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miércoles, 31 de julio de 2024

PEPITA, LA DE PACO

   



   Hipocorísticos. Dicho así, resultan vulgares. Huele a cotilleo de barrio. Paco parece un don nadie, Pepi, una cualquiera pero...

 

  El pintor disponía el lienzo para empezar a trabajar en el óleo en cuanto llegara Pepita. No podía imaginar mejor  modelo. A sus cuarenta y cuatro años, don Francisco se relamía cuando una chiquilla como Pepi le sonreía con deleite y vanagloriaba lo que la inmensa mayoría de hombres de la corte estaban dispuestos a pagar con buenas bolsas de reales. Seguidamente, dedicó unos minutos al canapé aterciopelado en el que se recostaría grácilmente Pepita. Alisó con mimo los pliegues de la sábana. Se separó unos pasos del conjunto. Sonrió para si mismo y adelantándose de nuevo, ahuecó la almohada de encaje. La campana le alertó de la llegada de la mujer. Estiró los labios, que se abrieron ligeramente, restando seriedad al redondo rostro.  

  - Buenas, Paco - paseó la mirada curiosa del canapé verde a los cortinones de las ventanas y de estás al rostro colorado y a los grandes ojos negros del pintor, mientras se despojaba de la capa y el sombrerito a juego. Dobló las prendas con sumo cuidado, abandonándolas sobre una butaca -. Tenemos poco tiempo, Paco. Manuel tiene algo importante en la Corte y desea que le acompañe.

  Se ensombreció la estancia de repente, al desaparecer la sutil figura femenina tras un biombo. Según se despojaba de las ropas, las dejaba caer al otro lado con frenética prisa. El vestido, las enaguas, los zapatos... 

  Asomó la cabeza por un lado, exhibiendo la blancura inmaculada de la piel juvenil. Tersa, frágil, delicada. Dibujando un contorno perfecto de líneas corporales y acoplando un tenue perfume de lavanda a la estancia, que repentinamente dejaba filtrar la juventud alegre de la modelo. 

  - ¿Estás preparada? - preguntó Paco con la voz relajada, el pincel trémulo en la derecha, disponiendo las mezclas tonales con la otra mano.

  Pepita dejó caer la sabana que le cubría parte del cuerpo, mermando la actitud de mujer formal. Se dejó caer sobre el diván, tan delicadamente como se posa un pétalo de rosa en la mullida yerba.

  - Ladea un poco el cuerpo, levanta ligeramente el brazo, lleva el derecho hacia atrás, escóndelo entre el cabello, flexiona un poco las piernas... - Paco movía el pincel con presteza, aclaraba un tanto, oscurecía el fondo o callaba ensimismado como concentrado en admirar tanta belleza junta.

  Pepi le dedicaba todo su cuerpo, sabedora que sería admirada a lo largo de los siglos, según palabras de Paco. Ofrecía orgullosa la mirada franca con la expresión rotunda en los ojos, disfrutando de regalar el bello púbico a cuantos osaran disfrutar de sus atributos. Atrevida y audaz se regodeaba de la esbeltez prodigiosa que haría de ella una de las mujeres más famosas de la época: corrían los últimos años del siglo XVIII y en España reinaba Carlos IV. La Inquisición se haría eco por la carencia de recato y por el resalte de erotismo de la joven modelo. También por el conocimiento del cuerpo femenino. Ella era Josefa Petra Francisca de Paula de Tudó, amante y esposa de Manuel Godoy, más conocida como la Maja desnuda. 


martes, 14 de mayo de 2024

¿POR QUÉ NO EN MAYO?





  Mantengo tus recuerdos ajados

de tantas vueltas que dan en la memoria...

Se me arrugan las pieles de tus silencios

de tantas veces hablarlos, de tanto reírlos...

  Se mecen las ideas en tardías charlas,

acariciando las sombras en salas y jardines,

acunando sueños entre brindis y nostalgias...

  Entre costumbre, elogios, disfrute y llanto,

acelera el tiempo su retrato, mudan los días

mientras las noches se envuelven en melancolía...

   Nos embebemos de tus riquezas internas,

salpicadas de nuevos proyectos,

de vidas por estrenar, de ávidos delirios,

de limpiezas y ensalmos, de reconfortantes abrazos...

  Nos esforzamos por custodiar tu legado,

por vestir nuestra alma de verde,

raiceando los nudos que nos tornan familia...

  Nos embebemos en ese lazo apretado e invisible

que nos arrastra hacia el placer de reunirnos...

  refugiándonos unas en otras, haciéndonos hueco

en el seno de tu calidez invisible...

  

  

  




domingo, 14 de abril de 2024

MEDIA ABRIL...




  Media abril con la pendencia enlazada en una esperanza tardía,

enturbiando su inexorable y febril actividad...

  Media abril con la parsimonia de la alegría ensoñada,

impregnándose con la mesura desmemoriada de la templanza alicaída...

  Media abril, varado en voces remotas que se amarran a furias fatales,

vaciándose con la premura delicada de la calma atemperada...

  Media abril con la sutileza de un recuerdo engalanado, con la prisa salvaje, con el adiós no dicho, con la silla vacía y la mirada muda...

  Media abril, ahuecando las voces en una madrugada lenta...

   


jueves, 22 de febrero de 2024

G G G







    

1. "LOCURA ES HACER LO MISMO UNA Y OTRA VEZ Y ESPERAR RESULTADOS DIFERENTES" (Atribuida a Albert Einstein)

    - Esto encaja perfectamente para un hombre como tú - aseguró con claridad el inspector Badiola, propinando una palmada amistosa en la espalda de Salas, antiguo sargento de la policía vasca.

  Ambos rodearon casi con sigilo el cuerpo inerte y degollado del terrier. Salas sopesó minuciosamente la extraña posibilidad de que el animal no hubiese puesto resistencia a su atacante, debido al carácter enérgico y decidido de los de su especie. Según palabras de Badiola, al igual que los tres anteriores, no portaba collar identificatorio ni habían aparecido carteles buscando al animal ni siquiera aparecieron fotos en ninguna red social. Resultaba significativo que nadie lo diera por perdido.

  - El primer cadaver apareció el 4 de septiembre - continuó el inspector de la ertzaina, detallando la información de aquellos extraños sucesos, que comenzaban a inquietar a los vitorianos -. Se trataba de un precioso cocker negro. Teniendo en cuenta el vínculo de fidelidad que les caracteriza, nadie lo reclamó. Muy extraña la actitud del dueño. Los de su raza son animales inteligentes, atléticos y resistentes que siempre están alerta. 

  -   ¿Estamos ante un tocapelotas, Badi?

  - El cocker se encontró al pie de la estatua de Ataulfo - argumentó el inspector, desoyendo el comentario jocoso del detective -. Junto al perro apareció una fotografía de un grupo de niños. Parece una instantánea de aula de colegio. En el reverso de la fotografía, escrito con bolígrafo de tinta azul y con letras mayúsculas se leía la palabra "CALÍGULA".

  - ¿Supuestamente el nombre del perro? ¿Se trata de un mensaje en clave? - Salas se mostró escéptico -. ¡No me toques los huevos, Badi!

  - Supongamos que son mensajes que lanza el asesino. Es un nombre demasiado largo para un perro, ¿no te parece?

  - Ni puta idea, Badi. Soy ignorante en todo lo relativo a perros. ¿Tú te estás oyendo? Hablar de asesino es un tanto exagerado. Será un chalado que quiere tocarnos las pelotas.

  - Así lo catalogan los periódicos. "Asesino en serie aterroriza a los sabuesos vitorianos y a sus dueños". Es el último titular. ¿No lo leíste el viernes en el Correo?

  - No tengo mucho tiempo para plumillas de tres al cuarto. ¡Asesino en serie! ¡Me cago en la puta! ¿Qué cojones te he hecho yo para que me endilgues este marrón?

  - Susana Zubiría... - Badiola pronunció el nombre con recato, observando de soslayo al detective.

 - ¿Qué tiene que ver Susana en este espectáculo?

 - Ha puesto el dedo en la llaga y el supuesto asesino, por obra y gracia de su envenenada pluma, ha pasado a ser asesino en serie.

 - ¿De perros? - preguntó Salas mesándose la pelirroja perilla que comenzaba a clarear.

  - Como lo oyes.





2. "LA LOCURA, A VECES, NO ES OTRA COSA QUE LA RAZÓN PRESENTADA BAJO DIFERENTE FORMA" (Goethe)

  - El cadáver del segundo perro apareció seis días después. el 10 de septiembre en el mismo lugar, el parque de La Florida. Como si de un  ritual macabro se tratase, un caniche marrón claro fue descubierto por un anciano, que al divisar un bulto junto al quiosco de música, se acercó comprobando que se trataba de un pequeño perrito degollado - Badiola continuó exponiendo los hechos en una mesa apartada en la terraza del Toloño, ante un perplejo Salas, seis días después del degollamiento del terrier. No había cejado en su empeño de que el detective se hiciera cargo del caso pero este le daba largas una y otra vez -. Junto al perro, apareció la misma fotografía que en el primer caso acompañada del supuesto nombre: MORTIMER.

  - Supongo que estaréis indagando por los centros de enseñanza de la ciudad - inquirió el detective con una sonrisa amarga. 

  - El 16 se descubrió el cadáver del tercer perro degollado. Un espléndido dóberman de gran envergadura, que por sus potenciales características, resulta muy extraño que esta raza se pueda dominar fácilmente debido a que suelen estar adiestrados para defender a sus amos. Son canes leales y muy valientes. Su expresión resulta inquietante. sobre todo ante desconocidos y mucho más al enfrentarse a posibles atacantes. Un ciudadano dio la voz de alarma al divisar un bulto envuelto con una lona azul, bajo el banco de la estatua de Wynton Marsalls, el trompetista y compositor que desde 2006 nos acompaña en el más querido parque de la ciudad. ¡En pleno paseo! La llamada del transeúnte se recibió a las diecinueve horas. La tarde era magnífica. Numerosos ciudadanos aprovechaban los últimos días del verano. Desde primera hora de la tarde, el paseo estuvo muy  concurrido. Niños de corta edad correteaban por las inmediaciones. Algunos estudiantes salían o se dirigían a la Casa de la Cultura. Un grupo de turistas acompañados del guía transitaron minutos antes... En fin, tío, ¿qué te voy a decir del parque? Nadie vio nada sospechoso.

  - ¿Qué clase de perturbado se dedica a maltratar y dar muerte a animales indefensos, amados en sus hogares que representan a uno más en las familias? - preguntó Salas, más para si mismo que para Badiola - ¿Por qué razón no se han recibido denuncias de perros desaparecidos?

  - No es un caso para nosotros - continuó el inspector - pero una vez más insisto que a ti te va que ni pintado, macho.

  - ¡No me jodas, Badi! ¿Te crees que no tengo otro pito que tocar que descubrir al tarado que se dedica a ir degollando chuchos? 

  - Venga, hombre. No seas escrupuloso. Tú te mueves muy bien por ahí y tu equipo es capaz de resolver el caso.

  - Tal vez pertenezcan a la perrera municipal...

  - Eso fue comprobado. Los chuchos que suelen alojar allí son muy comunes. Estos tenían dueño. Estaban lustrosos y bien alimentados. Pertenecían a familias, me atrevería a asegurar que distinguidas, ya me entiendes.

  - ¡Menuda hostia de familias, Badi! ¿El perro desaparece y nadie lo reclama? Difícil de digerir.

  - No cabe duda de que es un misterio. Sale la noticia en los informativos de radio, televisión y prensa. Nadie reclama los cuerpos - susurró el inspector.

  - Vosotros tenéis todos los medios. Poco puedo aportar yo - se quejó Salas. Pásaselo a los agentes locales.

  - Vamos, Salas. Es un favor que te pido, tío - Badiola le escrutó con ojos profundos -. Pondré a tu disposición todo lo que necesites. El tema es que no tengo suficientes agentes para ocuparse de esto, que te auguro que tiene más miga de la que aparenta. Tengo entre manos un asunto muy feo. Ya habrás oído lo de las chicas menores desaparecidas. Esto también es urgente, los dueños de mascotas están aterrados y ya estamos a 28 de septiembre.

  - No me convence el asunto - sentenció recordando el cuerpo inerte del último perro degollado -. ¿La fotografía también apareció junto al terrier y el dóberman?

  - Si. Igual que en los casos anteriores. Y también con sendos nombres, TORQUEMADA con el dóberman y con el terrier, SALTYKOVA.

 - ¿Qué habéis averiguado sobre eso?

  - Nada, Salas. Ya te digo que me falta tiempo.

  - ¿De qué raza es el perrito de hoy? 

  - Golden Retriever. ¿Te suena?

  - Lo de Golden a manzanas. ¿Por qué me tendría que sonar? No soy amigo de perros.

 - Son enérgicos, leales, cariñosos y sobre todo muy buenos. Se adaptan con facilidad a cualquier estilo de vida. Son muy divertidos y necesitan hacer ejercicio, ya que tienden a padecer obesidad.

  - ¡No jodas, Badi! ¿Los perros también tienen que cuidar la línea?

 - Es importante que caminen una media de dos horas al día - apostilló el inspector -. Antes de que lo preguntes, te diré que también va acompañado de fotografía, la misma que en los casos anteriores y de nombre, en este último caso, ISCARIOTE. 

  - Conmovedor - interrumpió Salar escéptico -. Y dicho sea de paso, menudos nombrecitos que se buscan algunos para las mascotas. ¡Hay que joderse! Calígula, Mortimer, Torquemada, Saltykova e Iscariote.

  - Tendrás que hablar con Susana... - comenzó a decir Badiola.

  - Creía que podía llevar el caso a mi manera - satirizó el detective.

  Badiola observó el semblante de su interlocutor. Las pronunciadas ojeras, las incipientes canas que le otorgaban un aspecto de madurez entredicha. Las arrugas tempranas, cada una con un mensaje y significado taciturno. La mirada profunda que siempre se imponía tenaz. La voz rotunda. La acción sopesada. ¿Cuántos años arrastraba a sus espaldas? Alrededor de cuarenta. Soportando sobre sus anchos hombres un buen cargamento de miserias y lamentos.

  - No te lo tomes a mal, chico. Te lo digo porque Susana ha publicado diariamente algo referente a los canes y estoy convencido de que te podrá aportar alguna idea y...

  - Y porque te gusta añadirle morbo al tema.

  - Me cago en la leche, Salas. ¡Que mala baba tienes!

  - ¿Me equivocó? - clavó lo ojos profundos en el rostro cansado del inspector -. Ya conoces lo mío con Susana.

  - Eres un auténtico hijo de puta - manifestó riendo de buena gana.

  - Bueno, resumiendo... - Salas propinó unas cuantas palmadas sobre la mesa -. Ponme al corriente de lo que habéis descubierto.

  - Si tendríamos algo, no te hubiera llamado, tío. Ya te he dicho que no dispongo de hombres suficientes para centrarme en esto y dejar el resto de los asuntos de lado.

  - ¿El resto de los asuntos? - Salas imprimió a sus palabras un exceso de burla -. Si estáis tocándoos los huevos todo el puto día.

  - Lo sabes de sobra. No contamos con medios, sin embargo un perro viejo como tú...

  - ¡Manda cojones! Sois un puñado de flojos. Los niños mimados de este puñetero gobierno vasco.

  - No empecemos, Salas. No olvides que todos estamos en el mismo barco. 

  - ¡No te lo crees ni tú! Será el mismo barco pero unos viajáis en primera y otros nos pudrimos en tercera. Pertenezco al grupo de los muertos del Titanic.

  - Pero que llorica eres, macho. Anda, te lo pido por la amistad que nos une. Hazme este favor. Sabes por dónde moverte, conoces gente hasta en el infierno...

  - No olvides que he vivido en el infierno.

  - No sigas por ahí que te conozco.

  - A ver, Badi. Suponiendo y digo solo suponiendo que acepte involucrarme en tu mierda, ¿qué beneficio saco de todo esto?

  - Resolver el caso, ¿te parece poco?

  - Resuelvo el caso y tú te cuelgas la medalla. ¡Cojonudo, Badi!

  - No pretendo colgarme nada. Podrías limpiar tu nombre.

  - Tengo la conciencia tranquila, ya lo sabes.

  - Lo sé, amigo. Siempre he creído en ti. Te defendí en su día y lo seguiré haciendo siempre. Eres un tipo de ley pero los que te sacaron del puesto y ese puñetero gobierno vasco como tú dices, tal vez tengan que bajar la cabeza.

  - Con patearles el culo, me daría por satisfecho. Pero resulta que tengo algunos vicios. Me gusta comer, bien si es posible y aunque pretendieron borrarme del mapa, me siguen cobrando la luz, el agua, el gas... En una palabra: necesito pasta. Mis chicos y yo no vivimos del aire.

  - Fija una cantidad y mañana la tendrás en tu cuenta - el inspector se mostró serio.

  - ¿Quién aporta esa cantidad?

  - Yo me encargo, no hay problema.

  - O sea, tú puto gobierno vasco.

  - Que también es el tuyo Salas, no lo olvides.

  Lanzó una sonora carcajada. Algunos vecinos de terraza giraron las cabezas hacia la mesa de los dos hombres.

 - ¿Lo que yo quiera? - preguntó después de unos minutos interminables de espeso silencio.

  - Lo que pidas.

 - Chico, aquí tiene que haber algo raro. ¿Es una encerrona? ¿Alguien quiere distraerme con esta chorrada? Me la van a jugar...

 - ¡Qué no, tío! - le interrumpió suspirando, como pretendiendo acumular grandes dosis de paciencia -. Mira que eres desconfiado. Para empezar, te ofrecemos diez mil euros. Cuando encuentres algo importante, se te recompensará con... digamos... otros seis mil y cuando el caso esté resuelto se te darán treinta mil.

  - No - se incorporó tan bruscamente que volcó la silla -. Hay algo raro que huele muy mal.

 - ¿Te parece poco? - el inspector le sujetó del brazo con contundencia.

  - Me dices que lo que yo quiera pero traes las cantidades pactadas.

  - No te decidías... ¡Coño, Salas! ¿Qué quieres? Te haces de rogar.

  - ¿Y si dobláis cada cantidad?

  - Pues se doblan y listo.

  - ¡Qué facilidad! La vida es jauja en gobierno vasco - sonrió pero su mirada estaba cargada de pesadumbre y rabia.

  - Vamos, hombre - rogó resoplando.

  - ¿Qué pasa que no habéis encontrado otro gilipollas en todo el País Vasco? ¡Hay que joderse!

  - Eres un maldito cabezota, Salas.

 - Me arrastraron. Me patearon. Nuestros putos compañeros se lavaron las manos. Nadie me defendió. Me echaron a los lobos.

  - Muchos estuvimos de tu parte. Nos haces falta, sigues siendo el mejor.

  - De acuerdo. Te mantendré informado - dijo tras cinco minutos de silencio e incertidumbre. Se incorporó a regañadientes, apurando el último sorbo del botellín de Estrella Galicia. 





3. "HAY QUE ESTAR UN POCO LOCO PARA AGUANTAR A TANTO IDIOTA" (Atribuida a Friedrich Nietzsche)

  - Que Balluerca y Molero revisen las cámaras del Parlamento - ordenó enérgico Salas tras acordonarse la zona. Observó con minuciosidad a los numerosos curiosos que se apiñaban en los aledaños de la fuente del parque de la Florida, después de que al amanecer del 4 de octubre se descubriese el sexto perro degollado -. Torres y Malasaña, interrogad a todos los curiosos e identificadlos con nombres y apellidos. Preguntad casa por casa a todos los residentes y comerciantes de la zona. Haced hincapié en que cualquier detalle, por insignificante que les parezca, nos será de gran ayuda. Que Nogales visite a todos los veterinarios de la capital y provincia. Algunos de ellos se han tenido que hacer cargo del cuidado de estas mascotas y podrán darnos una información muy valiosa sobre sus amos. Urge encontrar a los dueños cuanto antes y conocer la verdadera causa de que no se hayan manifestado tras los sucesos.

  - ¿Has dado con algo? - la voz de Badiola se escuchó a la espalda de Salas.

  - ¿Seis días después de traspasarme el marrón? ¿Te oprimen los huevos lo de arriba?

  - Solo pregunto.

  - Pues ahí ando, husmeando pero sin resultados.

  - Por algo me habrás llamado.

  - Este también viene con fotografía pero en esta ocasión hay una anotación por detrás y hace referencia a la clase de segundo de bachiller. Mira - le mostró una instantánea donde un grupo de unos veinte chavales brindaban y por el reverso se podía leer: "Por la lealtad y el compañerismo" -. Parece la típica celebración de graduación.

  - Es como si siguiese un patrón. Está dando pistas... - siseó el inspector a media voz.

  - Oye, Badi. ¡Qué no me como a nadie! A esa conclusión llega cualquiera. Y otra cosa - añadió con la incertidumbre solapada en el rictus  -, esta vez no hay nombre. Malasaña asegura que es un perro lobo. Tiene uno muy parecido a este. Le conozco y te puedo asegurar que es un perrazo estupendo.

  




4. "UNA VEZ AL AÑO ES LÍCITO HACER LOCURAS" (San Agustín)

  Doce horas después del tercer degollamiento, el inspector Badiola recibió una relevante llamada telefónica que le emplazaba a una reunión importante con el objeto de tratar el escabroso tema que empezaba a hacer mella en los ciudadanos, sobre todo en los poseedores de perros. La llamada supuso para el inspector una auténtica bocanada de alivio pese a la hora intempestiva de la reunión que se fijo al filo de las dos de la madrugada en las dependencias de la comisaría de la ertzaina de Vitoria.

  Badiola notó una dolorosa punzada al ver a las dos personas que aguardaban pacientemente en la sala de reuniones cuando traspasó la puerta. Supo que se había precipitado, que tenía que haber ahondado un poco más en el cariz que tomaría el encuentro. Supo que el desenlace no sería bueno.

  - Tome asiento, Badiola - invitó uno de los hombres. Se trataba de un tipo con expresión de lobo carroñero. La  cabeza rapada lucía un brillo como pulido con cera. Las facciones duras, reflejaban dominio sobre los demás -. Iremos directamente al grano.

