limpiándose con un clines un hilillo de baba que descendía descarado por su barbilla.
   - No te preocupes, Julita guapa. Todos se han marchado ya. Me has pillado achicando el agua que ha entrado en el vestíbulo.
, Le pareció una amenaza tener que pasar el temporal con la única compañía del siniestro conserje. Tal vez estuviera redimido pero a juicio de Julia, un asesino no dejaba de serlo por mucho que hubiera cumplido su condena: veinte años de cárcel. Apuñaló a un hombre a sangre fría a los veintitrés años. Llevaba casi un año ejerciendo labores de conserje en el HANDIKO. Traspasando diariamente la misma puerta principal que abogados, notarios, asesores, consultores o arquitectos; casi un año codeándose con personas leídas y estudiadas, que le trataban con respeto y educación y le llamaban por el apellido, "Valverde, ¿puede usted traerme esto?"... "Valverde, llévese aquello, por favor"... "Muchas gracias, es usted muy amable, Valverde"... Sin embargo a ella, que era una mujer honrada de los pies a la cabeza y que jamás se le  había pasado por la imaginación cargarse a nadie, le trataban a zapatazo, le tomaban por el pito de un sereno, jamás le daban las gracias por nada y se dirigían a ella con desfachatez: "Julita, rica, te has olvidado de quitar el polvo en mi despacho", "Anda, guapa, barre corriendo, que es para hoy", "Oye, bonita, que se ha acabado el papel higiénico y no te enteras, que vete a saber en qué estás pensando"... Rita, la de la cafetería del bajo, que era también estudiada  pero con mala suerte y sin apellido importante y no tenía más remedio que conformarse con ser camarera, decía que esa diferencia en el trato se debía a una idea machista y que también cabía la posibilidad de que tuvieran temor de que a Valverde se le cruzasen los cables y volviera a las antiguas prácticas y se cargará a algún bocazas de aquellos.
   - ¿Quién va a tener los santos huevos de tratar a Valverde de cualquier manera? - aseguraba Rita con frecuencia  -. Es pura supervivencia y una manera de evitar que se convierta en un asesino en serie.
   Quince minutos después, abandonó el confortable refugio. El aguacero le acompañó el resto del camino.  Una vez más a contracorriente, parecía ser su sino. El agua descendía cuesta abajo por la calle Fueros, mientras ella sorteaba los charcos cuesta arriba. Llegó al trabajo calada y a pesar del calor, con sensación de frescura.
   El HANDIKO, visto desde la acera de enfrente, se veía majestuoso con sus cuatro plantas, dominando las esquinas de San Francisco con Nueva Fuera y por el otro lado con la Nueva Dentro. Aunque era de moderna construcción, se habían respetado las dos  escaleras, que partían hacía un lado y a otro, una vez dentro del portal. La escalera de la derecha daba paso a las viviendas y la de la izquierda a las oficinas.
   Rita circundó la barra y le salió al paso.
   - ¿Qué tal te ha ido? ¿Te tomas algo?   
   - No, entro ya, mira qué hora  es ya. Me duele casi más  que antes, tengo revuelto el estómago y estoy como una sopa -. Luego hablamos.
   Entró en el vestíbulo. Un Valverde sudoroso se debatía con el balde y la fregona.
   - Buenas tardes, Julita. ¡Vaya cómo vienes de agua! ¡Quítate la ropa que vas a coger un pelo! Puedo dejarte una camisa y como tienes las piernas preciosas... - invitó, deslizando una sonrisa jocosa.
   "¡Qué más quisieras!" - pensó Julia dirigiéndose al ascensor, con las sandalias encharcadas y sonriendo a Valverde.
   - Lo digo por tu bien, guapa - insistió desapareciendo por una puerta lateral.
   Un hombre enorme le alcanzó junto al ascensor.
   - Buenas tardes - saludó sacudiéndose la americana empapada.
   Julia dio un respingo y miró al hombre de refilón. Con la americana pegada al corpachón, parecía aún más grande.
   - No hay nadie en las oficinas - trató de mantener la calma -. El otro ascensor es para las viviendas. Tal vez...
