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martes, 26 de noviembre de 2024

NO PRETENDAS BARRER EN EL DESIERTO

 



      - Esfuércese, por favor. Comprenda que no lograremos avanzar si no pone de su parte - la voz del psiquiatra sonó suave, nítida y paciente -. ¡Lo conseguirá!

  - Lo conseguiremos - musitó el paciente con desgana, tras permanecer largo rato en silencio -. Soraya no cesaba de repetírmelo. "¡Lo conseguiremos! ¡Lo conseguiremos! ¡Lo conseguiremos!"... 

  - Avancé en el relato, por favor señor Sánchez - interrumpió el facultativo pacientemente -. Repetir las mismas frases una y otra vez no le ayudará a avanzar. Créame, es necesario que me cuente todo lo que recuerde.

  - Me apeé del coche una vez más - obedeció el paciente sin variar la expresión de desaliento -. No me aparté más de dos metros y fue solo un momento. Necesitaba estirar las piernas y me vinieron ganas de orinar. Entre todos dispusimos una zona para realizar nuestras necesidades. No se puede imaginar el hedor que emanaba aquel reducido espacio en plena autopista...

  - Cíñase a lo más importante, se lo ruego - el doctor entornó los ojos cansados mientras jugueteaba con el bolígrafo. De vez en cuando anotaba alguna cosa en el ordenador. Calculaba los metros de la sala, se abrochaba los botones de la bata para desabrocharlos seguidamente.

  - Lo había hecho muchas veces - continuó el paciente cansinamente -. ¿He dicho muchas veces? Fueron cientos, miles... En la mil una, me cortó el paso el maldito psicópata y ya conoce el resto...

  - No, señor, no lo conozco. Quiero escuchárselo contar a usted.

  - ¿No lo sabe? ¡Claro! ¡Qué va a saber usted! ¡No estuvo allí! Y porque no lo sabe, estoy yo ahora aquí - hizo una pausa breve para seguir hablando con rabia, enfurecido, dolido -. Usted está recogiendo datos del atasco. ¿Qué harán después con las miles de historias referentes al tema? ¿Publicarán un libro? ¿Rodarán una película? ¿Tal vez un documental? Se trata de nuestra miseria. ¿No lo comprende?

  - Trato de ayudarle.

  - ¡Venga, hombre! ¡No me tome el pelo! 

  - Tiene que superar el trauma. Estoy aquí para ayudarle.

 - ¿El trauma? ¿Usted cree que permanecer durante mas de seis meses en un embotellamiento se reduce a un mero trauma? Hágaselo mirar.

  - Siga con el relato - desoyó el psiquiatra comprensivo -. Cuénteme todo lo que desee, cualquier cosa que se le ocurra referente a esos días.

  - ¿Sabe lo que pienso? Que los primeros que deben arreglar sus cabezas, son ustedes, los responsables de que los supuestos inadaptados, volvamos a formar parte de la sociedad. 

  - Soy psiquiatra - confesó el profesional adelantando el torso -, pero créame, no estoy loco.

  - Empiece por curarse usted mismo - repitió rechazando las palabras del experto con desdén -. Hágase esas preguntas y trate de buscar soluciones.

  - No estuve en el atasco.

  - Quiero olvidar esos días - el señor Sánchez bajó la mirada, centrándose en los zapatos -. Presiento que no superaré nunca esta experiencia y usted será el culpable.

  - ¿Cree que soy el culpable de lo que usted ha vivido? - sonrió.

  - De lo vivido no, por supuesto pero si continua empeñándose en que recuerde lo que deseo olvidar, nunca podré superarlo.

 - Se equivoca. Le ayudará a salir, ya lo verá pero no pretenda barrer en el desierto - propuso el de la bata blanca.

  - Soraya aseguraba que lo conseguiríamos - insistió después de permanecer en silencio algo más de cinco minutos. Fíjese, ella consiguió salir. ¡Ya lo creo!  Pero, ¿a qué precio? ¡En una bolsa de plástico precintada! Semejante a un bocata envuelto en papel albal. Allí me quedé yo. Roto. Sintiendo lástima de mi mismo y consolado por malolientes barbudos y sucios desconocidos. Contando los días y las noches, como náufragos de la carretera...

  - Es necesario que exteriorice lo que le reconcome por dentro - hizo una pausa manteniendo la vista fija en el paciente, buscando las palabras exactas -. Usted se siente culpable de la muerte de su esposa, sin embargo solo se trató de un daño colateral que...

  - ¡Oiga! ¿Qué clase de gilipollas es usted? ¡Un daño colateral! ¿Cómo se atreve a insinuar que mi Soraya fue un daño colateral?

  - Perdóneme - interrumpió el psiquiatra frenando la verborrea frenética del paciente -. No me interprete mal... Mi misión es ayudarle a superar sus pérdidas y a que recobre su vida.

  El paciente frunció los labios, mirándose las manos nudosas.

  - Todos los que han pasado casi un año en el embotellamiento han sufrido mucho. Somos conscientes de su desidia. Se sienten utilizados por el sistema, manipulados por el gobierno, maltratados por la sociedad pero los responsables de la sanidad, estamos con ustedes, con todos y cada uno. Fuimos muchos los que acudimos desde los primeros días a diferentes puntos de las carreteras, de las autopistas. Yo mismo estuve a tiempo parcial con ustedes, administrándoles medicamentos y apoyándoles en todo momento.

  - No me haga caso, hombre. Soraya  me lo decía con frecuencia, "Eres un bocas, Manu". Ella sabía frenarme muy bien pero ahora que la he perdido, no tengo quién me lleve de la mano, ¿comprende usted? Estoy perdido en el mundo. No sé cómo voy a vivir sin ella. Nunca aprendí.

  - Aprenderá y volverá a ser feliz. Ella está cerca de usted, no lo dude. Volveremos a hablar otro día, cuando se encuentre capacitado para ello. No tenga prisa. No pretenda barrer en el desierto. De momento limítese a tomar la medicación, a dar largos paseos, a hablar con Soraya siempre que lo necesite. Su esposa, desde dónde quiera que esté, le conducirá por buena senda.

  El facultativo escribió en la ficha "Enajenación mental transitoria. Recuperable. Terapia de grupo. Únicamente tranquilizantes". Pulsó un interruptor y al momento una sonriente enfermera entró en  la consulta. 

  - Acompáñeme, por favor - invitó sonriendo al paciente que obedeció sin rechistar.

  El psiquiatra quedó solo disfrutando del silencio. Bebió un vaso de agua fría, paseó por la sala y observó la calle desde la novena planta del hospital. Enseguida se abrió la puerta, la enfermera acompañó al siguiente paciente. 

  - Tome asiento, por favor - indicó el médico todavía observando a los transeúntes de la calle.

  - Ya estoy sentado. ¿Qué hacemos ahora? - la voz sonó clara. El tono elevado arrastraba ira.

  - ¿Recuerda su nombre y apellidos?

  - ¿Recuerda usted los suyos? - soltó el recién llegado.

  - Soy Kerman Arretxe Guardiola. Voy a ayudarle.

  - Tarde nos llega la ayuda. ¿No le parece?

  "Irónico", anotó en la nueva ficha Arretxe.

  - Hábleme del retorno de sus últimas vacaciones - sugirió el facultativo.

  - ¡No quiera saberlo! Estaría horas hablando sin parar. 

  - Puede empezar cuando lo desee.

  - Le aseguro que le faltaría espacio - le rozó la manga de la bata con un pulgar tembloroso y blanquecino.

  - No se preocupe, no lo anoto todo - sonrió con tristeza -. Usted cuénteme todo lo que quiera. Cualquier cosa que le venga a la mente, lo que más le llamó la atención, lo que más miedo le dio... Lo que desee.

  - Los montones de basura a los lados de la carretera y los suculentos manjares que aprendimos a sacar de los arcenes. Nos quedamos atrapados en una carretera secundaria. No me gustan las autopistas. A partir de ahora mi mujer me lo echará en cara.

  - ¿Cómo definiría el tiempo pasado en el embotellamiento?

  - ¡Pura supervivencia! - exclamó orgulloso, alzando los brazos.

  - ¿Viajaba usted solo?

  - No señor. Me acompañaba mi mujer y llevábamos a la foca.

  Kerman levantó una ceja sorprendido.

  - Me refiero a mi suegra - aclaró sonriendo con sorna.

  - En su tono se advierte cierto...

  - Desprecio, dígalo sin miedo, hombre. Como diría el genial Gila, "la foca tiene hasta bigote" - hizo una pausa breve y luego añadió -: ¿Le gusta el humor de Gila? Para mi no ha habido otro igual y no lo habrá.

  - ¿Siente desprecio hacia su suegra?

  - La vieja era inaguantable, incluso para Karmele, mi mujer. Pero ya ha dejado de dar por el saco, ya sabe usted qué fue de ella.

  - Me gustaría que me lo contara usted.

  - Me niego a seguir hablando de ella. Usted conoce la historia perfectamente. Mi mujer y yo deseamos ser felices. Nos lo hemos ganado a pulso. Llevamos diez años casados y sufriéndola. Su presencia en el atasco, fue de las peores experiencias que puede vivir un ser humano. Por fortuna no puede seguir jodiéndonos la vida. 

  - Si le preocupa ser juzgado, debe saber que no es ese mi cometido. Todo lo que me diga es confidencial.

  - ¿Me da su palabra? - en la pregunta se encerraba la esperanza. La calma en el tono de voz, recobró la confianza.

  - Confíe en mi - alentó el psiquiatra.

  - Somos supervivientes y... felices - musitó en tono confidencial.

  - ¿Qué más me puede decir sobre su suegra, doña... - consultó sus notas -, Manuela Cabrera.

  - Sin el doña. La carroñera jamás se lo mereció.

  - Le llamaremos Manuela si lo prefiere.

  El sujeto hizo un mohín de desagrado pero pareció convencerle el nombre de pila. Era un tipo consumido, demasiado delgado y con la mirada triste, aunque sus palabras exhibían una recién estrenada alegría.

  - Entre nosotros, - comenzó el doctor estirando las piernas bajo la mesa -, ¿qué fue de Manuela?