  - Estoy bien de pie - respondió manteniéndose erguido y tenso -. Si llego a saber que únicamente estarían ustedes presentes, no hubiera aceptado la propuesta - confesó dirigiéndose al otro interlocutor, que permanecía enfrascado entre papeles.

  - No sé lo tome a mal, inspector. Le sugiero que acate la orden. Siéntese y escuche.

  Sopesó la idea de dar media vuelta y abandonar el recinto. Se mantuvo en la misma postura durante tres largos minutos, ante la atenta mirada de ambos hombres. Vestían de negro, con sendos trajes idénticos de corte moderno. Tenían aproximadamente unos cinco o seis años más que él y ya estaban en el cuerpo a su llegada. Llevaban algo más de diez años actuando fuera de la ley, aunque bien respaldados por algunos pesos pesados del cuerpo.

  - Adelante - invitó a regañadientes -, expongan su criterio para que acabemos cuanto antes con esta farsa.

  - El asunto este de los animales degollados trae en jaque a la ciudad. Se nos echan encima y no nos podemos permitir ninguna mancha en nuestra actuación. 

  - No dispongo de medios suficientes para afrontarlo. Me gustaría que se inmiscuyesen en el desarrollo de los hechos y que pusieran medios suficientes a mi disposición para...

  - Bueno, bueno - protestó uno de ellos apodado Azeri entre los efectivos del cuartel -. No se embale en peticiones. Tenemos la solución.

  - ¿En serio? - preguntó con sarcasmo Badiola -. Viniendo de ustedes me imaginaba que habían montado un absurdo sainete.

  - Es usted muy desconfiado - Azeri esgrimió una sonrisa heladora y sibilina -. No va a necesitar más que un hombre. Usted le podrá prometer apoyo pero no se lo dará o si... Todo dependerá de su grado de implicación, no se si me entiende.

  - No, no le entiendo.

  - Eres poco claro - se apresuró a añadir el llamado Estutzaile -. El inspector es un hombre meticuloso. Lo que mi compañero trata de explicarle es que hemos dado con la persona que intentará acabar con el exterminador de perros y que...

  - Y que en realidad estos sucesos esconden otro asunto mucho más peligroso - interrumpió Badiola con lenta verborrea, intentando parecer tranquilo.

  - Sabía que era usted un hombre inteligente, Badiola. Aunque he de comunicarle que no es exactamente como usted cree - se dirigió a su secuaz para añadir -: ¿Ves, Azeri? Te dije que era nuestro hombre. En el inspector Badiola se puede confiar. Es un hombre integro y un referente dentro del cuerpo, eso es lo que le dije de usted.

  - Abrevie, señor. No tengo toda la noche para escuchar sus estupideces.

  - Esa no es la actitud, inspector - agregó Eztutzaile, recostando sus anchas espaldas sobre el respaldo de la silla -. Debe usted entender que vamos a resolver el problema y por lo tanto debe mostrarse agradecido.

  - Continúen - añadió tras exhalar un suspiro prolongado que más se asemejó a un lamento.

  - Recordará aquel episodio acaecido hace unos años entre un sargentucho impetuoso de nuestro cuerpo y unos supuestos narcotraficantes - hizo una pausa, observando   fijamente la reacción del inspector. Este se mantuvo hierático pero sus manos se crisparon y se percibió un sutil movimiento en los labios -. El tipo este que se inmiscuyó en el asunto, fue... digamos, un golpe de mala suerte.  

  - Lo recuerdo. El sargento Salas intentó frenar lo que se denominó una operación a gran escala. Uno de los implicados era su sobrino, creo recordar, aseguró observando fijamente a Azeri.

  - Tiene buena memoria, inspector. El tal Salas estaba donde no debía e interceptó la llegada de un avión cargado de pescado congelado que...

  - Que en realidad era una enorme partida de droga que llegaba a Foronda procedente de Marruecos. Lo tengo muy fresco, señores. Su sobrino resultó el mediador de dicha entrega.

  - Salas lo estropeó - Azeri arrastró las palabras -. Mi sobrino apenas contaba con veintidós años, inspector. Llevaba muy poco tiempo en el cuerpo y tenía una prometedora carrera que...

  - Era corrupto. Usted le inculcó ciertos hábitos que le llevaron a cometer varios desmanes - la mirada de Badiola se incrustó en el semblante del agente.

  - Mi pobre sobrino está en silla de ruedas debido al tiroteo que se propicio. Salas disparó contra él.

  - Según declaró en el interrogatorio posterior, se recibió una llamada anónima que delataba a su sobrino y a otros dos jóvenes del cuerpo. Pero ustedes se encargaron de que el sargento Salas fuera expulsado del cuerpo.

  - ¡Era mi sobrino! - estalló melodramático -. Sangre de mi sangre, ¿tan difícil le resulta entenderlo?

  - Salas es mi amigo.

 - ¿Ves, Estutzaile? Te lo dije. Badiola no es más que un sucio chaquetero, un grano en el culo dentro del cuerpo de la policía vasca. Un arrastrado que tiene al enemigo en su casa. 

  - Una deshonra para el pueblo vasco - sentenció el tal Estutzaile con una sonrisa diabólica.

  - Cada cual puede tener los amigos que quiera - agregó Badiola.

  - ¡Un don nadie! ¡Un perdedor!

  - Un hombre honesto - hizo intención de incorporarse, mientras añadía -: Me voy. Tengo mucho trabajo pendiente.

  - ¡Siéntese! - la orden fue tajante -. Precisamente Salas es el hombre elegido para cazar al asesino de chuchos.

  - No me interesa.

  - ¡Ya lo creo que le interesa, Badiola!

  El aludido levantó una ceja y volvió a recostarse en la silla.

  - Usted también tiene una bonita sobrina y...

  - Deje en paz a mi familia - la reacción fue tan rápida que a Azeri no le dio tiempo a reaccionar. Fue sujetado por las solapas del traje mientras la mano derecha del inspector le atenazaba la garganta.

  - Mantenga la calma, inspector. Le interesa nuestra oferta - escupió Eztutzaile con esmerada calma.

  - Escuche bien la propuesta - invitó el primero con la voz entrecortada por la presión en la garganta. 

  - Este es el plan. Tómese el tiempo que desee pero lleve a cabo el propósito tal como se lo aconsejamos. Busque al tal Salas, no le será difícil ya que es un reconocido detective privado que ejerce con solvencia y eficacia en la ciudad. Usted le planteará el caso. Le incentivará con argumentos y dinero, no se preocupe por ese tema. Dará el visto bueno a lo que desee el Fulano  o también podrá ofrecerle usted mismo una cantidad. Hágale creer que Gobierno Vasco está a su servicio. Ofrézcale todo el apoyo que solicite. Por último, apártese del asunto y déjele trabajar a él solito.

  - No capto dónde quieren ir a parar...

 - ¡Es muy sencillo, inspector! Usted solo ponga el señuelo. Nosotros nos encargamos del desenlace.

  - No puedo hacerlo. Les repito que Salas es un buen amigo.

  - Pero si hace años que no se ven. Un amigo es alguien cercano, con el que se toma unas copas o se corre una juerga. ¡Eso es un amigo!

  - No haré lo que insinúan. Es una encerrona y no estoy dispuesto a traicionar a mi amigo.

  - ¡Qué melodramático es usted! Tiene que hacerlo, de lo contrario su guapa sobrinita acabará en cualquier burdel de Latinoamérica. Un verdadera lástima para una chiquilla de... ¿cuántos? ¿Dieciséis años?





5. G. G. G.

  Sonreí, cerrando la aplicación de GOOGLE. Abandoné la Tablet en un extremo de la mesa, concentrándome en el último video que había grabado en las inmediaciones del descubrimiento del cuarto perro degollado. Tamborileé con los dedos sobre la mesa cubierta de papeles, sintiendo una punzada de temor. Centré la vista en la pantalla del ordenador, tratando de cerrar el reportaje. Tal vez Saracho llevaba razón al asegurar que me mostraba demasiado melodramático en el relato.  Me removí inquieto en la silla giratoria, cambiando de postura. Me froté las manos alterado. Escudriñé al resto de los compañeros. Cada uno trabajaba en silencio pero de vez en cuando se comentaba entre susurros el último degollamiento. Dibujé una sonrisa minúscula al paso de Miren que me dedicó un suspiro de cansancio y una caída de ojos que lo mismo podía significar alivio o hastío. Volví a centrar la atención en la pantalla del ordenador.

  - ¡Germán! Necesito el trabajo  ya - la voz de Saracho llegó nítida a través del corredor.

  - Estoy en ello - respondí de mala gana.

 - Date prisa, hombre que llevas toda la mañana con lo mismo - parecía airado, impaciente.

   - ¡Maldito hijo de puta! - mascullé con desanimo -. Si tienes tanta prisa, hazlo tú, no te jode.

  Apercibí las miradas de los compañeros centradas en mis labios apenas en movimiento. Intenté concentrarme en el dichoso trabajo. Después de treinta minutos, retiré la silla hacia atrás, arrastrando las ruedas que emitieron un pequeño chirrido molesto. Abandoné el confortable rincón donde llevaba trabajando doce años y me encaminé hacia el despacho del jefe con celeridad.

  - ¡Ya era hora! - exclamó alargando la mano sin siquiera dirigirme una mirada de cortesía -. ¿Se puede saber qué coño has hecho durante toda la mañana?

  - Trabajar Saracho, trabajar - respondí sumiso.

 - Y hacer los crucigramas del periódico, ¿te crees que no te he visto? Aquí no se viene a holgazanear.

 - Son los degollamientos... Esas pobres mascotas. Todos estamos consternados. Se me hace cuesta arriba escribir sobre este tipo de cosas y...

  - ¡Y nada, Germán! ¡Nada!

  - ¿No estás preocupado?

  - ¿Por qué iba a estarlo? - por primera vez me dirigió los ojillos marrones, simples y hundidos entre el exceso de carne fofa de su sonrosado rostro.

  - También tú tienes perro o... - hice una breve pausa, sopesando entre entablar conversación o volver al refugio de mi rincón. El jefe no tenía buen talante aquella mañana - ¿O me equivoco?  

  - ¡No me hables! - se lamentó frunciendo los labios -. Los chicos se empeñaron y mi mujer se alió con ellos. Ya sabes lo que pasa, Germán. Los hombres no pintamos nada en casa. Hicieron piña y fui derrotado. Byron llegó a casa hace tres años, nos la destrozó literalmente, pero todos se empeñaron en convencerme de que poco a poco se convertiría en uno más de la familia. Mis hijos prometieron ocuparse de él y lo hicieron durante un mes, todo lo más dos. ¿Sabes quién se ocupa ahora de bajarlo todas las mañanas y todas las noches?

  - Tú, por supuesto - contesté casi divertido.

  - ¿Cómo que por supuesto? ¿Aun te vas a poner de parte de ellos? - la voz me golpeó las sienes como si fuera culpa mía que el fuera un flojo delante de su esposa y sus insoportables retoños.

  - No me pongo de parte de nadie, Saracho. Es lo que pasa en todas las casas.

  - ¿Tienes chucho?

  - No. Siempre quise tener uno para quererlo, mimarlo y de rebote para que el me obsequiara con su compañía. Pero mi madre, que tenía los ovarios muy bien puestos, se negó rotundamente.  

  - También yo tenía que haber puesto los cojones sobre la mesa y dar un buen golpe pero es fácil de decir. Ahora el Byron de los cojones, es el amo en mi casa. Si todavía deseas uno, con gusto te regalo el mío - sentenció casi complacido.

  - No se puede regalar lo que no es de uno - fruncí el ceño e hice un gesto como que no entendía lo que trataba de decir -. Lo acabas de decir. Se empeñaron tus hijos y tu mujer y a ti no te quedó más remedio que claudicar. Byron pertenece a tu familia, te guste o no.  

  - Es cierto. Pero la casa es mía y yo les mantengo a todos, incluso al bicho que come como una lima. Bien puedo decir que se ha perdido y te lo traigo aquí, mañana mismo si lo deseas.

  - Mi madre consiguió que odiara a los animales en general y especialmente a los perros.

  - ¡Qué me dices!

  - Como lo oyes. Me pase la infancia suspirando por un perro y cuando ella cumplió los setenta, aseguró, que debido a mi carácter apocado, no le resultaba buena compañía y se presentó un buen día con uno de la perrera.

  - Entonces ya has tenido perro, porque tú vivías con tu madre, ¿verdad?

  - Así es. Pero, ya te digo, hace tiempo que dejaron de agradarme los perros.

  Nos observamos en silencio durante unos segundos, luego disculpándome, abandoné el despacho.





6. G. G. G.

  - ¿De verdad te has olvidado de que hoy es mi cumpleaños, mamá? - le desafié enérgico, deseando que abriese los ojos o cuando menos que hiciese un mohín, algo que me sirviese de respuesta -. Deberías disculparte, mamá. No está bien lo que has hecho. Con la de días que hay en el año y tú, como siempre has actuado con el egoísmo que te caracteriza. Una vez más te has salido con la tuya. Con tal de fastidiarme, eres capaz de realizar cualquier perogrullada.  Has de reconocer que ha sido una cerdada. ¡Ir a morirte el día de mi cumpleaños! Seguro que lo has hecho adrede. Y para colmo tengo que aguantar a tu asqueroso perro que me gruñe en cuanto meto la llave en la cerradura.

  Con frecuencia recordaba aquella tarde cuando a la vuelta del trabajo, encontré a Merlín llorando junto al cuerpo de mi madre desplomado sobre el sillón del saloncito. Contaba entonces setenta y cuatro años y aunque no salía de casa y malinterpretaba mis largos silencios, criticaba mis evasiones nocturnas. Denigraba mis escasos vicios e incluso maldecía la manera de ganarme la vida. Reconocí que la echaría de menos. Reconozco que fui masoquista desde la cuna. No en vano, por su culpa arrastraba el nombre que llevaba a las espaldas. 

  - He parido un niño triste, como tú - le confesó a mi padre una vez en la habitación de la maternidad -. Tendremos que hacer algo, ¿no te parece?

  - ¡Mujer! ¡Qué cosas se te ocurren! Es un niño precioso - le animó mi padre.

  - Tenemos el deber de ponerle un nombre gracioso. Hay que animar esa cara de palo con la que ha venido al mundo.

  - ¿Qué dices, mujer? ¡Pobre criatura!

  - Míralo bien. Si parece que viene pidiendo permiso para hacerse un hueco en la vida. No me gusta este crío.

  - Todo esto será debido al trauma postparto, algo de lo que os doléis muchas madres primerizas. No temas, mi amor. Este niño precioso sellará nuestro amor - aseguró mi  padre poco convencido.

  - Le llamaremos Germán - expusiste con tu habitual frialdad -. Tiene sonoridad y le aportará solemnidad a lo largo de la vida. Significa valiente guerrero y deriva del alemán. Los alemanes son ordenados y buenos planificadores.

  - Demasiadas ges en el nombre, cariño. No sé si... 

- Es un buen nombre que junto a nuestros apellidos le dará fuerza y dotes de mando. 

  Te has cansado de relatarme una y otra vez en cada uno de mis cumpleaños el diálogo absurdo que mantuvisteis en la clínica.

  - Desde luego es un nombre precioso pero dudo que esas iniciales le den dotes de mando - terció papá sin lograr convencerte.

  Nada más lejos, ¿verdad mamá? Me odiaste desde el primer día de mi vida. Tal vez porque por mi culpa te cambió el cuerpo y comenzaste a subir de peso, porque te dolían los pechos, porque restaba tranquilidad a tu cotidianidad, porque fui un crío llorón, porque enfermaba en vacaciones... Los niños somos así, mamá. Todos, no solo yo. Hasta que empecé el colegio me llamabas Mocoso Tocapelotas. Y cuando me preguntaban en la calle por mi nombre, les decía lo que tú decías. Y la gente se reía y tú siempre añadías: "¡Cómo son los niños! Nos dejan en feo ante cualquiera". Te reías de mi ante tus amistades pero al llegar a casa te daba un ataque de histeria que me costó años comprender y me abofeteabas los carrillos repetidas veces, hasta dejármelos colorados como tomates. "Que sea la última vez que me dejas en ridículo delante de la gente. Tú te llamas Germán. ¿Entiendes Mocoso tocapelotas?" "Lo entiendo perfectamente, mamá - te decía yo hipando con el orgullo herido y los carrillos ardiéndome -. Lo que no entiendo es porque me llamas Mocoso Tocapelotas a todas horas en vez de Germán". Y entonces estallabas con otra ración de golpes por la falta de respeto. Te gustaba apostillar la paliza con palabras hirientes como "no vales para nada" o "Siempre serás un don Nadie que te morirás solo porque no tendrás ningún amigo". Crecí creyéndome un bicho raro, un tipo asustadizo, callado, timorato y avergonzado de mi mismo. Pensé que al comenzar el colegio se terminaría mi desdicha por aquello de pasar más horas aprendiendo que en casa pero una vez más me equivoqué. Desde el primer día fui el hazmerreir, primero entre el alumnado y enseguida entre los profesores. Cada vez que un profesor pasaba lista, no faltaban compañeros avispados que hacían la gracia.

  - Germán Galarza Gaitán.

  - G G G para los amigos - solían corear los compañeros.

  Continuo teniendo pocos arrojo, es cierto. Sigo siendo  solitario. De casa a la redacción, de la redacción a casa. Sin amigos, sin pareja. Incapaz de entablar una conversación medianamente normal con los colegas. Tal como tú, mamá, quisiste que fuera.


  Durante las dos primeras semanas de ausencia de mi madre, pensé concienzudamente en que no estaba hecho para vivir solo. Me pareció buena idea mejorar la relación con Merlín. Desconozco si los perros son seres casi humanos capaces de interrelacionarse con los humanos. Merlín no cedió un ápice. Continuó gruñendo a mi llegada. Me observaba con fiera malignidad. Me hacía sentir más cohibido si cabe que mi madre. Así que tomé una decisión drástica. Envenené a Merlín, que murió dos días después de comerse el pollo cocido bien aderezado con un producto mal oliente que servía para matar insectos. Merlín era una asquerosa cucaracha con apariencia canina. Despedacé el cuerpo impulsado por el rencor. Lo hice con saña. Lo introduje en dos bolsas gruesas de basura y lo tiré en un contenedor alejado de casa. No quise que me relacionasen con el suceso. Después de realizar esta pequeña travesura, me sentí reconfortado y comencé a aficionarme al crimen. 





7. "TODOS NACEMOS  LOCOS Y ALGUNOS CONTINUAN ASÍ SIEMPRE" (Samuel Beckett)

  - De todos los veterinarios visitados, uno ha reconocido a los perros degollados - informó Nogales tras consultar sus notas -. Se trata de una clínica veterinaria de la zona de Judizmendi.

  - ¡Qué curioso! - exclamó Salas recostándose en el respaldo del sillón de la oficina de Portal de Castilla donde ejercía. Era un inmueble de tres pisos ocupado en su totalidad para desempeñar el oficio detectivesco. Era bien conocido en todo Vitoria por ser la casa más estrecha de toda la ciudad - ¿Así que todos los perros han sido tratados por el mismo veterinario?

  - No exactamente, inspector. El dueño de la clínica está a punto de jubilarse, solo trata algunos casos particulares y realiza algunas operaciones de cierta envergadura. Hay otros tres facultativos, hijos del anterior, que son en realidad, los que se han ocupado de los chuchos. 

  - Entiendo... Pero el tipo ha reconocido a los perros, ¿así solo con enseñarle las fotografías?

  - Así es. Vera las  mascotas visitaron recientemente la clínica. El doctor Daniel Morales se encarga habitualmente de revisar todas y cada  de las fichas con lo realizado en cada consulta. Cuenta con un archivo con todos los datos del perro, del dueño y además añade varias fotografías.

  - ¿Estaban enfermos los perros? ¿Por qué razón estuvieron en la consulta?

  - Por razones diversas. Salvo Torquemada, que era el nombre del dóberman y  Saltykova que era la Terrier, fueron por vacunas. Estos dos últimos estaban en tratamiento, el dóberman padecía de soplo y la terrier era la más vieja y presentaba varias enfermedades propias de la edad, prácticamente ciega y algunas otras dolencias propias de los casi quince años que contaba.

  - Ya. ¿Qué se sabe de los dueños? 

  - Todavía nada concreto.

  - Supongo que el veterinario ha facilitado los números telefónicos de sus clientes - indagó Salas.

  - Al principio fue reacio a darnos la documentación pero una llamada a Badi, facilitó lo necesario.

  - Torres ha hablado con ellos. Son familias acomodadas. Todos residen en el centro. Es muy curioso que los dueños son viejos amigos desde la edad escolar. Todos confirman que se ven con frecuencia, principalmente porque pasean por la Florida con los canes. No hemos sacado nada en claro.

  En el Parlamento de La Florida no habían puesto ninguna objeción para posibilitar las películas de las cámaras de los días en los que habían aparecidos los cadáveres de los canes. Aunque fueron hallados a horas diurnas, poco se sabía. Merodeaban por la zona diferentes individuos sospechosos con indumentaria negra, cubiertos hasta la cabeza donde se les veía depositando bultos en los lugares donde aparecieron los perros o por lo menos tres de ellos. Los otros dos se encontraron en lugares más alejados donde las cámaras no recogían nada y donde tampoco se percibía la presencia de ninguno de estos individuos con o sin el bulto.

  De la tarea llevada a cabo por Torres y Malasaña poco aprovechable se había sacado de las declaraciones de los ciudadanos. Nadie estaba seguro de haber visto algo que pudiera aportar ideas claras y los que se autoconvencían de reconocer al supuesto portador de los canes, no se ponían de acuerdo en la descripción en cuanto al peso, altura o rasgos de la apariencia del supuesto individuo con lo que Salas llegó a la conclusión de que intervinieron diferentes personas en el transporte de los cadáveres. Lo mismo se declaraba que se trataba de un hombre de unos cuarenta o cincuenta años o un veinteañero ágil de movimientos o un sujeto de mediana edad de andar tardo. Tanto se le describía como corpulento o delgado. Según algunos testigos era muy alto, para otros de mediana estatura, o más bien pequeño. Dos o tres declararon haberlo visto con gafas de sol, otros aseguraron que portaba lentes graduadas y algunos que no llevaba gafas, pues le vieron perfectamente los ojos claros. La tez y el cabello también variaba. Entre morenos, rubios e incluso varios testigos juraron que el tipo era negro.