   - Me esperan en el cuarto piso - interrumpió el gigante con brusquedad. Consultó una agenda y añadió con una mueca que se asemejaba a una sonrisa -: en la oficina del señor Iturralde.
   Julia frunció el ceño. Se trataba del último inquilino, un desconocido para todos, incluso para Valverde, que para enterarse de la vida y milagros de todo bicho viviente, era altamente eficaz. En el caso del extraño señor Iturralde, no se conocía ni siquiera a qué se dedicaba.
   - La úlcera no me da tregua - dijo cuando el ascensor llegó a la planta baja.
   La muchacha se obligó a sonreír. Una vez en el interior de la cabina, observó con disimulo a su acompañante por el espejo. Jadeaba con ansiedad, se acariciaba continuamente la prominente barriga y hacía gestos de dolor, obligando a Julia a empotrarse en el pequeño cubículo.
    - Yo también voy al cuarto - anunció. El ascensor comenzó  a elevarse.
   - ¿Trabaja usted en alguna de sus oficinas? - se interesó el de la úlcera.
   - En todas ellas - contestó la muchacha sin entusiasmo -. Soy la limpiadora.
   - ¡Qué lástima! Quiero decir que será un trabajo desagradable.
   - No lo crea. Una se acostumbra a moverse como una autómata, se puede pensar en cualquier cosa, escuchar música y carece de responsabilidades.
   - Mirándolo así... - se interrumpió para añadir seguidamente -: Es usted una mujer muy positiva.   
   El ascensor llegó al  último piso produciendo una brusca sacudida.
Julia contempló al indeciso grandullón en el centro del pasillo. Tenía los ojillos muy pequeños, azules y muy juntos. Cara de grillo. Moreno, con el pelo ensortijado, un poco largo para su edad. De labios sonrosados, dibujando una pequeña línea en la cara regordeta. Rondaría los cuarenta y tantos. Todo en  su rostro era diminuto, contrastando con la inmensidad del fulano. Las mejillas rollizas, la papada colgante, la ausencia de cuello y la barbilla recia le daban  cierto aspecto bonancible, sonreía con frecuencia, exhibiendo una perfecta y envidiable dentadura. Boqueaba como un pez falto de oxígeno fuera de la pecera. Rezumaba por todos los poros. A Julia le producía una mezcla de compasión y repulsión. Sin embargo, la mirada fría le confería un semblante casi terrorífico.
   - La oficina del señor Iturralde es la del fondo a la derecha - señaló la limpiadora.

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   Dos horas después seguía lloviendo con intensidad. Los truenos y los relámpagos volvieron a hacer acto de presencia. Se fue la luz y el silencio se instaló en el edificio.
   Julia caminó a tentón, palpando las paredes del pasillo del segundo piso, tratando de encontrar la escalera que parecía haber desaparecido repentinamente. Avanzó con sigilo hasta encontrar el barandado, al que se aferró, sintiendo una tenue alegría. Descendió un piso.
   "Un poco más y llegarás al vestíbulo" - se alentó. Nunca pensó en que llegaría el día de echar en falta a Valverde. Ahora  le necesitaba.
   Escuchó voces al final del pasillo. Se sobresaltó al reconocer la voz del voluminoso hombre que dejó en el cuarto piso hacia unas horas. 
   "¿Qué hacía en la primera planta?" - se preguntó,  tratando de reconocer la otra voz. Parecía venir de la primera oficina, la que llevaba meses vacía. Olvidó el descenso y siguió su instinto. Se acercó, moviéndose muy despacio hacia allí.
   - He encontrado a la chica. Trabaja en este edificio. Es la de la limpieza - escuchó que decía con serenidad el grandullón.
   A Julia se le aceleró el pulso y notó que el corazón buscaba acoplo en su garganta. 
   - "¿A qué se refería el tipo? - se preguntó temblando.
   Las palabras pronunciadas por una voz ronca y desconocida, le obligaron a retroceder rápidamente, sin ser consciente de dónde ponía los pies.
   - ¿Has pensado en que método utilizarás para eliminarla?
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