  - ¿Le ha contado alguien lo de los kleenex y las bolsas de papel?

  - No sé a qué se refiere - se mostró curioso -. ¿Tiene que ver con Manuela?

  - En aquellos meses todo estuvo relacionado, ¿no tiene usted esa sensación?

  - Prefiero que hablemos de su suegra.

  - Ocurrió unos cien metros más atrás de nuestra posición en el atasco. A finales de octubre, creo no equivocarme en la fecha, aunque no sabría decirle el día concreto... - hizo una pausa breve, rebuscando entre los recuerdos. Se le veía esforzándose por aclarar algunas cosas en la memoria. Después de breves instantes, prosiguió -: No estoy seguro si lo que le voy a narrar ocurrió de verdad. Ya sabe como se distorsiona la realidad cuando va de boca en boca. A mi me llegó de la señora Florencia Arriola, que viajaba con sus dos hijos de corta edad. Un niño y una niña, que por cierto, dieron buen ejemplo de comportamiento a muchos de los adultos. Mi mujer le ayudaba con los niños, a asearlos, a darles de comer. A mi esposa le encantan los críos y como no hemos tenido hijos... 

  - Céntrese en el suceso - rogó el doctor mostrando cansancio y tedio.

  - Son tantas cosas las que se agolpan en mi memoria - se disculpó el hombre -. Una tarde, Florencia tuvo que caminar bastantes kilómetros arriba y abajo de la caravana, en busca de medicinas para su hija. La pobre criatura agarró un catarro morrocotudo. Según nos relató más tarde, había visto algo con sus propios ojos. Tengo que hacer un nuevo inciso. Durante estos meses nos llegamos a conocer bastante bien unos a otros, sobre todo a los vecinos de los vehículos próximos a los nuestros. Por esa razón puedo asegurarle que a Florencia le concedo el beneficio de la duda. No me dio la impresión en ningún momento de que fuera una persona mentirosa ni tan siquiera imaginativa en exceso. Tampoco de las que les gusta exagerar los hechos.

  - ¿Sería tan amable de centrarse en el tema? - suplicó Kerman a punto de perder la calma -. Tal vez desee descansar un rato.

  El hombre se recostó en la butaca, aturdido. Elevó la mirada que fue a perderse en un punto cualquiera de techo.

  - Estoy bien. Gracias. ¿Por dónde iba?

  - Tiene que contarme lo de su suegra, pero ha comenzado hablando de kleenex y bolsas de papel, luego ha mencionado a una tal Florencia la madre de los niños que...

  - ¡Es cierto! Lo de las bolsas... - cerró los ojos y se mantuvo unos minutos con la cabeza erguida -. No lo recuerdo muy bien...

  - ¡Adelante! - le instó Kerman con cierto desaliento -. Se ha quedado en que su vecina de atasco vio algo a unos metros de distancia de donde se encontraban ustedes.

  - ¡Eso es! Florencia nos relató que en un turismo pequeño vio a seis personas rescatando trozos de papel de las montañas de basura. Luego los cosían a algunos pañuelos de papel usados extendidos e incluso a la bolsita donde se guardaban. ¿Sabe para qué se hacía eso?

  - No señor, no lo sé.

  - Era necesario. Vera usted, así se confeccionaban gasas, compresas e incluso vendas. Fueron muchas cosas las que faltaron. De ahí lo de la supervivencia que a usted le cuesta tanto entender.

  - Por fortuna todo eso ha pasado. Ahora, hábleme de su suegra.

  - Cuando Florencia volvió con algunas medicinas y nos narró el sistema que utilizaban aquellas personas para ayudar a los demás a tener al alcance todo lo que se necesitaba, mi suegra se cebó conmigo. Comenzó a insultarme. Según ella era un inútil integral, que no servía para nada. Voy a utilizar sus palabras textuales: "Eres un auténtico mequetrefe, incapaz de preñar a mi hija con todo el tiempo libre que tienes aquí". Madre e hija se enzarzaron en una tremenda discusión. La foca le alentó a abandonarme y buscar a lo largo de la carretera a un conductor solitario que pudiera dejarle embarazada. Mi mujer gritaba histérica: "Hazla callar, Juanjo". Avancé a grandes zancadas. Dejé a mi mujer llorando y a la foca diciéndole a voz en grito que se buscase a un hombre de verdad. No respondía de mis actos en ese momento.  No sé de dónde salió aquel tipo ni porqué le conté mis problemas. La cosa es que el fulano aseguró que se encargaría personalmente. Juntos recorrimos el camino de vuelta. Cuando llegamos a mi coche, ambas mujeres continuaban discutiendo. Muchos se agolpaban en los arcenes e incluso se hacían apuestas sobre quien sería la ganadora. 

  - ¡Juanjo! - exclamó mi mujer con esperanza renovada -. Hazle callar o no respondo.

  - No se preocupe, señora. Aquí estoy yo para ese menester - aseguró mi acompañante.

  Sin más le propinó un fuerte golpe con una barra de hierro que se sacó de la pernera del pantalón. La foca cayó sobre el capó del vehículo. Los curiosos enmudecieron.

  - ¿Muerta?

  - Muerta - respondió el hombre menudo, sonriendo plácidamente.

  - ¿Qué hicieron con el cadáver?

  - ¿Qué cree usted? También escaseaban los alimentos.

  - ¿Insinúa que se comieron a Manuela?

  - La foca resultó dura e insípida pero evitó que enfermáramos. 

  - ¿Cómo se siente después de ese episodio?

  - No tengo remordimientos, si es a lo que se refiere. Usted no estuvo en el atasco, no se atreva a juzgarme.

  - No lo hago. Estoy aquí para ayudarle. 

  - Además compartimos la carne con unas quince familias. Todos son cómplices.

  - Al final Manuela no resultó tan malvada.

  - Por una vez nos echó una mano, aunque es justo aclarar que lo hizo porque estaba tiesa. Ya le digo que la foca no era de hacer favores - hizo una pausa, parecía tenso -. Creo que nunca recobraré la normalidad.

  - No pretenda barrer en el desierto.

  - ¿Qué trata de decir?

  - Ahora es imposible llegar a la normalidad pero tomándose el tiempo necesario, poco a poco, recobrarán su vida y lo vivido en el embotellamiento se convertirá en un vago recuerdo.

  - Y entonces, ¿podré barrer en el desierto? - preguntó con sorna.

  - Entonces podrá hacer cualquier cosa que desee.

  - Lo que trata de decir es que lo que no te mata, te hace más fuerte. ¿Es eso?

  - Algo así.


  El siguiente paciente designado a Kerman hacía el número cuatrocientos quince. Se trataba de una mujer menuda y resignada, cercana a los ochenta, que había perdido a su esposo en el atasco. El pobre hombre no pudo superar una gripe a finales de noviembre, principalmente por la escasez de medicamentos.

  - ¿Cómo se encuentra? - el facultativo arropó entre sus manos las arrugadas y famélicas manos de la desdichada.

  - Creo que no lo superaré - confesó la octogenaria con voz trémula.

  - Estoy aquí para ayudarle - el psiquiatra acarició con la voz el desaliento de la paciente -. Somos un buen equipo, formado por grandes profesionales. Se atenderán todas sus necesidades, no tema. Conseguiré que usted salga a flote, se lo prometo. 

  - Si usted lo dice... - no terminó la frase, entornando los ojos cansados y encogiéndose de pronto.

 - Dígame, Melchora, ¿qué es eso que le mantiene despierta día y noche?

  - Tantas cosas... - comenzó con la mirada pérdida en el encapotado cielo -. En primer lugar, la imagen de mi esposo tiritando de frío. La solidaridad de los viajeros de los turismos próximos, ofreciéndome toda la ayuda posible. Recopilando toallas, chaquetas, jerséis, cazadoras y cualquier vestimenta que pudiera darle abrigo al cuerpo de mi Santiago. Busco a todos ellos pero no los encuentro. Quiero, no, no quiero, necesito agradecerles su apoyo incondicional.

  - Nadie ofrece nada de corazón esperando gratitud, Melchora. Eso no debe incomodarla. 

  - Fueron nuestras últimas vacaciones - sonrió a medias -. Soy tan débil y tan poquita cosa... Él era el fuerte. Santiago me cuidaba, me mimaba pero una noche fría...

  - Otros acontecimientos también la perturbaron, ¿verdad Melchora? - ayudó pacientemente el doctor.

  - ¡Ya lo creo que hubo! - se acarició las manos rugosas antes de continuar -: Un poco antes de Navidad, un madrileño estacionado cerca de nuestro  coche, hincha del atlético de Madrid después de que su equipo ganara por goleada, se volvió completamente loco. A pesar del desaliento y la perturbación generada por el caos del tráfico, continuábamos disfrutando con las pequeñas alegrías de la vida cotidiana. Como le digo, este hombre tuvo la siniestra idea de introducirse en una bolsa de basura y que los amigos le propulsaran hacia el montón de basura que se apiñaba en el arcén. Creyó ser capaz de salir andando sobre el colchón de inmundicia, atravesar la montaña y volver a la civilización con la idea de buscar salida para todos. Sin embargo, le vimos hundirse en la mugre, volver a la superficie a los pocos metros, totalmente congestionado. Aspiraba a bocanadas el aire viciado. Segundos después, cayó de nuevo en el pozo de la porquería, agitaba los brazos en el aire, suplicaba ayuda. Los insectos le rodearon y a pesar del diminuto tamaño de los bichos, pudieron con el hombretón. Literalmente lo asfixiaron y lo arrastraron al fondo de la basura.

  -  ¿Quiere un vaso de agua? 

  - Me vendría mucho mejor un vermú. ¿No tendrá usted guardada por ahí - señaló los cajones de la mesa -, una botella de Martini? En las películas siempre sacan algo de extranjis.

  Kerman extrajo una botella de brandy de un cajón del escritorio.

  - No tengo más que esto - se disculpó mostrándole la  botella.

  A Melchora se le iluminó la cara. Sirvió un bar de dedos en un vaso de plástico.

  - ¡No sea rácano, hombre! - le sostuvo la mano al doctor y se la inclinó sobre el vaso hasta que este se llenó hasta la mitad -. Y sírvase usted también. No me gusta beber sola.