8. "MI LOCURA ES SAGRADA, NO LA TOQUEN" (Salvador Dalí)

  Miguel Mugardos era un hombre curtido por la vida a la intemperie. Un viejo prematuro de cincuenta y siete años, que arrastraba los pies y el alma por las calles del Casco Medieval de la capital alavesa. Amigo del tinto DON SIMÓN, poco más conocía su maltrecho estómago. Caminaba despacio y encorvado. Pedía limosna a la salida del Carrefour de General Álava y en cuando acumulaba lo suficiente para un cartón, lo canjeaba en el interior. Respiraba con dificultad y a cada pocos pasos debía detenerse para tomar aire. Canturreaba canciones de su tierra natal, Galicia, aquellas tonadas que le enseñó su madre cuando era niño y que constituía lo único  capaz de recoger su escasa memoria. Entre los de su gremio le apodaban Xarcos, que eran criaturas que moraban en pozos situados a lo largo de la cuenca del rio Miño y que pertenecían a las leyendas y tradiciones gallegas que le narraba su madre. A Xarcos le conocían bien en toda la ciudad porque era un hombre de calle que frecuentaba el parque de la Florida y pernoctaba en las noches calurosas del verano sobre todo en los recovecos más escondidos del parque de estilo romántico, cuyo trazado posee una clara influencia francesa, con puentes, colinas artificiales, grutas, caminos sinuosos, riachuelo y una variada vegetación y que fue construido en 1820. A Xarcos le gustaba pensar en la Florida como si fuera su residencia de verano. Nadie tenía en cuenta al famoso vagabundo ya que no solía estar en sus cabales. Si los hombres de Salas le hubieran interrogado, a cambio de un par de tetrabrik y cogiéndole a primera hora de la mañana, tal vez hubieran recabado una importante información sobre el sujeto que depositó los cuerpos de los diferentes canes a lo largo del parque y las inmediaciones. El asesino, un tipo algo entrado en carnes y con movimientos calmados le prometió una gran recompensa: tanta cantidad de tintorro como para poderse bañar, a lo que Xarcos juró ser una tumba con quien osase preguntar. Ni que decir tiene que la mente del errante no daba para mucho y tal que prometió su silencio, se le olvidó la promesa y el secreto.

  En la madrugada del 10 de octubre decidió pernoctar en alguno de los edificios abandonados del casco medieval, debido a que durante el día, el tiempo continuaba bonancible pero  las noches resultaban frescas, tanto que el tintorro no conseguía calentarle las entrañas. Así pasadas las dos de la madrugada, se adentro en la Correría para recalar después de dos caídas en los aledaños de la antigua casa de duchas. Mientras se acomodaba en un rincón, una sombra le sorprendió.

  - ¿Eh? ¿Quién anda ahí? - balbuceó Xarcos tratando de fijar la mirada en la oscuridad.

  - Soy tu amigo Germán. ¿Te acuerdas de mí?

  - ¿Germán? ¿Qué Germán?

  - El que te paga el vino que te tragas últimamente. Mira - señaló una bolsa grande repleta de tetrabrik.

  Xarcos se abalanzó con la mirada perdida y la sonrisa bobalicona.

  - Espera, espera - señaló la voz alejando la bolsa con el preciado tesoro -. Sigue en pie nuestro acuerdo, ¿verdad?

  - ¿Qué acuerdo?

  - No te pases de listo, Xarcos. Tú conoces mi secretillo y si te portas bien seré bueno contigo.

  - No se de qué secretillo me hablas...

  - Así me gusta, amigo. Pero escucha bien otra cosa. Tendrás que dosificarlo un poco...

  - ¿Eh?

  - Que no te lo bebas todo de golpe. Quizá tarde unos días en volver.

  - Bueno - terció el borrachín apropiándose de la bolsa y abriendo con manos temblorosas el primer cartón -. ¡Chuuuuuus! Yo no sé nada de nada, ni de ti ni de nadie - añadió con una sonrisa mostrando una boca fétida y desdentada.

  - Así me gusta, tío - añadió el otro propinándole una palmada en la mugrienta chaqueta antes de desaparecer entre las sombras de la calle.

  Miguel apenas se concedió un sueño ligero. Sobre las siete de la mañana, mientras a regañadientes y tímidamente se atrevía a despertar el día, se desperezó con ansias de empinar el codo. Terminó el tetrabrik abierto la noche anterior. Junto a él, descansaba una bolsa negra con unos diez cartones. Se regocijó contemplándolo con deleite. ¿Cómo había llegado allí? Su cerebro alcohólico no albergaba tanta información. Sujetando la bolsa por las asas con fuerza, se incorporó lentamente del suelo, al tiempo que una punzada de dolor persistente le atenazó la cadera. 

  - Necesito una dosis grande de medicamento - farfulló apoyándose en la pared. Extrajo de la bolsa un nuevo cartón de vino. Con manos temblorosas desenroscó el tapón y bebió a gollete una buena cantidad. Sonrió satisfecho -. Esto resucita a un muerto.

  Dio unos pasos inciertos siguiendo calle arriba. Pensó en acercarse hasta los aledaños de la catedral de Santa María, con la intención de llegarse hasta el convento de las Dominicas en el cantón de Santa María, donde seguramente le proporcionarían algo sólido para llenar el buche. Un bulto a sus pies le hizo trastabillar y cayó sobre algo que comenzó a moverse ligeramente. Del interior salió un suave quejido. Xarcos se incorporó con prontitud.

  - ¿Que carallo é isto?- resopló palpando el fardo. Seguidamente estiró con torpeza de la cuerda que anudaba el paquete y al momento la imagen siniestra de un hombre con el rostro ensangrentado surgió del interior dando bocanadas de aire. 

  Xarcos salió corriendo soltando la bolsa que contenía el preciado suministro. Al chocar contra el suelo alguno reventó. Cerca del ambulatorio, encontró a un hombre que accedía y le increpó. El hombre se volvió haciendo un mohín de desagrado al ver que se trataba del viejo Xarcos.

  - Oiga, espéreme - Miguel hizo exagerados aspavientos levantando los brazos -. Hay un hombre herido.

  - ¿Dónde? - interrogó el aludido adelantándose unos pasos en dirección al asustado Xarcos.

  - Allí - señaló en la dirección -. Está metido en un saco y tiene la cara destrozada.

  - ¿Es amigo tuyo?

  - No lo sé, señor. Quiero decir que tal vez sea otro vagabundo. Tiene la cara llena de sangre. Está irreconocible y...

  - Indícame dónde se encuentra y no te separes de mi - ordenó el doctor echando mano a su teléfono y corriendo en la dirección que le indicaba  Xarcos, que en cuando oyó que el médico se comunicaba con la ertzaina, salió en dirección contraria.

  




9. "CUANDO SE COLABORA CON UN LOCO O SE COMENTAN SUS MANÍAS, SE CAE EN LA LOCURA" (Antonio Gala)

    El bar Candela de la plaza Pepe Ubis cerraba después de la una de la madrugada. Mantenía el buen ambiente de antaño, una amplia terraza donde se podía comer bastante decentemente y cenar incluso de pintxos y quedarse uno satisfecho. No solía estar muy concurrido, mantenía buenas actuaciones en directo y juegos de mesa para pasar las largas tardes de lluvia o de invierno. La clientela siempre esmerada disfrutaba de la calidez del local como si fuera un club privado. Durante mucho tiempo fue el refugio idóneo para Susana y Salas. Sin temor a equivocarse, podía afirmarse que era un lugar acogedor. Un espacio con estilo propio e identidad. La decoración original, el buen trato del gerente y la plantilla esmerada y exquisita, hacían del lugar un recinto de confort.

  Salas traspasó la puerta para ir a acodarse en un rincón de la barra. Pidió el cóctel Quinta Avenida. Al momento un chaval de poco más de veinte años, se  puso a la faena y tras enfriar debidamente una copa de Martini, agregó en un vaso mezclador la pulpa de tres maracuyás y zumo de granada. A continuación con manos expertas y diestras, machacó suavemente el contenido vertiéndolo en un shaker. Seguidamente lo coló dos veces. Agregó al shaker hielo picado, pisco, el auténtico de Perú,  jarabe de goma y clara de huevo. Lo batió, lo sirvió en la copa de Martini y lo decoró con flor de granada.

  - Deseo que sea de su agrado, señor - dijo el experto y joven camarero posando la copa en el posavasos y empujándola levemente hacía el cliente.

  - ¿Cómo no va a ser de su agrado, Nico? Si es lo que siempre tomaba - estalló una voz potente a la espalda de Salas -. ¿Tú sabes quién es este señor,  Nico? ¡Qué cojones vas a saber! Los jóvenes de hoy en día no sabéis nada. 

  Salas giró su cuerpo sonriendo, palmeando los hombros del propietario de las alabanzas. Ambos estrecharon sus manos en un apretón sincero y largo. Le acompañaba un pequeño perro lanudo, que ladró reclamando atención.

  - ¡Ya era hora de que visitases a los amigos!

  El camarero no se había movido del sitio y observaba al cliente con una mezcla de recelo y sorpresa.

  - ¿Quién es tu amigo? - Salas alzó el tono para superar el ladrido de la mascota.

   - Este mimoso con aspecto de peluche es Lagun - hizo una pausa sonriendo paternalmente a la bola de pelo sedoso que no cesaba de ladrar -. En realidad es de mis hijos, pero ya sabes como son estas cosas. Los críos se entusiasman dos días y terminan endosándolos. Ahora le quiero más que a ellos.

  - ¿De qué raza es? Nunca me han gustado los perros pero ahora con este asunto, me voy familiarizando con el mundo canino - Salas le dirigió al pequeño chucho una mirada desdeñosa.

  - Pomerania. No se lo tengas en cuenta, detective. Es de carácter fuerte y tiene un genio de la hostia. Ladra mucho a los desconocidos.

  - Pues dile que soy amigo y que vengo en son de paz.

  - Enseguida se le pasa.

  - Veo que el trabajo te trata bien - aseguró Salas tras dar un largo trago del cóctel -. Esto es gloria bendita, amigo.

  - No me puedo quejar, chico pero ya sabes, sin dejar de luchar - observó con detenimiento el semblante del cliente y agregó -. ¿Que te trae por aquí?

  - Estoy en la investigación del asesino de los perros.

  - Algo he oído al respecto.

  - ¿En serio? - se  mostró sorprendido -. Se supone que es confidencial.

  - ¡Muchacho! Vitoria es un lugar pequeño. Todos nos conocemos y los rumores circulan perfectamente tras las barras de los garitos.

  - Hay cosas que no cambian, ¿eh? - dedicó unos segundos más al deleite del cóctel y luego susurró - ¿Tienes un momento? 

  - Para ti tengo todos los momentos que quieras, Salas. De sobra lo sabes. Está es mi casa y siempre serás bien recibido. Pero mira, te voy a presentar. Este chaval es mi hijo, el mayor - en su voz se reflejó el orgullo.

  - ¿En serio? Tú padre es un fenómeno chaval. Intenta aprender todo lo que puedas de él y te aseguro que triunfarás en la vida.

  El chaval se sonrojó ligeramente, bajando la mirada.

  - Estos críos se creen que lo saben todo, Salas. No quiere estudiar y ya le he dicho, "para comer la sopa boba, te vienes conmigo, que yo te espabilo en dos días" -. Anda, vamos a mi despacho. Esto corre por cuenta de la casa -. Le dijo a Nico, que se apartó de la barra de inmediato. 

  - ¿Viene... viene alguna vez por aquí?

  - ¿Susana? - el gerente frunció los labios finos antes de contestar -: ¿Qué cojones os pasó, tío? ¡Erais la pareja perfecta! ¡Me cago en la leche! 

  - Ya sabes, después de aquello... No me hubiera perdonado nunca que le salpicara. Su futuro era muy prometedor y bueno... - bajó la mirada y se contempló las manos como si fueran bichos infecciosos. Suspiró resignado antes de añadir -: La quería demasiado.

  - Eres un jodido romántico, tío - exclamó ofreciéndole un camel -. Vino durante muchos días, mucho mucho tiempo. Preguntaba a los clientes, al servicio, a mi. No entendía la razón de vuestra ruptura. Pero hace años que no ha vuelto. Salgo poco de aquí, ya sabes lo esclavo que es este negocio. Conozco a la gente que frecuenta mi pub, a los asiduos y a los esporádicos. Pero a ella no la he vuelto a ver.

  - En la bodeguita Santa Clara me han dicho lo mismo.

  - ¿La de Bastiturri?

  - Esa. También me he acercado a la Lonja obteniendo la misma respuesta.

  - Algo he leído de ella. De todos modos, no sé de qué te extrañas, tío. Ha hecho lo mismo que tú: Poner tierra por medio. Cuando uno quiere olvidar, lo mejor es cambiar de aires y buscar otros garitos. ¡Será por bares!

  - No te entretengo más. 

  - ¿Aceptas un consejo gratis?

  - ¡Cómo no!

  - Coge al toro por los cuernos, tío. que se note que los tienes bien puestos. Te presentas en su casa y asunto zanjado.

  - Ya lo he pensado pero tal vez este casada. Ha podido mudarse. ¡Qué se yo!

  - Perfúmate, vístete de Cortefiel, te presentas en su casa y te la llevas a la cama. Así, ¡con un par, tío!

  - Pero que bestia eres Antonio. Le voy a dar una propina a tu chaval - se levantó con lentitud de la silla y le tendió la mano al amigo. Antonio le sonrió y le dio un abrazo que le envolvió el alma.

  - No le des nada - espetó riendo. 

  - Lo ha preparado mejor que tú.

  - De eso se trata. Tiene que aprender y tu sabes mejor que nadie cómo se aprende para que nunca se olvide.

  - A hostias.

  - Exactamente. A hostia limpia, Salas. Que estos chavales se creen que la vida es jauja. Anda tío, fóllate a Susana y vuelve pronto. ¡Volved los dos!

  Se despidieron en la puerta del despacho. Salas recorrió el pasillo. El murmullo del bar aumentaba a medida que se acercaba, confundiéndose con el ladrido de Lagun. En la barra había tres o cuatro parejas y las mesas estaban ocupadas. Un melenudo preparaba el micrófono para la actuación que daría comienzo en pocos minutos. Salas volvió a la barra y llamó al chaval que se apresuró a atenderle.

  - ¿Qué desea el señor?

 - Felicitarte. El quinta Avenida estaba superior.

  - Muchas gracias, señor. Vuelva cuando quiera - el muchacho se creció con orgullo y cierto regocijo cuando añadió -: Seré mejor que mi padre.

  - Toma hijo - le puso en la mano un billete de diez euros doblado que desapareció rápidamente en el bolsillo del chaleco del chaval -. Si no superas al cabrón de tu padre, tendrás que devolvérmelo.

  - Gracias. Muchísimas gracias.  Soy Nico para lo que guste - aseguró con rotundidad.

  




10. "CUANDO UN LOCO PARECE COMPLETAMENTE SENSATO, ES YA EL MOMENTO DE PONERLE LA CAMISA DE FUERZA" (Edgar Allan Poe)

  Patxi Saracho extrajo la fotografía de entre las hojas de un libro. Le gustaba observarla de vez en cuando, acariciar los rostros de los amigos recordando los buenos años pasados junto a la cuadrilla. Ellos se esforzaban por parecer eternamente jóvenes, joviales, sonrientes. Todavía se vislumbraba una nota de altivez en sus sonrisas casi infantiles. Se les notaba desafiantes, como si pretendieran que el mundo entero se percatara de su deshonesta e ingrata realidad. La instantánea estaba ajada, demasiado manoseada. Les devolvió la sonrisa. "En cuanto aparezca este mequetrefe, le va a caer un buen chorreo, ya lo veréis". pensó regocijándose.

  La llamada suave al otro lado de la puerta le sobresaltó. Devolvió la instantánea al libro, colocándolo en la estantería.

  - Adelante - invitó volviendo a fijar la mirada en la pantalla del ordenador. 

  - ¿Puedo pasar? - Germán asomaba la cabeza como un niño asustadizo, temeroso de recibir una reprimenda.

 - ¿Cómo crees que voy a publicar semejante patochada como tema central de esta semana? - tronó volviendo repentinamente a la realidad.

  - Me dijiste que escribiese algo diferente sobre las mascotas.

  - Diferente si pero no esto que es impresentable - clamó arrojando los folios que fueron a estrellarse directamente en la baldosa del piso.

  - A mi no me gustan los perros, ya lo sabes - comenzó disculpándose -... Por otra parte, lo he argumentado según mi opinión, tal como me asesoras. Según tus propias palabras que...

  - ¡Qué nada, Germán! ¡Qué nada! - el director del suplemento suspiró, antes de proseguir -: Si publicó está bazofia la inmensa mayoría de la sociedad se nos echarán encima como lobos.

  - Lo siento, Saracho. No puedo ir en contra de mis pensamientos. Hazlo tú, que al fin y al cabo tienes perro al que sacas a pasear diariamente - se atrevió a amonestar, fijando la vista en el rostro porcino del jefe.

  - Eres un facineroso indecente.

  - ¡Oye! No voy a tolerar que me insultes. Haz el favor de retirar tus falsas acusaciones - increpó levantando la voz.

  - Mira - argumentó el jefe moviendo la silla hasta acercarla a las hojas que seguían en el suelo -. Leo textualmente: "Los perros, esos seres que acompañan a las familias y son parte de ellas mismas, que escuchan, apoyan y alientan...

  - ¿Acaso es mentira? - increpó Germán mostrando su irritación.

  - No se te ocurra interrumpirme. Me dan unas ganas de soltarte un guantazo a ver si te espabilo - sentenció mientras el rojo teñía su redondo rostro de otana -. "... Pero cómo van a escuchar y a apoyar si no se enteran de nada. Que los chuchos son inteligentes, nadie lo duda, pero de ahí a que entiendan las peroratas sin sentido que les sueltan los amos, va un trecho. ¿Cómo van a rechistar si no conocen el don de la palabra? ¿Cómo van a llevarnos la contraria si no hablan? Que son más leales que las personas, dicen y se quedan tan panchos. Déjales de dar la comida un par de días y veréis en que se convierte esa idealizada lealtad. Igual se os meriendan y no dejan ni los huesos..." Pero de verdad, Germán, ¿Crees que puedo dar el visto bueno y publicar esta sarta de tonterías? Nadie, escúchame bien, nadie volvería a confiar en nosotros. 

  Germán hizo un gesto de desprecio, dando a entender que le daba igual que la gente confiase o no en los periodistas de la gaceta dominical.

  - Si de verdad es esto lo que piensas, no hay sitio para ti en esta revista. Demuestras ser un ser vil y despreciable, además de insensible. ¿De verdad que eres incapaz de entenderlo? - Saracho se mostró repentinamente calmado -. Nuestro deber ahora es mantenernos cercanos a las familias que han perdido a sus seres queridos. Tienes una última oportunidad. Retírate y haz tu trabajo como dios manda.

  - Querrás decir como tú mandas - el aludido no se movió del sitio. Consultó el reloj, antes de añadir -: Me voy a casa. Si no te gusta mi trabajo, hazlo tú.

  - No me provoques o...

  - ¿O qué? ¿Acaso me  despedirás? - Germán se envalentonó. Se creció sin intención de moverse de su postura obstinada. Sin embargo si Saracho le hubiera observado con más detenimiento, hubiera comprobado su zozobra y la manera en que se retorcía las manos temblorosas o el movimiento convulsivo de sus piernas. El jefe estaba demasiado enfadado para observar todos esos detalles -. Los dos sabemos que no será así.

  - Haz el favor de cumplir con su trabajo. Y si, como soy tu jefe, debes hacer lo que se te pide sin rechistar. Vuelve a tu mesa y escribe un editorial en condiciones - elevó el tono de voz hasta que su rostro se tornó rojo intenso.

  - ¿Puedo titularla "SI TUS MASCOTAS HABLARÁN"? - el tono de voz encerraba una ironía latente y casi perniciosa.

  

  

 


11. "TODOS NECESITAMOS ALIMENTAR EN NOSOTROS CIERTA VENA DE LOCURA PARA QUE LA REALIDAD SE NOS HAGA SOPORTABLE" (Marcel Proust)

    Salas retrasó la visita a Susana algunos días más. No la había olvidado pero evitaba pensar en ella y en los felices días que vivieron en el pasado... cuando se amaban. No había dejado de amarla pero el amor  y el deseo le pesaban como una losa. No se habían vuelto a ver tras perder su puesto de trabajo. Su honestidad quedó en entredicho. Trató de evitar que la mierda le salpicara a Susana y no se le ocurrió mejor manera que cortar la relación de la noche a la mañana y de la peor forma: por teléfono. Pretendió que le odiara aunque en lo más íntimo de su ser, deseaba que no le hubiera olvidado. Despejó su cabeza de pensamientos baladíes. Habían pasado siete largos años. Se alejó tanto de ella que ni siquiera frecuentaba los locales donde solían acudir juntos. Un resquicio de esperanza se anidó en su interior. Ahora sabía que Susana no había vuelto a pisar esos lugares que eran tan suyos, el refugio de su apasionante amor.

  Accedió al portal comprobando que estaba modificado por completo. Recubierto con madera clara, habían bajado el ascensor a cota cero, disponían de tele portero y la puerta se abría con un suave toque de tarjeta digital. Lo comprobó cuando un vecino realizó la maniobra. Esperó intentando templar los nervios. Dudó entre pulsar el timbre de Susana o el de algún otro piso. Descartó la primera idea de inmediato. Le reconocería a través de la pantalla y posiblemente le impediría el paso. De reojo vio que la luz del interior se encendía y realizó el viejo truco de pulsar el botón sin hacerlo. Justo en el momento en que una señora accedía al exterior, Salas aprovechó para colarse discretamente. Según ascendía en el ascensor, le asaltó la idea de que hubiera sido mejor telefonearle antes para concertar una cita. Todavía mejor, podía haber acudido al periódico. Tal vez no viviera sola, cabía la posibilidad de que se hubiera casado, aunque Susana no era de las que se casaban. Quizás tuviera pareja. ¿Y si la verdadera razón de la ausencia en los locales de copas fuera que contaba con algún hijo? En siete años cambian las vidas. Sopesó la idea de dar media vuelta y telefonearle o afrontar la situación barajando otras posibilidades. Maldijo su indecisión. "Joder, Salas, pareces un colegial". Lo meditó un minuto más. Apartó el pie de la puerta y dejó que se cerrará. Pulsó el botón que le conduciría de nuevo al portal.