  Kerman obedeció sin rechistar.

  - A finales de agosto - prosiguió Melchora -, las temperaturas eran muy elevadas, usted lo recordará también. Las provisiones empezaron a escasear. Las bebidas se agotaron en pocas horas. Durante el mes de octubre, comenzaron los rescates con helicóptero pero pasados un par de meses, el gobierno anunció que el sistema resultaba demasiado costoso, además de lento. Prometieron que junto a un grupo de expertos, pronto ofrecerían otra solución - una lágrima salió como a regañadientes resbalando por las mejillas -. ¡Fíjese usted que hubo personas que se lo creyeron! Siempre hay quien se fía de los políticos, que se pasan la vida prometiendo y trabajando poco. Ya le digo, entre buscar y no buscar, no han hallado solución hasta ahora. No vaya usted a creer que esto ha sido gracias a una mente pensante, no señor. Han encontrado la solución porque estamos a punto de empezar las vacaciones otra vez. ¡Casi un año!

  - ¿Piensa salir de nuevo este verano?

  - ¿Cómo se le ocurre? ¡Ni loca! Mi hija tiene una casa en un pueblo. Pienso ir andando, me cueste el tiempo que sea. Mis hijas me llevaran las maletas en el coche. Me he prometido que jamás me volveré a subir en un vehículo. Lo voy a llevar a rajatabla.

  - ¿Cómo definiría su estado anímico?

  - Me siento confusa. Me cuesta recorrer varios metros seguidos sin sentir fatiga. Duermo muy poco. Tengo dolores de cabeza y no soporto las calles concurridas. ¿Le parece suficiente o sigo?

  - Son síntomas normales. Estas sensaciones son pasajeras, no tiene que alarmarse - le obsequió una sonrisa amistosa que Melchora correspondió.

  "No requiere más sesiones. Continuar tratamiento con su médico de familia", agregó Kerman en la ficha correspondiente.

  

  De la extensa lista de pacientes que le asignaron a  Kerman, la jovencita que tomó asiento parecía la más desenvuelta y dicharachera.

  - ¿Cómo se encuentra?

  - Muy bien - exclamó ella, moviendo unos cabellos inexistentes del flequillo rubio con los dedos índices de cada mano. Guardó unos segundos de silencio, inclinándose hacia el especialista para añadir en un susurro -: Le va a parecer extraño pero echó en falta el atasco.

  - Si que me sorprende - aseguró soltándose el botón de la bata mientras se acomodaba en el sillón giratorio -. Me alegro por usted. Sospecho que le sucedió algo bueno durante ese largo periodo.

  - Todos se sorprenden cuando lo digo - sonrió satisfecha -. La caravana me dio la posibilidad de encontrar el amor de mi vida.

  Kerman trató de  no mostrarse más interesado que con las vivencias de los anteriores damnificados pero se preparó para escuchar una historia diferente y por primera vez, positiva.

  - Comience, por favor - invitó.

  - Regresábamos de Benidorm tres amigas. El atasco nos pilló unos cuarenta kilómetros antes de llegar a Logroño. ¡Imagínese! ¡En la puerta de casa, como quien dice! Durante diez meses hemos vivido en la carretera. Para mí ha supuesto un antes y un después. Ha resultado una experiencia inolvidable.

  - Es muy reconfortante verla tan exultante.

  - Además mi amigas han vivido mi historia como algo propio. Mantenernos tan unidas, contribuyó a paliar el agotamiento, el nerviosismo y la impotencia generada por el hecho de sentirnos prisioneras, aun estando al aire libre. Perdóneme - terció moviendo las manos y dando sacudidas a la melena que impregnaba el ambiente de un suave aroma a champú -, si me alargo demasiado en el preámbulo. Tal vez a usted le resulte superfluo.

  - No se preocupe por mi. Estoy aquí para escucharla. Me interesan todas y cada una de las vivencias, así como sus actividades, pensamientos y sentimientos, una vez recuperada la vida normal. Sea tan amable de continuar, se lo ruego.

  La muchacha se acomodó en la butaca. Bebió un poco de agua y al rememorar los momentos pasados, sin duda, de intensa felicidad y emoción, floreció su mirada.

  - Durante los primeros días tratábamos de animarnos con juegos. Nuestros familiares nos alentaron a través de los móviles hasta que las baterías se vaciaron completamente. Somos chicas deportistas y decidimos caminar a lo largo de la carretera en una y otra dirección. Siempre caminábamos en pareja, mientras la otra permanecía en el autocar con los más mayores para evitar los asaltos vandálicos y los saqueos, que como le habrán contado otros viajeros, se produjeron en todo turismo y autobús que quedaba abandonado. Algunos decidieron retornar a sus lugares de origen con lo puesto y caminando, con la idea de recuperar sus pertenencias y vehículos cuando todo acabase. Seguro que no han podido recuperar ni las ruedas - hizo una nueva pausa, intentando centrarse en el asunto que le había otorgado tanta dicha -. Como le digo, en uno de esos paseos conocí a un hombre con el que intercambié miradas más o menos interesadas. No vaya a pensar que soy de las que se van tirando literalmente en los brazos de cualquiera. Lo cierto es que la situación extrema que vivimos nos hizo cambiar por completo la manera de pensar y de actuar. Por primera vez abandoné mi carácter tímido y me lancé literalmente hacia el tipo. Quiero decir, que le entré y tomé la iniciativa. Durante los meses que permanecimos en el atasco se forjaron muy buenas relaciones amistosas y se formaron parejas. Algunos lo comparaban a la camaradería que se fragua en el camino de Santiago - sonrió y tomó aire antes de proseguir -: Lo mismo que digo una cosa, digo otra. También se firmaron divorcios y algunos muy poco amistosos. Volviendo a mi caso, le diré que él me siguió el juego e intercambiamos teléfonos. Un tipo nos aprovisionó de baterías extra por muy poco precio. Le envié varios wasaps a los que jamás me respondió.

  Kerman enarcó las cejas, mostrando su sorpresa, dando a entender que no comprendía la alegría de la chica.

  - Si hay algo que me repatea, es que se rían de mi a la jeta - continuó el monólogo sin hacer caso de la reacción del doctor -. Por ello le envié una especie de ultimátum, me refiero a un wasap subido de tono, vamos que en pocas palabras, le puse a parir.

  - ¿A qué se refiere con subido de tono?

  - Le piqué en su hombría. Le dije algo así: "¿Cómo me voy a meter en la cama de un machito alfa que no sabe ni para que la tiene?". Le cité en un punto concreto, solos los dos. Tampoco hubo respuesta. Me rayé, lógico ¿no?

  Kerman se vio forzado a realizar un gesto poco comprometedor pero la chica siguió con su perorata sin prestarle atención.

  - Insistí enviándole otro y jurándome a mi misma que sería el último: "Responde, mamonazo de mierda. ¿Qué hostias te pasa? ¿te faltan huevos o soy mucha hembra para ti?" Inmediatamente llegó la respuesta: "Me sobran huevos y deseo aclarar el malentendido". Convinimos en volver a vernos pero al llegar al lugar de la cita, mi reciente enamorado no estaba. Dejé que pasaran diez minutos y cuando estaba a punto de regresar al coche, un cachas me abordó susurrándome al oído: "Tengo huevos". Como usted imaginará, me sobresaltó la extraña contraseña. "Perdona, me esperan", tartamudeé temblando, ya se había corrido la voz de que en la caravana había un asesino en serie. Me sujetó con delicadeza del brazo y rodeó mi cuerpo tembloroso hasta colocarse frente a mi. Estaba anocheciendo y el miedo me invadió. No podía moverme. Tampoco podía apartar la mirada de sus verdes ojos irresistibles. A continuación me aclaró el suceso. El primer ligue me dio un número falso, que resultó ser el de este otro chico, también de la caravana. Ya ve usted, qué casualidad. Los wasaps que le enviaba no tenían ni pies ni cabeza para él. Según dijo, al principio le pareció una broma. Gracias a mi insistencia, se decidió a responderme.

  - Y a partir de ese momento tuvo un nuevo incentivo - terció Kerman bastante más interesado en el caso presente que en los anteriores.

  - Así es. Me dio aliento, me infló de optimismo y renovó mis ganas de vivir. Contagié a mis amigas el entusiasmo y a su vez a él le ocurrió igual. También los amigos de Mario experimentaron la misma sensación. Nos volcamos unos en otros y nos mantuvimos esperanzados. No se puede imaginar lo que representaba tener contactos amistosos a pocos metros. Hoy soy inmensamente feliz y estoy agradecida. Una fuerza invisible obró el milagro cambiando mi carácter durante el embotellamiento.

  "Caso resuelto", anotó Kerman en la ficha, al tiempo que la muchacha abandonaba la consulta.


  La mujer que minutos después se aposentaba en la butaca era elegante. Permanecía erguida, con las manos finas apretando el bolso rígido de Hermes contra su regazo. Muy conjuntada percibió que su indumentaria era de corte clásico. 

  Kerman le sonrió afable y con un gesto, le invitó a comenzar su relato.

  - Hubo quien vio la oportunidad para cambiar su vida en el tiempo que nos mantuvimos... - hizo una breve pausa buscando el vocablo correcto -, prisioneros en el atasco.

  - ¿A qué se refiere? ¿Puede ser un poco más concreta?

  - Nosotros, me refiero a mi esposo y a mi, coincidimos con nuestros vecinos en la caravana. Me dio rabia, estaban en el apartamento de al lado. Fue como si no nos hubiéramos movido de casa. Al regreso, nuestro vecino, se puso en viaje un par de días antes, con todos los bártulos y las maletas de la ropa. ¿Tiene usted hijos?

  - No, no los tengo - Kerman se removió en el sillón.