  El sobresalto vino al llegar abajo. Al abrirse la puerta estuvo a punto de arrollar a la persona que accedía. Ella consultaba unas cartas sin mirar. Él con los ojos cerrados huía.

  - Perdón, no le había visto... - la voz suave le sobresaltó.

  - Susana - susurró con decaimiento, rozando con los ojos los de la mujer sumergidos en mil interrogantes.

  - ¿Alberto? - torció la boca casi con desagrado -. Has tardado mucho en volver.

  Salas boqueó falto de aire y de palabras. 

  - Anda, vamos a subir - en el tono de Susana había tranquilidad -. Puedo invitarte a una cerveza.





12. "ES UNA LOCURA PARA LAS OVEJAS HABLAR DE PAZ CON UN LOBO" (Thomas Fuller)

  Torres llegó como un torrente de agua al despacho de Salas.

  - Ricardo Canalda, el herido que encontró ayer por la mañana el vagabundo falleció a última hora del día sin hacer declaraciones. Pero tengo un dato importante que me acaba de pasar Badiola - inclinó el cuerpo hacia adelante y bajo un poco el tono de voz, subrayando cada palabra -. Cuando la enfermera le rasgó la camisa, descubrió con horror que el tipo llevaba una fotocopia de una fotografía cosida a la piel... ¿Te lo puedes imaginar? 

  - Vete al grano, Torres - instó Salas apremiándole.

  - En el reverso de la instantánea el asesino escribió un escueto  mensaje con ordenador. "MORTIMER HA CAÍDO"

  - Mortimer fue el apelativo aparecido en uno de los perros - musitó Salas consultando las notas -. Concretamente en el cuerpo del caniche, el que fue hallado el 10 de septiembre. ¡Me cago en la leche! ¿Nos enfrentamos a un loco asesino? 

  - El 10 de septiembre y ayer era 10 de octubre. Ha trascurrido exactamente un mes - Malasaña se unió mostrando estupor.

  - ¿Qué hay del vagabundo, Balluerca? -interrogó  Salas.

  -  Como si le lo hubiera tragado la tierra. No ha sido visto desde el momento en que notificó el suceso al doctor en la puerta del ambulatorio.





13. G. G. G.

  Lo mío se debía en gran parte a la genética. Un padre demasiado calzonazos y una madre autoritaria, controladora y dominante, forjaron sobre todo mi ser un carácter asustadizo y timorato. También los compañeros de clase, aportaron su granito de arena desde el primer día de colegio. Atravesé la puerta de Marianistas ilusionado. Esperando encontrar un mundo que me apartase del dolor que me imprimía mi madre. Pronto me desilusioné. Con el tiempo comprendí que no hay seres más crueles que los niños. Son pequeños monstruos con ideas perversas. Marianistas era un colegio privado, donde nunca me aceptaron. Aparte de las iniciales con las que me denominaron profesores y alumnos (estoy convencido de que algunos jamás supieron mi nombre ni apellidos), personalmente no fui capaz de esforzarme por resultar carismático. Me arrinconaron, me despreciaron y se mofaron de mí y lo peor de todo es que lo permití desde el primer momento. Me aislé en un mundo ilusorio. Me convertí en un tipo antisocial, lleno de complejos e imperfecciones.  Me obsesioné en esconder mis talentos. Intentaba pasar desapercibido. Todavía me cuesta comprender la razón de un comportamiento tan obstinado. Mortimer, Iscariote, Saltykova, Calígula, Torquemada y sobre todo el Caballero Oscuro, además de mis progenitores, hicieron de mi lo que soy.

  Comencé a leer desde corta edad novela negra. El crimen se adhería a mí como si de una segunda piel se tratase. Me regocijaba con los logros de los asesinos, que en mi mundo diferente, se asemejaban a seres valientes e intrépidos, capaces de las mayores atrocidades, que en definitiva me hacían tan feliz. Cuando finalizaba un libro, me recreaba imaginando que me transformaba en el malo, esa clase de malo que había aterrorizado a los demás personajes de la narración sesgando sus vidas implacablemente, uno a uno. ¡Pimpán! ¡Pimpán! En mi imaginación, me convertía en un ser infecto altamente cualificado para erradicar la vida de la cuadrilla que me vapuleaba constantemente. Todos obedecían ciegamente al Caballero Oscuro y sin dar tregua, fantaseaba que los eliminaba uno a uno, sin piedad, sin pausa, sin mostrar arrepentimiento. Mi dolor mutaba a inmensa alegría. Me invadía la certeza de que al día siguiente, el fulano no se presentase en el colegio. Únicamente con esta incierta esperanza, era capaz de conciliar el sueño.

  Pasados unos años las novelas no me bastaron. Entonces probé otra forma de acabar con la cuadrilla... Comencé a cometer otro tipo de crímenes. Al principio tímidamente, creciéndome en cada logro. Sediento de sangre, contaba ya con algo más de veinte muertes a mis espaldas. Lo malo no era sucumbir a mis delirios ni siquiera reflejar en cada caso las características de cada miembro de la cuadrilla El Escuadrón de la Muerte, como así se autodenominaban. En realidad lo penoso y triste de mis crímenes  era que no fueran del todo reales.

  Cuando afirmó que me aficione al crimen y a perpetrar asesinatos a sangre fría no estoy contando toda la verdad. Esto solo se reflejaba en el papel. Me aficioné a escribir única y exclusivamente narraciones de suspense, novela negra pero con un matiz particular: rayando con el terror. Me constituí en un escritor anónimo, sin público, sin lectores, sin recompensas, sin premios, sin reconocimiento. Era como si otro ser dentro de mi me obligase a escribir, me dictase, me suministrase las ideas. Mi esencia interior mudó a un espécimen extraño. Me autoconvencí, me obligué a dejar de ser yo para renacer en un nuevo sujeto. Un sujeto satánico. 

  G G G no fue más que un estúpido como decía mi madre. Como coreaban los del Escuadrón de la Muerte. Como vociferaba una vocecita chillona en mi interior. El nuevo Germán luchó a brazo partido para lograr aniquilar a G G G. El ejército enemigo resultó más fuerte y potente.





14. "NO CUALQUIERA SE VUELVE LOCO, ESAS COSAS HAY QUE MERECERLAS" (Julio Cortázar)

  Desde que su padre recibió la visita de aquel hombre que le había premiado con diez euros por la elaboración del Quinta Avenida, Nico se esmeró en conseguir algo que aclarará el caso del asesino perruno. Su padre relataba maravillas del tal Salas y no hablaba bien de cualquiera, al contrario. Antonio se afanaba en criticar a todo quisqui. Nico nunca había tenido la oportunidad de conocer a un detective. Es más, pensaba que era una profesión propia de las novelas o de las películas. Por esa razón se esforzó por calibrar a cada persona que entrase en el local. Su padre le había dicho en repetidas ocasiones que el oficio de barman se parecía mucho al de psicólogo y que debía andarse con ojo para conocer de un simple vistazo de que pie cojeaba cada cliente. Por descontado que los consejos paternos cayeron en saco roto pero lo de Salas era otra historia. Se prometió a si mismo ayudar al detective con cualquier detalle que pusiera sobre la pista al investigador. Así mantenía los oídos y los ojos bien abiertos mientras se aplicaba en la coctelería.

  Salas volvió un par de veces más, las dos acompañado por una chica muy fina. Su padre les saludó efusivo.

  - Mira hijo. Esa chica es Susana, una de las mejores periodistas de esta ciudad - le aseguró una vez que la pareja abandonó el local.

  - ¿Es la mujer de Salas? - se interesó Nico.

  - ¡Qué más quisiera el cabrón! No hijo, no es su mujer y tampoco es un lío, ¿eh? No vayas a pensar. En el fondo Salas es un romántico. Ante todo es un tío cojonudo.

  - ¿Y ella?

  - Susana es su gran amor. Y por añadidura, una gran mujer.

  Luego Nico rebuscó entre los contactos del móvil de su padre y se agenció el del detective. Ya tenía el modo de comunicarse con el gran Salas, según palabras de Antonio. Ahora solo le faltaba conocer algo importante sobre el truculento caso.

  Se había presentado la ocasión. Los dos sujetos se apostaron en un rincón de la barra. El Candela no estaba muy concurrido. Le llamó la atención su indumentaria. Ambos con traje negro de corte moderno, camisa blanca y corbatas también negras. Tenían un porte elegante a la par que arrogante. Hablaban en susurros. No les pudo atender pero desde un lugar estratégico pudo observarles sin levantar sospechas. De vez en cuanto se acercaba por aquel lado y cogió al vuelo algunas palabras que poco significado tenían para Nico, hasta que escuchó una frase nítidamente y algo estalló en su cerebro.

  - Cúbreme un momento - solicitó a un compañero -. Tengo que hacer algo importante.

  Salió disparado hacia el despacho de su padre, aprovechando que no estaba en el local. Hablaría con más tranquilidad y se explayaría a sus anchas. Sabedor de que Salas le comprendería, sonrió para sus adentros. 

  Meditó durante un par de minutos. Tal vez el detective no le prestara atención, bastante tenía con descubrir el caso. Había leído los interesantes artículos que publicaba la tal Susana casi a diario en El Correo, periódico en el que trabajaba, así como los reportajes de un  tal Germán Galarza Gaitán, que se publicaban en el suplemento dominical del mismo diario. En su delirio por probar fortuna en el oficio detectivesco, se hizo un esquema con cada dato que se publicaba y algunos de los comentarios que escuchaba en el pub o en la calle. Toda la ciudad tenía una opinión al respecto. Analizaba cada dato con minuciosidad. Además buscaba el reconocimiento paterno. Si daba con una buena clave que ayudara a desenredar la maraña, su padre estaría orgulloso de él.

  Fue como si alguien moviese el dedo para pulsar sobre el símbolo del teléfono, como si Nico no hubiera tomado la decisión pero ahora estaba dando la señal. Un toque, dos, tres, cuatro... ocho. Casi estaba a punto de colgar cuando escuchó la voz fuerte del detective.

  - Salas al habla, ¿en qué puedo servirle?

 - Soy Nico, del Candela - tartamudeó de pronto inseguro y tembloroso -. No sé si se acuerda de mi. 

  - Claro que me acuerdo. Eres el hijo de Antonio - en su voz había sorpresa -. ¿Le ha pasado algo a tu padre?

  - No señor. Es que hay en el pub un par de tipos que me parecen sospechosos.

  - Sospechosos - repitió Salas con un dejo de molestia -. ¿De qué exactamente?

  - Textualmente uno le ha dicho al otro: "Sabe lo que hace, Xarcos no dirá una palabra" - hizo una pausa para respirar profundamente, antes de proseguir -. Aunque no ha aparecido nada en los periódicos, he oído algunos rumores sobre ese Xarcos, dicen que es el tipo que se encontró un saco con el hombre herido y...

  - ¿Dónde estás chaval? - interrumpió Salas.

  - En el despacho de mi padre.

  - Perfecto, Nico. Vuelve a la barra. Enseguida estoy allí.

 Se sintió orgulloso de su hazaña. Salió del despacho ufano, enfilando el pasillo semi oscuro pero al regresar al bar, su mundo se desvaneció. Los hombres de negro se habían instalado en una mesa que compartían amigablemente junto con su padre. Hablaban confidencialmente. Se le nubló el semblante cuando Antonio le hizo una señal invitándole a unirse a ellos. 

  - Mira Nico, te voy a presentar a dos buenos amigos de Salas - sonreía mientras les rodeaba con ambos brazos -. Ahí donde les ves, pertenecen a la élite profesional del cuerpo de la ertzaina.

  Los tipos le observaron sin pestañear. No sonrieron. Parecía como si supieran que había hablado con el detective, delatando su presencia.

  - Siéntate un rato con nosotros, Nico. Te vendrá bien tomarte un descanso - invitó Antonio arrastrando una silla que situó entre los hombres de negro.

  -   Se empieza a acumular gente en la barra - se disculpó, sintiendo que jamás se alegró tanto de volver a trabajar.

  - ¡Mira el chaval! Luego dices que es vago - afirmó uno de ellos dirigiéndose a Antonio.

  - Cuando tu padre dice que te sientes, te sientas - Antonio elevó el tono de voz y borró la sonrisa.

  - Lo siento, papá. No me apetece - se ausentó sin dar más explicaciones, sintiendo los tres pares de ojos clavándose en su espalda.

  Salió al exterior. Encendió un cigarrillo. A caladas rápidas lo consumió. Se alejó un tanto de la entrada para enviar un audio a Salas, advirtiéndole de los últimos detalles. Una mano férrea le apretó  el hombro a su espalda y Nico dio un respingo, soltando el móvil que cayó al suelo produciendo un pequeño chasquido.

  - ¿Qué pasa Nico?

  Dio media vuelta con exagerada brusquedad pero sonriendo.

  - ¡Qué susto, señor Salas! Creía que era uno de esos hombres.

  - ¿Estás nervioso?

  - Mi padre está sentado con los tipos raros que le he mencionado y pretende que les acompañe. Mire, les he sacado una foto - al otro lado de la pantalla aparecían Eztutzaile junto a Azeri.

  - Pues no es mala idea - aseguró Salas -. Si quieres echarme un cable, solo tienes que decirme lo que hayas oído. No está bien que te pongas a mal con tu viejo.

  - Lo que usted diga. Ya buscaré el modo de contarle lo que oiga.

  Volvió al interior. Los tres hombres continuaban enfrascados en lo que parecía una conversación importante. Se acercó cauteloso acariciando el respaldo de la silla que le esperaba vacía  entre los hombres de élite.

  - ¿Puedo? - dijo a modo de saludo.

  - Pues claro que puedes, chaval - sonrió uno de ellos.

  - Venga Nico, tómate algo con nosotros - terció el padre orgulloso. Hizo una seña y enseguida se acercó la camarera -. Tráele una caña, bonita.

  - Tu chico tiene muy buena pinta, sería un buen policía. ¿No quieres pertenecer al cuerpo de la policía vasca?

  - No - se apresuró a responder.

  - ¿No? - inquirió el tipo -. Pues ganan un pastón y si quisieras te podríamos recomendar. Serías nuestra mano derecha.

  - No - volvió a repetir -. No me interesa.

  - A esta juventud no le interesa nada - se lamentó Antonio -. Tienen lo que quieren al alcance de la mano pero aun no están contentos. En mis tiempos, no nos consentían en casa tantas chorradas. Tenías que hacer lo que decían tus padres y sin rechistar.

  - Tal vez le interesarían otros negocios - aseguró uno de los hombres.

  - Me interesa la coctelería y tal vez estudie en Donostia.

  - Mira el pájaro - exclamó el padre -. De repente le han entrado ganas de estudiar. Todo desde que vino Salas y le dijo que hacía el Quinta Avenida mejor que yo. Y este soplagaitas se lo creyó. ¿Que os parece? - los tres rieron estrepitosamente.

  - Ahora los cócteles están muy de moda - dijo uno de los hombres -, aunque igual te interesa sacarte unos euros extras para cuando vayas a Donostia, ¿no chaval? Allí la vida está muy cara.

  - Tal vez.

  - ¿Ves? Ya nos vamos entendiendo.

  - Si es que el dinero nos gusta a todos mucho - dijo Antonio convencido.

  - Pues no se hable más. Un día te pasas por el cuartel y preguntas por Azeri o Eztutzaile y te daremos alguna responsabilidad.

  - ¿Lobo y Exprimidor? ¡Vaya nombrecitos!

  - Son apodos cariñosos de algunos colegas, ya sabes cómo es la gente.

  - Así que eres buen amigo de Salas, ¿eh, chaval? - preguntó el apodado Eztutzaile con suspicacia, cambiando repentinamente de tema.

  - No especialmente - respondió Nico -. El verdadero amigo es mi padre, él me lo presentó - clavó la mirada en Antonio y este a su vez la desvió frunciendo los labios.

  - Los amigos de mis amigos son mis amigos - atacó Eztutzaile de nuevo.

  - No necesariamente - respondió el joven.

  - Vaya, vaya con tu chico, Antonio. Se muestra reacio a ganarse un dinerillo extra.

  - ¡Cómo no va a querer! - exclamó Antonio tratando de parecer tranquilo -. Es que ha salido un poco respondón, nada más. ¿A quién no le interesan, digamos por ejemplo cien euros por estar un poco atento a lo que pasa alrededor? 

  - Quien dice cien dice doscientos, Nico - se inmiscuyó Azeri que hasta entonces se había limitado a observar al chico.

  - ¿Qué tengo que hacer? - Nico se interesó en el tema.

  - ¿Veis como no me equivocaba? Mi chico es listo.

  - Poca cosa, chaval. Tú solo te tienes que limitar a hablar un poco con Salas, ser simpático y amable con él y escuchar, sobre todo escuchar lo que hable con Susana o con Badiola, si viniesen por aquí.

  - A ese no le conozco... tanto. No tengo confianza, quiero decir.

  - Bueno, tú te acercas, le atiendes con amabilidad... Ya sabes como tratar a los clientes, sobre todo a los buenos, Nico - concedió Antonio en tono paternal.

  - De todas maneras, no entiendo muy bien... A ver si me aclaro - comenzó Nico con toda la inocencia que fue capaz de simular -, que digo yo que si ustedes son tan buenos amigos de Salas, lo más lógico sería que trabajasen codo con codo con él, que supongo que es más fácil ir directamente que no andar fiándose de la palabra de un tercero, ¿no? Al fin y al cabo, están todos en el asunto ese de los perros degollados o...

  - ¡Nico! - tronó Antonio malhumorado -. ¡Cállate de una jodida vez! A ti te han ofrecido, un trabajillo y tu cumples sin  rechistar. ¿Esta claro?

  - Pues no señores, no estamos. Quiero decir que no estoy muy de acuerdo - Nico se apoyó en la mesa antes de erguirse -. Nadie da duros a cuatro pesetas. ¿No es eso lo que me has dicho toda la vida, papá?

  - ¡Nico! ¿Qué van a pensar estos amigos? - Antonio dio un golpe en la mesa -. Siéntate inmediatamente y escucha con atención lo que...

  - No me interesa - hizo intención de avanzar hacia la barra pero la mano de Azeri le oprimió el brazo.

  - Te contaré un secreto, chaval. En realidad Salas no puede con este caso. Hay muchos cabos sueltos y necesita nuestra ayuda, ¿entiendes? Está un poco perdido.

   - ¿Y qué pinto yo ahí?

  - Puedes ser de gran ayuda. Si tu haces de intermediario. Solo con que nos pongas al tanto de los pasos que dé será suficiente. El problema es que Salas es demasiado orgulloso. Pero a cambio de la información que tu consigas, te daremos unas pautas para que le hagas el camino más claro. Como que ha sido idea tuya. Ya me entiendes - Azeri le hizo un guiño amistoso.

  - Díganselo ustedes si son tan amigos. 

  - Insinuándoselo tú será más fácil - tercio el apodado Eztutzaile con la sonrisa perenne -.  ¿Podemos llegar a ese acuerdo, chaval?

  - Pues claro que podéis - Antonio animó a su hijo -. Mi chico es estupendo, ya veréis como no os defrauda.

  - De acuerdo. Lo haré - Nico sonrió a los presentes y sellaron el pacto con un apretón de manos.





15. G. G. G.

  Cuando uno es humillado de niño no olvida nunca. Una vez de abandonar el colegio, me decidí por estudiar periodismo, motivado única y exclusivamente porque el Caballero Oscuro también decidió cursar la misma carrera. Él me perdió de vista. Fuimos a universidades de diferentes ciudades pero siempre me mantuve cercano a él. Supe cada paso que daba la cuadrilla pero me centré en el cabecilla con la esperanza de que algún día me cruzase en su camino. La suerte estuvo de mi lado. Algo me tenía que salir bien en la vida. Él con buenas referencias llegó a ocupar un puesto destacado y aunque a mi me costó un poco más, con algo de esfuerzo conseguí acercarme a él. Me esforcé hasta conseguir un puesto en la redacción del suplemento dominical de el diario El Correo, el cual dirigía Saracho. Nunca olvidaré aquel primer día.

  - ¡Hombre! ¡Pero mira a quién tenemos aquí! - exclamó rodeando la mesa de su despacho para estrecharme la mano -. Si es nada menos que mi viejo compañero G.G.G.

  - Toda una sorpresa, Patxi - mentí.

  - ¡Vaya chico! No tenía ni idea de que hubieras seguido la carrera de ciencias de la información. Cuando se lo diga a los colegas se van a quedar de piedra. ¿Te acuerdas de ellos verdad?

  - ¡Imposible borrar de mi memoria a Mortimer, Iscariote, Calígula, Torquemada y Saltykova! Tengo multitud de anécdotas, por llamarlo de alguna manera, que protagonizamos juntos. Seguro que ninguno habéis olvidado la vez que Iscariote me obligó a beber orina. Me llevasteis a empujones al aseo de los pequeños. ¿Te acuerdas Saracho? Eras el instigador de cada una de las diabluras. Tampoco he olvidado aquella vez que me encerrasteis en un armario y me dejasteis allí durante toda una noche. A la mañana siguiente me encontraba tan entumecido que no pude ir a clase en dos días. Y también tengo grabado a fuego una excursión de fin de curso en la que me arrastrasteis durante más de veinte minutos por la arena de la playa boca abajo.

  - Bueno, bueno, hombre. Te noto pelín rencoroso. Éramos chiquillos - se esmeró por quitar importancia a los recuerdos del compañero de estudios -. Ahora que tú y yo nos hemos reencontrado, saldremos todos juntos. De hecho suelo quedar a menudo con los chicos. De ahora en adelante vendrás tu también Germán. Ya verás como nos reímos juntos de aquellos años - se le notaba nervioso, como si hubiera perdido la esencia maléfica, impronta del Caballero Oscuro.

  Por un momento tuve la sensación de que había cambiado. Sus ojos me parecieron más apagados, casi me dejo convencer.