  - Pues no se puede imaginar la cantidad de cosas que se mueven cuando hay niños pequeños. Los vecinos son jóvenes pero ya tienen cuatro chiquillos, los mayores muy seguidos de seis y cinco años y los gemelos que cumplieron dos durante el embotellamiento. Les preparamos una fiesta sensacional - explicó sonriendo por primera vez. Nos ofrecimos a emprender el viaje a la vez que ella, que se quedó con los chiquillos. Viajaban en un pequeño turismo y nosotros íbamos tras ellos. Fíjese bien lo que le voy a decir - alzó las cejas y movió los maquillados ojos a derecha e izquierda -: Tan solo aguantó veinticuatro horas en la caravana. Ya ve usted, en cuanto escuchamos el primer comunicado por megafonía de que la cosa se había desbordado en toda la red de carreteras, decidió su futuro en un periquete.   Mi marido asegura que lo tenía planeado desde tiempo atrás. Le doy la razón. Tiene pinta de ser un plan premeditado. Es de ese tipo de cosas que todos hemos pensado alguna vez en la vida. "Si algún día me pasara esto o lo otro, actuaré de esta o aquella manera". Y, ¡zas! En cuanto se le presentó la oportunidad, tiró por la calle de en medio.

  Hizo un gesto de desprecio con la boca y apretó el bolso.

  - ¿Qué fue lo que hizo su vecina? - preguntó Kerman con curiosidad.

  - ¿No se lo imagina? ¡Voló! Como se lo cuento. No me miré con esa carita de no haber roto un plato. Usted es hombre y sabrá de estas cosas. Simplemente... ¡Voló! - sonrió como si aplaudiera la resolución tomada por la vecina -. Ya le digo, veinticuatro horas en el atasco, ni una más ni una menos. Con el bolso de mano, lo puesto y los cuatro críos. Se despidió de nosotros con un par de besos afectuosos y un abrazo.

  - Me voy - nos comunicó.

  - ¿A dónde? - le preguntó mi marido -. De aquí no hay quien se mueva.

  - Vuelvo a Torrevieja. Andando.

  - ¡Mujer! Es una locura - repuso mi marido -. ¿Vas a dejar el coche aquí en medio?

  - Me importa un bledo, Teodoro. En la costa se puede vivir bien y ser feliz con muy poco.

  - Qué valiente eres - aseguré envidiosa de su decisión.

  - Te llamaré y cuando te apetezca te bajas al sur.

  - Pero, mujer, ¿qué razones tienes para actuar tan a lo loco? - mi marido no daba crédito.

  - Estoy harta de pasar frío, de los días grises y sobre todo estoy harta de Alberto.

  - Alberto es el marido - aclaró la señora que continuaba apretándose contra el Hermes.

  - ¿Qué será de él? - se interesó mi marido.

  - No sufras, Teodoro. Encontrará repuesto enseguida. Como casi todos - le respondió convencida.

  - Se alejó despacio. Con los críos pegados a la falda. Con la mini, luciendo sus piernas morenas. Con el cabello dorado al viento. Con las chanclas y el paso resuelto - sentenció orgullosa de la hazaña de la vecina y añadió airada -: No hemos vuelto a saber de ella.

  - ¿Qué ha sido del marido?

  - De momento se ha acogido al plan de ayuda a víctimas del atasco. Mi marido dice que nunca lo superará. Pero Carla, mi vecina, tenía razón. Unos días después de nuestra llegada, vi por la ventana del patio a una jovencita en el salón de la casa. Dice mi marido, que como todos los hombres, también se hace el tonto, que será la asistenta - hizo un gesto que certificó la tontuna del marido y añadió -: ¡Qué va a ser la asistenta! Esa está de señora, se lo digo yo, que soy muy larga y de esas cosas entiendo un rato. Me apuesto lo que quiera a que ya se le ha medido en la cama y él, pues ¡qué quiere que le diga! Dirá ¡Viva el amor libre! No vaya a pensar usted que me atrevo a juzgarle. ¡Dios me libre! Que estoy convencida de que el hombre se siente solo. ¡Pobrecito! No digo que no haya sido duro para él, sobre todo lo de los niños, pero que los hombres encuentran repuesto en un santiamén, también se lo aseguró. ¡Hombres! Son  así,  bueno la mayoría, que mi Teodoro es un bendito.

  - Tal vez me estoy engañando pero no me parece usted muy afectada por el caos.

  - Así es. Teodoro y yo lo vivimos de otra manera. Somos dos seres solitarios, no nos gusta mezclarnos con la gente y menos si son desconocidos. Durante el embotellamiento, tratamos de vivir con lo justo, pensando que tarde o temprano nos sacarían de allí. Tengo mucha fuerza interior.

  - Lo celebro - el psiquiatra trató de encontrar las palabras adecuadas antes de proseguir -: ¿No tuvieron miedo del asesino? Muchos lo relatan como algo que les llenó de terror y que les obligó a hacerle frente con la compañía de las personas cercanas. De alguna manera, les alentó a estrechar lazos. 

  - Nos hemos enterado de ello a la vuelta a la normalidad. Ya le digo, el secreto para salir indemne de cualquier situación negativa, es no codearse con nadie. No participar de las miserias de los demás, te da la posibilidad de salir antes adelante. La mayoría de las veces, en situaciones de este tipo, la gente te pone más nerviosa. En realidad, no creo que hubiera ningún asesino. Supongo que la gente necesita hablar de algo, inventar para mantener al grupo lo más sujeto posible. Teodoro y yo creemos que fue un bulo lanzado por el gobierno.

  

  - ¿A qué se refiere cuando asegura que el embotellamiento le ha arruinado la vida? - indagó Kerman, visiblemente fatigado tras interminables horas escuchando las historias variopintas que le relataban las víctimas del mayor atasco circulatorio acaecido en España.

  - Nunca he sido aficionado a las cartas. Me refiero a esas que por medio de algunas preguntas unas personas que aseguran tener poderes, te pronostican el futuro. Las personas que se dedican a ello siempre me han parecido timadores sin escrúpulos. Lo penoso es que había que matar el tiempo de alguna manera y ella apareció con el mazo entre unas manos delicadas adornadas con grandes anillos y pulseras de abalorios con dijes tintineantes que invitaban a participar. Vino como agua de mayo. Nos reuníamos un grupo de seis personas todos los jueves. No puede figurarse lo tedioso que resulta viajar solo y pillar caravana. Esperaba con ilusión a que llegasen las seis de la tarde. Al principio fue un simple juego. Nos distraía del principal problema y alejaba nuestros pesares internos. Morgana, la bruja, nos aseguró que no salía de casa sin su baraja gitana. ¿Conoce estas cartas?

  - No - fue la escueta respuesta de Kerman -. Tampoco soy habitual a estas prácticas.

  - Morgana entraba en trance casi sin proponérselo, o al menos así me lo parecía. Ya le digo que soy profano. Durante más de un mes me mantuve al margen pero asistía a la reunión. Poco a poco, bien por la insistencia de los congregados bien por la curiosidad que se despertó en mi persona o por la mirada elucubradora de Morgana, lo cierto es que un buen día decidí integrarme al cien por cien en el grupo. En honor a la bruja, es mi deber añadir que en todo momento actuó con honestidad. Jamás me instó a realizar algo en contra de mi voluntad. Pero claro, una vez de entrar en el círculo mágico, como ella lo denominaba, es casi imposible salir. Es lo más parecido a una droga. Todos los jueves aseguraba que no admitía más que la voluntad, lo que cada uno quisiéramos aportar. Las brujas recitan ensalmos y tienen tratos con el diablo. De sobra sabía ella que tarde o temprano, caería en sus redes como pichón. Estas tienen la habilidad de reconocer a los desesperados y a los tontos. Yo soy ambas cosas. Y de esta manera cruel, valiéndose de sus pérfidas artimañas, fui dejando los cuartos.

  - ¿De cuánto dinero hablamos?

  - Doce mil euros. Usted pensará que soy tonto de remate y acierta. Porque hace falta ser muy gilipollas para creerse la sarta de patochadas que soltaba la pájara.

  Kerman no pudo evitar lanzar un silbido prolongado, luego añadió -: No debe fustigarse. Lo hecho, hecho está. Cualquiera puede cometer fallos, sobre todo teniendo en cuenta las .pésimas condiciones de vida que atravesaron todos ustedes en el tiempo que duró el embotellamiento. Soy consciente de la situación límite que padecieron. ¿Sabe que puede denunciar a la bruja?

  - Por supuesto, aunque de poco va a servir.

  - Debe tener más confianza en el futuro. No se deje derrotar tan fácilmente.

 - De momento están ocupados con el tema de los saqueos en los turismos abandonados. Son miles y miles de casos.

  - No desespere. Más pronto que tarde llegará su turno - le animó el psiquiatra con voz suave.

  - En la comisaria me aseguraron que no será investigado como estafa. Morgana alude a que es una profesional, una trabajadora autónoma, con sus tarifas en regla. Que en la caravana solo trató de ayudar y por esa razón no nos cobró los sesenta euros que afirma es la tarifa estipulada en su gabinete - el paciente hablaba con desesperación.

   - Lo que no logro entender es cómo fue usted capaz de darle doce mil euros a la pitonisa si solo pedía la voluntad - indagó Kerman con curiosidad.

  - La voluntad solo la pedía para adivinar el futuro, lo que aseguraba una y otra vez que era un juego del destino - titubeó unos segundos, apretando los labios. Enseguida se animó a continuar en voz baja -: Luego realizó trabajos especiales. Me da mucha vergüenza reconocer lo pánfilo que fui. Dejarme engañar de esa manera... Estoy muy avergonzado.

  - Trabajos especiales - repitió Kerman, indicando con un gesto de las manos que necesitaba aclaración del concepto.

  - Según palabras textuales de la bruja, mi mente se encontraba rígida y de alguna manera me impedía mostrarme comunicativo. Precisaba ver mi aura para poder entrar en mí y recargarme de energía positiva. Ya sé lo qué está pensando. Conozco esa mirada. La he visto en repetidas ocasiones. No le falta razón.  Soy imbécil. Como diría mi difunta madre, tonto del culo para arriba y del culo para abajo. Lo sé de sobra pero no puede imaginarse cómo son capaces de envolverle a uno con esas vocecillas suaves y las miradas angelicales, que en principio te reconfortan el alma y luego te estrujan y te devoran.