  - Es la primera vez que me llamas Germán. Fíjate que a lo largo de los años, he llegado a pensar que ninguno sabíais mi verdadero nombre - dije mostrándome cercano y conciliador.

  - G G G, sigues siendo igual de confiado - rió con ganas -. Es cierto, nunca supe como te llamabas en realidad. Para nosotros, los del grupo, seguirás siendo siempre G G G. Lo he leído en la solicitud, tío.

  - Pocas cosas han cambiado, entonces. Para mi también sigues siendo El Caballero Oscuro y tengo muy presentes a los demás. Tampoco conozco su nombres reales - le clavé los ojos llenos de rencor. Saracho se retorció las manos y bajó la mirada.

  - ¡Chico, ¿lo dices tan serio? ¡También me lo he creído!

  - ¿Qué te has creído?

  - Pues eso, que no te has olvidado de nosotros. ¡Tío, relájate! Éramos unos chiquillos.

  - La vez que Saltykova me clavo unas chinchetas el los labios, teníamos dieciséis años.

  - Pero, hombre, Germán. No se puede andar así por la vida. 

  - Así, ¿cómo? - fijé la mirada en sus ojillos menudos, que se hundían entre el exceso de grasa.

  - Hay que olvidar aquellas... aquellos años, Germán. Ahora trabajaremos juntos. Piensa que ha comenzado una nueva etapa para ti - reiteró conciliador rodeándome los hombros con un brazo fofo y seboso -. ¡Ya verás que alegría se llevan los muchachos!

  - Ya veremos - aseguré en tono tranquilizador, abandonando el despacho.

   

  

  


16. "VOLVER A LA JUVENTUD ES SOLAMENTE REPETIR SUS LOCURAS" (Oscar Wilde)

  Nico sopesó la idea de que su padre estuviera relacionado con los hombres de negro. Observó sus movimientos concienzudamente. Le puso al tanto a Salas de las actividades de Eztutzaile y Azeri y recalcó que creía que tenían un cómplice pero que no disponía de datos suficientes para dar ningún nombre. Le repitió varias veces que no se fiara de nadie. El detective le parecía muy buena persona, demasiado buena para ejercer el oficio.

  - Muy bien chico - le felicitó Salas en casa de Susana donde el joven había acudido aquella noche invitado por  la periodista a una cena informal  -. Sobre todo, ten mucho cuidado. 

  - ¿Quién crees que sea el tipo ese que dice Nico que les sirve de contacto? - preguntó Susana, una vez de que el chaval se marchó.

  - No sé qué pensar. Tengo una idea... No sé, me niego a creerla - dijo recogiendo los platos para meterlos en el lavavajillas.

  - ¿Te quedas esta noche? - Susana apoyada en el quicio de la puerta de la cocina, se humedeció lo labios.

  - ¿Quieres que me quede?

  - Si estás dispuesto a quedarte para siempre... Me gustaría mucho - agregó tras una breve pausa.

 




17. "HAY UN CIERTO PLACER EN LA LOCURA, QUE SOLO EL LOCO CONOCE" (Pablo Neruda)

  La misma tarde en que Germán firmó el contrato con El Correo, Saracho telefoneó a los colegas y se reunieron como otros muchos días en el txoko Kantoikoa, situado en el Cantón de Anorbin y del que todos eran socios.

  - Chicos, no os vais a creer quien forma parte de la gaceta de fin de semana del periódico desde hoy - adelantó Saracho, descorchando un reserva  Marques de Riscal.

  - Nos tienes en ascuas - la única mujer del grupo se atusó el cabello rubio mostrando su curiosidad -. No has sido nada claro por teléfono.

  - Desembucha de una vez - dijo un apuesto hombre que se ayudaba de un bastón para caminar con dificultad.

  - G G G - tronó el Caballero Oscuro sirviendo el vino en las copas.

  - ¿Germán? - preguntó la mujer, mientras otro colega tosió con estrepito debido al atragantamiento.

  - ¡No jodas! - exclamaron los otros a coro.

  - Parece ser que ha estudiado periodismo. Se encargará de uno de los temas principales de cada semana. Ya veré si más adelante le doy alguna otra responsabilidad - paladeó el vino y seguidamente añadió -: ¿Cómo os habéis quedado?

  El silencio fue intenso y se prolongó un par de minutos.

  - ¿Habéis hablado del colegio?

  - ¡Por supuesto! Lo peor es que no ha olvidado ninguna de nuestras pequeñas bromas, aunque, como es natural, he tratado de restarles importancia.

  - ¡Joder! - musitó el más alto.

  - Se lo he dicho por decir, claro está, que cuando quiera se puede unir al grupo.

  - ¿Te has vuelto loco? - la mujer se mostró airada -. Nos odiará con toda su alma.

  - Si que nos odia, si - confesó Saracho sonriendo.

 - No sé como tienes cojones para reírte. Imagínate que nos denuncia. Ahora todo esto del bullying está muy perseguido. Todos somos importantes. Tenemos familias, empresas, dinero - el del bastón parecía  el más asustado.

  - Os estáis acobardando sin sentido - el tono de  Saracho llevaba aplomo -. Os aseguro que sigue siendo el mismo cobarde de siempre. Se muestra más antisocial que en la adolescencia.

  - Nunca fiando. Esos mierdecillas que jamás se han atrevido a levantar la voz, de repente un día salen a la calle cargados de odio y asesinan sin compasión - murmuró el más atlético del grupo, matizando cada una de sus palabras con un golpe de puño sobre la mesa de madera.

  - No temáis. Trabajará a mis órdenes y haré de él lo que quiera.





18. "AQUÍ TODOS ESTAMOS LOCOS. YO ESTOY LOCO, TU ESTÁS LOCA" (Gato Risón, personaje de Alicia en el país de las Maravillas. Lewis Carroll)

  - ¿Se puede saber para que me has llamado con tanta urgencia? - la mujer expresó su desesperada impaciencia -. Tengo mucho trabajo acumulado.

  - Tenía ganas de verte, eso es todo - confesó el aludido.

  - ¿Ganas de verme? ¡Estás gili! Mira, si no tienes algo importante que decirme, me largo. Este fin de semana nos reunimos en casa con la familia de Alejandro y tengo que preparar muchas cosas. 

  - Espera, mujer. En realidad quiero confesarte un secreto importante sobre  un querido amigo, ya sabes. 

  Ella le miró con expresión ambigua:

  - Si no eres más concreto...

  - G G G. A él me refiero.

  La mujer frenó en seco y sin volverse, añadió:

  - Déjalo para una reunión de antiguos alumnos.

  - Es el asesino que está buscando la policía con tanto ahínco.

 - ¿En serio?  ¡No me hagas reír! Sabemos que sigue siendo el mismo pánfilo que cuando le conocimos. 

  - Te preguntarás por qué lo sé o desde cuándo o cómo he llegado a esa certera conclusión... 

  - No me malinterpretes. En realidad no me preguntó nada de eso. Me importan un bledo tus argumentos - aligeró el paso dándole la espalda -. Nos vemos.

  - Debería importarte - elevó el tono airado. 

  Mariana alzó la mano derecha a modo de despedida. Notó un fuerte golpe en la cabeza que le paralizó. La mano quedó suspendida en el aire. Se deslizó hacia el suelo como si fuera de goma. Las piernas se flexionaron. Algo remotamente escondido en su cerebro, estalló. El segundo golpe pareció lejano y le obligó a doblegarse. Chocó contra el pavimento. Sintió un profundo dolor que le nació en la columna. Vio elevarse y descender la barra sobre el cráneo, certera e implacable. El tercer golpe fue casi ajeno. Los siguientes ni siquiera le dolieron. Acumuló tanto terror al descubrir el rostro de la locura en el asesino que se obligó a cerrar los ojos sin comprender la razón de lo sucedido. Lo último que distinguió fue el suave y equilibrado movimiento de las copas de los árboles meciéndose en el parque de El   Prado en aquel templado atardecer de mediados de octubre.

  


   


19. "NO HAY MORTAL QUE SEA CUERDO A TODAS HORAS"  (Plinio el Viejo)

  En la sala de prensa de la comisaría de la artzantza de Portal de Foronda se reunían varios efectivos, Borínaga y Salas. Sus rostros circunspectos daban muestras de impotencia e indignación. Habían pasado tan solo veinticuatro horas desde que unos universitarios que se reunieron en el Prado con motivo de celebrar un botellón, hallaron entre cartones el cadáver de una mujer con la cabeza partida, semidesnuda y con el rostro completamente desfigurado. Pocas horas antes, una familia desesperada hacía una desgarradora llamada a la policía vasca. Su madre de cuarenta años se ausentó repentinamente del domicilio familiar, no volviendo a dar señales de vida. No respondía al teléfono. Pronto se confirmó que la mujer desaparecida y el cadáver correspondían a la misma persona. Se trataba de Mariana Corcuera, muy conocida en la ciudad por regentar junto a su esposo, una joyería de amplia trayectoria. Se daba la circunstancia, que al igual que el cadáver encontrado días atrás, también era propietaria de uno de los perros degollados a finales de verano. Junto al cadáver apareció una nota con el nombre de SALTYKOVA.

 Numerosos periodistas de radio, prensa y televisión se amontonaron en las primeras filas. Salas buscó entre ellos los rizos rubios de Susana. Respiró hondo al encontrarla, carraspeó y comenzó a hablar con voz trémula, mostrando fatiga y cansancio, tras la mirada del inspector que pareció ser  la contraseña.

  - Les hemos convocado aquí para hacer un llamamiento a la ciudadanía. Cualquier dato, sospecha, así como anomalías que hayan observado en algunos comportamientos ajenos, no duden en ponerse en contacto con la comisaría. Cualquier cosa, por pequeña e insignificante que les parezca, puede ser una pista importante y clave para atrapar al asesino de tan horrendos crímenes que están asolando nuestra ciudad.

  - Pardo Jimeno, de Cadena SER - se presentó un hombre calvo de la tercera fila -. ¿Estamos ante un asesino en serie o son varios?

  - No me atrevo a asegurar algo así. De momento parece actuar en solitario y tratarse de una sola persona pero mientras no dispongamos de más información... Deben comprender que es un asunto muy delicado...

  - Juanjo Ochoa, de ONDA CERO. Según algunos rumores que circulan entre la ciudadanía, estos asesinatos tienen alguna relación con la matanza de perros que dio comienzo a finales de verano... ¿Sospechan que sea todo ello obra del mismo sujeto? 

  - Así es, tanto la señora Corcuera como el señor Canalda, eran los dueños de dos perros de los degollados en esas fechas.

  El murmullo se extendió por la sala.

  - Pero no hubo ninguna denuncia ni se extendió por las redes la desaparición de los canes, ¿no es cierto? Soy Edurne San Vicente de El Periódico de Álava.

  - Germán Galarza, de la Gaceta Especial de El Correo, ¿cabe la posibilidad de que estas personas no denunciaran ni trataran de buscar a sus mascotas debido que pudieran estar amenazados por el asesino?

  - Es difícil llegar a una conclusión clara en ese sentido.

  - Miren Álava para Radio Vitoria, ¿tienen un perfil para el asesino que está amenazando nuestras vidas?

  - Así es - tomó la palabra el inspector Badiola -, creemos que se trata de un hombre fuerte, posiblemente poderoso en nuestra ciudad, que le gusta mandar y está acostumbrado a ello. Por las fotografías que acompañan a cada víctima, podemos pensar que tiene la edad aproximada o la misma que las víctimas.

  - ¿Quiere decir que pudieron estudiar en el mismo curso o en el mismo centro? - preguntó San Vicente incorporándose de nuevo.

  - Es muy posible, si - respondió Salas mostrándose incómodo.

  Germán levantó la mano, antes de realizar la pregunta.

  - ¿Pueden asegurar que se trata de un tipo que tiene perturbada la personalidad, incluso puede ser asocial?

  - Susana Lozano, de El Correo - cortó al compañero para atacar con una pregunta -, ¿serían tan amables de enumerar las características frecuentes en este tipo de personalidad?

 - Estos sujetos sienten placer con cada crimen que cometen. Estamos ante un mentiroso patológico que sabe persuadir a los demás. Con frecuencia se aísla en su mundo, aunque de natural será sociable y muy posiblemente buen esposo y padre. Es un líder nato. Manipulador y muy posesivo. Necesita mantener el control, aunque en algunas ocasiones, posiblemente ante su familia, se mostrará débil y complaciente. En ciertos sectores sociales, pasará desapercibido. No destacará por su físico, la mayoría de las veces, no se trata de personas carismáticas, ellos se creen superiores a los demás pero en realidad saben que si no fuera por ese poder creado por ellos mismos, no destacarían ante nadie - Badiola se sintió relajado dando los detalles.

  - Inspector, la detención del vagabundo les condujo a algo claro? ¿Puede ser este el asesino? - preguntó el representante de ONDA CERO.

  - No, el vagabundo no es más que un mero testigo. Ni siquiera está en su sano juicio. No es más que un pobre borrachín, incapaz de hacer daño a nadie - fue la respuesta clara de Salas.

  - ¿Pudiera ser que el vagabundo tuviera algún tipo de relación con el asesino? Este personaje merodea con frecuencia por la Florida y es posible que haya visto algo importante - argumentó Germán.

  - Como ha dicho el inspector no tiene el perfil del asesino. Además tiene grandes lagunas de memoria y a duras penas se puede mantener una conversación con  él.

  - Creen ustedes que el asesino conoce a sus víctimas o las elige al azar? - se interesó la periodista del Periódico de Álava.

  - Si nos guiamos por la fotografía que en los dos crímenes ha dejado el asesino junto a los cadáveres, es lógico pensar que conoce a las víctimas, ha tenido trato con ellas, posiblemente en la infancia o adolescencia. Hemos llegado a la conclusión de que en alguna etapa de su vida sufrió maltrato. Posiblemente fue víctima de sus compañeros de clase, de ahí que siempre adjunte una fotografía de unos escolares. Seguramente sigue un patrón, evitando salirse de la línea de actuación. Asesina con puntualidad, cada seis días. Acecha a sus víctimas, se acerca a ellas con alguna escusa y más tarde, cuando se le presenta la oportunidad idónea, las ejecuta cruelmente.

  Germán abandonó la sala en cuanto oyó hablar de bullying. Respiraba con dificultad. Salió a la calle. Flexionó el cuerpo hacia adelante, después de soltar el micro y la bolsa.

  - ¿Se encuentra usted bien? - un ertzaina que paseaba por el pasillo se fijo en el tipo  de la tez blanca como el papel que abandonó presuroso la sala donde Badiola y Salas daban la rueda de prensa -. ¿Necesita algo?

  - Gracias. No es nada, un pequeño mareo sin importancia - Germán quiso sonreír y parecer tranquilo -. Se me pasará pronto.

  - Venga conmigo. Siéntese y le daré un vaso de agua.

  - No, no se moleste. El aire me viene muy bien. No es nada, de verdad.

  El agente volvió al pasillo reanudando su paseo monótono, sin perder de vista al periodista.


 

  


20. "SOLO UN AMIGO HA DE CENSURAR LA LOCURA DE OTRO AMIGO" (J. R. R. Tolkien)

  - Esto no marcha según mis expectativas - comentó el asesino con Eztutzaile -. Ni siquiera le han interrogado y se le está dando un tiempo precioso para prepararse.

  - Deja de fustigarte, amigo - respondió el interpelado sirviendo generosamente güisqui en ambos vasos -. Estas cosas llevan su tiempo.

  - Te digo que  es más listo de lo que parece.

  - Ese amigo tuyo caerá más pronto que tarde, ya lo verás. 

  - No es mi amigo. Le odio con toda mi alma.

  - Bueno, hombre. No te cabrees. Es una manera de hablar - movió el vaso de forma que el hielo chocó contra las paredes del cristal produciendo un ruido acompasado.

  - Además está Salas que va ganando terreno... - se detuvo sosteniendo el vaso sin probar ni gota del licor.

  - ¿Qué pasa con Salas?

  - Es el mejor investigador no solo de aquí sino de todo el País Vasco, lo sabes de sobra.

  - Salas está sobrevalorado. Ese es el motivo de tener un infiltrado, por llamarlo de alguna manera, en sus filas. Te aseguro que después de esto, el tipo no la cuenta. Nosotros nos encargamos de su estrepitoso fracaso, mientras tú te ciñes a tu cometido.

  - Tengo un mal presentimiento. No saldrá bien.

  - ¡Anda! ¡Mira este! ¿Has consultado la bola de cristal o tienes dotes para ver el futuro?

  - No te lo tomes a broma. Es un asunto muy serio.

  - Claro que es serio. ¿Me has visto tomarme algo a broma alguna vez?

  - Quiero que sea detenido de inmediato. Vosotros podéis hacerlo.

  - Cálmate, tío. El desenlace está perfectamente planeado. Pero si crees que estás perdiendo facultades, lo dices y buscamos a otro con un par de cojones bien puestos.

  - Soy el mejor y quiero que ese sujeto se estrellé en mis manos.

  - Entonces disfruta del Glenfiddich, que es como nosotros: intenso y duradero.

  - Me ha sabido a rayos.

  - Pero que burro eres, tío. Deja en el paladar un aroma frutal, una mezcla de manzana, chocolate, canela y madera.

  - Una mariconada, lo que me suponía - resopló el empresario mirando el contenido del vaso como si fuera un potente veneno.

  - Lo tuyo es pura fanfarronería. Posee un toque suave de caramelo y al final resulta ligeramente salado y cálido.

  - ¿Toque de caramelo? ¡Vaya chorrada! El güisqui  tiene que saber a güisqui. Punto pelota - sentenció casi enfadado.

  - ¿Ves está botella? - el hombre le mostró una botella negra -. Escoces de malta. Más de cien euracos y tú me saltas con que el güisqui  tiene que saber a güisqui.

  - Alguien se está descojonando de ti y de los idiotas que pagáis ese dineral en un licor que a lo mejor es de garrafa.

  - ¡Qué burro eres! Y encima rácano. ¡Anda deja de decir estupideces y bébetelo de una puta vez.





21. "SOLO SE TE DA UNA PEQUEÑA CHISPA DE LOCURA; NO DEBES PERDERLA" (Robin Williams)

    Arantza llevaba diez años casada con Patxi Saracho pero solo había logrado ser feliz junto a él un corto periodo de tiempo: los dos meses siguientes a la boda. A su juicio, los comienzos de todo matrimonio son un misterio cálido, envolvente, pasional, romántico e incluso divertido. Todo lo que hacía, decía y pensaba Patxi le resultaba sublime. Pero el principio resultó demasiado efímero y las ocurrencias dejaron de ser graciosas. Las palabras fulminaron todo interés. Los pensamientos se convirtieron en vanos y los hechos se trasmutaron en vulgaridades sin sentido. El misterio se desveló, lo romántico murió, lo divertido tornó en tedioso, la pasión se desvaneció y los besos resultaron babosos. Primero fue que Patxi se ocupaba más del periódico que de la vida hogareña. Pasados unos meses, repentinamente Arantza se quedó embarazada. Después llegaron los kilos de más, los dos hijos se presentaron sin avisar, como si hubieran salido de la nada. Arantza se difuminó de la noche a la mañana. El amor se desplomó tan rápidamente que sintió vértigo. Pronto supo recomponerse. Encontró otros brazos amigos, otra boca amante, otros delirios. Nuevas pasiones quebraron el pasado. La ilusión renacida cobró vida entre otros labios.

  Acurrucada entre las sábanas de la habitación 303 del Sercotel Jardines de Uleta, Arantza rememoraba tiempos pasados, cuando comenzó a engañar a Patxi. La aventura surgió con furtivas miradas, alguna sonrisa, un roce apenas perceptible a los ojos ajenos... Álvaro Foronda resultaba tan atractivo, tan ameno, tan diferente a Patxi, que pronto se dejó arrastrar, envuelta en nuevos placeres. Le carcomía, sin embargo, la idea de engañarle con uno de sus mejores amigos. Ellos comenzaron la amistad en el colegio desde los primeros cursos. ¿Qué clase de persona es un tipo que engaña a su mejor amigo con la esposa de este? Ni se planteó meditar sobre la clase de mujer que resultaba ser ella. Tan solo dos días después de su primer encuentro clandestino, falleció la madre de Patxi, viuda desde varios años atrás. Sintió remordimientos. Su lugar estaba junto al esposo. Se replanteó evitar dejarse arrastrar por el frenesí. 

  Junto con su cuñada Begoña, esposa de Mikel el hermano pequeño de Patxi, se encargó de vaciar la casa para ponerla en venta. Quiso la providencia que al encuentro de aquellos informes médicos, Arantza se encontrase sola en la casa, de otra manera hubiera sido terrible que Begoña se percatara del desasosiego producido por la lectura. El dosier se escondía en el apartado de la letra P, en un archivo de cartón. "Informe psiquiátrico. Paciente Patxi Saracho". El corazón de Arantza se detuvo un instante. "¿Informe psiquiátrico?", se preguntó. "¡Informe psiquiátrico!". Notó un vahído. Se sirvió un buen vaso de patxaran, no encontró otra bebida en la pequeña barra del salón. Comenzó a leer despacio, recostada en el sillón orejero. "El paciente es egocéntrico, le gusta liderar a un grupo y que este le obedezca fielmente. Se siente superior ante los demás. En el ambiente familiar y con los vecinos, se mostrará de manera diferente, será educado y dócil. Con la medicación podrá llevar una vida como cualquier otra persona que no presente esta patología. Se casará y tendrá hijos. Tendrá que continuar el tratamiento durante toda la vida para evitar la agresividad y los episodios de violencia, tan comunes en estos pacientes. De lo contrario, se mostrará excesivamente narcisista. No tolerará la rutina y asumirá riesgos laborales, deportivos o de cualquier otra índole, arriesgando su propia vida y la de los seres queridos..."

  Le costaba creerlo. Patxi era totalmente anodino: el tipo más aburrido que haya parido madre. Continuó la lectura... "Posee una elevada autoestima, no tiene sentimientos de culpa ante los hechos. En cuanto al maltrato continuado al compañero de clase, asegura que se trata solo de "bromas sin importancia". Es mentiroso patológico, se recrea en el engaño y se regocija haciendo participes a los que le interesan dentro de su entorno, tanto familiar como al amistoso. Se guía por una falsa realidad, motivada por su afán de superioridad. Carece de emociones y es incapaz de sentir empatía. El sufrimiento de los demás le parece un juego, algo que los otros se merecen por ser inferiores. Sexualmente se mostrará muy promiscuo..."