  - No le juzgo ni le observo con desaprobación - mintió el facultativo experimentando lástima hacia el pobre hombre -. Únicamente pretendo que se desahogue. Estoy aquí para ayudarle. Explayarse durante estas sesiones, será su salvación. Ya lo verá.

  - La bruja realizó algunos conjuros que yo mismo me atreví a solicitarle - se animó a confesar el hombre -. Principalmente para encontrar el amor de mi vida. Verá, soy soltero y extremadamente tímido. Aunque le resulte imposible de creer, a mi edad, todavía no he sido capaz de estrenarme ni siquiera con profesionales.

  - Continúe, por favor - pidió Kerman conteniendo la sonrisa. 

  - Soñaba con vivir una fabulosa y romántica historia de amor en la caravana. Algunos lo lograron. Lo sé porque ese tipo de noticias corrieron como la pólvora - hizo una pausa y sonrió con desgana. Se le arrasaron los ojos que de pronto se volvieron más chiquitos -. He cumplido cincuenta y seis y como se puede apreciar soy poco agraciado. Estoy convencido de que no me quedan muchas oportunidades de agarrar la felicidad. Y más ahora, que ha diezmado considerablemente mi cartilla de ahorros.

  - No pretenda barrer en el desierto, Eulogio. El amor llamará a su puerta en cualquier momento. No es cuestión de físico ni tan siquiera de dinero. Usted es un buen hombre, salta a la vista. Uno puede amar a cualquier edad con la misma intensidad y pasión que un adolescente - auguró Kerman casi convencido de sus palabras.

 - Qué buen corazón tiene usted - reconoció esperanzado el cincuentón resignado.

  - ¿Le sirvieron de algo los conjuros?

 - Ciertamente, me ayudaron a mantener viva la esperanza. La llegada de cada jueves me alentaba a continuar vivo, a no hacer ninguna locura. ¿Me entiende? Hubo muchos que no lo resistieron y se quitaron la vida. Fue muy triste y doloroso para los que seguíamos peleando por nuestras vidas y las de los demás. La bruja me ayudó a pasar los días sin angustia.

  - En ese caso no debe dar su dinero por perdido. Considérelo como... - titubeó durante escasos segundos, rebuscando terminar la frase sin herir al mancillado hombrecillo -. Como una ventajosa inversión. La pitonisa le vendió esperanza y de alguna manera debía usted corresponderle.

  - Visto desde ese aspecto...

  - Otros se gastarán millones en terapias. Usted no las necesita. Solo debe esperar a que el amor entre por su ventana. Si la mujer le pronosticó que el amor llegaría, debe confiar en su palabra. No lo dude: llegará.

 - Todavía conservo los conjuros -  aseguró algo cohibido.

  - Pues realícelos de nuevo.   No cese en el empeño hasta conseguir sus deseos. Le aconsejo que saque partido a su buena estrella. Apúntese como voluntario a alguna de las asociaciones nacidas después de atasco. Se lo agradecerán. Todo la ciudad, la provincia, el país... Todos se lo agradecerán y en último término, usted mismo lo agradecerá y será bendecido con lo que tanto desea. ¡Es el Karma, amigo mío! - Kerman experimentó una oleada de euforia que ratificaba el trabajo de la pitonisa.

  - ¿Está seguro de lo que dice?

  - Completamente. Quizá tarde un tiempo en conseguirlo, no le voy a mentir. Piense que no se puede pretender barrer en el desierto. Dese tiempo.

  - Tengo una edad... No puedo perder ni un minuto. ¿Usted cree que puedo tomar la escoba e ir al desierto a la desesperada?

  - Puede hacer lo que le plazca. Tiene los conjuros y ya verá como darán su fruto.

  El perseguidor del amor abandonó la consulta dispuesto a cumplir a rajatabla los consejos del especialista.


  - Ha salido de la consulta encantado con su suerte - argumentó Kerman a la enfermera que accedió a la consulta -. Pero deberías haber tenido mayor visión de futuro, esa de la que tanto presumes. Da gracias a que es un pobre hombre fácilmente influenciable. A poco que le hubiera alentado para seguir adelante con la denuncia, nada te hubiera salvado.

  - No te puedes imaginar lo que padecimos durante los meses que permanecimos atrapados en las carreteras. Los primeros días con el sol abrasador y las altas temperaturas. La gente caía agotada, sin fuerzas. Los niños lloraban, la gente fallecía en el interior de los turismos. Luego llegó el frío de las noches otoñales y las heladas del invierno, las lluvias torrenciales y las nieves. Todo ello se cobró muchas víctimas. Nos sentimos completamente abandonados. Pasó mucho tiempo hasta que supimos la verdadera razón por la que permanecíamos parados en tantos puntos diferentes... Kerman, debes entenderlo. No trato de buscar excusas. Simplemente me pareció la mejor manera de obrar. De esa manera, los que creyeron en mis palabras, no perdieron la fe en las fuerzas espirituales, que no es otra cosa que la fuerza interior de cada uno. Los planetas y el Oráculo hablaron. Tú mejor que nadie conoces los entresijos de mi trabajo.

  - Perdona. No soy quién para recriminarte tus acciones.

  - Interpretar las cartas es leer el futuro, lo que está escrito para cada uno de nosotros, aunque a veces... - calló de súbito, mordiéndose los labios.

  - ¿Aunque a veces...? - Kerman le observó fijamente, instándole a proseguir.

  - Durante el atasco tuve... Me vi forzada a mentir en ocasiones. Fueron mentiras piadosas - la voz de Morgana parecía provenir de ultratumba.

  - No te recriminó nada - insistió el doctor mirando hacia el atardecer.

  - Me vi obligada a asegurar que saldrían ilesos, que la vida les sonreiría... ¿Cómo decirle a una pobre mujer que iba a perder a sus seres queridos? Me sentí incapaz de pronunciar la palabra muerte. Hubiera sido catastrófico... No tuve más remedio que mentir.

  - ¡Qué si! Que soy consciente. No me hagas caso. Estoy agotado y digo muchas tonterías - le rodeó  con los brazos antes de besarla.

  - Incluso los sacerdotes se tomaron ciertas libertades - machacó Morgana -. Tres estuvieron en las inmediaciones y los tres pecaron, si consideramos que a buscarse el pan diario, se le puede llamar pecado.

  - ¡Qué si, mujer! Qué estoy de acuerdo contigo.

  - En la medida de nuestras posibilidades, todos sacamos provecho de la situación. Incluso tú lo estás haciendo ahora.

  Kerman se incorporó del sillón y paseó por la reducida consulta, Abrió la ventana de par en par. Encendió un cigarrillo. Dio varias caladas rápidas antes de lanzarlo al vacío.

  - Lo hicieron muchos - perseveró la pitonisa haciendo tintinear los dijes de las pulseras de abalorios que adornaban sus muñecas, con el movimiento reiterado y enérgico de las manos -. Desde los vendedores ambulantes de fruta que cada pieza no bajaba de tres euros, hasta los que comerciaron con ropa. Por menos de cuatrocientos euros no te hacías con un buen jersey o pantalón, sin mencionar los chamarros, que nos vimos obligados a adquirir por no menos de seiscientos o setecientos euros. ¡A ver si no es abuso! Y no te digo nada de los saqueadores, que revendieron todo lo que encontraron a precio de oro, incluidos los paquetes de chicles empezados.

  - Te comprendo perfectamente, mujer. Y de paso te digo que ninguno de los que se han presentado en la consulta me ha hablado de los sacerdotes.

  - ¿En serio? Pues no tiene nombre.

  - Cuenta, cuenta.

  - Me enteré de seis defunciones, tres bodas y dos bautizos.

  - ¿Y?

  - Los del clero se empeñaron en que cada cual recibiera los sacramentos como Dios manda. Y en nombre de Dios todopoderoso cobraron cada una de las celebraciones a cojón de mico, alegando que Dios Misericordioso les recompensaría con la vida eterna. Ya ves tú qué chorrada. 

  - No pretendo ponerme de parte de nadie, mi amor, pero entenderás que también son seres humanos y que como los demás, también tuvieron necesidades.

  - Se nota que no estuviste encerrado en la caravana durante meses.

  Kerman frunció el ceño.

  - Todavía no te he dicho lo que cobraron por servicio.

  - Fueron meses espantosos, muy complicados para todos. También para los que padecimos la espera interminable - aseguró Kerman consciente de que la plática caería en saco roto.

  - ¿Te he dicho cuánto cobraron?

  - No, no me lo has dicho - respondió con tono aburrido y mostrando cansancio.

  - Nada más y nada menos que cuatrocientos euros por servicio.

  - Un abuso - se vio obligado a censurar.

  - ¿Un abuso? ¡Un robo a mano armada! 

  - Un robo en toda regla - reiteró sin entusiasmo.

  - No repitas cada cosa que digo como si estuvieras hablando con tus pacientes chalados.

  - ¡Mujer! Qué estoy de tu lado.

  Guardaron un silencio incómodo, hasta que Morgana volvió a la carga.

  - Honestamente, ¿crees... Dímelo con el corazón en la mano - dramatizó -, que tengo el deber moral de devolverle el dinero a ese pobre e ingenuo desgraciado? 

  - Mujer, no sé... Si tienes la conciencia tranquila...

  - Tranquilísima. ¿Cómo no iba a tenerla tranquila después de lo visto en el embotellamiento? - se le tiñó el rostro de rojo intenso, plantándose frente a Kerman con los brazos en jarras.

  - Entonces, no le des más vueltas, cielo. En el fondo está encantado y con las ilusiones renovadas, esperando a su media naranja.

  - ¿Le has dicho que somos pareja?

  - ¡No, mujer! ¿Cómo se te ocurre? Ni a él ni a ningún otro de los pacientes que me ha tocado atender. A nadie le interesa nuestra vida privada.

  - Lo he hecho por nosotros. Cada vez que el tipo realizaba un pago, yo me decía: "Para la cocina". "Para los baños". "Para alfombras, lámparas, cortinas, para aquella librería que tanto le gustó a Kerman..."

  - Muy bien pensado.