  - ¡Jesús! - exclamó Arantza -. ¡Esta si que es buena! Si no me toca desde el nacimiento de Joritz, hace ya tres años. Observó el documento durante varios minutos sintiéndose pequeña, maltratada por toda la familia, no solo por Patxi sino también por los suegros, incapaces de advertirle sobre la enfermedad. Paseó por la habitación. Olía a cerrado. Sopesó qué hacer con el informe. Al final decidió guardarlo de nuevo, arrinconándolo al fondo del cajón donde lo había encontrado.

  Volvió a la realidad. Sintió el aliento suave de Álvaro y los labios húmedos del amante.

  - ¿En qué piensas, amor mío? - le susurró cálidamente en el oído.

  - Tengo miedo por ti, mi amor - respondió Arantza retozando entre las sábanas.

  El amante ronroneó buscando acomodo entre los turgentes pechos de la mujer.

  Ambos guardaron silencio durante escasos minutos.

  - Son dos los que han caído de vuestra cuadrilla, además de todas las mascotas - hizo una pausa esperando algún comentario pero Álvaro se limitó a incorporarse de la cama y cruzarse de brazos -. Los críos están desolados, tras encontrar al buenazo de Byron degollado. 

  - ¿Tratas de decirme algo?

  - Patxi llegó a decir que agradecía al asesino su osadía... ¿No te dice nada ese detalle? A mi me da qué pensar.

  - A mi también, bueno a todos creo yo. Mariana lo comentó un día en la sociedad. Fue al poco de hallar el cuerpo de Byron. Patxi manifestó que estaba muy harto del perro y que muerto tenía más encanto.

  - ¿Llegasteis a alguna conclusión? ¿No os pareció extraño que hablara de ese modo de su mascota?

  Álvaro titubeó antes de responder:

  - Pensamos que Patxi siempre ha sido un tipo... diferente.

  - ¿En serio? - Arantza cambió de postura tan súbitamente que el compañero se sobresaltó. Se miraron fijamente -. Hace algunos años, cuando murió mi suegra, encontré un informe psiquiátrico en un cajón.

  - Un informe psiquiátrico - repitió Álvaro con preocupación.

  - ¿Sabias de su existencia?

  Álvaro desvió la mirada.

  - ¡Vamos, hombre! ¡No me jodas, Álvaro!

  - Verás, saber no es que sepa mucho al respecto. Conozco algunos detalles, aunque no tengo conocimiento  de datos concretos.

  - Explícate.

  - Casi no recuerdo cómo me enteré. Fue hace muchos años - esquivó.

  - Patxi contaba unos dieciséis años. ¿Cómo lo supiste?

  - El padre de Ricardo era el socio del de Patxi. Debió encontrar el informe o algo así y lo comentó con los demás padres.

  - ¿Y os lo dijeron también a vosotros?

  - No inmediatamente. Pasaron varios años. Fue por un suceso casual, no recuerdo muy bien  qué lo suscitó ni cuando tuvo lugar. Voy a ducharme, ¿vienes? - invitó cauteloso.

  - Tú no te mueves de aquí hasta que no me lo cuentes todo - le sujetó por el brazo con tanta fuerza que los dedos se blanquearon.

  - Ya te digo que no lo recuerdo, que fue hace mucho...

  - Mucho tiempo si, ya lo has dicho. Pero una cosa de esas, no se olvida nunca.

  - ¡Mujer! Si ya lo sabes, ¿para que quieres que te lo repita otra vez? Son cosas un poco desagradables, que nadie quiere recordar.

  - Sin embargo, los de la cuadrilla lo rememoráis continuamente. Nunca habéis dejado de ser amigos pese a conocer la terrible verdad y quiero saber porqué.

  - En el fondo nos da pena - confesó después de meditar la respuesta durante cinco minutos de intenso silencio -. Patxi es un buen amigo y nos ha cubierto en muchas ocasiones. De críos en el colegio todos éramos bastante terroríficos. Nos mofábamos de todo dios y si alguien nos atacaba,  tu marido siempre salía en nuestra defensa.

  - Y como agradecimiento, tú le chuleas a la mujer.

  - Nunca fue proyectado, ya lo sabes. Estas cosas surgen. Me enamoré perdidamente de ti. Eres demasiado para él. Además a Patxi le hacen felices otras cosas.

  - ¡No me digas! Y...¿Qué cosas son esas?

  - Le gusta hacer sufrir a los demás.

  - ¡Qué bonito! ¿A los demás también os gusta?

  - Ahora ya no... Pero en la adolescencia, he de reconocer que éramos una cuadrilla temida en todo marianistas. Personalmente, estoy muy arrepentido de ello y pondría la mano en el fuego por el resto.


  

    


  22. "LA IRA ES UNA CORTA LOCURA" (Horacio)

  - Verás, Nico, creemos que no estás cumpliendo bien el cometido que nos habíamos fijado - el hombre de negro pronunció cada una de las palabras despacio -. Resulta que Salas avanza en la investigación y tú no nos estás siendo de mucha ayuda.

  Nico paseó la mirada  asustada de la estantería de botellas a las mesas desocupadas casi en su totalidad. Tan solo una pareja se besaba con pasión en un rincón apartado, ajena a lo que ocurría en el resto del bar.

  - Necesita que se lo recordéis - aclaró Antonio con sonrisa burlona -. El chico tiene buena intención pero es un poco corto, ya sabéis como las gastan los chavales hoy en día, que les damos todo hecho y no saben hacer la o con un canuto. Se lo digo siempre que...

  - ¡Cállate, Antonio! - la orden llegó tajante y en tono tan alto que la pareja se separó y los camareros les observaron confundidos. Nico también dio un respingo, observando a su padre con desdén.

  - Salas es un tipo muy listo - respondió el chaval con rabia -. Si no estáis contentos con mi trabajo, podéis buscar a otro. Seguro que mi padre lo haría mejor. El es muy listo. No le dieron nada hecho y aprendió a ganarse el pan desde temprana edad. ¿No es así?

  - No te pongas chulo que te muelo a hostias. No eres más que un mocoso de mierda malcriado - se exaltó Antonio incorporándose de la silla, que con el impulso se estrelló contra el suelo.

  - Verás Nico. No es tan sencillo como parece. Tú eres el encargado de desorientar los pasos del detective y sus hombres y nos consta que no lo estás haciendo.

  - No, no lo estoy haciendo. Tiene usted razón - confesó el chaval, fulminándoles con la mirada.

 - ¿Ves, Antonio? Hablando con el chico llegaremos a un entendimiento. Tu siempre a lo bestia, todo lo arreglas repartiendo hostias. ¿En el colegio te comportabas igual?

  Nico observó que su padre torcía los labios malhumorado.

 El hombre de negro se acercó a Nico, le rozó ligeramente los hombros y pegó sus labios a la oreja del chaval, antes de silabear:

  - Haz tu tra-ba-jo o tu pa-dre y tú lo pa-sa-reis muy mal - sonrió y palmeó el rostro tembloroso del chico.

  - No puedo hacer más de lo que hago. Lo siento - se disculpó tratando de parecer asustado.

  - Que no puede hacer más, dice - se giró para dirigirse al dueño del Candela -. ¡Qué jodido es tú chaval!

  En ese instante la puerta se abrió y el inspector Badiola entró en el local como si fuera el ángel salvador. Estutzaile se alejó de Nico y éste aprovechó la ocasión para zafarse y largarse al exterior. De soslayo vio a su padre empequeñecido, como sin  atreverse a rechistar delante de los hombres. Le pareció que tenía la mirada más triste que nunca y por primera vez, sintió lástima. De buena gana hubiera corrido a abrazarlo pero los pies se negaron a caminar. ¿Por qué su padre se comportaba de un modo tan rastrero con Salas?

  - ¡Hombre! ¡Badiola! ¡El que faltaba! - exclamó Eztutzaile eufórico -.¿Qué te trae por aquí?

  - Esto es un asunto muy feo. Por arriba me instan a dar con el asesino - ladró el inspector, yendo directamente al grano. 

  - Le estás facilitando a Salas el camino y le otorgas todos los poderes que desea. La Guardia Civil y los nacionales, también están apoyándole - enumeró Azeri con tranquilidad. 

  - Y por si todo esto fuera poco, tú también estás de su lado - sentenció Eztutzaile rodeando la mesa despacio y plantándose ante el inspector.

  - Os dije que somos amigos.

  - ¡Badiola! ¡Badiola! ¡Qué sensiblón eres!

  -  Andaros con ojo o caeréis tras el asesino.

  - ¡Qué miedo me das! - Azeri soltó una risotada histérica -. Tu querida sobrinita va a resultar un caramelote para cualquier viejo millonario en cualquier burdel de... de... Uruguay, por ejemplo.

  - Si te atreves a tocarle un solo pelo, te arranco los huevos y te los hago tragar - susurró Badiola con voz ronca.

  - ¿Dónde cojones se ha metido tu puto chaval, Antonio? - estalló Azeri mostrando su descontento con la situación -. Hace un momento estaba aquí y ahora, ¿se lo ha tragado la tierra?

  Antonio paseó la mirada por el café con tristeza, antes de refugiarse en los lavabos. Con manos temblorosas y torpes, se preparó algo de coca. Esnifó. El polvo le otorgó una buena dosis de valor. Apoyó la cabeza en las baldosas frías. Cinco minutos después abandonó el aseo dispuesto a mantener una seria conversación con Nico.





23. "NINGUNA GRAN MENTE HA EXISTIDO NUNCA SIN UN TOQUE DE LOCURA" (Aristóteles) 

  El asesino imprimió la fotografía una vez más. Con buena caligrafía escribió en el reverso el apodo de la siguiente victima y el del perro, degollado meses atrás. Eran las diez de la mañana del 22 de octubre. Amaneció con frescura el día pero el sol irrumpió excitado, vigoroso. Abandonó el despacho y antes de salir realizó una llamada telefónica.

  - ¿Tienes tiempo para tomarte un café? - esperó respuesta con tranquilidad -. Perfecto, en una hora nos vemos en Puerta Grande. Me gustaría que me dieras alguna pauta para publicitar mi negocio. Ya sabes, hay que reinventarse para seguir en el candelero.

  

  A las diez de esa misma mañana, Salas telefoneó a Badiola para reunirse en el café Abadía. Se situaron al fondo de la barra, lejos del resto de los clientes. Salas le aseguró que estaba a punto de detener al asesino. Nogales descubrió que en el colegio de Marianistas durante el curso de 1996 y 1997, un alumno sufrió bullying reiteradamente por parte de un grupo de compañeros. Se trataba de un crío bastante raro ya desde la infancia llamado Germán Galarza Gaitán, al que tanto profesores como alumnos le apodaban G G G. El chaval lo pasó fatal y todo les llevaba a pensar que el asesino fuera el tal Germán, que causalmente trabajaba en el Correo a las órdenes de uno de los  compañeros que ejercieron el supuesto maltrato en su día. Según su profesor y tutor de aquel curso, el tal G G G bien podía ser el criminal, aunque tampoco era capaz de asegurarlo al cien por cien, pues uno de los agresores le parecía mucho más proclive a ello. 

  - El profesor nos asegura que el cabecilla del grupo fue diagnosticado de esquizofrenia a una edad temprana. Por ello te solicito que sean tus hombres quienes accedan a las dependencias del diario.

  - Se hará como quieras. ¿Para cuando quieres que esté preparado el dispositivo?

  - Cuanto antes. Yo mismo mantendré una charla con ambos profesionales. Creo que si lo hacemos de esa manera, se mostrarán más confiados. Tiempo hay de que declaren formalmente en la comisaría de Portal de Foronda. 

  - Lo que esté en mi mano - Badiola realizó algunas llamadas y el dispositivo se estableció con celeridad. .

  - Otra cosa, Badi - el detective clavó la mirada en el inspector y frunció los labios antes de lanzar el argumento -, desconozco si estás al tanto o no pero Balluerca ha investigado a fondo a Sorozábal y a Onraita, los bien llamados Azeri y Estutzaile... Manejan algunos negocios... digamos... poco claros.

  - ¿Te refieres al tema de trata de blancas? Estoy trabajando en ello - Badiola se removió inquieto.

  - Entonces sabrás que andan tras tu sobrina...

  - Es mi trabajo, Salas. Tú remítete a lo de los perros y sus amos - interrumpió el inspector, zanjando la cuestión. 

  - Lo que tú digas - Salas hizo un gesto de indiferencia, antes de añadir -: Me da que no has sido claro conmigo y me duele, Badi.


  Germán llegó tarde al trabajo y se ausentó algo antes de las diez  de la mañana, supuestamente aquejado de un fuerte dolor abdominal. Así se lo hizo saber al encargado de personal. Éste le instó a pasarse por el despacho del señor Saracho para notificarle su ausencia. Germán se comprometió a trabajar en casa y aseguró que enviaría el trabajo a última hora de la mañana y que si se encontraba mejor, acudiría por la tarde a la redacción. En vez de caminar hacia casa, desvió sus pasos a la búsqueda de Xarcos, adentrándose en el parque de la Florida. Merodeó por el paseo central, tomando los diferentes desvíos. A horas tan tempranas únicamente circulaban algunos estudiantes camino de la casa de la cultura y dueños de perros. Siendo imposible dar con el vagabundo se acercó a la entrada principal del parlamento vasco. Portaba la credencial y se la colocó a un lado de la cazadora para que fuera bien visible.

  - Buenos días - saludó efusivo al vigilante de la puerta.

  - Buenos días.

  - Soy Galarza Gaitán del Correo - se identificó -, no habrá visto por aquí a Xarcos. el vagabundo.

  - Es demasiado pronto para él, todavía estará durmiendo - al ertzaina le dio confianza el mohín de desagrado del periodista y quiso facilitarle el trabajo -. Hasta las tres o las cuatro de la tarde no se le suele ver por aquí pero lo encontrará en el pórtico de San Vicente.

  - Muchísimas gracias.

  Voló hacia la Virgen Blanca, acortando el camino por las escaleras del Machete, atravesando la plaza del mismo nombre y rodeando la cuesta de San Vicente. La verja de acceso al pórtico estaba entornada. Al moverla un suave chirrido rompió el recogimiento. Grises nubarrones dormitaban en lo alto mientras una fina lluvia cubría el asfalto. El aire, frío e incómodo se le coló en los huesos. Escuchó los ronquidos del vagabundo junto a la puerta de la capilla de los pasos. Se acercó con sigilo. Hizo un gesto de repugnancia, el olor era insoportable. Un tetrabrik abierto despedía un aroma avinagrado. German lo agitó. Le pareció que lo que sonaba en el fondo no era líquido sino sólido. Supuso que se trataba de colillas de tabaco. Agitó al hombre por los hombres. Este tardó un poco en desperezarse.

  - ¿Qué vienes a buscar aquí? - aulló el hombre restregándose los ojos.

  - Soy Germán, un amigo.

  - ¿Un amigo de quién?

  - ¡Tuyo, hombre! 

  - ¿Mío? - le observó con desconfianza.

  - Quiero hablar contigo y si me cuentas muchas cosas, te regalaré todo el vino que quieras.

  - ¿Dónde está el vino? - el hombre movió los ojos buscando la ansiada recompensa y alargó los amoratados labios en una sonrisa beatifica.

  - Primero cuéntame algo sobre las cosas terribles que pasan en la Florida.

  - Yo no sé nada.

  - No mientas. Algo si sabes - Germán se mostró iracundo.

  - Voy a lo mío. No presto atención a nadie. Si no te metes con los demás, nadie se mete contigo.

  - Pero alguien te regala muchos litros de vino. 

 - ¿Quién dice eso?

  - Otros vagabundos aseguran que tienes un amigo que te cuida muy bien. Dicen que desde hace un tiempo tienes muchos cartones que sueles compartir con algunos.

  -   Mienten.

  - Vale, pues vamos a comisaría y arreglamos cuentas - sujetó al pordiosero por el brazo y le obligó a levantarse -. Diré que has intentado robarme.

  - Jamás he robado a nadie. Soy un ciudadano honrado - se defendió sin oponer casi resistencia.

  - Eres un punto filipino, vago y rastrero, además de mentiroso. Están sucediendo cosas espantosas en la ciudad y tú únicamente piensas en tu beneficio.

  - No hago mal a nadie - se defendió intentando frenar al desconocido.

  - Dime algo nuevo o te rajo la garganta aquí mismo - amenazó acercándole una navaja al cuello.

  - Solo me encontré  un hombre herido en la calle, no sé nada más.

  - ¿Quién te trae el vino? 

   El viejo abrió los ojos asustado al ver brillar el filo de la navaja cerca de su cuello.

  - Se llama Germán, no sé nada más. 

  - ¿Germán? ¿Estás seguro?

  - Si. Ya te he dicho todo lo que sé.

  - ¿Cómo es ese tipo?

  - Grande, fuerte, muy gordo. Viste muy bien. También tiene un perro.  Siempre va con él, resulta un  poco grotesco. El tal Germán es muy grande y el perro muy chiquitajo. Llaman la atención.

  - ¿Es amigo tuyo?

  - Yo no tengo amigos.

  Germán sopesó una idea. Sacó el móvil y rebuscó fotografías en la galería del móvil. Eligió una y la agrandó para mostrársela a Xarcos:

  - ¿Es este el tipo que te regala el vino?

  - No, este no pero...

  - ¿Por qué dudas?

  - ¡Espera! Me ha parecido ver algo... en otra foto, no sé...

  - ¿No intentarás despistarme, verdad? 

  - No, no. Vuelve a la foto de antes - Germán obediente hizo lo que el vagabundo le indicaba -. Sigue pasando hacia atrás, pero más despacio... Sigue, sigue... ¡Esa! Amplia esa foto... ¡Ahí está, tío!

  - ¿Estás seguro que este es el tipo que te regala el vino, el que dice llamarse Germán?

  - ¡Carayo! Si tú le conoces, ¿a qué vienes preguntándome a mi?

  Germán sintió que se le helaba la sangre. Se separó del harapiento. Resopló y se maldijo una y otra vez. Observó con detenimiento la fotografía. Los antiguos compañeros de Marianistas le sonrieron elegantes y encorbatados en la celebración de la graduación. Se incorporó de un salto y a grandes zancadas abandonó el pórtico.

  - ¿Y mi vino? - vociferó Xarcos levantando los brazos.

  - Te lo traeré en un rato. Tengo que comprarlo.

 - Voy contigo para que no andes viniendo - contestó el otro, trastabillando hasta lograr ponerse a su lado.


  Aproximadamente a las diez de esa misma mañana, Azeri junto a Eztutzaile esperaban impacientes en la puerta del Candela. El dueño les telefoneó asegurando que le era imposible llegar a tiempo a la reunión pero que para primera hora de la tarde, todos sus asuntos pendientes estarían resueltos. Uno de esos asuntos se refería al paradero de Nico, que cada vez se mostraba menos cooperante. El chaval se zafaba fácilmente de los interrogatorios a los que le sometía Antonio durante las horas de trabajo. Era el día de descanso semanal del café. 

  Los hombres de negro instaron al empresario a personarse en el plazo de treinta minutos. Esperaban en las inmediaciones. Sabían controlar a los demás y Antonio aprendió a obedecerles tiempo atrás. Veinte minutos después abría el local. Entraron en silencio. Antonio, desconectó la alarma pero no dio las luces. Aceleró el paso hacia el despacho, seguido por los dos hombres. Una vez en el interior, encendió las luces y se repantingó en el sillón giratorio. Los otros ocuparon sendas butacas frente a él.

  - Todo está preparado - Antonio fue directo al grano -. Las quince chicas están listas para salir.

  - Habrá que esperar unos días más - terció Azeri atusándose la barba -. Falta lo de Badiola...

  - ¡No me jodas! Estoy arriesgando mucho. Hay que sacar a las chicas del país como sea.

  - No seas impaciente - Azeri se soliviantó incorporándose y sujetándole por las solapas de la americana -. Tu estás a nuestro servicio, no lo vayas a olvidar. Tú no nos das órdenes.

  - He hecho todo lo que me habéis pedido. He cumplido con mi parte. No puedo retener más tiempo a las adolescentes.

  - Nosotros te amparamos. No corres ningún riesgo. Solo te pedimos un par de días mas, a lo sumo tres.

  - ¿Qué hago con las chicas? Están nerviosas y algunas creo que no se toman las pastillas. Una está demasiado espabilada aunque trata de engañarme. Por otra parte, el tonto de mi hijo, no parece estar por la labor de echarnos un cable y qué queréis que os diga... No le puedo obligar, ya sabéis cómo son los chavales hoy en día.

  - Por partes, Antoñito - intervino Eztutzaile con tranquilidad, bordeando el escritorio y sentándose en la mesa a escasos centímetros de dueño del Candela -. En cuanto a las crías, les das las pastillas machacadas en los botellines de agua, por ejemplo. Es muy sencillo, Antoñito. Calladitas y quietas están más monas. En segundo lugar, si no eres capaz de hacer entender a tu retoño que tiene que estar de nuestra parte, se lo haremos comprender nosotros a nuestra manera. ¿Te queda claro?

  - Oye, no se os ocurra hacerle nada a Nico, ¿eh? 

  - Pues haz el favor de convencerlo como sea.

  - Es muy buen chaval - se defendió nervioso -. Muy buen chaval.

  - Pero tonto, tú lo acabas de decir - añadió Azeri.

  - Demasiado bueno, ya os digo - sonrió el padre.

  - Esmérate para que sea un poco más cabroncete - Azeri le propinó unos cachetes en la mejilla -. Que se parezca un poco más a ti, ¿estamos?

  - ¿Estáis seguros que en un par de días o tres resolveréis el asunto?

  - Pues claro, tío. Ya estamos tras la sobrina de Badiola, si no cumple con su cometido, la secuestraremos y desaparecerá en el barco camino de los burdeles de  Bogotá.

  - Tú preocúpate únicamente de Nico - terció Azeri.


  - Tengo la sensación de que el tipo nos va a joder el asunto más importante de nuestra vida  - Estutzaile mostró cierta preocupación.

  - Te noto obsesionado - hizo una pausa para encender un     CAMEL -. Por el contrario, creo que nos ha tocado el gordo de la lotería.