  - Únicamente realicé mi trabajo, de la misma manera que lo hago aquí, en mi gabinete. No entiendo a esa gente que se echa las manos a la cabeza. Los impuestos me los cobran igual que a ellos. ¿Cómo crees que sin ganar un triste euro durante el embotellamiento, hubiera podido abonar la cuota de autónomos? ¡Qué esos mamones nos han seguido pasando todos los recibos!

  - ¡Qué si, cariño! Te comprendo perfectamente y te apoyo en todas las decisiones que tuviste que tomar. Ya sabes que estoy contigo.

  - Tengo ganas de un baño caliente - murmuró Morgana en tono mimoso.

  - Con una copa de vino, una película y palomitas - agregó el psiquiatra ordenando la mesa.

  - Todavía queda una paciente en la sala.

  - ¿En serio? No hay nadie más apuntado en la lista.

  - Es un caso especial. Los medios hablaron de ella en repetidas ocasiones. Trabajé con ella durante el atasco. Necesita recobrar la autoestima perdida. El yoga le fue de maravilla.

  - ¡Perfecto! Continua trabajando con ello. No le hago falta.

  - El problema fundamental ha llegado al finalizar el atasco - matizó Morgana en un susurro.

  Kerman resopló incomodo, indicando con un gesto vago de la mano que le diera paso.

  - Te va a ayudar mucho, Emma - la voz de Morgana se asemejó a una sonrisa tibia.

  La recién llegada caminó con paso inseguro y se dejó caer en la butaca.

  - Dejé de fumar antes del atasco pero como allí había tan poco quehacer, lo retomé al segundo mes - prendió un cigarrillo aspirando el humo como si se tratará de un bálsamo tranquilizador -. No me mire con esa cara, hombre. No hay nadie fuera. Puedo fumar, si a usted no le molesta.

  - ¿Puedo? - Kerman señaló el paquete de Lucky rozando la boquilla de un pitillo que asomaba el filtro.

  - Coja, coja - invitó la recién llegada -. ¿No tendrá por ahí unas galletitas saladas, aceitunas, cerveza o algo para acompañar?

  Kerman le obsequió con una mirada indulgente.

  - Morgana decía durante el encierro en el embotellamiento que las cosas malas son más fáciles de digerir compartiendo comida, bebida y un cigarrito - sonrió recordando los meses pasados -. Nos hicimos buenas amigas. Es una chica muy valiosa.

  - Muy buena profesional - se vio obligado a asegurar el doctor.  

  - Morgana se refería a que lo malo es mejor compartirlo con alguien para que automáticamente se transforme en algo menos malo. ¿Lo comprende, doctor?

 - Por supuesto, Emma - carraspeó, añadiendo con voz suave -: Estoy aquí para ayudarle. Hábleme de lo que quiera.

  - ¿Sabe cuál es mi problema?

  - No señora pero me encantaría conocerlo.

  - Se aburriría soberanamente.

  - No lo crea. Es mi trabajo y me gusta escuchar los problemas ajenos para darles solución.

  Emma sonrió apenas.

  - Si me promete no irse de la lengua, le cuento una cosa. También yo tengo mis secretillos - susurró Kerman dando misterio a sus palabras.

  - Soy todo oídos. Se guardar secretos. Antes del atasco mi vida era un enorme secreto. Ahora es del dominio público y créame, me siento fatal. Lo suyo no puede ser peor que lo mío.

  - Verá, en realidad soy un farsante. Estoy aquí para enterarme de la vida de todos los que se mantuvieron aislados en el atasco durante meses. Conocer sus miedos, inquietudes, flaquezas... Cualquier cosa que les haga vulnerables...

  - ¿Con que fin? - interrumpió la mujer.

  - ¿Escuchó durante los meses pasados hablar de un asesino en serie que compartía espacio y caravana con ustedes? - preguntó Kerman en tono confidencial.

  - Si, claro que lo escuché. Sinceramente creo que se trató de un bulo.

  - No fue invención de nadie. 

  - ¿De verdad? - se mostró reacia a creérselo -. Parece muy seguro de ello pero creo que me está mintiendo.

  - No le miento. Mi secreto es que yo también estuve en el embotellamiento, aunque no de la misma forma que ustedes. Lo mío fue voluntario. De momento, solo le puedo asegurar que conozco al asesino. Aunque le cueste creerlo, fui la mente pensante del atasco y... -calló repentinamente, como si se hubiera arrepentido de su confesión. Desvió la mirada hacia el vacío -. Si usted se atreve a confesarme lo suyo, le pongo al corriente de lo mío. Le anticipo que se trata de una bomba de relojería. Se lo aseguro.

  - Me cuesta creerle. Cuando un  grupo de personas vive una situación angustiosa, siempre aparece un perturbado que se crece manipulando a las víctimas. Bastantes problemas tuvimos en la caravana como para que encima apareciese un asesino y nada menos que en serie.

  - Piense un momento. ¿Ni siquiera le acecha la perturbadora idea de que entre tantos miles de personas hubiera un asesino en serie?

  - Usted no está bien de la cabeza - guardó silencio paseando la mirada inquieta por las paredes blancas. Comenzó a hablar con calma -: Ustedes, los loqueros son capaces de cualquier cosa para obligarnos a hablar.

  - Digamos... Que estamos intercambiando detalles íntimos de nuestras personalidades - el doctor Arretxe parecía divertirse.

  - Durante los primeros días del atasco, estuve a punto de volverme loca - sonrió sin ganas -. La gente se arremolinaba a los lados de mi coche, por delante, por detrás. Me llegó a faltar el oxígeno, aun estando al aire libre.

  - ¿No le gusta la gente?

  - No. Me ponen nerviosa sus voces, sus movimientos, las risas. Y lo que menos aguanto es a los niños. Esos seres enanos, burlones, mirones, crueles, bestias.

  - Usted también fue niña.

  - No como esos mocosos.

  - Continúe, por favor.

  - Me gustan los lugares solitarios. Regresaba de unas largas y tranquilas vacaciones en un pueblecito interior. Pequeño, apacible y recóndito. Y de pronto me encontré en el centro de una jauría, sin escape posible - el recuerdo le trajo un ligero escalofrío. Se acarició los brazos y encogió el torso -. No puede hacerse idea de lo que supuso aquello para mí.

  - Cuénteme, ¿qué supuso?

  - Me es difícil explicárselo. No soy como las demás personas.

  - Perdone, pero no veo nada extraño en usted - aseguró Kerman recostándose en el sillón -. No se fie de los comentarios ajenos...

  - No necesito que nadie diga nada. Lo sé.

  - ¿Usted se ve diferente?

  - ¡Soy diferente!

  - ¿Mejor o peor que los demás? ¿Mas valiosa? ¿Mas guapa? ¿Más tímida? - indagó el psiquiatra.

  - Soy distinta. No soporto el contacto con los demás. Miran. Se ríen. Se divierten a mi costa.

  - ¿Qué me dice de sus amigos?

  - No tengo amigos. No los necesito.

  - ¡Es imposible! Todos necesitamos a los demás. 

  - Yo no.

  - No le creo. Acaba de decirme que se hizo muy amiga de la paciente anterior.

  - Morgana es distinta. Es bruja - susurró.

  - ¿Bruja?

 - Como lo oye.

  - Vaya vaya. Entonces se han juntado dos personas diferentes. ¡Menuda suerte han tenido ustedes! - trató de retomar el tema de las relaciones personales de la paciente, ahondando en lo último que confesó -. Volviendo a lo anterior, usted habrá disfrutado de personas de confianza, alguien íntimo y especial al que contarle lo que le preocupó en el pasado.

  Meditó la pregunta durante unos instantes para susurrar después:

   - La gente... No es de fiar.

  - ¿No se fía usted de sus amigos?

  - Ya le he dicho que no tengo amigos. La gente que se acerca a mi me estudia, es como si quisieran realizar experimentos conmigo. No sé si me entiende. Reconozco que es complicado.

  - Tómese su tiempo. Estoy aquí para ayudarle, no lo olvide.

  - Soy distinta a los demás.

  - Todos somos diferentes.

  - Pero yo más.

  - ¿En qué sentido?

  - Soy... Cómo le diría yo esto... Soy... - dejó la frase inconclusa y oprimió los labios.

  - ¡Adelante! No tenga miedo. Nada de lo que usted me diga saldrá de aquí. 

  - Soy casi casi de plástico - se expresó en voz tan baja que Kerman apenas entendió sus palabras.

  - Me ha parecido escuchar que es usted de plástico pero no creo que...

  - Tiene buen oído. Soy totalmente artificial.

  - ¿Desde cuando tiene usted la impresión de artificialidad?

  - ¿Ve? Es lo que me pasa siempre. Nadie me cree. Usted debería poner un poco más de empeño. Al fin y al cabo es un especialista en estos temas - suspiró con desgana -. No es una impresión. Soy artificial, aunque debo aclarar que no me refiero a mi carácter ni a mi espiritualidad, no. Como es lógico, lo otro, repercute en mi carácter y en mis reacciones.

  - Lo otro - repitió el doctor Arretxe encogiendo los pies dentro de los zapatos -. ¿Sería tan amable de aclarar a qué se refiere concretamente cuando dice lo otro?

  - Es lo que me hace ser artificial.

  - ¿Y es? - invitó el facultativo experimentando hastío.

  - Físicamente soy... un espécimen artificial - se atrevió a confesar escondiendo su rostro entre las manos.

  - ¿Desde cuando le sucede? Quiero decir, ¿desde cuando es usted artificial?

  - Casi he perdido la cuenta, numerosos accidentes y enfermedades se han alternado en mi vida y me han otorgado esta condición extraña de artificialidad.

  - Accidentes y enfermedades - anotó Kerman en la ficha de la paciente -. ¿Puede concretar un poco más, por favor?

  - Aparentemente no hay nada anormal.

  - Es lo que trato de decirle. Usted es una persona como cualquier otra. No debería ser tan estricta consigo misma.

  - Sin embargo no puedo mantener relaciones de pareja, así como relaciones de amistad. Me veo obligada a estar sola.

  - Perdone que ahonde un  poco más, es que no le entiendo... ¿Estas anomalías a las que se refiere son físicas?

  - oiga, haga el favor de poner atención cuando le hablo. ¡El problema soy yo! ¡YO!