  -Insisto en que los crímenes se le está subiendo a la cabeza y en cualquier momento cometerá un error imperdonable.

  - No lo creo. Es un zorro astuto. Se crece con cada asesinato y nos viene de puta madre.

  - No debimos darle carta blanca en este asunto. Creo que ha ido demasiado lejos.

  - ¡No me jodas, tío! Se trata de una venganza. Esas cosas se enquistan si no se resuelven. Una venganza no cobrada, te trae enfermedades.

  - ¡Qué chorradas dices! Si comete algún fallo, terminará salpicándonos. 

  - Creo que sabe lo que hace. No es hombre de cometer fallos. Te lo digo yo.


  Tras adquirir el vino en un autoservicio y acompañar a Xarcos y la mercancía de vuelta a los aledaños de la iglesia de San Vicente, Germán realizó una llamada telefónica.

  - ¿Susana? Necesito tu ayuda.

  - ¿Dónde estás? - Susana hizo señas a su acompañante y varios hombres grabaron la conversación.

  - Estoy metido en un buen lío. Tienes que ayudarme.

  - ¿Por qué yo?

  - Somos compañeros, confió en ti y eres amiga del detective.

 - Dime - argumentó después de unos instantes de duda -. ¿Dónde estás?

  - Eso no importa... de momento. Estoy en peligro.

  - Tranquilízate y dime qué te pasa. No puedo ayudarte si no me lo cuentas.

    - Sé quien es el asesino en serie. Se hace pasar por mi.

  - ¿Cómo lo has averiguado? - en la oficina del detective todos se dirigieron miradas interrogantes.

  - Xarcos, el vagabundo lo ha identificado por una fotografía.

  - ¡Por dios, Germán! Me has asustado, por un momento he creído que de verdad estabas en peligro.

  - ¿No me estás entendiendo? Te repito que se hace pasar por mi. Es peligroso.

  - ¿De quién estás hablando?

  - No puedo decírtelo por teléfono.

  - Germán, escúchame con atención - Susana hizo una breve pausa para que su interlocutor recapacitará sobre sus siguientes movimientos -. Si te entregas ahora, todo será mucho más fácil, ya lo verás.

  - Pero... - Germán dirigió la mirada en todas direcciones, tratando de descubrir un lugar donde poder esconderse -. ¿Tú también piensas que soy el culpable?

  - Germán, no lo hagas más difícil...

  - ¡Susana! Nos conocemos desde hace tiempo... Tengo que colgar.

  - No, no, por favor, no lo hagas... Cuéntame algo del asesino. ¿Por qué tienes una foto de él? - Susana trató de ganar tiempo, cambiando de táctica.

  - Fuimos compañeros de colegio. Te aseguro que jamás pensé en él como asesino en serie. Hace muchos años que le perdí la pista. Ya sabes que soy un tipo raro, asocial y que no salgo mucho... - Germán se atropellaba al hablar -. Xarcos lo ha reconocido.

  - Es un pobre borrachín, Germán. No se le puede hacer caso.

  Torres hizo una señal, la llamada estaba localizada en los aledaños de Villa Suso. Junto con Malasaña se puso en marcha. De camino telefonearon a Salas.

  -Tengo que dejarte Germán - se disculpó Susana pero antes de cortar la comunicación, escucho la última frase de Germán que le heló los huesos.

  - Pensé que se trataba de Saracho. Me hubiera gustado tanto que fuera él. Durante toda la vida he soñado con verlo muerto y ahora tenía la posibilidad de que lo encerrasen... ¿Me estás escuchando, Susana?

  - Que si, tío que si. Que creías que era Saracho...

  - Pero me equivoqué es el otro, el otro niño, el repetidor, el único que se mostró amable conmigo en el colegio...

  - Buenas - escuchó Susana una voz distinta algo más lejos de la suplicante de Germán -, mis dos buenos amigos... ¿se conocen? -, Reconoció al instante la voz inconfundible de...

  

  Salas penetró en la redacción de la gacetilla de el Correo. Eran las once y cuarto de la mañana. Saracho no había regresado y Galarza se había ausentado aquejado de un fuerte dolor de estómago pero tampoco se le encontró ni en casa ni en ningún otro lugar. La recepcionista, una muchacha rubia, ataviada con una chaquetilla azul con una placa donde se leía el nombre de Leire Martín, les mostró sonriente la sala de espera. La sonrisa abandonó su rostro angelical cuando Badiola, irrumpió en la redacción y le presentó una orden judicial para registrar los despachos de ambos. La muchacha quiso llamar a la policía por tan brusco asalto de autoridad y al comprender que el registro sería realizado por los agentes que siguieron al inspector, desistió. Una docena de hombres uniformados entraron en tropel. Hallaron la foto que con cada asesinato de perro y humano aparecía junto a los cadáveres con los correspondientes apodos. También hallaron el informe psiquiátrico de Saracho, así como algunos videos que posteriormente resultarían implicatorios sobre algunos acontecimientos acaecidos durante la adolescencia de Saracho y sus secuaces, que no resultaban dignos de guardarse con orgullo. Cuando el registro del despacho de Galarza estaba a punto de concluir, Badiola recibió una llamada. El cuarto asesinato se acababa de producir. 





24. "AQUÍ LA LOCURA SE REPARTIÓ ENTRE TODOS Y NO SOBRÓ NADA PARA TENER NUESTRO PROPIO LOCO DE REMATE" ("La casa de los espíritus" de Isabel Allende)

  Mari José y Nati eran hermanas de costumbres fijas, sobre todo desde que gozaban de la ansiada jubilación. Ambas solteras y con gustos parecidos, madrugaban y mientras Nati prepara un desayuno ligero y se enfrascaba con el primer plato del almuerzo del mediodía, Mari José mucho más andarina, salía cada mañana sobre las diez desde el portal del domicilio que ambas compartían, situado en el parque de la Florida número tres, encaminándose  hasta el santo. Disfrutando del paseo elegante, al estilo parisino que enorgullecía a vitorianos desde 1820, año de su creación. Tardaba apenas veinte minutos pero con frecuencia se entretenía charlando  con vecinos o conocidos. Esa mañana no fue diferente a otras. Se  tropezó con todos los vecinos poseedores de mascotas, como el bueno de Saracho, Patxi el del tercero, que siempre le pareció un pobre incauto. Solía ser tema de conversación entre las hermanas. A su juicio, era de los que tragaban y aguantaban a una mujer marimandona, que aunque presumía ante los ojos ajenos de ser una señora estupenda, no daba palo al agua. Ambas sabían de buena tinta, que le ponía los cuernos al fulano desde años atrás. El matrimonio tenía dos hijos, los cuales, también ninguneaban al padre, posiblemente influenciados por la madre.

  - Hace tiempo que Saracho no sale con el perro -  soltó Nati al salir al parque después de que su hermana le llamase al tele portero.

  -  Con lo amable y correcto que es el muchacho - aseguró Mari José.

  - A la legua se ve que no ha roto un plato en su vida - terció la hermana, dispuesta a cotillear sobre los vecinos. 

  - De psicología se un rato, Nati. Lo aprendí en la consulta del odontólogo Aresti - agregó dirigiéndose a la vecina que se les unió, viendo una buena posibilidad de cotillear -. Quien acude al dentista siempre va con el miedo pegado al cuerpo y con ganas de charla. A mi, que me aburría tanto entre horas y que bien sabe Dios, me complace una buena conversación, siempre siempre estuve dispuesta a escuchar - se explayó Mari José vanagloriándose de su buen hacer en la consulta. 

  - El perro... creo que se llama Byron es igual que el amo, un perrazo enorme pero todo lo que tienen de grandes, lo tienen de tontos - la vecina intervino con la emoción en la mirada. 

  - Mirad. Por ahí viene y sin Byron.

  - Buenos días, vecino - coreó el trío con la sonrisa puesta.

  - Muy buenas, señoras. ¿Cómo están?

  - Veníamos comentando... Usted ya no pasea a Byron y nos preguntábamos qué ha sido de él.

  - Apareció degollado en el parque - indicó el hombre con un gesto.

  - ¿Qué me dice? - exclamaron a coro -. No habíamos oído nada. Vaya disgusto que tendrán en casa.

  - Mi mujer y los chavales lo sintieron mucho pero yo, si les soy sincero, estaba deseando deshacerme del perrazo.

  Mari José desvió la mirada, tratando de buscar otro tema. La última frase del vecino le dejo helada igual que a las otras dos, que unidas por el brazo, se apretaron con fuerza.

  - Bueno, señoras. Subo a casa un momento y me voy al periódico. Buenos días - dió un paso adelante pero Nati le retuvo un momento.

  - Se ha manchado usted el puño de la camisa - observó sin disimulo -. Parece sangre.

  - Si, he quedado con un  amigo y me he cortado con un vaso que se ha roto en el café. Por eso estoy aquí. Vengo a cambiármela.

  - En lo blanco la sangre es difícil de quitar - terció Nati, frenando de nuevo al vecino -. Dígale a su señora que la lave a mano y que al agua le añada un chorrito de VOLVONE. Ya verá usted. ¡Mano de santo!

   Un perro pequeño jugaba con un bulto en el interior de una bolsa de basura negra que alguien olvidó a la entrada del Jardín Secreto del Agua. El perrito lo olisqueó y estiró del plástico con decisión y ahínco. El dueño trataba de arrancar al chucho del bulto sin éxito. Comenzó a ladrar después de rasgar el plástico. Algunos curiosos se acercaron al sabueso. Los gritos de terror alertaron a los transeúntes que se adelantaron sorprendidos por los ladridos del perro. Los testigos vieron horrorizados una mano inerte y ensangrentada que quedó al descubierto.

  - ¡Santo cielo! - exclamó Saracho, marcando el número del periódico y solicitando fotógrafo y la presencia de Germán -. Que alguien telefonee a la ertzaina. Se ha producido un nuevo  asesinato.





25. "LA LOCURA ES LA ÚNICA MANERA DE ESCAPAR DE LA ESCLAVITUD" (Paulo Coelho)

  El Jardín Secreto del Agua recibió a los allí concentrados con un aroma  latente a humedad. Junto a la musa de la música situada en el interior del jardín, la ertzaina encontró la americana de la victima. La identificación se realizó con rapidez. Un demudado Saracho se encargo de ello.

  - Pero si es mi buen amigo Álvaro Foronda. ¿Cómo es posible que esté muerto? Hace escasamente treinta minutos nos hemos tomado un café en Puerta Grande - Saracho se balanceó abrumado, mientras Mari José intentaba por todos los medios que se mantuviese en pie.

  - ¿Está completamente seguro de lo que dice? - interrogó Salas intercambiando miradas asombrosas con Badiola.

  - Me gustaría equivocarme, pero le aseguro que es cierto. Es Álvaro, nos conocemos desde niños, Somos grandes amigos.

  Una agente extrajo del bolsillo de la chaqueta de la víctima un enorme papel con la palabra CALÍGULA.

  - Este nombre apareció junto a uno de los perros degollados el pasado mes de septiembre, ¿sabe usted si dicho perro pertenecía a su amigo? - indagó el inspector.

  - Si, Calígula era la mascota de Álvaro. También fue su apodo durante los años de colegio. Éramos una cuadrilla fabulosa, nos apodábamos el Escuadrón de la Muerte y cada uno de nosotros tenía un mote diferente. Los ideé para cada uno de ellos y con los años, a Mariana, la mujer asesinada el 16 de este mismo mes, se le ocurrió que nuestras mascotas llevaran nuestros mismos apodos. ¿El motivo? Volver a recordar aquellos años en los que fuimos tan felices. 

  - ¿Su perro también fue uno de los degollados ? - Salas improvisó el interrogatorio.

  - En efecto. Fue el último.

  - ¿Byron? - Salas consultó sus notas -. ¿Fue ese su apodo en el colegio?

  - No. Caballero Oscuro fue mi apodo juvenil y un nombre compuesto no resulta práctico ni apropiado para un perro. Además mis hijos eligieron el nombre y ante ellos poco pude hacer.

 Salas recibió una llamada de Susana. Esta le relató atropelladamente los últimos acontecimientos y la conversación telefónica con Galarza, así como el descubrimiento de la voz que escuchó, que le había aterrado. Salas con el rostro desencajado, trató de contactar con Nico. El teléfono comunicó y Badiola ordenó a varios agentes que buscaran al chaval de inmediato.

  Patxi Saracho fue llevado a la comisaria no en calidad de detenido sino de mero testigo de los últimos acontecimientos. Todas las pesquisas parecían recaer sobre la persona de Galarza.

  - ¿Que relación le une a Galarza?

  - Trabaja conmigo desde hace varios años.

  - Según nuestras indagaciones, ustedes, el llamado Escuadrón de la Muerte, ejercieron durante varios cursos, una fuerte presión sobre el citado alumno...

  - Éramos muy jóvenes y aquello ya está olvidado - interrumpió Saracho todavía conmovido por el hallazgo del cuerpo violentamente asesinado de Foronda. 

 - Según algunos de sus profesores, ustedes maltrataron reiteradamente a uno de sus compañeros. Me refiero a Germán Galarza Gaitán.

  - Si, pero... ¿Qué tiene que ver Galarza con los asesinatos de mis amigos?

  - Cíñase a responder a mis preguntas - ordenó categórico..

  - Ya le digo, solo fueron pequeñas jugarretas de chiquillos. Bromas un poco subidas de tono, si desea llamarlo así, lo reconozco pero de ahí a convertirse en un despiadado asesino...

  - Usted da por hecho que el asesino es su compañero Galarza.

  - ¡No! Es usted el que parece querer imputarle los crímenes.

  - No hemos dicho nada de eso ni remotamente parecido.

  - Me parece que están dando palos de ciego, mientras ese miserable anda por ahí suelto, que ignoro las razones que le han llevado a semejante desenlace. Hagan su trabajo y capturen al asesino.



  Nico buscó a Salas con desesperación. Acudió en repetidas ocasiones al edificio de la calle Castilla con la intención de entrevistarse con él. Al pasar por la calle Ramón y Cajal divisó varias furgonetas de la ertzaina circulando a gran velocidad, abriéndose paso entre el tráfico a golpe de sirena. También percibió a varios agentes uniformados que corrían internándose en el parque de la Florida. Telefoneó a Salas por enésima vez, sin obtener respuesta. Lo mismo ocurrió en su intento de hablar con Susana. Se personó en la redacción de el Correo. Nada se sabía de ella.  Leire le notificó que la ertzaina junto con un detective se presentaron  buscando a Saracho y a Germán, que ambos se ausentaron muy pronto y que no habían vuelto por la redacción. Volvió sobre sus pasos hacia la casa estrecha y al intentar acceder al portal se topó con Torres que salía con un rictus preocupado.

  - Tengo que hablar con Salas. Es importante - apremió el chaval intentando concretar sus palabras.

  - Salas está muy ocupado, Nico. Pero te está buscando. Ha habido otro crimen en la Florida.

  - ¿Otro crimen? - se le nubló el semblante momentáneamente. A continuación se irguió y suplicó -: Tengo algo importante que comunicarle. Creo conocer la identidad del asesino.

  Torres entornó los ojos. Miró con detenimiento al muchacho, viendo que de su mirada inocente se desprendía una mezcla de terror y desamparo.

  - Quiero decir... No es una certeza. Se trata más bien de una corazonada. Creo que hablando con Salas... Él vislumbrará algo que soy incapaz de quitarme de la cabeza desde hace unos días.

 - Lo siento Nico. Ahora no nos valen las corazonadas. Ven conmigo. Salas cree que estás en peligro -. Se precipitaron dejando atrás la calle Castilla y se internaron en el parque.

  Se encaminaron siguiendo la estela policial que acudía al parque como si de un cortejo se tratase. Las patrullas se avistaban desde puntos diferentes. El parque estaba acordonado desde el acceso de la calle Florida hasta el principio del parque por la calle Becerro de Bengoa. Rodearon el quiosco de la música, saliendo a la calle Luis Heinz. Se agazaparon entre los árboles para evitar ser vistos por Eztutzaile y Azeri que avanzaban siguiendo la dirección de los ertzainas que fluían desde todas las calles colindantes. Los hombres de negro pasaron a pocos metros, sin percatarse de su presencia. 

  - Espérame aquí - invitó Torres con la mirada triste. Pasó el control policial y se dirigió a Salas -. He encontrado al chaval. Dice que tiene una corazonada.

  - Menos mal que ha aparecido - suspiró aliviado -. ¿Crees que ha llegado a la misma conclusión que nosotros?

  - Creo que si, aunque le resulta extraño.

  

 Germán giró su cuerpo por completo al escuchar la voz a su espalda. 

  - ¡Mira que causalidad! El bueno de Galarza y Xarcos juntos.

  - Perdón, ¿nos conocemos? - preguntó Germán, intentando averiguar quién era el sujeto.

  - ¿No me reconoces? Han pasado muchos años, es cierto. 

  - Yo... - titubeó Galarza -. No sé quien es usted.

  - ¡Tutéame, tío! Fuimos amigos. Bueno, no es del todo cierto - se paso la mano por el pelo repetidas veces y esgrimió una sonrisa forzada. El perro que le acompañaba se ensimismó olisqueando las pertenencias de Xarcos -. Te regalé mi sincera amistad pero tú me repetías una y otra vez que preferías estar solo.

  Germán le observó con detenimiento.

  - Lo siento, soy muy malo para recordar las caras. 

  - Marianistas... - dejó la palabra en suspenso extendiendo las manos hacia el periodista -. Nuestra historia arrancó aproximadamente por quinto curso. Tienes que acordarte, tío. ¡Eres el asesino que busca con ahínco la ertzaina!

  - ¿Qué dice usted? No he matado a nadie - cortó Germán tajante.

 - Parece que sí. Toda la policía te está buscando. Te pisan los talones. ¿Quién lo iba a decir? ¡El bueno de G  G  G!

  Germán negó meneando el rostro entre desconcertado y aturdido.

  - Hubiera hecho por ti cualquier cosa - siseó el asesino -. Sin embargo tú me aseguraste que estabas mejor solo. 

  - ¿Alonso? - interrogó Germán, tratando de rebuscar en la memoria el cuerpo rechoncho del compañero que al igual que él, siempre estaba solo. 

  - Sabía que me recordarías - exclamó extendiendo los brazos como si quisiera abarcar el espacio -. ¡Mejor solo! ¿Puedes imaginar lo que esa respuesta supuso para mi? Y la cosa no quedó ahí, además intentaste convencerme de que la amistad estaba sobrevalorada. "¿Quién no tiene un mal llamado amigo que intuye que te ha salido un grano en el cogote y te lo suelta con impunidad y acierta pero es incapaz de alabarte cuando has adelgazado cinco kilos?" Jamás  olvidaré tus necias palabras, tío. 

  - Lo siento - musitó Germán con desgana -, me acostumbré a no confiar en nadie.

  - Luego intenté involucrarme en el escuadrón de la muerte pero el imbécil de Saracho, también me cerró las puertas. Que era un grupo hermético, me soltó el muy cabrón. Y me quedé solo. Yo quería tener amigos, sin embargo nadie estuvo dispuesto a brindarme su lealtad. No tienes idea de lo que supuso ese doble mazazo para un chaval de once años. Estoy vengándome de todos vosotros. Por vuestro rechazo. Por vuestra idiotez. Porque tú fuiste incapaz de ver más allá de tus narices.

  - Me maltrataron hasta el último día de colegio. Solo pretendía pasar desapercibido, no quería compartir mi triste existencia con nadie. No hablaba con nadie. Me sentía un bicho raro...

  - ¡Eres un bicho raro, Germán! 

  - ¿Los has asesinado a todos para vengarte de mí? - se mostró perplejo.

  - Primero a sus mascotas - sonrió vanagloriándose, como quien ha realizado una gran hazaña -, los bichos son adorados por sus amos. Luego van cayendo ellos. Uno a uno. ¿Por qué? Porque los odio. Te involucré a ti. ¿Por qué? 

  - Porque me odias - suspiró Galarza clavando la mirada en el suelo.





26. G. G. G.

  Durante muchos años pensé que me estaba volviendo loco. Hubo muchos culpables. La principal, mi madre pero también mi padre que forzado por la presión de una esposa con el corazón de granito, no encontró mejor escusa que huir de su lado. Ignoro si fue consciente de que su huida supuso mi abandono. Me arrinconó en una insana maldad imposible de escapar. Su ausencia no consiguió otra cosa que aumentar mis inseguridades. Luego llegaron los cinco integrantes del Escuadrón de la Muerte con sus bromas pesadas y sus incongruentes fechorías salpicadas de locura. Soñaba con ellos noche tras noche. Se me revelaban como criaturas monstruosas que aterrorizaban mis sentidos. Todo en mi resultaba extraño. Mi carácter taimado y apocado me perturbaba. Así me lo hacía ver mi madre y creyéndomelo, me transformé en un ser perjudicial para mi mismo. Desarrollé una personalidad insólitamente desgraciada y miserable.

  Me autoconvencí de que solo me defendería mejor de todo lo que me rodease. La soledad me traería felicidad. El silencio me otorgaría la tan ansiada paz. La imaginación me transportaría a otros mundos fantásticos. ¡Nada más lejos! El delirio me destruía por dentro. Extrañas ideas se conjeturaban en mi mente confusa. Lentamente se apoderó de mi una terrible sensación: Sentía placer al pensar que cada miembro del Escuadrón, Patxi Saracho, alias El Caballero Oscuro; Mariana Corcuera, alias Saltykova; Álvaro Foronda, alias Calígula; Ricardo Canalda, alias Mortimer; Víctor Ibáñez, alias Torquemada y  José Mari Azáceta, alias Iscariote, eran víctimas de los más cruentos crímenes, realizados por mi poderosa mano.

  Desde la rueda de prensa dada por el detective que se encargaba del caso me sentía aturdido, cohibido. Incapaz de actuar con serenidad. Una cosa es que yo diría de mi mismo que tenía mentalidad de loco y otra muy distinta, que el famoso detective y el inspector de la ertzaina me describieran como un tarado mental. Según el perfil del asesino en serie, dibujaron mi sentir como si lo hubiera reflejado yo mismo.