  - Perdone, trato de entenderle pero usted no es clara. Entiendo que por alguna razón, importante para usted, tiene algún tipo de complejo. Pero todavía no sé exactamente qué es lo que le ha llevado a pensar que usted es artificial.

  - Creo que he sido muy clara. No puedo tener pareja ni amigos.

  - Eso me ha quedado claro pero me ayudaría bastante conocer la razón que le ha llevado a esa situación.

  - Soy diferente.

  - Pues sepa usted que al resto del mundo - abarcó con los brazos  un círculo inmenso -, les gusta compartir y conocer personas diferentes y originales. Esas personas, en general cuentan con un gran atractivo que...

  - Es posible, pero no soy original, soy diferente. ¡DI - FE - REN -TE! No sé cómo quiere que se lo diga para que lo entienda. ¿Tengo que hablar en chino?

  - Está claro. Usted es diferente. Pero, ¿qué tal si concreta un poco más? Por ejemplo, ¿diferente a quienes?

  - Al resto del mundo.

  - Pues si que es abarcar.

  - Usted también se burla de mí. Todos lo hacen.

  - Solo intento ayudarle a superar sus miedos.

  - No disimule, estoy acostumbrada.

  - A su juicio, ser diferente ¿es malo? ¿Negativo?

  - Muy malo. Me obliga a aislarme.

  - Por lo tanto usted tiene miedo a que los demás no acepten sus diferencias. ¿Es así o me equivoco?

  - Me avergüenzo de mi misma - confesó resuelta bajando la mirada.

 - Lo que le digo. Usted tiene miedo a no ser aceptada. Estoy convencido de que exagera sus complejos.

  - No lo entiende. No tengo complejos. Lo mío son...

  - Si, si. Lo suyo son diferencias. Lo ha explicado usted de maravilla.

  - Son diferencias feas - añadió fijando la mirada en la ventana.

  - Todos tenemos o vemos características feas en nuestro cuerpo. El secreto radica en aceptarse tal como somos para vivir felices.

  - La deformidad es fea.

 - Usted no es deforme. Tiene que quererse como se quiso en el embotellamiento.

  - Habla usted igual que Morgana.

  - Son trabajos con muchas similitudes. Ambos tratamos de ayudar a los demás - observó distraídamente a la mujer. Volvió a recostarse en el sillón, estiró las piernas cruzando los tobillos y añadió -: Me sentiría plenamente satisfecho si consiguiera arrancarle una carcajada.

  - Morgana decía que siempre intenta que las personas se sientan bien en su propio mundo. Me encantaba hablar con ella. Nos ayudó mucho en aquellos meses.  Al principio del atasco me quería morir. Verme rodeada de gente resultaba insoportable. Lentamente, Morgana me hizo ver otra realidad: La multitud me arropaba. Durante meses fuimos todos iguales. Unos pobres infelices, desamparados que únicamente nos teníamos los unos a los otros para sobrevivir.

  - Morgana era la amiga de todos ustedes.

  - Ella nos comprendía y enaltecía nuestras limitaciones como si fueran virtudes.

  - Es el comportamiento natural de los amigos. Ayudarse y ayudar. Es algo mutuo que une a las personas. Que usted considere tener mal envoltorio, no es necesariamente real para el resto. Algunos la verán fatal, no le voy a engañar. Pero para otros, usted será perfecta y única. Y todavía voy más allá, lo feo que vemos en cada uno de nosotros, no suele ser real.

  - Le repito - elevó el tono de voz enfadada -, que lo mío no es imaginario. ¡Soy diferente! Los niños se burlan, se tronchan al verme. ¿Sabe por qué? Porque son sinceros. Los adultos, disimulan pero huyen para comentarlo con otros, escapan para burlarse.

  - Primero he de decir que la sinceridad de los niños no es real. Se ríen de cualquier cosa. En la infancia todo les hace gracia. Los críos son un tanto gansos. Y en cuanto a los adultos, no sé de dónde saca que se burlan de usted si asegura que salen huyendo de su lado. En último lugar, sigo sin ver nada anómalo en su persona, de verdad. Créame cuando le digo que usted es una persona como las demás.

  - ¿Está preparado para una demostración?

  - Lo estoy - respondió con sinceridad el psiquiatra -. Además le convenceré de que sea lo que sea que no le agrade de su cuerpo, no es más que una idea preconcebida que ha anidado en su cerebro sin ningún fundamento.

  - Se arrepentirá - la paciente se ufanó paladeando la victoria -. Después de verme no tendrá argumentos.

  Por la mente de Kerman atravesó la idea de estar en presencia de una trastornada. Lo importante sería ver si la mujer estaba tan obsesionada antes del embotellamiento o fue fruto del desaliento sufrido durante los meses pasados.

  - Correré el riesgo - concluyó tratando de no mostrarse dudoso.

  La paciente se incorporó de la butaca con bastante dificultad. Titubeó unos instantes y volvió a la posición anterior.

  - ¿Qué le sucede ahora? - preguntó Kerman agotado. La paciente le estaba martirizando y el número elevado de visitas le pasaba factura.

  - ¿Tiene preferencia por algún sitio concreto?

  - Perdone, no le entiendo.

  - Puedo empezar por la cabeza, los pies o por medio cuerpo. Lo mío es espectacular.

  - Lo dejo a su elección. No tengo manías - declaró malhumorado, convenciéndose a cada frase de que la mujer se encontraba muy mal mentalmente.

  - Siempre lo hago sentada en la cama...

  - No se incorporé si lo desea.

  - Siempre con la luz apagada - continuó la mujer -. Siento asco de mi misma.

  - Con la luz apagada no veré nada.

  - Empezaré por abajo - se decidió.

  Comenzó por desenroscarse la pierna derecha o así se lo pareció a Kerman, a la altura de la rodilla.

  - ¿Lo ve? - la paciente señaló la complicada estructura metálica que constituía la rotula artificial de su pierna.

  Kerman asió con ambas manos la pierna que le ofrecía la víctima con sumo cuidado, como si fuera una granada que le destrozaría las manos en cuestión de segundos. Sintió repulsión al palpar la prótesis similar a la gomaespuma rodeada de hierros.

  - Es similar a la gelatina - la voz de la paciente surgió repentina como si hubiese leído el pensamiento del doctor.

  Sin añadir nada más, siguió con la mano izquierda. Al recogerla en las manos, Kerman sintió la textura de las muñecas. El sistema fue similar al de la pierna. Seguidamente se desabrochó la camisa con pericia, pues lo hacía con una sola mano. Se deshizo del relleno del sujetador del pecho izquierdo. Kerman observó la oquedad cicatrizada donde debería permanecer el seno.

  - Me extirparon un cáncer hace diez años - aclaró la paciente.

  Seguidamente se deshizo de las uñas postizas de la mano derecha. Bajo ellas, la carne, con aspecto deshidratado, se veía abultada junta a pellejos resecos.

  - Todo esto fue producto del estrés acumulado y la tensión nerviosa. Los accidentes, el cáncer - … masculló entre dientes.

  Kerman observó imperturbable al deshecho de mujer, que sentada frente a él aguantaba tiesa como una vela. Se removió en el sillón giratorio, tratando de buscar las palabras exactas pero las ideas se negaban a llegar hasta el cerebro.

  - ¿Qué sucede? - interrogó con sarcasmo la mujer -. ¿Se ha quedado mudo? ¡Lo sabía!

  - Del mismo modo que a Morgana no le importó su exterior, a mi tampoco - confesó tratando de ganar algo de tiempo mientras asimilaba el cuerpo diseminado de la paciente sobre su mesa -. Es más, estoy convencido de que hay más personas de las que usted cree, que estarían dispuestas a ofrecerle su sincera amistad.

  - Lo dice por decir. Se que doy lastima.

  - Lo único lastimoso es la manera que usted tiene de ver la vida. No debería ser tan dura consigo misma.

  - Todavía no he terminado.

  Prosiguió extrayéndose las prótesis dentales, el ojo derecho de cristal, la lentilla del izquierdo, los audífonos para finalizar con la peluca. 

  - Soy miope y sorda de nacimiento. Perdí el ojo derecho en un accidente tonto casero y a consecuencia de la quimio, el pelo me salió pobre y fui perdiéndolo paulatinamente.

  - Comprendo que son muchos sinsabores los que ha ido padeciendo a lo largo de la vida - el psiquiatra farfulló al comenzar a hablar -. Las numerosas pérdidas le han ocasionado...

  - Hablando de pérdidas - interrumpió la mujer que repentinamente parecía haberse crecido -, también me veo obligada a usar pañales pues padezco incontinencia urinaria.

  - Debe darse una oportunidad - aconsejó el facultativo sintiendo que estaba metiendo la pata -. Una vez por semana, un grupo de personas con similares problemas al suyo, se reúnen en mi consulta para comentar entre los asistentes todo aquello que les preocupa y les incomoda, así como a barajar cuestiones que pueden servir ante la sociedad poco proclive a comprender a las personas... digamos, diferentes en algún sentido que...

  - Insiste una y otra vez en que lo mío tiene arreglo - dijo la mujer dolida y mostrándose malhumorada.

  - Le invito a participar. Acuda solo a la primera sesión. Estoy convencido de que el grupo le gustará y le ayudará. Encontrará el apoyo necesario. Le sorprenderá saber que algunas situaciones son peores que la suya.

  - Esas mismas palabras utilizaba Morgana durante los meses del atasco. Me enseñó a sobrevivir, apoyándome en las desgracias ajenas.

  - ¿Lo ve? ¿Dónde han ido a parar los consejos de su amiga? Le está defraudando. ¿Ha pensado en ello?

  La mujer frunció el ceño pensativa.

  - Volverá a sonreír y llegará un día en el que podrá hacer vida normal, esa vida con la que tantas veces ha soñado.

  - ¿De verdad cree que tendré oportunidades?

  - Estoy convencido.

  - ¿Podré tener amigos?

  - Si lo desea y se empeña en superarse, logrará todo lo que se proponga.

  - Lo dice tan convencido que por un instante, he llegado a creerle.