  Con frecuencia me despertaba por las noches empapado en sudor, sintiendo que el corazón me galopaba, imaginándome que quizá algún compañero del Correo o el propio Saracho, me denunciarían como el presunto culpable. Podía carecer de sentido común pero no había matado a nadie. Me faltaban cojones para perpetrar un crimen.


 



27. "LAS MEJORES IDEAS NO VIENEN DE LA RAZÓN, SINO DE UNA LÚCIDA Y VISIONARIA LOCURA" (Erasmo de Rotterdam)

  Xarcos se topó con un coche patrulla en las inmediaciones del parque de La Florida. Dudó durante unos instantes. Sopesó la idea de dar la voz de alarma sobre los dos tipos raros que se encontraron en el pórtico de San Vicente. Con las prisas se olvidó por completo del vino, lo más preciado de sus escasas posesiones. Tampoco recuperó la manta, que aunque raída le protegía de las noches gélidas. Entre las amenazas de uno y el desconcierto del otro, abandonó sus enseres, dándose a la fuga. Aquellos dos hombres tenían algo turbio en la mirada. Tímidamente se acercó a uno de los agentes.

  -  No te quedes ahí parado - le conminó el agente con extrema seriedad -. Y ni se te ocurra acceder al parque.

  Parado junto a la puerta de San Antonio, escrutó entornando los ojos hacía La Florida. Solo divisó un tumulto de gente. Con dificultad se subió en una silla de la terraza del Café Mallory, antes de que el encargado saliera para atacarle sin miramientos.

  - ¡Me cago en la leche, Xarcos! Bájate de ahí inmediatamente, que luego nadie se quiere sentar en el velador.

  Le dio tiempo a ver algunos coches patrullas y a numerosos agentes que se movilizaban en todas direcciones. Los curiosos habían formado un cordón junto a la parada del tranvía del parlamento.

   - ¿Qué pasa? - interrogó a Sancho, un tipo mal encarado que pedía en la puerta de la iglesia.

  - Creo que ha habido otro crimen.

  - ¿Otro asesinato?

  - Así es. Otra vez le han desfigurado la jeta a un fulano.

  - ¿Entonces... - el vagabundo dejó la pregunta inconclusa, girando su cuerpo hacia el lado contrario, como si desde su posición pudiera ver lo que probablemente acontecía en ese momento en el pórtico de la iglesia -... hay más de un asesino?

  Minutos más tarde abandonó el templo un sacerdote. Xarcos se le acercó.

  - Padre, necesito...

  - Ahora no Xarcos. 

  - Padre, he venido corriendo desde San Vicente y...

  - Anda, hombre. No estorbes por aquí que la ertzaina tiene mucho trabajo por hacer - dirigió sus torpes pasos hacia el parque, intentando hacerse hueco entre los curiosos.

  - No vaya padre que ya está muerto.

  - No seas irreverente - amonestó el cura molesto.

  - Escúcheme, padre. Si a usted le dejan pasar, tengo algo importante que...

  - Ahora no llevo nada suelto.

  - Que no es eso, padre. Tiene que escucharme... - siguió al cura a trompicones, pues pese a la edad del sacerdote, caminaba algo más ligero -. Alguien tiene que escucharme...

  El sacerdote cruzó la calle y como si le estuviesen esperando, un agente levantó la tira del cerco, franqueándole el paso.

  - ¡Padre, escúcheme, por favor! - elevó el tono de voz -. En el pórtico de San Vicente hay dos tipos extraños. Uno va a matar a otro y ha confesado que se ha cargado a más gente.

  Molero era el más cercano al borrachín. Al oír sus palabras se abalanzó hacia el ertzaina que contenía al gentío arremolinado. Se habían movido algunos pasos hacia los lados. Xarcos aparecía solo. Los curiosos huyeron del la peste que emanaba de la ropa y el cuerpo del hombre.

  - Ven conmigo - ordenó tomando al hombre de un brazo y arrastrándolo hacia la otra acera -. ¡No grites! Estás asustando a los transeúntes.

  - ¿Qué quiere que haga? Nadie me hace caso.

  - Yo te hago caso. Cuéntame - invitó el detective tranquilo.

  Xarcos relató lo acontecido en el pórtico de la iglesia.

  - ¿Estás seguro de lo que dices?

  - Completamente, señor ertzaina.

  - Si descubro que mientes, te enchironó para el resto de tus días.

  - No miento. Se lo juro.

  


  Salas vislumbró el nerviosismo en el semblante de Nico. El chaval se retorcía las mangas de la chaqueta con tal frenesí que los dedos se le volvieron blancos.

  - Tranquilízate muchacho - calmó Salas, apartando a Nico de los congregados -. Cuéntame qué es eso tan importante que te ronda la mente.

  - Llevo un tiempo dándole vueltas... Es difícil de asimilar, no sé si me entiendes, Alberto... Desde que descubrí que mi padre tenía algún negocio turbio con esos tipos de negro, no he dejado de observarle - hizo una pausa como para insuflarse ánimo.

  - ¿Te parece que nos apartemos a otro sitio? Podemos tomar algo en un café de los de por aquí.

  - No, Alberto. Puede que te necesiten. Verás, he descubierto varias cosas. Mi padre tiene a algunas chicas escondidas en algún lugar.  Yo creo que es en un almacén que hay detrás de su despacho. Siempre está cerrado. Creo que las van a vender, aunque no estoy muy seguro - titubeó durante unos instantes. Dirigió una mirada al interior del parque, resopló y por fin se decidió -: Hay otra cosa que quiero comentarte. Un día que llegue pronto al trabajo. Quería repasar las recetas de algunos cócteles que guarda en el despacho. Revolviendo unos cajones, encontré la foto del grupo de chavales de Marianistas. Esa que deja el asesino con los cadáveres. No sé si lo sabes o no, mi padre nunca habla de ello pero también estudió en Marianistas... ¡Joder, Salas! No hace falta ser un lince para hallar la respuesta. Sumas dos y dos y siempre te da cuatro.

  - ¿Me estás diciendo que crees que tu padre es el terrible asesino en serie? - Salas zarandeó al muchacho.

  - Si, Alberto. Creo que es él - bajó la mirada antes de concluir -. Hace cosas muy raras.


    


  

28. "HACE TIEMPO QUE DEJE DE PREGUNTARME PORQUÉ EL LOCO HACE LOCURAS" (Jessica Lange) 

  Germán despertó, intentando acostumbrarse a la oscuridad. Pretendió incorporarse pero un dolor profundo se lo impidió. Aulló. El pulso se le aceleró. 

  - No te muevas - susurró una voz calmada a su lado, tan cercana a su oído, que notó su aliento reconfortante -. Tienes una profunda brecha en la cabeza.

  Se percató que del costado izquierdo emanaba un líquido viscoso. Llevó la mano temblorosa hacia allí. 

  - ¡Dios! No puedo moverme - se quejó.

  - No gastes fuerzas, las necesitarás. 

  - ¿Dónde está el cabrón que me ha hecho esto?

  - La herida del costado no parece muy profunda pero no deja de sangrar - apostilló la voz dulce -. Te la estoy presionando. No temas.

  - ¿Dónde estamos? ¿Quién eres? ¿Qué harán con nosotros?

  - Por partes, no te embales. Tranquilo. Estamos en un cuchitril que huele a demonios. Hay otras catorce chicas pero están drogadas casi todo el tiempo.

  - ¿Tú eres nuestra carcelera?

  - ¡No, hombre! Estoy secuestrada, como las demás. Por orden de alguien, el dueño del café nos atiborra a pastillas. Yo no me las tomo y me hago la dormida cuando viene el fulano. No sé que hacemos aquí. Cada mañana y cada noche trae bocatas o latas de comida y la dosis de tranquilizantes que nos obliga a tragar con agua. Hace rato que estás aquí. Te ha traído él. No sabemos cómo hemos llegado. Yo estaba en una discoteca en Logroño y me desperté más tarde en este cuchitril.

  - ¿El dueño del café? ¿De qué café me hablas?

  - Del Candela.

  - ¿De qué?

  - Pero hombre, no me digas que no lo conoces. Es un lugar muy agradable.

  - No frecuento bares. ¿Cuánto tiempo lleváis aquí?

  - No lo sé. He perdido la noción del tiempo. Cuando me trajeron ya había alguna chica.

  - ¿De qué conoces al tipo?

  - ¿Al del Candela? Frecuentamos el bar.  Suele haber actuaciones. Es un lugar muy acogedor, con juegos de mesa y revistas. El dueño siempre fue muy amable con mis amigos y conmigo.

  - No es bueno confiar en los demás.

  - Tampoco es eso. No se puede ir por la vida con esa filosofía. En alguien hay que confiar. En la familia, los amigos, la pareja...

  Germán esbozó una breve sonrisa. Durante unos minutos callaron. No se escuchaba nada.

  - Me llamo Amaia - susurró la voz suave -. ¿Quién eres tú?

  - Germán.

  - Germán - repitió alargando la erre -. Imprime carácter.

  - Si te digo que me apellido Galarza Gaitán, seguro que no te parecerá que imprime más que cachondeo - ante el silencio, se animó a continuar -. Puedes reírte. Llevo toda la vida acostumbrado a que todos se pitorreen de mi.

  - Te juro que no puedo reírme. Estoy tan asustada y tengo tanto miedo, que me es imposible reírme de nada. 

  Se acomodó el silencio que se posó en la oscuridad como una bacteria malsana.

  - Todos me apodaban G G G. En el colegio viví un infierno y mi madre me hizo comer la berza cruda, como se suele decir. No tuve infancia, ni adolescencia. Me obligué a encarcelar mi personalidad. Crecí sin carácter, temeroso de todo y de todos. Desconfío hasta de mi mismo. Soy lo que se dice un bicho raro - se sorprendió sincerándose ante una desconocida, resumiendo su patética trayectoria en la oscuridad de un cuartucho, antesala de un nuevo infierno. Estaba seguro de que Alonso volvería para matarlo.

  - Si hubiera estado en tu pellejo, hubiera sacado chispas al nombre. En la infancia no te digo que no te causara cierto complejo pero luego hay que apechugar cada uno con lo que tiene. Y si tan mal lo pasaste, podías habértelo cambiado.

  Germán trató de suspirar con resignación pero una punzada ascendió con brusquedad desde el costado a la cabeza y le amartilló los sentidos, obligándole a frenar la charla.

  - Antonio Alonso me ha hecho esto e intuyó que planea deshacerse de mí. Él mismo me ha confesado ser el asesino - confesó después de una pausa larga de silencio.

  - ¿Antonio Alonso ha matado a alguien? - la voz se alzó violenta -. ¡No me jodas!

  - ¿Le conoces? - preguntó incrédulo.

  - Es el dueño del Candela, tío.

  - Ni siquiera conocía el café.

  - Pero tío, ¿en qué mundo vives? ¿Dónde has estado metido? Es un sitio muy famoso en Vitoria.

  - He vivido en el puto infierno, Amaia. En el puto infierno.

  - Pero, ¿a quién se ha cargado?

  - A tres personas que yo sepa y a los perros que aparecieron degollados en septiembre.

  - ¿Cómo lo sabes? - la voz encubría cierto  recelo.

  - Porque soy periodista de la gaceta dominical de El Correo.

  - ¿De qué conoces a Antonio?

  - Quiso ser mi amigo - musitó mientras las lágrimas resbalaban aceleradas por sus mejillas.

  




29. "HE SENTIDO EL VIENTO EN EL ALA DE LA LOCURA" (Charles Baudelaire)

  Durante un rato interminablemente tedioso se mantuvieron silenciosos. Amaia le aseguró que Alonso se presentaría pronto, le aconsejó que se mantuviera tendido, sin moverse. Los golpes al otro lado de la puerta les pusieron en alerta. Algunas de las otras chicas balbucieron palabras sin sentido. Se escucharon voces y pisadas fuertes que se acercaban. Alguien se movió en la oscuridad con rapidez y seguridad. Germán supo que se trataba de Amaia. Ella le contó que durante el tiempo que llevaba allí, anduvo, midió las paredes. Sabía dónde estaba la puerta, los escasos pasos que la separaban de la libertad. Era una luchadora nata. De pronto Germán notó una punzada de alivio. Confiaba en la dueña de la voz calmada, en los dedos tranquilos que se posaban en las heridas, en las palabras milagrosas que le aliviaban el alma.

  - ¡Aquí! ¡Estamos aquí! - gritó Amaia con una voz prestada. No era la suya. En la nueva voz había tesón, fuerza, energía renovada. Confianza, pura confianza en la vida.

  - Soy el inspector Badiola de la ertzaina - se identificó alguien al otro lado - ¿Cuántas personas estáis ahí dentro?

  - Conmigo somos quince chicas. Algunas están muy mal. También hay un hombre. Antonio Alonso lo ha traído hace... bastante tiempo, horas tal vez. Está herido.

  - ¿Cómo te llamas?

  - Amaia Zárate.

  - Eres muy valiente, Amaia - a Germán le pareció que la voz del inspector sonreía -. ¿El hombre está consciente?

  - Creo que si. Hemos hablado durante mucho tiempo. Dice que es periodista y se llama Germán Galarza Gaitán.

  - G G G - corearon algunas voces más allá de la del inspector.





30. "LA GENTE CREE QUE ESTÁS LOCO SI HABLAS DE COSAS QUE ELLOS NO ENTIENDEN" (Elvis Presley)

  Habían transcurrido dos meses desde que el inspector de la ertzaina, Lander Badiola, liberó a las chicas y detuvo a una decena de hombres que formaban la organización de venta de menores. Entre ellos figuraban varios agentes del cuerpo de la policía vasca y sus cabecillas, Estutzaile y Azeri. En la redada cayó también el conocido empresario Antonio Alonso, que llevaba varios delitos a sus espaldas. Este último sujeto se lo pasó al detective. El mérito y el trabajo recayeron en el investigador Alberto Salas y en sus hombres.

  Aproximadamente a las siete de la tarde del frío 22 de diciembre, Susana y Salas se mezclaron entre la concurrencia del Candela, que con nueva gerencia, reabría el local al mando de Nico Alonso.

  - No se os ve el pelo, pareja - Badiola palmeó la espalda de Salas con un botellín de HEINEKEN en la mano.

  - ¡Hombre, Badi! ¿Qué tal estás?

  - Te he llamado varias veces pero no coges - arqueó las cejas y ensombreció el semblante.

  - Hemos estado de vacaciones - respondió Susana.

  - ¿Dos meses?

  - Tu Gobierno Vasco paga muy bien - respondió Salas irónico.

  - ¡No me jodas, hombre! ¿No vas a cambiar nunca de actitud?

  Se hizo un silencio incómodo, Badiola cambió de postura nervioso y buscó entre los asistentes alguna cara conocida.

  - Por fin has conseguido limpiar tu nombre - añadió el inspector recalcando cada palabra -. Puedes volver a tu casa cuando quieras. Por mi parte estaré encantado de recibirte.

  El detective frunció los labios con desgana, antes de contestar:

  - Estoy muy bien con mis hombres. Mi sitio está en Castilla, 1.

 Susana se encogió de hombros ante la mirada suplicante del inspector.

  - No sé pero todavía te veo resentido, Alberto y me duele.

  - Trataste de venderme - escupió Salas y al momento se quedó relajado, como si se hubiera despojado de una piedra en el zapato.

  - Me amenazaron con mi sobrina. Aunque no te lo creas me acorralaron. Llevábamos meses tras ellos. Hice ver que haría lo que deseaban pero tú sabes, deberías de saber - se corrigió pareciendo sincero -, que jamás te vendería. Siempre te he considerado un buen amigo.

  - Con los amigos se queda de vez en cuando para tomar unos potes o para comer un menú - explotó Salas con la mirada puesta en el trajín de la barra.

  - ¡Mira quién fue a hablar! - Badiola emuló una triste sonrisa -. ¿Cuántas veces te lo propuse y siempre rechazabas el plan aduciendo mucho trabajo acumulado?

  El detective cruzó la mirada ambigua con una leve sonrisa.

  - ¡Qué cabronazo eres, Alberto! - palmeó la espalda del amigo, sujetándole fuerte del brazo -. Casi me lo he creído, tío. 

  Los tres rieron con ganas.

  - Ahora en serio, ¿vuelves al cuerpo?

  - No pero me encantaría colaborar en otros casos con vosotros y en cuanto a lo de quedar...

  - ¡Excelente! - interrumpió Badiola, mostrando entusiasmo ante la declaración del detective.

  - Supongo que nos veremos antes del 3 de agosto  pero ese día, que será uno de los más importantes de mi vida, te quiero cerca de mi.

 - ¿Qué pasa la víspera de bajar Celedón? - interrogó sin dejar de saludar a unos y a otros.

  - Se casa - susurró Susana.

  - ¿Os casáis? ¿No eráis vosotros de los que no hacían esas cosas tan antiguas?

  - Éramos - apostilló una feliz y dicharachera Susana.

  - Mira por donde el puto Gobierno Vasco te ha devuelto el buen nombre, el amor de tu vida, la alegría de vivir y... - replicó con sarcasmo el inspector.

  - Y a los viejos y buenos amigos, también me ha devuelto eso.

  - Felicidades, pareja.

  Nico los rodeó con los brazos, acercándose al trío fuera de la barra. Aquí os dejo la carta de nuevos cócteles.




   

31. "NO HAY LOCO  DE QUIEN ALGO NO PUEDA APRENDER EL CUERDO" (Calderón de la Barca)

  Al día siguiente de reabrirse el Candela con nueva gerencia de la mano de Nico Alonso, Germán caminaba despreocupadamente por la Florida. Numerosos vitorianos se congregaban en la Florida, motivados como cada año en la visita anual al  Belén monumental. Procurando relajarse, apartó algunos pensamientos oscuros de la mente. Aminoró el paso, ya había dado dos vueltas enteras, tomando el camino junto a la estatua de Ignacio Aldecoa para volver al paseo central por el lateral del Parlamento. En el recorrido se detuvo a admirar las diferentes figuras: el carnicero sujetando la apetitosa morcilla, el mercader que  ofrecía sus especias desde una jaima, los camellos, los panaderos en plena faena. Con un poco de imaginación se le abre a cualquiera el apetito con el aroma a pan recién cocido. Estudió los rostros de los pastores, a Herodes y a sus feroces legionarios romanos. Observó al musculoso herrero trabajando en el yunque, a los terneros, las ovejas y las cabras, al aguador y a las lavanderas. Se detuvo frente a  la noria dando vueltas ante la atenta mirada de una mujer desde la ventana. El pescador pendiente de sus capturas y los leñadores parecían examinarle a él también. Penetró en la gruta por tercera vez, rogándole al Niño el valor que no conseguía acumular. El Olentzero y Mari Domingi, siempre en segundo plano, ayudando al carbonero con el reparto de juguetes eran los más visitados por los niños. Los Reyes Magos, el Ángel... Todos majestuosos, recreando un retazo de historia cargada de simbolismo y tradición. Como si fuera una aldea, en el mejor entorno. Contempló de soslayo las miradas indiscretas de los transeúntes. Se sintió nervioso. Respiró hondo el aire frío de aquella mañana que acariciaba tenuamente el invierno recién estrenado. De pronto un golpe de calor le invadió desde dentro. Por fin se decidió a enfrentarse al destino. Aceleró el paso y enfiló la calle General Álava. Sin pensarlo atravesó la puerta del periódico. Un hombre esperaba la llegada del ascensor pero Germán enfiló decidido por la escalera. Se detuvo tenso a la entrada. Exhaló el aliento tibio y empujó la puerta. Se dirigió hacia el despacho de Saracho. Llamó a la puerta y sin esperar respuesta, movió el pomo, asomó la cabeza, intentando sonreír.

  - ¿Puedo pasar?

  - Pues claro, hombre. ¿Qué tal estás? - la respuesta le llegó jovial, armónica -. Me acabó de incorporar.

  Abrió la boca para decir algo que no salió de su garganta. Carraspeó, tosió. Se movió nervioso. Volvió a toser. De pronto, se arrepintió, inseguro, decaído. Quiso huir pero las piernas se negaron a obedecer al cerebro.

  - ¿Estás listo para volver al trabajo? - indagó Saracho, invitándole a sentarse con un gesto distraído de la mano -. ¡Arrancaremos con mucha fuerza!

  - Estoy yendo a terapia psicológica - explicó sin mirarle de frente -. Necesito superar mis miedos y aprender a mantener una conducta normal. Es el principio de un largo camino pero la doctora manifiesta que progreso adecuadamente. Estoy animado y decidido a conseguirlo.

  - Lo celebro, de verdad Germán. Me alegro mucho por ti - sonrió no de la manera en la que le tenía acostumbrado sino abiertamente, sincero. 

  "¿Será la sonrisa que dará paso a un nuevo comienzo a nuestra andadura?", se preguntó Germán.

  - También yo he comenzado... - Patxi dejo la frase en suspenso durante escasos segundos -, ya te imaginas, en psiquiatría directamente. Lo mío es grave. 

  - Se te ve muy bien - aseguró Germán casi convencido.

  - Arantza y yo, nos hemos dado una segunda oportunidad. Así que estoy como loco, bueno, es una manera de hablar, ya me entiendes.

  - Me alegro. Ojala consigamos una normalidad en nuestras vidas.

  - ¿Vuelves a trabajar, verdad?

  - Si no hay inconveniente, me gustaría.

  - ¿Qué inconveniente iba a haber?

  - No sé... Todavía tengo muchas dudas y...

  - ¡Y nada, Germán! ¡Nada! - clavó los ojillos inquietos en G G G antes de añadir -: Te debo una disculpa, no sé si podrás perdonar tanta maldad acumulada durante años en este orondo cuerpo.

  - Me están enseñando a gestionar esas cosas. Espero lograrlo. Empiezo a conocer lo complicado que soy.

  - Poco a poco, Germán - ambos se dirigieron miradas interrogantes -. Saracho fue el primero en incorporarse de la silla. Se acercó  con tímidos pasos al compañero.

  Ambos se fundieron en un abrazo...

  - Es un buen comienzo - declaró Germán con entusiasmo renacido.


   La Rata del Asfalto es consciente de que cada frase que da comienzo a cada capítulo, no tiene nada que ver con el desarrollo posterior de los mismos. Pero como bien dice el refranero popular: "FINGIR LOCURA, ALGUNAS  VECES ES CORDURA"