  - Usted se repondrá. Se lo prometo pero no pretenda barrer en el desierto - aseguró Kerman casi persuadido. Se sintió mezquino por no atreverse a decirle a la mujer que en el mundo actual donde prevalece la belleza por encima de todo canon, nunca sería vista por nadie como un ser humano normal.

  - ¡Gracias! Prometo darme una oportunidad. Acudiré a su consulta - sonrió por primera vez, afanándose en despejar la mesa de la consulta y recolocándose cada pieza en su lugar correspondiente, ante la atenta mirada del doctor. Al cabo de unos minutos, volvió a convertirse en una mujer aparentemente normal -. Normalmente tardó unos veinte minutos en acoplarme cada miembro pero hoy lo he podido realizar en la mitad de tiempo. Debe ser la ilusión que usted me ha otorgado con sus palabras.

  - No hay prisa - mintió Kerman soñando con un espumoso baño de burbujas en el jacuzzi -. Todos tardamos un buen rato en acicalarnos cada mañana.


  Kerman cerró la puerta de la consulta. Recorrió el pasillo que se oscurecía a su paso. Emma caminaba despacio, un par de pasos tras el doctor. Se despidieron en la calle. El horizonte perfilaba tonalidades preciosas, desde el naranja hasta los violáceos, los amarillos y rojizos intensos. El tráfico fluía con normalidad. Observó a la mujer según se alejaba. Con mansa lentitud se balanceaba con una cojera apenas perceptible. Se fue haciendo diminuta hasta perderse en el adormecido atardecer. Se mantuvo unos minutos amparado en el soportal de la clínica, dudando entre refugiarse en el baño de espuma junto a Morgana o retomar el camino hacia la consulta. Optó por lo segundo. Necesitaba ordenar algunas ideas.

  Una vez llegó a la novena planta, reabrió la consulta del doctor Arretxe. Observó en el espejo el minucioso trabajo de Marcus, el maquillador. Su colega del alma. No existía nadie que le igualara. Se dedicaba a ello profesionalmente. Maquillaba a actores de cine y teatro. Ambos se conocieron en la consulta del doctor Arretxe.

  - Te superaste, Marcus - musitó a la imagen que le devolvió el espejo. Se despojó de la barba canosa. Introduciéndose  los índices de ambas manos en la boca, extrajo la dentadura superior. La depositó con cuidado en un estuche que contenía un líquido azul. Repitió lo mismo con la prótesis inferior. A continuación se despojó de unas acolchadas protuberancias laterales del interior de la boca, que le inflaban considerablemente los pómulos. Se enjuagó  la boca para eliminar los restos de la pasta que se adhirió a sus propios dientes. Se deshizo de las bolsas, que bajo los ojos, le sumaban unos años más a su real apariencia. También  del interior de las fosas nasales, sacó unas varillas que sujetaban unas almohadillas muy bien disimuladas a los lados exteriores. Al desprenderse de las lentillas del color azul de los ojos del psiquiatra, apareció la mirada aturdida del joven impostor. Las patillas, unidas a unos pocos cabellos ralos, desaparecieron con parte de la cabeza calva. Se masajeó sus cabellos negros con los dedos. Resopló satisfecho de recobrar su aspecto. Se desabrochó la bata y se la quitó con cuidado para evitar que el relleno del interior se quebrara. Si una mirada observadora se hubiera detenido en sus zapatos, tal vez hubiera descubierto la pequeña elevación, no más de tres centímetros, en el interior de los tacones. Se descalzó. El doctor Kerman Arretxe había desaparecido. La apariencia del tipo transformado en su lugar, resultaba bastante más vulgar. No contaba con doctorado alguno, solo era un pobre infeliz  de poco más de veinte años llamado Vidal Celaya.

  El sonido de llamada del teléfono le sobresaltó. Morgana llamando. Dejó que sonara. No le apetecía recobrar el aspecto del doctor para retomar el idilio con aquella tipa rara. ¿Qué coño había visto un eminente psiquiatra de cincuenta y tantos años en una loca de apenas treinta que presumía de ver el futuro en un mazo de cartas?  Lo que la treintañera había descubierto en el  prestigioso doctor estaba claro. Se resumía a una abultada cuenta corriente. 

  - Si te viese Emma - musitó sonriéndole a la imagen.

  - Eres un caso perdido, Vidal. Necesitas madurar. No puedo ser tu ángel de la guarda siempre. Eres un chico joven, con toda la vida por delante. Estudia, haz algo de provecho con tu vida. Es un regalo demasiado precioso para malgastarla... - las palabras del padre volvían a taladrarle el cerebro una y otra vez. Llevaba más de cinco años muerto y las seguía escuchando como si lo tuviera delante. Pataleó en el suelo. Se tapó los oídos, sin embargo la voz continuaba machacando -. Eres un caso perdido, Vidal...    

 - No te puedo resolver la vida, Vidal. Crees que puedes vivir a tu manera pero no es cierto - la calma en la voz del doctor Arretxe le desquiciaba de manera casi ofensiva. Sus palabras vacías se repetían una y otra vez en cada una de las sesiones a las que asistió -. Pero no debes olvidar que estoy aquí para ayudarte. Tienes mucho potencial. Si te esforzases un poco, conseguirías todo cuanto te propusieras. Eso si, es importante que no pretendas barrer en el desierto...

  Vidal nunca lo sintió como aseguraba Arretxe. Nunca sintió que estuviese dispuesto a ayudarle, ni en la consulta individual ni en la terapia de grupo. Ninguno de los once participantes lo sintió del mismo modo que aseguraba el psiquiatra. Nadie estuvo dispuesto a propinarle el empujón necesario para dar salida a ese famoso potencial. Nunca logró estar a la altura que requería la sociedad. Para ganarse el respeto social no solo basta con conseguir un buen trabajo y buen nivel intelectual y económico. Además es necesario ser buena persona. Eran demasiadas cosas. Así lo intuían los pacientes de Arretxe: Para ganarse el respeto social se precisaba  ser una eminencia.

  A fuerza de desplantes sociales se alejó la esperanza mientras se fue anidando en el corazón una baba verdosa, brillante, resbaladiza y espesa de venganza. Comenzaron por pequeñas travesuras callejeras. Coquetearon infundiendo miedo a las familias, a los vecinos. Llenaron de amenazas los buzones... Aumentaron los ingresos en el psiquiátrico. Una y otra vez volvió el discurso del padre: "Eres un caso perdido, Vidal..." Retumbó en sus oídos la calma de Arretxe: "No pretendas barrer en el desierto..."

  Los once hicieron grupo. Se constituyeron en armoniosa familia. Como una piña se apoyaron unos en otros, caminaron juntos, firmaron un pacto de honor. No necesitaron nada más. Se alejaron de la ayuda de doctores, en su opinión zumbados e incapaces de proporcionarles lo necesario. Se mofaron de esa sentencia sin sentido, que tantas veces repetía Arretxe: de sobra sabían que barrer en el desierto resultaba imposible.

 Desarrollaron nuevas habilidades. Maquinaron intrigas demoledoras. Se abrieron paso con algunas drogas, mezclaron imaginación con alcohol. Vagabundearon despreocupados con todo el tiempo libre para disfrutarlo sin medida, sin responsabilidades, sin tener la obligación de mostrar madurez, sin cordura. Tenían todos los boletos comprados para realizar algo sonado de lo que se hablaría durante mucho tiempo...

  Tenían una misión que cumplir. Las voces de su interior así le lo repitieron. Además, contaron con un incentivo extraordinario: Un tipo encargado de encender la mecha. Siempre hay alguien que da la salida. La maldita frase actuó como un detonante. Los once se miraron a los ojos con detenimiento.

  - Oye, Celaya. ¿A qué no hay huevos para formar un atasco de tráfico en todo el país? 

  El silencio se tornó desgarrador. Todos esperaron gozosos. Con los corazones bombeando acompasados.

  - Solo sería imposible - sentenció el aludido -, si cada uno de nosotros bloqueamos unos puntos diferentes de la red secundaria de carreteras del país. Le hacerlo, lo hacemos a lo grande. Se montará la gorda.

  Y se montó porque hubo huevos de sobra.


  Dos semanas después saltaron las alarmas. El país entero de norte a sur, de este a oeste estaba completamente colapsado. ¿Cómo llega un país civilizado con buena infraestructura vial a vivir un caos semejante? 

  El mayor atasco circulatorio acaecido en España lo lograron un grupo de once cabezas huecas y casi dos docenas de huevos. A medida que los turismos se fueron quedando anclados en diferentes puntos, se sumaron algunos listillos y sobrados, que sin quererlo expresamente, propiciaron la idea del primer grupo de chalados. Se multiplicaron las colisiones, los accidentes desmedidos. Entre la velocidad de unos y la inexperiencia de otros, se logró el mayor cataclismo. Salvo el grupo de los de Arretxe, nadie tuvo conciencia exacta de como se desarrollaron los hechos. 

  En algún punto concreto, sin especificar dónde, un turismo vacío se empotró en un camión de gran tonelaje abandonado en un arcén. Una autovía del sur apareció repentinamente cortada por obras, sin que se hubiese detectado señalización previa. Otras informaciones llegaron desde numerosos puertos. Se habló de desprendimientos de rocas, lo que provocó una hilera de accidentes en colisión. Sin que algunas de estas noticias quedarán suficientemente contrastadas, se dijo también que algún vehículo se deslizó por alguna pendiente, debido a una rotura de frenos, con el doctor Arretxe en su interior. En otros puntos se habló de calzada mojada, niebla. No faltaron los dormidos al volante, los que circulaban por dirección contraria o los que sobrepasaban el índice de alcohol o drogas en sangre. También hubo quién circuló sin puntos o incluso sin carné... Las causas no se salieron de las normales en cuanto uno se echa a la carretera con el turismo y la familia. Eran fechas malas, es cierto. 31 de julio, muchos vuelven y otros comienzan las vacaciones. Así se pasaron cerca de un año los pobres infelices en la red vial. Pero, ¿cómo se explica que todos esas desafortunadas incidencias se diesen a lo largo de todo el país en las mismas franjas horarias y en el mismo día? Imposible de creer. A no ser que alguien ose preguntar: 

  "¿A qué no hay huevos para...?" 

  Y hubo.